martes, 8 de marzo de 2016

Etapa 40 (331) Bénodet-Pointe de Penmarc'h


Etapa 40 (331). 17 de julio de 2012, martes.
Bénodet-Sainte Marine-Île Tudy-Loctudy-Lesconil-Tréffiagat/Le Guilvinec-Kérity-Saint Pierre-Pointe de Penmarc’h.


Amanecer en el Camping du Letty 
en Bénodet.
Amanece y saco foto del lugar donde he dormido. Una fotografía vale más que mil palabras para hacer este tipo de descripciones, pero ésta me sale muy oscura, aunque sirve para comprobar que he tenido techo suficiente. He dormido junto al tubo de desagüe.







Con todo recogido, cargo las mochilas y voy hacia la puerta de la verja, donde no me queda más que descorrer el pestillo y volverlo a poner como estaba.
 

Para salir del recinto del camping, tengo que pasar por el primer lugar que elegí para dormir, en los huecos con la techumbre acristalada, y que después deseché pues me gustó más la segunda elección. Caen unas gotas de agua que se pegan al objetivo. El nombre de “L’Amiral”, el almirante, no me da pistas de qué funciones cumple o ha cumplido este edificio. 

Tal como lo veo cerrado y tan desangelado, me hace pensar que sea un lugar que, por su ubicación, ha quedado obsoleto. Ayer, cuando pasé, estaba igual que como lo veo ahora. Antes de salir y pasar la barrera, me acerco a las pilas de lavar y lleno de agua mi botellín. Al salir del camping, tomo nota y fotografío el cartel con el nombre de Letty y su calificación con 4 estrellas. 

Me sorprenden tantas estrellas para un camping que no ofrece ni restaurante. Quizá no sea algo que puntúe en la calificación. Además, no me puedo quejar, pues el estofado de carne estaba exquisito. Cuando estoy saliendo a la carretera, se anima la lluvia. Menos mal que va a ser por poco tiempo. Dudo hacia qué lado de la carretera tirar. Creo que cualquiera de los dos me habría servido. Elijo el de interior, pues veo un entrante de mar que voy a tener que soslayar. Un hombre que se entrena corriendo me dice que abajo, en el puerto, encontraré un café y podré desayunar.

Bénodet: ensenada y puerto.
Bénodet recibe ese nombre por el río l’Odet que forma una ensenada y desemboca en el mar, recibiendo el nombre de Anse de Bénodet. Paso junto a una panadería, pero sigo adelante. A hora tan tempranera, el pueblo está como muerto. Veo el campanario de la iglesia y va a ser el referente que, entre calles, me va a acercar al puerto. 

Hasta no llegar a este lugar, no tengo ni idea de lo que debo hacer para pasar al otro lado. Ahora veo la iglesia, van a ser las 7:30 horas, el puerto, que esta construido aprovechando la ensenada, que es como una ría ancha en la desembocadura de l’Odet y, más al interior, ya veo el puente que me va a permitir cruzar al otro lado del río, hacia Sainte Marine. Además de a la iglesia, saco foto hacia la bocana y compruebo que hay una pequeña playa, entre fluvial y marítima, y los barcos están amarrados al otro lado o anclados en el estuario del río.
 

Pero no es hacia ese lado a donde mis pasos se deben dirigir cuando termine de desayunar, sino hacia el nacimiento del río, pues allí está el puente que voy a tener que pasar y no está muy cerca. Pero todo se va a precipitar y, en pocos minutos voy a estar subido al puente. Llego a un hotel que también tiene restaurante y que es lo único que está en funcionamiento a estas horas.
 

Pregunto y “le garçon”, el camarero, me dice que si no soy cliente del hotel no puedo desayunar pero que, no obstante, vaya a preguntar a recepción. En ese momento llega la recepcionista y me informa del precio del desayuno de buffet: 12 €. Le digo que me parece muy caro y me voy. Ella repite: “Très cher?”, y se me queda mirando y viendo cómo abandono el lugar.


