martes, 29 de marzo de 2016

Regreso a casa



Etapa 66 (357b) 14 de agosto de 2012, martes.
A pie a la estación. En tren: Saint Brieuc-Rennes-Nantes-Bordeaux-Hendaye. andando a Irun.


Amanecer en Saint Brieuc.
Me despierto a las 7:40 horas. No me ducho, para no tener que meter la toalla mojada en mi mochila. Tomo la pastilla de Indapamida y cojo el Paracetamol para tomármelo con el desayuno. Aunque todavía no ha eliminado del todo mi tos, al menos lo ha hecho durante la noche. Saco foto de la habitación con el ventano que se encuentra en el lado achaflanado sobre la cama en que no he dormido ninguna de las dos noches. Prefería la litera baja, zona en más penumbra. Escribo las cuatro postales restantes, hago las mochilas y bajo la ropa de cama para echarla en el cestón puesto a propósito al pie de la escalera. 

Desayuno y despedida.
Hacia las 8:45 horas, bajo para desayunar. Simone se sienta a mi lado. Una pareja termina antes que nosotros y se va. Lo mismo ocurre con dos chicas. Cuando baja Philippe a preparar los desayunos, se coloca en la primera mesa, como el día anterior. Mientras Sabine, en la habitación, prepara a Violette. Es muy hacendoso y ayer, tras apagar la barbacoa, no quiso dejarme fregar. La verdad es que sólo eran cuatro cosillas.
 

Como no tengo tiempo que perder, cuando termino de desayunar y ya han bajado las damas, me despido de los cuatro y confío en que entren en mi blog, me hagan algún comentario, y sigamos manteniendo la relación. Nunca ocurrirá tal cosa. Sin quitar mérito a Sabine, Philippe ha sido para mí una de las mejores personas que me ha ofrecido el camino. Bueno, en realidad el destino, el final de mi camino.
 

Saco fotos del albergue: 1º del edificio donde está el salón de estar, 2º del edificio que conecta con las habitaciones y donde, en espacio en que no se ve la fachada está la recepción, y 3º del edificio bajo que conecta los otros dos con el comedor y la cocina. Me despido de él hasta el próximo verano.

Vía Crucis de estaciones de SNCF
Voy hacia la estación con la dirección estratégicamente aprendida.
 

Hoy no hablo con nadie por el camino. No tengo tiempo que perder. Nada más llegar, echo al buzón las treinta postales. Localizo el lugar que se detendrá mi vagón cuando llegue el tren. El número 7 corresponde a la letra V. Un chico que me ve muy atento al panel, intenta ayudarme. Todavía no son las diez y saco una foto en el andén. Hay viajeros que  animan la estación. El tren llega puntual a las 10:05 y tiene prevista la llegada a Rennes para las 10:54 horas. Subo al tren y el asiento asignado mira hacia delante. Es de agradecer y más cómodo para ver el paisaje. Como creo que va a ser la siguiente parada, voy despreocupado escribiendo el diario. No tengo a nadie con quien hablar. Sin ningún contratiempo, llego a Rennes y, como tengo más de una hora, salgo de la estación y doy un pequeño paseo por los alrededores. El tren saldrá a las 12:13 horas para Nantes.

Paseo rápido por Rennes.
No puedo alejarme mucho de la estación. Un pedrusco enorme, tallado toscamente, me recibe a la salida de la estación de fachada acristalada, en cuya plaza surgen chorros a borbotones a propósito para jugar y refrescarse en los días calurosos. A estas horas no se ven niños que disfruten con el espectáculo de sentir mojarse sus cuerpos. Me dirijo hacia un edificio que llaman Les Champs Libres, donde está la Mediateca y otros servicios culturales de la ciudad.
 

Pregunto a dos jóvenes que esperan a la puerta, pues trabajan allí. Me dicen que también es la Biblioteca y está instalado el Museo de Bretaña. Me lo recomiendan, pero no tengo tiempo suficiente como para visitarlo de forma adecuada. He sacado tres fotos. En la segunda, en la superficie acristalada, se puede observar que en el edificio de frente esta la Seguridad Social.



Pero será la última la que ofrece mejor el edificio, ya que alejándome, la zona alta, acristalada y luminosa, se ve en toda su dimensión. Mientras inmortalizo el edificio en mi cámara, los chicos entran a trabajar. Antes de llegar a la estación, me encuentro con un mochilero en la otra acera.


Lleva su mochila muy bien protegida contra la lluvia. Hablo con él. Está esperando a su “copine”, amiga o colega, quizás novia. Puede que los galos, como los portugueses, distingan entre la enamorada, sin compromiso de futuro en compañía, y la novia. No piensan caminar con peso. Sólo lo estrictamente necesario. Y lo van a hacer en Tibus, un combinado de tren y autobús. Pasan dos chicos recolectores de migajas de la Iglesia de Jesús Cristo, y no se les ocurre mayor acierto que venir a darme la vara. Pero la vara se la doy yo. Ellos actúan incorrectamente. No son nada respetuosos con los que no creemos en Dios. Yo no voy por ahí tratando de convencerles de que su Dios no existe, de que es un invento, así que tengo el mismo derecho que ellos a que me dejen tranquilo. Si ellos creen y lo necesitan, que sigan creyendo, pero que respeten las no creencias de los demás. En vista de que conmigo no tienen nada que rascar, el otro se dirige hacia el excursionista mochilero, pero pronto llega su “copine” y se van.

El catequizador es un americano que me viene que ni pintado para tirar por los suelos su sociedad capitalista y el consumismo, como la verdadera religión del siglo que nos toca vivir. Sin más tiempo que perder, regreso a la estación de SNCF. En el andén anuncian la llegada del fin del mundo. Menos mal que ya pasó el 8 de agosto, y aquí seguimos vivitos y coleando. No vi la película, pero supongo que ni el fin del mundo podría separar a sus protagonistas Steve Carell y Keira Knightley. Me gustó el trabajo de ella en Anna Karenina. El tren sale puntual a las 12:13 y tiene prevista la llegada a Nantes a las 13:27 horas.


