Etapa 46 (337), 23 de
julio de 2012, lunes.
Plage de l’Aber-Plage
de Postolonnec-Morgat-Plage de la Palu-Plage de Lostmarc’h- Plages
Goulien, Kersiguénou y Kerloc’h-Camaret sur Mer.
Amanecer en l’Aber.
Me despierto antes de
las seis y para esa hora ya estoy levantado. Por la humedad que hay
en el ambiente, lo primero que hago es ponerme el jersey y tomar la
pastilla contra la hipertensión. Recojo todo y saco foto del lugar
donde he dormido.

Lo que mejor se aprecia son las dos ventanas en chaflán de la casa de al lado de la que he dormido.
Para las seis y cuarto ya estoy en marcha. Bajo las escaleras y saco foto del albergue donde nadie me abrió. Leo Gîte d’étape y Trélannec-Restaurante de l’Aber, pero en mi mapa no veo el nombre de Trélannec en ningún lugar de la península de Crozon. Me hace pensar que este albergue es también el restaurante. Ofrecen muchas variedades de mermeladas, pero no hay nadie que las venda. A esta hora tempranera de la mañana es comprensible.
La foto la saco más que nada para que quede constancia de la campanilla que ayer hice sonar y, que sonó tanto, que se tuvo que oír en todo el confín del bosque, aunque no lo oyera su destinataria. ¿Por qué en femenino? Salgo con intención de ir por la carretera que ayer me trajo aquí, pero acabaré yendo por el GR-34.
Es el propio camino el que me lleva sobre la playa, aunque a cierta distancia donde la duna y el matorral me la tapa, y me permite ver la isla de l’Aber. Luego el camino se vuelve carretera asfaltada y asciende, lo que me deja ver el cabo de la Cabra pero tan vahído por la neblina matutina que la esperanza que tenía en ver la confluencia, o el choque frontal de dicho cabo con la Pointe du Van, va a ser imposible que se produzca y no estoy dispuesto a esperar a que la neblina se disipe.
Veo un campo amarillo que me recuerda la
flor de la colza pero, por la constitución de la planta, me da más
la impresión de que sean flores de remolacha o nabo. No será hasta
que llegue por encima a un recoveco de la carretera que veré
nítidamente tanto la playa como la isla de l’Aber. En un prado
donde predominan florecillas de color lila, la visión que obtengo es
de lo mejor que me va a ofrecer la mañana de hoy.
Al fondo se ve el Cap de la Chèvre y el pueblo de Morgat, donde desayunaré. Sin salir del entorno de las flores lilas, el sendero ya me está orientando hacia la playa de Postolonnec.
Lo que mejor se aprecia son las dos ventanas en chaflán de la casa de al lado de la que he dormido.
Para las seis y cuarto ya estoy en marcha. Bajo las escaleras y saco foto del albergue donde nadie me abrió. Leo Gîte d’étape y Trélannec-Restaurante de l’Aber, pero en mi mapa no veo el nombre de Trélannec en ningún lugar de la península de Crozon. Me hace pensar que este albergue es también el restaurante. Ofrecen muchas variedades de mermeladas, pero no hay nadie que las venda. A esta hora tempranera de la mañana es comprensible.
La foto la saco más que nada para que quede constancia de la campanilla que ayer hice sonar y, que sonó tanto, que se tuvo que oír en todo el confín del bosque, aunque no lo oyera su destinataria. ¿Por qué en femenino? Salgo con intención de ir por la carretera que ayer me trajo aquí, pero acabaré yendo por el GR-34.
Es el propio camino el que me lleva sobre la playa, aunque a cierta distancia donde la duna y el matorral me la tapa, y me permite ver la isla de l’Aber. Luego el camino se vuelve carretera asfaltada y asciende, lo que me deja ver el cabo de la Cabra pero tan vahído por la neblina matutina que la esperanza que tenía en ver la confluencia, o el choque frontal de dicho cabo con la Pointe du Van, va a ser imposible que se produzca y no estoy dispuesto a esperar a que la neblina se disipe.
Al fondo se ve el Cap de la Chèvre y el pueblo de Morgat, donde desayunaré. Sin salir del entorno de las flores lilas, el sendero ya me está orientando hacia la playa de Postolonnec.
Plage de
Postolonnec.
Esta playa es muy
estrecha a la hora en que la veo, pero no sé cómo será en la marea
baja.
El acantilado es abrupto y de difícil acceso y se crece a ambos lados de la playa. El pueblecito es uniforme, de casas aisladas, casi todas rodeadas de terreno o, por lo menos, disponen de él en la parte delantera. Me parece un pueblo bien construido y cómodo para sus habitantes.
