Etapa 58 (349). 04 de
agosto de 2012, sábado.
Morlaix-Ploujean-Dourduff
en mer-Plounezoc’h-(coche)-Barnenez-(coche)-Térénez-Saint
Samson-Primel Trégastel-Plougasnou-Saint Jean du Doigt.
Amanecer en el
albergue de Morlaix.
A las siete y diez,
suena una musiquilla de reloj y soy el primero que me levanto. Cago y
ahora sí echo la bomba. Me afeito, lavo, recojo las sábanas y hago
las mochilas. Bajo las escaleras y tiro las sábanas al cestón. “A
Cestona”, como diría el que fue mi jefe, Paco Garmendia. Haciendo
tiempo para que dé la hora del desayuno, me pongo a escribir. Llegan
dos de las monitoras y hablo con ellas en francés. Lo hablan mejor
que yo. Hablamos de la sesión de noche y les transmito lo que me
emocionó. Me dicen que, lo que leyó el chico, fue un poema escrito
por él. Lo que contaba la chica era sobre los dolores de cabeza que
sufre y su amiga le corregía o hacía puntualizaciones para hacer
más comprensible su discurso. Les digo que yo trabajé también con
un colectivo similar y les pregunto cuál es el ratio. Me dicen que
uno a uno. Cada monitor tiene un minusválido a su cargo. “No os
podéis quejar, ni ellos tampoco”, les digo. Sigo escribiendo y, pasadas las ocho,
voy al comedor.
Desayuno en otro
comedor.
Al fondo, en una mesa,
están las cinco inglesas. Al sexto puesto le falta el bol y se lo
voy a decir a la única responsable del comedor que veo, una chica
alta y delgada (como tu madre, morena salada). Me dice que yo tengo
que desayunar en el otro comedor, el reservado a los no clientes. No
entiendo nada. ¿Acaso no soy yo también un cliente como los demás?,
parece ser que no. Total que tiene que preparar un
café sólo para mí y que, casi todo, se va a quedar allí
enfriándose sin nadie más que se lo beba, ya que yo me echo la dosis
mínima habitual, pues sólo lo uso para manchar la leche. Como en
ese comedor no hay leche caliente, regreso al otro comedor y la cojo
de allí. Me da lo mismo que me corresponda esa leche como que no.
Termino los dos “culos” de zumo que quedaban en los dos
tetrabriks abiertos y abro un tercero. Cojo más de media baguette y
la troceo en tres y embadurno cada trozo en margarina de girasol y
extiendo tres terrinas de mermelada. Puedo desayunar más cosas, pero no
me gusta abusar.
Tras el desayuno, vuelvo al comedor y me despido de mi benefactor, al que agradezco su gesto de ayer tarde, al ofrecerme la cama libre de su dormitorio.
Tras el desayuno, vuelvo al comedor y me despido de mi benefactor, al que agradezco su gesto de ayer tarde, al ofrecerme la cama libre de su dormitorio.
Visita a Morlaix. La
Manufacture
Voy por mi equipaje y
salgo del albergue ya cargado con mis mochilas. Voy hacia el pabellón
de La Manufacture, que ayer noche apenas vislumbré. Se trata de un
espacio conformado por cuatro edificios que forman un rectángulo
interior.
En él se dan cursos y talleres para aprender jardinería y también para artesanos y artistas. En la fachada principal, la puerta que da acceso al complejo, ofrece sólo el nombre inscrito en el tímpano triangular propio de griegos y romanos y que se repitió en el estilo imperio. Pero no les basta con esas letras tan grandes, sino que redundando añaden cuatro paneles verticales con el mismo anagrama sin añadir ningún otro nombre complementario, algo que permitiera informar al foráneo. En los dos paneles de la fachada añaden que esa puerta conduce al patio de honor. Parece evidente que los usuarios y los habitantes del entorno ya conocen las actividades que allí se pueden poner en práctica y aprender. Como hoy es sábado, no se ve movimiento de aprendices. Entro en el edificio, cruzo el amplio patio, que no muestra adorno alguno, ni ningún servicio, y que no justifica que se le llame patio de honor. Es un patio desangelado y desaprovechado, pero tiene potencial para organizar manifestaciones artísticas, culturales y también mercados y mercadillos de artesanía. Me marcho sin saber su utilidad, después de haber entrado en la puerta de enfrente y haber visto que allí hay más oferta educativa y cultural.
Como luego voy a ver el mercadillo semanal de los sábados, al otro lado del viaducto, pienso que este patio tan honorable es poco apto para acoger un mercado de productos perecederos, por estar demasiado alejado del centro de población. Obligaría a demasiada gente, sobre todo amas de casa, a desplazarse demasiado de sus casas.
En él se dan cursos y talleres para aprender jardinería y también para artesanos y artistas. En la fachada principal, la puerta que da acceso al complejo, ofrece sólo el nombre inscrito en el tímpano triangular propio de griegos y romanos y que se repitió en el estilo imperio. Pero no les basta con esas letras tan grandes, sino que redundando añaden cuatro paneles verticales con el mismo anagrama sin añadir ningún otro nombre complementario, algo que permitiera informar al foráneo. En los dos paneles de la fachada añaden que esa puerta conduce al patio de honor. Parece evidente que los usuarios y los habitantes del entorno ya conocen las actividades que allí se pueden poner en práctica y aprender. Como hoy es sábado, no se ve movimiento de aprendices. Entro en el edificio, cruzo el amplio patio, que no muestra adorno alguno, ni ningún servicio, y que no justifica que se le llame patio de honor. Es un patio desangelado y desaprovechado, pero tiene potencial para organizar manifestaciones artísticas, culturales y también mercados y mercadillos de artesanía. Me marcho sin saber su utilidad, después de haber entrado en la puerta de enfrente y haber visto que allí hay más oferta educativa y cultural.
Como luego voy a ver el mercadillo semanal de los sábados, al otro lado del viaducto, pienso que este patio tan honorable es poco apto para acoger un mercado de productos perecederos, por estar demasiado alejado del centro de población. Obligaría a demasiada gente, sobre todo amas de casa, a desplazarse demasiado de sus casas.
El puerto y el
viaducto tren.
Enseguida llego al
puerto, que ayer vi de noche, cuando buscaba la cabina telefónica.
Hoy tampoco logro encontrarla. Debe estar escondidísima. El
puerto mantiene el nivel de agua pues, como puedo comprobar, no es
afectado por las mareas, ya que las esclusas y la voluntad del hombre
lo regulan. Todo el borde del río portuario está lleno de
jardineras coloristas. Flores rojas, la mayoría geranios y otras
campánulas azuladas y lilas, dan belleza al entorno.
En la parte final, ya que al llegar al viaducto el puerto se acaba, se ven unos pocos veleros, un pequeño yate y pocos barcos más. El puente, que yo creí romano por recordarme al acueducto de Segovia, aunque éste solamente tenga dos alturas de arcadas, baja la inferior y mucho más alta la superior. Está muy bien llamado viaducto, puesto que soporta las vías del ferrocarril.
Su imagen es más bella que la ofrecida por la autovía o autopista, que ayer pasé por debajo antes de entrar en la ciudad y que volveré a pasar luego, al salir. En éste está clara su función, ya que al acercarme, se ve con mayor claridad el entramado eléctrico necesario para la tracción de los trenes. Veo pasar un tren por su parte horizontal más elevada. Finalizado el puerto, ya entro en espacios abiertos de ciudad. Por detrás del viaducto ya asoma el campanario de la iglesia.
Paso por debajo del viaducto y la siguiente foto la hago con la iglesia como protagonista, sirviendo el viaducto de telón de fondo. Aunque en la última rehabilitación de la torre “clocher” han intentado disimular que se está resquebrajando, es evidente que eso ha ocurrido a partir de la cúspide del arco gótico vidriado. Probablemente la raja escalonada no irá a más. No la puedo visitar por estar cerrada.
En la parte final, ya que al llegar al viaducto el puerto se acaba, se ven unos pocos veleros, un pequeño yate y pocos barcos más. El puente, que yo creí romano por recordarme al acueducto de Segovia, aunque éste solamente tenga dos alturas de arcadas, baja la inferior y mucho más alta la superior. Está muy bien llamado viaducto, puesto que soporta las vías del ferrocarril.