De Rennes a Nantes. 
Otro vidente, un croata y Daniel.
No tengo asiento numerado, aunque sé que es de segunda clase. Elijo centro sin mesa y acierto al sentarme en dirección de la marcha. No sabía dónde estaba el vagón tractor. Hora y cuarto que espero que no se me haga pesada. Es un tren que nace en Rennes y muere en Nantes, así que no voy a correr ningún riesgo de pasarme. Todos nos montamos y bajamos a la vez. Ya en la butaca cómoda del tren, se pone ocupando los tres asientos otro vidente. Si quiere observar, se puede dar cuenta de que el tren se va llenando, pero mantiene sus tres asientos ocupados, dos con su equipaje. Se lo digo con intención, y hace como que no se da por aludido. Cuando un joven me pregunta si lo que hay sobre el asiento de mi lado es mío, me hago el desentendido para ver qué hace el otro y, ¡por fin!, libera los dos asientos. El maleducado ha sacado una gran carpeta y le pregunto: “¿Todo eso tienes para estudiar?”. Rebusca un papel en el conjunto y me lo da. Leo  “La Verité” donde, remontándose a un porrón de años, planetas y más dioses, y acabando con los ángeles… ¡Vaya mañanita de videntes salvadores de la humanidad en peligro! El anuncio de la película de Hasta que la muerte nos separe, ha sido lo menos peligroso de la mañana. “La Verdad”… Como si no hubiese más que una. Y hay tantas. Cada uno tiene su verdad. El chaval que se ha sentado a mi lado es croata. Sólo quiere, o puede, hablar en inglés, pero yo, después de más de dos meses en Francia, el poco inglés que sé, me sale a trompicones. Hablamos poco y el visionario le da el mismo panfleto, pero en inglés. "¿Querías inglés?, ¡pues toma ángeles y demonios en inglés!" Digo al croata que estuve en 2005 en Dubrovnik, pero la conversación no dará mucho más de sí. Es un joven precioso, con una cabeza digna de ser esculpida por Miguel Ángel, o su cara pintada por Caravaggio. Podría perfectamente haber sido un modelo de ambos artistas. La cuarta plaza de enfrente, junto al grosero, la ocupa Daniel. Es parisino y ya se ha fijado en mí cuando paseaba por la estación de Saint Brieuc. Le digo que prefiero pasear antes que estar parado esperando a que llegue el tren. El también recibe el panfleto de “La Verité” en francés, como el mío. Supongo que no tendría versión en castellano. ¿O ha pensado que soy un francés nato? Se lo entrega con mayor cortesía que a mí, pero Daniel le responde con mayor rotundidad que yo. Le habla de secta, algo que no gusta nada al muchacho catequizador. Le dice algo parecido a lo que yo pienso: Que hay tantas verdades como personas, que cada uno tenemos nuestra verdad y que es incorrecto pretender una verdad única y absoluta. Me gusta este Daniel parisino. Al final va a ser con el único con el que puedo hablar del viaje que acabo de finalizar. De las experiencias y conocimientos que el camino me ha ofrecido. Así es como llegamos a Nantes. Nos vemos de nuevo en la estación comprando el bocata (4,70 €). Daniel lleva una revista que habla también de tiempos remotos y va de vacaciones para pasar unos días en la Isla de Yeu, donde dice que hay un castillo. Llegará muy tarde a la isla. Este joven también viaja en Tibus, pero aún le queda por coger autobús y barco. Pasé frente a la isla de Yeu después de dormir en el camping de Olonne-sur-Mer, en la auto-caravana de Jacqueline y Romeu Martin y antes de pasar cerca de la isla de Normoutier. ¡Hace tanto tiempo! ¡Parece una eternidad! Daniel opina que merece la pena conocer Île de Yeu. Otra vez será.

Corto paseo por Nantes.
Mirando el mapa, parece que Nantes está alejada de la costa, pero tiene puerto. En realidad es un puerto fluvial ya que el Loira, que desemboca en Saint-Nazaire, también pasa por esta ciudad. No sé hasta dónde es navegable. Aquí los barcos son potentes. Me resisto a pagar 40 céntimos por mear, y he ido para hacerlo gratis cerca del río, bajo un puente. Tras una vuelta corta, termino el bocata en el andén, con el tren ya colocado en posición de salida. La cerveza la he comprado en un Tabac (2,40 €). No me la han abierto y la abro con mi poca gracia habitual. Me la bebo casi de trago para no subir la botella al tren, limitándome a los trastos que ya llevo sin más aditamentos. La botella es oscura y no sé si la cerveza que contiene es negra o rubia, pero me sabe rara.

Nantes-Bordeaux. Coralie.
Subo al tren, pero me cuesta encontrar el asiento asignado. Veo que los números saltan con cierto desorden. Al final resulta que los números validos figuran en papel y los luminosos no son los correctos. Me lo aclara Coralie, que va a ser mi compañera de viaje. Va a ser mi escucha activa y prefiere oír, lo que le voy contando de mi viaje, que hablar. Salimos puntuales a las 14:13 horas. En algún momento freno y me cuenta lo que estudia. Se trata de Arte, pero no lo tiene claro. Probablemente vaya por fotografía, en lo que quiere especializarse, pero también le atrae el campo de la expresión artística para ponerla en práctica con el colectivo de autistas. Para ello tendría que ir a especializarse a Lille. Se adormila. Ni La Rochelle, ni Rochefort, ofrecen imágenes conocidas de mi paso por estas dos ciudades y sólo me resulta conocida una parte de paseo entre duna y playa. Ojeo la revista sobre arte que lleva Coralie y leo que en Bordeaux hay anunciada una exposición que pudiera ser interesante. Pero cierra a las seis y yo no llego hasta las 18:11 horas. Daba igual, pues el martes no la abren. Llegando a destino, paso por el retrete del tren, así me evito tener que pagar en los de la ciudad.
 
Coralie viaja a Toulouse, así que ella continúa y yo bajo al llegar el tren a Bordeaux. Tengo aquí una espera de dos horas y media que trataré de aprovechar. Es la primera vez que visito esta gran ciudad. Le deseo suerte en la elección de sus estudios futuros.

Dos horas y media en Bordeaux.
Entrando en la ciudad, y antes de que el tren llegue a la estación, veo dos veces el estuario de La Gironde. ¡Qué bonitos recuerdos de los más de cien kilómetros que pasé por la playa, en la costa, antes de la desembocadura! Pasé en barco entre Le Verdon y Royan. Ver el río me da pistas de caminar por la ribera y con la mira puesta en una torre de iglesia lejana. Hace un calor que parece africano y no me extraña, pues voy a meterme en un barrio que me va a hacer pensar que estoy en Arabia Saudí, todo lleno de establecimientos regentados por musulmanes.
 

La gente está como aplatanada. Sin embargo, nada más bajar del tren y encaminándome hacia el río, oigo música rítmica a potente volumen y a un grupo de gente que se mueve a su son. Un monitor hace los diversos movimientos que le pide el ritmo musical y el grupo los repite o trata de repetirlos. Como son tan repetitivos, al final el grupo se acomoda a ellos y los aprende. Música académica, acompasada, constreñida a lo que hace el monitor. No es lo que me gusta. Yo me muevo al aire que a mí me apetece, dentro de lo que me permite el encorsetamiento de mis dos mochilas. Bailo dos medias canciones. La primera es hispana y me resulta graciosa, la segunda es tecno y no me va. Con ella me muevo más como me da la gana. Hacen parada de descanso y continúo adelante. Por el calor que hace, ni me asomo al río y voy caminando por las sombras que me ofrecen los edificios.


Vuelvo al río y voy por un paseo con piso de madera. Ya veo el puente a lo lejos, pero no tengo intención de pasar al otro lado. El río ofrece unos restos de madera muy deteriorados que no sé que función cumplieron en algún otro momento. Ya me estoy acercando a la torre campanario de la iglesia hacia la que me dirijo y coincide con la entrada de una nube que me produce el aspecto de un árbol, donde el tronco es el pirulí eclesial y la copa es un conjunto blanco algodonoso.


