martes, 29 de marzo de 2016

Regreso a casa



Etapa 66 (357b) 14 de agosto de 2012, martes.
A pie a la estación. En tren: Saint Brieuc-Rennes-Nantes-Bordeaux-Hendaye. andando a Irun.


Amanecer en Saint Brieuc.
Me despierto a las 7:40 horas. No me ducho, para no tener que meter la toalla mojada en mi mochila. Tomo la pastilla de Indapamida y cojo el Paracetamol para tomármelo con el desayuno. Aunque todavía no ha eliminado del todo mi tos, al menos lo ha hecho durante la noche. Saco foto de la habitación con el ventano que se encuentra en el lado achaflanado sobre la cama en que no he dormido ninguna de las dos noches. Prefería la litera baja, zona en más penumbra. Escribo las cuatro postales restantes, hago las mochilas y bajo la ropa de cama para echarla en el cestón puesto a propósito al pie de la escalera. 

Desayuno y despedida.
Hacia las 8:45 horas, bajo para desayunar. Simone se sienta a mi lado. Una pareja termina antes que nosotros y se va. Lo mismo ocurre con dos chicas. Cuando baja Philippe a preparar los desayunos, se coloca en la primera mesa, como el día anterior. Mientras Sabine, en la habitación, prepara a Violette. Es muy hacendoso y ayer, tras apagar la barbacoa, no quiso dejarme fregar. La verdad es que sólo eran cuatro cosillas.
 

Como no tengo tiempo que perder, cuando termino de desayunar y ya han bajado las damas, me despido de los cuatro y confío en que entren en mi blog, me hagan algún comentario, y sigamos manteniendo la relación. Nunca ocurrirá tal cosa. Sin quitar mérito a Sabine, Philippe ha sido para mí una de las mejores personas que me ha ofrecido el camino. Bueno, en realidad el destino, el final de mi camino.
 

Saco fotos del albergue: 1º del edificio donde está el salón de estar, 2º del edificio que conecta con las habitaciones y donde, en espacio en que no se ve la fachada está la recepción, y 3º del edificio bajo que conecta los otros dos con el comedor y la cocina. Me despido de él hasta el próximo verano.

Vía Crucis de estaciones de SNCF
Voy hacia la estación con la dirección estratégicamente aprendida.
 

Hoy no hablo con nadie por el camino. No tengo tiempo que perder. Nada más llegar, echo al buzón las treinta postales. Localizo el lugar que se detendrá mi vagón cuando llegue el tren. El número 7 corresponde a la letra V. Un chico que me ve muy atento al panel, intenta ayudarme. Todavía no son las diez y saco una foto en el andén. Hay viajeros que  animan la estación. El tren llega puntual a las 10:05 y tiene prevista la llegada a Rennes para las 10:54 horas. Subo al tren y el asiento asignado mira hacia delante. Es de agradecer y más cómodo para ver el paisaje. Como creo que va a ser la siguiente parada, voy despreocupado escribiendo el diario. No tengo a nadie con quien hablar. Sin ningún contratiempo, llego a Rennes y, como tengo más de una hora, salgo de la estación y doy un pequeño paseo por los alrededores. El tren saldrá a las 12:13 horas para Nantes.

Paseo rápido por Rennes.
No puedo alejarme mucho de la estación. Un pedrusco enorme, tallado toscamente, me recibe a la salida de la estación de fachada acristalada, en cuya plaza surgen chorros a borbotones a propósito para jugar y refrescarse en los días calurosos. A estas horas no se ven niños que disfruten con el espectáculo de sentir mojarse sus cuerpos. Me dirijo hacia un edificio que llaman Les Champs Libres, donde está la Mediateca y otros servicios culturales de la ciudad.
 

Pregunto a dos jóvenes que esperan a la puerta, pues trabajan allí. Me dicen que también es la Biblioteca y está instalado el Museo de Bretaña. Me lo recomiendan, pero no tengo tiempo suficiente como para visitarlo de forma adecuada. He sacado tres fotos. En la segunda, en la superficie acristalada, se puede observar que en el edificio de frente esta la Seguridad Social.



Pero será la última la que ofrece mejor el edificio, ya que alejándome, la zona alta, acristalada y luminosa, se ve en toda su dimensión. Mientras inmortalizo el edificio en mi cámara, los chicos entran a trabajar. Antes de llegar a la estación, me encuentro con un mochilero en la otra acera.


