martes, 8 de marzo de 2016

Etapa 55 (346) Tréflez-Santec


Etapa 55 (346). 01 de agosto de 2012, miércoles.
Tréflez-Dunes de Keremma-Baie du Kernic-Plouescat-Mogueriec-Sibiril-Santec.


Hoy voy a pasar por dos espacios destacados, la Baie du Kernic y la Côte des Sables. En Santec tendré la fortuna de cara y una pareja me deja dormir en un edificio auxiliar que tienen en el jardín de su casa, con retrete, ducha y espacio para montar mi cama.




Amanecer en Mar y Tierra.
Este es el nombre del camping municipal de Tréflez en cuya lavandería he dormido. Me despierto a las 6:30 horas. Cuando he vuelto de orinar, inflo soplando la colchoneta, y se hace un globo en la parte estropeada pero, durante un rato, se mantiene más mullida. Durará poco tiempo. Nadie se mueve en el camping. Ahora tampoco me va a dar tiempo de llegar al retrete y orino junto a la palmera que está al lado derecho del bar. ¡Lo siento! Ni siquiera voy a los servicios. Recojo todo, me visto y, para las 6:45 horas ya estoy en marcha.
 

Fotografío el entorno donde ayer pasé el mayor tiempo: el bar, la cabina telefónica, que no usé y la lavandería donde he dormido. Salgo por donde llegué. Paso por recepción, el otro lugar ofrecido para dormir. Está a cubierto, pero habría pasado más frío. Fotografío el accueill por la coincidencia con el intento de salir el sol entre nubes. Las nubes toman un color rosado precioso. Será una de las fotos bonitas de hoy. Cuando estoy cogiendo ya la carretera hacia Plouescat, sale del camping un coche en dirección a Goulven, una dirección opuesta a la mía. Me da la impresión de que por carretera voy a llegar demasiado pronto a Plouescat y encontrarme todo cerrado para desayunar. Como no quiero perderme las dunas que ofrece la costa, me dirijo hacia allí.


Dunes de Keremma.
Estas dunas están entre la bahía de Goulven, por la que pasé ayer aunque por el otro lado, y la bahía de Kernic, por la que pasaré más tarde. Enseguida llego a la playa de Keremma. Luego me dirá la chica de turismo que está oficialmente declarada como nudista. A estas horas son nudistas todas, pero no hace el calorcito que yo necesito para estar desnudo. Así que va a ser otra playa nudista desaprovechada. Sin acordarme de la bahía de Kernic, veo unas casas al fondo y creo que pueden ser del Plouescat costero y que luego me obligará a subir al burgo.
 
Estoy equivocado porque tendré que salir de esta playa y dunas, y volver a la carretera si quiero entrar en el pueblo. Desde la playa veo cómo aquí también se forman puertos naturales con rocas llamativas en el mar y en la tierra. Muchas embarcaciones están como en un remanso de mar tranquilo. Al otro lado de la duna consolidada, encuentro una capilla. Está cerrada. Sus dos puertas están por el lado de tierra. Un hombre viene con dos perrazos, uno de 2 y el otro de 4 años y me indica el lugar en el que puedo encontrar la primera señal roji-blanca.


Vista la señal, regreso al lugar en el momento en que el hombre con sus dos perros van a montar en su coche. El camino va por detrás de la duna y no veo el mar, así que, en la primera ocasión me subo a la cresta. Vuelvo de nuevo a ver el mar. En la cima de la duna, vuelvo a encontrar rocas caprichosas, del mismo tipo que las que se ven en el mar. Parece que algún forzudo y caprichoso se ha permitido el lujo de montar unas piedras sobre otras. Por tanto, el camino es mullido y el paisaje tiene su encanto, aunque no sean las rocas tan espectaculares como las de la Ciudad Encantada de Cuenca.

Playa de Keremma. 
Encuentro con Rousseau.
Bajo de nuevo a la arena húmeda y continúo caminando por la orilla. Con arena firme se camina muy bien y se avanza mucho. Ya ha comenzado la bajamar. Voy sin descalzarme. En la primera foto que saco ahora, el sol, que está escondido tras las nubes, manda sus rayos hacia el mar, creando una luminosidad extraña que, en la segunda crea un mayor contraste.


Esta será mi segunda foto más bonita de la jornada. Ya se aprecia a lo lejos el campanario de la iglesia de Plouescat. Una lancha sale a faenar al mar y la fotografío con una de esas rocas que son islotes en alta mar. Son cuatro los tripulantes de la motora. Vogan muy cerca de la orilla. Una bandada de correlimos, menor que la de ayer, revolotea y da un rodeo. Voy enmimismado con el espectáculo y ni me entero de hacia donde me dirijo. Sólo tengo voluntad de seguir playa adelante.
 

Tengo la suerte de que, al llegar a una hilera de piedras colocadas artificialmente, perpendiculares de la duna a la orilla, aparece también, pero por el lado contrario, un ciclista que, debido a las piedras, no le queda más remedio que descender de la bici para pasarlas. Aprovecho para preguntarle.
 
