martes, 8 de marzo de 2016

Etapa 50 (341) Plage de Trégana-Plage du Corsen


Etapa 50 (341). 27 de julio de 2012, viernes.
Plage de Trégana-Plage de Portéz-Plougonvelin-Pointe Saint Mathieu-Le Conquet-Pors Liogan-Pors Moguer-Pointe du Corsen-Phare de Trézien- (coche) -Lampaul Plouarzel-Plage du Corsen.

Por querer cenar, hoy volveré a coger un coche hacia el Norte, lo que me obligará a retroceder más al Sur para dormir junto al cabo más occidental de Francia continental. Los de L’Île d’Ouessant no cuenta. También mañana tendré que caminar un buen trozo de camino ya recorrido, duplicándolo. Todo sea por el deseo de cenar y el capricho de volver a dormir a Corsen, puesto que desde el Phare de Trézien había ido en el coche hasta Lampaul-Plouarzel. Contaré cómo ocurrió.

 




Amanecer en la playa de Trégana.
Me despierto a las 6:45 horas. A última hora me ha entrado un sueño más profundo, que no es habitual en mí. Pero, para las siete, ya estoy en marcha. Saco una foto antes de recoger, con el lugar donde ayer me bañé, al fondo, y la marca que ha dejado al subir la última marea de anoche. Como se puede comprobar, sin ningún riesgo de que me alcanzara en mi cama.

La terraza del bar, bajo el restaurante en que cené ayer, ya está siendo montada por una mujer de rasgos orientales. Ni le pregunto si me puede hacer un desayuno, pues estoy viendo enfrente Plougonvelin, donde creo que llegaré en poco tiempo. La siguiente playa, la de Portez, sigue perteneciendo a Loc-Maria-Plouzané. Ronan me dirá luego que el sonido bretón “plou” tiene el significado de gran población y “ker” el de “ferme”, granja, topónimos de lugar.

Plage de Portez.
Salgo de Trégana por el GR-34, que inicio bien señalado. Separando la carretera del camino se me ofrece un inusitado arriate. Las plantas que lo constituye son todas de una sola especie. Se trata de Cola de caballo. Las plantas están tan juntas, tan apretadas, que sus hojas filamentosas no tienen espacio material. Quizás, en esta época veraniega, ya se le hayan caído.




El GR-34 me va aproximando a la playa de Portez y, al fondo, ya se va despertando Plougovelin de su neblina matinal. La bahía finaliza en la Pointe de Creac’h-Meur. Para las 7:15 horas ya estoy en la playa. La carretera llega también hasta allí y coincido con un hombre que entrena temprano. 

Si no fuera tan pronto, me daría un baño. Se ve claramente cómo el camino asciende por el suave acantilado hacia el destino que me he marcado para desayunar.




Una vez arriba del acantilado, vuelvo a sacar foto que completa la anterior playa. Esta vez la vista es desde poniente.

Plougonvelin. Plage du Trez-Hir.
Pasada la playa de Portez, ya voy entrando en terreno de Plougonvelin. Enseguida llego a un lugar ruinoso pero que han considerado interesante rehabilitar parcialmente. Ofrecen la fachada de un edificio de piedra y argamasa, y otras pequeñas construcciones, cuyo mayor valor está en la vista que desde allí se ve hacia el mar d’Iroise. Por la costa, el camino me va bajando hacia la playa de Trez-Hir. Entro a ella por una entrada angosta, pero luego el camino me lleva por entre las rocas, donde voy todo el rato pisando arena. Un fotógrafo considera que ésta hora de la mañana es buena para obtener bellas fotos. Los corredores matutinos también entrenan por el mismo camino por el que yo voy. Me hacen compañía, aunque sólo intercambiemos saludos. Unos vienen y otros van. Sigo las pisadas pisando sobre ellas. Coincido con dos mujeres saliendo de la playa y subo unas escaleras por si hay PMU-Tabac.
 

Encuentro a una señora, muy dura de oído, que me dice que no sabe. “Bon tempe” es lo único que obtengo de ella. No es malo su deseo de que tengamos buen tiempo. He llegado a Plougonvelin por la zona más próxima al puerto, pero en esa parte de la población no hay nada abierto, tampoco el único Tabac-PMU que veo, y me recomiendan que suba al del pueblo, “au bourg”, me dicen, donde podré encontrar un bar. La última señora me ha dicho que está a un kilómetro. Ya en el bourg, un chico me dice que encontraré sitio para desayunar después de una rond-point, rotonda, a la izquierda.

