Etapa 44 (335). 21 de
julio de 2012, sábado.
Beuzec Cap
Sizun-Poullan sur Mer-Treboul-Douarnenez- (autobús) – Plage de
Kervel (Plonévez/Porzay).
Hoy va a ser un día complicado por mi visita a urgencias del hospital de Douarnenez. Pero también va a tener aspectos divertidos. Lo mejor va a ser que voy a poder seguir caminando.
Me levanto a las seis y
diez, orino, me afeito y lavo, pero no me animo a ducharme. Me quedé
satisfecho ayer con los dos baños en el mar y al rico sol. Dejo todo
en la habitación como me lo encontré al llegar y para las 6:30
horas ya estoy saliendo por la puerta. Echo la llave en el buzón de
Turismo, tal como había acordado con Katherine. Hago una foto a la
iglesia por última vez y capto el despertar tenue matutino en su fachada.
Salgo hacia Douarnenez y voy con intención de llegar. Me han dicho que es ciudad grande y que tiene un gran hospital. La primera parte es conocida, pues voy hacia la playa donde me bañé ayer. Mi pierna permanece estable con los mismos problemas en las bajadas de escaleras y cuestas. Saliendo del pueblo, como voy hacia Levante, se me ofrece entre la arboleda el sol que me va a acompañar durante todo el día. Un bonito amanecer al que no me puedo ni debo sustraer.
Salgo hacia Douarnenez y voy con intención de llegar. Me han dicho que es ciudad grande y que tiene un gran hospital. La primera parte es conocida, pues voy hacia la playa donde me bañé ayer. Mi pierna permanece estable con los mismos problemas en las bajadas de escaleras y cuestas. Saliendo del pueblo, como voy hacia Levante, se me ofrece entre la arboleda el sol que me va a acompañar durante todo el día. Un bonito amanecer al que no me puedo ni debo sustraer.
De nuevo, la playa
salvaje.
Siguiendo la carretera,
llego a un aparcamiento y retrocedo algo por la costa para obtener
foto de la playa, pero desde su lado más occidental. Un precioso
campo de sanos helechos me oculta la mayor parte de la playa, pero
ofrece muy bien el rincón donde estuve bañándome ayer. Por encima
se observa el camino en que ayer saqué la última fotografía y que
va a ser el inicio de lo que hoy empieza como novedoso.
La playa está en sombra y la señal de la última marea me informa de que la más alta de ayer no subió hasta donde yo estaba. Hoy la marea está más baja. En el horizonte, el cap de la Chèvre con la bruma matutina, lo que es península de Crozon, parece ínsula de Barataria hacia la que yo, a pesar de las molestias en la pierna, más que como Quijote, que también, voy como un confiado y entusiasta Sancho.
Una vez pasada la playa por su parte alta, y doblado el pequeño cabo, ya estoy en disposición de ver la costa que voy a encontrar durante el siguiente tramo espacio-temporal. Una foto me ofrece lejano la Pointe du Milier.
La playa está en sombra y la señal de la última marea me informa de que la más alta de ayer no subió hasta donde yo estaba. Hoy la marea está más baja. En el horizonte, el cap de la Chèvre con la bruma matutina, lo que es península de Crozon, parece ínsula de Barataria hacia la que yo, a pesar de las molestias en la pierna, más que como Quijote, que también, voy como un confiado y entusiasta Sancho.
Una vez pasada la playa por su parte alta, y doblado el pequeño cabo, ya estoy en disposición de ver la costa que voy a encontrar durante el siguiente tramo espacio-temporal. Una foto me ofrece lejano la Pointe du Milier.
Pors Lanvers.
Como continúo
dirección Este, el sol, que está tratando de salir de entre
pequeñas nubes, me da en el rostro y, aunque no tiene todavía
fuerza, me pongo la visera para que no me deslumbre y me deje ver
bien un camino que durante un buen rato va a ser sendero. Paso la
Pointe de Trénarouet y pronto llego a un puerto, en el que dos
hombres bajan por una rampa su lancha neumática.
Cuando he avistado el Pors Lanvers, la estaban preparando en el aparcamiento y cuando estoy fotografiando una placa conmemorativa, ya están en el agua. Un coche que acaba de llegar me los oculta parcialmente. Este último ha bajado una motora marcha atrás. Lo que recuerda la placa es que, una noche de 1943, el patrón con 8 marineros embarcaron para Inglaterra con 14 pasajeros. Quiero suponer, por la fecha, que los que emigraban sería gente perseguida por la ocupación Nazi.
Estas van a ser las únicas personas que voy a ver en todo el camino hasta que llegue a desayunar. El sendero no es propicio para toparme con ningún corredor en su entrenamiento diario. Muy cerca de la placa que he leído, arranca un camino muy bien señalado con colores rojo y blanco, el GR-34, que se inicia con una escalinata. Tal como he visto al llegar, en la parte alta de la roca que está junto a la rampa de descenso de las embarcaciones, se están produciendo algunos derrumbes y no sería de extrañar que, más pronto que tarde, el camino lo tengan que retranquear. En el fondo, próximo al mar, hay piedras sueltas y tierra desprendida recientemente. Como el camino dobla al llegar a la parte más alta, no podré ver cómo introducen la motora en el mar.
Cuando he avistado el Pors Lanvers, la estaban preparando en el aparcamiento y cuando estoy fotografiando una placa conmemorativa, ya están en el agua. Un coche que acaba de llegar me los oculta parcialmente. Este último ha bajado una motora marcha atrás. Lo que recuerda la placa es que, una noche de 1943, el patrón con 8 marineros embarcaron para Inglaterra con 14 pasajeros. Quiero suponer, por la fecha, que los que emigraban sería gente perseguida por la ocupación Nazi.
Estas van a ser las únicas personas que voy a ver en todo el camino hasta que llegue a desayunar. El sendero no es propicio para toparme con ningún corredor en su entrenamiento diario. Muy cerca de la placa que he leído, arranca un camino muy bien señalado con colores rojo y blanco, el GR-34, que se inicia con una escalinata. Tal como he visto al llegar, en la parte alta de la roca que está junto a la rampa de descenso de las embarcaciones, se están produciendo algunos derrumbes y no sería de extrañar que, más pronto que tarde, el camino lo tengan que retranquear. En el fondo, próximo al mar, hay piedras sueltas y tierra desprendida recientemente. Como el camino dobla al llegar a la parte más alta, no podré ver cómo introducen la motora en el mar.
La plage de Pors
Peron.