Bajo a la playa y, desde la orilla, saco foto de la arena y de Morgat, al fondo, a donde tardaré más de una hora en llegar. De nuevo el camino empieza a ascender y me encuentro con una mesa donde se ofrece el plano de Finisterre. Como lo que me interesa es la costa que se ve desde esta cima, y en especial Morgat, fotografío el plano desde el Norte hacia el Sur, por lo que todo queda invertido. El azul más intenso es el mar. Con la mayor intensidad azul del río Aulne, Crozon parece más península de lo que es en la realidad.
El acantilado es abrupto y de difícil acceso y se crece a ambos lados de la playa. El pueblecito es uniforme, de casas aisladas, casi todas rodeadas de terreno o, por lo menos, disponen de él en la parte delantera. Me parece un pueblo bien construido y cómodo para sus habitantes.
Bajo a la playa y, desde la orilla, saco foto de la arena y de Morgat, al fondo, a donde tardaré más de una hora en llegar. De nuevo el camino empieza a ascender y me encuentro con una mesa donde se ofrece el plano de Finisterre. Como lo que me interesa es la costa que se ve desde esta cima, y en especial Morgat, fotografío el plano desde el Norte hacia el Sur, por lo que todo queda invertido. El azul más intenso es el mar. Con la mayor intensidad azul del río Aulne, Crozon parece más península de lo que es en la realidad.
La Pointe de Menhir.
Otro rato por carretera
y otro camino ascendente me lleva a un lugar en donde se menciona un
castillo o fuerte, pero al que no logro ver por ninguna parte. Llego
a un menhir en el mismo momento en que se acerca un corredor en
ejercicio de entrenamiento y lo toca: “touché” (tocado), dice,
como si estuviera jugando a hundir barcos.
Se ve que este menhir tiene poderes mágicos o, al menos, la imaginación y la superstición popular se los atribuye. Hay ciertos enigmas ancestrales que perviven en este pueblo bretón. Después me acerco al cabo del Menhir, desde donde ya se ve más cercano el pueblo de Morgat. Todavía tardaré en llegar, pero ya se aprecia bien la playa previa y el puerto, que se encuentra al final.
Se ve que este menhir tiene poderes mágicos o, al menos, la imaginación y la superstición popular se los atribuye. Hay ciertos enigmas ancestrales que perviven en este pueblo bretón. Después me acerco al cabo del Menhir, desde donde ya se ve más cercano el pueblo de Morgat. Todavía tardaré en llegar, pero ya se aprecia bien la playa previa y el puerto, que se encuentra al final.
Morgat. Desayuno en
Le Bistroquet (Tabac-PMU).
Un acantilado me ofrece
abajo una playa entre pinos. Parece bastante inaccesible desde mi
posición, pero es probable que tenga algún acceso más fácil por
cualquiera de los laterales. Puede ser que esté conectada con las
playas de Postolonnec y Porzic.
Desde el acantilado, vuelvo a ver más cerca Morgat, aunque no han pasado a penas diez minutos desde mi anterior visión.

Antes de las ocho llego a la playa de Porzic, que es de piedras.
En el paseo marítimo hay varios hoteles con terraza donde podría intentar desayunar, pero prefiero buscar alguno que ofrezca la fórmula de los Tabac-PMU.

La playa de Porzic, que ofrecía piedras, va dando paso a la de Morgat, que ya es de arena y por la que llego a la siguiente zona urbana. Paso por la panadería, pero no me atrevo a comprar nada y me limito a preguntar por café. La panadera me dice que vaya a Le Bistroquet. Allí descargo mi mochila y vuelvo a la panadería, como ya va siendo habitual. Es un sistema que me gusta. Compro dos croissant (1,80 €) y, ya en el café, pido café-crema (2,60 €). El sobre de medicina se está endureciendo, pues lo llevo en el bolsillo alto de la mochila, aprovecho para cambiarlo de lugar y lo paso a mi mochilita. Ya he tomado cinco sobres y aún quedan 7. ¿Es posible? Es así como me entero de que me van a sobrar dos sobres de Agmentin en cada caja y tendré que pensar qué hacer con los 6 restantes. Echo un vistazo al Journal y es así como me entero de que Aimar Zubeldia terminó 6º en el Tour de France, que Alonso va primero, y otras noticias locales: la fiesta velera en Douarnenez y que hoy en Camaret hay concierto de Gospel. Lástima que no sea una de mis músicas preferidas. Además tengo serias dudas de que hoy pueda llegar hasta allí. Las entradas las venden en la oficina de Turismo. Iría si fuera gratis, pero no quiero pagar por algo que me agrada poco. Si las letras de Gospel fueran sólo espirituales… pero, en general, suelen estar muy impregnadas de retórica católica. Hoy he tenido la primera diarrea. Aunque la doctora ya me lo había advertido, me coge desprevenido y me desagrada. Comiendo mal, andando mucho y que el cuerpo no asimile bien los alimentos, no es una buena noticia para el caminante. Escribo un rato y vuelvo a sentir el apretón. Compro 10 postales y pago 4 €. Pregunto al dueño sobre la distancia al cabo. Con la diarrea tomo la siguiente decisión. Después de tantos días viendo el Cap de la Chèvre, decido no visitarlo, cruzar de Morgat a mar abierto, descansar en alguna playa nudista y tratar de llegar no demasiado tarde a dormir al albergue de Camaret-sur-Mer. Quiero pasar por una playa para secar el saco que hoy ha quedado especialmente húmedo. El dueño del Tabac me ha informado de cómo coger el camino que me va a llevar directamente a la playa de Lostmarc’h, que es la que yo tengo anotada como nudista oficial. Me he vuelto a vaciar en el retrete y antes de las once estoy en marcha.
