martes, 8 de marzo de 2016

Etapa 59 (350) Saint Jean du Doigt-Lannion


Etapa 59 (350). 05 de agosto de 2012, domingo.
Saint Jean du Doigt-Guimaëc-Locquirec-CÔTES D’ARMOR-Plestin des Grèves-Saint Michel en Grève-Lannion.


Amanecer en Saint-Jean-du-Doigt.
Que san Juan, el del dedo, era el Evangelista o el Bautista, no lo supe hasta que lo vi en el faro de Saint Mathieu. Ahora ya sé que es el Bautista y que su dedo, señalando al cielo, no es más que una forma de indicar que es el Precursor del Mesías, su primo segundo, puesto que María e Isabel eran primas carnales.
 
Cuando alguien tiene que esperar mucho, para que le digan o pase alguna cosa, suele decirse: “Hasta que san Juan baje el dedo”, es decir, que pasará mucho tiempo hasta que tal cosa ocurra, o quizás no ocurra nunca. Equivale a mantener la calma. Soy un impaciente y este viaje es un buen ejercicio para ejercitar la paciencia. 


Presento dos mapas, ya que el recorrido de hoy por Bretaña tiene su primera parte finalizando Finisterre. El segundo ya es de Côtes d'Armor. Para las 6:35 horas ya estoy saliendo de la casa en construcción que ha sido mi cobijo esta noche.




Voy hacia la iglesia que, ahora de día, es más fácil de localizar que ayer en la noche cerrada. Tempraneros, empiezan a montar, en una gran carpa, una especie de mercadillo.


La iglesia de San Juan del Dedo.
Ayer dudaba de que en la iglesia pudiera cobijarme, pero hoy compruebo que hubiera tenido dos posibilidades. Una en el pórtico de la entrada lateral y otra en una pequeña capilla que hay en el cementerio aledaño. El responsable de la casa de vacaciones de SNCF tenía razón. ¡Perdón por haber dudado! Tanto el pórtico como la capilla me habrían servido, pero no creo que habría estado tan confortable como en la casa en construcción en la que he dormido. La primera foto que saco de la iglesia, con el amanecer de fondo, que produce un ligero contraluz, ofrece sobre la terraza de la torre un pequeño tejado cónico ladeado, que podría tener algo que ver con el dedo elevado de san Juan. Al menos, yo así lo interpreto. Una alta vidriera y una fachada triangular, obstaculizada por la torre campanario, ofrecen la perfección equilibrada en la fachada contraria. 
 
Me recuerda a otra fachada triangular que vi ayer en Ploujean. En aquella el triángulo llegaba hasta la base del templo, en este caso, el triángulo empieza más arriba y la vidriera culmina con un bonito rosetón incorporado. Tampoco aquí puedo entrar y comprobar el efecto de la luz del rosetón y la vidriera, sus reflejos en el interior. Además, la hora temprana de la mañana, no facilita que lo pudiera ver. Como estoy en el cementerio, puedo ver la capilla abierta y con altar, que semeja un panteón familiar, donde podía haber dormido.
 

Hubiera tenido que roncar cerca de las tumbas y no habría estado bien despertar a los muertos. A la vez que saco foto de esta capilla, de la que no vemos el altar, aprovecho para ofreceros la luna que vi por la noche y que, si ayer ya estaba algo disminuida, ahora se presenta algo más menguada. Como foto de despedida, me alejo de la iglesia y me sitúo debajo de un arco, que me permite enmarcar la torre. Además del cementerio, en la fotografía aparece un crucero de piedra con basamento escalonado, como ya viene siendo habitual. En el reloj de la torre son las siete menos cuarto.

Vuelta a la costa. 
Maison de Vacances SNCF.
Dejando tranquilos a los que montan el mercadillo de los domingos, voy abandonando el pueblo y retornando a la costa. Ahora, de día, es más sencillo recorrer el camino por carretera, el mismo que ayer caminé en la más completa oscuridad.
 

