Etapa 48 (339). 25 de
julio de 2012, miércoles.
Argol-Pont de
Térénez-Le Faou-(automóvil)-Hanvec-L’Hôpital
Camfrout-Daoulas-Loperhet-Plougastel Daoulas-Brest-(automóvil).
Fuera de lo habitual,
hoy va a ser un día en que voy a montar dos veces en coche. La
primera, tras dar varias vueltas por el mismo lugar, entre Le Faou y
Hanvec, debido a una mala señalización del GR-34, algo que me suele
ocurrir cuando viajo por terreno incierto de interior. Basta con que
una señal esté confusa o no la vea, para que el caminante se
pierda. Tengo suerte de que una mujer con conocimientos agropecuarios
me traslada en su coche a Hanvec a buena hora para poder comer. El
último coche lo cojo ya en la ciudad de Brest. Como no encuentro el
albergue, a pesar de que es enorme, y estoy perdido entre casas, un
hombre sale de la suya y me lleva hasta la puerta en su coche. No
estaba en condiciones de decirle que prefería ir andando. Había
pasado cerca del albergue, no lo había visto, y estaba andando más
de lo debido.
Amanecer cerca de Argol. “Live”.
Me despierto antes de
las seis y para las seis y diez ya estoy en marcha. La hierba alta
está menos húmeda de lo que hubiera temido. Salgo a la carretera
que lleva a Argol por el mismo paso de entrada al terreno que utilicé
ayer tarde. Rodeo por la intersección de las dos carreteras y voy
caminando por la que me va a llevar hacia el puente de Térénez.
Argol ya no lo veré hoy.
Voy con mucha precaución porque todavía no ha amanecido y apenas se ve en carretera sin iluminar. Me protejo. Hay bastante circulación y debo estar muy atento a los focos de los vehículos. Parece que son más los trabajadores que se desplazan que los veraneantes, aunque algunos que pasan sean autocaravanas. A pesar de la hora y la poca luz, leo un CH-927-LF pero no se me ocurre ninguna palabra completa con las cuatro consonantes, sólo las dos últimas me ofrecen “LiFe” que traduzco mal del inglés como Vida. Será como consecuencia de mis ganas de vivir (Live): “Is my live”.
Voy con mucha precaución porque todavía no ha amanecido y apenas se ve en carretera sin iluminar. Me protejo. Hay bastante circulación y debo estar muy atento a los focos de los vehículos. Parece que son más los trabajadores que se desplazan que los veraneantes, aunque algunos que pasan sean autocaravanas. A pesar de la hora y la poca luz, leo un CH-927-LF pero no se me ocurre ninguna palabra completa con las cuatro consonantes, sólo las dos últimas me ofrecen “LiFe” que traduzco mal del inglés como Vida. Será como consecuencia de mis ganas de vivir (Live): “Is my live”.
Pont de Térénez.
Voy dirección Este y
el amanecer se me empieza a ofrecer frontal, aunque hay demasiada
niebla que disipar. Paso por una granja, con terreno cercado por
alambre de espino, donde el clarear del día y la niebla hacen que no
pueda distinguir el acercamiento al puente por el que suspiro.
Después de un curva de la carretera, ya puedo distinguir al fondo los tirantes de Térénez. Tardo una hora, desde el lugar donde he dormido, en llegar al puente que me permite cruzar al otro lado del caudaloso río Aulne. Con este paso, sin dejar de estar en Finisterre, ya salgo de Crozon.
Después de un curva de la carretera, ya puedo distinguir al fondo los tirantes de Térénez. Tardo una hora, desde el lugar donde he dormido, en llegar al puente que me permite cruzar al otro lado del caudaloso río Aulne. Con este paso, sin dejar de estar en Finisterre, ya salgo de Crozon.
Pont
de Térénez - Lanmeur
Ahora mi último mapa
deja de ser válido y me tengo que arreglar con trocitos de otros y uno demasiado general,
aunque será el que mejor me va a informar.
En Lanmeur finalizará mi paso por Finisterre y, por Plestin-les-Grèves, entraré en Côtes d’Armor. Será allí donde va a ocurrir lo más importante de este viaje, mi reencuentro con Annick. Pero no adelantemos acontecimientos. A partir de ahora mis únicos referentes van a ser Le Faou y Brest. Cuando veo por primera vez el puente, el sol está superando la copa de los árboles más altos y próximos a la carretera.
Térénez es un puente en curva moderno y hermoso. Todavía se pueden ver algunos vestigios del puente viejo. Quedan hacia el lado derecho. Saco varias fotos del puente para que se aprecien sus características más funcionales y constructivas.

Las tres primeras ofrecen detalle de los tirantes que lo tensan, pero están especialmente sacadas para que se vea que el puente está en curva y lo bien que el peatón va protegido del asedio de los vehículos.
Contrasta este cuidado en el puente con la desprotección en el resto de la carretera por el inexistente o escaso arcén, y por aquí circulan camiones de gran tonelaje.

La cuarta es una pirueta hacia el cielo, como un homenaje a las velas al viento de los veleros que llegaron a Douarnenez desde Brest, un camino que yo estoy haciendo por tierra y a la inversa. Hacia la mitad del puente saco una foto del río que delimita la península de Crozon.