Me gusta esta foto de la iglesia de Saint-Michel, aunque por la posición del sol, los edificios y los árboles en sombra quedan algo oscuros. Cuando me acerque, podré comprobar que la torre campanario está exenta, aislada del edificio principal. Al estar en un barrio abarrotado de árabes, me recuerdan los almiares o minaretes de sus mezquitas y también me viene a la mente La Giralda de Sevilla y la Kutubiya de Marrakech. Saco varias fotos. La primera con los tres ábsides, la segunda con la torre que ofrece un estilo gótico flamígero. Parece que en el gótico todo se orienta hacia el cielo, hacia donde se supone que habita Dios.
 
Y la última con la fachada principal cuyo arco es uno de los menos apuntados de los góticos que conozco. La veo con la piedra muy limpia y parece que sólo hubieran restaurado su lado derecho.












En una zona que están reformando, un grupo prepara su espacio escénico. No sé lo que van a hacer, si una performance o un desfile de modelos. Veo a una chica vestida de marinerito, a otra que pretende parecerse a Marilyn Monroe. Paso por zona donde en un edificio pone Foro Obrero, aunque se le ha caído alguna letra y lo tengo que adivinar. Como complemento veo un restaurante que ofrece menú obrero por 18 €. Supongo que será para obreros ricos. En esta zona, en el entorno de Saint-Michel, compro cuatro melocotones por 1,20 €. Me los como allí mismo y me saben a gloria bendita. Luego compro un pastel que me meten en parafernálica cajita. Me lo dan con una cucharilla plástica endeble que, cada vez que voy a trocear un cacho, me da la impresión de que se va a partir en mil pedazos. Lo hubiera comido más a gusto con la mano y a bocados.
 
Regreso y voy a sacar foto de la estación, cuando me adelanta un tranvía que, casi me la come. Tengo que sacar otra para que la Gare de Bordeaux salga en toda su hermosura. En el reloj van a dar las 19:30 horas y está en hora. El tren no sale hasta las 20:41 horas. Lo mejor del pastel es la base de pasta de avellana. He pagado por él 3,30 € y ya de regreso hacia la estación, paro a tomarme un vino de Burdeos, “vin rouge”, que me costará 2,60 €. Lo saboreo en la terraza del Café Regina. Con este pago completo los 14,20 € que gasto en este día de regreso a casa.


He tenido que regularizar los 10 € que ya desde hacía días notaba que me faltaban. Escribo, voy al servicio, cojo agua para apagar la sed que me ha producido la ingesta del pastel. El agua cae como un hilillo, pero parece que está fresquita. Entro en la estación. Veo bien claro el andén por el que va a entrar el tren, pero no su composición, es decir, dónde va a estar el vagón en que me debo montar. Una chica me ayuda. Cuando llego a la zona Z, allí me encuentro al croata. Le saludo y me dice que va a comprar agua. Ya no lo volveré a ver. Monto y me acomodo en mi asiento. Detrás de mi asiento, van dos negritos que, como el croata, también van a bajar en Bayonne. Les menciono el hecho del croata, pero éste no aparecerá por nuestro vagón para nada. Como voy solo, continúo escribiendo el diario. Al llegar a Baiona, bajará muchísima gente. Antes de arrancar dejo de escribir. Llamo a mi hermana Sagrario y agoto casi todo lo que me queda de crédito, sobrarán unos céntimos. Veré lo que me recomienda Josu, si mantener la tarjeta y el número, con recargas periódicas de 5 € o que finalice la fecha acreditada, olvidarme de él, y comprar el año próximo alguna tarjeta similar. Son las 22:30 horas y seguimos parados sin entrar en Baiona. La hora de llegada a Hendaia la tiene a las 23:07 horas. Para antes de las once y media ya estoy en mi casita. ¡Qué felicidad!
Me peso. De 65,8 he bajado a 59,3 kilogramos. He vuelto con seis kilos y medio menos. Ahora tengo que empezar a recuperarme.

Etapa Epílogo. Último día en Saint Brieuc



Etapa 66 (357a) Epílogo. 13 de agosto de 2012, lunes.
Último día en Saint Brieuc.

Hoy va a ser un día en que tomo tres paracetamoles para ver si logro llegar sano a Irun. La tos no acaba de remitir. Hago un doble desayuno yo solo y, a última hora, baja la familia. Ayer Gwen me dio horario de autobuses. No lo utilizaré. También un plano de la ciudad, con el que me voy orientando bien.
Segunda visita a Saint Brieuc.
Bajo con intención de reconciliarme con la ciudad que ayer me pareció tan inhóspita. La visita a la iglesia y la comida en la cocina del mercado, fueron como para no olvidar. Como para no volver. Las imágenes tenebrosas de dolor de la catedral, en un edificio mezcla de eclesial y de fortaleza, me causaron pavor. Volví a los infiernos de mi niñez. Hoy hago otro recorrido. Entro a la ciudad por otro lado.
 

Un conjunto de casas propias de Bretaña, como las que vi en Nantes, Rennes y, este año, en Vannes y Tréguier. Me gustan estas fachadas con entramado de viguería cruzada, que se repite en País Vasco, sin ir más lejos, en Hondarribia.
 





Aunque no entro en la iglesia, merodeo por la plaza, por la zona donde se desarrollará la vida nocturna que tampoco veré. Dos visiones que completan el exterior de la catedral.
 

Llego a un portón que permite la comunicación entre las plazas. Me voy reconciliando con la ciudad. Paso por el lugar donde malcomí ayer. En Turismo no está la chica que me atendió ayer, pero agradezco a la que está ahora. En un Tabac-Presse-Lotto, compro 29 postales de 35 céntimos y consigo que me regalen una. Pago 10,14 €. Me he quitado toda la calderilla y me perdonan unos céntimos. Paso por la estación para memorizar el camino y mañana venir del albergue más directo y sin titubeos.
 
Voy grabando las claves en mi mente. Paso por el edificio de las Finanzas francesas que mencioné ayer con forma de barco y ahora lo fotografío. Algo me recuerda al Guggenheim.

Les Villages. Geant Casino.
Voy en busca de alimento para comer y cenar. Llegando a la iglesia de Les Villajes, saco foto de un tronco desmochado que, aunque no se le ve herido por ningún rayo, ni en su mitad podrido, sí le asoma una ramita verdecida y me sirve para reconciliarme y recordar agradecido a Antonio Machado.

Se hace camino al andar. Antes de ir al supermercado, saco una foto más cercana de la iglesia, que no puedo visitar por estar cerrada. 

