martes, 8 de marzo de 2016

Etapa 51 (342) Plage du Corsen-Portsall


Etapa 51 (342). 28 de julio de 2012, sábado.
Plage du Corsen-Phare de Trézien-Île Ségal-Lampaul Plouarzel-Lanildut-Porspoder-Saint Samson-Kersaint-Portsall.

Hoy voy a llevarme una sorpresa en el Aber Ildut. No creía que para avanzar algo que supone pocos metros de un lado al otro del puerto de Lampaul-Plouarzel, me haya tenido que meter por el aber, hacia el interior y que, con el tiempo de la comida, me haya llevado casi cinco horas. A pesar de ello, no habré aprendido nada cuando llegue a los próximos abers, el Aber Benoit y el Aber Wrac’h. ¡Cuánta zozobra!










Amanecer en plage du Corsen.
Me despierto a las seis, pero me hago el remolón y casi me dan las 6:30 horas cuando me pongo en marcha.
 
He sacado foto de mi cama con la playa y hacia la orilla, y otra con mayor perspectiva, en la que ya se ve la cueva protectora. A última hora de la noche, se ha cubierto de nubes amenazantes. Me interesa llegar pronto a Lanpaul-Plouarzel, pues no sé a qué hora hay barcos para ir a l’île d’Ouessant. Es una lástima que no esté en Andalucía, para que me apetezca darme uno de aquellos bonitos baños matutinos. Saliendo de la playa, grazna un pajarraco. Le replico. Vuelve a hacerlo y, hasta que no asomo saliendo del acantilado y me ve, no se decide a lanzar su vuelo.
 

Mi comienzo de camino es por terreno conocido pero luego me iré escorando hacia el mar, dejando de lado y olvidándome del faro Trézien. Al principio me voy acercando a los terrenos militares, por donde ayer noche fui reorientado. Ya en la costa, a las siete de la mañana, enlazo con el GR-34.

Plage de Porstévigné.
El sendero está muy bien. El mar ofrece unos islotes y comienza a aparecer la playa de Porstévigné.





Se ve que, cuando sube la marea, esta playa desaparece. El mar llega hasta las rocas, que están muy próximas a la vereda.


Después, en un entrante, donde ya aparece la isla Ségal, se forma una playita de arena seca, que será el único sitio en que es posible estar sin riesgo con la marea alta.

 




A continuación, ofrece otro entrante, donde la arena se mezcla con piedras y rocas y el espacio es algo mayor. Sería muy distinto pasar por aquí en horas de calor y con veraneantes, para ver la aceptación que tiene el lugar. Me da la impresión de que esta playa no ofrece mucho atractivo turístico. 
 
El sol ya va cogiendo altura y empieza a iluminar una construcción que se aprecia, no muy bien, en uno de los islotes. Es así como llego a isla Ségal.

Île Ségal.
Sin abandonar del todo la playa de Porstévigné, llego a este pequeño promontorio que sale al mar. Yo no diría que es isla. Probablemente lo sea con marea muy alta. A esta hora de la mañana, la isla ya está siendo iluminada por el sol desde su atalaya en el Este. El prado verde va ganando en intensidad lumínica, mientras que rocas y playa permanecen en penumbra.



Porspaul.
Pasada la isla Ségal, ya voy llegando a terreno conocido, aunque ayer era de noche e iba por la carretera. A pesar de ello, la bocana de Porspaul es reconocible. Probablemente están los mismos barcos que ofrecían mis dos fotos nocturnas. Me cuestiono quién tuvo el capricho de construirse una casa allí, al otro lado de la bocana. Tan cerca y tan lejos. Tan dependiente del coche o de las mareas. 
 
Estas fotos que voy sacando, incluidas las del lugar donde he dormido en la playa Corsen, aunque no sean muy brillantes, no las podría haber obtenido de no haber cargado la cámara anoche en Le Môle. Lo cual hace que no me arrepienta de haber hecho ayer el tramo de carretera que hice en coche, invitado por los dos amigos de Plouarzel. Aunque luego me supuso retroceder andando un recorrido que hoy estoy repitiendo, aunque sea por camino diferente. Esta es una razón a añadir a otras y que justifica que mi camino es más largo, son más mis kilómetros recorridos, que los que la lógica cartográfica determina. Tal como estoy contando y avanzando un poco más, llego al lugar de la cena de ayer, el Restaurante Le Môle. Saco foto, ya que ayer noche no lo hice por no tener cargada la batería de la cámara, ahora lo hago para recuerdo del lugar repetido.