La foto está orientada hacia su desembocadura en la Rade de Brest, donde también, pero más al Norte, desemboca el río Elorn, sobre el que pasaré por la tarde.
Al salir del puente, no me doy cuenta de que el GR-34 se va por la derecha y yo continúo carretera adelante. Un fallo lo tiene cualquiera. Si está tan mal señalado como lo encontraré después de Le Faou, me alegro de no haberlo cogido.
En Lanmeur finalizará mi paso por Finisterre y, por Plestin-les-Grèves, entraré en Côtes d’Armor. Será allí donde va a ocurrir lo más importante de este viaje, mi reencuentro con Annick. Pero no adelantemos acontecimientos. A partir de ahora mis únicos referentes van a ser Le Faou y Brest. Cuando veo por primera vez el puente, el sol está superando la copa de los árboles más altos y próximos a la carretera.
Térénez es un puente en curva moderno y hermoso. Todavía se pueden ver algunos vestigios del puente viejo. Quedan hacia el lado derecho. Saco varias fotos del puente para que se aprecien sus características más funcionales y constructivas.
Las tres primeras ofrecen detalle de los tirantes que lo tensan, pero están especialmente sacadas para que se vea que el puente está en curva y lo bien que el peatón va protegido del asedio de los vehículos.
Contrasta este cuidado en el puente con la desprotección en el resto de la carretera por el inexistente o escaso arcén, y por aquí circulan camiones de gran tonelaje.
La cuarta es una pirueta hacia el cielo, como un homenaje a las velas al viento de los veleros que llegaron a Douarnenez desde Brest, un camino que yo estoy haciendo por tierra y a la inversa. Hacia la mitad del puente saco una foto del río que delimita la península de Crozon.
La foto está orientada hacia su desembocadura en la Rade de Brest, donde también, pero más al Norte, desemboca el río Elorn, sobre el que pasaré por la tarde.
Al salir del puente, no me doy cuenta de que el GR-34 se va por la derecha y yo continúo carretera adelante. Un fallo lo tiene cualquiera. Si está tan mal señalado como lo encontraré después de Le Faou, me alegro de no haberlo cogido.
Por carretera hacia
Le Faou.
Por de pronto, la
carretera está muy concurrida y no ofrece arcén. Mi atención
crece, aunque me encuentre con muchos distractores que animan a
consumir. Me sirve para conocer alguna de las ofertas. En un meandro
del río, saco foto hacia la aún lejana bocana de encuentro con el
mar.
Un gran cartel presenta el Eco-Museo de la Abeja, que también ofrece camas (“chambres”) y desayuno a buen precio, 38 € por pareja. Saco foto con el eco-museo de la Abeja. Además hay degustación y viveros, los “pepiniers” ofrecen sus productos: verduras, peras, manzanas. También veo ofertas de más “gîtes” y “chambres”, todo a una hora en que ya no las necesito.
Un ciclista me dice que me quedan 3 Km. para llegar a Le Faou. Me añade que conoce sitios, por haber ido en bici, del País Vasco y de Las Landas. En un espacio de coníferas, el sol intenta penetrar a trompicones por entre el ramaje.
Un gran cartel presenta el Eco-Museo de la Abeja, que también ofrece camas (“chambres”) y desayuno a buen precio, 38 € por pareja. Saco foto con el eco-museo de la Abeja. Además hay degustación y viveros, los “pepiniers” ofrecen sus productos: verduras, peras, manzanas. También veo ofertas de más “gîtes” y “chambres”, todo a una hora en que ya no las necesito.
Un ciclista me dice que me quedan 3 Km. para llegar a Le Faou. Me añade que conoce sitios, por haber ido en bici, del País Vasco y de Las Landas. En un espacio de coníferas, el sol intenta penetrar a trompicones por entre el ramaje.
La casa del
escultor.
Si ayer ya pude ver una
casa similar, hoy parece que llego a la de su primo-hermano. Aquél
ofrecía una versión más moderna y éste una estatuaria más
clásica.
En lugar de estar en la Bretaña de 2012, parece que estoy entre la Grecia y la Roma de hace dos mil años. Un caballo regurgita agua hasta el exterior. Sin querer, genera un vahído arco iris. Ninfas y ninfeos completan un panorama amplio, aunque todavía hay espacio para más producción y permite que el artista de rienda suelta a su imaginación.
En lugar de estar en la Bretaña de 2012, parece que estoy entre la Grecia y la Roma de hace dos mil años. Un caballo regurgita agua hasta el exterior. Sin querer, genera un vahído arco iris. Ninfas y ninfeos completan un panorama amplio, aunque todavía hay espacio para más producción y permite que el artista de rienda suelta a su imaginación.
Ya llegando, una señora
con su perro me recibe con sonrisa y me dice: “vous est un grand
marcheur” (es Vd. un gran caminante). El aspecto y la velocidad que
traigo le dan pie a hacer esa apreciación. Me desea suerte y
culminación del camino. Es así como entro en el pueblo.