Me dice que estoy en el lugar idóneo para salir de la playa y coger camino hacia el interior y que me llevará a la carretera hacia Plouescat. Me dice que él proviene de vascos, que se remontan a 1823 en el árbol genealógico y de apellido Rousseau. No creo que Rouseau fuera un apellido vasco, aunque no me importaría nada que Juan Jacobo lo hubiese sido. Tendríamos una gloria nacional. Quedó claro que Clemente tampoco lo es, según “Ocho apellidos…” y se considera una gloria futbolística. Es probable que  no haya entendido bien al ciclista lo que me ha contado. Puede que él se apellide Rousseau, pero alguno de sus otros apellidos sea vasco, aunque él no sepa cuál. La conversación ha sido corta, ¡menos mal!, pero lo importante ha sido la información. Así no ando en balde.

Baie du Kernic.
De haber seguido por la playa, más tarde habría tenido que retroceder. Le agradezco su información y me voy por donde él me dice. Para las ocho ya he llegado a un canal que pasa por debajo de un edificio que me hace pensar en que fuera un antiguo molino que molía grano por tracción fluvial. Su construcción es recia y austera. Sólo destaca una ventana en lo alto, en espacio interior achaflanado, como de buhardilla. También es recio el puente bajo por el que pasa el canal fluvial.
 
A pesar del cable, que no voy a eliminar puesto que le pertenece, es otra foto de la que estoy satisfecho. Estoy paseando muy cerca de la bahía de Kernic, pero no consigo verla a mi gusto. Me tengo que meter en espacio privado para poder obtener una instantánea de la misma, con un mínimo de calidad.
 

La foto ofrece la bocana de salida al mar y a la izquierda, la playa a la que hubiera llegado de no haberme encontrado con el hombre orientador. Después me habría encontrado con toda la marisma y dar marcha atrás. Pronto salgo a la carretera y me encuentro con una panorámica de Plouescat.
 
Enseguida pasa lento y pesado un camión de labranza. El conductor abre la puerta y me saluda. Es el hombre de los dos grandes perros. Por detrás, otro camión que lleva prisa, lo adelanta y se mete en mi arcén. Si llega a ser un poco más tarde, me habría llevado por delante. Me ha parecido un imprudente y me congratulo de seguir vivo.



Plouescat. Desayuno en Tabac.
Antes de llegar a la rotonda me encuentro, y lo debo atravesar, otro canal que va a parar a la bahía de Kernic. Pronto llego a la rotonda. Me da dos opciones. Una es entrar en Plouescat y la otra seguir hacia Saint Pol de Léon o ir a Roscoff. Así que ya sé la dirección que debo coger al regreso del desayuno. En la “ronde-point”, rotonda, ondean cuatro banderas: la europea, la francesa, la bretona y la de Plouescat. Las justas y necesarias. ¿Sirven para algo las banderas? La ikurriña sirvió para darnos muchos disgustos. Supongo que, como ella, las demás también hasta que se consolidaron como símbolos de poder. 


Aparece de nuevo el camionero de los perros y me vuelve a saludar, ya en su regreso. Son las nueve menos cuarto cuando empiezo a ascender hacia el pueblo. La circulación está bien delimitada. En cuanto a los ciclistas, bien dibujados por dónde deben ir los que ascienden y los que descienden. Los peatones debemos ir por la acera del otro lado. La carretera es amplia y de doble dirección. Todos contentos. En un cuarto de hora he llegado de la rotonda al pueblo. Entro en el primer Tabac que encuentro, aunque aquí ya tienen croissant y no debo hacer mi juego favorito, ir a la panadería. Con el café y leche ya bebido, ¡qué bien!, ¡sin tener que tomar medicina! Y pagado los 2,30 €, pregunto si puedo dejar allí mi mochila y acercarme a la oficina de Turismo para conseguir un mapa.
 



Me dicen que sí. Al acercarme a la iglesia veo un edificio precioso, que me dicen que es Les Halles, que según tengo entendido significa Mercado de abastos, pero me aseguran que es una escuela, la primera construida en Francia en el siglo XVI. Como he venido sin cámara, no la puedo fotografiar. Lo haré luego.




Oficina de Turismo.
La chica que me atiende me echa el tampón en mi diario. En él, además del nombre del pueblo aparece la frase: “Roscoff, Côte des Sables Enclos Paroissiaux” que se podría traducir por Roscoff, pueblo al que llegaré mañana, “Costa de Arenas Cercado Parroquial”. Me resisto a quedarme con lo de parroquial después de ver tanta costa rocosa. Yo diría que es una costa de arena y roca, pero doctores tiene la Santa Madre Iglesia.


