Etapa 62
(353). 08 de agosto de 2012, miércoles.
Penvénan-Bugueles-Plougrescant-(coche)-Tréguier-(coche)-Plougrescant-Plouguiel.
Hoy va a
ser un día de poco recorrido. Iré con Annick y sus amigos en coche
a Tréguier, para comprar un regalo a mis familias, y regresaremos de
nuevo a Plougrescant. Quería llegar a dormir a Tréguier, pero me va
a ser imposible. Tréguier está en otro entrante de mar, otro
fiordo, que no tiene puente hasta llegar a dicha ciudad. Eso
conllevará que no suba a lo más norte de Bretaña, a Pleubian.
Esta noche
me he levantado tres veces a orinar. La tercera a las 5:30 horas, así
que duermo hasta las seis y media, hora en que me levanto. La luna
está sobre las copas de mis arbolitos, pero con el amanecer ya va
perdiendo intensidad. Los caballos me dan los buenos días con el
lenguaje de sus cascos. Saco una foto con el lugar en que he dormido,
los tres pequeños robles y uno de los caballos pastando en su prado.
Para las 6:45 horas ya estoy en marcha. Dudo.
No sé si bajar la cuesta, carretera adelante, o retroceder hasta donde ayer vi la señal roja y blanca. Tomo la decisión de ir hacia la señal. Probablemente este sea el primer error de la mañana. Retrocedo hacia donde vine ayer, pero no veo ni rastro de la señal buscada. “¿Pudo ser una visión?”, me pregunto.
El primer sol de la mañana me pilla en la carretera. Queriendo evitar ir donde la zona inundable de ayer, yendo por la otra carretera, acabaré llegando al mismo sitio. Ahora que ya no me hace falta, paso por delante de la escuela pública de Penvénan. Pasando por un coqueto jardín, con retama amarilla, el sol parece que intenta salir del bosque.
No sé si bajar la cuesta, carretera adelante, o retroceder hasta donde ayer vi la señal roja y blanca. Tomo la decisión de ir hacia la señal. Probablemente este sea el primer error de la mañana. Retrocedo hacia donde vine ayer, pero no veo ni rastro de la señal buscada. “¿Pudo ser una visión?”, me pregunto.
El primer sol de la mañana me pilla en la carretera. Queriendo evitar ir donde la zona inundable de ayer, yendo por la otra carretera, acabaré llegando al mismo sitio. Ahora que ya no me hace falta, paso por delante de la escuela pública de Penvénan. Pasando por un coqueto jardín, con retama amarilla, el sol parece que intenta salir del bosque.
Circuito
turístico Côte d’Ajoncs: Le Jardin de Pelliven.
“Ajonc”,
en francés, quiere decir aulaga. La planta que me martirizó en
Cádiz, frente el estrecho de Gibraltar. Hoy me van a martirizar
otras que no sé si son juncos, carrizos o espadañas.
Todo mi empeño es no volver a donde los mosquitos de ayer, pero me doy cuenta de que el camino que estoy tomando me va a acabar abocando a donde digo que no quiero llegar. Sigo retrocediendo demasiado. Por fin acabo llegando al parque, que tampoco sabré hoy si es privado o público. Pero todo este retroceso, también va a tener su parte positiva. Son las dos fotos que saco al llegar al Jardin de Pelliven.
El sol ha penetrado en el espeso bosque y está tratando de disipar la intensa niebla y la humedad acumulada durante la noche. Es como si un inmenso haz de luz partiera del Jardín para iluminar la tierra. No sé si mi cámara tendrá la capacidad de plasmar tanta belleza. Una de las fotos, la presenté al concurso Ciudad de Irun del próximo otoño y, cuando la llevé a Atrezzo, también en Irun, para ponerle un paspartú, con las medidas exigidas, la encargada que me atendió me dijo: “Parece como si del jardín fuera a salir Dios”. Creo que no iba descaminada, ya que pudiera ser un dios exterminador en forma de bola de fuego el que va a salir por las puertas del Jardin de Pelliven. Como ya estoy aquí, no me queda otra opción que continuar hasta el lugar donde ayer estaba aparcada la furgoneta. Hasta allí me he dejado llevar por el indicador del circuito turístico.
Todo mi empeño es no volver a donde los mosquitos de ayer, pero me doy cuenta de que el camino que estoy tomando me va a acabar abocando a donde digo que no quiero llegar. Sigo retrocediendo demasiado. Por fin acabo llegando al parque, que tampoco sabré hoy si es privado o público. Pero todo este retroceso, también va a tener su parte positiva. Son las dos fotos que saco al llegar al Jardin de Pelliven.
El sol ha penetrado en el espeso bosque y está tratando de disipar la intensa niebla y la humedad acumulada durante la noche. Es como si un inmenso haz de luz partiera del Jardín para iluminar la tierra. No sé si mi cámara tendrá la capacidad de plasmar tanta belleza. Una de las fotos, la presenté al concurso Ciudad de Irun del próximo otoño y, cuando la llevé a Atrezzo, también en Irun, para ponerle un paspartú, con las medidas exigidas, la encargada que me atendió me dijo: “Parece como si del jardín fuera a salir Dios”. Creo que no iba descaminada, ya que pudiera ser un dios exterminador en forma de bola de fuego el que va a salir por las puertas del Jardin de Pelliven. Como ya estoy aquí, no me queda otra opción que continuar hasta el lugar donde ayer estaba aparcada la furgoneta. Hasta allí me he dejado llevar por el indicador del circuito turístico.
De
nuevo en el Anse de Pellinec.
Entre
Pellinec y Pelliven me estoy haciendo un lío y ya no sé cual de los
nombres es el correcto, o si lo son ambos, y una cosa es el anse y
otra el jardín. Bueno, el caso es que he acabado volviendo al mismo
lugar de ayer. La única diferencia es que hoy la marea está baja.
Veo la furgoneta roja, donde continúa encerrada la familia que conocí
al anochecer, pero no sé qué camino debo seguir para cruzar al otro
lado. Como no lo veo claro, me dejo guiar por una señal que me
parece la adecuada. Voy por el murete de piedras y llego a un
edificio desvencijado que me orienta hacia el cañaveral, juncal, o
lo que sea. Craso error. Un pretil roto, parece que indica que por
allí va el camino, que ya me empieza a meter entre las plantas de la
marisma. Las hojas alargadas están empapadas de la escarcha nocturna
y el rocío de la mañana, y van a ir humedeciendo mi vestimenta. La
base de la marisma es de piedras planas pero inestables, mal
asentadas en el fondo del limo que, al pisar, muchas de ellas se
tambalean. En un descuido, meto una sandalia en el limo y, hasta que
no salga del atolladero, no voy a saber de qué color llevo el pie.
Entre las hojas vislumbro, ya no muy alejada, la presencia de una
casa, pero aún me queda un buen tramo marismeño para llegar a ella.
Sólo va a ser un cuarto de hora el que me va a ocupar el hacer este
paso, pero se me va a hacer eterno.
Más que el peligro, lo que me hace pensar que el tiempo invertido es mayor, es la incertidumbre. Incertidumbre, que es una de las características que hacen singular mi camino. El temor, que esta falta de certezas conlleva, consiste en que quizás este camino no me lleve a ninguna parte y que tenga que retroceder por donde he venido. Ya voy suficientemente empapado, más que si estuviera lloviendo a jarros, para tener que volver más mojado todavía hasta el punto de partida. Hago una parada en el camino, elevando los brazos para superar la altura del carrizo, saco una foto del lugar para que quede constancia de que lo que estoy contando no me lo invento.