Poco antes del Centre Ville, veo salir un grupo mixto de ciclistas. Oigo voces femeninas. Las primeras casitas son de dos plantas, aunque muchas de las gambaras también son habitables, y me parecen preciosas. Saco una foto de las casas de piedra. Busco Bar-Tabac-PMU y una chica me señala el lugar donde está. Entro, saludo, dejo la mochila y me voy. He pasado por la panadería y está cerrada. A una chica que no me entiende, le silabeo: “bou-lan-ge-rie” y me dice que vaya al otro lado del puente.
En la panadería compro caracol con pasas y croissant con almendras (2,55 €). Por allí también se ven unas casas muy bonitas. Le Faou es un pueblo bien cuidado. También he pasado por una iglesia con muy buena pinta. Saco foto de la fachada de la iglesia y de alguna de las casas. Vuelvo al bar, pido café-crème y pago 1,40 €. Primero, como el trocito de bocadillo que me sobró ayer. Me cuesta acabar el croissant. Para las 9:30 ya he terminado el desayuno.
Estoy a punto de reventar. Cago menos
ligero de lo que temía y, después de escribir, a las 11:15 horas
voy a la oficina de Turismo.
Poco antes del Centre Ville, veo salir un grupo mixto de ciclistas. Oigo voces femeninas. Las primeras casitas son de dos plantas, aunque muchas de las gambaras también son habitables, y me parecen preciosas. Saco una foto de las casas de piedra. Busco Bar-Tabac-PMU y una chica me señala el lugar donde está. Entro, saludo, dejo la mochila y me voy. He pasado por la panadería y está cerrada. A una chica que no me entiende, le silabeo: “bou-lan-ge-rie” y me dice que vaya al otro lado del puente.
En la panadería compro caracol con pasas y croissant con almendras (2,55 €). Por allí también se ven unas casas muy bonitas. Le Faou es un pueblo bien cuidado. También he pasado por una iglesia con muy buena pinta. Saco foto de la fachada de la iglesia y de alguna de las casas. Vuelvo al bar, pido café-crème y pago 1,40 €. Primero, como el trocito de bocadillo que me sobró ayer. Me cuesta acabar el croissant. Para las 9:30 ya he terminado el desayuno.
(Esto lo escribo en
Hanvec. He llegado desesperado. Es la primera vez que me pasa algo
semejante. Me he perdido dos veces y una chica me rescata llevándome
en su coche hasta Hanvec).
Me acerco a la oficina
de Turismo. No tienen mejor mapa que el que llevo, así que me tendré
que apañar con él. Vemos que el albergue en Brest está bastante
cerca del puente, así que, cuando lo pase, deberé estar atento. Yo
decía “Le Faú”, pero aquí pronuncian “Le Fó”. Pensaba que
sólo “eau” era “o”. Saco fotos de las casas que más me
llaman la atención y se ve que les han dado utilidad gastronómica.
Se lee en ellas: Pizzeria, creperie y restaurante. Es una forma de
conservar y rehabilitar el patrimonio urbanístico.

Después entro en la iglesia, que es de planta de cruz latina y donde destacan dos arcos de medio punto que no se sabe muy bien qué función estructural cumplen. El altar mayor es muy luminoso.
No es austera en cuanto a imaginería. Me parece que ofrece demasiados santos. El púlpito es de madera labrada y no muy espectacular. Sobre todo si lo comparamos con la ampulosidad del baptisterio, que he fotografiado nada más llegar, por pillarme más a mano.

Y no digamos el confesionario, con una talla muy elaborada. Lo que no tiene sentido es que, teniendo un solo puesto para el confesor, sean dos los puestos para los confesantes. Teniendo en cuenta que en una confesión, uno habla y el otro escucha, más de dos personas suponen una multitud y, ni en los momentos de mayor fervor religioso creo que se diera el caso de que un sacerdote atendiera dos confesiones a la vez.
Pero esta reflexión me hace recordar que en mi pueblo y en la iglesia de mi colegio, los confesionarios eran a tres bandas. Una frontal con cortina para niños, jóvenes y hombres y dos laterales y a través de rejilla y cortina, para niñas, jóvenes y mujeres. ¿Por qué será que ahora me sorprende este confesionario? La verdad es que me parece un confesionario tan bonito y tan limpio, con sus cortinas oro viejo, que casi dan ganas de arrodillarse y pedir perdón.
¿De qué?, no sé, aunque siempre se puede tener necesidad de pedir perdón y de perdonar. ¿Pero, a quién? Salgo de la iglesia y paso el puente que me lleva al otro lado del anse Faou, que acabará mezclando sus aguas con las del río Aulne en la rada de Brest. Ya desde el otro lado de esta mezcla de río y ensenada, es cuando saco una foto de conjunto de toda la fachada de la iglesia de San Salvador.
Su esbelta torre campanario y el desvaído reflejo en el agua añaden belleza al lugar. Bajo el puente, sólo hay un trozo de dos o tres metros por el que pasa el río. El resto es muro que retiene el agua, como de marisma.