Más que el sello, lo que me interesa es el mapa que me da, que abarca desde Goulven hasta Plestin-les-Grèves, donde ya se acaba Haut Finisterre y con él finalizo el Finisterre francés que comencé en Le Pouldu, “in illo témpore”. Como quiero visitar la isla de Baz, me quedan aún, con la de hoy, cinco jornadas para conseguirlo y llegar a Côte d’Armor. Además me da otro con la continuación hasta Dinan/Dinar. Me confirma que en Morlaix hay un albergue precioso. Lástima que haya que descender tan al interior obligado por la geografía de la bahía de Morlaix y de que los bretones no construyan los puentes que serían necesarios con otra mentalidad más práctica y menos preservadora del paisaje y que luego, como en Morlaix precisamente, permiten construir un monstruo elevado de autopista que si para ellos no supone impacto ambiental, que venga Dios y lo vea. Me dice que de Mogueriec sólo sale un barco mañana a las 9:45 horas para Île de Baz, que está completo, y me da los horarios de los que salen de Roscoff. Hoy no llegaré allí. Agradezco mapas e información. Con todo, regreso al bar y me dedico a organizar. Recorto mapas, retiro los que ya no necesito, como el general de Bretaña y el de todo Finisterre. Aún me falta el de Dinan a Mont Saint Michel.
 

Son las once y media cuando aún estoy escribiendo y voy a mandar postales a Luisa, Carlos Janeiro, Vera y Luchy. Como me dan las doce escribiéndolas, decido comer en este pueblo.

Les Halles y la catedral.
Con los bártulos encima, retorno a Turismo. La chica me dice que tengo buzón pasado Les Halles. Echo las postales. Doy un paseo fotográfico donde contemplo la iglesia y Les Halles.
 
Lo que más me interesa es todo el entramado de madera que sustenta el tejado del edificio. No sé si la parte baja era habilitada como escuela, o sólo la alta. Así la parte baja serviría para aislar del frío de los bloques de piedra. Yo creo que si lo llaman Les Halles, aunque inicialmente fuera escuela, después fue utilizado como Mercado de Abastos. Entonces sería más útil la parte baja que la alta. Nadie me lo aclara. Cuatro fotos, creo que son suficientes para ilustrar lo que digo.

Le Bistro des Halles.
Veo menú asequible en Le Bistro des Halles. Como una loncha de surimi con acompañamiento de verduras ricas, y musaka, que me parece poca cantidad. Es como un flan. Pero con las verduras, el tomate y que me como las dos rebanadas de pan, resulta más que suficiente. Una cerveza. De postre, un pastelito de frutos rojos y salsa del mismo color y un descafeinado con leche. Asciende todo a 15,50 € que pago con Visa. Todo perfecto.
 
He quedado satisfecho y vuelvo al Tabac donde me lo habían recomendado. Ya se ha ido la chica pero el hombre, igualmente, agradece mi agradecimiento.

Despedida de Plouescat. 
Visita a la iglesia.
Vuelvo a la plaza y saco foto de un trozo de Les Halles y de unas preciosas casas de la misma plaza, para que se vea que además de la iglesia también hay gentes que habitan en el lugar y otros restaurantes, además del que he elegido.
 

Entro en la iglesia. Es grande, con una amplia nave central y dos laterales, pero cuyo altar no me interesa lo más mínimo. Por ello saco foto hacia el coro alto y su órgano, que es la zona que más me gusta. Es luminosa y no veo santos conocidos ni por conocer. Otra vez me llama la atención un confesionario. Como si no hubiese acabado harto de confesiones en mi época de colegial y hasta poco antes de casarme. Me gusta su talla. Me parece una buena ebanistería.

Encuentro con Bart.
Traducido al castellano, equivale o es un diminutivo de Bartolomé. Me viene al recuerdo Bartolomeu Lourenço, aquel personaje histórico que José Saramago recreaba en su Memorial del Convento, un hombre que fue perseguido porque intentaba volar. Sería hoy el santo patrón de la aviación y de todos los amantes de volar en ala delta y parapente. Pero Bart no vuela. Al menos hoy. Bart es un joven belga que ayer llegó a Roscoff. Camina desde su país con intención de llegar hasta Brest. Me sorprende cuando me dice que no conoce el GR-34 pero, al explicale cuál es el sistema de señalización, comprendo que sí lo conoce. Se ha levantado mucho viento, y nos parapetamos tras un edificio que nos lo quita. Busca sitio para comer y le digo que he comido bien y barato, pero lo que es barato para mí, para él no es igual. 11 € le parece caro, para su poderío económico. ¡Cómo son de relativas las apreciaciones! Parece que está haciendo un viaje de mínimos y no puede gastarse en comer tanto como yo. Es joven y puede permitírselo. Empieza a lloviznar y no le puedo dar algún dato más que le pudiera venir bien para lo que le queda de aquí a Brest. Tampoco sabe muy bien las razones por las que se ha metido en Plouescat. Le digo que vea Les Halles y nos despedimos. Cada uno va haciendo su camino y, en este momento, a la inversa. No me da tiempo a decirle que salí del País Vasco con intención de llegar a los Países Bajos, ni que ya no avanzaré mucho más. Adiós Bart. ¡Suerte!