En la zona de costa de donde he partido, ya no veo la furgoneta roja, lo que me hace pensar que en el ínterin la familia ya se ha marchado. No será cierto. La furgoneta me la está tapando la floresta. Por fin, se acaba el cañaveral y llego a un lugar en el que parece que parten caminos. Todavía debo tener cuidado de no meter el pie en arenas inestables y movedizas y evitar que me trague la tierra.
Sin embargo, no me va a quedar otro remedio que mancharme de lodo también el otro pie. Ahora ya voy con los dos pies y las sandalias negros. Enseguida llego al pie de la casa y al camino que debía haber cogido desde el principio. Una chica madrugadora pasa entrenando. Corre hacia el Oeste, en dirección a la furgoneta roja. Si hubiera pasado un cuarto de hora antes, habría sido un buen referente para mí y me hubiera evitado tanta zozobra. Compruebo el buen piso del camino que ayer tarde-noche estaba inundado. Un camino muy sencillo. Por él, no habría invertido ni un minuto en llegar a donde estoy ahora. Ahora todo lo veo fácil y, como suele decirse, “después de visto, todo el mundo es listo”. He hecho el camino más complicado que se pudiera hacer. Fin de la odisea.
Más que el peligro, lo que me hace pensar que el tiempo invertido es mayor, es la incertidumbre. Incertidumbre, que es una de las características que hacen singular mi camino. El temor, que esta falta de certezas conlleva, consiste en que quizás este camino no me lleve a ninguna parte y que tenga que retroceder por donde he venido. Ya voy suficientemente empapado, más que si estuviera lloviendo a jarros, para tener que volver más mojado todavía hasta el punto de partida. Hago una parada en el camino, elevando los brazos para superar la altura del carrizo, saco una foto del lugar para que quede constancia de que lo que estoy contando no me lo invento.
En la zona de costa de donde he partido, ya no veo la furgoneta roja, lo que me hace pensar que en el ínterin la familia ya se ha marchado. No será cierto. La furgoneta me la está tapando la floresta. Por fin, se acaba el cañaveral y llego a un lugar en el que parece que parten caminos. Todavía debo tener cuidado de no meter el pie en arenas inestables y movedizas y evitar que me trague la tierra.
Sin embargo, no me va a quedar otro remedio que mancharme de lodo también el otro pie. Ahora ya voy con los dos pies y las sandalias negros. Enseguida llego al pie de la casa y al camino que debía haber cogido desde el principio. Una chica madrugadora pasa entrenando. Corre hacia el Oeste, en dirección a la furgoneta roja. Si hubiera pasado un cuarto de hora antes, habría sido un buen referente para mí y me hubiera evitado tanta zozobra. Compruebo el buen piso del camino que ayer tarde-noche estaba inundado. Un camino muy sencillo. Por él, no habría invertido ni un minuto en llegar a donde estoy ahora. Ahora todo lo veo fácil y, como suele decirse, “después de visto, todo el mundo es listo”. He hecho el camino más complicado que se pudiera hacer. Fin de la odisea.
Bugueles.
Van a dar
las ocho y estoy donde estaba ayer por la tarde. He avanzado poco.
Otra anécdota para contar a Annick cuando nos veamos. Ahora, el
camino ya va bien. Un ave de plumaje amarillo, está ahuecando su
plumón para que los rayos del sol se lo sequen de la humedad
nocturna. Llego a un puerto, creo que es el de Bugueles, aunque
pertenece también a Prevenan.
Saco foto de una pequeña iglesia que, al hacerlo a contra luz, queda bastante oscura. Lo único que se puede observar con algo de nitidez es su pequeño campanario. Un hombre llega empujando su lancha neumática por medio de un artilugio con dos ruedas. Le acompañan dos nietos, que no colaboran en nada. Me dice que para llegar a la casa entre las rocas, debo seguir una carretera pero, de momento camino con él un tramo hasta que él llegue al lugar en que piensa embarcar con los niños.
Las señales del camino van por el mismo lugar por donde vamos. Me despido del abuelo y me meto por caminos inciertos. Parece que estoy de nuevo como en el Anse de Pellinec. ¡Vuelta a las andadas! Hago alguna intentona, saco una foto para que se vea por dónde me estoy metiendo en este maremágnum de lodo y guijarros, y acabo retrocediendo a donde el hombre me había señalado.
He perdido casi un cuarto de hora y llego a un lugar muy próximo a donde había estado antes, pero ahora el camino se me ofrece nítido. Es curioso que a este camino inundable lo llamen carretera, pero es más imperdonable que el GR-34 se anuncie y ofrezca por aquí. Me quejo menos que en el Anse de Pellinec, porque ya me coge de sabiondo pero, si este lugar se me hubiera presentado ayer, habría reaccionado de la misma manera contra los franceses y sus caminos oficiales que pasan por zonas en que les cubre la marea alta.
Después de haber cruzado la ensenada de Pellinec por el cañaveral, y haber visto el camino correcto, este nuevo camino ya se me presenta como normal y hasta maravilloso. Podéis comprobarlo en la foto. He preguntado al hombre de la lancha neumática por un sitio para desayunar, pero me dice que debo ir a Penvenan.
No tengo ninguna gana de retroceder hacia el interior, así que decido seguir adelante. Ya he salido a la costa. Me encuentro con dos chavales que me concretan. Puedo encontrar desayuno andando 3 kilómetros hacia el pueblo. Dudo, pero decido continuar. No sé si voy a encontrar o no a Annick, pero creo que, en caso de que no la encuentre, iré a comer a Plougrescant.
Una vez decidido que me quedo sin desayunar, me relajo y voy más tranquilo. Encuentro un ciruelo con ciruelitas muy pequeñas pero maduras, y me sirve de sustituto en mi alimentación. Me dedico a comer las “prunes”, ciruelas, y están dulces y ricas. Alguna está algo verde y ácida, pero también va a mi coleto. Estoy distraído con las ciruelas y me vuelvo a perder. Una mujer con perro, me reorienta y me dice que baje la cuesta y que llegaré a una gran playa. Al bajar la cuesta veo que ya estoy saliendo de Bugueles. Ha sido un lugar del que me ha costado mucho salir.
Saco foto de una pequeña iglesia que, al hacerlo a contra luz, queda bastante oscura. Lo único que se puede observar con algo de nitidez es su pequeño campanario. Un hombre llega empujando su lancha neumática por medio de un artilugio con dos ruedas. Le acompañan dos nietos, que no colaboran en nada. Me dice que para llegar a la casa entre las rocas, debo seguir una carretera pero, de momento camino con él un tramo hasta que él llegue al lugar en que piensa embarcar con los niños.
Las señales del camino van por el mismo lugar por donde vamos. Me despido del abuelo y me meto por caminos inciertos. Parece que estoy de nuevo como en el Anse de Pellinec. ¡Vuelta a las andadas! Hago alguna intentona, saco una foto para que se vea por dónde me estoy metiendo en este maremágnum de lodo y guijarros, y acabo retrocediendo a donde el hombre me había señalado.
He perdido casi un cuarto de hora y llego a un lugar muy próximo a donde había estado antes, pero ahora el camino se me ofrece nítido. Es curioso que a este camino inundable lo llamen carretera, pero es más imperdonable que el GR-34 se anuncie y ofrezca por aquí. Me quejo menos que en el Anse de Pellinec, porque ya me coge de sabiondo pero, si este lugar se me hubiera presentado ayer, habría reaccionado de la misma manera contra los franceses y sus caminos oficiales que pasan por zonas en que les cubre la marea alta.