De Bénodet hacia Santa Marina.
Voy saliendo del puerto y de la ciudad. Una joven me orienta. La chica va a coger el bus para ir a trabajar y me desea buen viaje. Salgo por carretera que va paralela al río. Ya he visto indicador de dirección a Pont-L’Abbé y Quimper. ¡De nuevo Quimper!, como cuando quise entrar en Concarneau. Confío en que Quimper hoy no me juegue la misma pasada y tenga que retroceder como me ocurrió allí. Aunque la carretera no lleva arcén, no importa porque dispone en el lado izquierdo de un espacio de hierba con sendero muy apropiado para caminar. Además, el puente ya no está tan lejos. El Odet baja manso y colabora para que yo vaya más sosegado, mitigando y haciendo olvidar mis ganas de desayunar.

Puente sobre l’Odet.
Para antes de las ocho ya estoy pasando el puente sobre el río Odet. Desde arriba saco foto hacia la bocana. La iglesia del puerto al fondo. La zona de las embarcaciones amarradas a los pantalanes, obligan a un cierto orden, pero en el río parece que los barcos están más desordenados. 


Sin embargo, también se aprecia orden en su ubicación. Me gusta ese orden que aparenta desorden. Pasado el puente encuentro la señal del GR-34 que, al seguirla, el camino me sitúa debajo de él. No me queda otra opción si quiero volver al otro lado de la costa, al otro lado del río. Aquí comienza otro camino magnífico, con dos riachuelos que debo superar, lejos del fango.


 
En zona poco salubre, encuentro un grupo de barcas que el paso del tiempo ha dejado inservibles y que sólo se pueden contemplar como esculturas del paisaje. No tienen ya ninguna utilidad práctica. En todo caso, para lo único que pueden servir es de estorbo si alguna otra embarcación quiere pasar por aquí en la subida de la marea.

Sainte Marine.
Llego a Sainte Marine a las 8:30 y una mujer me orienta hacia un café.
 

Saco foto de una ermita y me acerco al puerto, que queda frontal al de Bénodet. Tengo que pasar antes por un estanque con agua que, parece, en algún tiempo fue lavadero. En su recinto hay un árbol que quizás plantaran allí para dar sombra a las lavanderas y un magnífico arriate de hortensias. Paso por un café, donde me dicen que lo pondrán en marcha hacia las once. No me vale. El segundo por el que paso me dicen que lo abren a las diez. Tampoco me sirve. Por fin en el Bistrot de Bac, que ofrecen desayuno completo por 10€ elijo el incompleto de 5,50€. No lo puedo pagar con Visa. Consiste en seis trozos de pan, tarrina de mantequilla, dos porciones de mermelada, croissant y café au lait. Ojeo el períodico. Haimar Zubeldia sigue 6º en la general. Cago. Uso papel de secado de manos, pues el higiénico no asoma por la ranura. Se ha quedado estancado. Se lo digo a la camarera y con la llave saca el rollo y lo pone bien. Todo está de nuevo listo para el siguiente. Es un buen sistema, pero hay que estar atento a cuando se atranca. Para las 11:30 horas termino de escribir mi diario y estoy un rato hablando con un vecino de mesa. Vuelvo al retrete para orinar, coger agua y partir, y compruebo que el papel higiénico ya está mal, como antes. Las dos camareras de primera hora ya han sido sustituidas por chica y chico. 
 
Me despido del señor que ha hablado conmigo y de la camarera, a la que agradezco aunque no haya sido ella la que me ha atendido. He estado allí más de dos horas. Esta chica resulta que es también vasca, de Saint Jean de Luz, me orienta para salir por el interior ya que, siguiendo por el puerto, me encontraría con rocas.