Lampaul-Plouarzel. 
Boulangerie y Salón de The.
Aunque el restaurante ya está en el pueblo, aún tardaré en llegar a la zona más urbana. Le Môle no está abierta y debo encontrar sitio adecuado para desayunar. Paso cerca de unos animales que no sé si pertenecen a la familia de las vicuñas, de las alpacas o de las llamas. Dejémoslo en rumiantes andinos. Sería terrible que fueran crías de dromedario o de camello a las que todavía no les haya crecido joroba alguna. Un hombre me dice que por allí no hay café y que tengo que ir al "bourg". Tal como me lo dice creo que el burgo está en algún lugar recóndito. Teniendo en cuenta que vengo de Plouarzel, donde está el faro Trézier, y este pueblo se llama Lampaul-Plouarzel, me temo que el burgo que este hombre me dice sea aquel, el del faro. Subo hacia las casas y me encuentro con dos ciclistas. Uno me dice que la panadería está un poco más adelante. Veo el "clocher" de la iglesia pero como no me acerco hasta ella, no fotografío ni iglesia ni campanario. Aunque prefiero Tabac-PMU, no voy a hacer ascos a esta panadería, que también es cafetería y salón de the, y que se me ofrece tan a mano. Pido croissant y un gran café con leche y me cuesta 3,70 €. Va a ser uno de los lugares más tranquilos para escribir. La señora ha preparado mi café con leche y los clientes han esperado a que terminara con mi comanda. No ocurrió lo mismo con el panadero de Sainte-Anne-la-Palud. Allí me tocó esperar. Pero aquí no voy a tener de informante ni a aquel panadero, ni al Ronan de ayer. Casi se me olvida tomar la medicina, pero aún estoy a tiempo. Cago con una consistencia media y me alegra haber superado la diarrea, aunque mi deposición no sea perfecta. Escribo hasta las 10:30 horas. He acabado el cuaderno diario grande, con el que inicié este viaje, he hecho las cuentas. Todo me ha cuadrado y hasta me ha aparecido un billete de 20 € que estaba despistado en uno de mis escondrijos. Salgo agradecido del lugar en donde he desayunado. He estado tranquilo. Nadie más ha desayunado y los únicos clientes se han ido presentando en el mostrador para adquirir pan, bollería y pasteles o tartas. Cuando he llegado había en una mesa los restos de cuatro desayunos de gente que ha sido más tempranera que yo. Al salir, he hecho una pregunta y me remiten a Turismo, que está casi enfrente.

Oficina de Turismo.
El señor que me atiende me facilita nuevos mapas del País d’Iroise, costa Noroccidental de Finisterre, que mañana finalizaré. Me quiere dar más, pero sólo le cojo uno muy amplio que, empezando en Le Gois, el paso inundable de la isla de Normoutier y que acaba en el Mont Saint Michel. No me interesa por lo pasado pero sí por lo que viene y ante la eventualidad de no encontrar algo mejor. Puede que así dispongo de una visión más general de toda Bretaña, incluida Loire Atlantique. También me pone el sello en el diario que acabo de comenzar.

Pero se me olvida preguntar por el barco a Ouessant, pues no me había percatado que de aquí ya era mi oportunidad última de ir a dicha isla. Inconscientemente, se ve que no tengo gran interés en ir allí. Me despido agradecido y me voy acercando al puerto.

Puerto de Lampaul-Plouarzel.
Voy bajando por el mismo sitio que he traído al venir. Paso por el cementerio, que fotografío con la única visión urbana que he obtenido en este pueblo. Este cementerio no es del estilo de los habituales en Francia, alrededor de la iglesia. Todas las tumbas se muestran más arracimadas, como si estos muertos se dieran calor los unos a los otros.


Pronto bajo a la costa donde, en una playa sin arena seca, hay un grupo de niños. Cinco están en el agua, uno va en su busca y otros continúan en las rocas, aunque pronto les acompañarán. Ya me estoy acercando al puerto, pero pronto me voy a llevar la sorpresa del día y voy a tener que cambiar todo mi programa.
 
El puerto de donde parten los barcos a la isla d’Ouessant, está al otro lado de este entrante de mar, Lanildut, y no tengo otra forma de llegar allí que rodeando todo el Aber Ildut. Además, el único barco diario para la isla ha salido temprano, a primeras horas de la mañana. Ahora son más de las 11:00.