Después de haber cruzado la ensenada de Pellinec por el cañaveral, y haber visto el camino correcto, este nuevo camino ya se me presenta como normal y hasta maravilloso. Podéis comprobarlo en la foto. He preguntado al hombre de la lancha neumática por un sitio para desayunar, pero me dice que debo ir a Penvenan.
No tengo ninguna gana de retroceder hacia el interior, así que decido seguir adelante. Ya he salido a la costa. Me encuentro con dos chavales que me concretan. Puedo encontrar desayuno andando 3 kilómetros hacia el pueblo. Dudo, pero decido continuar. No sé si voy a encontrar o no a Annick, pero creo que, en caso de que no la encuentre, iré a comer a Plougrescant.
Una vez decidido que me quedo sin desayunar, me relajo y voy más tranquilo. Encuentro un ciruelo con ciruelitas muy pequeñas pero maduras, y me sirve de sustituto en mi alimentación. Me dedico a comer las “prunes”, ciruelas, y están dulces y ricas. Alguna está algo verde y ácida, pero también va a mi coleto. Estoy distraído con las ciruelas y me vuelvo a perder. Una mujer con perro, me reorienta y me dice que baje la cuesta y que llegaré a una gran playa. Al bajar la cuesta veo que ya estoy saliendo de Bugueles. Ha sido un lugar del que me ha costado mucho salir.
GR-34 por la costa Norte Bretona.
En este
momento estoy entrando en la “Commune”, municipio, de
Plougrescant. A las nueve salgo a la primera playa. Ya hay algunos
paseantes matutinos que van por la orilla. La costa ya va tomando una
orientación hacia el Norte. Salvo un rato, en que me va a obligar a
ir por la playa, casi todo el tiempo voy a caminar por el GR-34.
Empiezo a ir muy pendiente de todo lo que veo, especialmente atento a las rocas que puedan ocultar alguna casa entre ellas. Es el mejor referente para dar con Annick y, ahora que ya estoy cerca de su casa, no vaya a ser que me la deje pasar. Esta mañana estoy demostrando que estoy disperso, poco atento, poco intuitivo a la hora de tomar decisiones y me está costando cara tanta imprecisión.
Por otro lado, esta costa no me ofrece lo que yo quería, una playa donde relajarme y poder nadar un poco. Se ve que son playas con muy poca profundidad y más a esta hora en que la marea está tan baja. Voy sacando fotos de los lugares por los que paso. Las playas simulan lagos, ya que las islas parece que cierran el paso al mar. Sin embargo, es evidente que el mar llega hacia la costa por donde yo voy caminando. Por otro lado, no se ven casas, pero las rocas de las islas, que afloran entre arbolado y matorral, me hacen dudar de que lo sean. Es así como llego a una casa que está como en un recinto algo elevado.
Han construido un murete que le resta la posibilidad de que la inunde la marea alta, pero estoy seguro que por el espacio que deja la puerta de acceso, el agua penetrará. Ahora estamos en bajamar y el acceso está impoluto. La casa que, en realidad, es un conjunto de tres o cuatro edificios contiguos, está protegida del mar por el Oeste por grandes rocas y por el Este por rocas menores.
No sé cómo será la protección desde el otro lado que no es
visible para mí desde donde estoy. Desde donde saco foto de esta
casa aislada, que ya sé que no es la que busco, saco otra de la
costa que sigue. Está claro que en un buen rato no voy a encontrar
lugar adecuado para baño, ni para tumbarme tranquilo al sol.
Avanzando, llego a un puerto natural. Hay pocas embarcaciones, pero la mayoría son a vela. Saco foto hacia los dos lados. En el extremo hacia el que voy, aparcan sus coches los usuarios del puerto. Aunque estamos en la Côte d’Ajoncs que, como ya he dicho, es el nombre que los galos dan a la aulaga, sigo viendo los peñascos y las grandes rocas que he venido viendo hasta ayer por la Côte de Granit Rose.
No tengo razones para pensar que estas rocas de Ajoncs no sean también de granito rosa, igual que las de la costa así nominada. En la rampa de acceso de las embarcaciones al mar no se ve a nadie a pesar de que en aparcamiento hay bastantes coches estacionados. Pasada la rampa de acceso del puerto natural, me entretengo en sacar otra foto de unas bonitas y variadas formas de rocas que, quizás, sean más características del lugar que la aulaga mencionada. Tanto las islas aledañas, como la costa, siguen ofreciendo bellas formaciones geológicas, como podréis ver en la última foto que saco antes del descanso.
Empiezo a ir muy pendiente de todo lo que veo, especialmente atento a las rocas que puedan ocultar alguna casa entre ellas. Es el mejor referente para dar con Annick y, ahora que ya estoy cerca de su casa, no vaya a ser que me la deje pasar. Esta mañana estoy demostrando que estoy disperso, poco atento, poco intuitivo a la hora de tomar decisiones y me está costando cara tanta imprecisión.
Por otro lado, esta costa no me ofrece lo que yo quería, una playa donde relajarme y poder nadar un poco. Se ve que son playas con muy poca profundidad y más a esta hora en que la marea está tan baja. Voy sacando fotos de los lugares por los que paso. Las playas simulan lagos, ya que las islas parece que cierran el paso al mar. Sin embargo, es evidente que el mar llega hacia la costa por donde yo voy caminando. Por otro lado, no se ven casas, pero las rocas de las islas, que afloran entre arbolado y matorral, me hacen dudar de que lo sean. Es así como llego a una casa que está como en un recinto algo elevado.
Han construido un murete que le resta la posibilidad de que la inunde la marea alta, pero estoy seguro que por el espacio que deja la puerta de acceso, el agua penetrará. Ahora estamos en bajamar y el acceso está impoluto. La casa que, en realidad, es un conjunto de tres o cuatro edificios contiguos, está protegida del mar por el Oeste por grandes rocas y por el Este por rocas menores.
Avanzando, llego a un puerto natural. Hay pocas embarcaciones, pero la mayoría son a vela. Saco foto hacia los dos lados. En el extremo hacia el que voy, aparcan sus coches los usuarios del puerto. Aunque estamos en la Côte d’Ajoncs que, como ya he dicho, es el nombre que los galos dan a la aulaga, sigo viendo los peñascos y las grandes rocas que he venido viendo hasta ayer por la Côte de Granit Rose.
No tengo razones para pensar que estas rocas de Ajoncs no sean también de granito rosa, igual que las de la costa así nominada. En la rampa de acceso de las embarcaciones al mar no se ve a nadie a pesar de que en aparcamiento hay bastantes coches estacionados. Pasada la rampa de acceso del puerto natural, me entretengo en sacar otra foto de unas bonitas y variadas formas de rocas que, quizás, sean más características del lugar que la aulaga mencionada. Tanto las islas aledañas, como la costa, siguen ofreciendo bellas formaciones geológicas, como podréis ver en la última foto que saco antes del descanso.
Un baño tras mucho tiempo.
