martes, 8 de marzo de 2016

Etapa 41 (332) Saint Pierre-Audierne


Etapa 41 (332). 18 de julio de 2012, miércoles.
Saint Pierre-Saint Guénolé-Plage de Pors Cam-Plage de Tréguenec-Penhors-Plozévet-Plouhinec-Audierne (y coche a B&B).

Amanecer en Saint Pierre de Saint Guénolé.
Me despierto a las 5:50 horas y, como ya dije, me levanto antes de las seis. Hace frío y me pongo la camiseta a rayas y el jersey de Mikel, que todavía conservo. Orino por cuarta vez, pero ésta ya no cuenta. Traslado la mesa y lo hago por el exterior, para que no se me caiga una pata, como ocurrió ayer.










Tomo la pastilla, recojo mis cosas y ya estoy en marcha.
 

Nada más salir de la calle de la perdiz, me encuentro con un letrero que me dice que estoy en Saint Guénolé. Cumplo con lo que dije a la camarera de La Porte du Vin de Concarneau, cuya plaza en la Ville Close lleva el nombre del mismo santo.



Paso por la Chapelle de Notre Dame de la Joie y no me resisto a dejar de fotografiar la luminosidad que sale de las vidrieras. No es natural, sino producto de los focos externos que todavía, a estas horas oscuras matutinas, siguen encendidas. No ha sido mi flash el que ha incendiado los dos círculos que señalan la circunvalación, sino un coche que con sus faros los ha iluminado frontalmente.
 

Junto con la foto que saqué ayer, podemos hacernos una idea de las dimensiones de esta equilibrada capilla de la alegría. En dos de ellas, recortada por el azul oscuro celeste, sigue destacando el calvario que ayer tanto me gustó, aunque esté deteriorado por hongos, que son como la enfermedad de la piedra.


 

Saint Guénolé y su puerto.
El camino me va llevando y me sorprende que, sin razón aparente, me obligue a bajar a la playa. Aunque no veo el sentido yo lo sigo y, finalmente, me deja en el puerto. Veo que la vuelta ha sido innecesaria y la justifica el acercamiento al mar, aunque sólo sea portuario.
 
Paso por pabellones, algunos dedicados a almacén de artículos para la pesca y de pescado. Veo a un chico que sale de un cajero automático y, sin abrir con llave, entra directo en un local que, de lejos, me parece que tiene anagrama cervecero. Al acercarme compruebo que, efectivamente, se trata de un bar.

Chez Mouscoul.
Chez Mouscoul, lleva abierto desde hace un rato. Entro y, como si fuera un francés más de la casa, saludo y doy la mano al barman y al único cliente y, además, me apetece hablar de mi viaje. Me dice el camarero, quizás sea el dueño, que la panadería de enfrente abre a las siete. Son puntuales abriendo la Patisserie du Port, compro caracol y croissant, por 1,80 €, y vuelvo al bar, donde me sirven café y una especie de tetera, con mucha leche, por 2 €. Les hablo de mi viaje y el cliente me dice que mañana va a Brest donde se celebra la competición anual de veleros antiguos que hace el recorrido Brest-Douarnenez. La carrera consiste en rodear la presqu’île de Crozon. Para dar una idea exacta de lo que estamos tratando, los tres salientes más occidentales del continente francés son:
1) El Cap Sizun, al sur, y al que llegaré por la tarde, con sus cabos más destacados, la Pointe du Raz y la Pointe du Van.
2) la península de Crozon, en el centro con sus tres extremos, el Cap de la Chèvre, la Pointe de Pen-Hir, y la Pointe des Espagnols.
3) el del Norte, donde está Brest y el cabo más occidental, la Pointe de Corsen.
Sin siquiera pretenderlo, llegaré a Douarnenez en plena fiesta tras la llegada de los veleros. Le digo al cliente que a lo mejor coincido con el paso de la regata. Me habla más sobre el tema y me da datos técnicos de la regata. También yo le hablo de las dificultades que tuve con la ensenada de Saint Nicolás, después de salir de Concarneau. Me dice que hoy no voy a tener problemas de ese tipo y que de Saint Guénolé a Audierne, todo lo que voy a encontrar va a ser playas y más playas. Es lo que se aprecia en mi mapa, pero es que mi mapa no es fiable y me lo creo porque él me lo dice. También me dice que puedo llegar en dos días a Douarnenez, pero eso ya lo dudo, sobre todo si quiero pasar por los cabos de Raz y de Van. Al final tardaré tres jornadas en llegar allí, al hospital. Después de desayunar y, dejando de hablar, escribo mi diario hasta las 8:45 horas.