Una oferta tentadora.
Estoy en el GR-34. Con la vista puesta ya al otro lado del puerto, en la población de Lanildut, el propio camino me acerca a un pequeño embarcadero, que pertenece a Lampaul-Plouarzel donde, debido al poco calado, no atraca el ferry a la isla d’Ouessant. Acaban de desembarcar a este lado, de un navío más pequeño, un grupo de personas. Pregunto por el barco a la isla y me dicen que no saben a qué hora, pero que sólo hay un barco al día, que ha partido entre las 8 y las 9 de la mañana y que regresa al atardecer. Agradezco la información y, cuando me estoy alejando del grupo, uno de los hombres me llama y me ofrece otra posibilidad. “Si estás aquí a las tres de la tarde, puntual, te llevamos gratis a Ouessant”. Las tres es la hora en que han previsto partir. Le doy la mano en señal de agradecimiento por su oferta, pero su apretón es como el de sellar un pacto entre amigos, un compromiso que puedo tener la seguridad de que va a cumplir. Un pacto de caballeros, como se solía decir. En este tipo de acuerdos el apretón de manos valía más que una firma en un documento ante notario. Como se sabe, esto ha pasado a ser figura de otras épocas periclitadas. Hoy la gente ya no se fía, y todo compromiso queda respaldado por las firmas de los contratantes. Pero la realidad es que ni siquiera las firmas garantizan la seguridad de cumplimiento de lo pactado. Hoy, sin embargo, yo no le aseguro nada. “¿Qué hago aquí tantas horas?” me pregunto. Según voy adentrándome en el aber, que una francesa, en Portsall, me lo describirá como si de un fiordo se tratara, y no me parece mala definición aunque nada tenga que ver con los fiordos noruegos, voy cavilando.


En mis reflexiones, me voy haciendo a la idea de seguir por el fiordo, pasar a Lanildut, comer allí y regresar a las tres, al lugar que estoy abandonando ahora, para embarcar hacia la isla. No reflexiono sobre el regreso de la isla y debiera haberlo hecho. Si los viajes son de ida y vuelta, aunque sean con la fecha de regreso abierta, ¿habrá posibilidad de coger sólo billete de regreso? Ya no tiene sentido pensar en ello, puesto que los acontecimientos siguientes, especialmente la profundidad de los dos ramales del aber Ildut, van a dar al traste con el proyecto de ir a l’île d’Ouessant.

El Aber Ildut.
Ahora el objetivo más inmediato va a ser el de llegar a un sitio a comer. Teniendo en cuenta que son cuatro horas las que me quedan para la salida del barco ofertado gratis, y lo más que puedo caminar son hora y media, dejando una hora para comer y otra hora y media para el regreso. Así que tengo como tope las 12:30 para encontrar un restaurante, o lo que sea. Las fotos son ilustrativas de la realidad, que en nada se va a parecer a la ficción que se ha desarrollado en mi mollera. El camino del GR-34 va precioso, con senderos muy próximos al agua. Cerca de las doce llego a un ramal del fiordo en que ya el agua casi desaparece y todo el fondo marino es puro fango. A lo lejos se ve lo poco que me he alejado de Lanildut. Esta realidad, me lleva a tener que dar un gran rodeo y serán las doce y media cuando todavía no he llegado al otro ramal del aber Ildut. En este momento ya va quedando bastante claro que me debo olvidar de la visita a la isla pues, de querer ir allí aceptando la invitación, debiera iniciar el regreso y quedarme sin comer. En esta segunda foto, Lanildut está más cerca que en la anterior y, según mi mapa, el segundo ramal es aún más largo que el que acabo de finalizar. He tenido que salir un rato por la carretera y ahora regreso hacia el fiordo. Llevo ya un rato sin señales del GR-34 y pienso si en algún lugar he obviado alguna fundamental. A lo lejos veo una trifurcación del camino y las dudas se multiplican. Llegando a una casa pregunto a un matrimonio que labora en su jardín. Me dicen que voy bien y me recomiendan comer en Brélès o Lanildut. Estos son los que me confirman lo de las 8:00-9:00 horas de la mañana como hora de salida del barco a Ouessant. Que si quería ir allí, debiera haberlo cogido en Le Conquet, que es desde donde más oferta hay. Esta información que la pareja me da a distancia, reafirma mi intención de no volver y perderme el viaje gratis ofertado. Una vez en la isla, me habría gustado visitarla y habría tenido que esperar al barco de mañana por la tarde para el regreso. También me debo ir olvidando del viaje oficial, pues no me voy a quedar aquí hasta mañana. No quiero perder otro día más y me gustaría llegar, al menos, hasta la visita prometida a Annick a su casa, más al Norte. Agradezco a los informantes y les dejo para que sigan haciendo sus tareas de jardinería. Esta frustrada visita a Ouessant quizás tenga que ver con las características del mapa con el que estoy funcionando estos días, el de Vacaciones en Iroise. Me gusta, pues está bastante bien detallado todo el recorrido del GR-34, que va por la orilla del mar y rodeando los fiordos pero que, al ser tan grande, me obliga a llevarlo plegado para que me ocupe el mínimo espacio posible en mi plástico. Esto ha hecho que la isla d’Ouessant se pierda en uno de los pliegues. De Le Conquet salían unas rayitas azules hacia el mar, pero de Lanildut no salía ninguna. Las que salían de Lanildut las había visto en el más amplio, el de todo Finisterre, pero que ahora no estoy manejando. Sólo lo miro a ratos, para tener una visión más de conjunto. Es probable que las luces que veía ayer desde la playa de Corsen fueran las de la isla d’Ouessant.