Regreso de nuevo a la Chapelle y ahora compruebo que es la capilla de Santa Marina. Saco foto de la santa, que es de una factura sencilla, policromada y que me parece de poco valor artístico. Las vidrieras que ofrece son actuales y también de poco valor.











Una señora con niño está encendiendo cirios. A los lados próximos al alfeizar de un ventana vidriada, hay dos figuras en piedra que parecen antiquísimas, pero pudieran ser de una modernidad pasmosa. 


Si al llegar he sacado fotografía de la fachada principal y su campanario, ahora la foto que saco es del lado opuesto, no me atrevería decir del ábside, pero lo que realmente me atrae de ella es la cabeza de un angelote esquinado bajo el alero del tejado. ¿Se podría llamar canecillo, por la ubicación, a esta figura? Tengo mis dudas. Tampoco tengo certeza de que esa puerta conduzca a la iglesia.



De Santa Marina hacia el faro.
Salgo por entre casas y llego al mar que todavía es ría. A ésta que he denominado ría, aquí no lo llaman estuario, sino “l’embouchure” (la desembocadura) de l’Odet. Barquitos a vela tripulados por principiantes, dan una nota geométrica y ordenada a la ría que así se viste de naranja.
 

En unos minutos ya estoy en el faro. Destaca de su simpleza blanca y gris por su linterna en rojo intenso. Pronto llega la desviación. Una casa de piedra obliga al GR-34 a que la salve y rodee.








Playa de Île-Tudy.
El camino no es confuso y no precisa muchas señales. Voy muy cerca del borde del agua, de rocas o de arena, dependiendo del momento y el lugar por donde voy pasando. Veo una playa que me llevará hacia Île-Tudy. Cuando llego a la larguísima playa, desciendo a ella. No me descalzo y voy pisando con las sandalias por arena dura, puesto que la marea está bajando.
 
Ya sé que finalmente voy a tener un corte que me va a obligar a coger un barco, pero no acabo de ver, a lo largo de la playa cuándo ni dónde. Resultará ser en el último tramo, después de terminar de pasar Île-Tudy. La playa ofrece mondonguillos de arena, lo que indica que por debajo hay algunos moluscos bivalvos. ¿Almejas, berberechos?
 

Pronto, la playa se ensancha. Quizás sea debido a la bajamar. Me quito la camiseta de manga larga. Hace un viento suave, pero no me apetece darme un baño. Me voy acercando a Île-Tudy. Destaca el pincho de su iglesia.

 
Hacia la izquierda, se ve un faro marino que delimita por el centro la bocana de una ensenada que no tiene otro remedio que salir al mar por allí. A este lado está Île-Tudy y, por el otro, Loctudy. Aunque el sol ha empezado a brillar hacia las once, hay poca gente en la playa, puesto que se ha vuelto a cubrir de nubes. 


Pregunto a un chico, que por su pelo largo y mojado parece que se acaba de bañar, si hay paso por la playa o por barco, y me da una respuesta confusa. “En été…” me dice, “pues claro que estamos en verano, eso ya lo sé”, pienso para mis adentros. Sigo adelante, y entro en población.
 

Cuando me voy acercando al final de la playa, ya veo más claro el faro del final. Casi tengo la certeza de que allí la playa se corta. Un señor, al que pregunto, no sabe. Un chaval sin camiseta asomado a una ventana me dice que vaya a la derecha y luego a la izquierda.

Île-Tudy y su transbordador.
Este pueblo me gusta y me sorprende por su gran oferta hostelera. Paso por su bonita iglesia, donde destaca su “clocher”, estrecho, puntiagudo y diáfano campanario. A pesar de haber muchos restaurantes, siendo la hora que es, doy prioridad a pasar en el barco al otro lado, donde me aseguran que también encontraré sitios para comer. Dejo la iglesia atrás y me acerco al puerto y embarcadero.
 