Después entro en la iglesia, que es de planta de cruz latina y donde destacan dos arcos de medio punto que no se sabe muy bien qué función estructural cumplen. El altar mayor es muy luminoso.
No es austera en cuanto a imaginería. Me parece que ofrece demasiados santos. El púlpito es de madera labrada y no muy espectacular. Sobre todo si lo comparamos con la ampulosidad del baptisterio, que he fotografiado nada más llegar, por pillarme más a mano.
Y no digamos el confesionario, con una talla muy elaborada. Lo que no tiene sentido es que, teniendo un solo puesto para el confesor, sean dos los puestos para los confesantes. Teniendo en cuenta que en una confesión, uno habla y el otro escucha, más de dos personas suponen una multitud y, ni en los momentos de mayor fervor religioso creo que se diera el caso de que un sacerdote atendiera dos confesiones a la vez.
Pero esta reflexión me hace recordar que en mi pueblo y en la iglesia de mi colegio, los confesionarios eran a tres bandas. Una frontal con cortina para niños, jóvenes y hombres y dos laterales y a través de rejilla y cortina, para niñas, jóvenes y mujeres. ¿Por qué será que ahora me sorprende este confesionario? La verdad es que me parece un confesionario tan bonito y tan limpio, con sus cortinas oro viejo, que casi dan ganas de arrodillarse y pedir perdón.
¿De qué?, no sé, aunque siempre se puede tener necesidad de pedir perdón y de perdonar. ¿Pero, a quién? Salgo de la iglesia y paso el puente que me lleva al otro lado del anse Faou, que acabará mezclando sus aguas con las del río Aulne en la rada de Brest. Ya desde el otro lado de esta mezcla de río y ensenada, es cuando saco una foto de conjunto de toda la fachada de la iglesia de San Salvador.
Su esbelta torre campanario y el desvaído reflejo en el agua añaden belleza al lugar. Bajo el puente, sólo hay un trozo de dos o tres metros por el que pasa el río. El resto es muro que retiene el agua, como de marisma.
Perdido en el GR-34.
Nada más salir de Le
Faou, encuentro un indicador inicial que me parece acertado, pero
enseguida me surge la primera duda. Una mujer para su coche y me
pregunta por Crozon. Aunque no ha elegido al mejor para preguntar,
sobre todo teniendo en cuenta que me he resistido todo lo posible
para no ir allí, pero que sé dónde está, le digo que pase el
puentecillo que acabo de dejar atrás, pase el pueblo, coja la
carretera y siga hacia el puente de Térénez. Luego la propia
carretera le llevará a Crozon. Pero ella no se fía, puesto que no
soy francés y pregunta a dos de camisola verde-amarillenta, que le
dicen lo mismo que yo y ahora sí le parece bien. Yo les pregunto
sobre el GR-34 y no me saben responder. Descarto posibilidades y
elijo la correcta. Les he dicho que venía caminando desde el País
Vasco, de donde salí hace 48 días y se me han quedado mirando. Como
estando así, como en Babia, he llegado a la señal sobre un poste,
me vuelvo a ellos para decirles que allí está el indicador por el
que les preguntaba. Así, para otro día que les pregunten, ya saben
responder. Sigo adelante y llego a una “ronde-pointe” (rotonda o
redonda, como algunos dicen en España). Me cuesta, pero consigo ver
una señal roja y blanca sobre un poste que, por su colocación, lo
mismo orienta para la derecha que para la izquierda. La posición de
la concha del camino de Santiago, me hace optar por ir a la derecha.
Pero un conductor que viene en su autocaravana me dice que sólo
lleva a la autorruta. Así que la dirección queda descartada. Un
señor no sabe. Vuelvo y tiro a la izquierda y esta otra parte inicia
con X disuasoria. Así que no me queda más que otro camino y, tras
penetrar por él unos metros, encuentro un letrero de madera que ya
menciona Hanvec a 5 Km. No me gusta el indicador de Hanvec, pues está
demasiado hacia el interior, pero no le hago ascos, pues por lo menos
me lleva hacia lugar que aparece en mi mapa. El camino empieza algo
embarrado pero lo puedo pasar. Luego me llegarán peores barrizales.
Pienso que puedo llegar a Hanvec a buena hora para comer. Lo que más
me desconcierta es que el camino, que ya ha empezado mal, sigue
pésimamente señalado. Consigo llegar a un lugar en que hay
caballerizas. Uno de los edificios está repleto de sillas de montar.
Digo “bon jour” varias veces, pero la única respuesta me la da
una acémila con el borboteo de sus belfos. Sin nadie que me oriente,
elijo el lado que me parece más correcto y, cuando empiezo a rodear
un gran prado inclinado con caballos en la cima, veo que suben tres
personas. No responden a mi llamada. Rodeo todo el prado y, al
llegar arriba, una de las chicas a la que he gritado “Haveoc”, se
acerca, mira mi mapa, y me dice “Hanvec” rectificándome. Me
dice: “sigue el camino, cruza el bosque y saldrás a la carretera”.
