Etapa 54 (345). 31 de
julio de 2012, martes. San Ignacio de Loiola.
Guissény-Pointe de
Neiz Vran (Le Fanal)-Pointe y Phare de Pontusval-Chapelle
Pol-Brignogan Plages-Plounéour Trez-Goulven-Tréflez (Camping Dunes
de Kerenma).
Hoy dormiré en la sala
de máquinas de lavado de un camping.
Amanecer en cama de
Guissény.
Hacía días que no
dormía en una cama. Una de las ventajas de dormir como duermo, en
este viaje y en otros, es que, cuando coges una cama en condiciones,
le sacas mucho más partido y la valoras mucho más que cuando
duermes todos los días en la propia de casa.
Eso no quiere decir nada en cuanto que las noches cálidas en que duermo bajo las estrellas y sin amenaza de lluvia, también sean noches placenteras. Una furgoneta, como la de ayer, también se acepta como mal menor, aunque no sea la panacea. He dormido bien, y me despierto a las seis y media. Pero me mantengo sin salir de la cama hasta que oigo dar las campanadas de las siete en el clocher. Aunque no sé cómo han podido sonar tan puntuales, cuando ayer vi el reloj de la iglesia tan retrasado. Durante la noche, me he levantado dos veces a orinar. Ayer me corté las uñas y, hasta las ocho, no tiro de la bomba. Saco una foto de la ventana en chaflán de mi dormitorio. Como lo que quedaba de las sobras de ayer noche y escribo.
Eso no quiere decir nada en cuanto que las noches cálidas en que duermo bajo las estrellas y sin amenaza de lluvia, también sean noches placenteras. Una furgoneta, como la de ayer, también se acepta como mal menor, aunque no sea la panacea. He dormido bien, y me despierto a las seis y media. Pero me mantengo sin salir de la cama hasta que oigo dar las campanadas de las siete en el clocher. Aunque no sé cómo han podido sonar tan puntuales, cuando ayer vi el reloj de la iglesia tan retrasado. Durante la noche, me he levantado dos veces a orinar. Ayer me corté las uñas y, hasta las ocho, no tiro de la bomba. Saco una foto de la ventana en chaflán de mi dormitorio. Como lo que quedaba de las sobras de ayer noche y escribo.
Desayuno: Panadería
y PMU-Tabac.
A las 8:20 horas bajo a
desayunar con el tarro de miel. Desde lo alto de la escalera, saco
foto de la parte trasera de la iglesia. Como no hay reloj hacia este
lado, no puedo comprobar si ahora lo tienen en hora. Esperaba
encontrar en la panadería a la mujer que ayer vi en la casa y a la
que pagué, pero la que atiende es una joven. Compro un croissant por
85 céntimos y me voy a Tabac-PMU donde pido café con leche. Me
sacan la leche en jarrita aparte. Pago 1,35 €. Hojeo y ojeo el
journal y me fijo en la última hoja el Meteo, que pronostica lluvia
para mañana, pero no para hoy. Lorenzo fue segundo y de los
españoles en las Olimpiadas no dice nada, ni siquiera ofrece el
medallero.
Llega al bar la otra chica que ayer ayudaba en la Oficina de Turismo. Me saluda con un beso. Tiene que colocar un papel en la pared y se llena cuatro dedos de la mano con cel-lo. Me despido de ella y vuelvo hacia la casa. Como no pedí llave, ni siquiera me he molestado en cerrar. Puedo volver cuando quiera.
Llega al bar la otra chica que ayer ayudaba en la Oficina de Turismo. Me saluda con un beso. Tiene que colocar un papel en la pared y se llena cuatro dedos de la mano con cel-lo. Me despido de ella y vuelvo hacia la casa. Como no pedí llave, ni siquiera me he molestado en cerrar. Puedo volver cuando quiera.
Mercadillo en
Guissény.
En las calles del
pueblo se está montando un mercadillo. No me he preocupado en ir a
las ocho para ver si habían abierto el “De 8 à huit”. Espero
que tan rápidos en cerrar hayan sido celosos para abrir puntuales.
Uno de los puestos es un asador de patatas. Supongo que no será sólo
de patatas. Lo que más me sorprende es su nombre: “Amour de Pomme
de Terre”. En francés suena tan poético pero, al traducirlo,
queda bastante peor: “Amor de Patata”. El artefacto que asa las
patatas es muy curioso. Me gusta, con sus cajoncillos patateros.
Queda muy bien al aire libre. Poco aconsejable para tenerlo en la
cocina de casa. Una mujer, con sus niños, observa con curiosidad.
También los niños. Me paro para ver los pescados. De todos ellos,
los “macareaux” son los más asequibles al bolsillo. Nunca sabré
la equivalencia exacta de esa especie con los nuestros, si son
chicharros, verdeles, caballas, jureles… En otro de los puestos,
una langosta intenta escaparse. En otro puesto me despido de la chica
de Turismo y le digo que agradezca de mi parte a Charlotte y Gwenolé
y que sepan que he dormido muy bien. Creo que ella sólo ayuda pues,
si fuera funcionaria del ayuntamiento, ahora estaría trabajando. Me
dice por dónde debo salir del pueblo.