Pensando en las largas playas a las que me acerco, tengo la impresión de que hoy me puede cundir el día y avanzar considerablemente. Echo un vistazo al periódico, cojo agua y me marcho poco antes de las nueve.


Roquedal espectacular.
Si ayer ya me ofreció la costa un par de rocas bonitas, alguna de ellas coronada por jóvenes bañistas, a partir de mi salida de Saint Guénolé, empiezo a ver pequeñas agrupaciones de rocas redondeadas recortadas por el horizonte marino, y que me agradan. 

 


Es un roquero espectacular que me va a durar hasta que llegue a la Pointe de la Torche (traducible por antorcha). Después seguirá una costa de rocas sin mayor interés, hasta llegar a la plage de Pors-Carn. 

Carn no sé lo que puede querer significar, pero “pors”, en bretón, es lo que en francés se escribe “port” y quizás se podría matizar como: puerto natural. Pero de esto último no os fiéis, ya que es de mi propia cosecha. A veces tengo una imaginación muy calenturienta. Al pasar he sacado tres fotos a las rocas que me han parecido más espectaculares. ¿Qué os parece?


Empieza la larga playa de Tréguennec. Aprendices de deportes acuáticos.
Al llegar a la primera playa, encuentro ya a un hombre paseando con un perro. Ya estoy totalmente concienciado de que no podré llegar a Bélgica si es que quiero regresar a casa antes del 22 de agosto. Bajo a la playa de Pors-Carn, y la recorro sin descalzarme. Cuando llego a la siguiente, me encuentro con un istmo. Me acerco a ver un cartel y leo: “Interdit” y lo que prohíbe es bañarse. Camino a media altura de la playa, pues el piso es fabuloso, la arena ha estado cubierta en la marea alta y ahora estamos en bajamar, así que no necesito ir hasta la orilla para caminar a gusto. Hoy el GR-34 no sé por dónde va, ni me importa, por ahora. Paso por un puesto de socorro, pero no puedo preguntar a los socorristas si por aquí hay alguna playa declarada oficialmente nudista pues, van a dar las diez y todavía no ha llegado ninguno ni a vigilar, ni a socorrer. Un joven motorista, que va a coger su moto para marcharse, se sorprende de que no esté puesto el horario en que la playa está atendida por los agentes de seguridad. Cuando bajo a la siguiente playa, compruebo que es mucho más larga que la anterior. Ahora sí, me descalzo desde el inicio. Sólo haré paradas para orinar y beber agua. Algunas veces ni para beber agua me paro, y lo hago siguiendo camino. Con la práctica, uno va volviéndose experto. En mal momento me avisa la cámara que se está agotando la batería, y estoy iniciando la jornada. Si me hubiera avisado antes, podría haberla cargado en el bar donde he desayunado. No debo olvidar hacerlo en el restaurante donde vaya a comer. De momento, lo que deseo es que me deje sacar fotos hasta que llegue esa hora. Para ello, tengo que disparar nada más enfocar lo que quiero fotografiar pues, si pasan unas décimas de segundo, ya no me deja hacerlo. Lo malo va a ser que cuando llego a comer se me olvida y tampoco la recargaré. Veo alguna persona por la duna. No sé si estarán desnudos o no, pero hace frío para desnudarme, aunque es la clásica playa que, aún no siendo nudista, tiene todas las características apropiadas para serlo. Las dunas están bien para protegerse en caso de que haga viento.
 
 Por las marcas que veo en tan ancha playa, se ve que se practica la vela con ruedas, creo que lo llaman “chair à voile”. En la plage de Tréguennec empiezo a encontrar a los primeros aprendices de surf. Coincido con un pequeño grupo con sus cinco tablas en el suelo, a la vez que, por el fondo de la playa, se va acercando una reata de jinetes a caballo.


