martes, 8 de marzo de 2016

Etapa 38 (329) Kerdruc-Concarneau


Etapa 38 (329). 15 de julio de 2012, domingo. Cumpleaños de mi madre.
Kerdruc-Port Manec’h-Plage Rospico-Plage Raguénez-Pointe Trevignon-Plages Kerouini y Kerdallé (nudistas)-Plage Kerlëren-Concarneau.

Hoy, si estuviera viva, celebraríamos el cumpleaños de mi madre. Este día me suele gustar llamar a mi hermana Sagrario. Una vez que salga del Aven a la costa, iré por ella pero, tras visitar la playa de Kerlëren, en vez de entrar a Concarneau por la costa, que me habría obligado a coger barco para pasar a la ciudadela fortificada, lo haré por interior, dejando la ciudad vieja para verla entrando desde el puerto y disfrutar cenando allí después de haber descargado mis mochilas en el albergue juvenil. No sé si acertada o desacertadamente, pero es el recorrido que he hecho y así os lo voy a ofrecer.




Amanece en Kerdruc.
Aunque duermo bien, no va a empezar muy bien el día. Amanece y, desde mi cama, saco foto. Digo que he dormido bien, pero he notado el suelo duro del cemento. La razón es que estoy más delgado y los huesos de las caderas se muestran más sensibles. Me he levantado tres veces a orinar. El suelo sucio y musgoso me ha obligado a orinar en el hueco de la puerta lugar que, en otras condiciones, no me hubiera gustado hacerlo. Cada vez que vuelvo a acostarme, hincho la esterilla, que se va desinflando sola. Son las 6:10 horas y aguanto un poco más en la cama. El último tramo de la noche lo he hecho sentado, apoyando la espalda en la mochila. Un pino se recorta oscuro con fondo de cielo bastante plomizo.
 

Ya levantado y con todo recogido, saco otra foto más bonita con el puerto de Rosbras desde el lado de Kerdruc. Al fondo, junto al embarcadero, se puede ver el chinchorro con el que ayer me trajo Lionel. Una buena muestra de que ayer regresó sano y salvo.
Aunque con marea baja, las nubes con tintes rosáceos, se reflejan en el agua del puerto, dándole unas tonalidades que van del rosa, pasando por el azul y el gris.


En marcha hacia Port Manec’h, buscando el mar
Para las 6:25 ya estoy en marcha. En hora y media no voy a tener humor para más fotos y no haré la siguiente hasta llegar a un camping que, de momento, me salvará. Tomo nota del nombre de Névez, que es el referente más importante de esta zona y donde hay albergue pero que, por estar en interior, no me conviene. Me obligaría a ir hacia el Oeste y yo donde deseo ir es hacia la costa, al Sur. Por tanto, la dirección que me interesa es la de Port Manec’h. Lo primero que debo hacer es encontrar el sendero que viene desde Pont-Aven y que me va a llevar por toda la costa. Un inglés, con perro, me orienta y lo encuentro con cierta facilidad, pero las flechas no me dan garantía de que haya acertado con la dirección que debo seguir. Un coche frena para maniobrar y hacer un cambio de dirección y aprovecho para preguntar a su conductor, quien me reorienta bien. El camino se va metiendo en bosque y, con la oscuridad matutina, me cuesta ver las señales. El sendero empieza a descender y el suelo, con las lluvias fuertes del otro día, está embarrado y hago los posibles por no meter mis sandalias en él. ¡No sé a qué viene tanto miramiento! Lo digo por lo que está a punto de pasarme. El camino desciende tanto que llega al lecho de un río. En realidad es el que alimenta el “anse” (la ensenada) de Poulguin, un ramal de L’Aven. Con la claridad de este lugar despejado de árboles, mis ojos no han detectado un indicador en un árbol de la derecha, donde el camino asciende para evitar el anse. Así que llego a la zona más embarrada, que ya es ensenada.