De todo lo demás que se ofrece, me quedo con esta pequeña muestra de tomates y, aunque no gran variedad, sólo cuatro clases, hay tomates grandes y rojos, pequeños y amarillos, redondos y ovalados. Las jardineras que hay sobre el murete que separa la carretera del cementerio parece que adornan más a los vivos que a los muertos. Desde esta posición tampoco veo el reloj de la iglesia, y no se me ocurre retroceder más para ver si ahora ya está en hora. En buena hora. Para darles la enhorabuena. Al regresar a casa, cago copioso y sólido. Me congratulo. Se puede decir que mi organismo ya se ha adaptado a la medicación, al antibiótico. Recojo la pastilla de jabón que había dejado en la ducha y dejo todo como estaba. La bandeja y la botella de zumo las dejo a la entrada, sobre un mueblecito. También dejo lo que queda de miel, pues la tapa está pasada de rosca y podría ser mayor el perjuicio que la ventaja de llevármela. ¿Os imagináis mi equipaje en la mochila todo embadurnado de miel? Aunque sea muy rica, sería una gran faena. Así salgo de la casa donde he dormido.
De todo lo demás que se ofrece, me quedo con esta pequeña muestra de tomates y, aunque no gran variedad, sólo cuatro clases, hay tomates grandes y rojos, pequeños y amarillos, redondos y ovalados. Las jardineras que hay sobre el murete que separa la carretera del cementerio parece que adornan más a los vivos que a los muertos. Desde esta posición tampoco veo el reloj de la iglesia, y no se me ocurre retroceder más para ver si ahora ya está en hora. En buena hora. Para darles la enhorabuena. Al regresar a casa, cago copioso y sólido. Me congratulo. Se puede decir que mi organismo ya se ha adaptado a la medicación, al antibiótico. Recojo la pastilla de jabón que había dejado en la ducha y dejo todo como estaba. La bandeja y la botella de zumo las dejo a la entrada, sobre un mueblecito. También dejo lo que queda de miel, pues la tapa está pasada de rosca y podría ser mayor el perjuicio que la ventaja de llevármela. ¿Os imagináis mi equipaje en la mochila todo embadurnado de miel? Aunque sea muy rica, sería una gran faena. Así salgo de la casa donde he dormido.
La chica me ha dicho
que, en la primera rotonda, coja hacia la izquierda. Ahora, con todos
los trastos, voy por donde ella me ha dicho.
Sigo el indicador de “sentier côtier” pero, a las primeras de cambio, ya me surge el primer problema. Una señal del sendero costero está de tal forma que la interpreto mal. Me lleva hacia el “anse”, que aquí es “baie”, me mete en hierbal mojado por la lluvia nocturna y no me da opción de salida. Como no lo veo nada claro, retrocedo hacia la rotonda. Un hombre con perro me dice que el camino es fácil y que está bien señalado. La mujer que se asoma en el piso de arriba me dice que vuelva a la señal, que el camino es muy bonito. El hombre se brinda a acompañarme. Cojo la delantera para explicarle la interpretación que yo he hecho de las señales y para que comprenda que, la que me ha hecho despistar, no está como debiera. Le explico cómo lo deberían haber indicado aunque, después de visto todo el mundo es listo, soy sensible a otra interpretación. De todas formas, él se compromete a decirlo donde lo debe decir.

Por lo menos, que futuros caminantes foráneos no se vuelvan a equivocar como me ha pasado a mí. Intento girar un poco la señal, pero el poste es de cemento y resulta inamovible. Solucionado el problema, me despido del hombre del perro, agradecido. El perro ni se inmuta. A partir de aquí, todo el camino voy a ir sin problemas.
Después saco una foto, donde Guissény ya va quedando atrás. El ramal de agua con fango es indicativo de que tengo que estar muy atento para no salirme del camino. En poco rato ya estoy al otro lado de la bahía de Tressény. Llego a la carretera y a un molino, que también es “gîte”, pero a estas horas no necesito alojamiento. Hacia allí va un grupito de cuatro caminantes, a los que me voy a encontrar más adelante y, cuando sepan mi camino, me van a gritar “courage”, coraje. Pronto aparece señal en la carretera que invita a rodear la bahía. Me la habría encontrado igualmente si no me hubiera encontrado con el del perro. No me habría perdido nada importante, sólo unos hierbajos de marisma, unos juncos y poco más. Saco una foto con unas rocas muy bonitas. Podrían interpretarse como caballos al galope con sus crines al viento.
El camino me pasa muy cerca de un cabrón muy mal encarado, cuya cuerda de sujeción no sé lo larga que es y, por si acaso, no me acerco a comprobarlo, no vaya a ser que me de un testarazo con su cornamenta y me mande a freír espárragos. Saco foto hacia la bocana, donde se aprecia muy bien lo baja que está la marea.
También otra mostrando una playa que a esta hora está desprovista de agua. Se supone que, en pleamar, puede ser una magnífica y solitaria playa. Pero no seré yo quien la pueda apreciar.
Salgo a otra playa, que me ofrece nuevas rocas con formas muy caprichosas, grandes y de formas extravagantes. Es imposible sacarles algún parecido.

Me encuentro con un gran pedrusco en el camino que, por estar bien señalado con la marca roja y blanca, me da seguridad de que voy bien y por el lugar correcto, pero que deja un paso muy estrecho que yo, con mi mochila, tengo dificultad para vadear. Pronto estoy al otro lado.
Paso el cabo Neiz-Vran, que unas mujeres llaman Le Fanal. Ya estoy en la “Côte des Légendes” aunque no sé a qué leyendas se referirá esta costa. Probablemente las formas diversas de las rocas de pie a la imaginación de las gentes del lugar y origen a diversas interpretaciones de historias y cuentos populares.
Ahora la Pointe de Neiz-Vran se va quedando atrás, hacia el Oeste y yo continúo hacia el Este.