Cuando llego a la costa, aprovecho para fotografiar la casa de vacaciones en la que anoche me recibieron tan bien los jóvenes, probablemente hijos de empleados de la sociedad nacional de ferrocarriles franceses. La carretera va ascendente hacia la parte alta del acantilado y, a media altura, saco una foto hacia atrás, hacia la playa que ayer estaba en marea más alta, donde se ve el lugar en que estaban aparcadas las auto-caravanas y los otros espacios en que ayer estuve tentado de dormir. Acerté abandonándolos. 
 
La marea está algo más baja que ayer, las piedras de la playa confirman su condición de playa incómoda y la marea va descubriendo la arena hacia el mar. Cuando llego arriba de la pendiente, el sol me da de frente y molesta para caminar y ver. También dificulta la lectura de los indicadores.


Musee Rural du Tregor.
Una desviación lleva a Guimaëc, pero yo sigo adelante. La carretera acaba bruscamente y ofrece un sendero. Hago muy mala interpretación de mi situación y algo que podría haberse reducido a 7 kilómetros, se convierten en casi 14. Un cartel me sitúa en la costa, lejos del centro de la ciudad y me encuentro en el Museo Rural del Tregor, donde se ofrecen en la explanada florida, una muestra de aperos de labranza, alguno de los cuales no me resultan tan desconocidos. En mi niñez, vi tirar de ellos a las vacas para labrar la tierra. Un arriate de flores, la mayoría hortensias, me impide ver alguna de las máquinas agropecuarias más sofisticadas que están detrás. Como a esta hora el museo está cerrado, no tengo opción para dudar si entrar o no. Son poco más de las ocho.

Guimaëc. Chapelle du Christ.
Antes de entrar en el pueblo, paso por una capilla de medidas muy armoniosas. Me gusta. Se trata de la Capilla del Cristo. En mi pueblo, también tenemos una junto al cementerio y que llamamos la del Santo Cristo de Otadia. Sin querer echar piedras para el propio tejado, me parece ésta mucho más bonita. Se ve que Guimaëc está muy extendido, muy diversificado en este alto Finisterre que ya se va acabando. Incluso cuando llegue a la iglesia, tampoco se formará un núcleo compacto de población. Delante de la capilla del Cristo hay otro bonito crucero. Da la sensación de que todo ha sido rehabilitado no hace mucho tiempo. Incluso la cubierta parece que está recién retejada. Una mujer me pregunta por un café y yo le digo que no tengo ni idea de dónde puede haber alguno. Yo también estoy a deseo de desayuno.


Guimaëc. Iglesia. Café-Tabac-Boulangerie.
Casi son las nueve cuando llego a la iglesia. También ésta ofrece un pórtico en el que podría haber dormido. Lo más curioso me parece la complexión de la torre campanario. Primero la he visto desde la parte trasera. Una chica me dice que el café está al otro lado y cuando veo la torre y la fachada principal, compruebo que el café es un Café-Tabac y panadería, todo en uno. No necesito ir a comprar la bollería a la “boulangerie”. Sólo hay una mesa y la ocupo hasta las 11:30 horas. Como dos croissant (1,80) y un café con leche (1,20), en total 3 € y cuento mi viaje para justificar de alguna forma mi ocupación del espacio. Los clientes se sientan en las sillas altas de la barra. Además del mostrador, la chica atiende la venta de tabaco y periódicos. Es de origen vasco, aunque su nombre, Cyntia, no lo confirma, pero sí el apellido Argilé. Un joven que ya va servido de alguna cerveza de más, pregunta cosas con bastante incoherencia. Yo hago el comentario de la falta de puentes en Bretaña. Parece que no aceptan mal la crítica, pero tampoco me dan argumentos ni a favor ni en contra. ¿Será porque lo digo tan convencido y soy convincente? 
 
Para ir al retrete hay que salir a la calle y utilizar los urinarios del pueblo. Hoy me toca retrete de placa turca. ¡Cuánto tiempo hacía que no los usaba! Cago bien y consistente y al caer hace ¡plof! Pero no me salpica. En todo el pueblo no hay ni un solo teléfono público. Cuando salgo del café, la iglesia continúa cerrada, y eso que es domingo. O la gente no acude a misa aunque vaya el oficiante, o no van porque no hay cura que la celebre. El caso es que no la puedo visitar por dentro. La segunda foto de la iglesia la saco ahora que me voy de Guimaëc.