Fiordo Ildut, segunda parte.
Tras nuevas dudas, llego a un embarcadero deportivo. Desde la explanada a la que he llegado, saco foto de las dos cosas que me interesan. Una es el puerto y la otra la iglesia que tengo enfrente, que ya no sé si es de Lanildut o de las afueras, hacia Brélès.
 


Luego, después de las tres de la tarde, la fotografiaré in situ. A partir de este puerto, donde llegaban los coches, el camino ancho se acaba y recomienza el GR-34 con sendero. Acaba de llegar un hombre en su coche, y me dice que me faltan 7 u 8 kilómetros para llegar a Brélès. Detecta enseguida que soy español. Me despido y él se va a su barquito. En una piedra tumbada, hay una información que interesará más a los franceses que a mí. 
 
Sigo el sendero que va ofreciendo ramificaciones que llevan hacia el agua. Supongo que serán adecuados para pescadores de caña, que traten de pescar en horas de marea alta pues, como vamos a ver, nuevos afluentes van a complicar mi marcha. Un ave, poco habituada a que por aquí haya trasiego de humanos, arranca con potencia de aleteo de uno de los árboles cercanos. Se asusta y me asusta con su revoloteo. Trato de sacar foto de cada final de ramal que voy superando. Me encuentro con dos hombres. Uno viene sin camiseta y sabe algo de castellano. Están dando algún bocado a algo. Me desean suerte en mi 51 día de marcha.
 

Me dicen que el final del aber ofrece un puente con carretera. Superado un afluente mayor, todavía me va a quedar el paso por una zona acuosa más diversificada, donde parece que la flora es la propia de la marisma. Pasada la una, salgo por fin a la carretera, me olvido del GR-34 y me mentalizo para buscar un lugar donde comer algo.



Brélès. Jardin de l’Aber.
Si no hubiera sido por la necesidad de llegar a buena hora para comer, habría disfrutado mucho más de este precioso tramo del camino, aunque haya sido un lugar inadecuado para baño. Pronto un ciclista me dice que estoy llegando a una crepería. Me paro a leer el menú y no hay más alternativa a la crepe que una ensalada pequeña así que, aún a riesgo de quedarme sin comer, sigo adelante. Llego a una iglesia, que no fotografío, y entro en el bar más cercano. Una señora en inglés me da una respuesta complicada. Menos mal que, en la siguiente revuelta de la carretera, me encuentro con Le Jardin de l’Aber (se refiere al Aber Ildut, como todos nos podemos figurar). Hablo con la camarera sobre el último aber, en la península de Crozon, donde dormí sobre la hierba, pues no me abrieron la gîte de caminantes, poco después de perder definitivamente a las dos austriacas, madre e hija. Me ajusto al menú de 17 € que me ofrecen y como una ensalada con salmón ahumado, crudo y muy jugoso, que casi hasta me gusta, y con el resto preparo una ensaladilla, que yo diría también lleva salmón y a la que añado, cebolla, escarola, tomate, pepino y melón. Lo como muy a gusto. De segundo, como un crujiente de pescado blanco, pero ha quedado muy seco y lo más rico van a ser las verduras que lo acompañan, dentro y fuera del brick. Hasta que no pago con la Visa y me voy a marchar no digo a la que cobra nada de mi viaje. Tampoco le he dicho nada a un chico de la casa que por allí andaba. La que me ha cobrado me desea suerte en lo que me queda del viaje. Allí han hablado sobre el nombre del establecimiento que, por lo dicho se desprende, que se refiere a una zona que está en la salida del aber Ildut.


Salgo del restaurante y sigo por la carretera hacia Lanildut. Todo lo que viene ahora es previsible, ya fuera de la incertidumbre mañanera por el fiordo.

Lanildut. Museo de las Algas.
Aunque ahora no voy a ir por el fiordo, no por ello voy a dejar de verlo en mi recorrido por la carretera. Llego a la iglesia que he fotografiado esta mañana desde el otro lado del fiordo. El reloj está sincronizado con el de mi cámara. Son las 15:21 horas.


