Etapa 37
(328). 14 de julio de 2012, sábado.
Le
Pouldu-Clohars/Camoël-Doêlan-Merrien-Port Merrien-Moelan sur
Mer-Brigneau-Trénez-Kerfany-Port du Bélon-Rosbras-Kerdruc.
Hoy es el día de la fiesta nacional francesa. Celebran la revolución pero, esta Francia por la que paseo, se está volviendo tan conservadora que no sólo no avanza, sino que se va quedando atrás. No sé lo que queda en Francia del espíritu de 1789. En 224 años se les está olvidando que perseguían, sobre todo, la ansiada libertad.
Hay muchas
cosas interesantes y bonitas que me van a suceder en este día y
mucho que agradecer.
Preparando la estrategia del día.
La Chapelle Sainte Anne.
Preparando la estrategia del día.
Durante la
noche, me he levantado dos veces a orinar. La manta da un calor
excesivo, por lo que, cada vez que me levanto, abro la cama de par en
par para que se enfríe un poco. Son las 6:40 cuando me levanto, cago
y me tumbo de nuevo, sólo para hacer dos ejercicios de
Pilates. Sigo duro de riñones y no consigo eyacular. ¿Un signo más
de la edad madura? Dedico un rato a rehacer la mochila. Ayer, tras el
chaparrón, lavé las sandalias y anduve por Le Pouldu con las
arregladas por Pierre en Parentis, pero hoy ya están secas y me las
vuelvo a poner. Guardo las reparadas en el fondo de la mochila, pues
quiero que me duren hasta el final. Debo cuidar mi par de repuesto. Como ayer quedé en bajar a
desayunar a las ocho, y aún queda tiempo, me pongo a escribir el
diario.
No tengo ya postal, sin señas puestas, para felicitar a mi prima Luchy por su cumpleaños, pues nació en Francia en día tan señalado. Lo tendré que hacer con retraso. Me he asomado a la ventana y, sobre la rivière Laita, se ve el cielo que ya va despejando, aunque todavía hay algunas nubes. De todas formas, aquí no me puedo fiar, pues los cambios son repentinos y tan pronto hace sol como empieza a llover sin avisar. A veces llueve sin que haya nubes. No lo entiendo. De momento no me quejo, ya que empiezan a entrar rayos de sol en la habitación. Algo es algo. No sé cómo va a ser la costa que me voy a encontrar a continuación pero, por lo que me dijeron ayer las chicas del comedor, parece que la playa a la que suelen ir, la de Doêlan, no les debe quedar demasiado lejos. No me parece descabellado intentar llegar a Concarneau, pero como en mi viaje el objetivo no es tanto llegar, como disfrutar en el camino, si encuentro una playa agradable en la que estar a gusto, Concarneau tendrá que esperar. La realidad va a ser que llegaré mañana a esa bonita ciudad, pues los accidentes de la geografía gala van a obligarme a hacer kilómetros por aparecer entrantes de mar profundos, como el de Port-Aven, y el de Bélon, que no ofrece con nitidez mi mapa. Tengo ganas de dormir en la playa, para lo que es necesario que el tiempo se estabilice con buena temperatura y sin lluvias. El mapa que llevo abarca la primera parte del Finisterre francés, partiendo del Sur de Le Pouldu, pasando por el Cap Sizun, y llega hasta un poco más al Norte de Douarnenez, donde tendré aventura hospitalaria. Creo que este mapa está bastante bien, pues me señala muchas playas y alguna está entre las nudistas toleradas. Sería interesante encontrar una oficina de turismo para completar con el mapa de Finisterre hasta el final, donde comienza Côtes d’Armor. Aunque me las recomendaron, quizás fuera mi amigo Jokin, creo que no voy a ir a las Îles de Glénan. He visitado ya demasiadas islas y así la costa francesa se me va a hacer interminable. Quizás intentaré visitar la de Ouessant, por el hecho de ser la más occidental del país de los galos. Escribo postal a mi amiga portuguesa Gabriela Ferreira, que está recluida en una residencia de ancianos en Lisboa. ¡A ver cómo se presenta el día de la Fiesta Nacional! Al menos, ayer noche, se pudieron disparar los fuegos artificiales.
No tengo ya postal, sin señas puestas, para felicitar a mi prima Luchy por su cumpleaños, pues nació en Francia en día tan señalado. Lo tendré que hacer con retraso. Me he asomado a la ventana y, sobre la rivière Laita, se ve el cielo que ya va despejando, aunque todavía hay algunas nubes. De todas formas, aquí no me puedo fiar, pues los cambios son repentinos y tan pronto hace sol como empieza a llover sin avisar. A veces llueve sin que haya nubes. No lo entiendo. De momento no me quejo, ya que empiezan a entrar rayos de sol en la habitación. Algo es algo. No sé cómo va a ser la costa que me voy a encontrar a continuación pero, por lo que me dijeron ayer las chicas del comedor, parece que la playa a la que suelen ir, la de Doêlan, no les debe quedar demasiado lejos. No me parece descabellado intentar llegar a Concarneau, pero como en mi viaje el objetivo no es tanto llegar, como disfrutar en el camino, si encuentro una playa agradable en la que estar a gusto, Concarneau tendrá que esperar. La realidad va a ser que llegaré mañana a esa bonita ciudad, pues los accidentes de la geografía gala van a obligarme a hacer kilómetros por aparecer entrantes de mar profundos, como el de Port-Aven, y el de Bélon, que no ofrece con nitidez mi mapa. Tengo ganas de dormir en la playa, para lo que es necesario que el tiempo se estabilice con buena temperatura y sin lluvias. El mapa que llevo abarca la primera parte del Finisterre francés, partiendo del Sur de Le Pouldu, pasando por el Cap Sizun, y llega hasta un poco más al Norte de Douarnenez, donde tendré aventura hospitalaria. Creo que este mapa está bastante bien, pues me señala muchas playas y alguna está entre las nudistas toleradas. Sería interesante encontrar una oficina de turismo para completar con el mapa de Finisterre hasta el final, donde comienza Côtes d’Armor. Aunque me las recomendaron, quizás fuera mi amigo Jokin, creo que no voy a ir a las Îles de Glénan. He visitado ya demasiadas islas y así la costa francesa se me va a hacer interminable. Quizás intentaré visitar la de Ouessant, por el hecho de ser la más occidental del país de los galos. Escribo postal a mi amiga portuguesa Gabriela Ferreira, que está recluida en una residencia de ancianos en Lisboa. ¡A ver cómo se presenta el día de la Fiesta Nacional! Al menos, ayer noche, se pudieron disparar los fuegos artificiales.
Desayuno
con diamantes.
Bajo a
desayunar. Ya lo ha preparado todo la señora gruesa, con la que la
hija de la patrona intercambió unas palabras antes de ofrecerme la
habitación por 48 €, con el desayuno incluido. Con la cena fueron
68 € (43+20+5). Le digo “peu de café, et beaucoup de lait” y
me saca una jarrita, de la que sobrará mucho café, y otra más
grande de leche, de la que no sobrará nada. Me cunde como para
llenar dos veces mi taza. A dos trozos de pan abierto los embadurno
de mantequilla y mermelada, y también como un croissant. Cuando
estoy afanado en la preparación, con mochilonas que ayer no vi,
bajan una madre y una hija, a las que puede ver por los pasillos del
primer piso anoche. Por lo que me dice la señora que atiende los
desayunos, llegaron poco antes que yo, aunque también les pilló la
lluvia. Son austriacas. Se sientan en la mesa de atrás y hablo con
ellas, suspendiendo a ratos mi desayuno. Luego bajan dos hermanas que
parecen germanas y ellas mismas me confirman que son de Alemania. Jenny
y Kerstin se ríen mucho y se entienden bien con las austriacas,
Johanna, la madre, y Lena, la hija. Se dan dos casualidades, una la
de La Jenny, la playa nudista por la que pasé, y que sale a colación
al enseñarles mis dibujos, Jenny, mi amiga viajera de Etoski, y Lena, que coincide con el nombre de mi
otra amiga portuguesa, Elena, amiga de Gabriela, a la que acabo de
escribir esta mañana y que me invitaron a comer en su casa de Troia (Portugal). Mientras las austriacas desayunan, hablo con
las alemanas, tras haber propuesto a madre e hija empezar a caminar
con ellas. Ellas han aceptado y, cuando terminan su desayuno,
partimos juntos con nuestras respectivas mochilas y después
despedirnos de la señora y de las hermanas alemanas.