Su imagen es más bella que la ofrecida por la autovía o autopista, que ayer pasé por debajo antes de entrar en la ciudad y que volveré a pasar luego, al salir. En éste está clara su función, ya que al acercarme, se ve con mayor claridad el entramado eléctrico necesario para la tracción de los trenes. Veo pasar un tren por su parte horizontal más elevada. Finalizado el puerto, ya entro en espacios abiertos de ciudad. Por detrás del viaducto ya asoma el campanario de la iglesia.
Paso por debajo del viaducto y la siguiente foto la hago con la iglesia como protagonista, sirviendo el viaducto de telón de fondo. Aunque en la última rehabilitación de la torre “clocher” han intentado disimular que se está resquebrajando, es evidente que eso ha ocurrido a partir de la cúspide del arco gótico vidriado. Probablemente la raja escalonada no irá a más. No la puedo visitar por estar cerrada.
Buscando la
Mediateca.
En el ayuntamiento “la
mairie”, me han dicho que la mediateca está por este lado, pero me
va a costar encontrarla. Por una de las calles veo el establecimiento
de una “cordonnerie” y me acuerdo de Pierre, el zapatero de
Parentis que me reparó gratis las sandalias. ¡Qué grato recuerdo!
Al igual que Pierre, “le cordonnier”, aquí también hacen
duplicados de llaves.
Cuando llego a la Mediateca veo que no la abren hasta las diez. No tengo tanta necesidad y no estoy dispuesto a esperar una hora a que la abran. Retorno al gran espacio de este lado del viaducto y la iglesia. En su parte central, donde también veré el kiosko de la música, está instalado el mercadillo ambulante de los sábados.
Cuando llego a la Mediateca veo que no la abren hasta las diez. No tengo tanta necesidad y no estoy dispuesto a esperar una hora a que la abran. Retorno al gran espacio de este lado del viaducto y la iglesia. En su parte central, donde también veré el kiosko de la música, está instalado el mercadillo ambulante de los sábados.
De lo que veo, hay dos
productos que destacan. Uno de ellos, las cerezas, hermosas pero con
un precio desorbitado, 18,80 € el kilo. ¿Habrá quien las compre?
Luego leo que provienen de USA. Parece que lo que las encarece es el
transporte, pero me supongo que la mayoría acabaran por pudrirse.
¿Tiene sentido esta sociedad de consumo que crea estos
despropósitos? El sistema de libre mercado sólo favorece a los de
alto poder adquisitivo y a los caprichosos, que suelen ser los
mismos, y que quizás sean los que más miran el gasto de diario,
aunque luego se lo gasten en otros actos que les dan una mejor imagen
de pertenencia a su clase social. Esta sociedad que cada vez es más
inhumana y que amplía de continuo la distancia entre los muy ricos y
los depauperados, acrecentado la injusticia social. ¿Qué necesidad
hay de traer estas “cerises” desde tan lejos? ¿Nos estamos
volviendo tontos? Razón tenía Pasolini cuando criticaba el
consumismo como uno de los mayores daños producidos a la humanidad.
Y lo hacía ya en los años 60 y 70 del pasado siglo, hasta que truncaron su vida y su obra. Y los políticos
legislan sin poner freno a tanta injusticia derivada y favoreciendo
siempre al poderoso.
Pero dejemos que estas cerezas se pudran y pasemos a la siguiente barca frutal, que también me ha llamado la atención. Se trata de las “artichaut”, las alcachofas, que todavía nadie me ha ofrecido en ningún restaurante. Son enormes, mucho más que las de Tudela, a que estamos acostumbrados en el País Vasco. Son de Bretagne, o sea, del país en el que estoy, y su precio es 1,10 €, aunque no sé si el kilo o la unidad. A lo mejor no entran más que dos, quizás tres, en un kilo. Sea lo uno o lo otro, el caso es que me parece un producto más asequible a la economía de una familia con poder adquisitivo mediano. Poco antes de acabar el viaje de este verano, tendré oportunidad de comer una alcachofa después de Paimpol y antes de mi colofón de viaje en Saint-Brieuc.
Pero dejemos que estas cerezas se pudran y pasemos a la siguiente barca frutal, que también me ha llamado la atención. Se trata de las “artichaut”, las alcachofas, que todavía nadie me ha ofrecido en ningún restaurante. Son enormes, mucho más que las de Tudela, a que estamos acostumbrados en el País Vasco. Son de Bretagne, o sea, del país en el que estoy, y su precio es 1,10 €, aunque no sé si el kilo o la unidad. A lo mejor no entran más que dos, quizás tres, en un kilo. Sea lo uno o lo otro, el caso es que me parece un producto más asequible a la economía de una familia con poder adquisitivo mediano. Poco antes de acabar el viaje de este verano, tendré oportunidad de comer una alcachofa después de Paimpol y antes de mi colofón de viaje en Saint-Brieuc.
Retrocediendo, por el otro lado de la rivière de Morlaix.
He comenzado el
retroceso. Llego al kiosko de la música. Lo llamo así aunque no sé
si en la actualidad cumple función musical. Se supone que, si no
hoy, que no lo sé, al menos en otro tiempo la ciudad dispondría de
banda de música y que éste kiosko cumpliría la función para la
que fue construido. Al igual que en el borde del río-puerto, aquí
también hay jardineras que lo embellecen dando colorido muy variado
a la plaza.
Voy hacia el otro lado del río y lo consigo una vez que ya he vuelto a pasar por debajo del viaducto. Es así como paso ya por el otro lado de La Manufacture. El edificio más alto también ofrece los mismos paneles verticales que el de la puerta con tímpano, por la que he penetrado antes al recinto llamado Patio de Honor. En esta parte hay más barcos, sobre todo, más veleros con sus altos mástiles.
Avanzando un poco más por el puerto y a punto de llegar a la esclusa que lo mantiene con el nivel de agua adecuado, ya veo al otro lado el albergue juvenil. Es el edificio que se ve algo elevado por el fondo, por delante de la zona arbolada. Con esta foto me despido de la ciudad de Morlaix y del buen recuerdo que me han dejado de ella y del albergue los belgas neerlandeses. Y a pesar de que, o gracias a que, el chofer era mujer.
Sin acabar el puerto, encuentro a una familia de ocas, quizás gansos, con sus polluelos. Lo que más me gusta de la foto de esta familia de ánades, es el reflejo en el agua de los mástiles de los veleros. Aunque no se vea ninguno, se sabe que están ahí.
A punto de llegar a la esclusa, con la foto de las últimas embarcaciones a vela, digo el último adiós al albergue juvenil.

A punto de llegar al mamotreto que sostiene la autopista, fotografío las últimas construcciones con que finaliza Morlaix y paso por debajo de esta horrenda construcción funcional, y que afea el paisaje que tanto desean preservar los bretones.
¡Lástima! Hubiera preferido que hubieran hecho algún puente más en lugares estratégicos y que me hubieran evitado hacer tantos recorridos de interior por sus fiordos, anses o abers, como ellos les llaman. Pasando por debajo de la auto-route veo que han instalado una “decheterie”, depuradora, que casi adorna el desaguisado. Al menos no se respira mal olor.
Voy hacia el otro lado del río y lo consigo una vez que ya he vuelto a pasar por debajo del viaducto. Es así como paso ya por el otro lado de La Manufacture. El edificio más alto también ofrece los mismos paneles verticales que el de la puerta con tímpano, por la que he penetrado antes al recinto llamado Patio de Honor. En esta parte hay más barcos, sobre todo, más veleros con sus altos mástiles.
Avanzando un poco más por el puerto y a punto de llegar a la esclusa que lo mantiene con el nivel de agua adecuado, ya veo al otro lado el albergue juvenil. Es el edificio que se ve algo elevado por el fondo, por delante de la zona arbolada. Con esta foto me despido de la ciudad de Morlaix y del buen recuerdo que me han dejado de ella y del albergue los belgas neerlandeses. Y a pesar de que, o gracias a que, el chofer era mujer.
Sin acabar el puerto, encuentro a una familia de ocas, quizás gansos, con sus polluelos. Lo que más me gusta de la foto de esta familia de ánades, es el reflejo en el agua de los mástiles de los veleros. Aunque no se vea ninguno, se sabe que están ahí.