Pors-Meur y Pors-Guen. Kenavó.
La lluvia rara bretona, empieza suave, se va animando y acaba repentinamente. Ya estoy cerca del cruce y voy atento, poniendo los cinco sentidos en lo que hago, para que no me equivoque y pase al lado Sudoeste de la Baie du Kernic. Por este temor, quizás me haya escorado demasiado hacia la derecha, hacia el Este, y ahora debo retroceder para coger bien la costa por la playa de Pors-Meur. Un hombre que recoge lechugas, las corta y las coloca en cajas, de seis en seis, me saluda, me enseña la hermosura de su cosecha. Me dice que todo lo que han recogido hoy de tomate, patata y otras verduras, ya las han vendido en el mercado, y me despide diciendo: “kenavó”, que es como “au revoir”, en francés, o adiós, en castellano. Ya me habia enseñado Gwenolé esta palabra bretona. Cuando vea el siguiente menhir, el de Cam Louis, asociaré la expresión a él, para aprenderme la despedida bretona, y pensaré: “¡Qué nabo!” o habría que decir mejor: “¡Qué pedazo nabo!”. Luego llegaremos, lo veréis, y me diréis si tengo o no razón. No llegaré a asomarme a la bahía de Kernic. Después llega la mujer del agricultor y se repite el rito de despedida. “Kenavó”, decimos a tres voces.


Roc’h Men Goubars.
He salido de la zona de horticultura y he ido hacia el Norte, hacia el mar y tengo dudas de si he pasado o no por Pors-Meur. Como no me he fijado en ningún puerto, es probable que tampoco haya pasado por Pors-Guen, pero el caso es que ya estoy en la costa de nuevo. Ahora sí que nos vamos a detener en el siguiente conjunto rocoso. Lo denominan Roc’h Men Goubars.
 

A mi me parece impactante cuando lo veo de frente, desde el lado de la costa, pero aún lo es más visto del lateral. La roca más elevada, se apoya en una parte central mínima y da la impresión de que pronto se deslizará hacia el mar. ¿Me enteraré cuando se produzca tal fenómeno? ¿Será noticia que trascienda lo local? He sacado dos instantáneas para que apreciéis esta roca como yo, vuestro guía en este camino tan especial al que me estáis acompañando.

Forn para la fermentación 
y secadero de algas.
Muy cerca de la roca de la que os acabo de hablar, me encuentro a un grupo que está excavando una antigua instalación, a ras de tierra, que servía como pudridero de algas. Allí fermentaban, se les extraía el yodo y luego se secaban al sol. En la foto, como lo que me interesa es que veáis el trabajo que están haciendo, me despreocupo de la línea que me ofrece el horizonte marino y os lo presento así, como lo veis, torcido.
 

Un hombre dirige el trabajo de limpieza del antiguo y pequeño silo, y un grupo de cuatro jóvenes, tres chicas y un chico, voluntarios, lo materializan. Como yo, otros curiosos, también miran. ¿Serán familiares de los jóvenes? Se ve que los que trabajan han llegado allí en coche, pues uno está aparcado al borde del mar. Lo que me sorprende es que me digan que no es un trabajo arqueológico, entonces, ¿de qué es? Quizás sea porque no está dirigido, ni documentado, por un equipo científico. Los jóvenes que limpian la zanja, parecen amateurs. También me dicen que, tras extraerles el yodo, las algas ya secas se empleaban para hacer fuego. Más tarde veré otro yacimiento similar, que ya fue recuperado hace tiempo.

Menhir de Cam Louis.
Por el lugar donde estoy viendo el menhir en el mapa, pienso que debo estar ya muy cerca. Quizás sea por eso que se me va a hacer eterno llegar a él. Media hora que parece un año. “¡Xagerau!” La costa continúa rocosa y, hacia el Este, no veo ni rastro de menhir. Después de otro conjunto de rocas, casi tan espectaculares como la de Roc’h Men Goubars, ya lo contemplo a lo lejos. Aquí lo tenéis. Podéis ensayar la despedida, y decir: “¡Kenavó!”. Yo creo que el nuevo mapa me está liando, pues en la costa aparecen unos nombres que no coinciden con la realidad.
 

Sin haber perdido de vista el menhir, me encuentro una playa que también es puerto natural, donde están ancladas pequeñas embarcaciones y que me dicen que se trata de Poulennou y este puerto aparece en mi mapa mucho más alejado. O me engañaron o esto no encaja. El nombre de Poulennou, me hace recordar a nuestro Poble Nou del Delta, en el delta del Ebro, pues me dijeron que Poule equivale a Ker y que significa poblado de casas, y traducir Nou por nuevo, tampoco es que sea descabellado. En cualquier caso aquí quedan planteadas mis dudas. Luego entramos en poblados que ya dejan de pertenecer a Plouescat y pasan a ser de la commune de Cléder. A su costa la llaman salvaje. Y lo es, pues el mar azota las rocas pero, así como llamaban a la costa de la península de Quiberon, en la zona de Saint Pierre, donde toda ella era muy rocosa, aquí aparecen playas donde menos te lo esperas.