El camino
me acerca a una playa de piedras. Asciendo un poco y veo que me
ofrece un pequeño tramo de arena, de unos 20-30 metros y que avanza
por la orilla hacia el agua. Como ya empieza a hacer calorcito y el
lugar no es muy visible desde el camino, me desnudo y me doy un corto
baño. No disfruto nada del agua, ya que la arena se acaba enseguida
y el fondo empieza a ser otra vez de guijarros, pero me refresca y me
encuentro muy a gusto al sol. Sólo voy a estar media hora, entre
diez y diez y media. La gente que va por el camino no me ve y yo
puedo observar a los que bajan sus chalupas al mar por la rampa o los
guijarros. Saco una barrita energética y me la como. No sé si por
la barrita, por el calorcito, porque estoy bien y relajado en soledad
después de tanta zozobra matutina, pero el caso es que la polla se
me empina. ¡Milagro! Así que me masturbo y me quedo feliz tras la
eyaculación que, según van pasando los años, va siendo cada vez
menos portentosa. Cada cual debe adaptarse a lo que es y a lo que
tiene. Tampoco hay que perder oportunidades, aunque cada uno sabe lo
que debe, puede, o le conviene elegir. Yo he optado por una vida en
libertad, que la puedo poner mejor en práctica en éste mi viaje de
verano. Libertad y justicia son los valores que más aprecio. Sé que
el mundo del consumo en que vivimos, ya lo decía Pasolini en los
años sesenta, es uno de los más injustos y que cada vez tenemos más
complicada la lucha contra la injusticia, puesto que las leyes
favorecen siempre a los poderosos y no se ve voluntad en los
políticos para que cambie este sistema legal, pero injusto. Por otro
lado, los pobres también quieren ser ricos, envidian la miseria de
los ricos. Es increíble la lección que nos da Benito Pérez Galdós
en su novela cumbre “Misericordia” donde se aprecian valores que
se han perdido, donde el más mísero, el mayor pordiosero, es el más
generoso, y donde se puede observar lo miserable que puede llegar a
ser el más rico, el poderoso.
Pero dejémonos de filosofías y de tratar de arreglar el mundo, y centrémonos en donde estoy. Saco una foto con los islotes que estoy viendo entre piernas y el mal calmo. Se está muy bien con el cielo despejado, aunque con algunas nubes diáfanas, pero debo continuar el camino.
Pero dejémonos de filosofías y de tratar de arreglar el mundo, y centrémonos en donde estoy. Saco una foto con los islotes que estoy viendo entre piernas y el mal calmo. Se está muy bien con el cielo despejado, aunque con algunas nubes diáfanas, pero debo continuar el camino.
La Maison des Rochers.
Terminado
el rato de relax e intuyendo que ya no puede faltar mucho para llegar
a mi destino, me visto y vuelvo al GR-34. Nuevos islotes, nuevas
formaciones rocosas bellas van configurando el paisaje al que ya me
estoy acostumbrando. Quizás, a pesar de ser muy variado, me empieza a
resultar algo monótono.
Tras las últimas rocas, llego a otra bahía con entrada al mar de guijarros, donde alguien se baña y otros se disponen a hacerlo, y veo al fondo la esperada Casa de las Rocas. Paso la roca en que los nuevos bañistas se disponen a cambiar su atuendo para darse el baño y la vuelvo a fotografiar, todavía de lejos, pero ya con la certeza de que es la casa que me va a servir de referente para localizar a Annick. Y, en unos minutos voy a dar con ella. Acierto a la primera.
Tras las últimas rocas, llego a otra bahía con entrada al mar de guijarros, donde alguien se baña y otros se disponen a hacerlo, y veo al fondo la esperada Casa de las Rocas. Paso la roca en que los nuevos bañistas se disponen a cambiar su atuendo para darse el baño y la vuelvo a fotografiar, todavía de lejos, pero ya con la certeza de que es la casa que me va a servir de referente para localizar a Annick. Y, en unos minutos voy a dar con ella. Acierto a la primera.
Annick.
Tercer encuentro.
Veo que el
camino me va acercando a una casa con cubierta de teja roja y, antes
de acercarme demasiado, saco una foto, pensando en que pueda ser la
casa de Annick. En la foto aparece la casa que intuyo es la que
busco, y la Maison des Rochers al fondo a su izquierda. Como veis, el
camino, el GR-34, a su paso por “le gouffre”, el abismo, es de
hierba y magnífico. Cuando paso por el camino, junto a la casa, oigo
algunas voces, así que tengo la certeza de que alguien hay en ella.
La rodeo y llego a la puerta de acceso. Me animo a pasar entre dos coches, ya que el acceso esta expedito. Me asomo, y veo a una mujer desconocida. Le digo: “me peut dire, si Annick…” Me interrumpe, no me deja continuar, y eleva la voz para decir: “Annick, el español”. Sale Annick de la casa, nos damos un abrazo, ya en su jardín, y me va a presentar a sus invitados. Son amigos desde hace mucho tiempo.
Philippe y Pascale, son matrimonio y tienen una hija, Florence, que ayer cumplió 22 años y que es ahijada de Annick. Lo celebraron comiendo “langouste”, langosta. Vemos el jardín y el entorno de la casa, en este espacio, en el que con mareas fuertes ha entrado el mar alguna vez, me sacan una foto con la Casa entre las Rocas al fondo, ahora ya mucho más próxima, aunque por la tarde aún pasaremos más cerca de ella, y yo saco otra con el grupo al completo, en el lugar en el que luego celebraremos la comida de bienvenida. En esa foto aparece la anfitriona con sus invitados franceses. El edificio bajo será el lugar donde el próximo verano dormiré en la “ganbara” que en euskera equivale al desván achaflanado. Me ofrecen zumo o sidra, y elijo sidra bretona. No les digo que no he desayunado para no interferir en el programa. Charlamos un rato y me cuentan el programa. El plan es el de invitarme a comer en Tréguier. Yo hago mi contra-propuesta. A Tréguier ya llegaré, si no hoy, mañana, y digo a Annick que suspiro por comer un plato de lentejas, “lentille”, en francés. Annick me ofrece los dos tipos que tiene. Unas que son similares a las nuestras, aunque éstas tiran más hacia el verde que al marrón, y otras sin piel, con las que ellos suelen hacer puré. Le pido la primera opción. Así que cambian los planes. Todos se van a comprar ostras a la marisquería y algo más y yo me quedo escribiendo el diario, pues tengo mucho acumulado por contar.
La rodeo y llego a la puerta de acceso. Me animo a pasar entre dos coches, ya que el acceso esta expedito. Me asomo, y veo a una mujer desconocida. Le digo: “me peut dire, si Annick…” Me interrumpe, no me deja continuar, y eleva la voz para decir: “Annick, el español”. Sale Annick de la casa, nos damos un abrazo, ya en su jardín, y me va a presentar a sus invitados. Son amigos desde hace mucho tiempo.
Philippe y Pascale, son matrimonio y tienen una hija, Florence, que ayer cumplió 22 años y que es ahijada de Annick. Lo celebraron comiendo “langouste”, langosta. Vemos el jardín y el entorno de la casa, en este espacio, en el que con mareas fuertes ha entrado el mar alguna vez, me sacan una foto con la Casa entre las Rocas al fondo, ahora ya mucho más próxima, aunque por la tarde aún pasaremos más cerca de ella, y yo saco otra con el grupo al completo, en el lugar en el que luego celebraremos la comida de bienvenida. En esa foto aparece la anfitriona con sus invitados franceses. El edificio bajo será el lugar donde el próximo verano dormiré en la “ganbara” que en euskera equivale al desván achaflanado. Me ofrecen zumo o sidra, y elijo sidra bretona. No les digo que no he desayunado para no interferir en el programa. Charlamos un rato y me cuentan el programa. El plan es el de invitarme a comer en Tréguier. Yo hago mi contra-propuesta. A Tréguier ya llegaré, si no hoy, mañana, y digo a Annick que suspiro por comer un plato de lentejas, “lentille”, en francés. Annick me ofrece los dos tipos que tiene. Unas que son similares a las nuestras, aunque éstas tiran más hacia el verde que al marrón, y otras sin piel, con las que ellos suelen hacer puré. Le pido la primera opción. Así que cambian los planes. Todos se van a comprar ostras a la marisquería y algo más y yo me quedo escribiendo el diario, pues tengo mucho acumulado por contar.