Dirección Locquirec.
Ahora no tengo más que seguir la dirección que ya he visto antes, al llegar. Supongo que la carretera me llevará hacia la costa. Mi intención es comer en Locquirec, pero eso no va a depender sólo de mí. Si llego pronto, iré a comer a Plestin-les-Greves, ya en Côtes d’Armor. Camino por la carretera. Sin alejarme mucho del pueblo, llego a un barrio de casas bajas, que me gustan. Son casas rurales de una sola planta y baja, cuya segunda es el tejado de pizarra que permite un espacio para gambara o que puede ofrecer alguna habitación abuhardillada. Sus fachadas son de piedra vista y están bien engalanadas con flores. Esta se llama Hoel Gozh. Pero no me preguntéis que significado pueden tener estas dos palabras, que tienen todo el aspecto de ser del argot bretón. No voy a entrar en la disquisición si el bretón es una lengua celta o una mezcla de lenguaje céltico y francés. A veces los nombres son casi coincidentes, pero otras diametralmente opuestos.

Locqueriec. 
Plage Moulin de la Rive.
Habían pronosticado 4 kilómetros pero, por la hora que tardo en llegar a la zona de restaurantes, creo que hay cerca de seis. Primero llego a una amplia playa, la del Moulin de la Rive, el Molino de la Ribera.
 

La fotografío primero hacia el Este, hacia la Pointe du Corbeau, el cabo del Cuervo, donde hay una conducción de detritus, quizás sólo sea de aguas pluviales, pero que me dan mala sensación, y después otra hacia Poniente. Entre una y otra, doy tiempo a dos surfistas para que lleguen a pisar las suaves olitas rotas en la arena.

Salvo otros tres o cuatro surfistas que remontan olas poco apropiadas, el resto de la playa casi permanece vacía de más público. Abandono esta playa sin que me apetezca el baño y paso a la siguiente, hacia la de la Punta del Cuervo. Esta segunda playa tampoco me gusta y, además, la hora de comer que se acerca tampoco es la más conveniente para baño.
 

También está semi vacía y, como la anterior, no ofrece arena seca para tumbarme. Se ve que la marea alta arrasa hasta el paseo marítimo, aunque a estas horas la marea se presenta muy baja. El sol asoma entre nubes.








Es así como llego a la zona poblacional de Locqueriec. Saco dos fotos de la iglesia, que ofrece un “clocher”, campanario, muy interesante y busco lugar apropiado para comer.


Brasserie de la Plage.
Llego al puerto, donde ya está vaciándose de agua, pues hace rato que está bajando la marea, pero todavía los barcos están a flote. Una foto lo atestigua y servirá para hacer una comparación con otra que sacaré al marchar, donde veremos el mismo puerto, pero que parece otro, con los barcos en dique seco. El primer establecimiento que veo, me parece que ofrece sólo bebidas. Luego veré que también es crepería. Entro en el segundo y, aunque hay mesas para dos libres en la terraza, me dicen que está completo y las que están vacías han sido reservadas. En el tercero tampoco hay sitio. En el cuarto ofrecen sólo bocadillos pero, como la camarera no entiende ni la palabra “sandwich”, ni la palabra “déjeuner”, me voy al quinto (pino). 