Forn de Goémon.
Me encuentro con el otro horno para la fermentación de algas, del que ya os había adelantado algo. Este ya fue recuperado hace tiempo y hasta hay una placa explicativa de todo lo que ya os he contado antes, cuando pregunté a los que lo estaban recuperando y, quizás también, reconstruyendo. Como este horno ya fue recuperado hace tiempo, ahora se ha visto nuevamente cubierto por la hierba y, quizás, requiera otra fase de limpieza. ¿O es suficiente con verlo así? A mí, me basta y me sobra. Puesto que ya no va a ser de utilidad, mejor sería no gastar más tiempo, ni dinero. Para lo que yo uso el yodo, me basta con ir a la farmacia y comprar “Betadine”, que supongo seguirá siendo extraído de las algas marinas. ¿O no? Vaya usted a saber. La química hace milagros y proviene de la alquimia. Con todo, me gustaría oír otras voces, otras opiniones.


Chalotas envenedas.
El GR-34 va alternando costa, playas y plantaciones. Así, en uno de esos entrantes, donde el camino cambia de perspectiva y ya ha dejado de ofrecer su lado marítimo, veo escardada y con las cebollas colocadas en la parte alta de los surcos, como si se estuvieran secando al sol, una cosecha de “échalot”, a la que sin hacer demasiado esfuerzo en la traducción, nosotros llamamos cebolla chalota y que la suelen ofrecer en los restaurantes como complemento de platos de carne. Están tan a mano, y son tan apetecibles, que dan ganas de llevarse alguna. No seré yo quien lo haga, pues no tengo dónde cocinarlas. Enseguida veo un cartel que pone “Danger” e intenta disuadir a los ladrones. Dice que estas échalotes han sido tratadas por error con carbonato de metilo. No son aptas para el consumo.

Poulfoën, Kerfissien y otras playas.
El tiempo es cambiante. Lo mismo está cubierto por nubes amenazantes que se va despejando casi en su totalidad. Algunas veces el sol penetra entre los resquicios que le dejan las nubes e ilumina playas que, de esa forma, ganan en belleza.
 

Unas playas son largas y no tienen obstáculos, otras ofrecen entre sus rocas espacios para puertos naturales. Esta va a ser la tónica del paisaje que voy a ver a continuación, hasta que la geografía me obligue de nuevo a meterme por el interior.


Aunque me parecen puertos naturales, llego a uno en que está muy bien delimitado un espacio, junto a la arena de la orilla, que parece una piscina, que también podría ser una trampa atrapa-peces, y que dudo mucho de que se haya producido sin intervención de la mano del hombre. Aunque dicen que la naturaleza es muy sabia, demasiada perfección me parece.
 

Unos niños juegan sobre el pretil de rocas sueltas. Yo voy hacia la playa del fondo, iluminada por el sol, con intención de darme un baño. Cuando estoy pasando por el camino que va por arriba, el cielo se está despejando y cuando llegue a la que quiero, ya se habrá despejado del todo y podré darme un baño y tomar el sol en bolas.
 

Estoy allí algo más de media hora. El sol pega y se está muy bien, pero no me baño porque la entrada al agua es de piedras.

De costa de Cléder a la se Sibiril.
Tras el secado al sol, llego a otro de los puertos naturales, con embarcaciones en el muelle.
 

También han llegado dos motoristas en una moto y un ciclista. Este puerto es buen refugio, ya que además de tener protegidos los laterales, unas rocas frenan la embestida de las olas que vienen frontales.



En la foto se ve perfectamente cómo salta la ola al chocar contra ellas. La costa que viene a continuación se ajusta mejor al nombre de salvaje. Las rocas ofrecen recovecos y ventanales. Al fondo ya se ve la costa que asciende hacia el Norte. Esa costa ya pertenece a las islas de Siek y a la de Batz.


 

Siguiendo el esquema que os he trazado, ahora de nuevo llego a una playa menos solitaria que en la que me he bañado.

Por la parte de detrás de la playa, el camino me va a ofrecer un embudo. Se podría decir que me va a obligar a pasar por el aro. Es así como llego a plantaciones de alcachofas.








Plantaciones de “artichaut”.
Estas alcachofas son de un tamaño muy superior a las que habitualmente conocemos con el nombre de alcachofas de Tudela.
 
Un tractor y su conductor están haciendo trabajos de escarda. Parece que todo ha sido plantado a la medida, ya que sus enormes ruedas no dañan las plantas y, como mucho, pisan las puntas extremas de las hojas y, ¡jamás!, el fruto. Estas alcachofas todavía no han alcanzado el crecimiento suficiente como para ser cortadas, pero tendremos ocasión, más adelante, de ver otra plantación donde se puede apreciar su gran tamaño. Entre las primeras y éstas, no he tardado ni un cuarto de hora. Estarán distantes un kilómetro, aproximadamente.


Port Neu.
Llegando a Port Neu, el camino se mete de nuevo hacia el interior.



Una mujer me dice que la carretera sigue adelante, pero yo veo que la señal rodea el seto de una propiedad privada.
 