Comida
en Le Gouffre
Para
cuando regresan los compradores, no me ha dado tiempo más que para
escribir lo acontecido en el día de ayer. Se monta el comedor en la
terraza, pues el día está espléndido. A última hora, tras la
comida, está prevista la llegada de otros amigos de Annick que están
invitados al café. Empezamos a comer las ostras que han traído
directamente del lugar donde las cultivan y depuran. Han traído para un
regimiento, pero no quedará ni una sin abrir, sin que engullamos.
Luego Annick saca las lentejas, que comemos entre los dos. Las ha
hecho muy secas y gracias a la zanahoria se pueden comer, pero yo me
las como muy a gusto porque las necesito. Estoy seguro de que me falta hierro.
Veo que Annick las come con mantequilla. Así su sequedad se suaviza.
Los franceses son adictos a la mantequilla y, comiendo así las
lentejas, se justifica que las haya sacado tan secas. Pero no voy a
poner pero alguno a un regalo debido a mi petición. Annick me hace un
filete a la plancha, me lo saca “bleu”, poco hecho, y está
exquisito. Soy yo el único que como filete.
Los demás disfrutan viéndomelo comer y continúan con sus ostras, de las que yo he comido tres o cuatro. Creo que voy bien servido de hierro. Después llegan los quesos, la ensalada que los acompaña, como dos albaricoques, y un pastel de manzana.
Los demás disfrutan viéndomelo comer y continúan con sus ostras, de las que yo he comido tres o cuatro. Creo que voy bien servido de hierro. Después llegan los quesos, la ensalada que los acompaña, como dos albaricoques, y un pastel de manzana.
La
visita esperada.
Entonces
llegan los invitados: Marion y Unai. Ella es francesa, de la zona, y
él de Pamplona, aunque viven en Santander. Unai tuvo muchas
dificultades al estudiar euskera y también las tiene para aprender
francés. Se ve que los idiomas no son lo suyo. Marion es profesora
de francés. Parece ser que eso no ayuda mucho. Quizás por
deformación profesional, Marion me corrige las veces que hago mal
uso del verbo tener (tengo intención de ir a Bélgica: “j’ai
l’intention d’aller en Belgique”). Agradezco a Marion sus
correcciones. Ya me lo habían dicho Florence y otras personas antes
que ellas, pero la intervención de Marion ha sido fundamental. En
algo se debe notar su profesión. Además de otros idiomas, también
tiene un buen nivel en catalán. También le gustaría aprender
euskera. Si lo aprende, sólo lo podrá poner en práctica cuando
vaya a visitar a la familia de Unai, en Iruña. Saco una foto con el
grupo al completo y mi silla vacía.
El alga
verde.
Unai tiene
conciencia de ecologista y está muy quemado con algunos desmanes
contra la naturaleza que están ocurriendo últimamente. Me cuenta lo
que está pasando en Francia y que se manifiesta con el alga
verde. Ya adelanté algo cuando en este viaje encontré playas
atestadas de esta alga y los anuncios para que se denunciara la
aparición en nuevas zonas. Los que producen este desaguisado son los
vertidos de las granjas de cerdos al mar. Unai ha experimentado
entrar en el agua y no poder avanzar por el espesor de algas
acumuladas, es una sensación similar a la que se debe experimentar
al tratar de nadar por el mar de los sargazos, las algas te
aprisionan. Lo que hacen los vertidos es alterar el ecosistema del
alga. El alga verde se queda sin oxígeno y se desprende de los
fondos marinos, donde está su hábitat, y es arrastrada a las playas
y orillas de la costa. Yo recuerdo cuando aparecía alguna de estas
algas en La Concha. La llamábamos lechuga de mar y nos restregábamos
con ella el cuerpo por sus nutrientes, buenos para la piel y el
cutis. Ahora están contaminadas. ¡Viva el progreso!
Prospecciones
de gas en Álava y Burgos.
También
me informa Unai de las prospecciones que están haciendo para obtener
gas de forma económica en Araba y Burgos. Me dice que la
concienciación de los ecologistas del País Vasco, obligó a que
pararan allí las prospecciones y, como no ocurre lo mismo en Burgos,
allí siguen haciéndolo. Dice que es algo que lleva cinco años en
marcha. Me informa de que es un sistema por el que se obtiene gas natural.
Hacen muchos pozos, poco profundos, y después lo trabajan en
horizontal. Lo que hacen es romper la capa de pizarra. Con este
sistema, lo que está ocurriendo es que están destrozando multitud
de acuíferos. Como la situación laboral actual es tan mala, se
están aprovechando, y están destrozando el planeta. Lo peor es que
la necesidad laboral y la inoperancia de los políticos se lo están
permitiendo. De Álava se fueron, y de Burgos, ¿a dónde pasarán?
¡Hay que estar muy alerta!
La
mariposa que me llevará a Tréguier.
Sacan una
planta y veo cómo una mariposa revolotea alrededor de ella. Me
sorprende que, después de mucho rato, la mariposa siga revoloteando
sobre la planta sin que se aparte un ápice. ¿Estará cebada por
algún producto atractivo, como la miel? Pronto sabré que se trata
de una mariposa artificial, con un sencillo mecanismo que se activa
por un captador de energía solar. Me enseñan cómo es el mecanismo
y lo poco que ocupa y me parece que puede ser un bonito regalo para
llevar a mis hijas, yernos y nietos. Y yo que había cambiado Tréguier
por un plato de lentejas, ahora seré llevado por mis amigos allí,
por una mariposa… que serán dos. Las venden en una librería de
amigos de Annick. Ellos tienen que ir para comprar algo en la
farmacia de Plougrescant, así que monto en el coche de Marion y nos vamos también para
Tréguier. Nos vamos todos en dos coches, a excepción de Unai que se
queda viendo el partido de balonmano olímpico entre Francia y
España. A Unai también le ha gustado la mariposa, así que encarga
a Marion que compre una. En el coche de Philippe, van Annick y
Florence, madrina y ahijada, y en el de Marion vamos Pascale y yo.
Unai se queda al cuidado de la casa.
Farmacia
en Plougrescant.
Estoy
tentado de escribir lo que sigue entre paréntesis, ya que no es un
lugar al que llego caminando sino en coche y de donde volveré atrás
por igual medio de locomoción. Además, tendré que pasar
obligatoriamente por Tréguier si no es hoy, será mañana. Pero no
lo pongo entre paréntesis, porque tampoco lo hice en Portugal cuando
llegué a Mafra en autobús de ida y vuelta desde Ericeira. En este
momento no recuerdo ningún otro más. Paramos en la farmacia de
Plougrescant. Me dicen que en Francia no están autorizadas las
herboristerías y que los productos naturales se venden en las
farmacias. Annick me dice que la farmacéutica de Plougrescant está
especialmente sensibilizada y orienta sin pretensión comercial
exclusiva. La consideran una mujer concienciada que pretende la salud
y el bienestar de la población.
Tréguier.
Mariposas en la librería. Le Bel Aujourd'hui.
Continuamos
hacia Tréguier y aparcamos en la entrada. Por los primeros edificios
que vemos, me recuerda a algo ya visto, muy probablemente en Rennes,
hace ya un montón de años. Llegamos a la librería. Compramos las
mariposas. Entre las que me enseñan, elijo las dos que más me
gustan. Pago 50 € y lo puedo hacer con Visa. Hablo con una
empleada, o quizás sea la dueña, de lo último que he leído de
autores franceses. Proust y su “A la busca del tiempo perdido” y
de Hugo, “Los Miserables”. Ella menciona a la pobre Cosette y yo
me conmoví más con su madre, la pobre Francine. Como tiene otros
clientes que le demandan atención, nos despedimos.