Una mujer me dice que no me pene, pues no tiene nada de interés. Entro al Centro Comercial, pero me equivoco ya que, en el previo, no hay nada de alimentación. Después, en un supermercado que desconoces, se pierde mucho tiempo en encontrar las cosas que quieres. Más si no sabes lo que quieres y que vas seleccionando sobre la marcha con intención de volver donde has fichado alguna alternativa. Tampoco es fácil decidir qué vas a comer y cenar para que ni te sobre ni te falte. Es una pérdida de tiempo, pero le tengo que dedicar todo el necesario. Veo un pan con cereales al mismo precio que el normal y me animo a cogerlo, encuentro un bote de lentejas, unas tejas de almendra de postre, queso mascarpone con gorgonzola, como ingrediente con reminiscencias peliculeras. Lechuga, dos tomates, un pepino y una botella de sidra. Como cenaré con la familia feliz, llevo una piruleta para Violette, aunque consultaré previamente a sus padres. Espero que lo comprado sea suficiente y no me sobre nada. Los 26,88 € que pago en el Geant, van a ser los últimos que pague con Visa de mi viaje veraniego de 2012. En Rennes no haré ningún gasto. En Nantes y Bordeaux me iré gastando 14,20 € pero lo pagaré en dinero efectivo. Cuando haga las cuentas, debo regularizar 10 € que. o los he perdido, o no sé dónde los he gastado. Un error imperdonable en alguien que fuera contable, pero que confirma la regla del orden en controlar mis pagos. También he sacado 200 € que me permiten tener la seguridad de que no voy a pasar penurias financieras, aunque me repatea tener que dar 8 € al banco por sacar un dinero que es mío. Y para terminar el tema de mis cuentas, el resumen final de gasto va a ser de pagos en efectivo 611,98 €, con Visa 2.223,03, que hacen un total de 2.835,01 €. Para que el coste final del viaje sea más exacto, tendría que añadir el pago del 33% de la factura que me llegará del hospital de Douarnenez por 23 € y por el que el 5 de octubre pagaré en el Tesoro Público de Hendaye 6,90 € y descontar lo que la Seguridad Social me devolverá por las medicinas pagadas en la farmacia de Douarnenez 14,83 €. Las recibo el 19 de octubre, mucho antes de lo que me habían vaticinado.

Regreso al albergue y comida.
El recorrido hacia el albergue, está perfectamente indicado desde el Centro Comercial y llego sin ninguna dificultad. Me meto en la cocina y preparo media lechuga, un tomate y medio pepino. Caliento media lata de lentejas y trituro el mondongo de carne contenida para que se distribuya bien entre las lentejas. Queda un plato muy rico. La ensalada la aderezo con un vinagre de chalota que encuentro, bastante flojo, pues no me atrevo a empezar el balsámico de Módena de mis amigos, aunque sí su aceite. Es muy bueno. Aunque me han dejado la sartén, los dos filetes los dejo para compartir por la noche. Como un plátano de postre y me hago un chocolate soluble con el agua que se ha calentado Simone, la marsellesa, para su infusión. He intercambiado unas palabras con ella, pero subo a mi habitación para poner señas a las postales que me quedan por mandar. Las otras once ya las he depositado en La Poste. Mientras escribo, empieza a llover. Me alegro que sea ahora, pues ya estoy a cobijo, pero lo siento por el trío de amigos que han alquilado bicis para hacer una pequeña excursión.  
 
El último dibujo.
Cuando me canso de escribir, bajo al patio para buscar un motivo para dibujar. Un hombre espera en recepción la llegada de Gwen. Hace tiempo para formalizar la inscripción hablando conmigo. También es del sur de Francia, creo recordar que me dice que vive en Toulouse. Ha venido desde allí en bici. No sé si de una tirada o en varias etapas, pues desconozco el tiempo que se necesita para hacer ese recorrido. Ha llegado hecho polvo arrastrando sus pesadas faltriqueras. Se llama Javier, parece que lo escribe como yo, y le digo que a lo mejor le meten en la misma habitación que a mí. Me dice que no, pues tiene intención de montar la tienda. No sabía que éste, además de albergue, también se podría utilizar como camping. Llega Gwen y yo me voy hacia el mini-golf. Allí me pongo a dibujar. Elijo como motivo parte de los dos edificios con un antiguo horno de pan, que sitúo en lugar central del dibujo. Es el lugar donde Javier montará su tienda. Empieza a chispear de nuevo, pero me da tiempo a finalizar mi dibujo a pincel.

Un rato de charla con Gwen.
Le cuento que ya he ido a reconciliarme con Saint Brieuc y me lamento por no haber coincidido con ningún espectáculo cultural, nada musical. Le pido el ordenador para poder mandar un mensaje de culminación de viaje a todos los amigos de los que sólo dispongo de correo electrónico y, aunque no es habitual, accede. Si llegara algún cliente, se lo tendría que dejar. Aunque lo intento, no consigo enviarlo con los nombres ocultos, a pesar de la recomendación de mi hermana, y no me lleva más de cinco minutos. Agradezco a Gwen el favor y me voy para continuar escribiendo las postales. Como Gwen no se va hasta las nueve, dice que pasará por la cocina para despedirse. Terminadas de escribir las postales, bajo a la cocina.

Cena exterior en el ocaso del día.
Padre e hija han recogido palitos del suelo y hecho un fuego para la barbacoa. Será un fuego adecuado para sus pinchos morunos, pero arruinarán mis dos filetes, que no se podrán hacer “bleu”, sangrantes. Me ofrecen una especie de couscous, pero yo prefiero comer lo que me queda de ensalada, y la sobrante del mediodía media lata de lentejas. Éstas las comparto con Violette, quien se verá muy contenta con la piruleta de gominolas que le he regalado. Se nos ha incorporado Simone pero, entre que va a su bola y que no hace ningún esfuerzo para que yo le entienda lo que dice, lo único grato de su presencia es que me ha ofrecido un vaso de vino de la botella que ha abierto sólo para ella. Simone parece que habla sola, como si se estuviera dando auto-instrucciones. A lo mejor su comportamiento es debido a que le da al morapio pues, más tarde, nos contará una historia de un albergue en que aseos y duchas eran a compartir por hombres y mujeres, donde un hombre estaba allí en gayumbos tan ricamente y sin sentir pudor alguno. Conversamos algo con coherencia, pero va a ser una cena bien distinta de la de la noche anterior, donde la única que demandaba atención era Violette. Hoy la atención la debe compartir también con Simone.
 

Saco una foto con el sol de ocaso, ya escondido entre las casas, un rojo atardecer, y a Philippe entretenido con Violette en mantener el fuego y controlar para que no se quemen sus pinchos morunos. Sabine espera en la mesa con todo listo para empezar a cenar. Casi en los postres, Violette se termina de comer las lentejas, ya frías. Como algo del mascarpone-gorgonzola, abro y reparto las tejas de almendra. Las 4-5 que quedan, junto al resto de queso, algo de pan y el plátano los guardo en el Frigo para llevármelos mañana para comer en el tren de regreso, pero se me olvidarán allí y, supongo, al pasar algunos días alguien se lo comerá o tirará a la “poubelle”, cubo de la basura. Llega Gwen y nos despedimos. Ya tengo el teléfono para empezar en este albergue el próximo verano. Haré la reserva con tiempo suficiente, pero Gwen ya no estará aquí de recepcionista. Nos despedimos hasta el desayuno de mañana. Continúo con cinco postales más y me acuesto. Mañana acabaré las cuatro restantes. Sé que este año no he mandado postal a algunos fijos de otros años, y lo he sustituido por e-mail. Cierro la ventana y dejo la manta puesta, aunque la retiro de madrugada. Lo mismo hice ayer noche, por el exceso de calor. Durante la noche oigo llover y también al amanecer. Esta noche no he visto ni luna, ni estrellas. Bajo dos veces al retrete para orinar, sólo cubro mi cintura con la toalla. Dejo la puerta de la habitación abierta y la luz encendida para poder ver la salida. Espero no encontrarme con Simone. No le quiero escandalizar. Hoy ya, fuera de camino, no hago balance de la jornada.