Plougonvelin-bourg. Boulangerie y PMU-Tabac.
Cuando llego, inicio el mismo juego de siempre. Saludo en el bar, pido croissant, me dicen que en la panadería, dejo la mochila y me voy a comprar mercancía para volver a tomar allí el café con leche. La chica que atiende el bar me señala al señor Ronan y me dice que sabe español. Ya le saludaré después. Voy a la panadería y compro croissant y caracol por 1,95 € y regreso al bar donde me sirven café con buena cantidad de leche y pago 1,40 €. Tomo la medicina, desayuno con mucho gusto y Ronan me va a servir de mucha ayuda. Me enseña postales. Me dice que, por venir por la carretera, no he visto dos cosas interesantes: el Fort de Bertheaume y el cabo del Sur, el de Creac’h-Meur. También me habla del que veré luego, en el Sudoeste, el cabo de Saint Mathieu, del que ya os adelanté mi positiva opinión. Por primera vez cago con consistencia y esto es una buena señal. Lo he hecho al llegar y, después de escribir con las interrupciones propias derivadas de preguntas y respuestas de Ronan, vuelvo al retrete para orinar y marcharme. Son las 10:45 horas. A la salida me despido de la camarera y de Ronan. Me pregunta si llevo cámara. Luego me pesa no habernos sacado una foto los dos juntos. Habríamos podido disponer de fotógrafos voluntarios. Ya sabía, por mi primo Rober, que a los pilotos de la marina mercante les jubilan con 55 años. 


Ronan estuvo varios años prejubilado y la legislación francesa permite trabajar en ese periodo siempre que se cotice de forma legal. A él le encanta su trabajo, por eso hacía algunos viajes como patrón de algún barco, por encargo. Le acaban de llamar de España para hacerse cargo de uno durante 15 días, aún estando jubilado definitivamente, lo puede hacer pagando los impuestos correspondientes, pero por otras razones, no puede y está buscando quién le sustituya. Me despido de Ronan definitivamente a las once y desciendo de nuevo al puerto. Ha vaticinado que no llegaré a tiempo como para comer en Le Conquet. Acierta.


Fort Bertheaume. Carmen y Javier.
Llego al puerto para las 11:15 horas, lo que confirma que el burgo está a un kilómetro, metro más metro menos. Siguiendo el GR-34, enseguida me encuentro con escolares uniformados con camisetas amarillas, probablemente vienen de visitar el fuerte hacia el que me encamino. Para evitar susceptibilidades, saco foto al grupo desde lejos. Así los niños no son reconocibles, ni pueden ser objeto de uso ni de abuso. Me evito pedir permiso a los responsables y correr el riesgo de que me lo denieguen. Ya está la foto en mi reportaje.

Cuando doblo el camino por donde están los niños (niñas y niños, se entiende), enseguida obtengo la visión del fuerte recomendado. Lo malo es que desde este lado no ofrece una visión bonita de conjunto. Será necesario un alejamiento por el otro lado para que consiga la bella imagen. El fuerte está en una isla y lo bonito es ver la conexión con el puente liviano y el primer tramo de escaleras también construido sobre otro puente más recio. Un caserío previo, también se haya destruido.
 

La foto que me ha enseñado Ronan se ve que es una foto obtenida desde el aire. Carmen va a sacar una foto a Javier y me dice que pase. Le digo en mi francés de andar por casa, que la saque sin pensar mucho que, si el modelo es bello, la foto saldrá bien. Me ríen la gracia y continúo. Les paso. Me pasan. Yo también busco la mejor foto. Les digo que vengo andando desde el País Vasco. Alucinan. Se ofrecen a sacarme una foto y, aunque el lugar ya no ofrece lo mejor del fuerte, me sacan una.


Hacía tiempo que no tenía una mía para presentar en mi reportaje. Les he hecho recorrer un espacio para que Carmen la saque. Ella hace un comentario en castellano con su pareja y es cuando nos aclaramos que somos paisanos.


 Viven en Oviedo. Ella es asturiana, pero él de Pamplona. Les hablo de las playas de Celorio, de la cercanía que hay en Asturias entre el mar y la alta montaña (Fuente De y Picos de Europa), del Camino de Santiago. Cómo al llegar a Ribadeo, el camino entra directo a Santiago, perdiéndose el caminante la playa de las Catedrales y los acantilados más altos del continente europeo, en la Garita de Erbeira, cerca de San Andrés de Teixido.

Podríamos estar horas y horas hablando, pero quiero llegar a Saint Mathieu y tratar de comer allí, pues creo que llegaré tarde para comer a Le Conquete. Así que nos despedimos y continúo hacia Pointe de Creac’h-Meur.