Para hacer este recorrido por carretera y a falta de coches que me llevarían a mi entretenimiento favorito de construir palabras con las mayúsculas de las matrículas de los vehículos, me dedico a jugar con la palabra Lanildut y construyo una frase muy parecida en euskera. Un idioma que debiera ser el mío, lo he estudiado, pero no lo sé. Ni para hablar, ni para entender, pero hoy juego con él y digo: “Lan hil dut” En euskera, “lan” es trabajo, “hil” (la “h” no suena) es morirse, muerto y “dut” es en la conjugación del verbo “ukan” (haber o tener) es la primera persona del singular del presente. Sin ajustarme extrictamente al texto, lo relaciono con mi jubilación y decido un nuevo significado. “El trabajo ha muerto para mí” o “Yo he matado al trabajo”. Se acabó el trabajo en mi jubilación jubilosa. Voy feliz elucubrando y eso que no he bebido nada de alcohol en la comida. Paso por el puerto deportivo que he visto esta mañana. Parece que no acabo de salir de la maraña. El pueblo que veo al fondo del puerto, me parece que es donde he desayunado esta mañana, Lampaul-Plouarzel. Aunque no veo el museo del Alga, mañana 29, domingo, se celebra en Lanildut el foro del Alga. Una mujer me hablará de este acontecimiento. Vienen expertos en algas de todo el mundo. Este año el tema central será la contaminación que ha creado el problema del Alga Verde.

Saliendo de Lanildut 
hacia Île de Melon.
A las 15:45 horas, una vez salido de Lanildut, retorno al GR-34 y van caminando una mujer y Rafael. Por sus rasgos, el muchacho me parece sudamericano, pero ella, que sabe algo de castellano me dice que es Rafael, como en español, no Raphael como sería en francés y que es tailandés. Le comento mi traducción que he hecho al euskera de Lanildut, al que llamo mi “eusko-joko” (juego euskaldun) y se maravilla de mi viaje. Sin llegar a ver el puerto de embarque de Lanildut, donde hubiera tenido que coger el ferry, me he ido acercando a la bocana del aber Ildut.


Al fondo, mirando hacia el horizonte marino, se puede apreciar un faro que supongo que será una guía para navegantes, indicadora del camino a seguir. Previa a la bocana hay una rada donde se cobijan más embarcaciones.


Una playa con buena arena y duna poblada de vegetación pero que considero poco recomendable para baño, debido a los fondos de lodo que ya he visto antes, es lo que me lleva a salir de la zona en forma de fiordo por la que me he visto obligado a caminar desde poco más de las once de la mañana hasta más allá de las cuatro y media de la tarde y donde, ¡por fin! vuelvo a salir a costa hacia mar abierto. En la última foto que saco se puede observar que el brazo de tierra que protege la parte final de esta rada, en realidad, es una isla.
 

Por su lado más norteño también se puede navegar, pero hay más rocas y más peligro. Ya de nuevo en la costa, me recibe un Atlántico bastante pacífico y, durante un rato iré en paralelo con la isla de Ouessant, de la que me despido imaginariamente, ya que no llego a verla en la distancia. En un primer momento, un maizal ya muy crecido no me permite acercarme a la orilla, donde se ven pequeños islotes y el faro de bocana a distancia. Enseguida llego a Melon. Donde tampoco acabo de ver ninguna isla, aunque en mi mapa figure como Île de Melon. Paso por el puerto natural de Mazou.

Porspoder. 
Dunas rocosas consolidadas
Sigo camino de “promeneur” (caminante), sin salirme del GR-34, y entro en Porspoder. Pregunto a un grupo por el nombre de la “ville” (ciudad) y me lo dicen. Paso por delante de la iglesia y no la visito. Creo que está cerrada. Tiene una estructura y una torre campanario muy similar a la de Lanildut, que tampoco he visitado al pasar. Después ya puedo salir a la costa y me acerco a la playa de Porspoder.
 


Dos personas acaban de bañarse y salen del agua. Yo no me animo. Creo que he acertado, porque empieza a llover. Es esa lluvia tonta bretona, que apenas moja y hasta se agradece, pero que nunca se sabe cuándo va a acabar. Pasado el grupo de casas más próximo al mar, llego a otro puerto natural.


El paisaje marino empieza a ofrecer numerosas islitas y el terrestre grandes pedruscos. Es bonito. Lo que no entiendo es por qué a una zona en que no hay más que piedras y rocas la llaman zona de dunas. Si son dunas, son muy pétreas. Lo que me hace pensar en que muchas de las dunas, por las que he ido pasando en mi recorrido, tienen una base pétrea que es lo que hace que persistan y no se desplacen o desaparezcan.
 

Se podría decir que estas rocas, cubiertas de arena y recubiertas por la vegetación, son unas dunas rocosas consolidadas. El Phare du Four se sigue viendo de lejos durante mucho rato. Para muestra de las dunas con rocas, saco un par de fotos.

 
Algunas ofrecen curiosas formas que dan variedad al paisaje y lo embellecen como si fueran esculturas naturales. No están labradas por el hombre, lo que constituiría gran mérito, sino que quien las ha ido tallando a lo largo de los tiempos han sido el viento, el frío, la lluvia y la nieve. A lo mejor con la ayuda de algún rayo con vocación de artista.
 