Allí acaba de llegar el transbordador. Están bajando los pasajeros. Una pareja sube cochecito con niño dentro. Este barco, que me va pasar a Loctudy, también tiene servidumbre de paso, pues por él tienen que pasar los que quieren montar o desmontar en las embarcaciones que están al otro lado. Vemos que eso es lo que está haciendo el personaje de la izquierda.
 

También ha pasado una mujer y ahora vuelven a cerrar la puerta. Un chaval me cobra 1,50 € y, aunque no llega nadie más esperamos hasta las 13:15 horas para arrancar. Poco después de la una y cuarto ya estamos en medio de la bocana de la ensenada y alejándonos de Île-Tudy. Saco una foto hacia el interior de la ensenada, hacia Pont-L’Abbé.





Pasamos junto a veleros varados en la bocana. A lo lejos se ve el faro ajedrezado delimitador que ya veía desde la playa de Île-Tudy. Antes no, pero ahora se ve clara su función. Regula la entrada y salida de la bocana. Para la una y cuarto ya estamos en Loctudy.


Loctudy. Comida en L’Etrave.
Van a dar las 13:30 horas cuando empiezo a mirar restaurantes en el puerto. Las cartas que leo me parecen muy caras, así que me dirijo hacia la iglesia. Del lugar de desembarco hacia el pueblo, paso por una ensenada donde se acumulan algas verdes, que será tema de conversación en días posteriores. Un señor me envía hacia donde había pensado ir desde el inicio. Leo “plato del día: ensalada española”, que consistirá en arroz con choricillos y lasaña que, sin ser cosa del otro jueves (estamos a martes) me llena y satisface lo suficiente. En la cuenta me incluyen un 1 € de un “dessert” (postre) inexistente, pregunto, pero no voy a pelearme por un euro, y pago con Visa 14,70 €. Han incluido un pichet de tinto de 25 cl. Salgo a pasear por las calles y entro en una librería a preguntar por el GR-34 y aprovecho para comprar dos bolígrafos por 2,50 €. 


Así voy saliendo hacia la costa de nuevo. Después de comer, en una especie de puerto o embarcadero, unos jovencitos se divierten tirándose a lo bomba desde el malecón al agua. Se ve que se divierten. Sus bicis los contemplan.

De Loctudy hacia el faro.
Después, el camino me irá llevando por arena y rocas. Algunas rocas planas son buenas para caminar y alterna con playas de escasa calidad.
 


Eso ocurrirá hasta llegar a Lesconil, que dispone de una extensa playa y en la que suspiro por que tenga una zona en la que pueda hacer nudismo. Pero eso será más tarde. He llegado al faro y saco foto.


 

Como el de Sainte Marine, éste también tiene una linterna roja, aunque el de aquí tiene doble balconada. A continuación del faro, llego a un lugar en el que hay muchos soportes con ruedas que, como hay muchos veleros, sirven para arrastrarlos, antes y después de que los aprendices hagan los ejercicios de navegación a vela. De nuevo salgo al borde del mar y ya veo a lo lejos Lesconil.
 

Las rocas planas me separan el camino de la orilla. Me vuelve a pasar algo parecido a lo que me pasó al llegar a Bénodet. La salida al mar de una marisma, me obliga a retroceder pero, al retornar hacia el otro lado, veo que me va a suponer poco trecho de retroceso. Subido en la duna, de un vistazo compruebo todo el panorama del otro lado. Por allí llego hasta el cobertizo de la escuela de vela. De allí parte un camino de relleno que divide en dos la marisma.

Llegando al final, la señal del GR-34 me baja a un camino a ras de marisma que, en algunos tramos, peligra puesto que hasta allí llega la subida de la marea. Probablemente una hora más tarde, la dificultad sería mayor. Una pareja va por delante, acelero y les paso. Antes de entrar en Lesconil, encuentro una iglesia moderna.