El
filósofo Renan y Saint Yves.
Nos
estamos acercando a la catedral. Pasamos por la casa de Renan, el
filósofo, que nació aquí y que, cuando le hicieron un monumento,
los católicos protestaron y construyeron otro para compensar el daño
moral causado, fue el Calvario de la Reparación. El reconocimiento
de su aportación a la cultura mundial fue muy posterior. No saco
foto, ya lo haré mañana. En la plaza, al aire libre, están asando
unas patas de cerdo, con todo su jamón, a gran distancia del fuego.
Tampoco saco foto del espectáculo pensando en que lo veré mañana,
pero mañana no tendré la oportunidad. Si llego hoy, a lo mejor me
queda un cacho para cenar. Es así como entramos en la gran Catedral.
(Tomo unas notas en un papel: "Cuando llego a Tréguier, están asando cerdos en la calle, para ofrecerlos en el menú de un restaurante. Al fondo la estatua de Renán. Me habían hablado de Renán y Saint Yves. A más de un padre de la Iglesia, le hubiera gustado que Renán fuera pasto de las llamas).
La
Catedral de Tréguier.
Es una
hermosa catedral. De ella voy a sacar cuatro fotografías, pues
cuando llegue a pie creo que no entraré. Es una iglesia altísima de
estilo gótico. Saco foto de la nave lateral del crucero, ofrece un
enorme crucificado. Toda ella está engalanada de estandartes que le
dan un aire medieval. Quizás, por esta razón, parezca más
fortaleza que iglesia. Ni que estuviéramos en tiempos de Las
Cruzadas.

Cuando saco foto de la nave central, compruebo que en la nave lateral de la izquierda está el catafalco, quizás sea la tumba, de Saint Yves que, al igual que el filósofo Renan, también nació en Tréguier. Todo este conjunto de los cerdos asándose en la plaza, la circunstancia de que aquí naciera Saint Yves, un hombre que había nacido para el cielo, que también fuera de aquí Renan que, según algunos, no lo querían ni en el infierno, me lleva a la reflexión de lo complejo que es el mundo. Al igual que a los cerdos que se asaban en la plaza, a más de un buen padre de la iglesia le hubiera gustado hacer pasto de las llamas a Renan y, probablemente, a más de un hijo de la iglesia, también.
Como me intereso por el claustro, Pascale se adelanta, coge dos entradas, no me deja pagar por ellas, y no me entero de lo que cobran por la visita. Damos un vistazo rápido a la Sacristía que expone infinidad de casullas, y demás parafernalia para los ritos eclesiales, con profusión de bordados en hilo de oro y plata. También aquí hay mucho estandarte que me recuerda a las guerras del medievo, que detesto, como todo lo bélico. No saco ninguna foto.
Pero el claustro merece la pena. Es de los pocos que se conservan tal como eran, y el único de Bretaña. Tiene tres lados del claustro completos, a los que quizás le sobren tumbas de benefactores, y un cuarto que queda truncado porque el gran edificio eclesial no le permite continuar. Es algo impropio, pues los claustros se consideraban lugares ideales para la meditación y la lectura, actividad que se hacía paseando. Aquí sería necesario dar la vuelta al chocar el breviario con la iglesia, aunque supongo que, ni curas ni monjes, dirían jamás al llegar al tope: “¡Con la Iglesia hemos topado!”.
Lo que más me sorprende y no me parece comprensible es que, un claustro al que se paga por entrar y siendo uno de los más valiosos y visitados del primer mundo, la Francia, tenga las ojivas góticas tan llenas de telarañas. Saco dos fotos, una con la filigrana gótica de sus ojivas, hacia el lugar donde la iglesia trunca el corredor del claustro, y otra, en la que se ve el “clocher”, campanario de la catedral. Salimos del claustro, volvemos a la catedral y nos vamos al coche. Vuelven en el coche de Philippe la familia completa y en el de Marion volvemos Annick y yo.
Cuando saco foto de la nave central, compruebo que en la nave lateral de la izquierda está el catafalco, quizás sea la tumba, de Saint Yves que, al igual que el filósofo Renan, también nació en Tréguier. Todo este conjunto de los cerdos asándose en la plaza, la circunstancia de que aquí naciera Saint Yves, un hombre que había nacido para el cielo, que también fuera de aquí Renan que, según algunos, no lo querían ni en el infierno, me lleva a la reflexión de lo complejo que es el mundo. Al igual que a los cerdos que se asaban en la plaza, a más de un buen padre de la iglesia le hubiera gustado hacer pasto de las llamas a Renan y, probablemente, a más de un hijo de la iglesia, también.
Como me intereso por el claustro, Pascale se adelanta, coge dos entradas, no me deja pagar por ellas, y no me entero de lo que cobran por la visita. Damos un vistazo rápido a la Sacristía que expone infinidad de casullas, y demás parafernalia para los ritos eclesiales, con profusión de bordados en hilo de oro y plata. También aquí hay mucho estandarte que me recuerda a las guerras del medievo, que detesto, como todo lo bélico. No saco ninguna foto.
Pero el claustro merece la pena. Es de los pocos que se conservan tal como eran, y el único de Bretaña. Tiene tres lados del claustro completos, a los que quizás le sobren tumbas de benefactores, y un cuarto que queda truncado porque el gran edificio eclesial no le permite continuar. Es algo impropio, pues los claustros se consideraban lugares ideales para la meditación y la lectura, actividad que se hacía paseando. Aquí sería necesario dar la vuelta al chocar el breviario con la iglesia, aunque supongo que, ni curas ni monjes, dirían jamás al llegar al tope: “¡Con la Iglesia hemos topado!”.
Lo que más me sorprende y no me parece comprensible es que, un claustro al que se paga por entrar y siendo uno de los más valiosos y visitados del primer mundo, la Francia, tenga las ojivas góticas tan llenas de telarañas. Saco dos fotos, una con la filigrana gótica de sus ojivas, hacia el lugar donde la iglesia trunca el corredor del claustro, y otra, en la que se ve el “clocher”, campanario de la catedral. Salimos del claustro, volvemos a la catedral y nos vamos al coche. Vuelven en el coche de Philippe la familia completa y en el de Marion volvemos Annick y yo.
Segundo
paso por Plougrescant.
Llegamos
al pueblo, pero no bajamos de los coches. Annick me va advirtiendo de
las cosas interesantes por las que vamos pasando. Primero pasamos
cerca de la Chapelle de Saint Gonery, que tiene como particularidad
su “clocher” torcido. Fue debido a que algo falló en la
cimentación, y así quedó compensado y en equilibrio. Luego pasamos
cerca de la iglesia del pueblo que, aún no teniendo interés, por ser
moderna, es tan alta que hasta sirve de guía a embarcaciones en alta
mar. Cumple funciones de faro diurno. Las fotografiaré cuando pase a
pie. Marion me cuenta que, a partir de una catástrofe marina, en la
que el mar se llevo el muro de contención de la playa, aprovecharon
para hacer algo más espectacular y no se les ocurrió mejor cosa que
traer granito chino. Algo incomprensible en un lugar donde el granito abunda,
es lo que tienen más de sobra. También algo impropio de una playa
que siempre había sido humilde. Bajamos a la costa, a Le Gouffre.
Unai nos informa que los galos nos ganan 22-20 y faltran 7 minutos.