La costa deja de ofrecer esculturas y pasa a ser algo más anodina. Unas rocas ofrecen una pequeña cueva, pero es muy temprano para buscar refugio. Por la noche lo echaré en falta.





Algunas veces el camino se acerca a la carretera y en una de ellas veo que aparecen dos direcciones hacia donde yo me encamino: Kersaint y Potsall. Ya voy bastante cansado del trote del día.


Saint Samson.
Es así que llego a un lugar en que el sendero comienza a ascender. Arriba veo una pequeña capilla. Se trata de la chapelle Saint Samson. Junto a ella se ofrece un crucero. Abordo bien la pendiente, paso por una fuente. También sobre un pequeño puente de travesaños de madera bajo los que pasa un riachuelo y ya veo cómo la capilla es punto de atracción para turistas.

Ofrece bonitas vistas hacia el mar y, no en vano, se puede acercar a ella, aparcando el coche en la carretera y haciendo un pequeño recorrido a pie.
Algunos visitantes descienden por el sendero por el que yo subo. La pequeña cruz de piedra, junto a la que pasa el sendero y la grande que ya veo arriba, hace pensar en que sea un recorrido hacia el calvario. Me resisto a pensar que mi camino por Francia sea un Via crucis para la reparación de mis pecados, pero nunca se sabe. Quizás ahondando en mi subconsciente…
 

Días más tarde veré el Calvario de la Reparación en Tréguier y eso sí que supone sufrimiento y más pensando en las razones por las que fue construido. ¡Los hechos de los católicos no tuvieron, ni tienen, remedio! Entro en la "chapelle" de Saint Samson y compruebo que este santo de gran pelambrera trenzada, tiene más trazas de troglodita que de un santo de nuestra era. Me resisto a relacionar a este Samson bretón con el Sansón y la Dalila que cuentan la historia sagrada y que dio origen a la canción que decía: “Dalila, no me cortes el pelo, que por cuatro pesetas me lo corta el barbero.” Dalila se lo cortó y Sansón perdió la fuerza que emanaba desde su potentísimo cabello. No sabía que a Sansón le hubieran hecho santo y, me pregunto, ¿hicieron santa a Dalila? Supongo que no, pues sería la santa patrona de las peluqueras. Yo sigo pensando que éste es otro santo bretón pre-cristiano. Nada más entrar he apoyado la mochila en el último banco, contra la pared, y me siento para descansar. Estoy incómodo. Por el banco y los visitantes que van entrando. Me vendría bien echar una cabezada y un sueñecito pero me levanto a mirar las imágenes con más detenimiento. En una de ellas veo que al santo le salen dos mechones, no trenzados, de pelo. Los largos mechones le cruzan por todo el cuerpo. Hay mucho texto para leer que, probablemente, aclararía mis dudas. Pero no me siento con ganas y en disposición de aburrirme con tanta lectura, y menos en francés, y me iré sin saber si es el mismo santo, el que yo recuerdo de la historia sagrada, que leí de niño, y este santo de las escrituras bretonas. Ya de adulto, leí la biblia que se editó en tiempos de Juan XXIII y que se basaba en el catecismo holandés, pero de esa lectura, más reciente, recuerdo menos. Por lo que pone, los textos que se exhiben proceden de textos contrastados y bien clasificados. Abandono la capilla y salgo al exterior. Apoyo la mochila en uno de los muros de la fachada, la que está más protegida del viento que viene del mar, y junto mi espalda contra mi mochila. Sentado, me descalzo y estiro las piernas. No estoy más de diez minutos descansando, pero me sientan muy bien. Dos matrimonios han entrado a ver el interior de la chapelle. Me levanto, saco una foto de la capilla con vistas relajantes al mar y observo lo bien conservada que está la fachada, su minúsculo clocher y que al tejado no le falta ni una laja de pizarra. Se siguen viendo islotes en el mar. Abandono el entorno de la ermita y, en vez de seguir el trazado del camino, más bonito pero también más tortuoso, decido seguir por la carretera.

Trémazan.
Van a dar las siete cuando ya estoy en marcha hacia Trémazan. He ido descendiendo la altura que traía desde la capilla y llego a un lugar donde se ofrecen pequeños faros guía para protección de navegantes.

 

Por el afán de sacar una foto con estos faros alineados, salgo de la carretera y me acerco de nuevo a la orilla. No voy a conseguir la alineación perfecta con el farito del fondo, pues me estoy metiendo en terreno peligroso, y retorno a la carretera.
 
Estoy llegando a Trémazan y es aquí donde una mujer califica como fiordo al nuevo entrante de mar que comienza. Ha sido bajando a una playa, por donde he decidido acortar para ganar recorrido, no sé si acertadamente o no. La veo llegar descalza y me dice que no tiene dificultad pasar al otro lado.
 