En la Brasserie de la Plage, por fin, me admiten y como en una mesa en la terraza. Mi mesa está entre la de una pintora, y otra mesa, en la que comen otras dos mujeres. Hoy me toca comida en femenino. Llega la madre de la pintora con otros dos hombres y se quieren sentar juntos. El espacio no da para más, así que se largan los tres recién llegados a comer a otro restaurante. Mientras todo esto ocurre y espero la comanda, hablo un rato con la pintora, que tiene buen nivel de castellano. Me invita a ver su estudio y exposición. Como ahora va donde ha ido a comer su madre, y el estudio no lo abre hasta las dos y media, no le prometo nada. Es probable que para esa hora yo ya esté camino de Plestin-les-Grèves. La pintora ha comido mejillones, al igual que las otras dos de la mesa vecina, aunque observo que su bol no contiene patatas fritas, como suele ser lo habitual. La oferta suele ser “moules-frites”. Me costó saber que lo que ofrecía en Francia no eran mejillones fritos, sino mejillones con patatas fritas. Hay comensales que untan las patatas fritas en el caldo que han soltado los mejillones al vapor que, a veces, va acompañado de vino blanco, sidra o nata, según los gustos de cocinero y comensales. Normalmente los cocineros se adaptan a los gustos de los clientes. Se ha ido la pintora, se han ido las otras dos, y todas me desean buen final de viaje. Mi comida de hoy consiste en: cinco gambas fritas con gabardina de tempura crujiente, gordas y ricas, que me sacan con una salsa mahonesa y raíces blancas en ensalada, que también me sabe riquísima. No ocurre lo mismo con los “huevos a la cocotte”, que he pedido, pues me los sacan demasiado hechos y embebidos en una salsa blanca muy empalagosa. “Cocotte”, puede significar lo mismo que “poule”, gallina, pero también puede equivaler a olla, no me he comido ninguna “p”, aunque bien pudieran ser huevos de gallina o de polla. Estos huevos han sido hechos en olla metálica y yo los prefiero fritos con aceite de oliva en sartén, o escalfados en agua hirviendo con unas gotas de vinagre, para que la yema no se desparrame y la clara recubra la yema amarilla, sin que se solidifique. Me los sacan en cazuela pesada que me recuerdan a las de fundición de hierro esmaltadas que se hacían en Fundiciones de Alsasua en tiempo inmemorial. Mis tíos Pedro, Ramón, mi padre y algún familiar más, trabajaron allí, aunque no recuerdo quién de ellos lo hacía en la sección de esmaltería. Bebo “pression”, mi cañita de cerveza, y pago con Visa 22,50 €. El camarero también me desea buena continuación, una expresión que lo mismo vale para mi final de viaje, como para decirlo tras acabar el primer plato y recibir el segundo: “bonne continuation”. 
 
Vuelvo a salir por el puerto y ahora saco nueva foto que servirá para comparar con la que he sacado al llegar. Los barcos, que flotaban, ahora están sobre el lodo. Lo que antes era más puerto que playa, ahora es más playa que puerto, pero sin agua para bañarse. Es bastante habitual ver estas cosas en Francia. Después de dos meses, ya no me sorprende nada. Se ha perdido ya el factor sorpresa, aunque todavía el próximo año, cuando llegue a Mont Saint Michel…

Finalizando Finisterre. Anne Marie y Jean Marie.
Continúo por el paseo marítimo, pero voy con intención de bajar a la playa en cuanto pueda. La carretera me obligaría a caminar más innecesariamente. Ya veo más adelante cómo otra pareja está haciendo lo que yo tengo intención de hacer, caminar por la playa. Me va a venir bien seguir por el mismo camino que ellos van recorriendo, pues estos lugares que han estado cubiertos por la marea, a veces son muy traicioneros y te puedes encontrar repentinamente metido en un lodazal que te puede engullir.


Por tanto, sigo a Jean Marie y Anne Marie. Cuando me incorporo a ellos, y soy aceptado por la pareja, me dan la impresión de ser exploradores inexpertos, pero no lo son en absoluto, ya que es un paseo que hacen habitualmente, aunque lo varían en función de la altura de la marea. Casi todos los días suelen caminar unos 15 kilómetros. Son matrimonio y, aunque ella no es bretona, siente a Bretaña en su corazón. El camino lo vamos haciendo por arena, a veces pisamos algún charco de agua, pero nunca nos enfangamos, caminamos bien por los senderos adecuados, hasta que llegamos a una zona en que el agua no nos deja seguir y nos tenemos que salir de la playa. Me cuentan cómo en esta zona se suelen formar fuertes corrientes con la marea alta y que se ha ahogado más de una persona. Les digo que, en estas situaciones, lo peor es luchar contra la corriente y que es conveniente dejarse llevar por ella, que siempre te arroja a alguna orilla de la costa. Luchar te agota y lo que hay que hacer es guardar las fuerzas para el momento final de llegar. Ahora, fuera de la playa, cogemos el GR-34 que nos va a llevar a un puente, donde ya se acaba el Alto Finisterre y continúa Bretaña por otra zona que recibe el nombre de Côtes d’Armor. Me he quedado un poco atrás para sacar foto del puente, que ya se ve a lo lejos, y con Anne Marie y Jean Marie, por delante, en el GR-34.