Tragado por la tierra: arenas movedizas.
Tenía ganas de salir de la zona oscura boscosa y estoy contento de llegar a esta zona más luminosa, pero me doy cuenta de que este limo es peor y más peligroso. No veo señal alguna, pero sí unas pisadas marcadas en la superficie del limo. Las empiezo a seguir, pero en dos pasos noto cómo mis pies se hunden ligeramente. Piso vegetación, en la creencia que me soportará mejor y mantendrá mis pies a flote, pero el siguiente paso hunde más mis pies en aguas cenagosas y miro al frente para ver la continuación. No la encuentro y mis pies se siguen hundiendo. Bruscamente decido girar y retroceder, pero ya no puedo sacar el pie derecho. Hago un esfuerzo mayúsculo, pues no quiero fenecer aquí tragado por la tierra pantanosa. El esfuerzo es tan grande que, cuando consigo sacar el pie, mi cuerpo se desequilibra y caigo al fango, sujetado por manos y hundiendo mis brazos hasta el codo. Es así como consigo salir de esta ciénaga. ¿No voy a aprender nunca? Ya me pasó algo parecido en la Baie de Bonne Anse, antes de llegar al faro de la Coubre, el día que entré en La Charente, como ya os relaté. Aquel día mi cuerpo despedía un olor igual de nauseabundo que el de hoy, pero me pude lavar en el mar. Hoy me falta mucho para llegar a mar abierto y me gustaría desayunar antes pero, con estas pintas y este mal olor, no puedo presentarme en ningún lugar civilizado. Con todo, no me debo quejar. Estoy sano y salvo y, además, he tenido la fortuna de que mi sandalia no ha quedado atrapada y engullida por el cenagal.

El caminante guarro.
Salgo, retrocediendo, al camino. Es ahora cuando veo la señal que no he visto al pasar. Es tarde para lamentos. Voy con pies, piernas, rodillas, manos, manga, reloj y los bajos del pantalón, llenos de barro, de lodo y, en la medida en que va pasando el tiempo y sigo caminando, en estas partes de mi cuerpo y vestuario, el color gris plomizo inicial se va convirtiendo en un gris perla más llevadero que, al irse secando el barro, las partes más gruesas del lodo se van cayendo. Pero eso no me salva, pues sigo estando igual de impresentable. Parezco un pordiosero, un menesteroso. De momento mi barro ofrece una gama de grises que va del gris casi negro al gris perla. No sé lo que pensaría, pero podría servir de modelo a alguna tribu primitiva, a las que les gustaba pintarrajearse para celebrar sus ritos. Como siga así, éste va a ser un rito que va a institucionalizarse en mi camino. Espero que no se enteren ni Santiago, ni San Antonio Machado, que me podrían evaluar y quitar el título de caminante. Con esta peripecia, la prioridad ha cambiado. Ya no va ser el desayuno lo que busco, sino un lugar en el que poder limpiarme de tanta mugre.

El camping de Keraëren.
Paso por barrios periféricos pero no veo fuente alguna. Pienso que un puerto también me puede servir, pero el camino me está llevando por interior. Se ve que no he cogido bien el que me hubiera llevado por el borde de L’Aven. Si no encuentro nada antes, tendré que esperar a la playa de Port-Manec’h, que es la que en mi mapa aparece más próxima a mar abierto. 
 
Pero tengo la suerte de llegar a un camping, el de Keraëren. Son las ocho de la mañana, cuando llego, y a estas horas sólo se ve a los madrugadores. No hay nadie en recepción. Un cliente sale del baño. A otra clienta, aunque está sin gafas, le pido que me saque una foto para el recuerdo. El que ella esté sin gafas, no invalida la foto, ya que está perfecta. Luego veré a otra mujer más, mientras me voy limpiando en la pila, donde me meto con sandalias y todo y me puedo limpiar bastante bien de rodillas para abajo, incluida la parte trasera del muslo derecho. A las que debo dedicar su tiempo es a las sandalias, pues llevan días pasándose por agua. El 13 saliendo de Morbihan y entrando en Le Pouldu, ayer, sumergidas en el chinchorro de Lionel, y hoy, con este remate final. Lavo el reloj, la manga, las correas rojas de la mochilita. Olvido el bolsillito de la máquina fotográfica. Una vez más o menos limpio, bajo hacia la playa, y veo llegar a gente con pan.
 

Visto en la distancia, es probable que el esfuerzo hecho con la pierna derecha para salir de la ciénaga y si tenía alguna herida en el pie derecho, al hundirlo en estas aguas putrefactas, no sería de extrañar que me produjeran el mal que detecté llegando a Audierne y que finalizó en diagnóstico médico en Douarnenez, con tratamiento medicinal. Pero esto ya supone adelantar acontecimientos.




Port-Menec’h (Névez). Hotel du Port.
Primero llego a la Chapelle de Saint Nicholas, que fotografío en dos posiciones. Para acceder a ella hay que subir una escalera, ya que la capilla está en una pequeña loma. Al pie hay otra pequeña construcción bien cuidada. También fotografío la playa, aunque ahora, después del aseo en el camping, ya no me urge tanto el baño pero sí me apremia desayunar.
 