Desde el acantilado, vuelvo a ver más cerca Morgat, aunque no han pasado a penas diez minutos desde mi anterior visión.
Antes de las ocho llego a la playa de Porzic, que es de piedras.
En el paseo marítimo hay varios hoteles con terraza donde podría intentar desayunar, pero prefiero buscar alguno que ofrezca la fórmula de los Tabac-PMU.
La playa de Porzic, que ofrecía piedras, va dando paso a la de Morgat, que ya es de arena y por la que llego a la siguiente zona urbana. Paso por la panadería, pero no me atrevo a comprar nada y me limito a preguntar por café. La panadera me dice que vaya a Le Bistroquet. Allí descargo mi mochila y vuelvo a la panadería, como ya va siendo habitual. Es un sistema que me gusta. Compro dos croissant (1,80 €) y, ya en el café, pido café-crema (2,60 €). El sobre de medicina se está endureciendo, pues lo llevo en el bolsillo alto de la mochila, aprovecho para cambiarlo de lugar y lo paso a mi mochilita. Ya he tomado cinco sobres y aún quedan 7. ¿Es posible? Es así como me entero de que me van a sobrar dos sobres de Agmentin en cada caja y tendré que pensar qué hacer con los 6 restantes. Echo un vistazo al Journal y es así como me entero de que Aimar Zubeldia terminó 6º en el Tour de France, que Alonso va primero, y otras noticias locales: la fiesta velera en Douarnenez y que hoy en Camaret hay concierto de Gospel. Lástima que no sea una de mis músicas preferidas. Además tengo serias dudas de que hoy pueda llegar hasta allí. Las entradas las venden en la oficina de Turismo. Iría si fuera gratis, pero no quiero pagar por algo que me agrada poco. Si las letras de Gospel fueran sólo espirituales… pero, en general, suelen estar muy impregnadas de retórica católica. Hoy he tenido la primera diarrea. Aunque la doctora ya me lo había advertido, me coge desprevenido y me desagrada. Comiendo mal, andando mucho y que el cuerpo no asimile bien los alimentos, no es una buena noticia para el caminante. Escribo un rato y vuelvo a sentir el apretón. Compro 10 postales y pago 4 €. Pregunto al dueño sobre la distancia al cabo. Con la diarrea tomo la siguiente decisión. Después de tantos días viendo el Cap de la Chèvre, decido no visitarlo, cruzar de Morgat a mar abierto, descansar en alguna playa nudista y tratar de llegar no demasiado tarde a dormir al albergue de Camaret-sur-Mer. Quiero pasar por una playa para secar el saco que hoy ha quedado especialmente húmedo. El dueño del Tabac me ha informado de cómo coger el camino que me va a llevar directamente a la playa de Lostmarc’h, que es la que yo tengo anotada como nudista oficial. Me he vuelto a vaciar en el retrete y antes de las once estoy en marcha.
Hacia la Palue y la
nudista plage de Lostmarc’h.
Ahora me quito el
jersey negro y la camiseta de manga larga. Al salir del bar, una
pareja se interesa por mi viaje. Son Etienne y François. Les cuento
lo de la bretona: “tu confianza te da la seguridad” y el
comportamiento del zapatero de Parentis. Ella dice que esas cosas se
agradecen mucho, y más si se viaja solo. Tienen su espacio en
Camaret y a ella se le ocurre ofrecérmelo, pero él no opina lo
mismo, pues no sabe si hoy dormirán allí. Tampoco sé si llegaré
hoy a Camaret. De todas formas le agradezco su buena disposición
acogedora. No será en ese lugar donde más problema vaya a tener de
alojamiento, puesto que hay “auberge de jeneusse”. De hecho, esta
noche dormiré en dicho albergue. Podríamos seguir horas hablando. A
mi no se me acaba el rollo fácilmente, pero salgo a la calle y subo
por la ascendente, donde el dueño del bar me ha dicho que encontraré
la rotonda, pero la segunda rotonda no aparece y sigo carretera
adelante hasta que llego a un cruce.