Caminando
en compañía: Johanna y Lena
Al salir,
voy a depositar en el buzón de La Poste, que está en el propio
edificio del hotel, la postal que he escrito y de paso echo también
las postales de las alemanas. La señora, tras recoger y limpiar los
restos del desayuno, continúa leyendo el periódico. En la espera he
escrito a Jorge y Goizargi, pidiéndoles nuevo correo, pues el último
e-mail me volvió rechazado, y también la echo en el buzón.
Las austriacas quieren empezar el recorrido por el sendero costero, pero estamos en el vértice desde donde ayer se vieron los fuegos de artificio y no hay salida, así que tendremos que demorar para encontrarlo. Los fuegos se lanzaron desde el otro lado del río, de la costa de Morbihan. El sendero es magnífico en su inicio, pero pronto empieza a ascender.
Llegamos así a la Tour de Mat Pilot, de la que saco foto, así como del paisaje que nos empieza a ofrecer esta costa salvaje. Con las fotos, madre e hija me adelantan, pero cuando son ellas las fotógrafas, a mi me toca esperar. Pronto llegamos a una pequeña playa muy bonita, pero demasiado rocosa en la marea baja. Quizás sea la marea baja la que la embellece, pero a efectos prácticos resulta más peligrosa que en la alta.
Es temprano, y confío en que encontraré playas mejores para bañarme a lo largo del día. No es cómodo viajar con ellas pues se paran mucho, unas veces para quitarse ropa, otras para sacar fotos que se eternizan. Cuando yo saco alguna, las alcanzo enseguida y cuando ellas lo hacen me aburro de esperar.
Concarneau no está cerca y pronto me voy a dar cuenta de que va a ser un destino casi inalcanzable. Con Johanna me estoy entendiendo bastante bien. Parece que hasta me comprende cuando incorporo palabras castellanas a mi precario francés. Nos reímos con algunas anécdotas. Ir en compañía me está resultando agradable. Ella, aunque es madre de cuatro hijos, parece una chavalita y, Lena, sorprendentemente, sólo tiene 12 años. Cumplirá 13 el 17 de agosto. Sus otros tres hijos rondan la treintena. Treinta tiene el chico y una de las mayores le acaba de hacer abuela, un bebé de 3 kilos y hace dos semanas que nació. Hablamos de Baleares y yo les recomiendo Menorca y Formentera. A pesar de lo grato de la compañía, necesito más marcha. Como ya sé sus nombres, me despido de ellas, sin que se hayan molestado en pedirme el mío.
Las austriacas quieren empezar el recorrido por el sendero costero, pero estamos en el vértice desde donde ayer se vieron los fuegos de artificio y no hay salida, así que tendremos que demorar para encontrarlo. Los fuegos se lanzaron desde el otro lado del río, de la costa de Morbihan. El sendero es magnífico en su inicio, pero pronto empieza a ascender.
Llegamos así a la Tour de Mat Pilot, de la que saco foto, así como del paisaje que nos empieza a ofrecer esta costa salvaje. Con las fotos, madre e hija me adelantan, pero cuando son ellas las fotógrafas, a mi me toca esperar. Pronto llegamos a una pequeña playa muy bonita, pero demasiado rocosa en la marea baja. Quizás sea la marea baja la que la embellece, pero a efectos prácticos resulta más peligrosa que en la alta.
Es temprano, y confío en que encontraré playas mejores para bañarme a lo largo del día. No es cómodo viajar con ellas pues se paran mucho, unas veces para quitarse ropa, otras para sacar fotos que se eternizan. Cuando yo saco alguna, las alcanzo enseguida y cuando ellas lo hacen me aburro de esperar.
Concarneau no está cerca y pronto me voy a dar cuenta de que va a ser un destino casi inalcanzable. Con Johanna me estoy entendiendo bastante bien. Parece que hasta me comprende cuando incorporo palabras castellanas a mi precario francés. Nos reímos con algunas anécdotas. Ir en compañía me está resultando agradable. Ella, aunque es madre de cuatro hijos, parece una chavalita y, Lena, sorprendentemente, sólo tiene 12 años. Cumplirá 13 el 17 de agosto. Sus otros tres hijos rondan la treintena. Treinta tiene el chico y una de las mayores le acaba de hacer abuela, un bebé de 3 kilos y hace dos semanas que nació. Hablamos de Baleares y yo les recomiendo Menorca y Formentera. A pesar de lo grato de la compañía, necesito más marcha. Como ya sé sus nombres, me despido de ellas, sin que se hayan molestado en pedirme el mío.
De
nuevo, caminando en solitario.
Si he
disfrutado en compañía, también disfruto caminando en solitario.
Llego a un crucero muy bonito que, quizás habría que denominar
calvario, pues tiene otros personajes además del crucificado. Como
fondo se me ofrece ya la playa de Clohars-Camoël que, después de
rodearla, la fotografiaré desde el otro lado más al Oeste.
Esta playa ofrece dos espacios bien diferenciados, separados por unas rocas. Es probable que la zona más a poniente sea la más propicia para practicar nudismo, pero no lo voy a poder comprobar. La playa ofrece bandera azul. Abandono el GR-34 y me meto entre las casas de Clohars-Camoël. Llego a una que me parece sea ermita, por su cruz en la parte superior y una pequeña imagen de una virgen pero, al acercarme compruebo que, si fue capilla alguna vez, ahora está reconvertida para funcionar como vivienda privada.
La fotografío para el recuerdo. Cuando camine por Holanda y Alemania, veré otras más espectaculares reconversiones de iglesias. Intento caminos para volver a la costa, pero no me llevan a ninguna parte, así que acabo pidiendo ayuda a una familia. Enseguida me reorientan. Pero no consigo llegar al sendero. Siempre me topo con algún obstáculo que no me permite avanzar hacia él.
Acabo metiéndome en un berzal y aterrizo en el camino con cierto atolondramiento, coincidiendo con el momento en que llegan por el GR-34 Johanna y Lena, y nos reímos por lo rápido que se ha producido el reencuentro. Es ahora cuando me preguntan el nombre y hacemos unas risas por la dificultad que tienen al pronunciar la jota. Nos volvemos a despedir y pronto las vuelvo a dejar atrás.
Ya no nos volveremos a encontrar hasta la playa de Trez-Bellec, en el Sur de la presqu’île de Crozon, pero no es que vayan más rápidas que yo; lo que ocurre es que ellas no van siempre caminando. Me confiezsan que, a veces, hacen auto-stop.
Esta playa ofrece dos espacios bien diferenciados, separados por unas rocas. Es probable que la zona más a poniente sea la más propicia para practicar nudismo, pero no lo voy a poder comprobar. La playa ofrece bandera azul. Abandono el GR-34 y me meto entre las casas de Clohars-Camoël. Llego a una que me parece sea ermita, por su cruz en la parte superior y una pequeña imagen de una virgen pero, al acercarme compruebo que, si fue capilla alguna vez, ahora está reconvertida para funcionar como vivienda privada.