Sigo el indicador de “sentier côtier” pero, a las primeras de cambio, ya me surge el primer problema. Una señal del sendero costero está de tal forma que la interpreto mal. Me lleva hacia el “anse”, que aquí es “baie”, me mete en hierbal mojado por la lluvia nocturna y no me da opción de salida. Como no lo veo nada claro, retrocedo hacia la rotonda. Un hombre con perro me dice que el camino es fácil y que está bien señalado. La mujer que se asoma en el piso de arriba me dice que vuelva a la señal, que el camino es muy bonito. El hombre se brinda a acompañarme. Cojo la delantera para explicarle la interpretación que yo he hecho de las señales y para que comprenda que, la que me ha hecho despistar, no está como debiera. Le explico cómo lo deberían haber indicado aunque, después de visto todo el mundo es listo, soy sensible a otra interpretación. De todas formas, él se compromete a decirlo donde lo debe decir.
Por lo menos, que futuros caminantes foráneos no se vuelvan a equivocar como me ha pasado a mí. Intento girar un poco la señal, pero el poste es de cemento y resulta inamovible. Solucionado el problema, me despido del hombre del perro, agradecido. El perro ni se inmuta. A partir de aquí, todo el camino voy a ir sin problemas.
Después saco una foto, donde Guissény ya va quedando atrás. El ramal de agua con fango es indicativo de que tengo que estar muy atento para no salirme del camino. En poco rato ya estoy al otro lado de la bahía de Tressény. Llego a la carretera y a un molino, que también es “gîte”, pero a estas horas no necesito alojamiento. Hacia allí va un grupito de cuatro caminantes, a los que me voy a encontrar más adelante y, cuando sepan mi camino, me van a gritar “courage”, coraje. Pronto aparece señal en la carretera que invita a rodear la bahía. Me la habría encontrado igualmente si no me hubiera encontrado con el del perro. No me habría perdido nada importante, sólo unos hierbajos de marisma, unos juncos y poco más. Saco una foto con unas rocas muy bonitas. Podrían interpretarse como caballos al galope con sus crines al viento.
El camino me pasa muy cerca de un cabrón muy mal encarado, cuya cuerda de sujeción no sé lo larga que es y, por si acaso, no me acerco a comprobarlo, no vaya a ser que me de un testarazo con su cornamenta y me mande a freír espárragos. Saco foto hacia la bocana, donde se aprecia muy bien lo baja que está la marea.
También otra mostrando una playa que a esta hora está desprovista de agua. Se supone que, en pleamar, puede ser una magnífica y solitaria playa. Pero no seré yo quien la pueda apreciar.
Salgo a otra playa, que me ofrece nuevas rocas con formas muy caprichosas, grandes y de formas extravagantes. Es imposible sacarles algún parecido.
Me encuentro con un gran pedrusco en el camino que, por estar bien señalado con la marca roja y blanca, me da seguridad de que voy bien y por el lugar correcto, pero que deja un paso muy estrecho que yo, con mi mochila, tengo dificultad para vadear. Pronto estoy al otro lado.
Paso el cabo Neiz-Vran, que unas mujeres llaman Le Fanal. Ya estoy en la “Côte des Légendes” aunque no sé a qué leyendas se referirá esta costa. Probablemente las formas diversas de las rocas de pie a la imaginación de las gentes del lugar y origen a diversas interpretaciones de historias y cuentos populares.
Ahora la Pointe de Neiz-Vran se va quedando atrás, hacia el Oeste y yo continúo hacia el Este.
Costa de Leyendas.
Al igual que la roca,
también una casa construida al borde del acantilado me obliga a
bajar a la playa con mezcla de arena y piedras.
Pasada la casa, puedo volver a tomar el sendero. Lo más destacado de este lugar va a ser la cantidad de puertos naturales que hay, donde se refugian multitud de embarcaciones que ahora, con la marea baja, la mayoría están en dique seco. La costa está plagada de rocas, islotes y arena, lo que no hace aconsejable el baño.
Las rocas son un peligro para los bañistas. Algunos barcos, pocos, están flotando y anclados en el fondo del agua marina. En otra de las fotos ya se empieza a ver la torre del agua de algún pueblo, pero todavía muy a lo lejos.
En la siguiente foto, aunque las rocas continúan en la costa, ya aparece una amplia franja de arena seca idónea para dar paseos por la orilla. Empiezo a ver paseantes que ejercitan sus piernas para hacer apetito. Son las once de la mañana y todavía es pronto para comer, es pronto incluso para los franceses, comensales madrugadores.
Llego a otro puerto natural bien protegido por rocas, aunque pienso que estas rocas pueden ser un verdadero peligro en la marea alta, incluso en las mareas intermedias. Los navegantes deberán prestar gran atención a que esas rocas no lastimen las quillas de sus embarcaciones.
En otro de los puertos naturales veo un paso entre rocas, por donde viene una furgoneta, lo que me hace pensar que sean menos naturales de lo que parecen. En la playa hay algún tractor para sacar barcos a tierra. También para arrimarlos al mar. Unas señoras que están sentadas en un prado me recomiendan que no deje de ver el pueblo de Meneham pero, aunque probablemente sea el siguiente, cuyas primeras casas estoy viendo, lo paso caminando por la arena y no lo veo.
Una playa que ofrece nuevos y enormes pedruscos entre rocas menores. A lo mejor lo que estas señoras querían destacar eran estos hermosos roquedales. Subo a una duna consolidada con fuerte hierba y me acerco a unas rocas que permiten el paso entre ellas y que yo lo podría hacer si no fuera cargado con las mochilas. Para mí el paso entre ellas es imposible. Pero el paisaje que ofrecen es bello y merece la pena haberme acercado a ellas. “¿Cuántos siglos o centurias pasarán para que la roca baja, en equilibrio tan inestable, se resquebraje y desmorone?”, me pregunto.
Pasada la casa, puedo volver a tomar el sendero. Lo más destacado de este lugar va a ser la cantidad de puertos naturales que hay, donde se refugian multitud de embarcaciones que ahora, con la marea baja, la mayoría están en dique seco. La costa está plagada de rocas, islotes y arena, lo que no hace aconsejable el baño.