Lleva su mochila muy bien protegida contra la lluvia. Hablo con él. Está esperando a su “copine”, amiga o colega, quizás novia. Puede que los galos, como los portugueses, distingan entre la enamorada, sin compromiso de futuro en compañía, y la novia. No piensan caminar con peso. Sólo lo estrictamente necesario. Y lo van a hacer en Tibus, un combinado de tren y autobús. Pasan dos chicos recolectores de migajas de la Iglesia de Jesús Cristo, y no se les ocurre mayor acierto que venir a darme la vara. Pero la vara se la doy yo. Ellos actúan incorrectamente. No son nada respetuosos con los que no creemos en Dios. Yo no voy por ahí tratando de convencerles de que su Dios no existe, de que es un invento, así que tengo el mismo derecho que ellos a que me dejen tranquilo. Si ellos creen y lo necesitan, que sigan creyendo, pero que respeten las no creencias de los demás. En vista de que conmigo no tienen nada que rascar, el otro se dirige hacia el excursionista mochilero, pero pronto llega su “copine” y se van.

El catequizador es un americano que me viene que ni pintado para tirar por los suelos su sociedad capitalista y el consumismo, como la verdadera religión del siglo que nos toca vivir. Sin más tiempo que perder, regreso a la estación de SNCF. En el andén anuncian la llegada del fin del mundo. Menos mal que ya pasó el 8 de agosto, y aquí seguimos vivitos y coleando. No vi la película, pero supongo que ni el fin del mundo podría separar a sus protagonistas Steve Carell y Keira Knightley. Me gustó el trabajo de ella en Anna Karenina. El tren sale puntual a las 12:13 y tiene prevista la llegada a Nantes a las 13:27 horas.


De Rennes a Nantes. 
Otro vidente, un croata y Daniel.
No tengo asiento numerado, aunque sé que es de segunda clase. Elijo centro sin mesa y acierto al sentarme en dirección de la marcha. No sabía dónde estaba el vagón tractor. Hora y cuarto que espero que no se me haga pesada. Es un tren que nace en Rennes y muere en Nantes, así que no voy a correr ningún riesgo de pasarme. Todos nos montamos y bajamos a la vez. Ya en la butaca cómoda del tren, se pone ocupando los tres asientos otro vidente. Si quiere observar, se puede dar cuenta de que el tren se va llenando, pero mantiene sus tres asientos ocupados, dos con su equipaje. Se lo digo con intención, y hace como que no se da por aludido. Cuando un joven me pregunta si lo que hay sobre el asiento de mi lado es mío, me hago el desentendido para ver qué hace el otro y, ¡por fin!, libera los dos asientos. El maleducado ha sacado una gran carpeta y le pregunto: “¿Todo eso tienes para estudiar?”. Rebusca un papel en el conjunto y me lo da. Leo  “La Verité” donde, remontándose a un porrón de años, planetas y más dioses, y acabando con los ángeles… ¡Vaya mañanita de videntes salvadores de la humanidad en peligro! El anuncio de la película de Hasta que la muerte nos separe, ha sido lo menos peligroso de la mañana. “La Verdad”… Como si no hubiese más que una. Y hay tantas. Cada uno tiene su verdad. El chaval que se ha sentado a mi lado es croata. Sólo quiere, o puede, hablar en inglés, pero yo, después de más de dos meses en Francia, el poco inglés que sé, me sale a trompicones. Hablamos poco y el visionario le da el mismo panfleto, pero en inglés. "¿Querías inglés?, ¡pues toma ángeles y demonios en inglés!" Digo al croata que estuve en 2005 en Dubrovnik, pero la conversación no dará mucho más de sí. Es un joven precioso, con una cabeza digna de ser esculpida por Miguel Ángel, o su cara pintada por Caravaggio. Podría perfectamente haber sido un modelo de ambos artistas. La cuarta plaza de enfrente, junto al grosero, la ocupa Daniel. Es parisino y ya se ha fijado en mí cuando paseaba por la estación de Saint Brieuc. Le digo que prefiero pasear antes que estar parado esperando a que llegue el tren. El también recibe el panfleto de “La Verité” en francés, como el mío. Supongo que no tendría versión en castellano. ¿O ha pensado que soy un francés nato? Se lo entrega con mayor cortesía que a mí, pero Daniel le responde con mayor rotundidad que yo. Le habla de secta, algo que no gusta nada al muchacho catequizador. Le dice algo parecido a lo que yo pienso: Que hay tantas verdades como personas, que cada uno tenemos nuestra verdad y que es incorrecto pretender una verdad única y absoluta. Me gusta este Daniel parisino. Al final va a ser con el único con el que puedo hablar del viaje que acabo de finalizar. De las experiencias y conocimientos que el camino me ha ofrecido. Así es como llegamos a Nantes. Nos vemos de nuevo en la estación comprando el bocata (4,70 €). Daniel lleva una revista que habla también de tiempos remotos y va de vacaciones para pasar unos días en la Isla de Yeu, donde dice que hay un castillo. Llegará muy tarde a la isla. Este joven también viaja en Tibus, pero aún le queda por coger autobús y barco. Pasé frente a la isla de Yeu después de dormir en el camping de Olonne-sur-Mer, en la auto-caravana de Jacqueline y Romeu Martin y antes de pasar cerca de la isla de Normoutier. ¡Hace tanto tiempo! ¡Parece una eternidad! Daniel opina que merece la pena conocer Île de Yeu. Otra vez será.