La fotografío para el recuerdo. Cuando camine por Holanda y Alemania, veré otras más espectaculares reconversiones de iglesias. Intento caminos para volver a la costa, pero no me llevan a ninguna parte, así que acabo pidiendo ayuda a una familia. Enseguida me reorientan. Pero no consigo llegar al sendero. Siempre me topo con algún obstáculo que no me permite avanzar hacia él.
Acabo metiéndome en un berzal y aterrizo en el camino con cierto atolondramiento, coincidiendo con el momento en que llegan por el GR-34 Johanna y Lena, y nos reímos por lo rápido que se ha producido el reencuentro. Es ahora cuando me preguntan el nombre y hacemos unas risas por la dificultad que tienen al pronunciar la jota. Nos volvemos a despedir y pronto las vuelvo a dejar atrás.
Ya no nos volveremos a encontrar hasta la playa de Trez-Bellec, en el Sur de la presqu’île de Crozon, pero no es que vayan más rápidas que yo; lo que ocurre es que ellas no van siempre caminando. Me confiezsan que, a veces, hacen auto-stop.
Nadine:
“Tu confianza te protege”.
Ya estoy
solo de nuevo. Voy pasando acantilados que ofrecen playa, pero luego,
durante bastante rato la costa va a ser de rocas y el acantilado más
abrupto, hasta llegar al puerto de Doêlan.
Las playas parecen más grandes pero, en realidad, no son mejores que las primeras. Empiezo a comprobar que mi mapa es engañoso y ya no sé si las primeras playas grandes que he visto pertenecen a Clohars o todavía eran de Le Pouldu. Voy parsimonioso y empiezan a caer gotas de lluvia ¡Y yo que me las prometía felices!
Entro al puerto de Doêlan y corro para refugiarme de la lluvia. Va a resultar una lluvia prodigiosa, que va a servir para revelarme un “secreto” de mi personalidad que ya conocía, pero que nunca se me había ofrecido verbalmente. Va a ser Nadine la que va a obrar tal prodigio. Me la encuentro en el puerto, bajo la lluvia.
Yo me cobijo bajo un cobertizo que hace de terraza de un restaurante. Todavía no hay clientes, ya que son las once y hasta las doce no se suelen presentar los primeros comensales. Nadine ya conoce bien su lluvia bretona y ni se molesta en cobijarse para eludirla. Es algo muy comprensible; está en su casa y, si se moja, se puede ir a duchar, secar y cambiar de ropa. Yo no. Voy con lo puesto, y el recambio en mi mochila. “Los bretones sabemos que la lluvia forma parte de nuestro paisaje. La hacemos frente. No nos escondemos.” Hablamos. Yo, bajo techo, le cuento cosas de mi viaje. Surge la pregunta que ya me hacían en Portugal: “¿No tienes miedo?”, cuestiona Nadine. Y yo le relato algunas experiencias de todos mis viajes, y añado: cómo vivimos en un mundo del temor, cómo nos protegemos con infinidad de medidas de seguridad, cómo los medios de comunicación nos ofrecen imágenes para que tengamos miedo, maximizan lo peor del mundo: guerras, asesinatos, etcétera, que no dudo que son ciertas, pero que no es toda la realidad. La bondad del mundo no es noticia. “Medios y miedos” tienen las mismas letras. Los miedos colectivos, fomentados por los medios, sólo individualmente tienen remedio. Entonces Nadine me dice: “Estás protegido por tu confianza en las personas. Tu confianza te protege”. Creo que estos pocos minutos de charla han bastado para que esta bretona, que apenas me conoce, que está demostrando ser bastante psicóloga, haya detectado una de mis mayores virtudes como caminante, que es la que me está permitiendo disfrutar tanto estos últimos veranos de mi vida. Es probable que esta afirmación de Nadine: “Tu confianza te protege”, pase a ser la frase del día o, quizás, de todo este viaje. Soy consciente de que al caminar solo, voy muy vulnerable. Cualquiera que desee hacerme algún mal, tiene todas las oportunidades parta hacerlo pero, ¿tiene algún sentido atacarme?, ¿van a obtener algún beneficio con ello? Yo no puedo contar más que experiencias positivas de comportamiento de la gente con la que me voy encontrando en el camino. Basta con hacer un repaso hacia atrás en este blog. Y podría aventurar que también haciéndolo hacia delante. Incluso las cosas que se podrían calificar de perjudiciales para mí pueden tener, y la tienen, una lectura positiva una vez superadas. Para podernos expresar con cierta fluidez, ha sido una suerte que Nadine supiera algo de castellano. Ha dejado de llover. Salgo del cobertizo. Me despido de ella y, ahora, continúo mi camino. Voy igual de vulnerable que antes, pero más reconfortado o fortalecido con la frase revelada. ¡Gracias Nadine! ¡Hasta siempre!
Las playas parecen más grandes pero, en realidad, no son mejores que las primeras. Empiezo a comprobar que mi mapa es engañoso y ya no sé si las primeras playas grandes que he visto pertenecen a Clohars o todavía eran de Le Pouldu. Voy parsimonioso y empiezan a caer gotas de lluvia ¡Y yo que me las prometía felices!
Entro al puerto de Doêlan y corro para refugiarme de la lluvia. Va a resultar una lluvia prodigiosa, que va a servir para revelarme un “secreto” de mi personalidad que ya conocía, pero que nunca se me había ofrecido verbalmente. Va a ser Nadine la que va a obrar tal prodigio. Me la encuentro en el puerto, bajo la lluvia.
Yo me cobijo bajo un cobertizo que hace de terraza de un restaurante. Todavía no hay clientes, ya que son las once y hasta las doce no se suelen presentar los primeros comensales. Nadine ya conoce bien su lluvia bretona y ni se molesta en cobijarse para eludirla. Es algo muy comprensible; está en su casa y, si se moja, se puede ir a duchar, secar y cambiar de ropa. Yo no. Voy con lo puesto, y el recambio en mi mochila. “Los bretones sabemos que la lluvia forma parte de nuestro paisaje. La hacemos frente. No nos escondemos.” Hablamos. Yo, bajo techo, le cuento cosas de mi viaje. Surge la pregunta que ya me hacían en Portugal: “¿No tienes miedo?”, cuestiona Nadine. Y yo le relato algunas experiencias de todos mis viajes, y añado: cómo vivimos en un mundo del temor, cómo nos protegemos con infinidad de medidas de seguridad, cómo los medios de comunicación nos ofrecen imágenes para que tengamos miedo, maximizan lo peor del mundo: guerras, asesinatos, etcétera, que no dudo que son ciertas, pero que no es toda la realidad. La bondad del mundo no es noticia. “Medios y miedos” tienen las mismas letras. Los miedos colectivos, fomentados por los medios, sólo individualmente tienen remedio. Entonces Nadine me dice: “Estás protegido por tu confianza en las personas. Tu confianza te protege”. Creo que estos pocos minutos de charla han bastado para que esta bretona, que apenas me conoce, que está demostrando ser bastante psicóloga, haya detectado una de mis mayores virtudes como caminante, que es la que me está permitiendo disfrutar tanto estos últimos veranos de mi vida. Es probable que esta afirmación de Nadine: “Tu confianza te protege”, pase a ser la frase del día o, quizás, de todo este viaje. Soy consciente de que al caminar solo, voy muy vulnerable. Cualquiera que desee hacerme algún mal, tiene todas las oportunidades parta hacerlo pero, ¿tiene algún sentido atacarme?, ¿van a obtener algún beneficio con ello? Yo no puedo contar más que experiencias positivas de comportamiento de la gente con la que me voy encontrando en el camino. Basta con hacer un repaso hacia atrás en este blog. Y podría aventurar que también haciéndolo hacia delante. Incluso las cosas que se podrían calificar de perjudiciales para mí pueden tener, y la tienen, una lectura positiva una vez superadas. Para podernos expresar con cierta fluidez, ha sido una suerte que Nadine supiera algo de castellano. Ha dejado de llover. Salgo del cobertizo. Me despido de ella y, ahora, continúo mi camino. Voy igual de vulnerable que antes, pero más reconfortado o fortalecido con la frase revelada. ¡Gracias Nadine! ¡Hasta siempre!