Un hombre viene del cap de la Chèvre y, como ya está a pocos kilómetros, 4 o 5, me anima a que me acerque. No solo me anima, sino que me lo recomienda. Me dice que es un lugar fantástico. Dudo, pues se me va a hacer tarde para la hora de comer, y termino haciéndole caso. Paso cerca de un molino sin aspas, que ahora cumple función de vivienda, lo fotografío y sigo camino hacia el cabo de la Cabra. Encuentro a dos hombres que están en un terreno haciendo una maniobra difícil con dos camiones. Les pregunto y me responden que para ir a la playa de Lostmarc’h es mejor que vaya en dirección contraria.
La decisión ya está tomada. No visitaré el cabo recomendado pues 4-5 Km. me van a suponer añadir 8-10 al conjunto del recorrido del día. Saco foto en este terreno, lo más próximo que voy a estar del cabo de la Cabra. Un hombre que está reciclando vidrio, me dice que puedo ir por cualquiera de las dos carreteras. Que una me lleva a un punto de la plage de la Palue y la otra hacia la de Lostmarc’h. Decido ir hacia la primera, que está más al Sur. Pero ni en ella, ni en la nudista, encontraré ningún establecimiento en el que pueda comer.
Un hombre viene del cap de la Chèvre y, como ya está a pocos kilómetros, 4 o 5, me anima a que me acerque. No solo me anima, sino que me lo recomienda. Me dice que es un lugar fantástico. Dudo, pues se me va a hacer tarde para la hora de comer, y termino haciéndole caso. Paso cerca de un molino sin aspas, que ahora cumple función de vivienda, lo fotografío y sigo camino hacia el cabo de la Cabra. Encuentro a dos hombres que están en un terreno haciendo una maniobra difícil con dos camiones. Les pregunto y me responden que para ir a la playa de Lostmarc’h es mejor que vaya en dirección contraria.
La decisión ya está tomada. No visitaré el cabo recomendado pues 4-5 Km. me van a suponer añadir 8-10 al conjunto del recorrido del día. Saco foto en este terreno, lo más próximo que voy a estar del cabo de la Cabra. Un hombre que está reciclando vidrio, me dice que puedo ir por cualquiera de las dos carreteras. Que una me lleva a un punto de la plage de la Palue y la otra hacia la de Lostmarc’h. Decido ir hacia la primera, que está más al Sur. Pero ni en ella, ni en la nudista, encontraré ningún establecimiento en el que pueda comer.
La plage de
Lostmarc’h.
Bajo a una playa
enorme, ancha y larga, y la primera parte es la que llaman de la
Palue. Un cartel de “Interdit” prohibe el baño y yo no lo
entiendo en un mar con un agua tan mansa. Muy cercana a la orilla,
mirando hacia el horizonte oceánico, hay un islote, como si fuera
una pirámide en el mar. “¿No se les ocurrio a los egipcios hacer
alguna pirámide en el Nilo?”, pienso. También hay un grupo de
surfistas con sus tablas y trajes de neopreno, pero las olas son
débiles y no permiten un buen ejercicio de surf. Tendrán que
esperar a la marea alta. Me sorprende pues, este colectivo, suele ser
sabio en el conocimiento de las mareas. Tuve la oportunidad de
comprobarlo llegando a Sagres, en el Algarve portugués Sur. Una zona
de rocas delimita la playa de La Palue con la de Lostmarc’h. Tanto
un lado como el otro podrían configurar playa nudista, teniendo en
cuenta su situación geográfica y la lejanía con respecto a
población habitada.
Quizás la prohibición de baño sea una fórmula de preservar la zona de La Palue para surfistas y la de Lostmarc’h para los nudistas. Ya he pasado de la bahía protegida de Douarnenez y ahora me encuentro ante la infinitud del Atlántico. Esta situación oceánica va a durar unas 24 horas, desde ésta de hoy a otra similar de mañana, cuando doble el cabo de los Españoles y me sitúe en la rada de Brest. Caminando por la arena más próxima a la zona rocosa, veo al primer hombre desnudo en las rocas. No es el lugar en que más me apetece estar, pues la arena próxima a ellas está húmeda, pero me desnudo también. Tal como es su posición, parece que es un nudista clandestino. Abro mi mochila, extiendo saco y esterilla sobre las rocas, para que vayan perdiendo la humedad que los empapó por la noche, y voy a darme el primer baño de hoy después del de hace tres días en la playa de Beuzec-Cap-Sizun y el de ayer. Como casi siempre, lo que hago es entra, refrescarme y salir y, de regreso, veo venir hacia el agua a un chico que baja desnudo de otra zona más al Norte donde hay arena seca.