Cuando se acercan compruebo que son jinetas, pues todas son niñas. Los instructores van a pie, son mixtos y mayores. Algunos caballos ven su reflejo en los espacios humedecidos por regueros de agua, sienten miedo, y se niegan a pisar el agua.


En la orilla ya se ven algunos con neopreno y sus tablas cogiendo las olas. En algún sitio había leído que no se autorizaba a los caballos en la playa hasta después de las 19:00 horas. Aquí ya compruebo que no. Pasados los caballos, instructores y jinetes, me encuentro con otro grupo que lleva champeros.
 

Un saliente de rocas, como para romper la monotonía, se adentra en el mar. Lo supero por el interior y continúo por la siguiente playa. Diseminado, cerca de la orilla, se ven varios grupos con sus profesores.
 



Todos con sus trajes de neopreno, sentados en el suelo o en las tablas para coger champas o para hacer surf. Me voy alejando del faro de Penmarc’h, pero todavía queda muy lejos el cabo de Raz que, recortado se adivina, más que se ve, por el horizonte.

Plovan y Penhors. Chapelle du Pardon.
Antes de abandonar la playa, me acerco a uno de los grupos donde tanto hay niñas como niños, todos muy atentos a su instructor. Paso un rato sin nada más que destacar, hasta que, llegando a Plovan, veo a una fornida mujer que, con la fuerza de su vientre y espalda arrastra un gran cedazo con ruedas que arrastra a media altura por la arena casi sumergida bajo las olas para obtener lo que esos fondos le ofrecen. Me supongo que cogerá chirlas, coquinas, berberechos, o el nombre que aquí quieran darles a los bivalvos del lugar.
 

A juzgar por la cantidad de gaviotas y golondrinas de mar que hay revolando por encima de la superficie marina próxima a la costa, se puede pensar que haya un banco de pescado bajo las olas. Pienso que hoy no llegaré al cabo de Raz, donde finaliza la bahie d’Audierne, pero confío en llegar al menos a Audierne. A Penhors llego sobre las 12:30 horas. Pregunto en un bar y me dicen que no dan comidas.
 
Veo la capilla del Perdón y entro en ella. Los arcos ligeramente apuntados me retrotraen al gótico y me gusta su campanario estilizado. En el exterior también hay un bonito crucero. En cuanto al interior, quedo sorprendido porque, teniendo una nave no demasiado grande, se ofrece dividida en dos.

La del altar mayor es propia de cualquier iglesia de la época, con un sencillo retablo, pero los actos que se dirigen desde el púlpito, parece que sólo fueran orientados para los feligreses de la segunda nave. También, para los feligreses alejados del altar, éste se reduce considerablemente, pues el recio arco central, que apunta al gótico, les va cerrando el ángulo de visión. Lo que más me gusta son los arcos laterales de la nave próxima al altar mayor, son de medio punto y muy irregulares en su factura. 

Además no hay ara para la celebración de la misa y destaca en su lugar una representación de la Anunciación que, si hubiese altar, quedaría oculta. La luz exterior que penetra por las vidrieras es tan potente que da la sensación de que un Dios luminoso penetrara entre una imagen de virgen con niño, que ofrece factura antigua y un obispo, al que no sé reconocer. En muro lateral, un santo con parrilla en la mano me hace pensar en un probable Saint Laurence. Tendrá que esperar hasta el día 10 del mes próximo para ser asado. Me voy contento de la visita a la Chapelle du Pardon y salgo perdonado, aunque no sepa de qué.

Comida en Ar Men.
Al salir de la capilla, un hombre joven con dos hijos me orienta hacia Ar Men. Paso por otro restaurante anterior, pero la carta que ofrece me parece muy cara. En Ar Men, pido el menú, que incluye vino (1/2 litro de tinto). Me sacan un hojaldre de bonito, pepino y zanahoria y, de segundo, salchicha con arroz que, al cortarla con cuchillo, se me desliza y un trozo me mancha camiseta y pantalón. Pero lo primero es recuperar el trozo caído al suelo y devolverlo al plato. No hay que desperdiciar comida a lo tonto. De postre pido un “renversé”, que no sé traducir, pero que consiste en un flan. Deduzco que lo llaman así porque es algo que han volcado de su envase al plato. Con un descafeinado con leche como colofón, me cobran 12,20 € que pago con Visa. Por la cuenta veo que Penhors pertenece a Pouldreuzic, una población que se encuentra más al interior. En la mesa más próxima hay tres chicos que apenas hablan. Han llegado otros tres, y han tenido que esperar más de un cuarto de hora a que se librara una mesa para ellos. Había mesas libres, pero no para tres. La chica que me ha atendido y cobrado, se bandea bien en el comedor, aunque el que el servicio vaya bien no depende tanto de su buen hacer, que también, como de que la cocina no se demore en confeccionar los platos. Tiene a otra menos experta que le ayuda en el servicio de mesas y que se le caerá y romperá una taza. “Al que anda le pasa”, me digo a mí mismo, para no ensañarme con la incauta. Acabo de comer y escribo el diario. Son las 13:45 horas cuando voy al retrete.
 