Etapa 66 (357) Plérin (Les Rosaires)-Saint Brieuc



Etapa 66 (357). 12 de agosto de 2012, domingo. 
Plérin (Les Rosaires)-Plérin Saint Laurent de la Mer-Plérin sous la Tour-Plérin Le Légué-Saint Brieuc-Les Villages-(coche)-Saint Brieuc.


Creía que había dejado atrás Plérin y va a resultar que todavía me quedan por delante, hasta llegar a Saint Brieuc, infinidad (4) de Plérin (es).




Despertar en Les Rosaires.
He dormido bien en esta playa nudista. Me despierto a las 6:45 horas y todavía luce en el firmamento la luna, aunque ya muy menguada. El sol está oculto tras la Pointe d’Horaine. Saco foto hacia la claridad, desde la roca donde he dormido, con intención de que saliera la luna, pero está más alta y no la capta mi cámara.
 

Otra hacia el mar. Aquí se aprecia mejor mi cama y las dimensiones de la roca protectora. Orino, tomo la pastilla y bebo agua Evian. Me visto recojo todo y para las siete ya estoy en marcha por la playa hacia los cantos rodados que es por donde ayer vi que arranca el sendero GR-34 hacia la montaña que va por encima de la playa.

Hacia Plérin-Saint-Laurent-de-la-Mer.
Inicio el camino retrocediendo hacia Plérin, el Plérin por el que pasé ayer camino de la plage Les Rosaires, que no sé si llevaba algún epiteto, como los siguientes Plérin que voy a ir viendo esta mañana.
 

Saco foto de este recorrido hacia atrás y llego al lugar en que el GR-34 abandona el pedregal de cantos rodados y se introduce en el bosque por un sendero ascendente y realmente bonito. Primero será un túnel abierto en la maraña de ramas de árboles y arbustos.

 
Debo aquilatar bien el espacio, centrarme y agacharme en ocasiones para que mi mochila no se enzarce. Veo un sendero casi vertical hacia la playa, pero no sé si enlaza con la nudista. Se podría pensar que sí. A lo mejor sólo es un tramo que lleva a una atalaya propicia para los mirones. Cuando llego a la cima, saco foto de la playa de los Rosarios, aunque la maraña vegetal no me permite ver el lugar en que he dormido.


Me hubiera agradado fotografiarlo desde la cima. El sol ya ha superado el horizonte, pero se ha ocultado entre las nubes. Aprovecho que tiene disminuida su gran potencia lumínica, para retener la imagen del astro rey deslizándose por el mar. Voy en dirección a la Pointe d’Horaine. En este tramo el sendero se inclina hacia el mar y da poca seguridad, pero no será por mucho tiempo.

La ensenada Martin, playa e isla. 
La Roche Martin.
Enseguida llego a la costa del otro lado del cabo. Veo la playa y la Roche Martin. Un islote en medio de la bahía. Ya estoy en el conjunto de calas y sedimentos de la bahía de Saint Brieuc, donde desemboca el río Gouët, el más caudaloso de esta zona. El sol sigue oculto tras la nube y me permite apreciar bien el islote y el otro lado de la bahía, a la que tardaré casi un año en llegar.
 

Lo haré en el verano próximo de 2013. Saco una serie de fotos de acercamiento a la playa Martin y a su roca islote característica, la Roche Martin. Los rayos del sol que se reflejan en el mar, ya desaparecen en la siguiente, donde la nube espesa retiene y contiene al sol dentro de su masa etérea.
 

Pero durante un tramo tendré que olvidarme de la costa, puesto que el camino se adentra y los árboles no me dejan verla. Uno de estos conjuntos arbóreos, cuyo tronco parece muerto pero que, sin embargo, verdea en las alturas, se inclina ante el caminante y le ofrece su rendibú (“randez vous”). Un gesto de pleitesía, de acatamiento, que agradezco y paso gustoso bajo el arco de triunfo que me ofrece. Realmente, después de 66 días caminando, acepto el premio.


Me siento triunfador y un privilegiado por haber conseguido llegar hasta aquí. Tengo mucho que agradecer. Saco foto al árbol que me homenajea cuya rama se dobla y me inspira para este comentario. He vaciado lo que queda de la botella de Evian en mi botellín, pero debo ir con el envase en la mano, ya que hasta no llegar a Plage Martin no encuentro un contenedor.


La playa es muy tranquila y recibe a un mar pausado y pacífico que apenas desliza sus mínimas olas por su arena. La foto que saco cuando estoy arriba, me ofrece el recorrido que hice ayer desde Saint-Quay-Portrieux. La parte norte de la playa ofrece dos salientes roqueños que, seguramente, serán el deleite de los pequeños y me los imagino más tarde, hoy domingo, disfrutando con cubos y reteles para capturar pececillos y quisquillas.
 

Luego me centro más en la Roche Martin, a playa pasada, y hago una ampliación de la isla que recibe ese nombre, pues hay una zona que ofrece rocas blancas coronadas por una cruz. Es un bonito contraste este de la roca de arenisca y roca sedimentaria, con este blanco que parece artificial. San Martín habría sido bonita playa para darme un baño y, aunque la playa está desierta y no habría tenido problemas para bañarme desnudo, a estas horas tempranas, 7:30 de la mañana, todavía hace frío. 
 
Pierdo la oportunidad de baño, ya que después no veré playa para hacerlo. Serán casi todas fangosas y poco apetecibles. El sendero asciende de nuevo.

Plérin-Saint-Laurent-de-la-Mer. 
Le Fout à boulets.
Siguiendo adelante, me acerco a una construcción baja donde leo y me entero de que es un horno donde se fundía hierro y fabricaban herramientas. Una fundición en miniatura.


El sendero bordeante sigue siendo magnífico y al doblar la zona del horno ya me topo con Saint Laurent, al fondo. Las playas que se me empiezan a ofrecer son de las propias de marisqueo, con las arenas mezcladas, con lodos y guijarros, poco apetecibles para baños. Exigen caminar mucho para llegar al agua en marea baja, a un agua poco profunda que nunca acaba de permitir nadar a gusto. 

El GR-34 comparte trazado aquí con el denominado Sendero Robinson Crusoe. La playa que está delante de Saint Laurent está plagada de barquitos que, con esta marea baja, todos están en dique seco, con la quilla y la panza sobre la arena. Me costará una media hora pasar este tramo de Plérin hasta llegar al puerto.
 

Lo que veo de él es un espigón con su pequeño faro de bocana, pero donde no se ve ningún barco. Si alguno quisiera salir al mar, necesitaría una dragadora perenne abriendo camino. En la parte baja del acantilado se ve un paseo marítimo, que no es otra cosa que una plataforma de cemento. En la playa duerme una pareja en algo que desde arriba no distingo bien, pero que podría ser una colchoneta.
 