A punto de llegar a la esclusa, con la foto de las últimas embarcaciones a vela, digo el último adiós al albergue juvenil.
A punto de llegar al mamotreto que sostiene la autopista, fotografío las últimas construcciones con que finaliza Morlaix y paso por debajo de esta horrenda construcción funcional, y que afea el paisaje que tanto desean preservar los bretones.
¡Lástima! Hubiera preferido que hubieran hecho algún puente más en lugares estratégicos y que me hubieran evitado hacer tantos recorridos de interior por sus fiordos, anses o abers, como ellos les llaman. Pasando por debajo de la auto-route veo que han instalado una “decheterie”, depuradora, que casi adorna el desaguisado. Al menos no se respira mal olor.
Sigo por el lado del
río durante un rato por la carretera, que luego se convierte en
camino y me acaba llevando hacia el interior, por bosques, campos de
labranza y alguna construcción civil que dudaré para qué fue
construida. Se ve que ha llovido mucho por aquí, ayer y durante la noche, pues hay
muchos charcos en el camino que tardarán en secar. Pensaba que iba a
hacer todo el recorrido de ayer pegado al río y con otra altura de
marea, es decir, con marea más alta, pero pronto el camino me mete
en un bosque. No me importa, ya que es un bosque precioso y con un
camino extraordinario.
La temperatura es la ideal para caminar y no
llueve. Enseguida llego a una construcción que, por su estructura,
me hace pensar que pudiera ser un molino pero no veo río aledaño
que pudiera mover por cangilones la piedra de moler, ni tampoco tiene
aspas que pudieran mover los vientos. Además, teniendo en cuenta que
está en un bosque, tampoco tendría sentido, ya que los árboles
impedirían que diera el viento de lleno en ellas para que la muela
rodara.
Con todas estas dudas, fotografío esta torre cilíndrica y abovedada. Así el experto sabrá lo que es.

Entro y, con poca perspectiva, trato de fotografiar como puedo la bóveda y el pivote central que, tal como está construido, y si lo hubiera visto en el exterior, también habría podido pensar que era el pilar base escalonado de un crucero, o calvario, al que le han arrebatado la cruz. En el centro de la bóveda hay una ventana circular por donde penetra la luz cenital suficiente como para poder ver algo de lo que fotografío y os estoy contando. Abandono un lugar que me ha entretenido durante un tramo de mi camino. En el bosque escucho un sonido de movimiento de hojas al chocar unas con otras debido al viento, pero no tengo certeza de que no vaya acompañado del toque de las gotas de lluvia al caer sobre las mismas. El caso es que, aunque esté lloviendo, yo no lo noto y no me mojo. El bosque, que empezó siendo de pino insignis, ahora es de hayas de altísimo tronco.
Saliendo del bosque encuentro dos señales contradictorias que me orientan en la misma dirección: Morlaix y Ploujean y dudo que, para ir a Morlaix sea necesario ir hacia el lado contrario, hacia Ploujean. Pero a lo mejor no queda más remedio y que esto sea así. Cuando lo comente con un hombre ya en Ploujean, me dirá que puede ser un error. Un cuarto de hora más tarde, encuentro unas tierras que ya han sido labradas, roturadas por algún artilugio mecánico y que están en un claro rodeado de bosque. Un hombre y una joven siembran algo. Pueden ser nabos, remolachas o coles (o todo lo contrario). Me parece que se desperdicia mucho espacio cultivable por exigencia del sistema de sembrado y de recolección. El sistema es muy mecánico, pero no por ello es posible prescindir de la mano de obra humana. El hombre conduce el tractor sin desviarse un ápice en la necesaria rectitud y la joven, situada en la parte trasera, tras la enorme rueda tractora, alimenta de plantas de siembra el artilugio que va implantando una a una las plantitas en la tierra, en una cadencia regular y monótona, sólo alterada en los finales de cada línea sembrada. No parece que ella esté en situación de riesgo pues, en caso de caer a tierra, la dirección del tractor es hacia el lado contrario de la caída.
Encima de la carcasa protectora que hay sobre la gran rueda, se ven más plantas de siembra de repuesto para cuando se acaben las dispuestas en la parte trasera que el sistema va cogiendo una a una y que la chica va reponiendo. Como es la primera vez que veo sembrar así, me entretengo un largo rato de mi intenso día. En una granja veo a un hombre que juega lanzando una pelotita a su perro.
Le quiero preguntar lo de la señal equívoca, pero se mantiene alejado, firme en su atalaya, y no me da oportunidad de hacerlo. Confío en que la dirección por la que he optado sea la correcta.
Con todas estas dudas, fotografío esta torre cilíndrica y abovedada. Así el experto sabrá lo que es.
Entro y, con poca perspectiva, trato de fotografiar como puedo la bóveda y el pivote central que, tal como está construido, y si lo hubiera visto en el exterior, también habría podido pensar que era el pilar base escalonado de un crucero, o calvario, al que le han arrebatado la cruz. En el centro de la bóveda hay una ventana circular por donde penetra la luz cenital suficiente como para poder ver algo de lo que fotografío y os estoy contando. Abandono un lugar que me ha entretenido durante un tramo de mi camino. En el bosque escucho un sonido de movimiento de hojas al chocar unas con otras debido al viento, pero no tengo certeza de que no vaya acompañado del toque de las gotas de lluvia al caer sobre las mismas. El caso es que, aunque esté lloviendo, yo no lo noto y no me mojo. El bosque, que empezó siendo de pino insignis, ahora es de hayas de altísimo tronco.
Saliendo del bosque encuentro dos señales contradictorias que me orientan en la misma dirección: Morlaix y Ploujean y dudo que, para ir a Morlaix sea necesario ir hacia el lado contrario, hacia Ploujean. Pero a lo mejor no queda más remedio y que esto sea así. Cuando lo comente con un hombre ya en Ploujean, me dirá que puede ser un error. Un cuarto de hora más tarde, encuentro unas tierras que ya han sido labradas, roturadas por algún artilugio mecánico y que están en un claro rodeado de bosque. Un hombre y una joven siembran algo. Pueden ser nabos, remolachas o coles (o todo lo contrario). Me parece que se desperdicia mucho espacio cultivable por exigencia del sistema de sembrado y de recolección. El sistema es muy mecánico, pero no por ello es posible prescindir de la mano de obra humana. El hombre conduce el tractor sin desviarse un ápice en la necesaria rectitud y la joven, situada en la parte trasera, tras la enorme rueda tractora, alimenta de plantas de siembra el artilugio que va implantando una a una las plantitas en la tierra, en una cadencia regular y monótona, sólo alterada en los finales de cada línea sembrada. No parece que ella esté en situación de riesgo pues, en caso de caer a tierra, la dirección del tractor es hacia el lado contrario de la caída.
Encima de la carcasa protectora que hay sobre la gran rueda, se ven más plantas de siembra de repuesto para cuando se acaben las dispuestas en la parte trasera que el sistema va cogiendo una a una y que la chica va reponiendo. Como es la primera vez que veo sembrar así, me entretengo un largo rato de mi intenso día. En una granja veo a un hombre que juega lanzando una pelotita a su perro.
Le quiero preguntar lo de la señal equívoca, pero se mantiene alejado, firme en su atalaya, y no me da oportunidad de hacerlo. Confío en que la dirección por la que he optado sea la correcta.
Ploujean.
Mi llegada a este
pequeño pueblo no es la habitual de otras ocasiones en estas horas
mañaneras, ya que no tengo que buscar ni panadería, ni Tabac,
puesto que ya he salido desayunado del albergue.
Me recibe la iglesia y su torre que, si la comparamos con la vista ayer de Saint Gwenole, restaurada, ésta parece algo sucia, pero es la pátina del tiempo y quizás la prefiero así. Creo que las restauraciones se deben de hacer sólo en el caso en que haya algún deterioro físico de la fachada, un peligro estructural de que el edificio se venga abajo. Las huellas que va dejando el paso del tiempo me parecen una belleza a conservar. No ocurre lo mismo en el caso de la escultura policromada o de la pintura, donde el paso del tiempo va añadiendo una capa que impide apreciar lo más bello de las formas y del colorido que nos propuso originariamente el pintor o el escultor. Veo que hay un café-Tabac, pero me parece que está cerrado. La iglesia se construyó entre los siglos XI y XVI. De la misma época es una “chapelle”, ermita, que me parece muy armoniosa en su desequilibrio.