De Penhors a Plozévet. 
Calvaire de Kerquinaou del siglo XVI.
Arranco por carretera hacia Plozével. Entre la carretera y el mar veo un lago que no sé si se forma por las aguas pluviales, o se va alimentando del mar por la marea alta. Viendo la duna que la separa del mar y una parte, la del Norte, más rebajada, me inclino a pensar que sea de agua marina y que, por ese rebaje, penetre el agua salada al subir la marea. Pero sólo van a ser hipótesis que ni voy a poder confirmar ni refutar. Por el camino me va entrando sueño que achaco más a lo mal que he dormido que al vino que he bebido, aunque es probable que influyan ambas cosas y el sopor propio de después de comer. Me doy cuenta que voy caminando a ratos como un autómata, perdida la conciencia de caminar. 
 
Tengo la fortuna de encontrar un indicador en el que leo: “Calvaire de Kerquinaou, del siglo XVI y, aunque con temor de que sea un Vía Crucis, con las catorce estaciones, continúo por donde me orientan hacia él. No creo que este calvario reciba muchas visitas, ya que el sendero está repleto de vegetación y parece que voy emparedado entre dos fincas, con sus árboles y arbustos. Se abre un espacio, y allí se me aparece el Calvario anunciado. Es muy antiguo, y una pena que esté tan dañado por moho y líquenes, una enfermedad propia de la piedra al aire libre, que sufren todas las inclemencias del tiempo. Sobre un pedestal escalonado (4 escalones), hay un Cristo crucificado y tres personajes que, sin mucho esfuerzo, localizo del imaginario colectivo retrotrayéndome a mi época juvenil: María (madre dolorida, madre de piedad) que ofrece a los hombres a su hijo muerto en la cruz, Juan (discípulo amado) y María de Magdala, y esto es de época posterior, de Saramago en “El Evangelio según Jesucristo”, amada y amante que le dio unos cuantos hijos. Extiendo la toalla y me doy cuenta de que tiene un 7 y la apoyo en la mochila, que me hace de soporte. Me encuentro tranquilo entre ellos, me adormilo y echo un sueñecillo reparador. Descanso durante media hora y salgo por donde he venido. Ahora hacia Plozével, a donde tardaré algo más de una hora en llegar. Antes de marchar, vuelvo a fotografiar el calvario.

Plozévet. Iglesia y mediateca.
Voy pensando en el crucero o calvario y la interpretación tan diversa de los imagineros de cada época. Comparo esta María que ofrece a la humanidad a su hijo clavado en la cruz, con la piedad de Oteiza, la de Arantzazu, con una María reivindicativa que exige cuentas a Dios: “¿Por qué has matado a mi hijo?”. Cuando llego a Plozével, encuentro la iglesia, que ofrece un campanario muy estrecho.

Entro dentro y lo que destaca es la vidriera colorista del altar mayor. En el exterior hay un crucero y otras esculturas. También piedras verticales en forma de menhir.





En la entrada de una casa, un árbol recortado en forma de cono sirve para camuflar el buzón del correo. Luego me dirijo a la Mediateca, donde me tengo que pelear con el encargado que me quiere cobrar 50 céntimos por usar el ordenador durante un cuarto de hora.

 


El precio es de un euro la media hora. Los argumentos de siempre: en Irun, gratis, también en Mimizan, en Royan. Me dicen que los del pueblo pagan una cuota anual o mensual. Le digo que en mi caso no tiene sentido, pues estoy de paso. Me lo peleo. Una chica me mira y anima para que insista y, finalmente, lo consigo. Gratis. Estoy algo menos que media hora. Me limito a abrir, leer y borrar correo.