Agradezco y me voy. Pronto me doy cuenta de que estoy pasando los
mismos barros y los mismos pinchos que antes y, así, llego a las
mismas caballerizas. Hay dos mujeres que trabajan sobre el capó de
un coche. Una es la que antes me ha orientado y la otra, que parece
la experta, es la que le da instrucciones. Estoy desesperado y lo
muestro, y la instructora me dice que espere a que terminen el tema
que están tratando. Me dan buenas sensaciones y espero en calma.
Cuando terminan, la jefa se ofrece a llevarme en su coche a Hanvec y
yo acepto encantado. No estoy en condiciones de rechazar esta oferta
que, en situación normal, no habría aceptado. Agradezco y, tras
quitar ella trastos del asiento del copiloto, me monto y partimos. En
el asiento trasero va un perro, al que ha hecho moverse para colocar
las cosas retiradas de mi asiento.
Hanvec. PMU-Tabac.
Enseguida llegamos a
Hanvec, pues estábamos relativamente cerca, me despido de la experta
en caballos y agradezco su ayuda. Lo único abierto es un Tabac-PMU.
Pero en este bar no ofrecen nada para comer, salvo Pizza Reine,
Croque Monsieur y Croque Baguette Flanmelaueche. Cada una cuesta 3 €
y decido no comer nada tan poco apetecible. Bebo un Vitel-pome (1,60
€), para poder tomarme la medicina y luego un diábolo (1,60 €),
un mejunje morado al que echan gaseosa que he visto pedir a un chico.
Escribo hasta las 14:10 horas. Me he tranquilizado y estoy dispuesto
a tragar carretera. A ver si encuentro una frutería por el camino.
Tras hablar con la chica de la barra, otro chico me ayuda para coger
la dirección correcta para continuar hacia Brest. Con tanto
despropósito, salgo temiendo que hoy no llegaré a Brest. La mala
señalización del camino desde la salida de Le Faou, hacen que me
olvide del GR-34 por hoy. De Le Faou salía también el GR-37 pero
iba en dirección al Este y hoy me toca caminar hacia poniente,
aunque iré hasta Brest, ascendiendo todavía algo hacia el
Norte. La carretera no tiene mucha circulación pero, hace calor y se
agradecen las sombras de los árboles. Aprovecho para quitarme la
visera. Al salir del Tabac-PMU he temido que la hubiera perdido en el
coche de la generosa caballista que me ha traído. Se me había caído
al bajar del coche y la he podido ver desde la ventana del bar,
mientras estaba revisando la mochilita, caída en el borde de la
carretera. Para entonces, la chica de la barra ya traía otra visera
para regalármela. ¡Genial disposición de estas buenas gentes! Y dicen que el
mundo es malo. He salido, me la he puesto, me despido, agradezco y me
voy por donde me ha orientado el joven. “Au revoire” (hasta la
vista).
Pronto regreso a donde el mozo, que ya se ha bebido el segundo Diábolo, pues el indicador de la carretera me devuelve a Le Faou. Es ahora el chico de la barra, que ha sustituido a la chica que estaba antes, quien me dice que debo coger por detrás de la iglesia. Me añade, no te metas por la dirección a Irvillac. Paso al otro lado de la carretera y fotografío la iglesia de Saint Pierre. Está cerrada y no la puedo visitar. Todo el recorrido hasta Brest lo voy a hacer por carretera. Hanvec-l’Hôpital Camfrout-Daoulas-Plougastel Doulas-Brest. No voy a correr más los riesgos de esta mañana.
Pronto regreso a donde el mozo, que ya se ha bebido el segundo Diábolo, pues el indicador de la carretera me devuelve a Le Faou. Es ahora el chico de la barra, que ha sustituido a la chica que estaba antes, quien me dice que debo coger por detrás de la iglesia. Me añade, no te metas por la dirección a Irvillac. Paso al otro lado de la carretera y fotografío la iglesia de Saint Pierre. Está cerrada y no la puedo visitar. Todo el recorrido hasta Brest lo voy a hacer por carretera. Hanvec-l’Hôpital Camfrout-Daoulas-Plougastel Doulas-Brest. No voy a correr más los riesgos de esta mañana.
Camino de l’Hôpital
Camfrout.
Llego a la indicación de Irvillac, pero la otra dirección tampoco me parece buena. Una mujer me dice que la siga y que, más tarde, encontraré la verdadera diversificación. Es entonces cuando deberé olvidar Irvillac, pues me llevaría para el Norte. Enseguida veo una cruz que, en principio no me atrae pero, luego, me parece que tiene antigüedad, se trata de la Croix de Quillafel y data de 1638. Es un crucero tosco que, por sus dos salientes me hace pensar que ha perdido a dos imágenes: ¿La Virgen y San Juan?, ¿la Virgen y la Magdalena?
Llego a la indicación de Irvillac, pero la otra dirección tampoco me parece buena. Una mujer me dice que la siga y que, más tarde, encontraré la verdadera diversificación. Es entonces cuando deberé olvidar Irvillac, pues me llevaría para el Norte. Enseguida veo una cruz que, en principio no me atrae pero, luego, me parece que tiene antigüedad, se trata de la Croix de Quillafel y data de 1638. Es un crucero tosco que, por sus dos salientes me hace pensar que ha perdido a dos imágenes: ¿La Virgen y San Juan?, ¿la Virgen y la Magdalena?