Convento de los frailes.
Todavía seguimos en Locquirec. El camino por el GR va perfecto, pero llegamos a un convento, que no logro saber a qué orden pertenece, que no nos deja pasar, obligando a bajar de nuevo a zona rocosa y arenosa. Ahora hay marea baja, y no nos crea ningún problema pero, en la marea baja, el GR-34 pasa por zona inundable. No es ésta ni la primera vez ni va a ser la última en que me pase esto. Parece que nadie mueve nada para que los frailes abran un pequeño paso y que el camino oficial no se interrumpa. Me parece fatal que esto ocurra en el país de la “Egalité”. Igualdad para los iguales, pero se ve que aquí unos son más iguales que otros y que pertenezco a la clase de los que no lo somos. Por la arena llegamos a un lugar en que hay unos escalones que suben a terreno privado y parece que aquí sí se aplica el derecho a la servidumbre de paso. En este lugar el agua suele llegar hasta el tercer escalón. Subimos y ya estamos en el terreno en que está enclavado el convento frailuno.


Saco una foto del bonito conjunto de edificios, con Anne Marie de cicerone, pero ella se empeña en llevarme a un lugar donde la vista que se ofrece de él es más perfecta. Le acompaño un poco pero no hasta el lugar en que ella quisiera. A mi me parece suficiente para el recuerdo con la que saco. Suficiente como para dar una imagen del convento de unos frailes que confío en que alguna vez sabré de qué orden son. Por de pronto, si miramos al reloj de una de sus torres, la hora en que viven estos frailes tan divinos no coincide con la del tiempo de los humanos. Como no he sacado la foto que Anne Marie quería que sacara, parece que se han llevado un chasco conmigo. Les explico que llevo sacadas más de dos mil fotos y que luego voy a tener un trabajo terrible en clasificarlas, localizarlas, enderezarlas, titularlas, etcétera. Parece que lo entiende. Como no van a pasar el puente, nos despedimos y ellos se dan la vuelta, para retornar por el mismo sitio por el que me han acompañado. Ha sido grata la compañía de estos bretones de corazón, aunque ella no lo fuera de nacimiento.

El entrante de mar sigue por el otro lado del río y veo un desvío a la derecha que indica la dirección hacia Plestin-les-Grèves. Pero, como me parece que ir por interior es retroceder, confío en que haya una unión con otra que me lleve a Saint-Michel-en-Grève. Un hombre me dice que no es así. Me dice que puedo continuar por la carretera de la “corniche”, pero que daré mucha más vuelta. Paso el puente y desde él saco la última foto desde Finisterre.

CÔTES D’ ARMOR

Plestin-les-Greves. Chapelle de Sainte Barbe.
Seguimos en Bretaña. No sé si la capilla anunciada merecerá la pena pero, como está tan cerca, hacia ella me dirijo con intención de luego retroceder a este lugar. Va a ser lo único que vea interesante en Plestin-les-Grèves, que se podría traducir por Plestin de las Huelgas. 

Veo la capilla de santa Bárbara, que está habilitada como exposición de pintura. Hoy ofrece pintura no figurativa y colorista. No me atrae nada lo que veo y le doy un vistazo en un pis-plas. Creo que el pintor puede ser el que fuma en la foto, en un pórtico a cubierto de la misma capilla. Creo que ha intuido que un mochilero no le va a comprar ninguna de sus obras de arte y ni se molesta en acercarse a disertar sobre arte conmigo. Ambos nos perdemos esta oportunidad.
 

Como lo tengo claro, retrocedo hacia la desviación que he dejado atrás y que me lleva hacia Plestin-les-Grèves.