Lesconil: Iglesia con vidrieras.
Sacos varias fotos, por dentro y por fuera, que permiten hacerse una idea de esta iglesia que, siendo moderna, me llama la atención y me resulta muy grata en su conjunto. Próxima al altar, la zona más luminosa contiene vidrieras con motivos marinos pero, aunque con predominio del azul del mar, también recibe colores cálidos de barcos que muy bien pudieran ser góndolas.


Sólo hay un frontón triangular de piedra maciza que no recibe luz del exterior, pero los otros dos lados, donde el tejado llega hasta muy abajo, también ofrecen como un friso de vidrieras coloristas. Estas vidrieras se aprecian mejor desde el interior, pero su fortaleza constructiva se ve mejor desde fuera del edificio. 

Definitivamente: ¡me gusta! También me agrada la sencillez de los bancos, aunque es muy probable que resulten incómodos a los feligreses, pues no tienen ni reclinatorio, ni respaldo para descansar su espalda.








Apta para una misa corta, pero inapropiada para asistir a los oficios propios de la Semana Santa. “¿Se seguirán haciendo?”, me pregunto.
 

Tras la visita a esta iglesia, continúo camino hacia Tréffigat-Léchagat, aunque antes pasaré por otras playas. Cuando llego a Lesconil, busco Turismo y me ofrecen un mapa como el que llevo de repuesto en el que aparece todo Finisterre, así que lo rechazo.
 
Así como en las etapas 38 y 39 encontré dos playas nudistas, pregunto a ver si por allí también hay alguna y me dicen que se solicitó en una pero no fue autorizado. Me pregunto cual es el organismo que recibe las propuestas y se encarga de la resolución. Me quejo del retroceso en la “liberté”, aunque no digo nada de la “égalité”, aunque está claro que también se produce un desequilibrio, de desigualdad: las mejores playas para los textiles y las migajas para los nudistas.
Plages de Kersaux y Squividen. 
Baño nudista.
La playa de Lesconil está bien pero no es del tipo que yo busco. Después el camino se estrecha y las playas también son menos anchas. Islotes de rocas, en una alta mar poco alejada, frenan las olas en caso de que el mar sea bravío. Hoy está calmo. Paso de nuevo por zona rocosa, bastante plana, junto al mar.
 

Un camino arenoso que supera la duna por arriba, me baja de nuevo a la playa. A lo lejos, hacia el final de la larga playa, veo una preciosa roca. Cuando me acerco, veo que sirve para que algunos jóvenes practiquen escalada. Es una gran roca que se ve embellecida al ser coronada. 

Por su situación estratégica, divide en dos el final de la playa y permite que haya bañistas a ambos lados. No sabré bien si es en la primera o en la segunda, donde voy a encontrar una zona en que voy a poder practicar nudismo. Lo hago donde la duna es más alta y no se ve a las personas que, a distancia, pasan por el camino.
 

 Me coloco a distancia prudente entre una chica que duda pero acaba bañándose y se queda un buen rato en el agua y de un grupo que está aprendiendo a bogar a vela. De lejos me parecen adolescentes, siendo alguno de raza negra. Me baño desnudo y, estando en el agua, veo a una pareja añeja que me ha visto entrar y pasa mirando con curiosidad. No me había dado cuenta de que, cerca de donde me he situado, hay un acceso por la duna.
 
Así que coloco las mochilas para que me oculten por ese lado. La mujer que se ha bañado, se viste con mucho remilgo.








Los aprendices de vela cogen sus veleros y los remontan hacia la arena seca y la duna, se van al agua, se bañan y se van. Aunque ha aparecido alguna nube, se está bien al sol. 

La temperatura es grata y se está bien tras el baño, sobre todo porque me ha refrescado. Por el mar se está acercando otro grupo de veleros, pero el viento rola lento y llegan a mi atalaya las voces del instructor y de los aprendices aunque, para cuando llegan a la orilla, yo ya estaré vestido y en marcha. No quiero tener líos.