Corto paseo por Nantes.
Mirando el mapa, parece que Nantes está alejada de la costa, pero tiene puerto. En realidad es un puerto fluvial ya que el Loira, que desemboca en Saint-Nazaire, también pasa por esta ciudad. No sé hasta dónde es navegable. Aquí los barcos son potentes. Me resisto a pagar 40 céntimos por mear, y he ido para hacerlo gratis cerca del río, bajo un puente. Tras una vuelta corta, termino el bocata en el andén, con el tren ya colocado en posición de salida. La cerveza la he comprado en un Tabac (2,40 €). No me la han abierto y la abro con mi poca gracia habitual. Me la bebo casi de trago para no subir la botella al tren, limitándome a los trastos que ya llevo sin más aditamentos. La botella es oscura y no sé si la cerveza que contiene es negra o rubia, pero me sabe rara.

Nantes-Bordeaux. Coralie.
Subo al tren, pero me cuesta encontrar el asiento asignado. Veo que los números saltan con cierto desorden. Al final resulta que los números validos figuran en papel y los luminosos no son los correctos. Me lo aclara Coralie, que va a ser mi compañera de viaje. Va a ser mi escucha activa y prefiere oír, lo que le voy contando de mi viaje, que hablar. Salimos puntuales a las 14:13 horas. En algún momento freno y me cuenta lo que estudia. Se trata de Arte, pero no lo tiene claro. Probablemente vaya por fotografía, en lo que quiere especializarse, pero también le atrae el campo de la expresión artística para ponerla en práctica con el colectivo de autistas. Para ello tendría que ir a especializarse a Lille. Se adormila. Ni La Rochelle, ni Rochefort, ofrecen imágenes conocidas de mi paso por estas dos ciudades y sólo me resulta conocida una parte de paseo entre duna y playa. Ojeo la revista sobre arte que lleva Coralie y leo que en Bordeaux hay anunciada una exposición que pudiera ser interesante. Pero cierra a las seis y yo no llego hasta las 18:11 horas. Daba igual, pues el martes no la abren. Llegando a destino, paso por el retrete del tren, así me evito tener que pagar en los de la ciudad.
 
Coralie viaja a Toulouse, así que ella continúa y yo bajo al llegar el tren a Bordeaux. Tengo aquí una espera de dos horas y media que trataré de aprovechar. Es la primera vez que visito esta gran ciudad. Le deseo suerte en la elección de sus estudios futuros.

Dos horas y media en Bordeaux.
Entrando en la ciudad, y antes de que el tren llegue a la estación, veo dos veces el estuario de La Gironde. ¡Qué bonitos recuerdos de los más de cien kilómetros que pasé por la playa, en la costa, antes de la desembocadura! Pasé en barco entre Le Verdon y Royan. Ver el río me da pistas de caminar por la ribera y con la mira puesta en una torre de iglesia lejana. Hace un calor que parece africano y no me extraña, pues voy a meterme en un barrio que me va a hacer pensar que estoy en Arabia Saudí, todo lleno de establecimientos regentados por musulmanes.
 

La gente está como aplatanada. Sin embargo, nada más bajar del tren y encaminándome hacia el río, oigo música rítmica a potente volumen y a un grupo de gente que se mueve a su son. Un monitor hace los diversos movimientos que le pide el ritmo musical y el grupo los repite o trata de repetirlos. Como son tan repetitivos, al final el grupo se acomoda a ellos y los aprende. Música académica, acompasada, constreñida a lo que hace el monitor. No es lo que me gusta. Yo me muevo al aire que a mí me apetece, dentro de lo que me permite el encorsetamiento de mis dos mochilas. Bailo dos medias canciones. La primera es hispana y me resulta graciosa, la segunda es tecno y no me va. Con ella me muevo más como me da la gana. Hacen parada de descanso y continúo adelante. Por el calor que hace, ni me asomo al río y voy caminando por las sombras que me ofrecen los edificios.