Saint-Efflam.
Paso Plestin sin pena ni gloria y llego a san Efflam. Ya desde arriba del pueblo veo lo que se me ofrece a continuación. Una inmensa playa que parece me va a permitir llegar sin contratiempo hasta Saint-Michel-en-Grève. Parece que en esta región hasta los santos están en huelga, ¿de santidad? Siendo san Miguel un arcángel, a lo mejor está haciendo huelga de celo de pilotos en vuelo. ¿Le aguantarán las alas el exceso de horas volando? Bueno, dejémonos de esoterismos y continuemos viaje por tierra, en este caso, por arena. Bajo en cuanto puedo a la playa y me quito las sandalias para caminar descalzo por la arena, cuando llego a la desembocadura de un río que trae poquita agua. Recibo con gusto el frescor de la arena húmeda en los pies. Según el mapa que acaba de quedar obsoleto, hay tres ríos que desembocan en esta playa, el tercero ya en Saint-Michel. Confío en que el segundo también me permita el paso.


De Saint-Efflam a Saint-Michel-en-Grève por la playa.
Después de ver la playa, lo único interesante que veo en Saint-Efflam es una exposición al aire libre de esculturas casi iguales pero pintadas de formas diversas. Salvo una que culmina en un simulacro de campanario, las formas podrían tener un referente entre la matrioska rusa, el menhir celta y los conejitos que veré en verano de 2015 entre el Museo Van Gogh y el Rijmuseum de Amsterdam. No encuentro demasiado artísticas a estas figuras tan repetitivas. No me encantan, ni me seducen, pero entretienen a los veraneantes que no tienen otra cosa que hacer. Una mujer que va con su hijo por la playa me da un referente. Me dice que cuando en la carretera vea una cruz, allí sale un ramal hacia Lannion. La pintora ya me ha adelantado que Lannion se pronuncia “Lañón”, algo que no voy a olvidar mientras me haga falta orientarme hacia esa hermosa ciudad, que no veré más que de conjunto y de lejos, y donde caminaré poco por ella. Mañana sabréis por qué. He pasado el puente a las tres de la tarde, he perdido poco tiempo en la exposición de Sainte Barbe, y no llegaré a Lannion hasta casi las siete, así que estas cuatro horas se me van a hacer eternas. En especial las dos últimas entre Saint-Michel y Lannion que serán por carretera. Tan eternas como ayer que, en la parte final, acabé tirándome derrengado sobre la hierba. Me viene al recuerdo algo que me contaron de una mujer muy montañera que, tras hacer un esfuerzo caminando más de lo debido, cayó fulminada por el rayo divino y murió.
 

La hora que voy por la playa, voy espantando y haciendo volar a las gaviotas que me encuentro tranquilas en grupo por la arena. Me canso de playa y voy un rato por camino cercano a carretera con arcén, pero lo hago por poco tiempo. También el paseo por la playa me va permitiendo ver cómo evoluciona mi posición con respecto a la bocana marina. Hay pocos caminantes por la playa y andamos por distinta altura de la misma, es difícil que nos choquemos. Vuelvo a la carretera, pero se acaba el arcén. Me doy cuenta de que hay un sendero por la parte de abajo, pero ya no encuentro ningún acceso al mismo y debo continuar por carretera. Finalmente, vuelvo a bajar a la playa.

Saint-Michel-en-Grève.
Cuando llego por la playa a Saint-Michel-en-Grève, saco foto hacia la bocana. El mar está tan alejado, que ni me molesto en acercarme a la orilla para darme un baño. En la arena alguien se ha entretenido en dibujar círculos. Probablemente algún conductor las ha dibujado con las cubiertas de su vehículo. 

Lo mismo podría representar el yin y yang, que ser una clave para orientar a los marcianos antes de que nos manden un ultimátum a la tierra. Me calzo y subo hacia la zona de construcciones. Lo que más me llama la atención es la iglesia que, en esta ocasión, casi está colgada hacia la playa. Tiene un bonito crucero, en el espacio que también es cementerio, y una bonita torre campanario. Entro en el cementerio para poder sacar la foto. Como se me está haciendo muy tarde, abandono pronto el lugar.