A los lados de la puerta hay unos arcos distribuidos de forma irregular, a un lado cinco y al otro tres. La piedra está muy limpia, lo que me hace pensar en que ha sido restaurada en los últimos años. La ofrecen engalanada con muchas flores, donde predominan los rojos, bajo los pequeños arcos que soportan finas columnas de piedra con sus capiteles correspondientes. Saco también foto del lateral, que ofrece un triángulo casi equilátero perfecto, con una vidriera que, al no poder verla desde su interior, no la puedo apreciar en su auténtico valor.
Se ve que esta fachada sufre más las inclemencias del tiempo. En la zona ajardinada predominan las flores en tonos amarillentos, el color de la amistad. Lo tomo como una forma amigable de recibir al caminante solitario.
Me recibe la iglesia y su torre que, si la comparamos con la vista ayer de Saint Gwenole, restaurada, ésta parece algo sucia, pero es la pátina del tiempo y quizás la prefiero así. Creo que las restauraciones se deben de hacer sólo en el caso en que haya algún deterioro físico de la fachada, un peligro estructural de que el edificio se venga abajo. Las huellas que va dejando el paso del tiempo me parecen una belleza a conservar. No ocurre lo mismo en el caso de la escultura policromada o de la pintura, donde el paso del tiempo va añadiendo una capa que impide apreciar lo más bello de las formas y del colorido que nos propuso originariamente el pintor o el escultor. Veo que hay un café-Tabac, pero me parece que está cerrado. La iglesia se construyó entre los siglos XI y XVI. De la misma época es una “chapelle”, ermita, que me parece muy armoniosa en su desequilibrio.
A los lados de la puerta hay unos arcos distribuidos de forma irregular, a un lado cinco y al otro tres. La piedra está muy limpia, lo que me hace pensar en que ha sido restaurada en los últimos años. La ofrecen engalanada con muchas flores, donde predominan los rojos, bajo los pequeños arcos que soportan finas columnas de piedra con sus capiteles correspondientes. Saco también foto del lateral, que ofrece un triángulo casi equilátero perfecto, con una vidriera que, al no poder verla desde su interior, no la puedo apreciar en su auténtico valor.
Se ve que esta fachada sufre más las inclemencias del tiempo. En la zona ajardinada predominan las flores en tonos amarillentos, el color de la amistad. Lo tomo como una forma amigable de recibir al caminante solitario.
Suscinio.
Lo que ofrece Suscinio
son: su “Lycée”, licéo, y un parque botánico. Entre Ploujean y
Suscinio, paso por unas plantaciones de lechugas variadas, algunas
filas de las más comunes, ofrecen tramos de las que llamamos aquí
hoja de roble, algo rojizas. Hay un sistema de regadío con tubería
horizontal que, a tramos, ofrece un conducto vertical que me
supongo, puesto que no lo veo en funcionamiento, presenta en su
cúspide aspersores que distribuyen el agua a las lechugas en forma
de finas gotas pulverizadas.
Llego al liceo que, al estar los alumnos de vacaciones, ofrece un paisaje de desolación. No sólo las aulas, sino que también los campos deportivos están vacíos. Me supongo que durante el curso esto tendrá más vida. Yo también habría disfrutado más en otra época viendo corretear a los estudiantes en sus juegos.

Cuando rodeo los edificios, me entero de que también hay un parque botánico visitable, pero no hoy ni a esta hora, aunque me parece que un sábado es buen día para visitar los parques botánicos. No lo puedo ver in situ, pero me acerco bastante, puesto que el GR-34 pasa por sus inmediaciones. Desde la verja que me impide la entrada, fotografío el camino de acceso al edificio principal que atisbo parcialmente.
Llego al liceo que, al estar los alumnos de vacaciones, ofrece un paisaje de desolación. No sólo las aulas, sino que también los campos deportivos están vacíos. Me supongo que durante el curso esto tendrá más vida. Yo también habría disfrutado más en otra época viendo corretear a los estudiantes en sus juegos.
Cuando rodeo los edificios, me entero de que también hay un parque botánico visitable, pero no hoy ni a esta hora, aunque me parece que un sábado es buen día para visitar los parques botánicos. No lo puedo ver in situ, pero me acerco bastante, puesto que el GR-34 pasa por sus inmediaciones. Desde la verja que me impide la entrada, fotografío el camino de acceso al edificio principal que atisbo parcialmente.
Desde el GR-34, que a
tramos va algo más elevado, puedo observar parte de lo que el parque
ofrece de variedades botánicas. Árboles variados, arbustos,
helechos y muchas hierbas corrientes y raras que, en la distancia,
tampoco puedo apreciar en todo su valor para la ecología y
purificación del medio ambiente. Allí hay otro acceso al parque, a
través de un puente de madera.
En la parte final que
veo, la zona más baja del parque, se ven espacios encharcados y lo
que ello favorece para la aparición de otras especies más propias
de humedales. Aquí predominan los líquenes.

Ya fuera del área del parque botánico de Suscinio, me interno por otro bosque, donde lo que más me llama la atención es un majestuoso acebo, lo que en euskera llamamos korosti y que se me ofrece sano en ramas y hojas con su envés mate y su haz brillante. El camino de tierra es magnífico.
Ya fuera del área del parque botánico de Suscinio, me interno por otro bosque, donde lo que más me llama la atención es un majestuoso acebo, lo que en euskera llamamos korosti y que se me ofrece sano en ramas y hojas con su envés mate y su haz brillante. El camino de tierra es magnífico.
De Suscinio a
Dourduff-en-mer.
Llego a un río que,
por la dirección que lleva, interpreto que es el que acaba
desembocando, como afluente del Morlaix, cerca del puente que vi ayer
desde el otro lado de la rivière. Empieza a llover, pero el amplio
techado de hojas, que me ofrece esta nueva zona boscosa, impide que
me moje. El río va aquí más lleno, pero ya se empieza a vislumbrar
que pronto va a volver a aparecer el limo. Nunca será el limo tan
visible como ayer, puesto que a estas horas la marea está mucho más
alta.
Me encuentro con una pareja y comento el placer que siento al ir bajo la lluvia y sin mojarme, gracias a las hojas de los árboles. Ya de lejos observo que nos estamos acercando al puente que vi ayer. Se asombran con el viaje que estoy haciendo y me hacen algunas preguntas. Van a ritmo más lento que el mío y me despido de ellos. Es así como llego al puente. Cuando lo estoy cruzando pasa una jinete montando, al trote, en su corcel.
Coqueta detiene su marcha para que la fotografíe. Quizás lo que consigue es que se muestre mejor a su caballo jaspeado. Pero su parada me ha arruinado la sensación de velocidad que me habría gustado conseguir en la foto. Siempre quedará la duda de si hubiera sido capaz de conseguirlo. El tramo de río que se ve en la foto corresponde al afluente que desemboca en el Morlaix.
Me encuentro con una pareja y comento el placer que siento al ir bajo la lluvia y sin mojarme, gracias a las hojas de los árboles. Ya de lejos observo que nos estamos acercando al puente que vi ayer. Se asombran con el viaje que estoy haciendo y me hacen algunas preguntas. Van a ritmo más lento que el mío y me despido de ellos. Es así como llego al puente. Cuando lo estoy cruzando pasa una jinete montando, al trote, en su corcel.
Coqueta detiene su marcha para que la fotografíe. Quizás lo que consigue es que se muestre mejor a su caballo jaspeado. Pero su parada me ha arruinado la sensación de velocidad que me habría gustado conseguir en la foto. Siempre quedará la duda de si hubiera sido capaz de conseguirlo. El tramo de río que se ve en la foto corresponde al afluente que desemboca en el Morlaix.
Desde el arranque del
puente, saco foto hacia el puerto, entre fluvial y marítimo, de
Dourduff-en-mer, donde se aprecia la confluencia del afluente con el
río Morlaix y la apertura al mar hacia las islas de la bocana.
A pesar de que aquí también hay bastante limo, quizá por su curvatura en forma de meandro, la apariencia de río es superior a la de ayer, en que casi todo era lodo. Saco una nueva foto del puerto de Dourduff-en-mer, con sus barcos a flote y con Locquénole al fondo.