En ese tiempo en que no estoy prestando atención al televisor por
estar hablando con Annick, España ha conseguido empatar. Cuando voy
al retrete a orinar antes de partir, se ha producido un buen ataque
de España que no se ha convertido en gol. Y en el ataque galo,
faltando nada, nos meten el definitivo. Ha ganado Francia 23-22,
echando de la competición al equipo español, que ya se queda sin
opción a medalla. Francia jugará la semifinal. Más tarde van a
jugar Francia y España a baloncesto. Mañana me enteraré en el bar
del desayuno que seremos nosotros los que eliminamos a los galos. La
ley de la compensación. A fútbol ya les eliminamos el mes pasado y
quedamos campeones de Europa, ¿la siguiente les tocará ganar a
ellos? Annick se ofrece a acompañarme un rato. Tiene tiempo hasta la
hora del concierto. Florence está atenta a su portátil. Aprovecho
para entrar en mi página y nos vamos a Gijón, pues los cántabros
van mucho por Asturias. Me despido de todos agradecido, por las
ostras, el claustro, el coche y reanudo el camino con las mochilas y
Annick.
2º tramo en compañía de Annick.
Igual que
caminamos descalzos por la playa de Brem-sur-Mer, en Vandée, el día
en que nos conocimos, hoy vamos juntos por un tramo de camino del
GR-34 en Plougrescant. Le cuento el encuentro con la bretona que me
dijo “tu confianza te da la seguridad”, pero le cuesta entender.
Cuando lo entiende, muestra su solidaridad conmigo. Los que caminamos
entendemos muy bien el valor de estas pequeñas cosas. Que no son tan
pequeñas. Pasamos cerca de la Casa entre las Rocas, aunque un
entrante de mar no nos permite el total acercamiento.
Lo haremos el verano de 2013. El lugar es espectacular y la casa está muy bien protegida en sus flancos por las altas rocas. No sé cómo lo estará en la fachada frontal al mar. La costa sigue ofreciendo grandes muestras de las moles de granito. Se hace evidente el despropósito que supone haber ido a China por más granito. Seguimos juntos hasta que llegamos a una carreterita que le llevará directamente a su casa, sin tener que retroceder por el camino que estamos viniendo y sin necesidad de dar tanto rodeo. Nos despedimos y, agradecido por sus atenciones y su comida, le digo que espero verle por Irun cuando le venga bien. No promete nada. ¡Hasta la vista! Nos volveremos a ver aquí, el próximo verano, en junio.
Lo haremos el verano de 2013. El lugar es espectacular y la casa está muy bien protegida en sus flancos por las altas rocas. No sé cómo lo estará en la fachada frontal al mar. La costa sigue ofreciendo grandes muestras de las moles de granito. Se hace evidente el despropósito que supone haber ido a China por más granito. Seguimos juntos hasta que llegamos a una carreterita que le llevará directamente a su casa, sin tener que retroceder por el camino que estamos viniendo y sin necesidad de dar tanto rodeo. Nos despedimos y, agradecido por sus atenciones y su comida, le digo que espero verle por Irun cuando le venga bien. No promete nada. ¡Hasta la vista! Nos volveremos a ver aquí, el próximo verano, en junio.
Plougrescant.
Para
cuando llego a zona de las primeras casas, hace un rato que ya camino
de nuevo en solitario. Algunos peñascos de granito ya están siendo
devorados por la hiedra. También resulta bonito el conjunto.
Enseguida llego a una playa donde la marea está tan baja que no
merece la pena ni intentar el baño.
Dos mujeres están sentadas de cháchara sobre un bloque de piedra. “¿Será el granito traído de China?”, me pregunto. Pero como no traslado mi pregunta a nadie, ni tengo ya a Annick para que me pueda afirmar o negar, se va a quedar mi duda en el aire. Annick me había ofrecido la posibilidad de pernoctar en su casa, aunque ella se fuera al concierto, y yo no he aceptado pero, como ya se está haciendo tarde, pues las seis y media me van a dar sin salir del pueblo, me van entrando ganas de buscar alguna alternativa para dormir aquí. El GR-34 sigue perfecto.
Una vez he salido del ámbito de la playa y voy ascendiendo hacia la iglesia, ya puedo ver el campanario en lo alto. No me extraña lo que me ha dicho Marion. Ese alto campanario se tiene que ver desde muy lejos. Aunque no tenga un gran valor arquitectónico, ni histórico, al menos sirve como guía de mareantes.
Paso cerca de tamaña iglesia, aunque un muro de piedra no me la deja ver en su totalidad. Al saber que no tiene gran valor artístico, ya ni me molesto en acercarme más. Saco foto de lo que puedo ver.
Dos mujeres están sentadas de cháchara sobre un bloque de piedra. “¿Será el granito traído de China?”, me pregunto. Pero como no traslado mi pregunta a nadie, ni tengo ya a Annick para que me pueda afirmar o negar, se va a quedar mi duda en el aire. Annick me había ofrecido la posibilidad de pernoctar en su casa, aunque ella se fuera al concierto, y yo no he aceptado pero, como ya se está haciendo tarde, pues las seis y media me van a dar sin salir del pueblo, me van entrando ganas de buscar alguna alternativa para dormir aquí. El GR-34 sigue perfecto.
Una vez he salido del ámbito de la playa y voy ascendiendo hacia la iglesia, ya puedo ver el campanario en lo alto. No me extraña lo que me ha dicho Marion. Ese alto campanario se tiene que ver desde muy lejos. Aunque no tenga un gran valor arquitectónico, ni histórico, al menos sirve como guía de mareantes.
Paso cerca de tamaña iglesia, aunque un muro de piedra no me la deja ver en su totalidad. Al saber que no tiene gran valor artístico, ya ni me molesto en acercarme más. Saco foto de lo que puedo ver.
Como ya la
he visto al pasar y ya he contado lo que me han dicho de ella, ahora
me limito a sacar una foto del lugar en que mejor creo que se ofrece
la inclinación del “clocher”. En realidad, no sé si a esa torre
inclinada se le puede llamar campanario, ya que no veo campana alguna
que lo justifique.
Buscando
posada.
Pregunto a
un hombre por dónde salir para ir a Tréguier. Me reorienta pero, al
ir en esa dirección, veo anuncio de “gîte”, albergue. Me animo,
más que por el cansancio, y a pesar de haber hecho hoy tan corto
recorrido, por la necesidad de escribir contando toda la jornada de
hoy. Me acerco para preguntar y ver, pero nadie responde a mi
timbrazo. Antes de salir del pueblo veo otra. El hombre que me abre
es el que la tiene alquilada. Así que nada. Desisto del plan, y voy
saliendo de Plougrescant. Dejaré el diario para escribirlo mañana.
La
Roche Jaune.
Sigo
carretera adelante. La calzada va descendente. Llego a un lugar en
que ésta confluye con un entrante de mar que, ahora, con la marea
baja, es un entrante de lodo. Un matrimonio me confirma en mi mapa el
lugar donde estoy. Hay también un cartel anunciador del lugar, se
trata de la Roche Jaune, que es el puerto que está en la parte más
Norte de este territorio. No tengo ninguna intención de visitarlo.
Continuando la carretera, una señal me indica que ya estoy llegando
a la bocana del Anse que llega a Tréguier.
Plouguiel.
Café Pesked. Un niño.