La Chapelle Sainte Anne.
Voy
paseando por el puerto de Doêlan. Si antes he pasado por el faro
guía de los barcos, por el de color verde, ahora veo al otro lado el
rojo. Después del puerto se me ofrecen dos opciones y elijo la de la
capilla de Santa Ana. No fue tan mala la experiencia de Sainte Anne
d’Auray. Tras preguntar en un cruce, consigo llegar a ella.
En realidad, más que funcionar como capilla, la han destinado a lugar para exposiciones. Saco foto del exterior, de proporciones armoniosas, y entro en ella. En realidad, lo que se nos muestra, son fotos del mundo agropecuario, que también es creación divina para los católicos. Desde la puerta saco foto del interior, y observo que hay un chico en una mesa que ofrece explicación de lo que se exhibe. Además de las fotos hay una muestra selecta de plantas.
El artesonado, la cubierta de la capilla, es una construcción en forma de barca invertida, algo similar a lo que ocurre en el santuario de Arantzazu, en Gipuzkoa, aunque allí es más grande, más espectacular. Se lo comento al muchacho. Me acabo de enterar que en Le Pouldu hay una casa Gauguin. ¡Qué pena no haberme enterado antes! El joven me lo confirma. “Es probable que hoy, al ser la Fiesta Nacional, estuviera la casa cerrada”. Eso me consuela. Aunque habría sido bonito empezar el día viendo cuadros del pintor Paul Gauguin. Vista la exposición, me despido del amable joven recepcionista y me voy.
Una casa bretona actual
y algunos encuentros puntuales.
En realidad, más que funcionar como capilla, la han destinado a lugar para exposiciones. Saco foto del exterior, de proporciones armoniosas, y entro en ella. En realidad, lo que se nos muestra, son fotos del mundo agropecuario, que también es creación divina para los católicos. Desde la puerta saco foto del interior, y observo que hay un chico en una mesa que ofrece explicación de lo que se exhibe. Además de las fotos hay una muestra selecta de plantas.
El artesonado, la cubierta de la capilla, es una construcción en forma de barca invertida, algo similar a lo que ocurre en el santuario de Arantzazu, en Gipuzkoa, aunque allí es más grande, más espectacular. Se lo comento al muchacho. Me acabo de enterar que en Le Pouldu hay una casa Gauguin. ¡Qué pena no haberme enterado antes! El joven me lo confirma. “Es probable que hoy, al ser la Fiesta Nacional, estuviera la casa cerrada”. Eso me consuela. Aunque habría sido bonito empezar el día viendo cuadros del pintor Paul Gauguin. Vista la exposición, me despido del amable joven recepcionista y me voy.
Una casa bretona actual
y algunos encuentros puntuales.
Al salir,
me detengo en una casa de nueva construcción que, manteniendo
algunos parámetros de la casa bretona y deformando otros, un techo
bajo circular, ¿un horno de pan?, como ejemplo, incorpora modernidades, como lucernarios
en el tejado, algo inconcebible en casas que de tiempo inmemorial se
concibieron para prevención contra las inclemencias del frío, el
viento y la nieve, y que protegen al que vive dentro de ellas, pero
que son tan poco protectoras para el caminante, al no tener ninguna
cubierta ni voladizo hacia el exterior que le defienda de los
aguaceros.
Voy distraído escribiendo en mi hoja de anotaciones y, justo al lado de la casa, veo a un hombre mayor, con el que me pongo a hablar y al que comento que vengo andando desde el País Vasco y con intención de llegar a Bélgica (aunque ese proyecto ya va a quedar pronto definitivamente descartado). Y el hombre alucina. Ya en la explanada, a punto de coger el camino, veo un coche con matrícula D de Deustchland y hablo con un matrimonio austriaco que va con botas y bastones, pero que me parece demasiado pertrecho, pues sólo van a dar un paseíto. No se creen que con el atuendo que llevo pueda estar haciendo el recorrido que les digo que estoy haciendo. Cuando les añado que mi intención es llegar a Bélgica, su admiración crece.
Encuentro algunos lugares cerca del acantilado en que pone “Danger”, sin ser peligrosos y no haber ninguna razón para ponerlo, sólo exigen un poco de atención y que el que camina no sea un atolondrado. Si aquí fuera necesaria esa señal de peligro, debieran ponerla en todo el camino costero, cada diez metros. En el camino no se ve apenas gente, quizás sea por la hora, pero encuentro a matrimonio con dos hijos.
Ella es la fotógrafa y yo aprovecho a los hombres para sacar una bonita instantánea con sus figuras sentadas en las rocas y recortadas en el mar rompiente. Digo a la mujer que la que yo he sacado es “très jolie” (muy bonita).

También una bonita y estrecha falla, por la que se entremete el mar. Es así como voy llegando a otro entrante de mar que me va a obligar a dar un pequeño rodeo. Así llego a Port Merrien. Vuelvo al acantilado, tras dar esta vuelta por entrante marítimo-fluvial.
Voy distraído escribiendo en mi hoja de anotaciones y, justo al lado de la casa, veo a un hombre mayor, con el que me pongo a hablar y al que comento que vengo andando desde el País Vasco y con intención de llegar a Bélgica (aunque ese proyecto ya va a quedar pronto definitivamente descartado). Y el hombre alucina. Ya en la explanada, a punto de coger el camino, veo un coche con matrícula D de Deustchland y hablo con un matrimonio austriaco que va con botas y bastones, pero que me parece demasiado pertrecho, pues sólo van a dar un paseíto. No se creen que con el atuendo que llevo pueda estar haciendo el recorrido que les digo que estoy haciendo. Cuando les añado que mi intención es llegar a Bélgica, su admiración crece.
Encuentro algunos lugares cerca del acantilado en que pone “Danger”, sin ser peligrosos y no haber ninguna razón para ponerlo, sólo exigen un poco de atención y que el que camina no sea un atolondrado. Si aquí fuera necesaria esa señal de peligro, debieran ponerla en todo el camino costero, cada diez metros. En el camino no se ve apenas gente, quizás sea por la hora, pero encuentro a matrimonio con dos hijos.
Ella es la fotógrafa y yo aprovecho a los hombres para sacar una bonita instantánea con sus figuras sentadas en las rocas y recortadas en el mar rompiente. Digo a la mujer que la que yo he sacado es “très jolie” (muy bonita).
También una bonita y estrecha falla, por la que se entremete el mar. Es así como voy llegando a otro entrante de mar que me va a obligar a dar un pequeño rodeo. Así llego a Port Merrien. Vuelvo al acantilado, tras dar esta vuelta por entrante marítimo-fluvial.
Está
llegando la hora de comer y, aunque el sendero es magnífico, por
aquí no va a florecer ningún restaurante, así que decido salir
hacia población. Salgo a una barriada de casas.
Un matrimonio que va a montar, o que acaba de bajar de un coche, me dice que el único café en Port Merrien está cerrado y que debo seguir tres kilómetros por interior si quiero encontrar restaurante.

Inicio la marcha y, al llegar a un cruce pido ayuda a una pareja de ciclistas. No saben, y opto por continuar la misma dirección que llevo. En las casas ondean lo mismo banderas francesas como bretonas.