Y, ya saliendo del pueblo, avanzo otra hacia Carantec y los islotes de la bocana, con sus construcciones que se irán volviendo más nítidas en la medida en que me voy acercando más a ellas.
Paso cerca de un pabellón abierto que, en otro momento del día, habría sido un buen refugio gratuito para pasar la noche a cubierto. Pero las cosas no siempre se encuentran cuando uno más las necesita.
A pesar de que aquí también hay bastante limo, quizá por su curvatura en forma de meandro, la apariencia de río es superior a la de ayer, en que casi todo era lodo. Saco una nueva foto del puerto de Dourduff-en-mer, con sus barcos a flote y con Locquénole al fondo.
Y, ya saliendo del pueblo, avanzo otra hacia Carantec y los islotes de la bocana, con sus construcciones que se irán volviendo más nítidas en la medida en que me voy acercando más a ellas.
Paso cerca de un pabellón abierto que, en otro momento del día, habría sido un buen refugio gratuito para pasar la noche a cubierto. Pero las cosas no siempre se encuentran cuando uno más las necesita.
Plouézoc’h.
El camino me vuelve a
llevar hacia el interior. Llego a una gran casona que tiene más
aspecto de palacio que de castillo, aunque en el entorno en que se
encuentra, se observa una construcción que tiene más de obra
militar que de civil.
No veo a nadie para preguntar y el camino me vuelve a llevar hacia la costa. Esto es lo que más me acerco al pueblo de Plouézoc’h. No veo más de él, aunque en la costa hay una planta depuradora y criadero de ostras, que también le pertenece.

Salgo de la zona de cultivos ostrícolas y entro por un camino con barrera bajada. Prohíbe la entrada a los coches de viernes a lunes. Parece que lo hacen para favorecer a los caminantes de fin de semana. Me parece una buena medida que sería recomendable que otras comunidades imitaran. El horario que indican es muy concreto.
Un camino escalonado me vuelve a bajar a la costa. Desde ella, ya tengo más cerca las islas de la bocana. Île Louët con su faro y la del château de Toureau. Vuelvo a verlas, más delante, entre flores y árgoma.

Cerca de la orilla veo unos palos tiesos que me recuerdan a los que vi en el delta del Ebro y que empleaban para atrapar anguilas. Es un pez al que le gusta andar entre agua dulce y salada, entre río y mar.

Encuentro una fuente: “Feunteum Varsen”. Han hecho un hueco entre las plantitas acuáticas de superficie, de brillante verde, para poder coger su cristalina agua. Saliendo de la fuente, me despisto y meto la sandalia en el barro. Me encuentro con dos chicas que vienen de dar la vuelta a la península de Barnenez. Aquí tengo que reseñar la importancia que puede tener una tontería en mi mapa. Lo tengo doblado precisamente en el lugar en que Barnenez ya está oculto, pues he dado por finalizado ese tramo. Además se está acercando la hora de comer y creo mejor olvidarme de Barnenez, que no me ofrece población para que haya restaurante y quiero ir hacia Térénez, pero acabo entrando en la península sin querer hacerlo.
No veo a nadie para preguntar y el camino me vuelve a llevar hacia la costa. Esto es lo que más me acerco al pueblo de Plouézoc’h. No veo más de él, aunque en la costa hay una planta depuradora y criadero de ostras, que también le pertenece.
Salgo de la zona de cultivos ostrícolas y entro por un camino con barrera bajada. Prohíbe la entrada a los coches de viernes a lunes. Parece que lo hacen para favorecer a los caminantes de fin de semana. Me parece una buena medida que sería recomendable que otras comunidades imitaran. El horario que indican es muy concreto.
Un camino escalonado me vuelve a bajar a la costa. Desde ella, ya tengo más cerca las islas de la bocana. Île Louët con su faro y la del château de Toureau. Vuelvo a verlas, más delante, entre flores y árgoma.
Cerca de la orilla veo unos palos tiesos que me recuerdan a los que vi en el delta del Ebro y que empleaban para atrapar anguilas. Es un pez al que le gusta andar entre agua dulce y salada, entre río y mar.
Encuentro una fuente: “Feunteum Varsen”. Han hecho un hueco entre las plantitas acuáticas de superficie, de brillante verde, para poder coger su cristalina agua. Saliendo de la fuente, me despisto y meto la sandalia en el barro. Me encuentro con dos chicas que vienen de dar la vuelta a la península de Barnenez. Aquí tengo que reseñar la importancia que puede tener una tontería en mi mapa. Lo tengo doblado precisamente en el lugar en que Barnenez ya está oculto, pues he dado por finalizado ese tramo. Además se está acercando la hora de comer y creo mejor olvidarme de Barnenez, que no me ofrece población para que haya restaurante y quiero ir hacia Térénez, pero acabo entrando en la península sin querer hacerlo.
Perscqu’île de
Barnenez.
Escucho la
recomendación de las caminantes y continúo mi camino. No me entero
del momento en que llego a la península y, creyendo que voy hacia
Térénez, resulta que ya estoy dentro de Barnenez. No me va a quedar
otra alternativa que circunvalarla. Cuando estoy llegando al extremo
noroeste de la península, la perspectiva que tengo ahora de las
islas de bocana se ha configurado de forma muy distinta.
Lo que estaba a la derecha ahora lo tengo a la izquierda, y viceversa. Es así como llego al norte de la península de Barnenez a una hora en que ya voy a tener problemas para comer, en el supuesto de que encuentre algún restaurante por la zona. Pero esta perspectiva es bastante improbable. Al norte de este norte, hay un corredor de arena que sería el istmo que lleva a otra isla, y que, por tanto, sería otra península. Es bonito pero no me puedo entretener en ir para volver. Cuando ya estoy iniciando el retorno hacia el sur, encuentro a una chica que sabe algo de castellano, quien me dice que en un kilómetro encontraré una crepería. Se emociona cuando le cuento mi viaje, quizás debido a la emoción con que se lo cuento. Me despido de ella. Con ayuda de otros, y cruzando una playa de arena y guijarros, llego a una valla, la paso por arriba y entro en terrenos de la crepería.
Creperie Cairn. Álvaro, Marta y Martín.
Lo que estaba a la derecha ahora lo tengo a la izquierda, y viceversa. Es así como llego al norte de la península de Barnenez a una hora en que ya voy a tener problemas para comer, en el supuesto de que encuentre algún restaurante por la zona. Pero esta perspectiva es bastante improbable. Al norte de este norte, hay un corredor de arena que sería el istmo que lleva a otra isla, y que, por tanto, sería otra península. Es bonito pero no me puedo entretener en ir para volver. Cuando ya estoy iniciando el retorno hacia el sur, encuentro a una chica que sabe algo de castellano, quien me dice que en un kilómetro encontraré una crepería. Se emociona cuando le cuento mi viaje, quizás debido a la emoción con que se lo cuento. Me despido de ella. Con ayuda de otros, y cruzando una playa de arena y guijarros, llego a una valla, la paso por arriba y entro en terrenos de la crepería.
Creperie Cairn. Álvaro, Marta y Martín.
Esta crepería recibe
el nombre de Cairn por un monumento funerario próximo. Yo ya lo he
dejado atrás, por haberlo pasado a esta hora de comer y porque no
tenía ni idea de su importancia. Ha sido un grave error no verlo,
pero todo tiene remedio y se compensa. No quiero comer en la terraza
y entro en el comedor interior, donde come un matrimonio añoso y,
por primera vez, sin que tome yo la iniciativa de contar, es el
marido quien me pregunta qué recorrido estoy haciendo. Les cuento
someramente y pido la comanda. Cuando ellos están terminando y yo
también, el exquisito filete que me han sacado, y a punto de abordar
la ensalada, llegan Álvaro, Marta y Martín, una pareja catalana con su hijo
de dos años, que cumplirá tres en noviembre. Los mayores se van,
deseándome buena continuación de mi viaje, y paso a su mesa a
terminar mi ensalada y poder hablar de más cerca con estos catalanes
de Girona. De primero he comido seis ostras, algo famélicas, he
bebido un cuartillo de vino tinto y, para postre, pido ahora una
crepe de banana y chocolate. Pago 26,30 € con la Visa y compruebo
por el resguardo que este lugar corresponde a Plouézoc’h.