No tardo ni diez
minutos en llegar a otra playa, de mayor dimensión que la salvaje y
que, probablemente, sea la que me anunciaron ayer como a dos
kilómetros de Beuzec aunque, por lo que tardo en llegar, creo que
esa distancia se queda algo corta. Previamente he pasado por otra más
pequeña que no he podido fotografiar por causa de sus altos
arbustos. Quizás estén plantados adrede para ocultar una posible
playa nudista. Pero esta hora no es la más propicia para
comprobarlo. También ofrece esta playa un camino de acceso difícil,
similar al de la salvaje de ayer.
El camino baja a la playa y, por el extremo contrario, vuelve a subir arrancando por un regato con poca intensidad de agua que decido pasar por encima, aunque me moje algo los pies, ante la alternativa de escoñarme por las rocas. Pronto voy a ver un indicador de algo más de 2 kilómetros, con equivalencia de 55’, hasta la Pointe du Milier.
El camino baja a la playa y, por el extremo contrario, vuelve a subir arrancando por un regato con poca intensidad de agua que decido pasar por encima, aunque me moje algo los pies, ante la alternativa de escoñarme por las rocas. Pronto voy a ver un indicador de algo más de 2 kilómetros, con equivalencia de 55’, hasta la Pointe du Milier.
Caminaré otro rato más
por la costa hacia la Pointe du Milier. Para hacernos una idea de la
costa en la que estoy, saco dos fotos. Una de ellas hacia la costa de
Beuzec que va quedando atrás y que, con el sol de Levante,
perfectamente iluminada, se ofrece nítida y otra, hacia el Este,
a contraluz, donde ya se ve una construcción lejana en el cabo de Milier.
A pesar de que el sol sigue metido entre nubes, no permite una visión tan perfecta. Sigo el avance por el bonito sendero y comprobando que la medición no va descaminada, pero ya va avanzando la mañana y sé que yendo por el mar no voy a encontrar ningún sitio para desayunar y esta actividad de la jornada empieza a ser ya prioritaria para mí. Es la razón por la cual, cuando llego a un punto en que el cabo Milier ya me queda más al Norte, saco una foto de despedida y me digo: “otra vez será que te visite” y me voy hacia el interior, abandonando la costa.
Parece que Poullan-sur-Mer puede ser un buen lugar para mi desayuno. Otra razón para la toma de esta decisión ha sido que veo algo muy urbanita en cómo se ofrece el paseo hacia La Pointe du Milier, y unas escaleras que vienen de un aparcamiento, en acceso impropio de los trotamundos del GR-34. En el primer cruce me anuncian una dirección hacia un molino, pero no pone distancia y la ignoro. Pronto llego a la ermita de Saint Conogan. La fotografío pero no la puedo visitar ya que está cerrada. Es pequeña, pero tiene una bonita torre con “clocher” (campanario). Por el interior el cielo está más despejado. Pasada la Chapelle de Saint Conogan, ya me encuentro saliendo de Cap-Sizun, a donde llegué en la etapa 41, hace cuatro días, entrando por Pors Poulhan, camino de Audierne. He tardado dos jornadas completas y dos medias jornadas, para doblar este accidentado cabo y recorrer toda su costa. Un hombre me dice que, para llegar a Poullan-sur-Mer, continúe hasta el siguiente cruce y luego tire a la izquierda. Cuando llego, hay dos carretera que van en paralelo y no sé cuál coger. Elijo la primera que me parece tiene menos circulación rodada.
A pesar de que el sol sigue metido entre nubes, no permite una visión tan perfecta. Sigo el avance por el bonito sendero y comprobando que la medición no va descaminada, pero ya va avanzando la mañana y sé que yendo por el mar no voy a encontrar ningún sitio para desayunar y esta actividad de la jornada empieza a ser ya prioritaria para mí. Es la razón por la cual, cuando llego a un punto en que el cabo Milier ya me queda más al Norte, saco una foto de despedida y me digo: “otra vez será que te visite” y me voy hacia el interior, abandonando la costa.
Parece que Poullan-sur-Mer puede ser un buen lugar para mi desayuno. Otra razón para la toma de esta decisión ha sido que veo algo muy urbanita en cómo se ofrece el paseo hacia La Pointe du Milier, y unas escaleras que vienen de un aparcamiento, en acceso impropio de los trotamundos del GR-34. En el primer cruce me anuncian una dirección hacia un molino, pero no pone distancia y la ignoro. Pronto llego a la ermita de Saint Conogan. La fotografío pero no la puedo visitar ya que está cerrada. Es pequeña, pero tiene una bonita torre con “clocher” (campanario). Por el interior el cielo está más despejado. Pasada la Chapelle de Saint Conogan, ya me encuentro saliendo de Cap-Sizun, a donde llegué en la etapa 41, hace cuatro días, entrando por Pors Poulhan, camino de Audierne. He tardado dos jornadas completas y dos medias jornadas, para doblar este accidentado cabo y recorrer toda su costa. Un hombre me dice que, para llegar a Poullan-sur-Mer, continúe hasta el siguiente cruce y luego tire a la izquierda. Cuando llego, hay dos carretera que van en paralelo y no sé cuál coger. Elijo la primera que me parece tiene menos circulación rodada.
Douarnenez
La costa de Douarnenez
ya no pertenece al Cup-Sizun, que acaba poco después de la Pointe du
Milier, y avanza hacia la Presqu’île de Crozon. La plage de
Trezmalaouen ya forma parte de la península de Crozon. Es muy
aventurado nombrar a toda esta primera área de Crozon como
península, pues para tener esa consideración debiera tener un istmo
más estrecho y tampoco me parece correcto considerar el río Aulne,
que delimita con el Norte de Finisterre, como si fuera mar. Pero así
de caprichosos son los geógrafos y quizás otras características
den unidad a la región y lo justifiquen.
Poullan-sur-Mer.
Desayuno.
Es así como llego a un
cruce en el que no pone nada. Un coche llega de una vía auxiliar y
va a entrar en la principal. Cuando va a hacer el giro, pregunto a su
conductor y me dice que por la que voy llegaré a Poullan. El
conductor es joven y lleva a una niña en el asiento delantero sin
ninguna medida de seguridad. Me sorprende que en Francia sean tan
descuidados. “¿Será diferente la normativa aquí?” Sé que, si
lo pregunto, me van a decir que esto es Bretaña, y no lo hago, pero
lo comparo con las medidas de seguridad que reciben mis nietos de sus
padres y me quedo con lo propio y no copio lo ajeno. Paso por una
casa que está en zona de interior pero que ofrece una bonita entrada
y amplio yerbín previo y bien recortado, así que un seto con mucho
gusto. Combina piedras, madera y vegetación. No me resisto a
fotografiarlo. Sigo carretera y llego a otro cruce sin información
y, otro joven, que gira en la misma dirección en que voy yo, me dice
que continúe adelante. Veo una torre del agua. Es otro referente,
pero se me va quedando lejos, escorándose a la derecha, menos mal
que pronto la carretera cambia de dirección y me mete en Poullan.