Pointe de Creac’h-Meur.
El GR-34 continúa perfecto. Los acantilados que se ven desde arriba, son preciosos, con fondos marinos transparentes. En una revuelta del camino, yo también me vuelvo y saco, aunque lejana, la más completa visión del fuerte de Bertheaume.
 

Aprovecho, ahora que ya me he alejado, para decir que fue fortificado también por Vauban. Viendo la propaganda, ofertan tirolina que cubre el espacio aéreo entre el fuerte y este lado por el que acabo de pasar. He visto dos soportes metálicos triangulares, que pudieran ser los que unen el cable, pero no he visto el cable que los debiera unir. Sin embargo, si he visto un cable que viene desde el fuerte y que finaliza más arriba de donde pasa el GR-34. 

Más adelante, el acantilado ofrece construcciones obsoletas, que probablemente, en su día, tuvieron su importancia desde el punto de vista de la estrategia militar y de defensa naval de la zona.





Es así como me voy acercando hacia la punta de Creac’h-Meur. Saco una foto que muestra el acercamiento y otra cuando casi he llegado.
 
Es como si tierra y rocas no pudieran resistir la tentación de desmoronarse hacia este mar, que ya es océano, y que tanto les atrae. Por el camino, voy viendo lagartijas muy negras, que me recuerdan a los dragones de la isla Dragonera, en Mallorca.

 

Hacia la Pointe Saint-Mathieu y su Phare. 
Jon y su familia donostiarra.
Doblado el cabo de Creac’h-Meur, el camino sigue la misma tónica. Ya tengo a la vista el cabo donde pretendo comer. 


De momento, no logro ver el faro, pero en un par de instantáneas ya aparecerá. El mar se muestra azul. Pronto voy a coincidir con un grupo de excursionistas, pero todavía no veo el faro.

 

Aunque la foto merece la pena, ya que el camino es ahora ascendente, ellos estan en la parte alta de las rocas y el mar ofrece sus azules. Son las doce y media y, en la siguiente foto, una vez dejado atrás al grupo y todavía en altura, ya empiezo a ver el faro de San Mateo.


El camino continúa en un sube y baja que permite seguir viendo una bonita costa con ligeras lomas que son de piedra y rocas al llegar al mar y de helechos en la parte más superficial. El mar en calma da más tranquilidad al caminante. Es una lástima que no aparezca alguna playita para darme un chapuzón. En otro de los ascensos encuentro, a ambos lados del camino, aparcadas o más bien tumbadas y apoyadas en la hierba, cinco bicicletas. Muy cerquita y sentados en plan contemplativo, la familia formada por los padres, una hija y dos hijos varones. Saludo al pasar, pero no me detengo.
 

Iniciado el descenso, encuentro una bonita falla por la que penetra el mar D’Iroise. Esta parte del mar está considerado Parc Naturel Régional d’Armorique. La falla sólo ofrece rocas. Nada de arena.







El mar sigue tranquilo y la costa la misma tónica, cuando llego a un límite geodésico que me ofrece ya más cercano el faro de Saint Mathieu.
 

De regreso del faro, viene una familia. Pasa una mujer con su hijo y sus caras se me hacen familiares, pero hasta que no veo a Maddi con su camiseta del Atlético San Sebastián, que viene con su aita, no me percato. Paro a Jon y le digo que vengo caminando de Irun. Ellos viven en Donostia y suelen venir todos los años, pues les gusta el trazado del GR-34 a su paso por este alto Finisterre. Tienen el camping cerca de Plougonvelin y hacia allí van. Nos despedimos hasta que nos veamos en Donostia.Que hasta verano de 2016 no se ha producido.

El camino continúa de tierra y bien señalado y, para la una del mediodía, ya tengo el faro a tiro de piedra. Un bunquer en el que se meten dos mujeres, cumple la función de bonito mirador y, además, en caso de lluvia, puede ser utilizado como refugio por los caminantes, aunque no fuera construido con esa finalidad. Las mujeres ya están saliendo del bunquer cuando paso.
 

Ya con faro y torre de control, que los franceses llaman semáforo, llego a una torre cilíndrica que está en un prado cercado, alambrado y electrificado, donde pacen unas vacas.





Como quiero fotografiar la torreta y el cabo, y no me entra todo en una sola foto, no me queda otro remedio que hacer dos.


Saint Mathieu antes de comer.
Es así como llego al cabo. El conjunto que ofrece este cabo es más espectacular que el de Raz y, como comprobaré más tarde, está a años luz del de Corsen, que es un cabo sin ninguna construcción, salvo que se considere como propio un faro que está muy alejado, monte arriba, el de Trézien. ¿A quién se le ocurriría construir una abadía en este lugar?
 