De este rato con la familia catalana no recuerdo si ya han llegado comidos, si comen algo frugal o se limitan a postre y café. No recuerdo nada de eso. Sólo que hay acercamiento, y me enrollo con el pequeño. También lo ha facilitado esta oportunidad de hablar mi castellano. Ellos van a visitar el promontorio funerario y me ofrecen la posibilidad de que les acompañe. Como supone retroceder, no tengo ningún inconveniente en montar en su coche e ir con ellos al promontorio funerario, ya que se comprometen a volverme a dejar en la crepería.

De este rato con la familia catalana no recuerdo si ya han llegado comidos, si comen algo frugal o se limitan a postre y café. No recuerdo nada de eso. Sólo que hay acercamiento, y me enrollo con el pequeño. También lo ha facilitado esta oportunidad de hablar mi castellano. Ellos van a visitar el promontorio funerario y me ofrecen la posibilidad de que les acompañe. Como supone retroceder, no tengo ningún inconveniente en montar en su coche e ir con ellos al promontorio funerario, ya que se comprometen a volverme a dejar en la crepería.
Cairn de Barnenez.
Al no estar lejos,
llegamos enseguida con el coche. Veo la posibilidad de pagar con
tarjeta, pues me conviene gastar lo mínimo en efectivo para no tener
que sacar ya más dinero de cajero y evitarme el 4% de comisión que
me roba el sistema bancario, y a ellos no les importa. Me van a pagar
su parte en efectivo. Pero ellos no tienen la cantidad exacta y
acaban pagando más de lo que debieran. Pago con Visa 13,50 € y me
devuelven 10, y eso que ellos tenían algún descuento.
El descuento lo tienen por trabajar ambos en educación. Al final, soy yo el que sale ganando, pues para jubilados no parece que hubiera descuento alguno. Barnenez pertenece a la red de monumentos nacionales francesa y es un exponente peculiar de arquitectura funeraria. No sé cómo traducir la palabra “cairn”, pero yo diría que es un túmulo de piedras construido en el neolítico (entre 4.500 y 3.900 años aC), que encubre pequeñas cámaras funerarias de corredor, es decir, con portales de entrada y pasillos que conducen a ellas.
También se podría decir que son dólmenes de corredor, cubiertos por piedras formando un túmulo. La visita es guiada y el guía, aunque en francés, es magnífico. Hace historia y explica las razones de su ubicación en la loma con la ría abajo donde, antes de que subiera tanto el mar, era un vergel. A mi me hace recordar el creciente fértil mesopotámico y las crecidas del Nilo en Egipto.
Al subir las aguas marinas, se perdió toda la riqueza del lugar, no había agricultura suficiente como para mantener a tanta población y sus habitantes tuvieron que abandonar la zona. Luego la explicación se centra en el monumento funerario. No entramos en ninguna de las cámaras, pues en el tríptico que nos han dado en castellano, están los dibujos que lo hacen todo claro y diáfano.
En realidad hay dos cairn diferenciados, el primario, en la parte más elevada de la colina, con cinco cámaras funerarias, y el secundario, más abajo, con seis. No se recomienda la entrada debido a la fragilidad de las bóvedas y al peligro que ello puede acarrear al visitante. El cairn primario es de piedra local de dolerita y el secundario de granito que fue transportado desde unos dos kilómetros. Salvadas las distancias, me hace recordar a la sensación que me produjo la pirámide escalonada de Zoser. Y que nadie me pida explicaciones del porqué. Aquí hay piedras pequeñas colocadas en estratos, las de Zoser son enormes y mejor estructuradas, pero algo me lo recuerda. Tengo gran dificultad para sacar todo el conjunto en una sola foto, por ello, las voy presentando por partes. La mayor parte de las explicaciones nos las da el guía desde la vertiente sur, donde están las entradas a las cámaras.
Al ser en francés, son muchas las observaciones del guía que se me escapan, pero estoy a gusto. A pesar de mi bajo nivel de francés, trato de hacer mi chistecito anacrónico y digo que algún bretón primitivo había ido a Egipto y se había inspirado en la pirámide de Zoser para hacer el túmulo de Barnenez, pero sería más correcto decir que, algún arquitecto egipcio vino a Barnenez para inspirarse y construir la pirámide de Zoser. Entre los que nos acompañan, algunos minusválidos, a los que llevan en sillas de ruedas, y también algún padre con niño de sillita. No es cualquier niño, ya que se trata de Martín, con el que Álvaro trata de conseguir que duerma la siesta.
Pero Martín está entretenido y no dispuesto a perderse tan histórica experiencia de los antepasados de la humanidad. El guía sitúa el descubrimiento en 1969 y este dato me hace retroceder al histórico mayo francés del año anterior, 1968, el año en que fui a la mili. Cuando pasamos al lado norte, vemos que gran parte del túmulo empedrado ha desaparecido, lo que permite ver el final de alguna cámara funeraria. También todo el pasillo-corredor de una de ellas.
Dos de las bóvedas se forman por una perfecta colocación de las piedras que las conforman y que después quedan ya fijas debido al peso que paredes y techo van adquiriendo por acumulación tumular. Otra de las cámaras ofrece la misma apariencia que un dolmen y da la impresión de que fue construido siguiendo la misma técnica, aunque luego se cubriera al igual que todo el túmulo, y fuera necesario para su conservación para la posteridad. De hecho, es el que está más perfectamente conservado. Marta y Martín se acercan a él en una de las fotografías. El último, que corresponde a la cámara A del dibujo, ofrece una técnica mixta entre la base dolménica y la cubierta similar a la de las cámaras C y D. Estas dos últimas cámaras son las que podríamos considerar más megalíticas. Con este vistazo al lado norte, damos por finalizada la visita a Barnenez, una visita que recomiendo con amor. En el tríptico leo algo que complementa lo dicho. Define cairn como: “arquitectura de piedra seca que recubre las tumbas megalíticas.” Piedra seca: “Construcción en la que las piedras están colocadas unas sobre otras sin mortero.” También en este cairn se encontraron grabados, hachas pulidas, silex y otros objetos de la época que sirvieron para datar a los estudiosos de la arqueología. Barnenez es una joya que debemos preservar.
El descuento lo tienen por trabajar ambos en educación. Al final, soy yo el que sale ganando, pues para jubilados no parece que hubiera descuento alguno. Barnenez pertenece a la red de monumentos nacionales francesa y es un exponente peculiar de arquitectura funeraria. No sé cómo traducir la palabra “cairn”, pero yo diría que es un túmulo de piedras construido en el neolítico (entre 4.500 y 3.900 años aC), que encubre pequeñas cámaras funerarias de corredor, es decir, con portales de entrada y pasillos que conducen a ellas.
También se podría decir que son dólmenes de corredor, cubiertos por piedras formando un túmulo. La visita es guiada y el guía, aunque en francés, es magnífico. Hace historia y explica las razones de su ubicación en la loma con la ría abajo donde, antes de que subiera tanto el mar, era un vergel. A mi me hace recordar el creciente fértil mesopotámico y las crecidas del Nilo en Egipto.
Al subir las aguas marinas, se perdió toda la riqueza del lugar, no había agricultura suficiente como para mantener a tanta población y sus habitantes tuvieron que abandonar la zona. Luego la explicación se centra en el monumento funerario. No entramos en ninguna de las cámaras, pues en el tríptico que nos han dado en castellano, están los dibujos que lo hacen todo claro y diáfano.
En realidad hay dos cairn diferenciados, el primario, en la parte más elevada de la colina, con cinco cámaras funerarias, y el secundario, más abajo, con seis. No se recomienda la entrada debido a la fragilidad de las bóvedas y al peligro que ello puede acarrear al visitante. El cairn primario es de piedra local de dolerita y el secundario de granito que fue transportado desde unos dos kilómetros. Salvadas las distancias, me hace recordar a la sensación que me produjo la pirámide escalonada de Zoser. Y que nadie me pida explicaciones del porqué. Aquí hay piedras pequeñas colocadas en estratos, las de Zoser son enormes y mejor estructuradas, pero algo me lo recuerda. Tengo gran dificultad para sacar todo el conjunto en una sola foto, por ello, las voy presentando por partes. La mayor parte de las explicaciones nos las da el guía desde la vertiente sur, donde están las entradas a las cámaras.