Vuelvo al río y voy por un paseo con piso de madera. Ya veo el puente a lo lejos, pero no tengo intención de pasar al otro lado. El río ofrece unos restos de madera muy deteriorados que no sé que función cumplieron en algún otro momento. Ya me estoy acercando a la torre campanario de la iglesia hacia la que me dirijo y coincide con la entrada de una nube que me produce el aspecto de un árbol, donde el tronco es el pirulí eclesial y la copa es un conjunto blanco algodonoso.


Me gusta esta foto de la iglesia de Saint-Michel, aunque por la posición del sol, los edificios y los árboles en sombra quedan algo oscuros. Cuando me acerque, podré comprobar que la torre campanario está exenta, aislada del edificio principal. Al estar en un barrio abarrotado de árabes, me recuerdan los almiares o minaretes de sus mezquitas y también me viene a la mente La Giralda de Sevilla y la Kutubiya de Marrakech. Saco varias fotos. La primera con los tres ábsides, la segunda con la torre que ofrece un estilo gótico flamígero. Parece que en el gótico todo se orienta hacia el cielo, hacia donde se supone que habita Dios.
 
Y la última con la fachada principal cuyo arco es uno de los menos apuntados de los góticos que conozco. La veo con la piedra muy limpia y parece que sólo hubieran restaurado su lado derecho.












En una zona que están reformando, un grupo prepara su espacio escénico. No sé lo que van a hacer, si una performance o un desfile de modelos. Veo a una chica vestida de marinerito, a otra que pretende parecerse a Marilyn Monroe. Paso por zona donde en un edificio pone Foro Obrero, aunque se le ha caído alguna letra y lo tengo que adivinar. Como complemento veo un restaurante que ofrece menú obrero por 18 €. Supongo que será para obreros ricos. En esta zona, en el entorno de Saint-Michel, compro cuatro melocotones por 1,20 €. Me los como allí mismo y me saben a gloria bendita. Luego compro un pastel que me meten en parafernálica cajita. Me lo dan con una cucharilla plástica endeble que, cada vez que voy a trocear un cacho, me da la impresión de que se va a partir en mil pedazos. Lo hubiera comido más a gusto con la mano y a bocados.
 
Regreso y voy a sacar foto de la estación, cuando me adelanta un tranvía que, casi me la come. Tengo que sacar otra para que la Gare de Bordeaux salga en toda su hermosura. En el reloj van a dar las 19:30 horas y está en hora. El tren no sale hasta las 20:41 horas. Lo mejor del pastel es la base de pasta de avellana. He pagado por él 3,30 € y ya de regreso hacia la estación, paro a tomarme un vino de Burdeos, “vin rouge”, que me costará 2,60 €. Lo saboreo en la terraza del Café Regina. Con este pago completo los 14,20 € que gasto en este día de regreso a casa.


He tenido que regularizar los 10 € que ya desde hacía días notaba que me faltaban. Escribo, voy al servicio, cojo agua para apagar la sed que me ha producido la ingesta del pastel. El agua cae como un hilillo, pero parece que está fresquita. Entro en la estación. Veo bien claro el andén por el que va a entrar el tren, pero no su composición, es decir, dónde va a estar el vagón en que me debo montar. Una chica me ayuda. Cuando llego a la zona Z, allí me encuentro al croata. Le saludo y me dice que va a comprar agua. Ya no lo volveré a ver. Monto y me acomodo en mi asiento. Detrás de mi asiento, van dos negritos que, como el croata, también van a bajar en Bayonne. Les menciono el hecho del croata, pero éste no aparecerá por nuestro vagón para nada. Como voy solo, continúo escribiendo el diario. Al llegar a Baiona, bajará muchísima gente. Antes de arrancar dejo de escribir. Llamo a mi hermana Sagrario y agoto casi todo lo que me queda de crédito, sobrarán unos céntimos. Veré lo que me recomienda Josu, si mantener la tarjeta y el número, con recargas periódicas de 5 € o que finalice la fecha acreditada, olvidarme de él, y comprar el año próximo alguna tarjeta similar. Son las 22:30 horas y seguimos parados sin entrar en Baiona. La hora de llegada a Hendaia la tiene a las 23:07 horas. Para antes de las once y media ya estoy en mi casita. ¡Qué felicidad!
Me peso. De 65,8 he bajado a 59,3 kilogramos. He vuelto con seis kilos y medio menos. Ahora tengo que empezar a recuperarme.

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