Pasando por un prado, un caballo me mira, levanta la cola sin ningún pudor y caga. Lo acepto como una ofrenda al caminante. ¡Gracias caballo, libre y feliz! Otra mujer quiere darme una respuesta más selectiva y me pregunta si lo que quiero para comer es: “cocina convencional, tradicional, o bretona”.
Tanto sibaritismo me obnubila y le aclaro que lo que quiero es “manger” (comer) lo que sea. Me dice: “Sigue dos kilómetros más”. Ya son cinco los kilómetros y pasan las 13:30 h. Salgo a camino ancho ya pasado Moëlan. Me entretengo en ver el menhir de Bellevue.
Un matrimonio que va a montar, o que acaba de bajar de un coche, me dice que el único café en Port Merrien está cerrado y que debo seguir tres kilómetros por interior si quiero encontrar restaurante.
Inicio la marcha y, al llegar a un cruce pido ayuda a una pareja de ciclistas. No saben, y opto por continuar la misma dirección que llevo. En las casas ondean lo mismo banderas francesas como bretonas.
Pasando por un prado, un caballo me mira, levanta la cola sin ningún pudor y caga. Lo acepto como una ofrenda al caminante. ¡Gracias caballo, libre y feliz! Otra mujer quiere darme una respuesta más selectiva y me pregunta si lo que quiero para comer es: “cocina convencional, tradicional, o bretona”.
Tanto sibaritismo me obnubila y le aclaro que lo que quiero es “manger” (comer) lo que sea. Me dice: “Sigue dos kilómetros más”. Ya son cinco los kilómetros y pasan las 13:30 h. Salgo a camino ancho ya pasado Moëlan. Me entretengo en ver el menhir de Bellevue.
Le
Garzon, en Moëlan-sur-Mer.
Son las
13:45 h y decido retroceder hacia el pueblo y pronto veo la señal de
Au Pressoir de Garzon. “No sabía que el Juez Garzón tuviera aquí
un lagar”, bromeo para mi coleto. Me reciben bien. No parece que
sea demasiado tarde. Todavía están empezando a atender a los
clientes de las dos mesas más próximas a la mía. En una comen
adultos todavía jóvenes, dos chicos y tres chicas, con niño o niña
de sillita, que ya comienza a balbucear.
En la otra, un matrimonio joven con niño de 8 años que, enfrente, tiene a otro de su misma edad, Rafik, argelino y que, a su izquierda, tiene a un señor mayor y, a su derecha, a una mujer con la cabeza cubierta por pañuelo. El hombre podría ser el abuelo de los dos niños y ella, la madre o la abuela de Rafik. Su tez y su pañuelo dan a la mujer apariencia musulmana.
Rafik muestra su admiración por el Barça y su preferencia por Messi. La mujer árabe del velo, que no le cubre la cara, me da una banderita bretona, un papel impreso por ambos lados, sujeto por un mondadientes. Viniendo por el camino he visto varias de estas banderas ondeando, en día tan señalado, más que la tricolor, en este tramo bretón. La bandera tiene una estructura similar a la americana, con las bandas en negro y blanco y, el recuadro, en lugar de estrellas, ésta nos ofrece once castilletes. o tiendas de campaña, que culminan en una especie de cruz. Todas en negro. Preguntan mi nombre y surgen las dificultades con la jota y la erre. Dirigiéndome a Rafik, le digo que Javier es lo mismo que Xabi (Alonso) y que Xavi (Hernández). Me despido de la familia, pago la cuenta con Visa, 18,25 € y salgo muy satisfecho tanto de la comida como de la conversación con esta familia variopinta. Son las tres y cuarto de la tarde.
En la otra, un matrimonio joven con niño de 8 años que, enfrente, tiene a otro de su misma edad, Rafik, argelino y que, a su izquierda, tiene a un señor mayor y, a su derecha, a una mujer con la cabeza cubierta por pañuelo. El hombre podría ser el abuelo de los dos niños y ella, la madre o la abuela de Rafik. Su tez y su pañuelo dan a la mujer apariencia musulmana.
Rafik muestra su admiración por el Barça y su preferencia por Messi. La mujer árabe del velo, que no le cubre la cara, me da una banderita bretona, un papel impreso por ambos lados, sujeto por un mondadientes. Viniendo por el camino he visto varias de estas banderas ondeando, en día tan señalado, más que la tricolor, en este tramo bretón. La bandera tiene una estructura similar a la americana, con las bandas en negro y blanco y, el recuadro, en lugar de estrellas, ésta nos ofrece once castilletes. o tiendas de campaña, que culminan en una especie de cruz. Todas en negro. Preguntan mi nombre y surgen las dificultades con la jota y la erre. Dirigiéndome a Rafik, le digo que Javier es lo mismo que Xabi (Alonso) y que Xavi (Hernández). Me despido de la familia, pago la cuenta con Visa, 18,25 € y salgo muy satisfecho tanto de la comida como de la conversación con esta familia variopinta. Son las tres y cuarto de la tarde.
De
Moëlan-sur-Mer hacia Brigneau.
Sin salir
de Moëlan-sur-Mer, encuentro un bonito y perfecto pinsapo que no me
resisto a fotografiar y unas sanísimas hortensias en las que
predomina el color rosa, pero también con pigmentos azulados.

Así ofrezco una nota colorista en mi blog. Aunque he empezado a caminar por carretera, vuelvo al “sentier côtier” (el camino de la costa), que continúa genial hacia Brigneau.
Llegaré a ver este lugar, que es también puerto, en poco más de media hora pero, un nuevo entrante marino me va a alejar de nuevo del puerto. Echo un vistazo a la costa que ya voy dejando atrás y saco una foto, antes de abordar este entrante de mar que me va a obligar de nuevo a adentrarme por estuario fluvial y, cuando estoy a media altura, me vuelvo a encontrar con la familia a cuyos varones he fotografiado en la costa.
Uno de los chavales me dice que también me ha visto en la carretera, desde el coche. Así que es la tercera vez que me ve en pocas horas. Yo estoy deseando llegar a un puente que me cruce al otro lado de este estuario, pero me dicen que no lo voy a encontrar, ya que no lo hay, y que debo continuar hasta que me tope con la carretera. Ellos lo saben porque vienen de allí caminando.

Cuando llego a la carretera, veo una indicación de camino: 1 Km. a la playa de Trénez. Me parece bien y abandono la ruta viaria pero, nada más iniciarlo, veo que la señalización es mala y que, además, hay mucho barro en el recorrido, así que me doy la vuelta y retomo la carretera. No sé por qué asociación de ideas, me llega la imagen de mi madre y voy llorando con gran desconsuelo y hasta con hipos.
Nunca me había dado cuenta de que la fecha para celebrar la Revolución Francesa coincidía con la víspera de la onomástica de mi madre. Me viene el recuerdo de aquel recitado que empezaba con: “¡Virgen de la Consolación! La van a llamar a usted revolucionaria”. Frase que tantas veces nos repetía y que procedía de un teatro que representó siendo chica, en cuyo texto se confundía al político Fourier con Heraclio Fournier, el fabricante de barajas de la empresa vitoriana.
Mi madre hacía referencia al As de Oros de la baraja, en el que aparecía, y aparece todavía, el nombre. Es así como llego al lado Este del puerto fluvial de Brigneau, una vez olvidado el camino a Trénez, pero a cuya playa llegaré más tarde.
Así ofrezco una nota colorista en mi blog. Aunque he empezado a caminar por carretera, vuelvo al “sentier côtier” (el camino de la costa), que continúa genial hacia Brigneau.