Las rocas son un peligro para los bañistas. Algunos barcos, pocos, están flotando y anclados en el fondo del agua marina. En otra de las fotos ya se empieza a ver la torre del agua de algún pueblo, pero todavía muy a lo lejos.
En la siguiente foto, aunque las rocas continúan en la costa, ya aparece una amplia franja de arena seca idónea para dar paseos por la orilla. Empiezo a ver paseantes que ejercitan sus piernas para hacer apetito. Son las once de la mañana y todavía es pronto para comer, es pronto incluso para los franceses, comensales madrugadores.
Llego a otro puerto natural bien protegido por rocas, aunque pienso que estas rocas pueden ser un verdadero peligro en la marea alta, incluso en las mareas intermedias. Los navegantes deberán prestar gran atención a que esas rocas no lastimen las quillas de sus embarcaciones.
En otro de los puertos naturales veo un paso entre rocas, por donde viene una furgoneta, lo que me hace pensar que sean menos naturales de lo que parecen. En la playa hay algún tractor para sacar barcos a tierra. También para arrimarlos al mar. Unas señoras que están sentadas en un prado me recomiendan que no deje de ver el pueblo de Meneham pero, aunque probablemente sea el siguiente, cuyas primeras casas estoy viendo, lo paso caminando por la arena y no lo veo.
Una playa que ofrece nuevos y enormes pedruscos entre rocas menores. A lo mejor lo que estas señoras querían destacar eran estos hermosos roquedales. Subo a una duna consolidada con fuerte hierba y me acerco a unas rocas que permiten el paso entre ellas y que yo lo podría hacer si no fuera cargado con las mochilas. Para mí el paso entre ellas es imposible. Pero el paisaje que ofrecen es bello y merece la pena haberme acercado a ellas. “¿Cuántos siglos o centurias pasarán para que la roca baja, en equilibrio tan inestable, se resquebraje y desmorone?”, me pregunto.
No es la “maison
des rochers”.
No es la casa de las
rocas, aunque tiene alguna semejanza. Lo que aquí se ofrece es una
pequeña casa de piedra protegida por rocas pero, al estar construida
en lo alto, está menos protegida del viento que la auténtica. La
Maison des rochers se encuentra en Plougrescant, enfrente de la casa
de mi amiga Annick y la veré el día en que llegue allí. Ésta no
es más que un adelanto que se me presenta en el paisaje. A juzgar
por el ciclista y otros paseantes a los que atrae este lugar, es muy
probable que esté en Meneham, el pueblo recomendado por las mujeres
que he dejado en el prado. Me tengo que quitar el calzoncillo porque,
por muchas veces que me lo suba, siempre acaba cayéndose. Entre que
la goma ha ido cediendo y que ahora me encuentro más delgado, la
mejor solución ha sido quitármelo y guardarlo en la mochila.
Meneham plage. Baño
nudista.
Va a ser en la playa de
Menehan donde decido darme un baño y tomar el sol desnudo. El lugar
está a salvo de mirones, ya que el camino pasa por arriba y algo al
interior, y los paseantes de orilla son escasos. La marea ya está
subiendo y me baño junto a las rocas de enfrente. Bajo al agua
con bañador, pero allí me lo quito. Los barquitos están ya
muy cerca y flotando en el agua.
Estoy una hora aproximadamente y me solazo al sol. Se está muy bien y tranquilo, aunque a mí me gusta más hacer nudismo en playas nudistas y con otros desnudos como yo. Pienso que lo más bonito de Menehan, además de los roquedales y los puertos naturales, sea la tranquilidad que se respira en estas playas tan solitarias. Los que pasean van hacia el Este, hacia el faro de Pontusval. Cuando me doy el segundo baño, ya lo hago en mejores condiciones, puesto que la marea ha subido algo más y puedo nadar en el "txoko" de rocas. Como no hay nadie a la vista, regreso del agua con el bañador en la mano. Cerca de una hora después, me visto y voy caminando por la playa hacia el cabo de Pontusval. Me gustaría llegar a Brignogan-Plages para comer.
Estoy una hora aproximadamente y me solazo al sol. Se está muy bien y tranquilo, aunque a mí me gusta más hacer nudismo en playas nudistas y con otros desnudos como yo. Pienso que lo más bonito de Menehan, además de los roquedales y los puertos naturales, sea la tranquilidad que se respira en estas playas tan solitarias. Los que pasean van hacia el Este, hacia el faro de Pontusval. Cuando me doy el segundo baño, ya lo hago en mejores condiciones, puesto que la marea ha subido algo más y puedo nadar en el "txoko" de rocas. Como no hay nadie a la vista, regreso del agua con el bañador en la mano. Cerca de una hora después, me visto y voy caminando por la playa hacia el cabo de Pontusval. Me gustaría llegar a Brignogan-Plages para comer.
Pointe y phare de
Pontusval.
Pronto empiezo a ver el
cabo y el faro de Pontusval. Saco una foto del lugar, antes de
acercarme al faro, puesto que me gusta la vista del conjunto. Sobre
todo, ese puerto natural formado por grandes y pequeñas rocas. La
playa sigue siendo de arena y la entrada al mar apta para baño, pero
yo ya me he bañado y ahora me urge llegar a algún lugar que me
permita comer.
Chapelle Pol.