Regreso a mi lugar, recojo el material extendido al sol y me traslado hacia la zona de arena seca que me apetece más. Monto allí mi tenderete particular y consigo que la humedad se vaya disipando del material que acompaña mis sueños. Pregunto, y el joven me responde que no cree que haya ningún restaurante por esta zona. Otro hombre confirma su opinión. Como se está tan bien en esta playa, me olvido de la comida y me voy a dar otro baño. Será un largo paseo desnudo hacia la orilla y otro de regreso. Tumbado en la arena, al sol y suficientemente relajado, con un poco de imaginación, tengo una eyaculación espontánea y de escasa expulsión seminal. Se ve que con la edad mi capacidad productiva, que ya nunca será reproductiva, disminuye. Tendré que adaptarme a lo que hay y resignarme para lo que me deparen los años venideros. Ahora, olvidado de la comida, me arrepiento de no haberme acercado hacia la Pointe de la Chèvre, pero ya es tarde para lamentos.
A lo largo de este rato frente al océano Atlántico, he sacado tres fotos de estas playas que, en realidad con marea baja, son una única playa y que dan imagen fehaciente de su inmensidad, me visto, me despido de los vecinos, me voy hacia el Norte y, con incertidumbre, sin dejar de intentar comer en alguna parte.
Quizás la prohibición de baño sea una fórmula de preservar la zona de La Palue para surfistas y la de Lostmarc’h para los nudistas. Ya he pasado de la bahía protegida de Douarnenez y ahora me encuentro ante la infinitud del Atlántico. Esta situación oceánica va a durar unas 24 horas, desde ésta de hoy a otra similar de mañana, cuando doble el cabo de los Españoles y me sitúe en la rada de Brest. Caminando por la arena más próxima a la zona rocosa, veo al primer hombre desnudo en las rocas. No es el lugar en que más me apetece estar, pues la arena próxima a ellas está húmeda, pero me desnudo también. Tal como es su posición, parece que es un nudista clandestino. Abro mi mochila, extiendo saco y esterilla sobre las rocas, para que vayan perdiendo la humedad que los empapó por la noche, y voy a darme el primer baño de hoy después del de hace tres días en la playa de Beuzec-Cap-Sizun y el de ayer. Como casi siempre, lo que hago es entra, refrescarme y salir y, de regreso, veo venir hacia el agua a un chico que baja desnudo de otra zona más al Norte donde hay arena seca.
Regreso a mi lugar, recojo el material extendido al sol y me traslado hacia la zona de arena seca que me apetece más. Monto allí mi tenderete particular y consigo que la humedad se vaya disipando del material que acompaña mis sueños. Pregunto, y el joven me responde que no cree que haya ningún restaurante por esta zona. Otro hombre confirma su opinión. Como se está tan bien en esta playa, me olvido de la comida y me voy a dar otro baño. Será un largo paseo desnudo hacia la orilla y otro de regreso. Tumbado en la arena, al sol y suficientemente relajado, con un poco de imaginación, tengo una eyaculación espontánea y de escasa expulsión seminal. Se ve que con la edad mi capacidad productiva, que ya nunca será reproductiva, disminuye. Tendré que adaptarme a lo que hay y resignarme para lo que me deparen los años venideros. Ahora, olvidado de la comida, me arrepiento de no haberme acercado hacia la Pointe de la Chèvre, pero ya es tarde para lamentos.
A lo largo de este rato frente al océano Atlántico, he sacado tres fotos de estas playas que, en realidad con marea baja, son una única playa y que dan imagen fehaciente de su inmensidad, me visto, me despido de los vecinos, me voy hacia el Norte y, con incertidumbre, sin dejar de intentar comer en alguna parte.
La casa de un
escultor.
El recorrido tras la
salida de la playa me lleva a unos caminos que todavía están
embarrados por las últimas lluvias y me van a crear alguna zozobra.
Me he ido alejando de la costa. Luego combinaré caminos con carretera. Como temo que no voy a encontrar lugar para comer, decido tomarme el sobre de Agmentin diluyéndolo en la poca agua que me queda. Esto me va a obligar a pedir más agua al llegar a una zona poblada.

Pero eso será más tarde. De momento, llego a una casa profusamente decorada. Está cercada y dispone de un amplio recinto donde un caprichoso escultor puede dar rienda suelta a su imaginación y hacer lo que se le antoja.
El primer huevo o esfera, por la que un niño trepa apoderándose del mundo, me hace recordar al Dalí de Port Lligat. Luego, las figuras estilizadas, los troncos secos que cobran vida y un templete entre barroco y de cuento de hadas, me lo diversifican y alejan del excéntrico artista catalán. Tras una muestra de tres momentos en mi visita, llego a la puerta de acceso, que sigue estando en consonancia con lo que ya he visto.