Llegaré a ver este lugar, que es también puerto, en poco más de media hora pero, un nuevo entrante marino me va a alejar de nuevo del puerto. Echo un vistazo a la costa que ya voy dejando atrás y saco una foto, antes de abordar este entrante de mar que me va a obligar de nuevo a adentrarme por estuario fluvial y, cuando estoy a media altura, me vuelvo a encontrar con la familia a cuyos varones he fotografiado en la costa.
Uno de los chavales me dice que también me ha visto en la carretera, desde el coche. Así que es la tercera vez que me ve en pocas horas. Yo estoy deseando llegar a un puente que me cruce al otro lado de este estuario, pero me dicen que no lo voy a encontrar, ya que no lo hay, y que debo continuar hasta que me tope con la carretera. Ellos lo saben porque vienen de allí caminando.
Cuando llego a la carretera, veo una indicación de camino: 1 Km. a la playa de Trénez. Me parece bien y abandono la ruta viaria pero, nada más iniciarlo, veo que la señalización es mala y que, además, hay mucho barro en el recorrido, así que me doy la vuelta y retomo la carretera. No sé por qué asociación de ideas, me llega la imagen de mi madre y voy llorando con gran desconsuelo y hasta con hipos.
Nunca me había dado cuenta de que la fecha para celebrar la Revolución Francesa coincidía con la víspera de la onomástica de mi madre. Me viene el recuerdo de aquel recitado que empezaba con: “¡Virgen de la Consolación! La van a llamar a usted revolucionaria”. Frase que tantas veces nos repetía y que procedía de un teatro que representó siendo chica, en cuyo texto se confundía al político Fourier con Heraclio Fournier, el fabricante de barajas de la empresa vitoriana.
Mi madre hacía referencia al As de Oros de la baraja, en el que aparecía, y aparece todavía, el nombre. Es así como llego al lado Este del puerto fluvial de Brigneau, una vez olvidado el camino a Trénez, pero a cuya playa llegaré más tarde.
Costa y
playa de Trénez.
Terminado
el puerto fluvial de Brigneau y siguiendo por la costa, llego a una
playa. Pregunto y me dicen que es la de Trénez, aunque una madre con
niña comiendo helado, no ha sabido decírmelo.
La información me la dan dos señores. La traslado a la mujer que no lo sabía y me lo agradece. Esta playa tiene en las proximidades un camping y ofrece bandera europea. La playa es de arena y hay gente bañándose. Ofrece dos zonas diferenciadas. Es bonita y tiene rocas. Ya estoy en un punto estratégico y no sé todo lo que me espera a continuación: dos enormes entrantes de mar, el de Bélon y el de Pont-Aven. Pero no vamos a adelantar acontecimientos.
La información me la dan dos señores. La traslado a la mujer que no lo sabía y me lo agradece. Esta playa tiene en las proximidades un camping y ofrece bandera europea. La playa es de arena y hay gente bañándose. Ofrece dos zonas diferenciadas. Es bonita y tiene rocas. Ya estoy en un punto estratégico y no sé todo lo que me espera a continuación: dos enormes entrantes de mar, el de Bélon y el de Pont-Aven. Pero no vamos a adelantar acontecimientos.
Me dicen
que vienen esos entrantes de mar y que no hay barco para
atravesarlos. Cruzar a Port-Manec’h sería la solución que me
ahorraría tanta zozobra, pero es tanta la seguridad con que me lo
dicen, que no me queda más remedio que creerlo. Sin embargo, sigo
confiado, protegido por mi confianza.
Pregunto a otros y me dicen lo mismo, así que decido no preguntar más hasta llegar al lugar problemático. Pero llego a un cruce y veo venir a un chaval que camina preparando su caña y su aparejo. Me dice que la única solución que tengo es coger un barco que me lleve a Port-Aven, un barco de línea regular. Al menos esta respuesta ya me ofrece otra alternativa.
Falta saber horarios de este barco y aunque me lleve muy adentro, hacia el interior, y luego tenga que volver a la costa, al menos me sitúa ya al otro lado del problema. Este barco me quitará la mitad del camino. Cuando llego a la carretera, no sé hacia qué lado tirar y espero a que llegue un chaval con perro y, con la última información, le pregunto: “Bateau para Port-Aven?” y como no tiene ni idea y no quiero que se marche sin sacarme del atolladero, reformulo la pregunta: “¿Port du Bélon?” Y entonces ya me orienta bien. Llego a un indicador de playa de Kerfany y, ya que estoy allí, bajo y me acerco para fotografiarla. En la parte de tierra tiene un murete protector para cuando las mareas son extremas y suben mucho. Este muro protege la zona infantil de juegos, pero saliendo no veo ningún indicador hacia Port du Bélon.
Pregunto a otros y me dicen lo mismo, así que decido no preguntar más hasta llegar al lugar problemático. Pero llego a un cruce y veo venir a un chaval que camina preparando su caña y su aparejo. Me dice que la única solución que tengo es coger un barco que me lleve a Port-Aven, un barco de línea regular. Al menos esta respuesta ya me ofrece otra alternativa.
Falta saber horarios de este barco y aunque me lleve muy adentro, hacia el interior, y luego tenga que volver a la costa, al menos me sitúa ya al otro lado del problema. Este barco me quitará la mitad del camino. Cuando llego a la carretera, no sé hacia qué lado tirar y espero a que llegue un chaval con perro y, con la última información, le pregunto: “Bateau para Port-Aven?” y como no tiene ni idea y no quiero que se marche sin sacarme del atolladero, reformulo la pregunta: “¿Port du Bélon?” Y entonces ya me orienta bien. Llego a un indicador de playa de Kerfany y, ya que estoy allí, bajo y me acerco para fotografiarla. En la parte de tierra tiene un murete protector para cuando las mareas son extremas y suben mucho. Este muro protege la zona infantil de juegos, pero saliendo no veo ningún indicador hacia Port du Bélon.
Port
du Bélon. Cedric es Jesús II.
Una parejita me
confirma que voy bien, siguiendo el camino que había intuido. Una
vez en la curva ascendente encuentro a papá joven con niño, y le
pregunto si las escaleras me acercan al sentier côtier. Me responde
que es mejor que baje por ellas. Agradezco y las cojo, pero en el
siguiente cruce no hay indicación y por las escaleras me encuentro
de nuevo vendido. Veo una Chapelle que, con foto, sirve para
relajarme. Sigo por un pasillo umbrío que me vuelve a sacar a la
carretera. Al único que puedo preguntar ahora es a un hombre que
tiene conversación larga por “portable” (móvil) y se dirige
hacia dentro de su casa para continuarla. Emito un sonido, para que
me mire, y le hago un gesto. Termina la conversación, me atiende y
me indica, en castellano, que me faltan 10 minutos para llegar. Luego
pienso que serán 10’ en su coche, pues yo tardo más de media hora
y son ya las 19:15 h, pero al menos, ya estoy en el puerto de Bélon.
Allí se vuelve a confirmar lo que ya me habían anunciado. No hay
otra solución que ir andando a Port-Aven. Me lo dice un francés,
que parece bien informado. Se lo comento a un treintañero que
manipula un retel marinero y me dice que ya a estas horas no tengo
barco para Port-Aven, pero lo comenta con Cedric e interviene un
hombre mayor que, al conocer el viaje que estoy haciendo a pie por
sus costas, echa mano de su poderío y da una orden al joven Cedric.
Como no entiendo bien lo que me dice, interviene una joven de padre
italiano y le pido que me lo diga en francés, pero despacio. Me
señala una dirección en que veo a un niño jugando con los amarres
y me dice: “Mi hermano viene a buscarte”. Me confirma que me van
a pasar al otro lado. ¡Se me abre el cielo! Mi confianza se reafirma
con este nuevo resultado. Bajo la rampa acompañado de la chica,
donde me van a venir a buscar para embarcar en una sencilla motora,
pero debo tener cuidado porque el último tramo de la rampa resbala.