En el tramo siguiente de carretera, tras haber dejado de lado la desviación anunciada, no veo nada más que destacar. Arboleda, campos de cereal y otros de hierba con ésta ya empaquetada y diseminada en fardos por los prados segados.
En hora y cuarto estoy en l’Hôpital Camfrout. Entrando en el pueblo, lo que más me llama la atención es una parada de autobús en forma de cobertizo puntiagudo de madera. Llevo bastante rato viendo paradas como ésta o similares.
Pregunto a dos chavales por frutería y me orientan hacia un Proxi. Ya lo había visto al pasar, pero no me había percatado de que allí podría comprar fruta. No me queda otra alternativa que retroceder. Compro dos bananas, dos rainetas de Aragón, dos nectarinas y cuatro albaricoques. Pago 3,62 €.
Veo tiradas piedras por el suelo parcialmente esculpidas. Recojo todo, echo restos a la basura, pregunto a una mujer por dónde salir para ir hacia Doulas y saco foto de la iglesia, desde el otro lado del “anse” que ahora es puerto y está en marea baja. Un puerto con barcos en dique seco. Unas mujeres con niños se asoman a la vez que yo, quizás estén buscando algún pez. La iglesia está también cerrada, como la de Hanvec, pero me acerco a ella. Desde el muro de contención saco foto de la ensenada hacia el mar. La iglesia es muy curiosa, sobre todo, su campanario y la torre cilíndrica aledaña, me hace recordar la de Saint Raymond de Audierne. Pero lo que más me llama la atención es el pórtico, donde está la entrada principal, con su grupo de apóstoles que, aunque solo sean diez, y sin conocerlos, es la interpretación que yo hago. No encuentro a nadie que describa el nombre de cada uno, y no puedo decir otra cosa… O sí, pero no quiero.
Camino de Doulas.
Creo que paso por una
finca con esculturas en granito y el escultor recorta su césped con
su cortadora. Quizás le dé la sensación de estar esculpiendo la
tierra. Pero no tengo certeza de cuál ha sido el lugar exacto donde
lo he visto y como no he sacado fotos ahora no lo puedo ubicar. Ha
podido ser antes de llegar a l’Hôpital.
También a Doulas llego bastante pronto. Entrando, anuncian una Abbaye que no veré, aunque ponga interés. Saco dos fotos de la ensenada. Una bastante desangelada que se orienta hacia la desembocadura Doulas y otra mejor canalizada y con algo más de agua y con un velero de vela verde encallado. Ya no sacaré más fotos ni de Loperhet ni de Plougastel y su zona más urbana. Sólo lo haré cuando vaya camino de Brest, tras nuevas zozobras para pasar el río Elorn.
También a Doulas llego bastante pronto. Entrando, anuncian una Abbaye que no veré, aunque ponga interés. Saco dos fotos de la ensenada. Una bastante desangelada que se orienta hacia la desembocadura Doulas y otra mejor canalizada y con algo más de agua y con un velero de vela verde encallado. Ya no sacaré más fotos ni de Loperhet ni de Plougastel y su zona más urbana. Sólo lo haré cuando vaya camino de Brest, tras nuevas zozobras para pasar el río Elorn.
Hacia Loperhet.
Para seguir a Loperhet
es buena la ayuda que me ofrece un hombre, pues la dirección tiene
alguna pequeña complicación: “izquierda, derecha, izquierda…” Todavía debo superar otra pequeña ensenada. Ya en la entrada,
encuentro a un hombre que va en coche a Plougastel y que se brinda a
llevarme. Como casi siempre, hoy va a ser una excepción, agradecimiento y rechazo la oferta.
Equipo técnico.
A la llegada a
Plougastel-Doulas la cosa vuelve a complicarse. Por un lado, la
posibilidad de continuar es imposible y, al pasar por encima de la
autorruta, algo que intuyo no me conviene, la carretera que llevo me
va a meter en ella, y ni debo, ni quiero. Inicio la continuación por
el otro lado, por zona de pabellones industriales, donde un hombre
que espera al bus sentado en el suelo, se empeña en que coja el
autobús para Brest, que está a punto de llegar. No concibe que
quiera ir caminando y veo que no tiene claves para dar solución a mi
pregunta del camino correcto, pues parece oriundo de los países del
Este, le dejo con la palabra en la boca y sigo adelante. No le gusta
mi actitud.