Al fondo de la playa aparecen los cabos de Penquernéo y Kerhermén con las salidas al mar de los dos entrantes felizmente cruzados ayer. Asciendo hacia el pueblo y fotografío el puerto desde la altura. En el Hotel du Port se ven luces entro y por 8,50 € hago un desayuno que casi parece comida. Me he olvidado de coger un huevo duro aunque lo he visto al entrar. He pagado con Visa. En la nota veo que Port-Menec’h pertenece a Névez. 

Escribo próximo al ventanal, donde empieza a pegar el sol de pleno. Parece que en su recorrido por el firmamento, pronto va a dejar de dar y sigo escribiendo. Voy al retrete, cago y, al salir, al ver la afluencia de clientes que llegan a desayunar, propongo cambio de mesa. Me ofrecen una bajita, incómoda para escribir y otra grande redonda, que está entre recepción y la barra del bar.
 

He llegado poco después de las ocho y escribo hasta las 12:20 horas, que es cuando recojo y me voy. Agradezco la información. Se “finí” le “bolí”, y me da otro el responsable del hotel, que se ha enrollado bien conmigo y me ha dado un mapa que me va a servir sólo para una pequeña parte de mi recorrido de hoy. ¡Hay si lo hubiera tenido ayer!, pienso. Pero, recapacito y me digo que lo de ayer me salió tan bien, que un mapa mejor no lo habría podido mejorar. Para lo que me va a servir este mapa será para reconstruir bien el recorrido accidentado de la última hora de ayer, desde que llegué a la playa de Kerfany.
 
También para localizar las aguas cenagosas de esta mañana y el lugar del camping donde me he aseado. Me va a servir para cuando llegue a la playa de Rospico y acabará una vez pasada la isla de Raguénez y el pueblecito de Kercanic, al que no llegaré a entrar.

El dedo de Dios.
Salgo del hotel, ya con el nuevo mapa, pero no sé muy bien hacia dónde debo ir. Todavía en el pueblo, pregunto a dos señores por el sendero costero. Me indican la carretera que está muy próxima y que me acerca al GR-34. Saliendo ya del pueblo, paso por una bonita casa bretona. Una mujer se afana para que luzcan sus plantas, recorta los setos, y alabo su casa unifamiliar y la forma en que ha sido construida. Me recuerda a las barracas de mi amigo Salvador, en el delta del Ebro, donde el tejado es de borró y ella me dice que a esa clase de “paille” (paja) que ponen en el tejado, ellos le llaman “chaume” y a la casa que posee ese tipo de tejado, “chaumière” (choza). Pero nada tiene que ver con lo que nosotros llamamos choza, ya que ésta es una señora casa. Lo que en el País Vasco llamamos choza, suele ser un pequeño cobertizo para albergar ganado y que puede servir como refugio para personas. Digo a la mujer que continúe trabajando y le pido permiso para fotografiar su choza. Me autoriza y me dice que en esos lugares el trabajo nunca falta, que siempre hay alguna tarea para hacer. Me recuerda a lo que ocurre en nuestros caseríos, aunque aquí la tarea que está haciendo esta mujer es más ornamental que productiva.
 

Con el sendero ya cercano, voy bajando hacia el GR-34 y, por la costa, no me falta mucho para llegar a la roca llamada Doigt de Dieu. Hay que echarle cierta imaginación para llamar a ese conjunto de rocas el dedo de Dios. Mirando hacia el fondo, se ve con mayor nitidez la Pointe de Kerhermén, cercana a la playa de Kerfany, por donde pasé ayer por la tarde.



Pointe et plage de Rospico.
Tanto por el dedo de Dios como por donde voy ahora, el sendero se muestra magnífico para caminar. No soy el único que disfruta de él, ya que otros, autóctonos y veraneantes, disfrutan haciendo recorridos. Para muestra los pequeños grupos que me voy encontrando por el camino.
 

Lo sorprendente es no encontrar letreros de “dangereux” (peligroso) y de “interdit” (prohibido). Para cualquier atolondrado, este camino puede ser peligroso y un tropezón puede precipitarle al mar por la “falaise” (acantilado o falla). El acantilado rocoso muy bien podría definir esta costa como salvaje, al menos a mí me parece tan salvaje como la denominada así en la península de Quiberon. El final de las rocas que veo ya me ofrece a lo lejos, la Pointe de Rospico.
 
El sendero GR-34 va a continuar con similares características hasta llegar a la playa de Rospico. Previamente he pasado sobre el cabo (“Pointe”) del mismo nombre. Desde arriba ya estoy viendo gente bañándose y, al fondo, un islote con torre que, según parece, no tiene entidad como para aparecer en mi mapa.