Abandono el faro, y en
diez minutos estoy en la Chapelle Pol, que está enclavada en una
loma, bien cuidada y formando un conjunto con las rocas muy
armonioso. Las rocas bajas forman una superficie con el césped y, las
altas, tienen el añadido de una pequeña torreta. Un puesto de vigía
peculiar. También me gusta el crucero o calvario. Lo recibo como una
ofrenda al visitante que llega de lejos. Ya pasa de la una y media y
pregunto a algunas personas por restaurante, pero ninguna sabe nada y
no recibo la respuesta que deseo. Dos mujeres ya han comido y una me
dice: “attende” (espera) y me pone en una bolsa un trozo de pan
de molde y cuatro onzas de chocolate. Un tentempié para el caso de
que no encuentre ningún sitio para comer. Al menos, engañará mi
hambre. Me despido, agradezco, me lo voy comiendo y tiro la bolsa a
un contenedor.
Au P’tit Nice.
A la pequeña Niza,
será el nombre del restaurante en que comeré, pero aún no he
llegado allí. Después de la ermita Pol, salgo por carretera. Por
ella viene caminando un hombre, que lleva a una mujer en silla de
ruedas. Alucinan con mi caminada. Ellos me recomiendan el lugar y me
dan pautas para llegar a Au P’tit Nice. Todavía tengo que
preguntar a más gente, pues el lugar me está resultando muy
intrincado. La última va a ser una mujer que me acompaña al lugar
desde la playa de Brignogan-Plages. Si hubiera seguido hasta el
pueblo, habría tenido más opciones, pero la hora tardía no me
anima a andar con miramientos y, aunque el lugar es crepería,
intento salirme de la opción crepe. Pero entre los crepes está el que
llaman Le Popeye, que es de espinacas a la crema, y me animo a
pedirlo. De segundo pido un filete y les digo “bleu”, poco hecho
o vuelta y vuelta. A la chica le parece que pido demasiado para
comer, pero ella no ha caminado lo que yo. Enseguida la camarera
viene diciendo “desolé” (desolada, afligida). Es una palabra que
usan mucho los franceses, y no siempre va acompañada de verdadera
desolación. En este caso sí, puesto que es ella la que va a tener
que dar la cara, pues nadie de la cocina va a venir a hacerlo de su
parte, y afligirse ante el cliente, porque no tienen ninguno de los
dos platos que he elegido de su carta, ni Popeye ni la Betty Boop. Al
final comeré un crepe con carne picada y champiñones. En un bol me
sirven una porción de lechuga hoja de roble que lo saco y lo
distribuyo troceado por el plato. Previamente he preguntado si me
admitían pagar con tarjeta Visa y me han dicho que sí. En caso
contrario habría estado limitado a comer algo que no costara más de
9,80 €, que es el dinero que me queda de lo que traje de Irun.
Por ello me animo a pedir de postre otro crepe de banana. Pago con
Visa 12 € y me quedo escribiendo hasta que me echan. Con la dosis
de este mediodía, ya he finalizado la medicación. Ahora me resta
saber qué debo hacer con los 6 sobres que me han sobrado de
antibiótico.
Van a cerrar y me voy, para no salir a escobazos. Voy marchando por donde he llegado a esta pequeña Niza y pronto estoy de nuevo en la costa.
Van a cerrar y me voy, para no salir a escobazos. Voy marchando por donde he llegado a esta pequeña Niza y pronto estoy de nuevo en la costa.
Brignogan-Plages.
Para las tres y cuarto
ya he llegado a la playa. Estaba cerca de donde he comido. Saco una
foto de la misma, y veo que va haciendo un semicírculo perfecto con
largo paseo marítimo y la población próxima. Se trata de una playa
urbana, que también es puerto. El pincho de la iglesia que veo a lo
lejos, corresponde a la de Sainte Bernardette.
Al otro lado de la playa paso por una gran mansión que, por el pequeño campanario que veo, también debe tener su capilla. Dos torreones encuadran su entrada. Parece como si fuera una fortaleza bien defendida y diseñada por Vauban. No me resisto a pasar sin fotografiarla.

Ya me han dicho dónde hay un banco con cajero automático, así que hacia allí me dirijo. Por la calle en que voy, veo a un hombre con un perro y, al ver el dibujo en el suelo, los fotografío como símbolo de obediencia ciudadana. En el suelo está pintada la figura de un hombre que lleva de la mano a una niña. Parece que lo que quiere indicar es que, en esa carretera que, a falta de acera, delimitan con una raya ancha y blanca, los niños deben ir de la mano de los adultos y por el lado más protegido, el derecho. Sin querer hacer comparaciones odiosas entre un niño y un animal, veo que el hombre que va con un perro atado con correa lo lleva también por el lado derecho. Parece que es mejor que el coche atropelle al hombre que al perro.
Al otro lado de la playa paso por una gran mansión que, por el pequeño campanario que veo, también debe tener su capilla. Dos torreones encuadran su entrada. Parece como si fuera una fortaleza bien defendida y diseñada por Vauban. No me resisto a pasar sin fotografiarla.
Ya me han dicho dónde hay un banco con cajero automático, así que hacia allí me dirijo. Por la calle en que voy, veo a un hombre con un perro y, al ver el dibujo en el suelo, los fotografío como símbolo de obediencia ciudadana. En el suelo está pintada la figura de un hombre que lleva de la mano a una niña. Parece que lo que quiere indicar es que, en esa carretera que, a falta de acera, delimitan con una raya ancha y blanca, los niños deben ir de la mano de los adultos y por el lado más protegido, el derecho. Sin querer hacer comparaciones odiosas entre un niño y un animal, veo que el hombre que va con un perro atado con correa lo lleva también por el lado derecho. Parece que es mejor que el coche atropelle al hombre que al perro.
Antes de sacar dinero,
entro en una farmacia. La farmacéutica me dice que, si ya he
terminado de tomar la medicación recomendada, no debo tomar más.