En el plan que voy yo, las ocho y media me parece una hora tardía para levantarse, pero no sé si ellos han trasnochado, ni la hora en que se han acostado. ¡Que sigan durmiendo! Bienaventurados los que duermen, porque así no se enteran de lo que ocurre en el mundo. Tras pasar el pueblo, el paseo marítimo elevado, el puerto por el otro faro de bocana, la Pointe de l’Aigle, el cabo del Águila, llego por fin a carretera.


Plérin-sous-la-Tour.
Este es el nombre que figura en la carretera y, como al otro lado de la ría veo una torre muy deteriorada, pienso que este nombre lo recibe Plérin de ella. Plérin bajo la Torre. Ahora empiezo a ver la evidencia. El puerto que acabo de pasar es la bocana de salida del río Gouët y, al otro lado del mismo, las casas de arriba, todavía lejanas, corresponden ya a Saint Brieuc.
 
Me sorprende ver que este río, tan cercano a la desembocadura lleve agua, sabiendo que la marea está muy baja, pero podré comprobar que este agua se mantiene así gracias a las esclusas.

Plérin-Le-Légué.
Ya con más barcos en el río Gouët, llego a Plérin-Le-Légué. Se ve que hay una industria portuaria al otro lado. Aunque condicionada en cuanto a transporte por las mareas. El próximo año lo veré mejor, ya que será por ese lado por donde comenzaré mi caminata costera de la Bahía de Saint Brieuc. De momento lo que me urge es desayunar, ya que han dado las nueve y ya es hora de que lo haga. Pero no parece que va a ser fácil encontrar lugar adecuado. 

Estoy llegando a otra zona de embarcaciones donde, a lo lejos, ya se ve el viaducto que soporta la carretera de la auto-ruta, que me recuerda a la de Morlaix y que tiene visos de ser la que enlaza las dos ciudades con la capital, París, por un lado, y Brest, por el extremo más occidental. En un espacio amplio de una plaza, empiezan a montar el mercadillo dominical. Todavía no se observan compradores de lo que vayan a ofrecer. Yo, desde luego, no estoy en condiciones de comprar nada y ni me molesto en ver lo que ofrecen. Si no encontrara ningún local abierto para desayunar, probablemente pondría más atención y me agenciaría avituallamiento.

Port Légué. Desayuno en Le Grand Lejón.
Encuentro café para desayunar pero, aunque no es Tabac-PMU, el sistema es el de siempre. En la panadería compro el croissant (1,60 €) y en la cafetería el café con leche (1,40 €). Aunque puedo hacerlo esta tarde, tengo necesidad de escribir, pues todo lo que ocurrió en la tarde de ayer se me va a ir olvidando si no lo plasmo pronto en el diario. 
 
Casi tengo la certeza de que no voy a tener ningún problema para albergarme en el Auberge de Jeneusse. La camarera del bar le ha comentado a la cocinera mi intención de pernoctar en el albergue y me da las instrucciones necesarias de cómo llegar a Les Villages, que es el barrio de Saint Brieuc donde se encuentra el albergue juvenil.
 

Al salir, agradezco a las dos la información. Según comenta un cliente, que está de pie en la barra, en el albergue debe haber sitio de sobra. La verdad es que, en tanto no tenga el billete de regreso, no voy a saber si me conviene estar aquí una o dos noches.

Saint Brieuc. Auberge de Jeneusse. Gwendoline.
Cuando avanzo suficiente en el diario, voy hacia un puente que cruza al otro lado del río Gouët, que aquí es puerto Légué. Nada más cruzarlo ya he dejado atrás Plérin y empiezo a subir la cuesta que me va acercando a Saint Brieuc. Me han dicho que el albergue está muy bien señalado en los paneles de la carretera, pero lo cierto es que no veo ninguna indicación. Tengo necesidad de preguntar varias veces. Sin parar en el centro de la ciudad, soslayándolo, consigo llegar pasadas las doce a Les Villages y pillo a Gwendoline por chiripa.
En coche a la Gare SNCF de Saint Brieuc.
Gwendoline cierra la recepción después de hacerme la reserva para esta noche y me ofrece la posibilidad de llevarme en su coche a la ciudad para que pueda comer y para que coja los billetes de tren de regreso a Hendaye. No es cuestión de desaprovechar la oportunidad que me ofrece, y aunque se puede decir que ya he acabado mi viaje, en realidad, como luego volveré caminando de nuevo al albergue, daremos el día de hoy como completo incluido en el mismo. Todavía me tienen que pasar cosas interesantes. Cuando Gwendoline me deja en la estación, no puedo hacer la gestión de los billetes, puesto que no abren la taquilla hasta las 12:45 horas. Por ello, voy a buscar un lugar adecuado para comer, y dejo la compra de los billetes para después. Saco foto de la fachada de la estación del ferrocarril y sigo al centro.

Oficina de Turismo. 
Yannick Mounier. La Cuissine du Marché.
Voy hacia el centro de la ciudad buscando restaurante y encuentro la Oficina de Turismo. Pido que me pongan el tampón: Office du Tourisme de la Baie de Sain-Brieuc, es lo que pone en el sello que me han puesto en el diario y me orientan hacia la catedral. Por allí puedo encontrar restaurantes para comer.
 

Entro por un soportal donde hay un restaurante que llena de mesas su entorno más próximo y parte de la calle, se trata de La Cuissine du Marché. Pienso que en una cocina con productos del mercado se puede comer bien, pero me equivoco. Pido potaje de verduras y me sirven algo que pudiera ser la guarnición de un plato de carne, pero sin la carne. Unas pocas zanahorias, vainas verdes y coliflor, desangeladas, con muy poca gracia. Si al menos hubiera algo de aceite de oliva virgen extra para chorrear por encima… Menos mal que lo tienen y le puedo añadir algo de sabor. Hay una oferta de dos pescados y uno de ellos es ahumado y los temo, pido otro pescado blanco que me sirven con salsa rosa. Tampoco tiene ninguna gracia y lo acompañan las mismas verduritas que me han servido con el primer plato. No pido postre y voy a pagar. Me piden 24,50 €. Me parece una cuenta excesiva y pongo mala cara. Compruebo que han incluido un postre que no he comido. La mujer me hace nueva cuenta y me pide 22,50 €. Como he comido mal y caro, lo único que deseo es pagar y marcharme de allí cuanto antes. Mi enfado no me deja pensar y, por la diferencia de dos euros, al menos, podría haber comido un postre que en cualquier sitio me va a costra más.
 
Pago con Visa y le digo que es la peor comida que me han servido en mis 66 días de viaje (omito el maquereaux de ayer pues, aunque malo, fue barato), pero a ella le da igual. Desde luego, tengo claro que el próximo año no volveré a comer aquí. Dos mochileras inglesas se asoman, miran y se van. Aciertan. No seré yo quien les anime a quedarse. Voy hacia la catedral.

Catedral de Saint-Brieuc.
Llego enseguida. Es una catedral ecléctica, donde se mezcla infinidad de estilos y épocas.