 
Hacia Tréffiagat y Léchiagat.
En vez de seguir por la playa, paso al otro lado de la duna y voy por camino más firme. Ya se ve a lo lejos Tréffiagat y Léchiagat. Una chabola con velas en el exterior, es la que ha hecho un camino no oficial que a mí me viene muy bien. En el interior se ve un pequeño lago.
 
Las playitas que voy a ver a partir de ahora están muy sucias, quizás porque la subida de la marea va trayendo a ellas todas las porquerías que flotan por la superficie marina. También dan sensación de suciedad las algas que han estado todo el día al sol y ahora se cubren con una capa de agua que produce irisaciones tornasoladas.
 

Tenía razón la chica que esta mañana me ha dicho: “Los días que empiezan con lluvia fina acaban siendo soleados”. En la primera zona de casas y frente a la playa y la orilla del mar, un chaval se sienta en un banco y pone la zancadilla al viajero. Menos mal que uno está todavía ágil y la soslaya. Pasado el primer grupo de casas y ya en la siguiente bahía, otra roca en el borde me sugiere la cola de una gran ballena que estuviera solazándose chapoteando en la orilla. Su cola serviría como reclamo para que nos acercáramos a contemplarla.
El puerto de Tréffiagat 
compartido por Le Guilvinec.
El cielo se va cubriendo de nubes, todavía algodonosas, para nada amenazantes, cuando voy entrando a un puerto. Se trata del puerto de Tréffiagat. Tiene un faro muy peculiar, que me da la sensación de que en la actualidad tiene poca o ninguna utilidad.
 

Para pasar al otro lado, debo entrar hacia el interior, ya que el puente lo estoy viendo al fondo. Cuando llego a él, saco una foto hacia la bocana, con los barquitos bien alineados.

 



Una vez pasado el puente, ya me encuentro en la otra población pesquera, la de Le Guilvinec y saco foto lejana de su iglesia.
 
Saliendo de Le Guilvinec por la dirección señalada como para ir a Penmarc’h, me dice un hombre que Kérity está muy lejos, que Penmarc’h está por el interior. Luego un extranjero me dice que a 5 km. Cuando me asomo a la bahía, veo que puedo acortar marchando por la playa. Es lo que hago. Es la razón por la que ni me entero cuando paso por las inmediaciones de Penmarc’h.




Antes de llegar a esa playa paso por un recinto amurallado que se mete hasta las rocas y alberga una casa que me parece castillo y una construcción maciza que no lograré saber qué es.



 

Caminando por playa hacia Kérity.
Un muro protector de rocas sueltas que hacen de dique y que iré viendo a lo largo de esta bahía, me permite bajar a la playa por la que voy a ir.







Aunque desde la cima de estas rocas ya estoy viendo las dos poblaciones; la más cercana de Penmarc’h y la más alejada de Kérity, si no me doy cuenta al pasar por la primera es porque desde la orilla no veo nada de ella.
 

Sólo llevo ojos para Kérity y, como la cámara no me permite recoger en una misma foto todo el conjunto de la playa hasta la punta final de la Pointe de Penmarc’h, no veo otra solución que la de hacer dos instantáneas. Realmente se ve que Kérity está muy lejana. Aunque son más de las siete y media, me propongo llegar y cenar antes de acostarme.
 
Al inicio de la playa, hay rocas en la orilla y el cielo se va llenando de grandes nubarrones. Los temo, ya que me gustaría dormir a descubierto, en la arena. Tras media hora por la arena húmeda, parece que Kérity ya se ha acercado mucho, más si vemos la foto que saco de los faros de Panmarc’h al fondo, pero es algo engañoso, ya que es fruto de haberla sacado con zoom. Todavía me quedará mucho que recorrer. En realidad lo que me interesa de esta foto son las nubes y el ave que vuela, puesto que no puedo precisar y no me parece ni paloma, ni gaviota. Avanzando por la playa me cruzo con caballistas. Un caballo con jinete y un poni descabalgado con dos chicas a pie. Pido permiso para foto y les digo que vengo andando desde el país vasco. Me hacen mil reverencias. 