 

Bajo a la playa por sendero protegido por muro que, en realidad, puede decirse que es otra “anse” (ensenada) pero que, en lugar de ser fangosa, como la de esta mañana, tiene arena en su superficie. El agua va canalizada por el lado de poniente, pero ofrece una bonita playa suficientemente ancha como para disfrutar en ella. Hoy el día es soleado, aunque hay alguna nube no amenazante de lluvia. 

Aunque aquí, en Bretaña, la nube más liviana te puede empapar. Lo peor, para mis intenciones de baño desnudo, y no viendo a nadie que lo esté, es que este tipo de playa es muy descarada para hacer nudismo.






No permite un alejamiento del resto de usuarios, así que, una vez vista, trato de eludir el agua que desemboca en el mar y pasar al otro lado.


 

Así lo hago, en la confianza de que la siguiente, la de Raguénez me dé más opciones de baño como a mí me gusta, sin ropa.

Playa e isla de Raguénez.
La costa que sigue, vuelve a ser de rocas y abrupta pero, a lo lejos, ya empieza a verse una playa que parece ser más larga que la que acabo de dejar.
 
En un punto intermedio se ofrecen unos bancos para descanso de los caminantes y para la contemplación del acantilado, del horizonte marino y de lo que se tercie. Superada una loma, ya puedo contemplar la playa en toda su extensión. Me da la impresión de que siguiendo hacia el Oeste, voy a tener más posibilidades, pero no va a ser cierto y, como quiero bañarme y no quiero tener problemas si alguien se siente ofendido por bañarme desnudo, decido, por única vez en todo el viaje, bañarme con bañador. ¡Aunque me jode hacerlo!, todo hay que decirlo.
 

Después, en la arena, ya tengo oportunidad de tomar el sol desnudo, como me lo pide el nudista que llevo dentro. Pero empieza a acercarse gente y, después de un rato, me visto y me voy. Más tarde me voy a encontrar con sorpresa.

 


 
Salgo de la playa ascendiendo por escalera a camino. Aquí, en esta zona del sendero, la afluencia de paseantes es mayor. Me canso de decir “bon jour” y digo algún “arratzaldeon”, pues ya son más de las dos y media y, como he desayunado muy bien, he decidido saltarme la comida de hoy.

 

Playas de Kersidan y Trescaou.
Llego a una zona donde se van combinando suaves acantilados con pequeñas playas, a las primeras las llamo de Kersidan y las fotografío a medida en que me las voy encontrando. La primera, dispone de poca arena seca. Prácticamente, la marea alta la barre y limpia por completo, dejando rastros de algas en la orilla. Hay poca gente y, cuando llego, ningún bañista. Algunos envueltos en toalla y con frío y, la mayoría, sin quitarse la camiseta. Al fondo de la playa, entre rocas, veo a alguien que, hasta podría estar desnudo, pero no es buen lugar para bañarse entre rocas, así que desisto de investigar. 

Llego a la siguiente playa, que ofrece más superficie de arena seca y en la que se ve gente con neoprenos, surfistas y champeros, y continúo a la tercera, donde veo a un pintor, recreando un paisaje marítimo. Ya ha trazado la raya del horizonte y el encuentro de olas y arena, aunque me parece una arena muy rojiza, pero es licencia del pintor interpretar la naturaleza como le venga en gana.
 

La superficie marina ocupa más de la mitad del cuadro. Lo más curioso para mí es la forma de anclar el caballete, para tratar de que el viento no se lleve la obra y la arrastre por la arena, en un momento en que se enfurezca y bufe. Para ello ha colocado con tirantes una bolsa llena de arena que hace de ancla. Mientras, con el pie izquierdo, pisa el listón inferior del caballete. Parece que la caja de los óleos está bien anclada con las patas puntiagudas y no ofrece gran superficie que se pueda ir en volandas.
 
Sigo por la cornisa y llego a tres playas a las que voy a llamar Trescaou, aunque no tengo certeza absoluta de que este sea su nombre, pero mi mapa no me ofrece otra alternativa. También la primera es de las que la marea alta la barre al completo, se puede decir que las rocas la delimitan como en tres playitas, más evidentes también cuando suba la marea.



También aquí se ve a jóvenes con neopreno, pero las olas no me parecen apropiadas ni para surfear, ni para coger champas que arrastren hasta la orilla. Aquí los surfistas estoy seguro de que se aburren. En la segunda, la arena seca permite superficies aptas para tomar el sol y algunos txamperos cogen olas que les llevan a la orilla. 


Esta playa es más amable que la anterior, pero tampoco me quedo en ella. La tercera, y última, es de similares características que la anterior, así que continúo adelante.