 
Amnistía Internacional me pide ayuda para resolver el conflicto de Siria. Dice que Rusia tiene la clave de la solución. Felicito a Kotemi, pero el envío no va bien. Digo a la familia dónde estoy. Orino, agradezco al salir y me voy, ahora sí, buscando el sendero costero. Paso por el puerto. Enseguida anuncian carretera de la “corniche”, la costa, y voy hacia allí, aunque tenga que retroceder un poco.


GR-34 hacia Plouhinec.
Cuando llego al GR-34, justo en el arranque, veo unas señales de peligro en rojo y blanco y una flecha en dirección contraria me hace temer que no lo he cogido bien. Menos mal que detrás viene un matrimonio marchoso, de los que caminan a buen ritmo, y el verles me da seguridad.
 
Si me he equivocado, al menos no voy solo. Dice el dicho: “Mal de muchos, consuelo de tontos”. Como llevo un ritmo más rápido que el de ellos, pronto los voy dejando atrás. Creo que ha sido un acierto haberme animado esta mañana a hacer el recorrido por la playa pues, por la tarde, no habría podido hacerlo. No hay playas largas y gran parte de la costa que estoy viendo ahora es de rocas.
 

Quizás tenga que ver con la marea y la de ahora es alta. “¿Seguiría habiendo largas playas si la marea hubiera estado baja?”, me pregunto. Las playas por las que voy pasando sin bajar a la arena son bastante cortas. No merece la pena bajar para pronto volver a subir al camino. Encuentro algún bañista aislado y algún surfista con traje de neopreno. No me entero de cuando llego a Pors Poulhan. Pero después sabre que ya estoy en Cup Sizun.


Cup – Sizun

Cup Sizun es el promontorio Sur del Finisterre más occidental. Entre éste y el del Norte, con Brest como ciudad más importante, y con el cabo que más sobresale al Oeste de la Francia continental, la Pointe de Corsen, se encuentra la península de Crozon. El punto más al Sur de Cup-Sizun es Pors Poulhan, que pertenece al entorno costero de Plouhinec y, por el Norte, acaba antes de Poullan-sur-Mer, con la Pointe du Milier, en la costa, y después de la ermita que visitaré de Saint Conogan.

Plouhinec.
Cuando llego a una playa algo más larga, ya estoy avistando Plouhinec. El siguiente ya será Audierne, lugar que en que creo finalizaré la jornada, pues me noto cansado, me empieza a doler la pierna derecha y me da la impresión de que se me está empezando a hinchar la zona del tobillo y hacia la pantorrilla. Me acuerdo que, en tal día como hoy de hace tres años, me rompí el peroné en Sant Antoni de Calonge, y pienso: “¿Tendrá mi pierna memoria histórica?”, “¿debía haber lanzado el conjuro: ¡Viva Franco!, ¡Arriba España!, para ahuyentar mis males?”.

Plouhinec y la rivière Le Goyen.
Cuando estoy sacando una foto, me adelanta el matrimonio que había dejado atrás. Hemos entrado en zona más urbana. Me dejo guiar por ellos y siguen por carretera y acera. Cuando llego a un puesto de venta de chucherías, o quizás una crepería, me doy cuenta que oculta la señal. Es por eso que les aviso con un grito a los dos caminantes. Ellos ni se enteran, pero he dado un susto al conductor de un coche con mi bocinazo. Se ha alarmado y frenado en seco. Me excuso. Quizá la pareja no deseaba continuar por el GR-34. Sigo el camino. Paso dos o tres playas de arena pero con fondo de rocas y piedras entre el mar y la duna. Estoy pasando por la costa de Plouhinec, pero es un pueblo muy largo que tiene una estructura engañosa que no detecta mi mapa. No sabes cuándo va a acabar este pueblo. No lo hará hasta que llegue al puente que me va a permitir el paso a Audierne. Todo viene derivado de que estoy llegando al estuario del río Le Goyen. Por un tramo del camino encuentro gente que pasea. Aunque no sean caminantes, pasean por el GR-34. No están pendientes de los que caminamos en serio y tengo que ir driblando a los paseantes para poder mantener mi ritmo ya algo deteriorado por mi mal en la pierna. En un pequeño entrante de mar, un fotógrafo intenta captar el flujo de la ola. Ocupa todo el sendero y paso, como puedo, agachado por debajo de su mochila. Aunque le toco, ni se inmuta, ni pide disculpas. Una zona del camino es de arena y escapo de allí en cuanto puedo. Después, retomo el GR. Una mujer marchosa camina a buen ritmo 200-300 metros por delante. Lo intento, pero es imposible que le pueda alcanzar. Tras la última playa, el camino se mete ya en la “route de la corniche” y ya no la abandonaré. Una chica me ve renqueante y me da ánimo. Ha empezando a lloviznar, pero llegando al mar se aprecia más, quizás porque se suma a una especie de bruma marina. No molesta, apenas moja, voy bien, pero con ganas de llegar a destino. La chica me ha dicho que Audierne está a 5 Km. Tal como veo en el mapa, va a ser hoy el día de mayor caminata.