La playa de este puerto, que para ser Nuevo debiera escribirse “Neuf”, es pequeña y no demasiado limpia. Un padre, desde el lado derecho de este río o entrante de mar, yo todavía estoy en el lado de Cléder, llama a su hijo que voga en piragua. Es el padre quien me dice que estoy en Cléder y que cuando pase al otro lado, estaré en Sibiril.
 

Saco foto en el momento en que estoy entre Pinto y Valdemoro. ¿Dirán los franceses “estoy entre Cléder y Siribil” para significar lo mismo? Cuando estoy al otro lado, veo el indicador de Port de Mogueriec. Avanzo por el lado Este y saco foto hacia el puerto propiamente dicho, donde están las embarcaciones y, a medida que avanzo, una tercera con los barcos y la bocana.
 


Voy hasta la bocana y no veo embarcadero alguno, así que pienso que éste no puede ser el puerto de Mogueriec, donde dicen que sale un barco para la isla de Batz. Superada la bocana del Port Neu, veo que hay una playa, tranquila, solitaria y con sol, pero la entrada al mar ofrece piedras y rocas y el oleaje se presenta con mucha fuerza, así que sigo adelante.



Anse du Guillec.
La costa se vuelve ruda y rocosa. Nos vamos acercando a la zona alta de la Côte des Sables, donde ya están las islas de Sieck y de Batz. El mar sigue potente. De nuevo zona de hierbas y a lo lejos otra nueva playa con casas hacia el interior. Iré rodeando esta playa y, cuando llegue a las rocas del final de la bocana, podremos comprobar el ímpetu del mar.
 



Un joven, confiado en que la gran roca le va a proteger de la mojadura, permanece impertérrito observando cómo salta la ola y se descompone en infinitésimas partículas líquidas.



Yo, al verle a él tan tranquilo, también paso confiado. El sendero sigue siendo precioso. Las casas de la siguiente foto, con el final del muelle del puerto, me confirman que estoy llegando a Mogueriec.






Port de Mogueriec.
Pero leo Port Pain. Es muy probable que el puerto al que llego sea el de Mogueriec. A la pregunta que hago a un hombre sobre la vista bonita que estoy viendo, probablemente porque lo he pronunciado mal, él me contesta con otra en la que mezcla los verbos “voir” (ver) y “boir” (beber). No pretendo beberme la vista, así que, ante tanta confusión, me voy en dirección al faro verde y blanco de la bocana portuaria.

Sea Port Pain o Port Mogueriec, en éste ya se ven amarrados tres grandes barcos. Ahora ya no me va a quedar más remedio que abandonar la costa y meterme hacia el interior, hasta que no supere este mar que profundiza hacia adentro, pasando por tierras roturadas prestas para recibir la semilla o la planta que dará lugar a nuevas cosechas. Ya desde el interior saco una foto hacia el puerto, donde se ve uno de los barcos grandes de los que he hablado.
 
El GR-34 me va a llevar un rato hacia Sibiril y otro rato hacia Santec, donde finalizará mi jornada.

Château de Kerouzéré.
Paso por una de esas tierras roturadas y preparadas para la siembra, donde se aprecia mi alejamiento del mar.
 
Por el entrante de mar avanza una motora, cuyo ruido llega hasta donde estoy. Llego a un bosque que está dentro de una muralla que, a ratos, está semi-derruida. No es un bosque limpio, sino con maraña de arbusto y matorral. Hay una entrada sin verja y veo un camino que pienso me puede llevar al castillo anunciado, pero como no veo ningún indicador, avanzo unos cien metros, pero desisto.
 

El camino penetra en otra inmensidad boscosa y no me anima a seguir. Si supiera que el castillo está cerca, iría. En la explanada ya han recogido la hierba y se ofrece empaquetada en rodillos perfectos en dos filas, y apilados en una tercera sobre los dos de abajo, los restantes. Sin ver el castillo anunciado en el mapa, me voy alejando en dirección a Sibiril, aunque ya he estado en su parte costera. Enfrente hay una granja con efervescencia de ruidos de motores y de animales, pero no consigo ver a nadie para que me pueda orientar. Pudiera ser la hora de ordeñar las vacas.

Sibiril.
No sé si en realidad he llegado a salir de Sibiril, pero el caso es que después del castillo no visto, sigo estando donde estaba. La carretera me sigue llevando hacia la derecha pero la costa está hacia la izquierda y no quiero escorarme tanto. De momento, no me queda otra opción que seguir la carretera. Llego a una casa señorial, que no sé si es de dominio público o privado. 

En el circuito de “velo” siguen apareciendo las dos direcciones: Santec y Sibiril. Junto a un río, veo una casa interesante en fase de rehabilitación. Aunque su estructura es la de las casas bretonas, la casa es de piedra en su fachada y como todavía no le han puesto el nuevo tejado, la protegen de la lluvia con un plástico enorme. En realidad son dos plásticos, uno que parece quedará por debajo de las tejas y el otro que desaparecerá al finalizar la obra. Me da la impresión de que esta casa estará sometida a fuertes humedades en los cimientos, por la proximidad del cauce del río.
 