Al ser en francés, son muchas las observaciones del guía que se me escapan, pero estoy a gusto. A pesar de mi bajo nivel de francés, trato de hacer mi chistecito anacrónico y digo que algún bretón primitivo había ido a Egipto y se había inspirado en la pirámide de Zoser para hacer el túmulo de Barnenez, pero sería más correcto decir que, algún arquitecto egipcio vino a Barnenez para inspirarse y construir la pirámide de Zoser. Entre los que nos acompañan, algunos minusválidos, a los que llevan en sillas de ruedas, y también algún padre con niño de sillita. No es cualquier niño, ya que se trata de Martín, con el que Álvaro trata de conseguir que duerma la siesta.
Pero Martín está entretenido y no dispuesto a perderse tan histórica experiencia de los antepasados de la humanidad. El guía sitúa el descubrimiento en 1969 y este dato me hace retroceder al histórico mayo francés del año anterior, 1968, el año en que fui a la mili. Cuando pasamos al lado norte, vemos que gran parte del túmulo empedrado ha desaparecido, lo que permite ver el final de alguna cámara funeraria. También todo el pasillo-corredor de una de ellas.
Dos de las bóvedas se forman por una perfecta colocación de las piedras que las conforman y que después quedan ya fijas debido al peso que paredes y techo van adquiriendo por acumulación tumular. Otra de las cámaras ofrece la misma apariencia que un dolmen y da la impresión de que fue construido siguiendo la misma técnica, aunque luego se cubriera al igual que todo el túmulo, y fuera necesario para su conservación para la posteridad. De hecho, es el que está más perfectamente conservado. Marta y Martín se acercan a él en una de las fotografías. El último, que corresponde a la cámara A del dibujo, ofrece una técnica mixta entre la base dolménica y la cubierta similar a la de las cámaras C y D. Estas dos últimas cámaras son las que podríamos considerar más megalíticas. Con este vistazo al lado norte, damos por finalizada la visita a Barnenez, una visita que recomiendo con amor. En el tríptico leo algo que complementa lo dicho. Define cairn como: “arquitectura de piedra seca que recubre las tumbas megalíticas.” Piedra seca: “Construcción en la que las piedras están colocadas unas sobre otras sin mortero.” También en este cairn se encontraron grabados, hachas pulidas, silex y otros objetos de la época que sirvieron para datar a los estudiosos de la arqueología. Barnenez es una joya que debemos preservar.
Despedida de los
gironeses.
No confundir con los
girondinos de la Gironde. Terminada la visita, cogemos el coche y me
dejan en la crepería. Me piden el nombre de mi blog y les digo que
me hagan algún comentario en alguna de las etapas de mi paso por
Girona. Como hasta día de hoy, no he recibido nada, aquí se acabó
nuestra relación, aunque sigo agradecido a ellos porque me
facilitaron la oportunidad de conocer el interesante y sorprendente
Cairn de Barnenez. Ellos tienen intención de vistar
Saint-Pol-de-Léon y Roscoff, pues les he dicho que las dos ciudades
merecen la pena. Nos despedimos con un beso y el deseo de una bonita
amistad para el futuro. ¡Lástima que no pudo ser así! Marta dice
que se va con la sensación de haber conocido a un verdadero viajero.
Es algo que me halaga, que me gustaría merecer y que fuera cierto.
Por anse fangosa
hacia Térénez.
Me voy rodeando todo
este entrante de mar que, como ayer, muestra casi todo su lodo al
descubierto. Menos mal que el sendero está seco y es muy grato para
pisar. Cuando estoy al otro lado de la ensenada, saco una fotografía
ilustrativa para que lo que digo del fango tenga más consistencia
visual y para situar el cairn en su lugar correspondiente. Aunque ya
lejano, se puede ver en la loma de la derecha. Más adelante veo un
velero bien asentado en el lodo del fondo.
En la loma, un bosquecillo cubre parcialmente el Cairn de Barnenez. Es la última visión del mismo.
En la loma, un bosquecillo cubre parcialmente el Cairn de Barnenez. Es la última visión del mismo.
Térénez. Puerto y
playa.
No llego a Térénez
hasta las cinco y media. Creo que pertenece a Plougasnou. Saco
varias fotos del puerto, que ya ha empezado a cubrirse de agua.
En una rampa de bajada al mar, hay almacenados unas embarcaciones de poco calado que, casi todas, ofrecen su popa al viajero, y que fotografío por su aporte colorista.

Pasado el puerto, enseguida llego a la playa. Aunque ya voy saliendo del fangal, todavía estoy en la costa de la bahía de Morlaix y confío en que mañana tenga mejores oportunidades de baño.
La playa es de piedra al interior y rocas hacia el mar, pero ofrece algo de arena en la parte central. En la zona que no tiene rocas, el acceso al agua es bueno, pero hay poco fondo y no me inspira ninguna confianza. El día está nuboso, aunque ya no amenazante de lluvia, y hay poca gente en la playa, menos en el agua, casi todos con traje de neopreno, y algún velero.
En una rampa de bajada al mar, hay almacenados unas embarcaciones de poco calado que, casi todas, ofrecen su popa al viajero, y que fotografío por su aporte colorista.
Pasado el puerto, enseguida llego a la playa. Aunque ya voy saliendo del fangal, todavía estoy en la costa de la bahía de Morlaix y confío en que mañana tenga mejores oportunidades de baño.
La playa es de piedra al interior y rocas hacia el mar, pero ofrece algo de arena en la parte central. En la zona que no tiene rocas, el acceso al agua es bueno, pero hay poco fondo y no me inspira ninguna confianza. El día está nuboso, aunque ya no amenazante de lluvia, y hay poca gente en la playa, menos en el agua, casi todos con traje de neopreno, y algún velero.
De nuevo en otra
capilla dedicada al santo. Se confirma que estoy en terreno de
Plougasnou. Son las seis de la tarde cuando llego. Es una ermita muy
sencilla con un único adorno celta sobre la puerta de acceso y un
campanario minúsculo que soporta única campana. Está cerrada y no
la puedo visitar en su interior. Me habría gustado comparar las
trenzas del santo con las que vi en las proximidades de Trémazan.
Me da la sensación de que avanzo poco. Tal vez sean las ganas de salir de esta bahía de Morlaix, que no me está permitiendo disfrutar de baños en el mar.
Me da la sensación de que avanzo poco. Tal vez sean las ganas de salir de esta bahía de Morlaix, que no me está permitiendo disfrutar de baños en el mar.
GR-34 hacia
Primel-Trégastel.
Por fin llego al Gr-34.
Los islotes de la bocana de la Baie de Morlax ya se van quedando
atrás. Unos caminantes de corto recorrido enlazan conmigo, pero
justamente nos saludamos.
Llego a una bahía que me hace temer que no pueda hacer el camino por la costa. Falsa alarma. El piso no es bueno pero ofrece unos islotes muy bonitos.

Hacia Le Diben, un cabo que ya está en mar abierto de La Mancha, el camino me obliga a ascender, pues la costa siguiente es de rocas y acantilada. Otra bonita roca natural, que parece obra humana, descansa sobre otro de los islotes.
El paisaje es muy bonito, aunque ya tengo ganas de llegar a algún sitio para cenar y para quedarme. Es así como llego a otra bahía doble, que veo desde lo alto, y que la conforman Le Diben y la Pointe de Primel. El paisaje vuelve a ofrecer belleza.
Casitas diseminadas por el primer brazo de tierra que culminan en una estratégicamente anclada casi en la punta final. Los hay caprichosos. No me voy a acercar hasta allí, pero me temo que sea un lugar exclusivo.
Llego a una bahía que me hace temer que no pueda hacer el camino por la costa. Falsa alarma. El piso no es bueno pero ofrece unos islotes muy bonitos.
Hacia Le Diben, un cabo que ya está en mar abierto de La Mancha, el camino me obliga a ascender, pues la costa siguiente es de rocas y acantilada. Otra bonita roca natural, que parece obra humana, descansa sobre otro de los islotes.