Cuando llego a la desembocadura, pero por la parte alta, no sé para dónde tirar. Confío en que haya algún barco que me pase al otro lado y alguien me dice que lo hay. Desde arriba, ya veo el puerto y un indicador donde pone “pors” y no “port”, pero ahora ya sé a qué atenerme cuando llego a un puerto bretón. Pregunto a una familia y la mujer me responde en inglés.
 
“Prefiero en francés”, le digo, y me responde que hay barco, pero también que tengo un puente, aunque tengo que dar mucha vuelta. Antes de bajar al puerto, aprovecho para ir a ver la iglesia por fuera. Aunque desde arriba se ve todo el meandro que hace el río Le Goyen, no acabo de ver dónde demonios puede estar el puente. 


Llego a la iglesia y hago una fotografía de la fachada exterior. Mañana la fotografiaré desde Audierne. Bajo al puerto por una escalera y camino por la “riva gauche", la ribera izquierda del río. Un hombre me ha dicho que no hay barco. Luego otros tres me lo confirman: “sólo los sábados”, me dicen. La alternativa por puente no es muy lejana. Sigo caminando hacia el puente y saco una foto panorámica de Audierne desde Plouhinec. Va a ser la última foto del día. Mañana ya sacaré más fotos de esta ciudad que tan bien me va a acoger.







 





Audierne. 
Oficina de Turismo: Audrey.
Termina Plouhinec y paso el puente. Ya estoy en Audierne. Enseguida encuentro un hotel y me acerco para ver qué precios me ofrecen. Intento entrar pero, al querer abrir la puerta, veo que tiene una persiana interior cerrada. Tiene todo el aspecto de ser un hotel en desuso. Pregunto a una mujer y me señala que, justo enfrente, tengo la oficina de Turismo. Echo una carrera, puesto que hace cinco minutos que ya han dado las siete. Me encuentro un cartelón que interrumpe el paso, aunque tras el mostrador todavía está una chica, a la que veo que acaba de entrar. Me asomo, me ve, y me invita a pasar. Le cuento lo que estoy caminando, la falta de auberge de jeneusse en Audierne y enseguida va al grano. Me pregunta si quiero una habitación y se pone a hacer llamadas telefónicas. La primera resulta infructuosa. Mira en sus papeles y en Internet y me pregunta: “¿Te va bien por 18 €?” y le respondo afirmativamente. Pongo ojos de mucho entusiasmo por la oferta. Audrey está siendo eficiente, pero en esa opción tampoco recibe respuesta o la respuesta no es positiva para mis intereses. La tercera llamada da resultado, pero el coste es de 40 € y mi respuesta es negativa. “Es mucho para mí”, le digo. Pero Audrey se pone a negociar por mí con la señora y consigue que rebaje a 20 €. Me pide conformidad y se la doy. ¡Perfecto! Parece que le ha convencido a Mme. Priol diciéndole que estaba haciendo un Camino de Santiago a pie, a la inversa. No sé que más le habrá dicho para convencerla. Audrey me dice: “son las 19:15 y yo salgo de trabajar a las 19:30 horas, el lugar es complicado para llegar y te puedo llevar en mi coche. Te conviene comer algo antes”. Acepto la oferta y quedamos a y media.