Veo de lejos a una señora que viene de comprar pan y me temo que se meta en su casa antes de que yo llegue. Pero se para a hablar con una vecina que, sentada en su sala, comenta con ella desde su ventana y me da tiempo a preguntarles. Cuando les digo que vengo andando desde el País Vasco, alucinan. Me dicen que siga adelante y que encontraré panadería y café. Fotografío la iglesia antes de desayunar. Es así como llego a la boulangerie y compro una trenza de chocolate y un caracol con pasas. Están crujientes y muy ricos. Pago 2,60 € y el gran café-créme me lo tomo en Tabac-Bar-PMU por 2,40 €. Tras retrete y desayuno, me pongo a escribir y me dan las 10:30 horas. Dejo todo y me voy a cabina para llamar a Vera. Todo va bien. Mi hija no entiende que no recuerde cual de los dos peronés me rompí en 2009, pero lo cierto es que así es. Ella tampoco me puede ayudar. Si yo no lo recuerdo, ella menos. Están teniendo buen tiempo y le digo que les echo de menos… y es verdad. Sé que es un precio más que exige mi camino. Me he extendido en la llamada algo más que lo que suele ser habitual. Vuelvo al café y sigo escribiendo. Dan las diez en el reloj de la iglesia, con su picudo campanario y, como al ir a telefonear he visto que estaba abierta, ahora voy a visitarla por dentro. Previamente paso por el retrete y cago. Mientras estaba escribiendo han entrado dos maduritos cuyo aspecto me ha llevado a hacerme la pregunta: “¿Quién Aquiles, quién Patroclo?”, como si fuera fácil diferenciar entre la misma clase de amor. Pero en mi juego inocente asigno el rol de Aquiles al de los pantalones rojos. Llevan dos crepes y dos barras de pan, toman café, compran una revista y se van por donde han venido. Acabado el diario, escribo dos postales, a Dorleta y a Pilartxo. A la primera la conocí en mi viaje por Marruecos y a Pilar en el de Argelia. Recuerdo su frío matutino tras la primera noche heladora en el desierto próximo a Illizi. Anduvimos nueve días “perdidos” por el Sur, próximos al desierto del Teneré, entre Libia y Níger. Ya sólo falta buscar un buzón para echar mi misiva a estas viajeras impenitentes.
Veo de lejos a una señora que viene de comprar pan y me temo que se meta en su casa antes de que yo llegue. Pero se para a hablar con una vecina que, sentada en su sala, comenta con ella desde su ventana y me da tiempo a preguntarles. Cuando les digo que vengo andando desde el País Vasco, alucinan. Me dicen que siga adelante y que encontraré panadería y café. Fotografío la iglesia antes de desayunar. Es así como llego a la boulangerie y compro una trenza de chocolate y un caracol con pasas. Están crujientes y muy ricos. Pago 2,60 € y el gran café-créme me lo tomo en Tabac-Bar-PMU por 2,40 €. Tras retrete y desayuno, me pongo a escribir y me dan las 10:30 horas. Dejo todo y me voy a cabina para llamar a Vera. Todo va bien. Mi hija no entiende que no recuerde cual de los dos peronés me rompí en 2009, pero lo cierto es que así es. Ella tampoco me puede ayudar. Si yo no lo recuerdo, ella menos. Están teniendo buen tiempo y le digo que les echo de menos… y es verdad. Sé que es un precio más que exige mi camino. Me he extendido en la llamada algo más que lo que suele ser habitual. Vuelvo al café y sigo escribiendo. Dan las diez en el reloj de la iglesia, con su picudo campanario y, como al ir a telefonear he visto que estaba abierta, ahora voy a visitarla por dentro. Previamente paso por el retrete y cago. Mientras estaba escribiendo han entrado dos maduritos cuyo aspecto me ha llevado a hacerme la pregunta: “¿Quién Aquiles, quién Patroclo?”, como si fuera fácil diferenciar entre la misma clase de amor. Pero en mi juego inocente asigno el rol de Aquiles al de los pantalones rojos. Llevan dos crepes y dos barras de pan, toman café, compran una revista y se van por donde han venido. Acabado el diario, escribo dos postales, a Dorleta y a Pilartxo. A la primera la conocí en mi viaje por Marruecos y a Pilar en el de Argelia. Recuerdo su frío matutino tras la primera noche heladora en el desierto próximo a Illizi. Anduvimos nueve días “perdidos” por el Sur, próximos al desierto del Teneré, entre Libia y Níger. Ya sólo falta buscar un buzón para echar mi misiva a estas viajeras impenitentes.
La iglesia de
Poullan-sur-Mer.
Son las 11:30 horas
cuando voy hacia la iglesia. Dejo la mochila en el bar-Tabac-PMU.
Espero que no me cobren guardería de equipaje. Cuando entro, están
celebrando la ceremonia bautismal de un niño de 3 años. El cura,
con una sotana blanca muy amplia, baila al ritmo de la canción que
canta, e invita a cantar una estrofa que se repite hasta la saciedad
a las aproximadamente quince personas allí congregadas.
Una mujer sostiene en brazos a un bebé, que no es el bautizado, y que me mira con curiosidad de bebé. Le sirvo como probeta de ensayo para su ejercicio de fijar la mirada, paso previo al del futuro observador que, sin duda, será. La iglesia tiene nave central, donde están los familiares del bautizado, y dos laterales, en cuyo lado derecho está apartada pero pendiente una mujer. El cura retira un gran barreño de cobre y se lo pasa a esa señora que hace de ayudante de ceremonias. Mujer que va a ser la que me informa y a la que le cuento mis 44 días por la costa francesa. Ella me invita a escribir en un cuaderno de visitas que ofrece la iglesia a escritores improvisados. Me despido de la mujer y regreso al bar. Esta iglesia no es austera y muestra profusión de imágenes de santos. Reconozco la de Santa Ana con la virgen María niña, pero no me fijo mucho más, ya que lo que más me interesa es ver bambolear las faldas del sacerdote al ritmo de su canción. Está en su iglesia y "él se lo guisa y él se lo come". Mejor dicho: Él se lo canta y él se lo baila. Al salir fotografío mejor el exterior de la iglesia.