Paso un emisario, quiero creer que de aguas pluviales y cada vez me veo más cerca de los faros y de la punta de Penmarc’h. Kérity pertenece a Penmarc’h.

Kérity (Penmarc’h): Le Nautilus.
Ya he llegado a Kérity. Cerca del puerto, hay bastante oferta hostelera. Sin pensarlo mucho, entro en el primer restaurante. No me parece mal su nombre marino de Le Nautilus. La oferta no es la adecuada a mi condición de caminante. Necesito algo de más consistencia. Elijo cinco tapitas como de tortitas o crepes con poca sustancia, una anchoa de lata, otra de gamba, otra de salmón, las otras dos he olvidado de qué eran, y otra más grande que es como una hamburguesa entre tortitas. Cada cosa vale 6 € y bebo una “pression” (cerveza). Pago con Visa 18,30 € pero, después de pagar, reclamo y me devuelven 4 €, tras pedirme disculpas. El lugar se ha ido llenando. Aquí parece que no rigen los horarios franceses. Me lo confirma el hecho de que en un rincón están montando un pequeño tinglado para ofrecer un numerito musical. Pero abandono el lugar para ver el faro antes de que se oculte el sol.

Los faros de la Pointe de Penmarc’h.
En realidad sólo es uno el faro. Hay otro que pudo ser pero que ahora carece de linterna y una torre propia de la marina militar. Me habría gustado que el sol de poniente hubiera coincidido con la linterna del faro pero, para ello, tendría que haber venido antes de cenar y no quería correr riesgos. Con todo es un bello contraluz, donde se aprecia que no vienen nubes de poniente. No es mala noticia. Avanzo un poco y saco foto del faro pero ahora recibiendo la luz de los últimos rayos solares del día. Siendo el mismo faro, parece otro.
 

Continúo hacia la Pointe y a algo que de lejos se veía claramente como una punta, ahora me cuesta buscarle la punta, pues de cualquier punto que me ponga siempre observo una punta redondeada. Como una foto vale más que mil palabras, aquí presento la punta rocosa con charquitos de agua en la rasa intermareal.

Saint Guénolé. 
Notre Dame de la Joie.
Ya he terminado la parte más sur de Finisterre. Ahora la costa irá ascendiendo hacia el Oeste que culmina en la Pointe du Raz, cabo que todo el mundo cree el más occidental de Finisterre, pero que no lo es. Avanzo hacia el Norte por la costa, que sigue la misma tónica de rocas al mar.

 

Pronto llego a una preciosa iglesia, la chapelle de Notre Dame de la Joie, que está hacia Saint Guénolé. También tiene un precioso calvario, propio del camino de Santiago que no sé si pasa por aquí. Creía que no iba a poder ver la puesta de sol, pues el astro rey se había escondido tras las nubes pero, a última hora, se asoma por debajo de ellas y lo capto en la instantánea.

Debo aprovechar ahora que acabo de salir hacia Poniente. Después saco la última foto de contraluz del crucero a dos frentes que tanto me ha gustado.

 