La playa de Pleuren 
y el cabo y puerto de Trévignon.
Llego a la siguiente playa y una mujer con perro, que espera a que llegue la gente de su grupo, me informa de que la playa que estoy viendo es la de Pleuren, nombre que no aparece en mi mapa, pero tengo que creer a la dama que me lo ha dicho. Lo que no tengo es certeza de que se escriba así.

En pocos minutos dejo atrás la plage de Pleuren y se me presenta el saliente de tierra que ya aparece en mi mapa como la Pointe de Trévignon, con un castillo al final de lo que se podría considerar una pequeña península. Estar aquí me hace pensar en que puedo llegar al albergue de Concarneau a una hora temprana.
 
Dejo atrás la playita previa y no me acerco al castillo pues, con sus almenas tan recortaditas, me da la impresión de ser una fortaleza de juguete. Algo que, aunque tuviera su momento histórico como enclave defensivo, ahora parece rehecho para atracción de los turistas. Me considero más caminante que turista y no tengo ganas de perder el tiempo en nimiedades.
 

Avanzo un poco y llego al Port de Trévignon y, desde el camino, con muchos paseantes, ya se empieza a ver la playa de Pen Loc’h. Una playa que me produce buenas sensaciones y, aunque no tenga tiempo para castillos, si sacaré tiempo para un baño. Cada cual tiene sus prioridades. Me confirman el nombre del lugar y un hombre me recomienda carretera de segundo orden para llegar a Concarneau. Dudo, pero acabo haciéndole caso. 

Paso el puerto y veo un ancla muy bien anclada a la “route” y, ya junto al mar, unas rocas montadas, unas encima de otras, y que se ofrendan al caminante como una escultura más del paisaje. Por su naturalidad, y no tener nombre tan rimbombante, este conjunto de rocas me gusta más que el Dedo de Dios. Al llegar a la carretera, veo que no tiene arcén, así que regreso al camino.
 

Después de avanzar otro poco, el camino vuelve a la carretera. Cuando voy andando por ella, pasa conduciendo el hombre que me había recomendado ir por allí y me invita a subir a su coche. Como ya le he comentado antes mi forma de viajar, no le sorprende que rechace su invitación, nos despedimos y él continúa hacia su destino. Le digo que no voy por carretera, por no tener arcén, como justificación para no ir por donde él me ha recomendado. Después de tantos titubeos y dudas, finalmente decido ir por el GR-34, por el sendero oficial, que ahora me va a llevar durante un rato por el interior, entre las dunas y las lagunas que empiezan a hacer su aparición a mi derecha.

La playa de Pen Loc’h.
Ya de lejos he visto la plage de Pen Loc’h y, al salir de Trévignon, mi intención era la de ir hacia allí, pero después de tanto titubeo no voy ni por la carretera, ni por la playa. Ya no me queda más remedio que ir por donde el GR-34 me lleve. Una valla protectora de la duna y de la marisma, me impide pasar a la playa de Pen Loc’h, y el otro límite me lo imponen las lagunas, que se comunican entre sí por esclusas, que además hacen de puente por los que transcurre el camino. El sendero es grato, aunque yo me siento ansioso por darme un baño en la playa. Me tengo que aguantar hasta que la valla protectora de la duna me permita el paso. El momento se va acercando cuando una nueva laguna se acerca a la costa y la duna se va estrechando. Por fin, llego a un sendero que atraviesa la duna y es así como llega la sorpresa de las primeras playas nudistas del día.

Las playas nudistas de Kerouini y Kerdallé.
En realidad es una playa larga y no sabré dónde puede estar el límite de una y de la otra. Además me da lo mismo saberlo o no, pues lo que deseo es bañarme y estar un rato echado al sol. Es un lugar idóneo para el nudismo, puesto que es zona alejada, a la que no se puede acceder en coche por ser, las lagunas y las dunas, un espacio de especial protección, una reserva natural. En el camino de acceso me he cruzado con una familia. El padre es de raza blanca, la madre negra y, como nos podemos suponer, las dos hijas también son negras. Se cumple la misma norma que si uno de los progenitores fuera asiático, también los descendientes tendrían rasgos predominantes asiáticos. Pero enseguida se me van al garete mis argumentos, pues veo a una pareja de blancos con dos hijos de raza negra. Probablemente sean adoptivos, o uno o los dos padres tuvieron un ascendiente de raza negra pero, ¿por qué razón no podían haber sido adoptadas las dos niñas negras que he visto antes? A veces, los prejuicios nos juegan malas pasadas. Para que el prejuicio sea juicioso, es preciso el alimento de la buena información. Pero entonces, ya no sería prejuicio. Quizás si hubiese preguntado, habría obtenido la respuesta. ¿Quién podría pensar que dentro de poco vamos a estar los dos hombres desnudos y hablando? Pero, a pesar de tener la oportunidad de hacerlo, no sacio mi curiosidad.
 