Una mujer sostiene en brazos a un bebé, que no es el bautizado, y que me mira con curiosidad de bebé. Le sirvo como probeta de ensayo para su ejercicio de fijar la mirada, paso previo al del futuro observador que, sin duda, será. La iglesia tiene nave central, donde están los familiares del bautizado, y dos laterales, en cuyo lado derecho está apartada pero pendiente una mujer. El cura retira un gran barreño de cobre y se lo pasa a esa señora que hace de ayudante de ceremonias. Mujer que va a ser la que me informa y a la que le cuento mis 44 días por la costa francesa. Ella me invita a escribir en un cuaderno de visitas que ofrece la iglesia a escritores improvisados. Me despido de la mujer y regreso al bar. Esta iglesia no es austera y muestra profusión de imágenes de santos. Reconozco la de Santa Ana con la virgen María niña, pero no me fijo mucho más, ya que lo que más me interesa es ver bambolear las faldas del sacerdote al ritmo de su canción. Está en su iglesia y "él se lo guisa y él se lo come". Mejor dicho: Él se lo canta y él se lo baila. Al salir fotografío mejor el exterior de la iglesia.
De vuelta al bar, me
despido de la mujer que atiende la barra, que ha sido muy atenta y ha
tenido el acierto de presentarme a un joven que habla castellano,
quien me ha dicho que Poullan pertenece a Douarnenez, y que la ciudad ahora
forma un conglomerado urbanístico con Treboul. Salgo a la carretera
en la dirección correcta. La mujer de la barra me ha hablado de 8
kilómetros, pero en la señal pone que hay 7 a Douarnenez. Nada más
salir de Poulan, encuentro un campo afeitado de hierba, con plantas y
matorral sin recortar formando un semicírculo, y unas sillas con
colores variados que, más que a sentarse, invitan a ser
contempladas. A juzgar por la maleza que crece a sus patas, no parece
que esto esté dispuesto para el juego de las sillas. Probablemente
nadie se siente en ellas. Para la hora que es, la carretera no tiene
mucha circulación y, aunque no dispone de arcén, en pocas ocasiones
debo salirme al hierbal para soslayar algún coche que viene frontal
a mí. Lo hago, sobre todo, cuando intuyo cruce de vehículos en las
dos direcciones. En uno de los entrantes me paro a orinar. Al volver
a la carretera, veo delante a un joven con mochila, pero no voy a
tener oportunidad de alcanzarlo y hablar con él, porque llego a una
rotonda con dos indicadores.
En una dirección, Puerto y, en la otra, Centre Ville. Chica y chico de un grupo de jardineros desbrozan arbustos y me recomiendan la dirección Puerto pero, nada más arrancar, veo otro indicador de Centro Hospitalario. Retrocedo donde los informantes y me dicen que está a unos 4 o 5 kilómetros y que es mejor ir en autobús. Iré por la tarde. Así que olvido el hospital y me centro en buscar un restaurante para comer. Había entrado en la ciudad, pero ahora estoy a caballo entre Douarnenez y Treboul.
En una dirección, Puerto y, en la otra, Centre Ville. Chica y chico de un grupo de jardineros desbrozan arbustos y me recomiendan la dirección Puerto pero, nada más arrancar, veo otro indicador de Centro Hospitalario. Retrocedo donde los informantes y me dicen que está a unos 4 o 5 kilómetros y que es mejor ir en autobús. Iré por la tarde. Así que olvido el hospital y me centro en buscar un restaurante para comer. Había entrado en la ciudad, pero ahora estoy a caballo entre Douarnenez y Treboul.
Treboul. Comida en
Trad’ys
Pido ensalada de tomate
y filete. Cuatro tomatitos cherry con cuatro o cinco bolitas de
mozzarella que, gracias al vinagre de Módena y algunas hierbas
aromáticas se deja comer pero que tiene poco alimento para recuperar
la energía que necesita el caminante para seguir el camino. Untando
con las semitostadas que acompañan, consigue salvarse. El filete de
“boeuf” (buey) que he pedido “bleu” (sangrante, poco hecho),
está más pasado que lo deseado. Los champiñones están algo
cremosos, aunque también me los como. Previamente he engullido la
ensaladita de hojas coloristas de moda (aunque sin canónigos) y que, para mi
desgracia, estaba muy caliente. El filete no tiene grasa y bebo agua,
no pido vino ni postre y serán 13,70 € que pago con Visa. Mientras
estoy comiendo, llega un grupo de cinco personas con una niña. Luego
un grupo de siete que se quedan a esperar a que se libre una mesa en
la terraza. Después entran dos, que parecen italianos y que pudieran
tener algo que ver con la competición-exhibición de veleros. No
tengo muchos datos objetivos para razonarlo. Pura intuición. Escribo
postal a mi primo Goyo de Zarautz y me voy para cruzar un puente y
acercarme al autobús que me lleve al hospital de Douarnenez.
El puerto de
Treboul-Douarnenez.
Son las 14:30 cuando
salgo hacia el puerto. El río que desemboca aquí es de poco
recorrido. No tendrá más de 10 kilómetros, pero su llegada al mar
me resulta bastante complicada y, aunque paso muelles varios y
esclusas, no acabo de saber con certeza en que lado estoy, ni si aún
me va a quedar otro tramo por pasar.
Con todo, el conjunto me resulta grato, a pesar de que la preocupación que llevo por el mal estado de mi pierna no es el más propicio para apreciar la belleza. De momento, a primera vista, no veo modo de pasar al otro lado del puerto. Este puerto no acoge los veleros de la gran regata, es deportivo pero sólo para algún velero menor y embarcaciones de poco calado.
Me encuentro con un matrimonio mayor, receptivo a mi viaje y que me acompaña durante el primer tramo. Los pierdo en algún momento, por querer obtener alguna foto, pero los vuelvo a recuperar. El puerto que se presentaba repleto de agua en la primera aparición, ahora ofrece salidas ciegas al mar. No tengo argumentos para saber si es debido a la marea baja y que a otras horas los pasos puedan estar expeditos. Pienso que la marea es baja porque, al llegar al puente-esclusa, veo muchas embarcaciones con la panza sobre arena y piedras. Después paso la esclusa y el puente peatonal, que también acoge ciclistas y sus bicis, y es así como me despido de la pareja y llego a la parada de autobús.
Con todo, el conjunto me resulta grato, a pesar de que la preocupación que llevo por el mal estado de mi pierna no es el más propicio para apreciar la belleza. De momento, a primera vista, no veo modo de pasar al otro lado del puerto. Este puerto no acoge los veleros de la gran regata, es deportivo pero sólo para algún velero menor y embarcaciones de poco calado.
Me encuentro con un matrimonio mayor, receptivo a mi viaje y que me acompaña durante el primer tramo. Los pierdo en algún momento, por querer obtener alguna foto, pero los vuelvo a recuperar. El puerto que se presentaba repleto de agua en la primera aparición, ahora ofrece salidas ciegas al mar. No tengo argumentos para saber si es debido a la marea baja y que a otras horas los pasos puedan estar expeditos. Pienso que la marea es baja porque, al llegar al puente-esclusa, veo muchas embarcaciones con la panza sobre arena y piedras. Después paso la esclusa y el puente peatonal, que también acoge ciclistas y sus bicis, y es así como me despido de la pareja y llego a la parada de autobús.