Me he ido alejando de la costa. Luego combinaré caminos con carretera. Como temo que no voy a encontrar lugar para comer, decido tomarme el sobre de Agmentin diluyéndolo en la poca agua que me queda. Esto me va a obligar a pedir más agua al llegar a una zona poblada.
Pero eso será más tarde. De momento, llego a una casa profusamente decorada. Está cercada y dispone de un amplio recinto donde un caprichoso escultor puede dar rienda suelta a su imaginación y hacer lo que se le antoja.
El primer huevo o esfera, por la que un niño trepa apoderándose del mundo, me hace recordar al Dalí de Port Lligat. Luego, las figuras estilizadas, los troncos secos que cobran vida y un templete entre barroco y de cuento de hadas, me lo diversifican y alejan del excéntrico artista catalán. Tras una muestra de tres momentos en mi visita, llego a la puerta de acceso, que sigue estando en consonancia con lo que ya he visto.
Costa rocosa hacia
la Pointe de Dinan.
Abandonando la casa del
artista, los caminos me van volviendo a llevar hacia la costa.
Después de tan larga playa, ahora toca acantilado abrupto y rocoso que, aunque ofrece algún entrante de mar y una playa de arena, la mayoría del espacio próximo al agua va a ser también de rocas.

En una bajada del camino, ya próximo al cabo Dinan, intento coger agua de un arroyo, pero me resulta imposible. Aunque no soy un gran bebedor de este mineral, la falta de agua me hace ir incómodo. Me entra el apretón y paro para descargar.
Sigo estando ligero y cubro mi regalo a la naturaleza con el papel de que me he servido como higiénico, una servilleta naranja que por su vivacidad me cuesta camuflar bajo hierbas que arranco en torno al pastel. Además de los caminos que suben y bajan, hace tiempo que voy viendo el cabo Dinan.
Más a lo lejos, el rosario de islitas que se desprenden del cabo de Pen-Hir, lugar ya más próximo al que quiero sea mi destino de hoy, Camaret-sur-Mer. Sin dejar de ver esta perspectiva, llego a la playa intermedia, que no sé cómo se llama, y veo la cuesta ascendente que me espera. Observo cómo alguien camina por ella.
Tras el ascenso, nuevo descenso y se me ofrece otra rada que también ofrece pequeña playa, aunque la mayoría sea de rocas y piedras. Esta rada es la que culmina en la Pointe de Dinan. No me voy a acercar hasta ella, ya que supondría un camino a retroceder después, ya que a continuación me voy a tener que enfrentar a un nuevo entrante de mar donde pasaré por un gran playa que recibirá tres nombres: Goulien, Kersiguénou y Kerloc’h.
Tras de una gran roca, en una playa más al interior de la rada de Dinan, una parejita juega con sus cuerpos, ajenos a las miradas de los otros. Yo interpongo la roca para no ver más y así os evito que vosotros lo veáis y paséis envidia.
Después de tan larga playa, ahora toca acantilado abrupto y rocoso que, aunque ofrece algún entrante de mar y una playa de arena, la mayoría del espacio próximo al agua va a ser también de rocas.
En una bajada del camino, ya próximo al cabo Dinan, intento coger agua de un arroyo, pero me resulta imposible. Aunque no soy un gran bebedor de este mineral, la falta de agua me hace ir incómodo. Me entra el apretón y paro para descargar.
Sigo estando ligero y cubro mi regalo a la naturaleza con el papel de que me he servido como higiénico, una servilleta naranja que por su vivacidad me cuesta camuflar bajo hierbas que arranco en torno al pastel. Además de los caminos que suben y bajan, hace tiempo que voy viendo el cabo Dinan.
Más a lo lejos, el rosario de islitas que se desprenden del cabo de Pen-Hir, lugar ya más próximo al que quiero sea mi destino de hoy, Camaret-sur-Mer. Sin dejar de ver esta perspectiva, llego a la playa intermedia, que no sé cómo se llama, y veo la cuesta ascendente que me espera. Observo cómo alguien camina por ella.
Tras el ascenso, nuevo descenso y se me ofrece otra rada que también ofrece pequeña playa, aunque la mayoría sea de rocas y piedras. Esta rada es la que culmina en la Pointe de Dinan. No me voy a acercar hasta ella, ya que supondría un camino a retroceder después, ya que a continuación me voy a tener que enfrentar a un nuevo entrante de mar donde pasaré por un gran playa que recibirá tres nombres: Goulien, Kersiguénou y Kerloc’h.
Tras de una gran roca, en una playa más al interior de la rada de Dinan, una parejita juega con sus cuerpos, ajenos a las miradas de los otros. Yo interpongo la roca para no ver más y así os evito que vosotros lo veáis y paséis envidia.