Sólo hay que atravesar un río. Empiezo a caminar por el lodo que ha dejado la marea baja y no me parece tan fácil como la mujer decía. Quizás yo haya iniciado el paso demasiado pronto y será fácil para el que lo conoce bien. Recuerdo cómo se me empezaron a hundir los pies la última vez. Retrocedo, paso por un lugar más elevado, con el barro empedrado y algo más firme, y consigo llegar al otro lado. Se me han manchado un poco los pies con el barro, pero me digo: “Un poco más no importa”. Ya estoy terminando el tratamiento antibiótico, pero no veo que la pierna mejore. Estoy temiendo que el mal no desaparezca. “¿Tendré que ir a otro hospital?” Al pasar por una de las bocanas, veo caballos pastando al borde del mar.


Otros dos hombres que estaban junto a un barco encallado, salen al camino, pero yo sigo las señales que me llevan a un dolmen con crucero.

Dolmen con cruz.
Luego he visto una playa con arena blanca muy fina en terreno despoblado, pero continúo adelante. Van a dar las ocho cuando llego a un dolmen. Jamás había visto un dolmen prehistórico que tuviera una cruz en su entorno. Esto es lo que ocurre con éste y me lleva a pensar que los hombres y mujeres prehistóricos bretones ya eran pre-cristianos antes de la venida de Jesús a la tierra. Lo digo con sorna, a sabiendas de que un monumento, el dolmen, es más antiguo, y el crucero, como mucho, puede ser de le época medieval. Se trata de un dolmen de corredor. Está enclavado en un pequeño altozano y es un monumento funerario con vistas al mar.

Portsall. Pointe Guilliguy.
No me entero cuándo paso por Kersaint, pero llego a otro entrante de mar, donde las embarcaciones descansan su tripa sobre el lodo y que tendrán que esperar a la nueva marea alta para poder navegar que es lo suyo. Al otro lado se ven las casas de Portsall.


Va a ser el lugar en que finalizaré por hoy mi recorrido. Bajando del dolmen, llego a otra piedra, a la que califican también de monumento funerario, enclavado en la pointe Guilliguy. De este dolmen se ofrece sólo este pedrusco. Parece que los restantes han desaparecido y, por ello, dibujan en un panel cómo era su configuración original. Peritos tienen todos los estados pero, para reconstruir un monumento histórico como lo han hecho aquí, se necesita echar mano de mucha imaginación.

Cena de bocata. A dormir en playa.
Y no lo hago por castigo. La playa que había visto como buena para dormir, ya se ha quedado muy atrás y no voy a volver, aunque la que se me ofrece a la vista no parezca muy adecuada. Sólo encuentro dos establecimientos hosteleros. Uno es crepería y con una carta que me parece muy complicada y la verdad es que no me apetece nada. En otro ofrecen langosta y los precios de los otros platos rondan precios que me parecen desorbitados. En otro sólo ofrecen bebida y en un Tabac sólo bocadillo. Pido uno vegetal y pago 3 €. No bebo ni cerveza y pido agua para revolver la medicina. Hay un grupo con un iluminado que parece querer buscarme las cosquillas pero al que no hago ni caso. Parece que hace sus gracias a cuenta de mí y de mi aspecto bohemio. Será por desconocimiento, pues en caso contrario mostraría envidia. Salgo indemne del establecimiento. No sé si ha sido en el restaurante donde he comido, o aquí, pero el caso es que hoy he cagado con más consistencia. “¡Esto marcha bien!”, me digo. Salgo del Tabac con el botellín de agua lleno para arrancar mañana. Como estoy en Portsall, me encamino hacia el puerto, con el fin de continuar por el borde del mar. Pero no hay forma de conseguirlo. Tras dos intentos incorrectos, no me queda más remedio que retroceder y, ¡por fin!, encuentro el camino por el que debo seguir. Entre el puerto y el bar donde he comido el bocadillo, hay una señal que no he visto al pasar. Ahora cojo esa dirección. Voy en busca de la playa de Tréompan, pero pararé antes de llegar a ella. La de Tréompan me la ha recomendado la chica descalza que he encontrado antes del primer dolmen y me la ha recomendado como tranquila, buena y segura para dormir. En la costa encuentro un alijo de sacos que, si fueran de mejillones, olería mal. Pienso que son de mariguana y que las ha descargado un barco de forma clandestina. Ahora aparecerá la patrulla de la guardia civil y detendrá a los traficantes. Pero no voy a esperar a que lleguen. No llego a Tréompan porque paso por otra que queda oculta desde el GR-34, con arena seca y ninguna posibilidad de inundarse cuando suba la marea. Aunque de arena, está entre rocas. Lo malo es que no tiene nada al fondo para guarecerse en caso de lluvia. 
 