Esperando a un autobús que nunca llegará.
Parece que el lado de
Treboul ya ha quedado atrás y ahora estoy en el de Douarnenez. Un
pincho alto de iglesia y una construcción que parece fortaleza y con
torre de tipo panóptico, me indican que debo estar en lo cierto.
Estoy un rato esperando pero sin la certeza de en qué lado de la
carretera debo coger el autobús, pues no sé en qué dirección está
el hospital. Mientras espero, pasa el matrimonio del que ya me había
despedido y les vuelvo a saludar. De lo que sí me entero es que debo
coger el nº 1, pero sólo lo veo pasar en dirección contraria.
Después de que han pasado dos o tres y de comprobar que en la
dirección que esperamos ya varios hipotéticos usuarios no regresa
ninguno. Poco a poco me voy impacientando, pero los otros no
preguntan. Por fin sé que entre el 19 y el 22 de julio son fiestas
en Douarnenez, hoy se celebra la gran fiesta en el puerto y lo han
acotado para organizar allí cenas y demás jolgorio. Eso ha llevado
a restringir servicios de autobús y a cambios en los recorridos. La
única ventaja que ofrece el día de hoy es que los recorridos en bus
son gratuitos, pero la desventaja es la desinformación. Comento con
matrimonio mayor con nieto y, como no reaccionan, me acerco al
siguiente autobús que pasa con el nº 1 en dirección contraria y le
pregunto. Me dice que monte en ese y que me lleva a otra parada en la
que puedo coger el bus para el hospital. Aviso a los otros y es así
como llegamos los cuatro a la parada del Centre Ville. El chaval es
el que más preguntas me hace con respecto a mi viaje y, además,
conoce algunos lugares por los que he pasado, como el de Guèrande,
lugar donde debe tener algún referente. Tras esperar un rato, llega
el autobús que me va a llevar definitivamente al hospital.
Un buen rato en
Urgencias del Hospital de Douarnenez. ¡Qué divertido!
Me acerco al “accueil”
(recepción), me recogen la postal escrita a Goyo y me informan de
que debo acudir a urgencias. Allí, me atienden en una ventanilla y
me pasan a la otra. Hacen fotocopia de mi tarjeta sanitaria europea
y, en la parte del papel que queda en blanco, me hacen añadir
domicilio y distrito en Irun. Me devuelven la tarjeta original, la
guardo y me dicen que pase a la sala de espera. En el ínterin han
traído en ambulancia, y lo meten a urgencias en camilla, a un hombre
de edad incierta, con la cara magullada y sangrante. Sin hacerlo pasar a la sala
de espera, lo meten para dentro, dándole prioridad sobre los que
hemos llegado antes. Está bien que den paso a lo aparentemente más
urgente. Entro en la sala de espera. Tras el saludo de rigor, ninguno
de los que esperamos a que nos atiendan dirige la palabra a los
demás. Ni siquiera los que vienen juntos hablan entre sí. Más que
una sala de espera, esto parece un funeral. Es correcto que no se
hable mucho, pero este silencio sepulcral resulta excesivo. Hasta a
dos niños de entre 3 y 4 años consiguen tenerlos callados.
Me parece contra natura. Entran una madre con una niña de rasgos
africanos. Me levanto de mi sitio con asiento vacío contiguo y me
siento en otro hueco libre en solitario, con el fin de que puedan
sentarse madre e hija juntas. Le digo bajito algo sobre mi viaje,
pero les llaman enseguida, antes que a mí. Probablemente ya les han atendido
antes y ahora les llaman para valorar los resultados de las
pesquisas. Parece que ya habían hecho antes la cura de la mano de la niña.
Van pasando casi todos y yo quedo para el final. Por detrás, sólo
hay una señora que se ha sentado a mi lado y luego se ha desplazado
a silla del otro lado. Ahora ya van quedando huecos para elegir, pero
dudo si ha cambiado de lugar por mi olor añejo de caminante, o por
otra razón de menor enjundia. Antes de pasar donde la doctora, una
auxiliar, que ya me ha atendido antes, me va haciendo preguntas que
la doctora escucha. Aprovecho para decirle que me rompí el peroné
en verano de 2009, pero que no recuerdo si es en la misma pierna
dañada o en la otra. Mezclo francés con castellano y esta auxiliar
parece que me sigue bien. Aclaro con ella algunas dudas más. Ya sólo
con la doctora, ella enchufa el translater, el traductor de
Google. Las preguntas que me hace deben ser precisas y también las
respuestas, así que la doctora escribe, y yo leo y respondo. En una
de las preguntas, suelto la carcajada. Parece que el traductor
entiende “jambe” por pata y no por pierna. Digo a la doctora que
en castellano pierna es para las personas y pata para los animales.
La doctora también me ríe la gracia. Cuando está haciendo receta e
informe, le llaman, interrumpe lo que está escribiendo y tiene que
salir. Me deja solo y escucho voces de niña, pero no sé a quien
está atendiendo. Da la sensación de que, estando en fiestas, ella
sea la única doctora atendiendo las urgencias en todo el hospital. Regresa, pero
enseguida le vuelven a llamar y, como deja la puerta entreabierta,
veo en la habitación contigua, ahora de pie, al herido que ha
entrado en camilla y que, en realidad, ha llegado con un proceso
etílico y sus heridas son fruto de la caída por la borrachera. Ahora le
veo quitándose la camisola azul que le han puesto (leeré días
después un comentario de protesta de usuarios de hospital por lo
indecoroso de la prenda. Algo absurdo en un país civilizado como
Francia y en un lugar en que lo prioritario debe ser la rapidez en la
atención médica, algo que esta prensa facilita). En cuanto logra
quitársela, y se queda desnudo, dos auxiliares se la vuelven a poner
rápidamente, como si fuera un escándalo ver a un hombre en pelotas.
Con la bata puesta, parece que todo está bien encauzado, pero no
había sido más que el prólogo de una demanda fisiológica pues, a
continuación, oigo y veo la cascada de orina que emana por debajo de
la prenda azul y que empieza a producir un pequeño reguero que se va convirtiendo en lago y que se
expande como un río, con sus afluentes, por la habitación. Las
auxiliares extienden por el suelo todo lo que pillan a su alcance con
capacidad de empapar. Sábanas y toallas. Cierran la puerta por donde yo estaba viendo el
espectáculo cómico gratuito y se acaba para mí la diversión. Todo
esto se habría evitado si las auxiliares hubieran sentado al
borrachín en el retrete a tiempo, en cuanto se pudo levantar de la
camilla, tras la cura de las heridas. Pero al no hacerlo, han pagado
las consecuencias. Regresa la doctora y añade al informe la receta
de 30 sobres de Amoxiciline. Tres sobres al día durante 10 días.