Agradezco su información y le doy los seis sobres sobrantes. Luego
veo la iglesia de Sainte Bernardette que fotografío por el exterior
y me abstengo de hacerlo por dentro. Para mí tiene poco interés. Lo
único que me sorprende es que, las estaciones del Vía Crucis están
ordenadas, a la izquierda, de atrás a delante y, a la derecha, de
adelante a atrás. Cuando salgo de la iglesia me dirijo al banco para
hacer la gestión bancaria: sacar dinero del cajero automático. Una
mujer me dice que he pasado la zona donde están los bancos. Voy con
intención de sacar dinero en aquel donde me cobren menos comisión.
Retrocedo y veo Oficina de Turismo. La chica que me atiende me dice
que no tiene mapa de la continuación pero, rebuscando, me localiza
un planito en apaisado y al revés del trocito siguiente, hasta
Goulven. También me encuentra otro trocito que va de Goulven a
Plouescat. Me dice que cuando llegue allí pida otro mejor y más
completo de la zona. Por lo menos tengo para terminar el día de hoy,
pues dormiré en Tréflez, ya fuera de mi mapa actual, y para salir
mañana camino de Plouescat. ¡A ver si mañana encuentro algo mejor!
Le pregunto sobre los bancos, y me responde que sólo hay uno. Así
que no podré hacer pesquisas para ver cual es el más barato. Como
no hay más, contigo Tomás. Agradezco la información y los mínimos
mapas obtenidos y me voy. Llego al CMB Credit Mutuel de Bretagne. Ajusto mis gafas para seguir bien las instrucciones. Como ofrece la
opción en español, todo va a ir fácil. Lo que me sorprende es que,
antes de dar la opción confirmación, no me ponga la comisión que
me van a cobrar. Tampoco lo pone en el recibo que sale impreso, donde
figuran los 200 € que he sacado. Me sale fraccionado en 9 de 20 €
y 2 de 10 € y me parece muy bien. Ya me enteraré de la comisión
al llegar y confío en que no sean más de 8 €, que ya me parece un
robo que me quiten tanto por sacar mi dinero. No es ningún crédito. Parece mentira que
estemos en Europa y seamos europeos. Sin salir afuera, organizo el
dinero, distribuyéndolo por mis escondrijos como mejor considero y
regreso a la oficina de Turismo. Quiero que me pongan el sello en mi
diario pero, como no tienen, me da dos pegatinas donde aparece el
nombre de Finisterre en bretón. Los pego en la página del día,
uno, y el otro en el dorso de la portada. Agradecido, me voy.
Despedida de
Brignogan-Plages. Minusválidos en la playa.
Bajo de nuevo por la
calle en que está la farmacia y paso por delante de la iglesia antes
visitada dedicada a Santa Bernardette Souvirous. Así llego a la gran
playa, que también es puerto, y que ya había visto al salir de
comer. Para apreciar su circularidad, habría que hacerlo viendo una
foto aérea o, mejor, subiendo en el helicóptero de ayer tarde.
Cuando llego a la altura donde, en la playa, se solaza un grupo de personas con minusvalía, está a punto de cerrarse el círculo que confirma lo que decía al llegar, pero todavía se ve algo del horizonte marino y que puedo considerar como la bocana. Otro grupo de similares características llega por el paseo. Bajan a la playa, y se juntan con los minusválidos que ya estaban allí. Me parece que son más personas con deficiencia mental que física, aunque en alguno de los casos parece que la física va asociada.
Cuando está finalizando la playa, saco foto de despedida de Brignogan-Plages. Todavía destaca el “clocher” de Bernardette. Muy pocos se bañan en este puerto-playa. Aún puedo sacar otra foto más, aprovechando que un perro caprichoso se ha subido a lo alto de una gran roca. Pareciera que al mastodóntico dodó de Alicia Wonderfull le hubieran puesto una cofia en la cabeza. Me gusta la foto. Es como si me la hubieran preparado a propósito para cuando yo pasara.
Cuando llego a la altura donde, en la playa, se solaza un grupo de personas con minusvalía, está a punto de cerrarse el círculo que confirma lo que decía al llegar, pero todavía se ve algo del horizonte marino y que puedo considerar como la bocana. Otro grupo de similares características llega por el paseo. Bajan a la playa, y se juntan con los minusválidos que ya estaban allí. Me parece que son más personas con deficiencia mental que física, aunque en alguno de los casos parece que la física va asociada.
Cuando está finalizando la playa, saco foto de despedida de Brignogan-Plages. Todavía destaca el “clocher” de Bernardette. Muy pocos se bañan en este puerto-playa. Aún puedo sacar otra foto más, aprovechando que un perro caprichoso se ha subido a lo alto de una gran roca. Pareciera que al mastodóntico dodó de Alicia Wonderfull le hubieran puesto una cofia en la cabeza. Me gusta la foto. Es como si me la hubieran preparado a propósito para cuando yo pasara.
Plounéour-Trez.
Plage de Lividic.
Comienza una larga playa. Ya pertenece a Plounéour-Trez. Un familión de limícolas volanderas me entretiene con sus vuelos de orilla. Van y vienen y con su plumaje blanco en el pecho y gris en el resto, producen un sinfín de cambios de tonos en el paisaje marino.
Comienza una larga playa. Ya pertenece a Plounéour-Trez. Un familión de limícolas volanderas me entretiene con sus vuelos de orilla. Van y vienen y con su plumaje blanco en el pecho y gris en el resto, producen un sinfín de cambios de tonos en el paisaje marino.
A veces aterrizan en la arena de la orilla y corretean, como suelen hacer los correlimos, pero siempre los había visto en grupos más pequeños, a veces en pareja y pocas veces más de quince a la vez. Saco tres fotos y continúo playa adelante. Llego a una zona con rocas. Me da la sensación de que aquí voy a estar muy tranquilo, pues hay dos grandes rocas que me protegen.