Por carretera hacia Lannion.
Toda esta costa hasta la desembocadura del Léguer se me va a quedar sin ver. La veré mañana desde el otro lado. Quiero llegar al albergue de Beg-Léguer y, por dormir en cama, estoy hasta dispuesto a coger un autobús que me lleve de Lannion hasta él. Luego las cosas se producirán de una forma impensada y muy distinta. Voy muy cansado y a veces me adormilo de pie, pero debo ir muy pendiente de la carretera porque hay mucha circulación. Un coche me pita. Sólo uno de los tropecientos mil. A veces no sabes si es de admiración al caminante o por recriminación al no ir por los senderos señalados, como el GR-34, pero la verdad es que en este momento no sé por dónde va la Grande Routier, ni me interesa. Lo que quiero es llegar cuanto antes. He visto varios vehículos con matrícula CJ pero, por la velocidad, no he podido fijarme en los números ni en las dos letras subsiguientes. Imposible jugar al juego de construir palabras con las cuatro letras. Yo quería saber mi CI basándome en el primer número que viera con esas letras, pero se ve que la “I” se la han saltado, aunque me lo asegurara aquel chico del concesionario de coches que vi saliendo de La Rochelle. El proyecto se ha ido al traste. Era peregrino querer adivinar mi CI por azar. Voy pasando varias rotondas con desviaciones, alguna hacia Brest, y cada vez que paso una me aseguro de que la dirección que he elegido es la que me llevará a Lannion. Lo que no sé es la razón de que en las últimas indicaciones el cartel de Lannion ha pasado a ser de color verde.
 
Mi temor es que me meta en autovía para entrar a la ciudad y me confunda, como ocurrió en la entrada a Brest. Luego vuelvo a ver la señal en blanco y me tranquilizo. Paso por zona industrial y al llegar a una curva con la carretera descendente, ya puedo ver la gran ciudad de Lannion al fondo. Desde la curva saco la fotografía, que será la última del día. El cielo ofrece más nubes que claros, pero éstas no parecen amenazar lluvia.

Lannion.
Como ya se ha hecho tarde y es domingo, supongo que ya no voy a encontrar a nadie que me informe en la Oficina de Turismo sobre el albergue de Beg-Léguer y de cómo llegar hasta él. Quiero encontrar un autobús que me lleve y cenar allí, dormir y desayunar, para mañana regresar a Lannion para visitar la ciudad en otro bus, pero no sé cómo buscarlo en una parada de autobuses en que me dedico a mirar destinos. Jean Marie y su mujer me han dicho que esa margen Norte del Léguer merece más la pena para caminar que la margen sur. Veo oficina de turismo indicada con flecha y la sigo por si acaso estuviera abierta. Pero no la encuentro. Pregunto a dos saharauis por el bus a Beg-Léguer, pero no saben. Es algo parecido a preguntar a un francés en el sur de Argelia por el desierto del Teneré. Pregunto a otro chico y me acompaña a la parada, para ver qué autobús me conviene, pero no ve ninguno que vaya a Beg-Léguer.