También me receta otra medicina para el dolor pero, como hasta ahora
lo he podido aguantar, y me deja dormir, no me la compro. La explicación que me ha
dado es que he tenido alguna herida en el pie, se me ha infectado y,
al caminar mucho, se me ha resentido la pierna en la parte que más
sufre al andar. Lo mejor del diagnóstico ha sido que no se ha
producido la temida recomendación de dejar de caminar sino que,
cumpliendo a rajatabla la dosis recetada del medicamento, se me
curará por sí sola al remitir la infección por acción del
antibiótico. ¡Albricias! ¡Puedo seguir adelante! Regreso a la
ventanilla y me facilitan las señas de la única farmacia que, por
motivo de las fiestas, está abierta hoy. ¡Qué casualidad! Ya la he
visto al llegar a Treboul, pues está en un centro comercial donde lo
que más destaca es el hipermercado Leclerq. De momento, no me han
cobrado nada por la atención hospitalaria pero, en Francia, los
usuarios de la seguridad social también pagan un 33 % del coste de
la atención y yo no voy a ser menos, por mucha tarjeta sanitaria
europea que lleve. A los dos meses recibiré la factura y pagaré en
el Tresor Publique de Hendaye 6,90 € en octubre. La doctora que me
ha atendido me ha advertido también que la medicación me puede
producir algún proceso diarreico. Y que si siento alguna molestia o
si hay alguna contraindicación, que acuda con su informe a otro
centro hospitalario.
Pharmacie Bobinet
Tombalon (Treboul).
Ahora la cuestión es
cómo llegar a la farmacia. Vuelvo a la parada de bus y se me olvida sacar
foto del complejo hospitalario. Me enrollo bien con una joven que
está con otra mujer mayor que también esperan, pero para ir a
Leclerq. Aunque ellas van a ir en el nº 1, me dicen que a mí me
conviene coger el nº 2 y no tener que hacer transbordo. Me quedo
pero con la duda de que habría sido más seguro ir con ellas y haber
hecho lo mismo. Pero es tarde para lamentos. Ellas ya se han ido en
el primero y yo espero. Todo esto me lo va a decir el siguiente
chofer que, también es casualidad, es el mismo que me ha traído al
hospital.
Como no quiero coger
más autobuses, ni aunque sean hoy gratis, pregunto antes de salir de
la farmacia y me dicen que coja la carretera siempre con indicación
Brest. Pero, cuando salgo, ninguna de las direcciones que veo ofrece
ese destino.
Acabo en un bosque, a través del cual vislumbro, más que veo, Douarnenez. Un hombre me confirma que voy bien por allí. Acabada la arboleda, en un hueco entre tejados, veo el esbelto “clocher” de la iglesia y lo fotografío desde lejos. Pero está aún más lejos de lo que parece, puesto que en medio pasa el río canalizado buscando el mar.
Antes de bajar hacia la esclusa y puente peatonal por el que he pasado antes, me asomo al río y fotografío el puente alto sobre el que va la carretera. En la iglesia suena el repique de campanas de las 19:00 horas, añadiendo ese sonido a la música festiva. Me sorprende ver en el agua, junto al puente, un pesado barco rojizo que me da la impresión de tener pocas posibilidades de salir de este lugar, como si estuviera anclado al fondo.
Sobre él destaca un faro que le añade una sensación de ser aún más pesado. Ya en el puerto fluvial-marítimo, los veleros que veo no tienen la apariencia de los que participan en la competición Brest-Douarnenez, aunque sean bastante hermosos. Después paso, el puente peatonal, al igual que lo he hecho a primera hora de la tarde, después de comer. Ya en el otro lado de puente y esclusa, camino hacia la costa.
Me llama la atención un islote con mucho arbolado y dos construcciones recias. No sé quien puede tener el capricho de querer vivir allí, con total dependencia de barcos para trasladarse al continente y de las mareas que lo permitan.

Eso no resta un ápice para que el lugar tenga mucho encanto. Dos diques en ángulo forman una bocana de entrada y salida al mar, aunque esta no sea la única conexión con la Baie de Douarnenez. Pronto llego a una playa artificial.
Quizás sea más amplia con la marea baja, pero en este momento, la zona de arena queda reducida y comprimida en un rectángulo de 25 x 5 metros. Una veintena de personas en dique seco y tres en el agua es el balance humano que ofrece esta pequeña playa urbana. Por la hora de la tarde que es ya está en sombra en casi su totalidad. Para mí, resulta poco apetecible para baño.
El paso por las calles me está resultando complicado. Es imposible acceder por el puerto, ya que para entrar hay que pagar y hay mucho control de billetes. El GR-34 lo tienen cortado. Ni aún diciendo que estoy dando un paseo por la costa y que vengo desde el País Vasco, ablando al personal, que se muestra estricto en su rol de policía que controla. Me dicen: “remonté” (sube). Desde uno de esos controles, vislumbro alguno de los veleros de la famosa regata, que continúa anclado en el puerto.
Es así como llego a la iglesia del barrio porteño, pero a la que sólo puedo fotografiar con poco margen para echarme atrás. Ya saliendo del entorno del barrio, es cuando puedo ver el área del puerto con los pocos grandes veleros que quedan y los tenderetes blancos arracimados en el malecón y que van a permitir celebrar la fiesta bajo techado. Me supongo que aquí, al anochecer hará un frío riguroso, mayor que el de ayer en Beuzec-Cap-Sizun. Remonto y empalmo con el GR-34 y lo hago a la vez que dos mujeres que, con apoyo en sus bastones, parecen caminar muy cansadas. Quizás sea por eso que no consigo que se enrollen conmigo en la conversación que intento provocar. Con la escusa de la foto, las voy perdiendo de vista.
Acabo en un bosque, a través del cual vislumbro, más que veo, Douarnenez. Un hombre me confirma que voy bien por allí. Acabada la arboleda, en un hueco entre tejados, veo el esbelto “clocher” de la iglesia y lo fotografío desde lejos. Pero está aún más lejos de lo que parece, puesto que en medio pasa el río canalizado buscando el mar.
Antes de bajar hacia la esclusa y puente peatonal por el que he pasado antes, me asomo al río y fotografío el puente alto sobre el que va la carretera. En la iglesia suena el repique de campanas de las 19:00 horas, añadiendo ese sonido a la música festiva. Me sorprende ver en el agua, junto al puente, un pesado barco rojizo que me da la impresión de tener pocas posibilidades de salir de este lugar, como si estuviera anclado al fondo.