 
Para lo único que me sirve la charla con este hombre joven es para saber que la zona nudista se reparte entre las dos playas de Kerouini y Kerdallé. No son playas nudistas oficiales, sino que forman parte de las toleradas pero, por su situación, tienen el mismo rango que las autorizadas. Nadie puede venir aquí a exigir decoro si le disgusta que otros se desnuden. Igual que los nudistas no podemos exigir que se desnude alguien que no quiera hacerlo. Me doy un baño, paseo, hablo con el hombre, regreso a mi sitio, tengo una eyaculación espontánea, me visto y me voy. Saliendo de la playa veo unos quita-vientos con alguna pareja, y también con hombres solos, y sigue llegando gente. El matrimonio de los hijos negros se ha posicionado cerca de unas rocas, las únicas que salían de la playa al mar. A lo mejor éste era el límite, o la conexión, de las dos playas. También se ve gente con niños volando sus cometas y patinadores que surfean agarrados a sus cometas, las que les hacen saltar las olas. Ha quedado un día fantástico. He estado más de una hora en esta magnífica playa y parto, abandonando la costa, hacia el interior. En el camino, veo un precioso lagarto verde amarillento. A pesar del temor de llegar tarde a Concarneau, doy como bien empleado este tiempo. Este capricho lo considero como un regalo.

De la playa de Kerlëren a Concarneau.
He vuelto al sendero y por él llego a la plage de Kerlëren. Voy descalzo hasta donde ya se acaban las lagunas de interior. De la playa de Kerlëren salen unos alemanes y montan en sus bicis. Llevan un mapa muy detallado, propio de quienes prefieren viajar con todo tipo de certezas, y me dicen que siguiendo la ruta, llegaré a Concarneau. Ellos se van con su pedaleo y yo sigo la ruta. Pero, enseguida, veo un camino que, por la dirección, parece que podría suponer un atajo. Ante la incertidumbre, no me atrevo a cogerlo y más tarde veré que debía haberlo hecho y me habría ahorrado unos cuantos kilómetros. Pero ya no tiene remedio. Esta carretera me ha obligado a retroceder. Encuentro a una pareja ciclista. Tanto él, como ella, llevan cuatro cartolas cada uno colgando de sus bicis. Están haciendo un recorrido por la zona y buscan camping para pernoctar. Yo sólo les puedo orientar hacia los albergues, pero esa información no les sirve. Llego a un cruce y veo un indicador hacia Trévignon a la derecha. Es información que me sirve para saber que yo debo tirar hacia la izquierda. Pronto veo el indicador de dirección Concarneau y, enseguida, el de 8 Km al mismo. Con este dato, calculo que puedo llegar allí entre las siete y las 7:30 horas.
 

La carretera pasa junto a los limos que produce un meandro de la riviére Le Minaouét. En la zona limosa, junto a la poca cantidad de agua que este río lleva, chapotean algunas aves. En la “route” se ven algunas líneas verdes, y las sigo hasta que desaparecen. Esta carretera sigue siendo sin arcén, o con alguno en tramos puntuales. Menos mal que se ha hecho un camino natural al pisar otros la hierba de los laterales. No es muy de fiar, pero es un recurso para cuando veo venir de frente algún coche. ¡Vale más morir que perder la vida!
 
Por fin llego a una desviación a la izquierda en que ya pone Concarneau. Como esa dirección ya sé que me lleva a un barco y yo prefiero entrar por el puente, hago caso omiso de ella. Pero cuando ya me está marcando la dirección de Centre Ville y también me manda para la izquierda, me doy cuenta que voy a tener el mismo problema. 


No quiero seguir y veo a una señora que entra en el jardín de su casa. Corro para preguntarle y ella me va a dar las claves para llegar al puente. Me dice que retroceda, siga la carretera y me encontraré con el puente. Agradezco la ayuda y hago lo que ella me ha dicho y, cuando llego al lugar, me cabreo. ¡Por qué cojones pone sólo dirección Quimper! Ya estoy pasando el puente sobre el entrante de mar. Por un lado del puente veo ya el puerto de Concarneau con sus esclusas y por el otro una zona boscosa, tupida de árboles, con castillo y con un bonito y pequeño islote. Es así como entro en la ciudad en la que voy a concluir la jornada.