El paisaje es muy bonito, aunque ya tengo ganas de llegar a algún sitio para cenar y para quedarme. Es así como llego a otra bahía doble, que veo desde lo alto, y que la conforman Le Diben y la Pointe de Primel. El paisaje vuelve a ofrecer belleza.
Casitas diseminadas por el primer brazo de tierra que culminan en una estratégicamente anclada casi en la punta final. Los hay caprichosos. No me voy a acercar hasta allí, pero me temo que sea un lugar exclusivo.
Llego a un dique y
luego al puerto. Puedo continuar, pero llego a otra ensenada donde
yacen dos barcos pesqueros que han quedado inservibles. Parece que en
otro tiempo fueron buenos para la pesca, pero hoy sólo me sirven
para hacer una bonita foto en su vejez y con sus reflejos en el agua,
pues la marea ya está muy alta. Me temo que este entrante de mar sea
uno más de los que vas entrando y no terminan nunca, pero no será
cierto. Es así como llego a Primel-Trégastel y me meto a cenar en
un hotel. Pero el menú, sin bebida, ya cuesta 25,50 € y, para más
Inri, es poca cosa lo que ofrecen: algo de pescado. Así que, sin
dejar las mochilas, voy en busca de otro lugar. El puerto acaba y no
tarda en dar la carretera una curva que marcha ascendente hacia el
núcleo de población. Así que voy a cenar al Eurl NJC, donde me atiende una camarera que
sabe algo de castellano, es su cuarta lengua, y estuvo tres años en
Salamanca. Me dice que prefiere Madrid a Barcelona y que en mayo
quiere ir a Sevilla. Le digo que aproveche para visitar Córdoba y
Granada. Para hacer honor a las crepes, vuelvo a pedir un filete, que
está algo más frío que el de mediodía. Me lo sacan con ensalada y
un cuenquito de champiñones a la crema. He tenido suerte, porque a
la crema no le han puesto mostaza y los como a gusto. Pago 13,10 €
con Visa y así sé que este lugar pertenece a Plougasnou.
Me despido de la camarera, a la que he entendido que la Maison des Douaniers está en la dirección que llevo, pero ya me la he pasado. Me lo confirma un chico que está en el pretil, contemplando el mar. Saco una foto en la dirección que él me indica, y a donde no voy a retroceder, y otra en la dirección que voy a seguir, pretil adelante.
Ambas son fotos con luz de atardecer, una vez que el sol ya se ha puesto. Durante un rato iré pegado al mar, ya que la marea alta está en su apogeo. La camarera me ha dicho que Saint-Jean-du-Doigt tiene playa de arena y pienso que puede ser mi alternativa final de hoy.
Me despido de la camarera, a la que he entendido que la Maison des Douaniers está en la dirección que llevo, pero ya me la he pasado. Me lo confirma un chico que está en el pretil, contemplando el mar. Saco una foto en la dirección que él me indica, y a donde no voy a retroceder, y otra en la dirección que voy a seguir, pretil adelante.
Ambas son fotos con luz de atardecer, una vez que el sol ya se ha puesto. Durante un rato iré pegado al mar, ya que la marea alta está en su apogeo. La camarera me ha dicho que Saint-Jean-du-Doigt tiene playa de arena y pienso que puede ser mi alternativa final de hoy.
Cojo el “sentier”
litoral y el sendero me lleva hacia el Este. Paso por un terreno
segado con acumulación de hierba seca. Compruebo que la puerta de
acceso se puede abrir y sigo adelante pensando en que, si no
encuentro nada mejor, puedo volver. Llego a un búnker que me gusta
poco. Los laterales del camino están segados de helechos y pienso que
puede ser también buen sitio para dormir, pero no consigo ver nada a
cubierto y, aunque no veo nubes amenazantes, no acabo de fiarme de
que esta noche no llueva. Al final no caerá ni gota de agua en toda
la noche. Se me está haciendo el camino eterno.
Llego a zona de casas y veo posibilidad de dormir en el exterior de una de ellas, bajo unas escaleras, pero la señora se encarga de disuadirme diciéndome una mentira. Me dice que encontraré techo en un lugar donde no lo hay. Con su mentira ha conseguido expulsar al intruso de su propiedad privada.
Llego a zona de casas y veo posibilidad de dormir en el exterior de una de ellas, bajo unas escaleras, pero la señora se encarga de disuadirme diciéndome una mentira. Me dice que encontraré techo en un lugar donde no lo hay. Con su mentira ha conseguido expulsar al intruso de su propiedad privada.
Costa de Saint-Jean-du-Doigt. Casa de Vacaciones SNCF.
Es así como llego a la
playa que la camarera me había dicho que es de arena. Será de arena
en la marea baja, pero la parte alta es de “caillou” y con la
marea alta el agua pega en el muro de contención. Ninguna
posibilidad de dormir aquí. Varias auto-caravanas están en la
orilla, sobre las piedras y, hacia el final, veo un edificio bajo,
sin techo, entre los retretes. Al otro lado de la carretera hay un
cobertizo donde están los contenedores de basura y ninguno de estos
lugares me invita a pasar una noche sin olores. Veo luces en una casa
y subo la cuesta para probar suerte. Se trata de la Maison de
Vacances de la SNCF. Hablo con unos jóvenes, que están en la
puerta, tratando de alargar la jornada. Parece que no tienen mucha
gana de replegarse en su recinto. Les explico el recorrido que estoy
haciendo a pìe y les explico que llevo saco y lo único que necesito
es un techo para cobijarme, por si llueve esta noche. Me dicen que
dentro hay sitio y se muestran solidarios con mi necesidad. Dicen que
debo preguntar al responsable. Cuando lo encuentran, todo su interés
que muestra es el de hacerme desaparecer de allí como sea. Quiere
que me vaya de allí para no tener problemas con sus superiores. Me
asegura que la iglesia de Saint-Jean-du-Doigt tiene espacio a
cubierto. Me voy, con muchas dudas, puesto que sé cómo son las
iglesias bretonas y, el responsable de la seguridad de los jóvenes
de la casa de vacaciones, respira. Me supongo que los jóvenes no
calificarán con buena nota en humanidad al responsable. Habrá
perdido muchos puntos para ellos.
Saint-Jean-du-Doigt.
Casa en construcción.
Al bajar de la loma,
otro hombre se dirige hacia la gran casona y saluda al pasar. Cuando
llego a las auto-caravanas, de nuevo, intento ver algo que me permita
dormir allí y un extranjero me remite hacia el pueblo. Es ya noche
cerrada y la luna no ha salido todavía. Veo poco y hay poca
circulación. Aunque los pocos coches que pasan iluminan la
carretera, prefiero que no circulen vehículos. Cuando llego al
pueblo, en la oscuridad nocturna, no consigo ver hacia dónde puede
estar la iglesia pero, en el lado derecho, veo una casa en
construcción y me dirijo hacia ella. No hay vallas que dificulten el
paso y hay una pasarela de tablones que unen el piso interior con el
exterior. El primer edificio por el que entro no tiene aún techo.
Tampoco el último. Pero sí lo tiene el espacio central, que es el
que elijo, aunque dispone de amplios ventanales. Veo un rincón que
me protege del viento marino y es ahí donde me instalo. Preparo la
cama y duermo bien. En la primera vez que me levanto a orinar, desde
el ventanal veo la Osa Mayor sobre el mar. Va a ser en la segunda
cuando veo esplendorosa a la luna, que ya ha comenzado a menguar. Me
voy librando del haz de su luz hasta la cuarta levantada, la de las
cinco. No paso frío y el suelo, de cemento, me ha resultado menos
duro que otras veces. Se puede decir que he dormido bien, que he
descansado, pero no logro entender por qué me he tenido que levantar
cuatro veces a orinar.
Balance de un día
muy completo.
Todavía en Finisterre,
pues mañana ya saldré de esta parte de Bretaña para continuar en
la misma pero en Côtes d’Armor. El día ha sido bastante completo.
He aprendido algo de agricultura, he disfrutado algo de Morlaix y,
sobre todo, he conocido a los amigos de Girona que me han convencido
para visitar uno de los vestigios prehistóricos más interesantes de
los que había visto en toda mi vida, el Cairn de Barnenez.
Finalmente, la casa en construcción me ha permitido pasar una buena
noche.
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