A dormir a Saint Pierre de Saint Guénolé.
Allí, en la Chapelle, no voy a quedarme a dormir. Aunque he tanteado la posibilidad. Como hay gente alrededor, disimuladamente, he intentado abrir la puerta. Está cerrada. En el cartel, una fotocopia, he podido leer el nombre de la capilla dedicada a Nuestra Señora de la Alegría. Estoy haciendo un camino que podría decirse en francés, "la joie de vivre” (la alegría de vivir), y no va nada mal este encuentro con la patrona. Como no quiero dormir cerca de la carretera, me voy adentrando entre casas. Parece como si toda esta zona fuera el barrio de Saint Pierre. Llego a una casa que tiene una mesa de plástico con la largura de mi cuerpo casi exacta así que, aunque la casa tiene puertas y ventanas sin cerrar, la cojo y la llevo a la parte trasera, para no dormir tan a la vista. Va a ser lo que me delate. Por ese lado la casa no tiene ventanas, salvo una pequeña que pudiera ser la del baño. Empiezo a organizar la cama. Cuando estoy en ello, oigo voces y aparece un hombre, al que asusto. Viene seguido de una mujer, que es mayor que él. Parece que han echado en falta la mesa y la descubren conmigo debajo, la esterilla ya extendida y la mochila junto al lugar en que voy a poner la almohada. El hombre me dice que me tengo que ir y que en el puerto, no sé en cuál, tengo techo para estar a cubierto. Me quedo desolado, sin saber qué hacer, y el hombre me dice que en la casa hay niños, y se va. Ya ha cumplido su acción protectora de la familia y con una razón poderosa: los niños. Pero la mujer mayor se ha quedado y me pregunta si sólo va a ser por una noche. Le digo que sí y que para las seis o seis y media de la mañana ya me iré. Parece que le he movido a piedad, y me dice que me quede. Le digo que no quiero que, por mi culpa, vaya a tener un conflicto con el hombre. “No te preocupes”, me dice, “eso queda de mi cuenta”. Y se va. Me quito el pantalón y la camiseta de manga larga a rayas, con las que relleno el saquito que va a ser mi almohada, y me acuesto. Ahora soy feliz ya que, sin dejar de cuestionar la legitimidad de haber ocupado un espacio que no es mío, aunque sin hacer daño a nadie, veo que la acción ha suscitado emociones humanas con resultado positivo para todos. Para mí, porque he solucionado el problema, y para la mujer, porque se siente bien después de haber hecho una obra de caridad, dar techo al que no tiene. Ya con el permiso de ella, puedo dormir tranquilo, pero los mosquitos van a pulular durante toda la noche. Un resto de tubo metálico me molesta en la espalda y lo voy soslayando como puedo pero, tras la primera meada nocturna, cambio de posición y me deja de molestar. Van a ser tres veces las que me levante. Hasta que no resuelva la inclinación del terreno no podré dormir todo lo bien que hubiera deseado. Durante la noche, entre nubes, veo varias estrellas, pero no logro localizar la Osa Mayor. Hace días que tampoco veo la luna. No sé en qué fase está. No lloverá en toda la noche y para antes de las seis ya estoy levantado. Voy a cumplir mi promesa de marcharme para esa hora. Cuando paso por el letrero, veo que el nombre de la calle en cuya casa he dormido es Rue de Perdrix. Pienso que puede ser de la perdiz. Tanto la perdiz como la becada eran dos aves que solía cazar mi padre y que cocinaba deliciosamente mi madre. Ya que la cena ha sido flojita, al menos la dormida me ha traído el recuerdo de mis ascendientes desaparecidos.
Pero ya estoy contando cosas del nuevo día que comienza.

Balance de la última jornada en el Sur de Finisterre.
No ha sido un día brillante, ni en cuanto a encuentros, ni por el paisaje, aunque las rocas grandes del mar y las dos iglesias, la moderna de Lesconil y la románico-gótica de Saint Guénolé, me han gustado, con el precioso crucero de la última. También me ha gustado el faro de la punta de Penmarc’h. Menos mal que entre Île-Tudy y Loctudy había barco. Si no, hubiera tenido que caminar hacia el Norte y bajar por Pont-L’Abbé. Me he vuelto a librar, igual que me libré de Pont-Aven. Hoy no han sido brillantes ni la comida ni la cena. Tampoco los encuentros con la gente, aunque el final, a los de la casa en cuyo exterior he dormido, sea a los que más tenga que agradecer. Por lo menos he podido disfrutar de un rato de nudismo, aunque no haya sido compartido.

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