No me preocupa mucho porque, tras la llovizna de Porspoder, el día ha quedado suficientemente limpio como para no temer lluvias nocturnas. Bajo a la playa y me oculto en el segundo recodo. Enfrente observo a una pareja que temo esté afincada en el lugar pero, desde la cama, veo cómo se van. Los veía a lo lejos, en playa más convencional y abierta. Yo estoy aquí mejor y más oculto. Aliso la arena antes de hacer la cama y corrijo la inclinación. Orino antes para no tenerme que levantar muy temprano la primera vez. Hoy por fin, como ya estoy en el Norte, la Osa Mayor se ha mostrado en plenitud. El resto de estrellas ha estado cambiante según las tapaban o destapaban las nubes.

Noche lluviosa.
Sólo me levanto una vez pero, hacia las cuatro, empieza a lloviznar. El inicio es suave, pero se va a ir animando. Como ya se ha mojado el saco por fuera, pues para cuando me ha despertado el goteo ya debía hacer tiempo que había comenzado el diluvio, aguanto dentro del saco sin salirme de él. Espero a que amaine, pero no amaina. Empiezo a notar el agua que filtra por la cremallera y la giro para que quede más a ras del suelo. Recuerdo que en Amoreira era por la cremallera por donde me entró el agua. Cuando para la lluvia, sacudo el saco para que se desprenda y expandan las gotas de lluvia acumuladas y así tenga menos superficie para empapar. Salgo del saco, orino y ya no me preocupo de lo que le pueda pasar al saco. De la mochila, extraigo la capa, que debiera haber dejado más a mano en previsión y, al menos, ahora cubro la mochila con ella. La camiseta de rayas de manga larga está algo mojada y me la quito. Me pongo el jersey negro que me dio Mikel. Me está haciendo buen servicio. Es la prenda de más abrigo que he traído al viaje. Guardo todo. Doy vuelta a la mochila y la cubro con la esterilla que, aunque humedecida, algo protegerá. Me pongo la capa y, como si fuera una gallina clueca, me pongo a empollar, con todo a cubierto menos el saco. Los brazos de la capa, uno lo pongo por delante y el otro por detrás. Vuelve a llover dos veces, aunque con poca intensidad. Entre lluvias, el cielo se muestra cambiante. Ahora sólo llueve lo suficiente como para enfriar la capa. Como las rodillas se me están quedando heladas, las cubro cediendo el jersey negro y así van a estar un poco más calientes. Los que más se enfrían son los pies, pero trato de calentarlos pisando la arena y haciéndolos crujir. Mientras llueve estoy sentado sobre la mochila, incómodo. Cuando para, me siento en la arena seca y me respaldo en la mochila. Cuando empiezo a ver que aclara el día son las 5:45 horas en mi reloj. Me parece hora adecuada para levantar el campamento definitivamente. Ha sido una noche movidita en la que yo he estado quietísimo.

Balance de la última jornada al Oeste de Finisterre.
Lo peor del día ha sido la lluvia de la noche. Geográficamente, ha sido curioso haberme levantado en el punto más occidental de Finisterre continental y acabar durmiendo ya en el Norte del mismo. Finisterre norte va oscilando por el mismo paralelo desde Portsall, va ascendiendo hasta llegar a la isla de Batz y continúa hasta el punto más Sur en Morlaix. Estos dos últimos serán los lugares más extremos del norte que voy a visitar. Ya, de nuevo en el paralelo oscilante costero, pronto acabará Finisterre y entraré en Côtes d’Armor. La experiencia de hoy en el aber Ildut, va a ser un preludio interesante para cuando llegue mañana a Les Abers. Esos si que van a ser fiordos profundos, donde las dos carreteras que utilizaré para pasarlos están muy alejadas de la costa. El aber Ildut me ha servido también para inventarme un juego con el euskara, adaptado a mi situación de jubilado, asesino del trabajo. También ha estado bien la comida, teniendo en cuenta que el salmón no es de mis platos favoritos. Lástima que haya llegado cansado a Saint Samson donde, a pesar de ello, he tenido ocurrencias sobre Sansón y Dalila. Estoy contento porque se va acabando la medicina y por mis deposiciones más compactas. Descontento, porque no veo mejoría en mi pierna. A pesar de los aber, el GR-34 sigue siendo precioso en su recorrido costero. Quizás haya sido un acierto no haber ido a la isla de Ouessant, desaprovechando la magnífica oferta que me han hecho de llevarme gratuitamente. No puedo dejar de valorar positivamente esta preciosa invitación del día. Los demás encuentros no han sido muy brillantes, aunque sí curioso el de la mujer con el Rafael tailandés.

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