Concarneau.
Entro en la ciudad y trato de caminar lo más próximo que puedo al mar (Me empieza a fallar el Boli que me han regalado en Port Manec’h). Mi referencia para llegar al albergue juvenil es la de Anciene Abri de Marin.



Pregunto a una pareja de fuera y no sabe decirme, luego a un chico joven, que ya conoce el auberge de jeneusse, me orienta adecuadamente sin necesidad de que le aporte las señas, ni que le mencione el Quai de Croix. Así como en Loriente no las tenía, aquí son muchas las referencias para llegar a destino. Voy caminando por el puerto y, acabando, veo el recinto amurallado que luego sabré que lo llaman la Ville Close. Para las siete y media, como había previsto cuando he visto la señal de 8 Km., ya estoy entrando en el albergue. Para el último empujoncito, me ha ayudado la foto del mismo.

Auberge de Jeneusse.
Cuando llego a recepción, está esperando un chico de entre treinta y cuarenta años. Aparece Sylvie, la recepcionista, y le atiende a puerta cerrada. Ella se tiene que marchar, pero no lo hace sin antes asegurarme de que tengo cama. Tras cinco minutos de espera, Sylvie regresa. Se muestra muy receptiva a mi viaje. Parece que le ha impactado. Más tarde expandirá la buena nueva por el comedor, ante un grupo de clientes. Para quitar importancia a lo que  ella considera mi hazaña, le digo que tenga en cuenta el recorrido que hacen los peregrinos que van desde Bretaña a Compostela, y que también lo diga al grupo de alberguistas. Pero no lo hace. Por un rato, quiere que sea yo el protagonista de la tarde-noche. Los 17 €, más la tasa, 17,38 € los pago con Visa. Para cenar, le pregunto por un sitio adecuado y me da una tarjeta de La Porte au Vin, que está no demasiado alejada. Puerta que consistirá en un hueco, hecho en el muro que rodea la ciudadela, por donde descargaban el vino que venía en los barcos. Sylvie me lleva a la puerta para que haga prueba con la clave de entrada, que hoy es CZ8934, pero no me va a hacer falta, puesto que, cuando regrese de cenar, todavía no habrán cerrado la puerta del albergue. La gente seguirá de cháchara en el gran salón comedor, y todavía les oiré cuando bajo a orinar de madrugada. Se ve que es gente de vacaciones y no tienen que madrugar mañana para ir a caminar. Es evidente que no es un albergue de peregrinos. Otro día, en un albergue de más al norte, coincidiré de compañero de habitación con un cliente de este auberge de jeneusse.

La Ville Close.
Salgo hacia la ciudadela que, en Concarneau, recibe el nombre de Ville Close, traducible por Ciudad Cerrada y que sería un equivalente a la Parte Antigua de la ciudad. Es necesario entrar en este recinto amurallado y rodeado de mar, si quiero cenar donde me han recomendado. Paso la gran portada a través de puente que, en algún tiempo sería levadizo y ahora no lo es. Como ya lo he fotografiado al llegar, poco antes de las 7:30 horas, ahora no lo hago. Entro en el recinto de casas y enseguida encuentro el restaurante, en una especie de plaza o, si no lo es, al menos está donde la calle se ensancha. Aunque esta ciudadela es muy distinta, y las casas toman menos altura, me recuerda algo a Dubrovnik. Más a la ciudad croata que a la gala Guérande.
La Porte au Vin.
Cuando entro hay gente esperando y debo guardar cola. Se ve que es un sitio concurrido y la demanda supera la oferta, al menos en horas punta. Atienden bien el negocio y se ve que los camareros funcionan coordinados y son eficaces, aunque más que por ellos, donde se debe mostrar la eficacia es en la cocina. Si la cocina no diera, la diligencia de los que sirven las mesas se tambalearía. Ya sentado en mesa adecuada para una persona, de la oferta de la carta me atrae un “choucroute” de pescado. Pregunto, y me dicen que consiste en tres tipos de pescado. Uno de ellos no está dentro de los que yo conozco o, al menos, no sé traducirlo a ninguno de los que me ofrecen en mi pescadería. Pero los otros son salmón y sardinas y, la verdad, no me atrae ninguno de los dos en estos momentos. Decido pedir sopa de pescado, que es casi igual en todos los sitios y, aunque no me entusiasma, ya le voy cogiendo el tranquillo y me la apaño a mi gusto, y ensalada de “canard”, que aunque plato frío, el crujiente de pato está caliente. Con todo lo mejor, o lo que me sabe a mí más rico, es el tomate. La sopa de pescado me resulta escasa, pero es la más rica de las que he comido. La acompañan con un cuenquito de queso rallado para echar a la sopa y, como no me gusta la textura que da, al ya de por sí espeso caldo, me lo como directamente y lo primero. Suelen acompañar también con una salsa cremosa que, normalmente, me sabe demasiado fuerte y picante, así que tampoco la suelo echar, y va casi siempre entera de vuelta a la cocina. Pero hoy me parece más suave y me la como con las rebanadas de pan tostado. Me gusta más cuando el pan tostado (mejor frito), me lo presentan en cuadraditos y los voy añadiendo a la sopa paulatinamente, para evitar que se empapen, y se mantengan en su punto crujiente. Hoy añado postre a la cena, puesto que me he saltado la comida, y pido un crepe. Ofrecen uno al que llaman “¿Pourquoi pas?” (¿Porqué no?) y me lo recomiendan. Se trata de un crêpe exclusivo de la casa y cuyo contenido consiste en roquefort y pera. Considero poco acertada esta mezcla, ya que al sabor suave de la pera lo mata el queso. Quizá con una fruta de sabor más fuerte y dulzón, el queso de Roquefort iría mejor. Aquí, este ¿”Pourquoi pas?” sólo sabe a queso. Se podrían haber ahorrado la pera. A la camarera, que se ha interesado por mi viaje, es un postre que le gusta. “Para gustos se han hecho los colores”, dice el refrán. Se podría añadir: “…y los sabores.” Es muy probable que ésta sea la cena más cara de lo que llevo de viaje, pero no lo puedo asegurar. Pago 27,50 € con Visa y no ha sido una cena de demasiado fundamento. Sólo el medio litro de sidra bretona, ya me ha costado 7 €. Me ha gustado más que la que probé en Quimiac. Al salir noto frío y voy con intención de buscar una cabina telefónica para llamar a mi hermana Sagrario y a mi amigo Martín, pero no encuentro ninguna cabina, aunque sí hay infinidad de parquímetros. Pero eso ya lo voy a comprobar cuando salga, del recinto amurallado, al puerto y la ciudad.