Agua y reencuentro.
Paso por un molino,
también éste sin aspas. Un tronco inclinado da la sensación de que
el cilindro que configura la torre estuviera apuntalado. No parece
que ésta sea su función real, sino que esté puesto así por
adorno. No hay ninguna duda de que esta torre esté habitada puesto
que, al pie de ella y en ambos lados, se encuentran muchas sillas.
Unas cabañas y un arriate de flores con margaritones, complementan
el espacio del entorno vacacional. Cuando llego a zona más poblada,
pido agua. Unas mujeres me llenan mi envase de agua del grifo, aunque
un hombre hubiera preferido rellenármela con agua envasada.
Agradezco y sigo camino adelante. Ya con agua, voy más tranquilo.
Veo que viene una pareja en bicicleta y que, al llegar cerca de mí,
paran y se bajan de ella. Se dirigen a mí como “el viajero
español”. Por lo que me dicen, hablé con ellos, pero ya no
recuerdo dónde. Me dicen algo así como “Pormarc” pero, por
mucho que estrujo mi mente, no logro asociar sus caras con el
encuentro. “Llevábamos una mochila grande y negra”. Pero ni por
esas. Me despido de ellos y continúo hacia la nueva bahía que ya
tiene que estar cerca.
Plages de Goulien,
Kersiguénou y Kerloc’h.
Cuando estoy llegando
al golfo, un joven me recomienda que haga el recorrido por la
“falaise” (acantilado), que es muy bonito pero, al llegar y ver
la configuración de las playas en la marea baja, prefiero acortar
caminando por la arena. ¡Lo tengo muy claro!
Intento comer algo pero, en la escuela de surf, lo único que venden son bebidas y no veo alternativa. Cruzar toda la playa me lleva menos que media hora. Saco una foto con los dos extremos de esta playa única, aunque tenga tres nombres. En el extremo sur, con el cabo Dinan y en el Norte, el acantilado de San Julián pero, con lo más destacado al fondo, del cabo de Pen-Hir con su rosario de islotes al mar.
Hacia el centro de la playa, el acantilado retirado parece que fuera una lengua de erupción volcánica retenida al llegar al mar. Es realmente bonito el contraste de su roca cortada contra el dorado de la arena más próxima. Cuando estoy llegando al final de la playa de Kerloc’h me encuentro con un pequeño obstáculo, la salida al mar de un riachuelo que me va a obligar a pasar por encima, por carretera.
Intento comer algo pero, en la escuela de surf, lo único que venden son bebidas y no veo alternativa. Cruzar toda la playa me lleva menos que media hora. Saco una foto con los dos extremos de esta playa única, aunque tenga tres nombres. En el extremo sur, con el cabo Dinan y en el Norte, el acantilado de San Julián pero, con lo más destacado al fondo, del cabo de Pen-Hir con su rosario de islotes al mar.
Hacia el centro de la playa, el acantilado retirado parece que fuera una lengua de erupción volcánica retenida al llegar al mar. Es realmente bonito el contraste de su roca cortada contra el dorado de la arena más próxima. Cuando estoy llegando al final de la playa de Kerloc’h me encuentro con un pequeño obstáculo, la salida al mar de un riachuelo que me va a obligar a pasar por encima, por carretera.
Crepería Plage de
Kerloc’h.
Son cerca de las cuatro
y media de la tarde. Me acerco al único establecimiento que veo
abierto a estas horas. Se trata de una crepería, pero pido un
bocadillo (3,50) y cerveza (2) por los que pago 5,50 €, en
efectivo. Donde están las planchas de los crepes hace demasiado
calor y me retiro. En media “baguette” me introducen lechuga,
tomate, queso y mahonesa, y me sabe a gloria. ¡No hay mejor cosa que
tener hambre cuando se come! Un italiano me habla del 4-0 que propinó
España a Italia. Le digo que, a priori, yo creía que iba a estar
más igualado y le explico la circunstancia que me llevó a que no
pudiera ver el partido. Yo presto más atención al bocata que al
tema futbolístico y él con el grupo con quienes está, se van
diciendo que por la noche vendrán a cenar. Pero, por la noche, yo ya
estaré durmiendo en el albergue de Camaret, si hay sitio y no surge
ningún contratiempo. El chico que me atiende da muestras de sentirse
mal. No me extraña, el calor que despiden las planchas de los crepes
es como para poner malo a cualquiera. Si hubiera sido un español le
habría dicho: “cógete la baja”, pero aquí no sé cómo
expresarlo. Entre 2,50 y 2,00 es la diferencia de precio de
Kronenburg y Heineken, pero ahora ya no recuerdo cuál de las dos es
la más barata, que es la que yo he bebido. Me dicen que hay 3 Km.
para llegar a Camaret-sur-Mer, pero a mí se me va a hacer eterno.