La última me tapa y el primer baño me lo doy sin gente a la vista. Para el segundo, debo esperar a que un último grupo definitivamente se vaya. Estoy aproximadamente una hora, hasta que el sol se esconde. Aunque no hace frío. Vuelve a aparecer el sol, pero ya es hora de que me vaya. Es así como me visto y me voy. Pronto se acaba la playa y comienza la zona de marisma. Estoy en la bahía de Goulven.
Iglesia, Calvario y Biblioteca.
Dejo el GR-34, cojo
carretera y me acerco al pueblo de Plounéour-Trez. Llego a la
iglesia, que desde esta posición ofrece un rosetón gótico que no
había visto tan grande como éste hasta ahora.
Pero no es solo la iglesia lo que más destaca, también llaman la atención los importantes edificios del entorno, uno de ellos reconvertido en biblioteca, y el crucero. Un crucero que aquí sí es calvario. Como la iglesia está cerrada, entro en la Biblioteca. Está en edificio aislado y próximo a la iglesia. Albergó dependencias de la misma. La bibliotecaria valora positivamente que los libros y la cultura del pueblo esté en este edificio noble.
Estoy un rato hablando con ella, pero ya es hora de que piense dónde dormir y abandono el lugar. Pregunto a un joven por donde debo salir para ir hacia Goulven pero, entre que yo parece que no lo pronuncio bien, y que él no quiere hacer mucho esfuerzo por querer entender, y aunque me manda correctamente hacia Lesneven, pues Goulven está de camino, no percibo fiabilidad en su respuesta y no estaré tranquilo hasta que otra chica me lo confirma.
Pero no es solo la iglesia lo que más destaca, también llaman la atención los importantes edificios del entorno, uno de ellos reconvertido en biblioteca, y el crucero. Un crucero que aquí sí es calvario. Como la iglesia está cerrada, entro en la Biblioteca. Está en edificio aislado y próximo a la iglesia. Albergó dependencias de la misma. La bibliotecaria valora positivamente que los libros y la cultura del pueblo esté en este edificio noble.
Estoy un rato hablando con ella, pero ya es hora de que piense dónde dormir y abandono el lugar. Pregunto a un joven por donde debo salir para ir hacia Goulven pero, entre que yo parece que no lo pronuncio bien, y que él no quiere hacer mucho esfuerzo por querer entender, y aunque me manda correctamente hacia Lesneven, pues Goulven está de camino, no percibo fiabilidad en su respuesta y no estaré tranquilo hasta que otra chica me lo confirma.
Rodeando la Baie de
Goulven. Iglesia.
Toda la bahía de
Goulven la rodeo por carretera. El espacio entre carretera y mar está
repleto de plantas propias de marisma. El mar está alejado y sólo
veo un hilillo de la bahía. Enseguida me acerco a la iglesia pero,
como la torre es muy alta, no me arrimo mucho para que pueda salir en
la foto la cúspide del campanario. Lo malo es que árboles y
arbustos no me dejan verla en plenitud.

Luego, ya más próximo a ella, me va a ser imposible fotografiarla entera. Me tendré que conformar con lo que he obtenido. Me gusta esta torre, pues ofrece toda su filigrana en la base del pináculo, que también presenta multitud de recovecos. Anuncian una exposición, pero ya está cerrada. Son casi las siete y media de la tarde y la exposición la han cerrado a las seis.

Va a ser mi última foto de la jornada. No sé por qué no saco ninguna en el camping. Al salir del recinto de la iglesia, veo un indicador de distancia con Plouescat a 10 Km. Pienso que, si cojo buena marcha, podré estar allí para las nueve. Pero en el camino veo anuncio de Camping Municipal, así que voy a intentar quedarme allí.
Luego, ya más próximo a ella, me va a ser imposible fotografiarla entera. Me tendré que conformar con lo que he obtenido. Me gusta esta torre, pues ofrece toda su filigrana en la base del pináculo, que también presenta multitud de recovecos. Anuncian una exposición, pero ya está cerrada. Son casi las siete y media de la tarde y la exposición la han cerrado a las seis.
Va a ser mi última foto de la jornada. No sé por qué no saco ninguna en el camping. Al salir del recinto de la iglesia, veo un indicador de distancia con Plouescat a 10 Km. Pienso que, si cojo buena marcha, podré estar allí para las nueve. Pero en el camino veo anuncio de Camping Municipal, así que voy a intentar quedarme allí.
Camping Municipal de Tréflez. Terre et Mer.
Me aventuro, y entro en
el camping Tierra y Mar. Acaba de llegar una chica con su
auto-caravana, espera en el accueill, recepción, y se desespera porque nadie le
atiende. Yo voy hacia el bar y pregunto a un hombre que viene de allí
si tienen restaurante. Me dice que él es el recepcionista, pero en
ese momento le llaman al móvil. A la chica desesperada de la
autocaravana le digo que el señor que habla por el móvil es el
responsable del accueill. Pero antes que ella, yo le tomo la
delantera. Digo al encargado que quiero dormir allí pero que no
tengo tienda. Me dice que en recepción no puedo dormir porque ahí
está todo el equipo informático. Le pregunto si puedo dormir fuera,
puesto que tiene una tejavana y puedo dormir a cubierto, y me da su
conformidad. Al menos ya he resuelto el problema del dormir. Ahora
debo resolver el de cenar. Me voy y atiende a la chica. En el bar no
hay restaurante, pero sí venden cosas. Compro un pan, una lata de
sardinas y una terrina de paté de “volaille” (ave). También un
brick de un litro de mosto rojo. Me encapricho de un mejunje que
beben los de la mesa de al lado: “Que viva España”, me dicen. Va
a ser mi primer alcohol tras finalizar mi tratamiento antibiótico.