Voy intranquilo hasta que no descubra que Santec es la dirección que me conviene, pero el nombre me aparece en el doblez del mapa y por eso no lo encontraba. Como el entrante de mar que penetraba por el puerto de Mogueriec no acaba, yo sigo alejándome del mar. Pronto voy a ver de lejos el viaducto y un indicador que dice: Rando-Gîte des Deux Rivières. También lo tengo localizado en mi mapa. No encuentro lugar adecuado para recoger el viaducto en foto y me marcho sin ella. Y, por fin, se acaba el “anse” y llego al río que alimenta esta parte de la ensenada.

Le Guillec.
Es un río muy bonito, estrecho, y lo paso por un pequeño puente. Lo bonito del río viene derivado de la intensidad verde de las algas que peina la corriente, como si de una larga melena se tratara. Tras el puente, la corriente es fuerte pero, un poco más adelante, se remansa. La vegetación que surge espontánea en sus márgenes, es tan bellamente natural, que parece obra de la mano del hombre. Un buen jardinero demuestra ser la naturaleza. Entrenando, llega un chico corriendo. Le paro para preguntar. Me dice que tengo dos opciones y las dos me llevan a Santec, pero me recomienda la carretera pequeña. Agradezco la información y se va. Muy cerca llego a un lugar que me parece restaurante. Paro para leer la carta, pero sólo es de vinos. En un banco, cuatro chicas intercambian sus cuitas. Sigo el camino y todo marcha bien, hasta que se mete en terreno agrícola.


Grandes tractores roturan la tierra y plantan para la siguiente cosecha. Apenas he iniciado el camino, cuando aparece un gran tractor agrícola que, apenas cabe en el espacio. Hago gestos al tractorista para que me diga qué hago, ya que a ambos lados del camino el descenso es grande. De momento lo único que he hecho es observar la dirección del viento y colocarme en el lugar en el que no me puede venir el polvo y evitar tragármelo. Aparece un mínimo entrante y el tractor pasa y veo cómo se pierde en lontananza. Al poco de pasar, aparecen dos niños en bicicleta y me hago cruces. ¿Cómo habrán pasado?, ¿por debajo del tractor? Son tan pequeños… Enseguida aparece el padre en bici con una hija algo menor que los otros y me dice que se han apartado para que pasara el tractor, sin más, sin ningún problema. No han sido conscientes del peligro. Más adelante, encuentro al tractorista roturando una finca y me saluda al pasar. Dentro de la cabina lleva un niño y me parece una imprudencia. Todos sabemos que se producen muchos accidentes mortales por esa causa. Un vecino de mi madre murió aplastado por su tractor. Menos mal que pudo lanzar antes por los aires al niño, quien resultó ileso.

Santec y Maryse.
Ya de nuevo en la carretera, llego a una rotonda. Indica Santec hacia interior, pero a mí me conviene más ir a la costa. Nada más coger la dirección hacia interior, llega Maryse corriendo con un perro atado a una correa. Para y me dice que en la dirección que voy no hay restaurante. Que por allí sólo llegaré a la iglesia. Si quiero cenar debo acercarme a la costa, donde tengo varias opciones, restaurantes y creperías, frente a la île de Sieck. 

Me despido de Maryse y me voy hacia la costa de Santec. Veo un indicador que pone Cuisine de Domi y me parece un buen sitio para cenar. Pienso que Domi puede hacer una cocina casera. Soñar es libre. Pero resultará que Domi tiene una cocina peculiar, que enseña, pero que no da comidas. Para ese momento, ya ha vuelto a aparecer Maryse, ahora en bici y sin perro. Ha ido a su casa y ha venido siguiéndome porque, en caso de que no encuentre ningún sitio abierto donde poder cenar, invitarme a su casa. Como contra-oferta, le digo que le invito a cenar yo en La Cocina de Domi. Pero está cerrada. Maryse llama en una casa próxima y una señora nos asegura que Domi no da comidas.

Maryse y el bar Le Fontenoy.
Maryse me acompaña a otra zona donde hay una opción crepería, de unos amigos suyos. También hay otras opciones. Ella me dice que va a preguntar a sus amigos si hay oferta de algo que no sea crepes y yo ya veo en la carta ensaladas y entrecot pero, no obstante me acerco para ver qué ofrecen en el otro restaurante próximo. Leo la carta y veo opción de verduras gratinadas, pero con queso de cabra. Le pregunto al camarero si el gratín puede ser sin cabra y, de malas maneras, me dice que no. Ante esta respuesta, ni me molesto en mirar más la carta y vuelvo a Le Fontanoy, donde sigue Maryse. Pido una ensalada, que me insisten es muy completa, y pido entrecot bleu con patatas fritas. Me insisten con que es mucha cena y eliminamos la ensalada y las “frites”. El entrecot está exquisito y va acompañado de lechuga, tomate y pepino. Con la cerveza, ha sido suficiente y pago con Visa 13,20 €. Mientras lo preparan he salido con Maryse para buscar un lugar adecuado para pernoctar, pero no logramos encontrar ninguno bajo techo, pues no está nada seguro el atardecer y puede llover esta noche. Las opciones mejores que veo son: o meterme entre dos contenedores de basura en entorno limpio, o en los servicios públicos. Ambas opciones son poco, o nada, apetecibles. Maryse no ha querido que le invite a una cerveza y nos despedimos cuando inicio la cena.