Anochecer en Concarneau.
Es ahora cuando saco foto de la plaza en la que está el restaurante donde he cenado y me paseo por el recinto amurallado. Otra foto con otra plaza y una curiosa fuente que también es farola. Todavía los comercios están abiertos, y van a ser las nueve y media de la noche. Es normal. Estamos a mediados de julio. Es la época en que los veraneantes no tienen prisa y a esta hora aún pueden vender algún souvenir.
 
Me acerco a la puerta de salida de la Ville Close, la misma por la que he entrado. Junto a ella se ve un pequeño edificio, cuya función desconozco y, aunque está en el exterior, también se ve la torre con el reloj que supera la muralla y que antes he fotografiado al llegar. Sólo han pasado dos horas y parece que han ocurrido muchas cosas en tan poco espacio de tiempo.
 
Saliendo ya del recinto amurallado, compruebo así mismo que la marea ha bajado mucho y que lo que antes estaba cubierto de agua, ahora ofrece su fondo cenagoso. Los barcos descansan sobre el limo. Estos fondos que el agua no encubre, no consiguen afear el buen aspecto de esta bonita ciudad. De regreso al albergue, sin necesidad de clave para entrar, hablo con la que sustituye a Sylvie por la noche. Llamo por teléfono a mi hermana, pero no me responde ni al fijo ni al móvil. Pasadas las nueve y media, tampoco me parece ya hora apropiada para llamar a Martín. Después de la cena, no tengo ganas de ducharme y lo dejo para mañana. Hago la cama, pero el edredón me parece demasiado pesado y decido extender mi saco abierto por encima de la sábana que, en realidad, es la funda del edredón. Previamente he orinado para expulsar el medio litro de sidra. Aún así me tengo que levantar otra vez de madrugada a orinar. Es cuando oigo voces en el comedor. Duermo bien hasta las seis, que es cuando ya bajo a orinar, pero estoy ya en el nuevo día.

Balance de la jornada que fuera cumpleaños de mi madre.
Tras el percance matutino, del que he salido embarrado y pestilente, y con la suerte de cara al encontrar tan próximo el camping que me ha servido para limpiarme, la jornada ha sido perfecta. El copioso desayuno, donde he escrito y me han atendido tan bien, y el bonito recorrido costero, también se ha complementado con las dos playas nudistas que, en realidad, ha sido sólo una, aunque con dos nombres. Quizás ha sido excesiva la parte final por carretera y la mala señalización para entrar en la ciudad de Concarneau, que parecía que me quería llevar a Quimper. Un buen final con bonita recepción en el albergue, la cena en la Ville Close y el sueño reparador en cama en que sobraba el edredón.

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