Cena frugal en Maison Cariou.
La razón para recomendarme que coma algo antes es que en aquella zona alejada, donde está la casa de Mme. Priol, no encontraré ningún establecimiento para cenar. Audrey me ha recomendado una crepería, pero no me apetece y llego a la charcutería Maison Cariou que están retirando todo y a punto de cerrar. Elijo dos hojaldres, uno de chevre y el otro no tengo ni idea de qué y me los calientan al micro-ondas. Pago 5 € con Visa, pero son malísimos. Menos mal que, mientras los como, bailo en una plaza con mercado de artesanía y junto a una terraza de bar. Pero ni me siento, ni bebo nada, pues ya se me está echando la hora encima para volver a Turismo. Busco un contenedor para tirar el plato de plástico y el papel de aluminio de tan pésimos pasteles salados, y llego a la oficina cuando Audrey está volviendo a entrar. Yo también entro, aunque una mujer no me quiere dejar pasar y no entiende lo que le digo. Audrey ya ha fregado y no quiere pasar para no pisar el suelo. Me quedo en el hall. Las dos mujeres se van con sus bártulos. Me ofrezco para ayudarlas pero me dicen que no lo necesitan. Aparecen los dos hijos de Audrey, dos chavalillos que me preguntan sobre mi viaje, en colaboración con su madre. Una compañera de trabajo de Audrey se encarga de cerrar la oficina y nos vamos montando en el coche.

En el coche de Audrey al B & B de Mme. Priol.
Los hijos montan atrás. Tienen 9 y 7 años y ya no usan sillita especial en el coche. Cuando bajamos, cerca de la casa donde voy a dormir, el mayor carga sobre sus tiernas espaldas mi mochila grande y el pequeño, más liviana, mi mochilita. Me siento el jefe de la tribu acompañado de sus coolíes. Nos recibe la señora de la casa y nos hace pasar a la antesala. No sé si Mme. Priol y Audrey se conocían ya personalmente o sólo a través del teléfono, pero lo que sí es cierto es que la anciana no conocía a sus dos hijos. Estamos unos minutos en el recibidor y Audrey me dice que mañana no deje de pasar por la oficina de Turismo, aunque ella no va a estar, donde me darán una dirección que me va a ser útil para cuando llegue a la zona norte del Cap Sizun. Abren a las nueve y su compañera me marcará también un circuito por la ciudad. Pago los 20 € delante de Audrey para que luego no haya malentendidos, me despido de ella y de los niños. Subo mis mochilas a la habitación. Es espléndida, aunque el colchón de la cama es muy blando para mi gusto. Prefiero colchones más recios. Y para que no se haga demasiado tarde, antes de ducharme, bajo a charlar un rato con Mme. Priol y para contarle pormenores de mi viaje. Hablamos durante unos veinte minutos y me despido de ella hasta mañana. Subo, lavo camiseta y calzoncillo, lo tiendo bajo la ventana, me ducho, escribo un rato, ya que todavía me queda mucho por contar, y me acuesto. Son las 21:30 horas cuando interrumpo la escritura, pues estoy muerto y con dudas sobre qué le pasará a mi pierna. Hoy tampoco me doy aloe-vera. ¡Cuántos días sin hacerlo! A pesar de la cama blanda, duermo bastante bien, incluso con la luz del día. Me levanto dos veces a orinar y el sol me despierta a las 7:10 horas. Se ve que necesitaba un descanso en buenas condiciones.

Balance de la jornada más larga en Finisterre.
Creo que es el día que más recorrido he hecho. Quizás sea porque he avanzado mucho por la playa esta mañana, acortando algo, y porque no ha habido necesidad de usar ningún vehículo marino, ni oficial ni extraoficial, como ocurrió en los tres últimos días. La jornada ha sido anodina en cuanto a encuentros, pero todo ha quedado compensado con la genial ayuda de Audrey, una gran profesional, que ha sobrepasado su cometido de información al turista y cuyo comportamiento ha sido fundamental para finalizar bien el día. El ofrecimiento de su vehículo privado, involucrando a sus dos hijos, también ha sido digno de agradecer. Una mujer sensible, que valora lo que está haciendo este caminante, y que lo transmite a su prole. Es una lástima que mi pierna empiece a renquear para considerar este 18 de julio como un día perfecto.

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