Buscando dormitorio en Santec. René el generoso.
Una vez cenado y pagada la cena, salgo en busca de mejores opciones. Me asomo al mar y saco una foto tardía de la isla de Sieck. Algunas casas habitadas ofrecen cobertizos, pero no me arriesgo a entrar en propiedades privadas sin permiso, pero tampoco veo a nadie fuera como para preguntar. Bajo a la playa y me meto en una barca que está varada sobre una roca, pero el espacio es insuficiente. Voy a estar incómodo. Otras barcas pesan mucho para arrastrarlas y no me apetece amanecer vogando en alta mar por la subida de la marea. Penetro en zona donde están acampadas varias mobil-homes, con su terreno. Hay una opción que tiene un edificio auxiliar, con un espacio exterior en que la tejavana me podría cubrir en caso de lluvia, pero no puedo entrar, pues todo el recinto está vallado. Bajo el voladizo hay una pila de sillas plegadas protegidas y habría que apartarlas para hacer sitio al caminante. Continúo buscando, pero sin éxito. Me encuentro que la salida está cerrada y debo volver por donde he entrado. En otras casas-móvil, inmóviles, ya se ve luz y las siluetas de sus habitantes en su interior, sentados a la mesa o en el sofá viendo la televisión. Cuando ya estoy a punto de salir del entorno del campamento, oigo una voz que me llama: “monsieur” y veo que se acerca un hombre para preguntarme qué busco. Le digo que un sitio para dormir y que me conformo con el voladizo donde están apiladas sus sillas plegables. René es generoso, saca una barra clavada en el suelo, me hace pasar al terreno que tiene un césped muy bien recortado y me ofrece algo mejor, su caseta auxiliar. Dentro de este lugar hay una ducha y un lavabo, con espacio interior suficiente para dormir estirado y, fuera, un retrete. Además de lo dicho tiene espacio de almacén. Antes de ofrecérmelo ha consultado, o informado, a su mujer que en todo momento ha permanecido atenta pero alejada, observando los toros desde la barrera. Pero es René quien ha tomado la decisión, y se lo agradezco. Finalmente baja la mujer de su casa y es ella la que se empeña en encenderme el gas para que pueda darme una ducha con agua caliente que, por no abusar, no utilizaré. Para encender el gas, tiene que subir la persiana automática. Cuando ella se va, insisto a René en que no me voy a duchar y que apague el gas. Y él, obediente, así lo hace. Le he dicho que mañana ya me ducharé en el albergue de la isla de Batz. Tampoco necesito encender la luz, ya que se ve suficiente con la claridad que entra de arriba, cenital. Sólo de mañana la encenderé para afeitarme. La luna está casi llena y la vi salir ayer justo en el momento en que se ocultaba el sol: “Púsoseme el sol, amaneció la luna”. Durante la noche, me levanto dos veces para orinar en el retrete. Al volver la primera, no encajo bien la puerta y se me abre sola. Debo volver a salir del saco para cerrarla. La tercera, veo que no me va a dar tiempo a llegar al retrete y lo hago en el lavabo, dejando correr el agua para evitar malos olores y problemas de higiene. Es lo malo que tiene la edad y el crecimiento lento de la glándula prostática. Perdonad René y señora. Duermo muy bien. Gracias, generosos.

Balance de una jornada en Côte des Sables.
Sables significa Arenas, nadie me va a dar el sablazo,pero no ha sido una jornada en la que he caminado mucho por playas, aunque si a borde de mar. Quizás sea uno de los días en que más me ha tocado caminar por interior, especialmente en la última parte. Esto ha propiciado que viera las chalotas envenenadas, el menhir, los hornos de obtención de yodo de las algas. Lo que más me ha gustado del Anse du Guillec ha sido el río con sus algas verdes. Tenía ganas de acabar con aquella ensenada que me estaba metiendo demasiado por el interior, y llegar al río Guillec y su pequeño puente, ha supuesto un alivio. Por la mañana, la bahía de Kernic y, en especial Les Halles, iglesia y plaza de Plouescat, es lo que más me ha gustado. También la comida en el Bistro. En cuanto a encuentros, el breve con el caminante belga, que me ha hecho reflexionar sobre lo relativo de las valoraciones; lo que a mí me parecía barato, para él era caro, y los más tardíos con Maryse y su oferta. Sin cenar no me iba a quedar. La rica cena en el Fontenoy. Y el colofón con la oferta generosa de René y su señora. Estos encuentros son los que hacen que mi viaje siga siendo interesante. Demuestran con su generosidad que me quieren y yo lo acepto y me dejo querer.

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