Alignements de
Lagatjal.
Salgo por carretera sin
casi arcén. A ratos me debo meter en la hierba para que los coches
que vienen de frente no tengan que reducir la velocidad o frenar.
Dudo si debo ir en dirección al cabo Pen-Hir o hacia el de
Toulinguet. Estando ya cerca de Camaret, saco el papelito con la
dirección del albergue y temo que ya me lo he pasado. Mirando el
mapa, tampoco me aclaro mucho de dónde estoy. Entro en una tienda de
suvenirs y pregunto al que parece el dueño. Me dice que pregunte a
la cajera. Pero ella está ocupada atendiendo clientes y lo único
que saco en claro es que voy en buena dirección.
Paso por los
alineamientos de Lagatjal pero, aunque tengan mucho valor para
entender la prehistoria, me resulta una explanada con piedras
diseminadas con aún menos interés del que me produjeron los de
Carnac.
Club des Jeunes Léo
Lagrange.
Ya en la ciudad, otra
mujer me dice que remonte la cuesta. “Remonté” en Francia es
subir. Un hombre coincide en decirme que remonte, pero por la
carretera paralela a la que llevo y que por allí llegaré al Léo
Lagrange, que es el nombre del Club des Jeunes. Aquí no lo llaman
“auberge de jeneusse”. Con una ayudita final en otro edificio que
tiene también algo que ver con la juventud, llego al accueil. La
recepcionista alemana habla bien el francés, pero no me acaba de
confirmar si tengo o no sitio para dormir. Tampoco si voy a poder
cenar o no. Así que no podré salir de dudas hasta que llegue su
jefe. Al final, consigue que salga la factura por la copiadora,
escribo la ficha, pago con Visa 30,83 €. Cena y desayuno incluidos. Primero me da la
habitación 316 pero, al ver que está sin preparar, me la cambia por
la 315. Tengo que acompañarle a recepción para conseguir la nueva
llave. Los que serán mis vecinos de mesa, que han llegado casi a la
vez que yo y que, como tenían reservado, no tardan nada en recibir la
llave, me dicen: “qué bien habla el francés la alemana”. Pues
yo no puedo apreciar la calidad del francés de la susodicha, pero
algo “cortita” sí que me ha parecido. Ya instalado en la
habitación, cago de nuevo ligero con pedorreta expansiva de propina,
lavo el equipo de ropa y lo tiendo, me afeito, ducho y pongo a cargar el
móvil. Me seco y me acuesto con el edredón por encima, sólo
durante cinco minutos, pues van a dar las 19:15 horas que es la
señalada en el cartel para la cena. Como he comido tan tarde, tengo
pocas ganas. Una señora me localiza, me hace pasar el primero y me
muestra el sitio donde voy a cenar. Perfecta la posición para mi
oído bueno. Sólo comeremos en esa mesa el matrimonio con el que he
coincidido al llegar y yo. Ella me dice que su hijo ha terminado los
estudios en Donostia y que vivía de alquiler en la plaza de la
Constitución. Le pregunto qué estudiaba, pero no sabe decirme. “Ya
es grande”, es su respuesta, pero a mi me parece inconcebible que
una madre no sepa lo que está estudiando su hijo. No insisto.
No quiero meterme en un berenjenal. Ella me cuenta lo bien que han
tratado los vascos a su hijo y yo aprovecho para echar flores al
comportamiento de los bretones. Como no vienen los demás a la mesa,
la señora dice que nos podemos servir. Luego nos trae el vino tinto
del que, a pesar de la medicación, tomaré tres vasos. Me quedo
escribiendo hasta las 21:20 horas. Llamo por teléfono a Martín, por
si sabe algo del Balneario y me dice que no ha recibido ninguna
comunicación del Imserso. Me dicen que todos están bien y yo le
digo que tengo claro que me va a ser imposible cumplir mi objetivo de
llegar a Bélgica. Voy al dormitorio y me acuesto con el edredón.
Como no lo he metido dentro de la sábana, se me va a deslizar varias
veces al suelo. Por la noche paso calor y lo aparto. Sólo me levanto una vez a
orinar.
Balance de la
primera jornada completa en Crozon.
No ha sido un día con
mucho que destacar. Lo mejor el baño y el rato que he estado en
bolas en la playa de Lostmarc’h. También ha estado bien mi
desayuno en Morgat y las ayudas de la gente han sido puntuales sin
haber ningún encuentro significativo que pueda suponer amistad para
siempre. El paisaje ha sido bonito pero muy mediatizado por la comida
que, finalmente, la he hecho muy tardía. Después de dos noches
durmiendo a la intemperie, se coge con gusto la camita del albergue.
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