Antes de entrar saco tres fotos de las diferentes fachadas. El ábside ofrece un conjunto de pequeños edificios que contienen capillas y parecen no pertenecer a la misma iglesia. Tiene torres y vidrieras grandes. La torre principal es austera. Pero por dentro es acojonante. Empleo esta palabra en el sentido de “dar miedo”. Me retrotrae a la época oscurantista del franquismo, donde el papel asignado a la iglesia por las jerarquías eclesiásticas, muy bien aceptado por el poder político no democrático de entonces, por los falangistas y toda la caterva de visionarios que dominaban la sociedad de entonces, era el de meter miedo. 


Miedo a los horrores del infierno, al pecado que nos iba a condenar al fuego eterno, miedo al demonio, al mundo y a la carne. Carne era equivalente a sexo, pero también si se quería comer carne los viernes, fuera de la cuaresma, había que pagar una bula al cura para quedar dispensados. Se pagaba, y el cura extendía una bula que autorizaba a comer carne. En todo esto voy pensando mientras visito el interior de la iglesia.



La nave central es luminosa, pero las dos laterales y las capillas son oscuras y parece que te metes en un laberinto de donde casi parece imposible salir. No hay bancos corridos y las sillas sueltas pueden ser quitadas y puestas según convenga. Eso permitirá el uso del espacio para otros espectáculos.

El altar mayor es austero y no ofrece retablo, lo que me parece divino. Basta con la girola. A lo largo de las paredes se puede hacer un recorrido que parece un Vía Crucis, con sus estaciones modernas pero que imitan piedra labrada antigua. Me gusta la forma, pero no el contenido. Pareciera un ejercicio de terror, donde los cuerpos humanos parece que son masacrados, con tormentos insufribles. ¡Qué horror!


Las columnas son sólidas, cilíndricas, pero con poca gracia. Mantienen el púlpito, que ofrece una labrada talla en madera. El techo que ofrece este púlpito, también de madera labrada sirvió, como todos, para expandir por el templo la voz tonante del sacerdote, destinada a amedrentar a los fieles crédulos, que no creyentes.
 
¿Cómo permitíamos que nos amargaran así la existencia? No es que ahora esté el mundo mejor que entonces pero, al menos, nos hemos librado del poder de esa iglesia oscurantista. Se han perdido muchos valores que habría que recuperar, y el valor supremo lo ostenta hoy, en la sociedad de consumo, el consumo mismo y el afán de poseer. Algo que, si no conseguimos erradicarlo, nos va a masacrar. Ese está siendo el verdadero infierno del presente y va a ser el del futuro.

 



El ara del altar mayor es recia y ofrece pesantez. La luz que penetra por la vidriera del crucero es lo más interesante y alegra un poco la austeridad de esta iglesia catedral.


El coro con el órgano también llama la atención, y ofrece poco sitio para el organista y para el caso en que hubiera voces de coros que cantaran. Capillas altas con escalones de acceso, hacen más laberíntica esta iglesia.









Los nichos de los benefactores y donantes, se reparten por estas capillas laterales. Más rincones y vericuetos, la hacen más lúgubre.
 

Como contraste, un santito colgado a media altura de una recia columna, da la nota pintoresca y casi resulta hasta divertido mirarlo. Va con una camisola blanca, pero no logro saber a qué santo representa. ¿Será Saint Brieuc? Supongo que, de existir tal santo, le reservarán algún espacio de mayor privilegio. Para final, entre dos nichos sin estatuaria yacente, hay otra manifestación de eso que yo he llamado estación del Vía Crucis y que ofrece dos piernas distorsionadas, que parece están sufriendo tormento.

Con esta imagen y con la sensación de haber asistido a un suplicio, salgo de esta iglesia catedral de Saint Brieuc. Espero no volver a entrar a este reino del terror. He vuelto a mi niñez en un día en que he terminado un viaje en el que me he sentido como un niño, con el que voy recuperando el niño que nunca dejé de ser, aunque hubo un tiempo en que lo estaba perdiendo. Creo que lo más pavoroso han sido las estaciones del Vía Crucis y me parece que precisamente es la estatuaria menos antigua de la iglesia. Parecen obra de un escultor moderno. Ha habido un momento en que, como Francisco de Asís, me han entrado ganas de desnudarme dentro del templo. Una reacción que hubiera considerado adecuada contra tanto despropósito. Espero que las fotos que he sacado ilustren algo de mi sentir, que no tiene por qué ser compartido por mis escasos seguidores de este blog.

Un paseo por el centro de la ciudad.
Salgo de la catedral y, subiendo por una calle, me encuentro a las dos inglesas comiendo en una terraza. Me dicen que empezaron a caminar en Morlaix y es muy probable que acaben su camino hoy y aquí. Les digo que yo esta noche dormiré en el Albergue juvenil, pero ellas van con tienda de campaña y dormirán esta noche en el camping.
 

Un joven me pide fuego y le digo que fumar es malo para la salud y pasamos a hablar de fútbol, balonmano y baloncesto. Quiero ir hacia la estación, pero me he desorientado. Un chico me reorienta. Paso por un edificio que parece pudo ser iglesia y que ahora están rehabilitando con otros fines más paganos. El joven no sabe cuál será el uso final. Tiene la fachada cubierta con un entramado de mallas translúcidas. Están cubiertos así los elementos que me podrían ayudar a identificar el edificio. Esta va a ser la última foto que saco hoy en Saint Brieuc y así finalizará el reportaje de mi viaje en activo. Mañana habrá más con el epílogo y pasado mañana el regreso a casa, pero ya no pertenecen a mi camino. Al pasar por el Teatro, veo que ya no va a haber ninguna representación hasta setiembre. No tendré oportunidad de ver nada como colofón de mi viaje. Así no tendré oportunidad ni motivo para salir por la noche del albergue. Los espectáculos gratuitos que se celebran en la plaza suelen hacerlos los viernes y los sábados, así que hoy tampoco aquí no habrá nada para disfrutar. Parece que en esta plaza hay buen ambiente desenfadado y propiamente veraniego.

SNCF. Comprando billete para el regreso.
Tengo mucha suerte. Al llegar al puesto de venta de billetes, la chica que lo atiende está sola y me pregunta qué quiero. Mientras me atiende se forma una gran cola. ¡De la que me he librado! He llegado en el momento oportuno. Le digo que quiero llegar en el día a Hendaye. Aunque me recomienda París, yo prefiero evitarlo. Ese tramo ya lo recorreré el próximo verano. Quiero un viaje más económico, aunque llegue tarde a la frontera francesa. No me importa llegar tarde porque de la estación de Hendaia a mi casa sólo tengo 15 minutos andando. Me dice que tengo que hacer tres transbordos, el primero en Rennes, el segundo, en Nantes, y el tercero en Bordeaux. Hay una ligera variación con el que me había diseñado ayer tarde Patrick. El inconveniente son los transbordos y la posibilidad de que me pueda equivocar de tren. Tendré que poner los cinco sentidos en las tres estaciones. La ciudad en la que voy a estar más tiempo parado va a ser Burdeos. Aprovecharé para recorrer un tramo de la ciudad. Pago 100,20 € y lo hago con tarjeta Visa. Regreso hacia el albergue. Este es el billete y mi plan de viaje con bajadas en Rennes, Nantes y Bordeaux.