Veo que hay luz en una empresa y entro en una oficina que está vacía. Sigo pasillo adelante y entro en una gran sala de trabajo con grandes tableros y mesas de dibujo, donde se ve que preparan proyectos. Un grupo de hombres del equipo técnico, dilucidan cómo resolver algún problema que se les ha presentado. Unos están de pie y otros sobre la mesa. Aunque son de edades variadas, intuyo una reunión de iguales, con poco protocolo. Van a tener que aparcar su problema y resolver el mío. Les cuento que vengo andando del País Vasco y que pretendo entrar en Brest a pie y llegar al albergue juvenil. Abordan el tema y me ayudan. Un joven, entrando en Google y sacándome una fotocopia, escribe en rojo el itinerario que debo hacer. De momento, debo deshacer parte del camino hasta volver al otro lado, sobre la autorruta E-60 y, sin necesidad de ir al centro de Plougastel, coger el camino que él me ha dibujado en rojo. Ellos me ayudan para resolver el problema, pero yo no les brindo mis altos conocimientos (que no los tengo) para resolver su problema técnico. Me despido agradecido y allí se quedan buscando la solución al suyo. A lo mejor les he dado ideas, aunque no hayan sido técnicas, para la solución de problemas. Su buena disposición hacia mí se merece una buena solución para resolver el que a ellos les preocupa.
Veo que hay luz en una empresa y entro en una oficina que está vacía. Sigo pasillo adelante y entro en una gran sala de trabajo con grandes tableros y mesas de dibujo, donde se ve que preparan proyectos. Un grupo de hombres del equipo técnico, dilucidan cómo resolver algún problema que se les ha presentado. Unos están de pie y otros sobre la mesa. Aunque son de edades variadas, intuyo una reunión de iguales, con poco protocolo. Van a tener que aparcar su problema y resolver el mío. Les cuento que vengo andando del País Vasco y que pretendo entrar en Brest a pie y llegar al albergue juvenil. Abordan el tema y me ayudan. Un joven, entrando en Google y sacándome una fotocopia, escribe en rojo el itinerario que debo hacer. De momento, debo deshacer parte del camino hasta volver al otro lado, sobre la autorruta E-60 y, sin necesidad de ir al centro de Plougastel, coger el camino que él me ha dibujado en rojo. Ellos me ayudan para resolver el problema, pero yo no les brindo mis altos conocimientos (que no los tengo) para resolver su problema técnico. Me despido agradecido y allí se quedan buscando la solución al suyo. A lo mejor les he dado ideas, aunque no hayan sido técnicas, para la solución de problemas. Su buena disposición hacia mí se merece una buena solución para resolver el que a ellos les preocupa.
Hacia Brest.
El dibujo es claro y,
bordeando Plougastel-Doulas, debo seguir carretera que me va a meter
por el puente viejo Albert Louppe. Veo un CH-931-ZV. Ya se está
acabando la CH, pero no se me ocurre ninguna palabra añadiéndole
vocales. Pero todavía no he salido de los pabellones industriales.
Cuando estoy llegando a la parada del autobús, el hombre del Este me
llama de lejos. Me hace gestos muy perentorios. Le grito: “¡Ya
voy, ya voy!”. La razón de su insistencia es que, detrás de mí,
viene el autobús. Él cree que lo voy a coger, de ahí su decepción
cuando ve que no lo cojo y sigo adelante. Supongo que una vez
sentado, seguirá sin entender mi actitud. Pero ya no voy a tener
ocasión de darle nuevas explicaciones.
Hago el camino previsto por la Route de Loperhet, el que debía haber seguido, y así llegar al puente viejo. El camino se me está haciendo muy largo, aunque hace tiempo que llevo viendo los tirantes del puente nuevo, por el que va la autorruta, y también el mío, no acaba de llegar. Un chico llega hecho polvo a la parada de autobús. Lleva una pesada bolsa y me explica dónde está el albergue juvenil. Me dice que siga todo recto hasta la playa.
Por la carretera paralela por la que voy, apenas hay circulación y, en el margen izquierdo, también asfaltado, va el GR-34. Al fondo, ya se empieza a ver la Rada de Brest. Otra foto me va a permitir localizar los dos puentes, el mío y el de tirantes y, una vez que estoy en el puente Albert Louppe, sin circulación, y por el que va una pareja entrenándose a correr, se aprecia el paralelismo entre ambos puentes.
Me sorprende que siendo un puente sin circulación (sólo alguno está autorizado), esta pareja corra por la acera. El segundo puente es el Pont de l’Iroise, nombre que leeré mañana en el plano, en el dorso del de la ciudad, que obtendré mañana en la oficina de Turismo. Si lo hubiera tenido hoy, no habría irrumpido en la oficina técnica, algo de lo que no me arrepiento. Ya estoy pasando por encima de la desembocadura del río Élorn, que se ensancha al llegar a la Rada de Brest y que es menos largo y caudaloso que el Aulne, el que he pasado esta mañana por el Pont de Térénez. Una mirada hacia el mar, me ofrece la Pointe des Españols y “le goulet” (la bocana) que conecta la rada con el Atlántico. Antes de terminar de pasar el puente, me cruzo con dos hombres que también entrenan. Veo el monumento en memoria de Albert Louppe, constructor o diseñador del puente, pero todavía caminaré un rato antes de que aparezca la playa. Un joven está finalizando una conversación con su móvil y, antes de que haga la siguiente llamada, le abordo. Me dice el lugar tras el que está el albergue pero, como no me puede acompañar, me recomienda que siga por el paseo y que no baje a la playa. Le doy la razón, pues en la playa hay mucha gente y la marea está subiendo.