Llega Cedric con su motora. Doy la mano a la chica agradecido, como
despedida, y también como ayuda para bajar al barquito a motor. Me
viene el recuerdo de cuando Jesús me pasó en su chinchorro en
Sancti Petri (Cádiz), en 2008, evitándome un montón de kilómetros,
pues hubiera tenido que rodear por San Fernando y Chiclana. Por eso
pongo en el encabezamiento de este parágrafo que Cedric es mi segundo Jesús. Cuando
Cedric me deja al otro lado, apenas han pasado unos minutos, me
despido de él agradecido. Le pregunto por algún sitio para cenar y
me responde: “remonté la route” (sube por la carretera).
Desde el otro lado me saluda con la mano la hija del italiano y hermana del barquero, y algún otro que está con ella y que desde aquí no distingo. Saco una foto de Cedric, con su barca, a punto de llegar al otro lado. He cruzado el obstáculo y creo que ya está todo el problema resuelto, pero sólo me han facilitado el primer tramo, todavía estoy en el lado Este de L’Aven. Cuando leo los primeros indicadores de carretera, se me vuelve a bajar la moral. Pero será por poco tiempo.
Desde el otro lado me saluda con la mano la hija del italiano y hermana del barquero, y algún otro que está con ella y que desde aquí no distingo. Saco una foto de Cedric, con su barca, a punto de llegar al otro lado. He cruzado el obstáculo y creo que ya está todo el problema resuelto, pero sólo me han facilitado el primer tramo, todavía estoy en el lado Este de L’Aven. Cuando leo los primeros indicadores de carretera, se me vuelve a bajar la moral. Pero será por poco tiempo.
Cena en el Bistrot
de Rosbras (Riec-sur-Bélon).
Aunque me queda sin
resolver el otro tramo, la hora, las 19:30 de la tarde, ya me va
indicando que lo prioritario del momento va a ser la cena. Un cruce
me ofrece dos alternativas, una es Riec-sur-Bélon, que está muy al
interior, pero que sería un paso intermedio para llegar a Port-Aven
y, la otra Rosbras, que está en el lado Este de L’Aven. Me decanto
por esta última opción, pensando que es la mejor decisión, y
siempre con la esperanza de que se vuelva a obrar el milagro. Un
cartel indica que la distancia a Rosbras es de 3,5 Km. No tardo en
llegar a un café, no dan cenas, pero el barman me dice que a 2 Km.
hay una crepería, en Rosbras. Llego a la crepería antes de lo
esperado. Hay varias mesas libres. Un camarero está tomando nota en
una mesa de cuatro o seis comensales. Le hago una seña de que soy
“sólo uno”. Viene y me dice que está completo y que las mesas
libres están reservadas. Me sorprendo a mí mismo no insistiendo, no
mendigando un hueco. Se ve que sigo estando confianzudo. Ni siquiera
me despido del camarero y me voy. Visto en la distancia, ha sido lo
mejor que he podido hacer. Voy a tener mejor opción más adelante.
Estoy llegando al Port de Rosbras. Tres coches aparcan 200 o 300
metros antes de llegar, ya que la calle que sigue es estrecha y está
prohibido circular por ella. Resulta que los que bajan de los coches
van al mismo restaurante que yo, no hay otro, y yo les cojo la
delantera. Ocupo la única mesa que queda libre en la terraza. El
menú que ofrecen en el Bistrot es de 20 € y yo prefiero un plato
de carne+salsa de pimienta+patatas al horno+lechuga, que me costará
16,50 € y que pago con Visa. Un poingter me mira con cara de deseo
de que le dé algo, pero el gordo de la carne se lo llevará el perro
grande de la casa que tiene más experiencia y anda más espabilado.
Me atiende Lionel, que va a ser el segundo benefactor de este tramo
del camino. Hoy han sido muchos los intervinientes que me han
mejorado el día: Jenny/Kerstin-Johanna/Lena-Nadine-Cedric-y ahora
Lionel, sin olvidar la familia de la comida en Garzon y demás ayudas
puntuales, como el encuentro fluvial con la familia a cuyos varones
he sacado foto en la costa. Después de contarle el recorrido que
estoy haciendo y de transmitirle mi deseo de pasar al otro lado de
L’Aven, Lionel me pregunta si he comido en la crepería de
Moëlan-sur-Mer, pero al enseñarle la nota de Garzon, me dice que ya
conoce el lugar. Lionel me confirma que no tengo barco y que, si
quiero pasar, que pregunte mañana si alguien me quiere llevar, pero
nunca antes de las once o las once y media. Le digo que soy
tempranero y que, para esa hora, ya he subido a Port-Aven y estoy en
el otro lado. Ante esta respuesta tan farruca, se ve que Lionel se
está cuestionando ofrecerme otra mejor. Así, en una de sus visitas
a las mesas, puesto que las que sirven los platos son otras mujeres,
Lionel se acerca a la mía y me dice: “Cuando acabes de cenar, me
lo dices”. Nuevos bríos. Más esperanzas. Más confianza. ¿Qué
me propondrá Lionel? Los clientes de las mesas de mis dos lados,
acogen con gusto el calorcito de las dos estufas que penden sobre
nuestras cabezas y yo me sitúo en medio para que no me lleguen los
rayos caloríficos de ninguna de ellas, o que sean lo menos calurosos
posibles. ¡Que estamos en pleno verano! Es Bretaña, no el Polo
Norte. Hablo con los de la mesa de mi izquierda pero, con mi reducido
oído izquierdo, me arreglo mal para entenderles. Pago en cuanto
termino de cenar y, aunque en la tabla ponía que mi filete costaba
18 €, me sale todo por 16,50 €, que pago con Visa. La chica tarda
en traerme la máquina para hacer la transacción, pero finalmente
llega y todo marcha rápido y bien. Ya estoy listo y expectante para
ver que me propone Lionel. Le informo que estaré escribiendo hasta
que él me diga que lo deje. Será por poco tiempo. Lo interrumpo
rápidamente, porque se acerca a la mesa con un remo y me dice que
nos vamos.
Lionel, mi Jesús
III.
Un remo induce a barco
y a paso al otro lado. Vamos al embarcadero. Allí hay dos hombres,
una mujer, un niño de 8 años y un bebé que se atraganta con el
biberón. Muchos mimos para compensar sus quejas. Me despido de
ellos. Lionel acerca su chinchorro, al que debiéramos haber achicado
el agua previamente. Yo saldré con las sandalias empapadas de agua y
a él le va a ocurrir lo propio en sus deportivas. Me dice que monte
y lo hago en el fondo, donde él me indica. Luego entra él. Se le ve
que maneja mal la barca, no con demasiada pericia. Con algo de sorna,
aunque no sea correcto hacerlo con mi benefactor, le pregunto si es
profesional del remo. Se ríe y lo comenta a unas chicas, las
camareras, que están arriba en el muelle y que también se ríen. No
es un experto timonel, pero Lionel pone todo lo que sabe, todo su
empeño, para pasarme al otro lado de L’Aven. Me responde que no es
ducho remando, y menos con un solo remo. Se pone de rodillas sobre el
asiento de proa y veo sus botas deportivas empapándose en el agua
del fondo de la barca. Me da la espalda y le fotografío, a la par
que a sus admiradoras del puerto. En el torso de la camiseta se lee
Brooklyn y a mi me viene a la cabeza el título de una película que
pude ver en mi niñez: “Un ángel pasó por Brooklyn” en la que,
quiero recordar, trabajaban Peter Ustinov (famoso desde su Nerón, en
Quo Vadis?) y Pablito Calvo (nuestro entrañable Marcelino Pan y
Vino). No sé si por Brooklyn pasó algún ángel, pero para mí,
este Lionel, que lleva ese nombre de city americana escrito en la
espalda de su camiseta, ya lo es. “Ángel de mi guarda, dulce
compañía, no me desampares ni de noche ni de día, no me dejes solo
que me perdería.”, rezaba de pequeño. Y debería añadir: “Si
me pasas el Aven, te lo agradecería.” Y hasta le podría ascender
de categoría: Mi arcángel Lionel, pues su nombre tiene final
arcangélico, como Gabriel, Miguel, Rafael, Uriel (éste es nuevo
para mí y lo veré en Copenhague). También Luzbel, pero fue el
ángel caído que se convirtió en el demoníaco Lucifer. Y si Lionel
no es nombre de arcángel, al menos lo es del mejor jugador de futbol
del mundo, Lionel Messi que, en estos momentos no es nombre a
desdeñar y, muy probablemente, prolifere en registros civiles y
pilas bautismales, a partir de estar en el Barça y ser un jugador tan magnífico Muchos padres y padrinos lo pondrán a hijos y ahijados. Ha pasado poco rato desde que la motora de Cedric
me cruzara el Belon y, de nuevo, rememoro al Jesús de Sancti Petri.