De la estación al albergue.
Elijo otro camino para el regreso. Al inicio parece que está bien indicado, pero luego vuelvo a perder las señales. Como antes he pasado cerca de un Lycée y éste sí está anunciado, va a ser mi referente para continuar. Antes de ir al albergue, compro un bocata, un pastel y una cerveza en Quai n 1. Pago 5,90 €. Me fijo en un edificio que tiene forma de barco. Un barco que no va a la deriva, no en vano está allí ubicado el Centre des Finances Publiques francés. Las Finanzas públicas están a buen recaudo. Bueno, están para recaudar de los ciudadanos. La clave está en saber manejar bien esos recursos financieros. Una vez llegado al Liceo, ya no tengo pérdida. Regreso al albergue. Unas chicas me abren la cocina. Meto en el frigorífico lo comprado. Me doy cuenta de que no he comprado fruta. Pruebo un poco de un líquido verde con agua y luego otro poco de coca-cola con gaseosa sin gas y ¡puaf! ¡Qué asco! Me está bien empleado por hacer guarradas con algo que no es mío. Cierro la puerta de un portazo, si no, no hay forma de que se cierre. Husmeo por duchas y retretes y me siento en un sofá. Durante un rato estaré escribiendo y haciendo las cuentas. Antes de que den las cinco regresa Gwendoline. Dejo de escribir y contrato dos noches: 41,60 € que pago con Visa. En el cargo de Caja Laboral figura con el nombre de AJ (Auberge de Jeneusse). Contempla el precio de dos camas y dos desayunos. Mañana compraré en supermercado comida, cena y postales. Después de la experiencia de la mala comida de hoy, creo que comeré y cenaré mejor con la comida que yo mismo me haga en el albergue. Ya tenía la clave para entrar en el recinto, por si salía por la noche, ahora la misma clave me sirve para entrar en la cocina, comedor, y mesas de la terraza, en el jardín exterior. La habitación que me toca está bien. Creo que hoy me ha tocado el calzoncillo que no se me cae, el menos cedido. Creo que este año también llegaré a casa con más de siete kilos de menos. La ropa que me he quitado y que no voy a lavar la meto en una bolsa para lavarla ya en casa. Aunque, a lo mejor, tiro ya la camiseta que ya se está desgastando y con algún agujero y el calzoncillo cedido. Ya veré. La gris que llevo puesta también se ha empezado a agujerear. Lo mejor será que me compre un par de camisetas nuevas. Pero no lo voy a hacer en las rebajas francesas. La mesa de la habitación la coloco debajo del tragaluz y cuelgo mi toalla azul de la litera de arriba, a que se seque para mañana. Es casi seguro que hoy ya no tendré acompañante de habitación. Coloco las pastillas de Indapamida en las siete casillas del estuche, listas para la próxima semana. Escribo las diez postales que compré en Ploumanac’h, la costa de Granito Rosa.

Cena frugal en el albergue.
Luego bajo a cenar a la cocina. Como el bocadillo, el pastel de manzana y la cerveza. Coincido entrando en la cocina con un matrimonio joven con niña. La niña marca la clave para entrar. Será un buen encuentro, como el de Gwen, como colofón del viaje. La niña se llama Violette. Philippe está preparando tomate con panceta para la cena de su familia. Cuece también pasta margarita, que luego me ofrecerá. No acepto pues me da la impresión de que no es mucho para los tres, aunque no sé lo que comerá Violette. No tienen inconveniente en que coma en la misma mesa de ellos, aunque cada uno comiendo lo suyo. Prefiero estar acompañado que solo. Doy por finalizado mi viaje en soledad. El bocadillo que he comprado es de salchichón y está jugoso gracias a la mantequilla y comiendo el pastel de manzana acabo la cerveza. Es curioso que la madre de Violette se llame Sabine, como mi madre. Con la variante idiomática de su “e” muda y la “a” sonora de mi progenitora. Sabine es una mujer maternal, amorosa y configuran, con Philippe y Violette, una familia que se podría calificar de ideal. Philippe muestra una gran capacidad para la escucha activa, muestra empatía, sabe colocarse en el lugar de su interlocutor. Es receptivo a mis manifestaciones de alegría y de dolor cuando le voy narrando acontecimientos y circunstancias de mi viaje. Puede que esa capacidad la haya conseguido después de trabajar cinco años con personas con enfermedad mental. O quizás ya la poseía y se ha desarrollado más en contacto con ellos. Ahora se dedica a la informática y ha trabajado en ese tema en varios países europeos. Ella trabaja en una biblioteca. No sé si coincide exactamente, pero interpreto que estudió Biblioteconomía. Parece ser que en Francia también se denomina así. Me ofrecen tomate, pero yo ya he tomado el postre y tampoco acepto. Quedamos para cenar juntos mañana. Pero nos veremos primero en el desayuno. Les he contado varias historias que me parecen clave de mi viaje. También les digo que soy consciente de que invito a muchas de las personas que me encuentro en el camino a desarrollar su piedad, apiadándose del caminante y que soy receptivo y agradecido, y acepto las caricias, los regalos, que me ofrecen. Le hablo de la Piedad de Miguel Ángel y la comparo con la de Oteiza en Arantzazu. Philippe muestra interés en conocer esa piedad inconformista de Oteiza. Una piedad que a la vez de invitar a apiadarse de su dolor, es crítica con el responsable de la muerte de su hijo. Les cuento lo de la bretona: “tu confianza te da la seguridad”, las dos noches en mobil-home, en un caso invitado por portugués y en el segundo por mañica. La noche anterior a llegar a la isla de Batz, fue un francés el que me dejó su sanitario auxiliar y todavía quedaba la noche en sótano de hotel en Sain Quay Portrieux. Y Annick y Pierre y Huguette, y Patricia que, si hubiera llegado a Guerande después del 8 de julio, también me habría atendido bien. ¿Aprobaría las oposiciones? Y tantos otros: Pierre le cordonnier de Parentis, o los de la cabaña en la playa de Segnosse, o los pasos en barca de Cedric y Lionnel. (Cuando voy escribiendo esto en el tren, en el primer tramo del martes, antes de llegar a Rennes, las lágrimas me brotan de los ojos, recorren mis mejillas y se acaban perdiendo en mi barba. No son lágrimas vanas). Antes de acostarme, por sugerencia de Philippe y para que no vaya a más mi carraspera de garganta, me tomo un Paracetamol. Nos despedimos hasta mañana.

Balance del último día.
El camino ha sido solo de mañana. Buen despertar en Les Rosaires como último día durmiendo en la playa. El camino ha sido bonito y variado. Una lástima que no me apeteciera el baño en Roche Martin. Ha sido la playa más bonita vista esta mañana. Las últimas comidas han sido para olvidar. Bien atendido por Gwen en el albergue. La catedral de Saint Brieuc me ha acojonado y devuelto a la niñez oscurantista del franquismo. Resuelto el viaje de regreso. Bonito encuentro final con Philippe, Sabine y Violette.