Tal como
lo indican, parece que el propio estuario es el GR-34. Bajo, pero el
camino de guijarros descubierto por la marea baja es muy incómodo
para caminar, tiene mucha piedra musgosa suelta, algas, humedad y,
además, dudo de que sea por aquí por donde va el camino. En la
primera oportunidad volveré a remontar carretera arriba. Lo hago al
llegar a un puerto, entre marítimo y fluvial que, según leo,
corresponde ya a Plouguiel. Pero el pueblo de Plouguiel queda lejos y
no lo veré hasta mañana. Me siento en un bar Café Pesked y pido
sidra. Me sacan un botellín, pago 2,30 € y escribo en la terraza.
Tengo mucho para contar, pero noto que me estoy enfriando. He podido
escribir hasta la llegada del café en casa de Annick, con la llegada
de Marion y Unai, y tengo que parar la escritura porque el pulso me
tiembla del frío que tengo. Cuando estoy recogiendo para devolver la
copa y el botellín vacíos, y para ir al retrete, se acerca un niño
interesándose por lo que escribo. Le digo que enseguida vuelvo a
contárselo. Al regreso, le cuento que se trata de un diario de
viaje, de dónde vengo y los días que llevo caminando. El niño está
interesado en lo que le cuento. Se acerca la madre. Hablamos un poco
más, le enseño mis tres dibujos, los que tengo en este diario. Me
despido y asciendo la cuesta de la carretera hasta que llego a la
horizontal.
Buscando
dormitorio gratis.
Con la
intuición de que voy paralelo al estuario. Tengo dudas. Una carretera a
la izquierda me lleva a un callejón sin salida. Leo un cartel que
anuncia una obra de teatro. En Perros-Guirec se representaba “Huis
Clos” de Camus. Reculo y veo una casa en el que podría dormir,
pero me parece muy pronto para meterme en la piltra. No obstante
husmeo por el exterior de la casa. Entro en el recinto, pero tiene
todas las persianas cerradas. Cuando llego a la parte trasera,
que tiene un atractivo voladizo protector para el caso de que llueva,
veo que en la casa de al lado hay personas asomadas a su ventanal
mirando hacia el estuario. Como me quedaría demasiado a la vista de
ellos, con pena por la idoneidad del lugar, me marcho y cojo por
carretera elevada y buena dirección hacia Tréguier.
Saco una foto del entrante de mar que luego, llegando a Tréguier, se diversifica por dos ríos: Guindy y Jaudy. Por carretera, llego a una “ferme”, granja, en la que veo movimiento de tractor. Trabajan la tierra en corto espacio. La distancia que recorre es corta y me sorprende ver a un niño montado junto al que lo maneja. Me parece una imprudencia. Sé que hay accidentes con resultado de muerte por esa causa. Mañana lo comentaré en el bar y me dirán que es seguro, que nunca ocurre nada y que hay hasta un asiento adaptado para que los niños vayan con el máximo de seguridad. Me lo tengo que creer, pero eso no es lo que suelen contar los periódicos. En la carretera, en el tramo por el que voy, veo que han segado la hierba de los bordes y que ya está bastante seca. Como no la han recogido, me podría servir para hacerme una cama. Bastaría con encontrar un campo separado de la carretera. Llegando a un crucero, veo el sitio ideal. Se trata de una pieza donde ya han segado el trigo y empaquetado la paja en grandes cilindros. Sólo quedan los trozos cortos de paja vertical, que son fáciles de tumbar. Hago mi cama junto a uno de esos rodetes de paja, que me oculta de la carretera más próxima. De la otra no me preocupo, puesto que, desde donde estoy, sólo se ven los capós de los vehículos y a mí sus conductores no me ven. Ni me darán los focos cuando sea de noche. Sólo me va a ver una jinete que pasa montada en su corcel. Una vez elegido el sitio donde voy a dormir, bajo a la carretera a coger hierba seca para poner la base más mullida de mi cama. Durante la noche, la luna no va a superar la altura del rodete de paja seca, ni la de los altos arbustos que defienden el terreno de la carretera, por lo que su luz no me va a molestar lo más mínimo. Duermo bastante bien, aunque me levanto tres veces a orinar. Se ve que el frío con la última sidra no me ha favorecido nada. Aunque me acuesto temprano, entre nueve y cuarto y nueve y media, duermo hasta las siete. La única preocupación que he tenido ha sido la de que el rodillo no rodara en mi dirección y me aplastara por el camino. La Osa Mayor ha estado a mis pies y en la última orinada, ya ha desaparecido entre los arbustos, calculo que hacia el NE. Aunque todavía alumbra, la luna ya va menguando. Amaneciendo, la luna ya me ha iluminado por completo.
Saco una foto del entrante de mar que luego, llegando a Tréguier, se diversifica por dos ríos: Guindy y Jaudy. Por carretera, llego a una “ferme”, granja, en la que veo movimiento de tractor. Trabajan la tierra en corto espacio. La distancia que recorre es corta y me sorprende ver a un niño montado junto al que lo maneja. Me parece una imprudencia. Sé que hay accidentes con resultado de muerte por esa causa. Mañana lo comentaré en el bar y me dirán que es seguro, que nunca ocurre nada y que hay hasta un asiento adaptado para que los niños vayan con el máximo de seguridad. Me lo tengo que creer, pero eso no es lo que suelen contar los periódicos. En la carretera, en el tramo por el que voy, veo que han segado la hierba de los bordes y que ya está bastante seca. Como no la han recogido, me podría servir para hacerme una cama. Bastaría con encontrar un campo separado de la carretera. Llegando a un crucero, veo el sitio ideal. Se trata de una pieza donde ya han segado el trigo y empaquetado la paja en grandes cilindros. Sólo quedan los trozos cortos de paja vertical, que son fáciles de tumbar. Hago mi cama junto a uno de esos rodetes de paja, que me oculta de la carretera más próxima. De la otra no me preocupo, puesto que, desde donde estoy, sólo se ven los capós de los vehículos y a mí sus conductores no me ven. Ni me darán los focos cuando sea de noche. Sólo me va a ver una jinete que pasa montada en su corcel. Una vez elegido el sitio donde voy a dormir, bajo a la carretera a coger hierba seca para poner la base más mullida de mi cama. Durante la noche, la luna no va a superar la altura del rodete de paja seca, ni la de los altos arbustos que defienden el terreno de la carretera, por lo que su luz no me va a molestar lo más mínimo. Duermo bastante bien, aunque me levanto tres veces a orinar. Se ve que el frío con la última sidra no me ha favorecido nada. Aunque me acuesto temprano, entre nueve y cuarto y nueve y media, duermo hasta las siete. La única preocupación que he tenido ha sido la de que el rodillo no rodara en mi dirección y me aplastara por el camino. La Osa Mayor ha estado a mis pies y en la última orinada, ya ha desaparecido entre los arbustos, calculo que hacia el NE. Aunque todavía alumbra, la luna ya va menguando. Amaneciendo, la luna ya me ha iluminado por completo.
Balance
del día con Annick.
No tengo
que decir qué ha sido lo mejor de la jornada. Ha sido grato volver a
estar con Annick y también mostrar mi agradecimiento por lo bien que
me ha atendido. Ella y sus amigos. Muy interesante ha sido lo que me
ha contado Unai sobre las algas verdes y la destrucción de los
acuíferos burgaleses. Ya voy con el regalo a la familia, las mariposas movidas por energía solar. Lo peor ha
sido el arranque matutino, el difícil paso del Anse de Pellinec.
Aunque no bueno, al menos me he podido dar un baño después de
tantos días sin hacerlo. Curiosa la curiosidad del niño por saber
lo que escribía en el puerto de Plouguiel. Hermosa catedral y
precioso claustro de Tréguier.
No hay comentarios:
Publicar un comentario