Hago el camino previsto por la Route de Loperhet, el que debía haber seguido, y así llegar al puente viejo. El camino se me está haciendo muy largo, aunque hace tiempo que llevo viendo los tirantes del puente nuevo, por el que va la autorruta, y también el mío, no acaba de llegar. Un chico llega hecho polvo a la parada de autobús. Lleva una pesada bolsa y me explica dónde está el albergue juvenil. Me dice que siga todo recto hasta la playa.
Por la carretera paralela por la que voy, apenas hay circulación y, en el margen izquierdo, también asfaltado, va el GR-34. Al fondo, ya se empieza a ver la Rada de Brest. Otra foto me va a permitir localizar los dos puentes, el mío y el de tirantes y, una vez que estoy en el puente Albert Louppe, sin circulación, y por el que va una pareja entrenándose a correr, se aprecia el paralelismo entre ambos puentes.
Me sorprende que siendo un puente sin circulación (sólo alguno está autorizado), esta pareja corra por la acera. El segundo puente es el Pont de l’Iroise, nombre que leeré mañana en el plano, en el dorso del de la ciudad, que obtendré mañana en la oficina de Turismo. Si lo hubiera tenido hoy, no habría irrumpido en la oficina técnica, algo de lo que no me arrepiento. Ya estoy pasando por encima de la desembocadura del río Élorn, que se ensancha al llegar a la Rada de Brest y que es menos largo y caudaloso que el Aulne, el que he pasado esta mañana por el Pont de Térénez. Una mirada hacia el mar, me ofrece la Pointe des Españols y “le goulet” (la bocana) que conecta la rada con el Atlántico. Antes de terminar de pasar el puente, me cruzo con dos hombres que también entrenan. Veo el monumento en memoria de Albert Louppe, constructor o diseñador del puente, pero todavía caminaré un rato antes de que aparezca la playa. Un joven está finalizando una conversación con su móvil y, antes de que haga la siguiente llamada, le abordo. Me dice el lugar tras el que está el albergue pero, como no me puede acompañar, me recomienda que siga por el paseo y que no baje a la playa. Le doy la razón, pues en la playa hay mucha gente y la marea está subiendo.
Brest. Buscando auberge de jeneusse.
Ya he sobrepasado la
playa y pregunto a dos chicas. Me dicen “remonté” una cuesta y
allí me pierdo. Camino entre casas sin apenas perspectiva y no hay
nadie para preguntar. Oigo voces en una casa y pido ayuda. Se acerca
un hombre que sabe dónde está el albergue y se brinda a acompañarme
a pie, pero se lo piensa mejor y me invita a montar en su coche.
Después de tantas vueltas, no estoy en disposición de perder la
oportunidad de que alguien me saque del atolladero y, aunque no me
gusta, monto en su coche y en un par de minutos estamos en el
“accueil”. Agradezco al benévolo conductor y se va.
Auberge Moulinblanc.
En recepción no hay
nadie. Un grupo de chavalitas, que me parecen alemanas, buscan al
recepcionista. Como no aparece nadie, me acerco a un responsable del
grupo juvenil, quien me abre una puerta de zona ya privada para que
pase al café. Pero yo no quiero café ni otra cosa que no sea saber
si voy a poder albergarme allí esta noche. Al fin aparece una de las
chicas con Sebastien y luego el recepcionista, quien me hace todo el
papeleo y se queda con mi carnet de alberguista. Me lo devolverá
mañana. Pago 19 € con Visa e incluye el desayuno. Me da las
sábanas y acompaña a la habitación nº 1. Es para cuatro, pero
estaré solo. Además de las literas, dispone de dos lavabos. Para el
retrete y la ducha hay que salir al pasillo, aunque están cerca. Ya
instalado y hecha la cama, pido un vaso de plástico para mezclar
agua con la medicina y bajo al comedor privado para hacer mi cena
frugal: dos dátiles, las pasas que me quedan, una y media pasta
dura, una barrita energética y la fruta que me ha sobrado de la
compra en Proxi de l’Hôpital Camfrout. Como ya he hecho la cama y
estoy cansado, me acuesto sin escribir. Duermo bastante bien pero,
durante el duermevela, hago planes de quedarme otra noche aquí para
reorganizarme, escribir, conseguir mejor mapa en Turismo, etc… Sólo
me levanto una vez a orinar. Coincidiendo con ella, veo llegar a dos
vecinos muy tarde. Tras tres portazos, el jaleo por los cánticos del
gran grupo se disipa y extingue. La ducha ha estado bien y he cogido
postales gratuitas.
Balance del primer
día tras Crozon.
Lo más significativo
del día han sido las dos pérdidas que me han llevado a pedir ayuda
y a montar en coche. La primera debida a la mala señalización del
GR-34. Bien por la chica de los caballos. Bonita la ayuda que me ha prestado el equipo técnico en la
zona industrial, antes de pasar a Brest. Me ha gustado mucho el
pueblo de Le Faou, su iglesia y la de l’Hôpital-Camfrout, en
especial su atrio. Hoy ni he comido de fundamento (sólo fruta), ni
he cenado (sólo comida de subsistencia). Espero desayunar bien y
comer mañana en condiciones.
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