Sobre él destaca un faro que le añade una sensación de ser aún más pesado. Ya en el puerto fluvial-marítimo, los veleros que veo no tienen la apariencia de los que participan en la competición Brest-Douarnenez, aunque sean bastante hermosos. Después paso, el puente peatonal, al igual que lo he hecho a primera hora de la tarde, después de comer. Ya en el otro lado de puente y esclusa, camino hacia la costa.
Me llama la atención un islote con mucho arbolado y dos construcciones recias. No sé quien puede tener el capricho de querer vivir allí, con total dependencia de barcos para trasladarse al continente y de las mareas que lo permitan.
Eso no resta un ápice para que el lugar tenga mucho encanto. Dos diques en ángulo forman una bocana de entrada y salida al mar, aunque esta no sea la única conexión con la Baie de Douarnenez. Pronto llego a una playa artificial.
Quizás sea más amplia con la marea baja, pero en este momento, la zona de arena queda reducida y comprimida en un rectángulo de 25 x 5 metros. Una veintena de personas en dique seco y tres en el agua es el balance humano que ofrece esta pequeña playa urbana. Por la hora de la tarde que es ya está en sombra en casi su totalidad. Para mí, resulta poco apetecible para baño.
El paso por las calles me está resultando complicado. Es imposible acceder por el puerto, ya que para entrar hay que pagar y hay mucho control de billetes. El GR-34 lo tienen cortado. Ni aún diciendo que estoy dando un paseo por la costa y que vengo desde el País Vasco, ablando al personal, que se muestra estricto en su rol de policía que controla. Me dicen: “remonté” (sube). Desde uno de esos controles, vislumbro alguno de los veleros de la famosa regata, que continúa anclado en el puerto.
Es así como llego a la iglesia del barrio porteño, pero a la que sólo puedo fotografiar con poco margen para echarme atrás. Ya saliendo del entorno del barrio, es cuando puedo ver el área del puerto con los pocos grandes veleros que quedan y los tenderetes blancos arracimados en el malecón y que van a permitir celebrar la fiesta bajo techado. Me supongo que aquí, al anochecer hará un frío riguroso, mayor que el de ayer en Beuzec-Cap-Sizun. Remonto y empalmo con el GR-34 y lo hago a la vez que dos mujeres que, con apoyo en sus bastones, parecen caminar muy cansadas. Quizás sea por eso que no consigo que se enrollen conmigo en la conversación que intento provocar. Con la escusa de la foto, las voy perdiendo de vista.
Ya en el GR-34 me
encuentro con tres mujeres de la zona, que pasean y me aseguran que
por donde voy pocas opciones tengo para cenar. No estoy tan lejos de
la fiesta como para no oír los sones de la batucada. Quienes imponen
el ritmo son los sonidos celtas y bretones y los de la batucada lo
único que hacen es reforzarlo. Me parece bien que en esta tierra lo
exógeno (venido de Brasil) esté al servicio de lo autóctono.
Paso por una playa con casetas que dan a un espacio de hierba. Estas casetas también pueden tener una utilidad para almacén de productos de marinería y servir a pescadores del lugar. Abandono el GR y camino por carretera. Pienso que el camino trazado oficial no me va a proponer lugares para cenar, pero ocurre que la “route” tampoco. El sol del atardecer da en el mar, remarcando el promontorio de Douarnenez y, más al fondo, el Cap de la Chèvre.
Ese mismo sol de la tarde, pero en la costa que ahora ya he comenzado a ascender hacia el Norte, ofrece una luminosidad espléndida y realza dos bonitas playas que, de lejos, ofrecen gran atractivo. Al fondo, la playa de Kervel, donde cenaré. Ya estoy en la península de Crozon.
Paso por una playa con casetas que dan a un espacio de hierba. Estas casetas también pueden tener una utilidad para almacén de productos de marinería y servir a pescadores del lugar. Abandono el GR y camino por carretera. Pienso que el camino trazado oficial no me va a proponer lugares para cenar, pero ocurre que la “route” tampoco. El sol del atardecer da en el mar, remarcando el promontorio de Douarnenez y, más al fondo, el Cap de la Chèvre.
Ese mismo sol de la tarde, pero en la costa que ahora ya he comenzado a ascender hacia el Norte, ofrece una luminosidad espléndida y realza dos bonitas playas que, de lejos, ofrecen gran atractivo. Al fondo, la playa de Kervel, donde cenaré. Ya estoy en la península de Crozon.
Presqu’île
de Crozon
Aunque sigo estando en
Finisterre, una vez recorridos en el día de hoy lo que me quedaba
del Cap-Sizun y toda la costa de Douarnenez, ya entro en terreno
geográfico nuevo: La Península de Crozon, cuya parte más
continental opino que no debiera llevar tal denominación. La playa
de Kervel, en la que voy a dormir, ya forma parte del nuevo
territorio y terminaré tras el recorrido costero y el paso de Argol,
donde dormiré la última noche de la etapa 47, abandonándola a la
mañana del día siguiente, cuando pase el puente sobre el río
delimitador de el Aulne. El puente tiene nombre: Pont de Térénez.
Kervel.
Llegando a un recodo de
la carretera veo que, a lo lejos por el GR, va un matrimonio con dos
niños y trato de darles alcance. Lo consigo en el momento en que
llego a un camino privado pero que me parece que me puede acercar a
un pueblo. Voy por él, pero después de hacer varios intentos, me
lleva a una “ferme” (granja) y tengo que retroceder. Regreso a la
carretera. Aparece un hombre de raza negra conduciendo un coche y, al preguntarle, no
me ofrece ninguna alternativa. Menos mal que otra conductora, mujer,
sale de su casa en coche y me informa de que no me queda otra que volver
al punto de partida y que baje a la playa, ya que es por allí por
donde va el GR-34. Cuando estoy bajando hacia la playa veo un
indicador de Gite y entro, pero no se ve a nadie. Son las 21:15 y a
esas horas todo el mundo está desaparecido, incluso en verano. Y en
cuanto veo al perro, salgo por donde he venido. Dudo si la Gite es
por donde aparece la señal de carretera cortada, pero tampoco
obtengo compensación a mi interés. Llego a un camping que ofrece un
pequeño espacio municipal y para pernoctar hay que solicitar permiso
al ayuntamiento. Como es pequeño parece que las gentes se comunican
bien entre ellos y tendría alguna posibilidad, pero también me da
la impresión de que voy a estar incómodo y tampoco quiero pasar la
noche sin cenar. Paso por otra casa que me parece que pudiera ser
otra Gite. Tiene muchas habitaciones pero algunas persianas son
zarandeadas por el aire y golpean contra las paredes y la puerta está
cerrada a cal y canto. Bajo a playa que ofrece algas verdes. Un
letrero lo indica, no sé si como una característica buena del lugar
o como indicativo peligroso de polución. No lo sabré hasta que
el pamplonica cántabro Unai me lo aclare en Plougrescant. Estas
algas verdes son saludables pero han sido expulsadas de su lugar
debido a la contaminación y los purines de las granjas de cerdos y
otros animales. Los ecologistas lo han denunciado. Por tanto lo que
aquí advierten es un peligro. Mañana veré más algas verdes en la
playa de Sainte Anne la Palud. Continúo por playa de cantos rodados
y por el camino de acceso al camping. Pregunto a una pareja y me dice
que en el camping no hay restaurante ni otra alternativa. Entro en el
accueil y la recepcionista me añade que no hay sitio para dormir,
que está completo, pero al menos me manda a la playa donde si
encontraré algo para cenar.