Me encuentro seguro en este inseguro chinchorro que hace aguas, pero
no sería extraño dudar de si vamos a ser capaces de llegar a
puerto. Yo no voy más que de fardo. Poco o nada puedo hacer para
ayudar. Es Lionel quien pone todo el fuego en el asador. Aunque
inexperto, tiene mucho interés en solucionarme el problema. Y lo
hace a las mil maravillas. Me ha asegurado que ya no voy a tener más
obstáculos en mi camino hacia la costa, al menos hasta Concarneau.
Llegamos al otro lado. El acceso es por escalera. Más seguro que la
rampa verdecida por la que antes he montado en la motora de Cedric.
Para no olvidarlo, escribo el nombre de Lionel en mi papel auxiliar.
Yo creía que Lionel se iba a quedar a este lado, pero veo que inicia la maniobra para su regreso pues, me dice, vive encima de su restaurante. Sólo ha venido a este lado para traerme. Le agradezco y se va, remando de nuevo. Se va contento, tras haber hecho su buena acción del día. Lo que ya no puedo asegurar es si va a ser capaz de llegar a su destino. Saco una foto en su regreso, siempre de espalda, a mi arcángel de Brooklyn.
Yo creía que Lionel se iba a quedar a este lado, pero veo que inicia la maniobra para su regreso pues, me dice, vive encima de su restaurante. Sólo ha venido a este lado para traerme. Le agradezco y se va, remando de nuevo. Se va contento, tras haber hecho su buena acción del día. Lo que ya no puedo asegurar es si va a ser capaz de llegar a su destino. Saco una foto en su regreso, siempre de espalda, a mi arcángel de Brooklyn.
Anochece en Kerdruc.
Subo a zona donde hay
restaurante y un edificio desvencijado donde todavía se puede leer:
Auberge de l’Aven. Está destrozado y en venta. Aunque tiene la
puerta abierta, no invita a entrar. Dando un rodeo, por detrás del
edificio, veo una parte a cubierto y ya he elegido el lugar donde voy
a dormir, cuando me asomo para ver el puerto y veo a Lionel que
todavía sigue con su remo peleando por llegar al otro lado, aunque
ya está cerca del embarcadero.
Prácticamente ya ha llegado y podrá descansar de la fatiga y de su proeza. Tengo que hacer una reducción de la foto, para que se le pueda ver en los últimos metros. Las chicas le siguen esperando. He dejado antes mi mochila en el lugar en que voy a montar mi cama y sacado una foto del lugar para el recuerdo. Ambas fotos van a ser las últimas de esta mi primera jornada en Finisterre. Un matrimonio me ha visto llegar y utilizan sus prismáticos para controlarme desde su balcón. Hay un muro que no les deja verme con nitidez y creo que es el hombre que luego se asoma por un pretil cercano para ver qué estoy haciendo allí. No las tiene todas consigo y quiere dormir tranquilo esta noche. También se asoma un gato. Va a ser una noche placentera. Mañana sabré que estoy en Kerdruc, cuando obtenga un mapa más detallado de la zona en que estoy, patrocinado por la conservera la belle-iloise, con gran detalle de estas dos rías o entrantes de mar que, sin ninguna duda, los nórdicos llamarían fiordos. Por la costa abarca desde la Pointe de Kerhermén en el Este, hasta Kercanic, en el Oeste. Como se ve, poco trecho pero muy accidentado geográficamente. También empiezan a proliferar los nombres que empiezan por el Ker bretón. Mañana atravesaré esa costa y tras visitar dos playas nudistas, llegaré a dormir a Concarneau. Queda así perfectamente justificado que no haya podido llegar hoy hasta allí. ¿Qué habrán hecho las austriacas? Mientras estoy acostándome, por dos veces, se asoma una lavandera. Se pasea, mueve su larga cola emplumada, y se va.
Prácticamente ya ha llegado y podrá descansar de la fatiga y de su proeza. Tengo que hacer una reducción de la foto, para que se le pueda ver en los últimos metros. Las chicas le siguen esperando. He dejado antes mi mochila en el lugar en que voy a montar mi cama y sacado una foto del lugar para el recuerdo. Ambas fotos van a ser las últimas de esta mi primera jornada en Finisterre. Un matrimonio me ha visto llegar y utilizan sus prismáticos para controlarme desde su balcón. Hay un muro que no les deja verme con nitidez y creo que es el hombre que luego se asoma por un pretil cercano para ver qué estoy haciendo allí. No las tiene todas consigo y quiere dormir tranquilo esta noche. También se asoma un gato. Va a ser una noche placentera. Mañana sabré que estoy en Kerdruc, cuando obtenga un mapa más detallado de la zona en que estoy, patrocinado por la conservera la belle-iloise, con gran detalle de estas dos rías o entrantes de mar que, sin ninguna duda, los nórdicos llamarían fiordos. Por la costa abarca desde la Pointe de Kerhermén en el Este, hasta Kercanic, en el Oeste. Como se ve, poco trecho pero muy accidentado geográficamente. También empiezan a proliferar los nombres que empiezan por el Ker bretón. Mañana atravesaré esa costa y tras visitar dos playas nudistas, llegaré a dormir a Concarneau. Queda así perfectamente justificado que no haya podido llegar hoy hasta allí. ¿Qué habrán hecho las austriacas? Mientras estoy acostándome, por dos veces, se asoma una lavandera. Se pasea, mueve su larga cola emplumada, y se va.
Balance de la
jornada festiva del 14 de Julio.
Ha sido un hermoso día
de la fiesta nacional francesa, aunque se haya asomado la lluvia, del
que destaco el encuentro con Nadine, por lo que me ha descubierto de
mí, y las dos ayudas fundamentales para los pasos de Bélon y
L’Avent, la de Cedric y quien le mandó que lo hiciera, y la de
Lionel, por propia voluntad, respectivamente. Bonitas las risas de
las alemanas Kirsten y Jenny y el buen desayuno de Le Pouldu, así
como el arranque con las austriacas, hija y madre, Lena y Johanna.
Bien desayunado, comido en el lagar de Garzón y cenado en el Bistrot de Rosbras.
Y, como me ha dicho Lionel, a salvo de accidentes geográficos hasta
Concarneau. En Irun miraré en Internet y aparecerán más nombres de
arcángeles. Hay hasta siete, pero los tres restantes, en un lugar
encuentro con los nombres de Berachiel, Jehudiel y Saetiel, y en otro
con los de Jofiel, Samuel y Zadkiel. ¡Que venga Dios y lo aclare!
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