Se trata de vino blanco con algún aromático de sabor a cereza y a
algo más; bastante malo, por cierto, pero a los franceses les hace
nublar la vista, y alguno está con sus niños. Me parece un
irresponsable y un mal ejemplo, pero parece que en este camping es la
única diversión. He pagado 8,40 € por la compra que va a ser mi
cena. Otro adulto, que está con su melopea, me ofrece una tienda que
tiene vacía y yo la acepto. Me dice que, cuando termine de cenar, me
la enseñará. Pero parece ser que los otros que están con él no
están de acuerdo en que me la deje. No logro saber las razones.
Quizás llegue más tarde el que la iba a usar y ellos no pierden la
esperanza, aunque el embriagado ya la ha perdido. La esperanza y el
juicio. Como no quiero pelea entre ellos, que luego me pueda salpicar, les digo que ya dormiré
donde me ha dicho el de recepción. Que ahora me ofrece también la
posibilidad de dormir en lugar cerrado, donde están instaladas las
lavadoras. A estas horas ya nadie lava. A última hora decidiré en
cual de los dos sitios duermo. De momento, ceno y escribo. Una mujer
mayorcita se ha acercado a mi mesa y me echa miraditas. El resto está
a deseo de que yo entre en el juego de la mujer. De vez en cuando
vuelven con la canción “Que viva España” y, a ratos, entonan
sus cantos guerreros bretones. Una de las mujeres, la más ordinaria,
me hace señas como si deseara que me fuera a dormir con la viejilla
y hace gestos de follar. Le digo, “oublie faire l’amour”. que
ya se me ha olvidado hacer el amor, y se ríen. Todos dicen que el
mosto de “raisin” (pasas), que estoy bebiendo, es malo. Se ve que
ellos prefieren la mierda que beben y que a mí no me ha gustado
nada. Finalmente la viejilla se ha negado a dejarme la tienda que
me ofrecía el borrachín. Aunque se empeña, me niego a acompañar a éste para ver la
tienda. No me importa que se enfade. Peor para él. A las 21:20
horas, todo el mundo desaparece de la terraza, porque cierran el bar.
Las mujeres también se levantan bastante bebidas. Se tambalean. La más ordinaria,
se ha sentado a mi lado para decirme cómo llegar a Goulven, también
el que está más borracho, con sus ojos sanguinolentos por el
alcohol. No escuchan e insisten. Ya les he dicho que vengo de allí.
Les digo que lo que necesito es un plano para la continuación a
partir de Plouescat. El bar lo cierran con verja corredera, pero los
clientes podrían haber seguido tranquilamente en sus mesas que, como
la mía, está fuera, en la terraza. Yo sigo allí, escribiendo. Como
hace frío, me he puesto el jersey ligero de rayas. Un hombre que
había estado manipulando su ordenador portatil, se acerca ahora a la
lavandería para recoger su colada. Ya ha finalizado su circuito de
lavado y se la lleva en una bolsa para tender en su zona. Le saludo
al pasar. La lavandería está junto a la terraza en que escribo.
También está allí fuera el teléfono público.
Mi hermosa
lavandería.
A las 22:10 horas,
cierro el diario y voy a buscar un retrete para orinar. Paso y echo
un vistazo a la lavandería. Hay tres lavadoras y una parte está
humedecida por el reguero de agua de alguna de ellas, pero hay
suficiente espacio seco como para que pueda extender mi cama con
holgura. En el retrete echo una meada copiosa. Debo vaciar mi vejiga
del litro de mosto que me he bebido, con el brebaje malísimo que he
añadido. En el edificio contiguo, unos chavales ponen una música
rapera. Cuando salgo, meneo mi cuerpo gentil siguiendo su ritmo. En
otro entorno, come y bebe un grupo de negros. Regreso a mi hermosa
lavandería y organizo mi cama. La hago como suele ser habitual y hoy
me esmero para que la almohada sea cómoda. Sólo me levanto una vez
a orinar, pero no voy hasta el retrete, que queda algo alejado y no
quiero orinarme por el camino, y meo en un seto cercano. A lo largo
de la noche, me he despertado una vez con una pesadilla y mi propio
ronquido. Creo que no ha llovido en toda la noche. Las lavadoras, que
durante la noche permanecen paradas, como han trabajado por el día,
ahora sus motores rezuman un calorcito que se agradece. Hoy no he
vistos ni estrellas, ni la luna, ni la Osa Mayor.
Balance del
día San Ignacio.
No me he podido
despedir de los benefactores de ayer, pero salgo contento del lugar
donde he dormido. Me ha gustado el asador de patatas que he visto en
el mercadillo. El camino ha sido muy variado con cantidad de grandes
rocas de formas caprichosas. También han estado bien los dos baños
que me he dado. Mejor el segundo de la mañana que el primero. Habría
sido muy distinto el recorrido si la marea hubiera estado alta. Me he
bañado mejor por la tarde. Las dos comidas del día han sido algo
frugales, de las de no disfrutar, pero al menos me han alimentado. Lo
más bonito ha sido la Chapelle Pol y su entorno, pero también me ha
gustado la torre de la iglesia de Goulven y la más grande, con sus
edificios auxiliares, su biblioteca y su calvario, de Plounéour-Trez.
La falsa casa de las rocas de Menehan y los dos animales que he
visto: el cabrón mal-encarado de Neiz Vran y el perro acróbata sobre
la roca de Brignogan-Plages. Por fin he acabado de medicarme y avanzo
con la sensación de que el antibiótico a sido eficaz. Tengo dinero efectivo de nuevo. Bien por la dormida gratis en el camping Tierra y Mar.
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