Cena en el Camping
de la Vi.
Sigo por camino que, a
la postre, me bajará a las últimas plataformas del otro camping.
Entre la playa y las últimas plataformas está el puesto de socorro.
Me parece un sitio en donde podré dormir. Continúo hacia el bar del
final de la playa que, aunque son las 21:40 horas, aún permanece
abierto. Me ofrecen unas baguettes preparadas ya como para meter al
horno. Es la primera vez que las veo y pido dos. Resultarán peor que
los crepes y todas las pizzas del mundo. Pago 9,60 € con Visa.

Me tomo el primer sobre de Augmentin. Mientras ceno se produce la puesta de sol y saco tres instantáneas a cual más interesante. Es una pena la nubosidad y que el ocaso se produzca tras el cabo de la Cabra. Pero las nubes también hacen que los colores sean más bonitos. A pesar de que la cena es mala, la mujer que me atiende es receptiva a mi viaje y me ha ayudado en la elección de baguette. Pero me equivoco de mujer cuando pregunto a otra si puedo dormir esta noche bajo su toldo. Me dice que no, que lo va a recoger. Le digo que cuando se vaya lo haré para que no recaiga en su responsabilidad, pero ella me insiste en que no duerma allí.
Me tomo el primer sobre de Augmentin. Mientras ceno se produce la puesta de sol y saco tres instantáneas a cual más interesante. Es una pena la nubosidad y que el ocaso se produzca tras el cabo de la Cabra. Pero las nubes también hacen que los colores sean más bonitos. A pesar de que la cena es mala, la mujer que me atiende es receptiva a mi viaje y me ha ayudado en la elección de baguette. Pero me equivoco de mujer cuando pregunto a otra si puedo dormir esta noche bajo su toldo. Me dice que no, que lo va a recoger. Le digo que cuando se vaya lo haré para que no recaiga en su responsabilidad, pero ella me insiste en que no duerma allí.
Durmiendo junto al
puesto de socorro.
Me voy hacia el puesto
de socorro y enseguida preparo mi dormitorio. Dispone de retrete.
Adelanto el trabajo de pisar las ortigas y meterlas debajo del
contenedor. Lo hago con los dos pies y están tan acostumbrados al
camino que ni siquiera me pican.
El cielo está rojizo, precioso. A pesar de ello, vuelvo a la zona de casas por si encuentro alternativa mejor y veo, junto al sitio que he cenado, una crepería que tiene mejor oferta, aunque no sé si en el menú habría encontrado alternativa a los crepes. Pero eso ya no es problema pues, mal que bien, ya me he alimentado suficientemente. Llego a una casa en la que dos chicos están en la misma terraza, con el garaje abierto y el coche fuera. Me saludan y pregunto si van a dejar el garaje abierto durante la noche. Me dicen que lo normal es que se quede abierto. “¿Puedo dormir dentro?” y su respuesta es un “no” rotundo y sin derecho a réplica. Continúo la búsqueda por otra calle de más abajo y son menores las alternativas. Ya ha oscurecido, después de la magnífica puesta de sol, y me dirijo definitivamente al lugar elegido desde el principio. Tal como ha quedado de rojo el cielo, es un buen augurio de buen tiempo nocturno y para mañana. Monto la cama y en la primera levantada para orinar, localizo la Osa Mayor en el firmamento. Está algo por encima de donde se ocultó el sol, por encima del Cap de la Chèvre. A lo largo de la noche irá virando hacia Brest.
Presento el mapa de la Península de Crozon.
El cielo está rojizo, precioso. A pesar de ello, vuelvo a la zona de casas por si encuentro alternativa mejor y veo, junto al sitio que he cenado, una crepería que tiene mejor oferta, aunque no sé si en el menú habría encontrado alternativa a los crepes. Pero eso ya no es problema pues, mal que bien, ya me he alimentado suficientemente. Llego a una casa en la que dos chicos están en la misma terraza, con el garaje abierto y el coche fuera. Me saludan y pregunto si van a dejar el garaje abierto durante la noche. Me dicen que lo normal es que se quede abierto. “¿Puedo dormir dentro?” y su respuesta es un “no” rotundo y sin derecho a réplica. Continúo la búsqueda por otra calle de más abajo y son menores las alternativas. Ya ha oscurecido, después de la magnífica puesta de sol, y me dirijo definitivamente al lugar elegido desde el principio. Tal como ha quedado de rojo el cielo, es un buen augurio de buen tiempo nocturno y para mañana. Monto la cama y en la primera levantada para orinar, localizo la Osa Mayor en el firmamento. Está algo por encima de donde se ocultó el sol, por encima del Cap de la Chèvre. A lo largo de la noche irá virando hacia Brest.
Presento el mapa de la Península de Crozon.
Balance de jornada.
Empecé caminando hacia el Este y acabo hacia el Norte.
Empecé caminando hacia el Este y acabo hacia el Norte.
Lo mejor del día ha
sido que he resuelto el problema de mi pierna con la atención médica
en urgencias y los 10 días de tratamiento 1-1-1. Será una tabarra
el hacer coincidir el tratamiento farmacológico con el desayuno, la
comida y la cena, teniendo en cuenta el desorden horario con que me
veo obligado a hacerlo y no debo olvidar tomar por las mañanas la
pastilla contra la hipertensión. Y más de lo mejor, el haber
comprobado que puedo continuar el camino y que le puedo dar más caña
a la pierna sin actuar en contra de mi salud. Me temía que la
doctora me dijera que estaba haciendo una barbaridad. En algún
sentido, Douarnenez y Treboul me han parecido bonitos, aunque me he
liado mucho, por lo accidentado de sus pasos y los autobuses
restringidos por la fiesta. Los encuentros puntuales han dado poco
juego y la cena ha sido peor que la comida, pero sigo avanzando y hoy
ya he entrado en la península de Crozon.
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