Auberge de Jeneusse en Lannion.
Cuando digo al joven que quiero ir al albergue juvenil de allí, me dice que también hay uno en Lannion. ¡Se me abre el cielo! Le pregunto dónde y me orienta hacia el lugar, pero no me acompaña. Me dice que está cerca del cine. Voy hacia allí y veo la flecha indicadora del albergue. La sigo. En la segunda flecha pregunto a una chica y me dice que es el edificio que encuentro a continuación. En él no pone nada y todas las puertas están cerradas. A pesar de ello, me animo a llamar y baja una señora mayor aunque no muy añeja. Me dice que vaya por detrás del edificio de la salud. Agradezco, voy y veo la señal. El albergue está enseguida. Veo a una mujer que me da la impresión de ser cliente y dentro no veo a nadie más, ni tampoco en la cocina, así que empiezo a hacer planes de dónde dormir en el suelo, en lugar discreto, donde no estorbe. Pero la primera mujer que había visto es la recepcionista y me hace la reserva en toda regla. Pago en metálico los 20,90 € por dormir y desayunar, pero no me cogen la Visa. Un mal menor. El desayuno es entre 7:30 y 9:30 de la mañana y me da la llave del segundo piso. Se trata de Le Gouffre, que es como si fuera el abismo en la traducción. Yo pensaba que “gouffre” era gruta o cueva, pero se ve que estaba equivocado. También este nombre se me va a revelar como un presentimiento, puesto que es donde vive mi amiga que conocí en Le Vandée y que voy a visitar dentro de unos días en Plougrescant. Todo ello si no hay ningún contratiempo. Las sábanas están en la habitación que es de cuatro camas, aunque parece que voy a estar yo solo. Estoy tan cansado que ni lavo y me dan ganas de tumbarme vestido en cuanto termino de hacer la cama, pero decido ducharme primero. El agua sale con una temperatura muy alta, pero no consigo regularla, aunque algún grado he conseguido rebajar. Ya seco, cuelgo la toalla para que se seque también y me tumbo boca arriba, pero sin ánimo de dormirme, sólo por descansar algo. Me levanto y escribo hasta las nueve y media. Bajo al comedor para comerme alguna barrita energética y las galletas que me quedan. Es el comedor de los que no comen la comida oficial del albergue, de los que se hacen su propia comida. Mañana escribiré postales ahí. Hay en el pequeño recinto cocina-comedor, un alemán que está de vacaciones por una semana. Como buen teutón, va con uno de sus mapas perfectamente señalados y me lo enseña. Es tan diferente a los míos. La desembocadura del Léguer, que a mí me costará recorrer unas dos horas (claro que en compañía), y es una pequeña parte del itinerario de mañana, le ocupa el doble o triple del espacio que yo recorro en un día o dos en mis mapas. ¡Cómo se nota que el no carga con el peso, que lo llevan los vehículos de transporte! El alemán me explica cómo cerrar la puerta de la cocina y dónde dejar luego la llave, así que le acompaño al “premier etage”, primer piso, para saber dónde la debo dejar colgada. Se va y mañana le veré en el desayuno. Ceno sin encender la luz una galleta dura y dos barritas energéticas. No me apetece salir para buscar restaurante en la ciudad y Lannion ya lo visitaré mañana con más tranquilidad y descansado. Pero se quedará en eso, en la intención de visitar la ciudad, que no tiene mal aspecto. Así no voy a tener necesidad de hacer uso de la clave 1042 para entrar luego en el albergue al volver. Tras la cena, limpio la mesa con la esponja y tiro los restos de los envases a la basura. Voy a cerrar, pero es imposible. La llave no gira. Menos mal que en ese momento salen tres árabes, alguno con chilaba y, uno de los jóvenes, con total simpleza, la deja bien cerrada. Se lo agradezco y me voy a dormir. Paso por el primer piso, dejo la llave donde debo y sigo a mi habitación en el 2º piso. Tras orinar, me acuesto. Por la noche sólo me levanto dos veces a orinar. Será por el cansancio. Duermo con la colcha que no se adapta bien a mi cuerpo. No da mucho calor. Esta noche no voy a saber ni de estrellas, ni de luna, ni de osas y duermo hasta las 7:45 horas, una hora muy buena para despertar. He dormido muy bien, tras la noche de San Juan... el del dedo.

Balance del día que salgo de Finisterre y entro en Côtes d’Armor.
Entré en Finisterre por Le Pouldu el 13 de julio y salgo hoy, 5 de agosto. 23 días a pie caminando por esta impresionante costa, sólo quejoso de lo que he tenido que andar por interior por la falta de puentes en los fiordos bretones. Muy contento por las cosas bellas que he visto, de lo que destacaría el cabo de Saint Mathieu y Barnenez, aunque también otras cosas más y los encuentros con las gentes bretonas. El día de hoy no ha sido de los más interesantes, pero ha estado bien la conversación con la pintora en la brasserie y el paseo con los caminantes bretones por la arena, poco antes de abandonar Finisterre definitivamente. Hoy ha sido otro día más sin baño y es algo que demando casi como una necesidad.

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