Tuvieron que ser monjes estudiosos y amantes de la contemplación. Es raro que nadie haya propuesto convertir sus ruinas en un hotel de cinco estrellas. Quizás lo que menos me guste sea la torreta militar, con los artilugios para la captación de ondas. Además de ese elemento, lo que el cabo ofrece es una abadía semi-derruída, pero bellísima en su destrucción, el faro, con su elevada linterna, y la ermita de Saint Vance pero, por mucho que busco, no voy a encontrar a San Mateo, el más humano de los evangelistas. Ni a Pier Paolo Pasolini, quien lo recreó en su famosa película: “El evangelio según Mateo”, y que recibió los parabienes del papa Juan XXIII.
 

Me asomo al acantilado y, al pie de otra falla, aparece una pequeña playa protegida por potentes rocas. En el mar emerge algo puntiagudo que pienso pueda estar iluminado al anochecer para salvaguarda de navegantes. No creo que esté puesto allí a mala leche para que las embarcaciones se den contra él.



A través de un arco de punto redondo, propio del románico, que contrasta con el gótico de la abadía, saco foto al conjunto y me voy a comer.

Hostellerie de la Pointe Saint Mathieu.
En el entorno no hay mucho dónde elegir y, a pesar de la elegancia, como en el restaurante del Hotel. Hay terraza para comer al aire libre, pero prefiero hacerlo dentro del comedor.

Me limito al menú del día que es corto pero suficiente. Elimino postre pues ofrecen queso o mousse de chocolate. Observo cómo a los comensales de al lado, a las dos mujeres, el camarero regurgita una retahíla de nombres de “fromages” (quesos) y “gateaux” (pasteles) imposible de retener. De entrada me obsequian con un gazpacho que, más bien, es tomate triturado con trocitos de “crabe” (buey de mar) y que me entra muy bien. Como ensalada de mar y tierra que, del mar, trae unos mini-mejillones con sus valvas y dos langostinos (que ellos llaman gambas) y, de la tierra, un trocito de jamón, que bien pudiera ser de pato, y verduras muy variadas. Lo más flojo será la patata y los tomatitos cheri que vienen escaldados y a los que se puede desprender fácilmente la piel. Disfruto de la ensalada aunque no le habría venido nada mal un poco más de sal y aceite de oliva. El cordero está rico, aunque es un trozo pequeño y poco hecho con acompañamiento de verduritas y una salsa que también es algo sosa. Todo se confabula hoy a favor de que baje mi hipertensión. Quedo obnubilado por la oferta de quesos y la de postres dulces. Ambas circulan en carritos que van pasando por las mesas y cada cual elige lo que prefiere.
 
Lo de los quesos es más habitual, ya que cuando se piden siempre ponen al menos de tres clases, pero entre los postres se ofrecen pastelitos y varias tartas de las que se pueden pedir alguna porción. Sólo por no tener que oír la retahíla de nombres que tienen los quesos y las tartas, merece la pena abstenerse. Pero da envidia al goloso.
 
Me limito a mi menú y dejo constancia de los postres como anécdota. Pago con Visa 17 € y compruebo que Saint Mathieu es de Plougonvelin. Ha sido una comida barata en la relación calidad-precio, y atendida con exquisitez, aunque comparándola con la de ayer en Brest, me quedo con aquella. Salgo al exterior y saco una foto del restaurante, que pertenece a Hotel de 4 estrellas.


Despedida de Saint Mathieu.
Ahora me dedico a visitar el entorno. Voy por la explanada que me orienta hacia la Chapelle y el phare. Paso por una recia portada que permite el paso a la Chapelle. Es de estilo gótico y da sensación de pesantez.






La visita a la abbaye la hago con parsimonia, haciéndome a la idea de la gran altura en que estaría la bóveda de la nave central.











Ahora su altura es infinita con límite en el azul celeste. Esta abadía se empezó a construir en el siglo XI. Entre arcadas góticas, tanto se puede contemplar la torreta militar como el faro, que fue construido en 1835, todo es cuestión de buscar el lugar más estratégico y bello para plasmarlo.

Hay una placa en memoria de los marineros desaparecidos en el mar. Salgo de la abadía por la torreta, donde leo un cartel que pone: Terrain Militar Defense d’entrer. Si ya encanta a los franceses prohibir cualquier cosa, aquí está más justificado por la defensa de la nación. Probablemente, esta torre, que los franceses llaman “sémaphore” (semáforo), fuera construida en la misma época.
 

Retorno a la abadía y saco la última foto vertical del día. Miento, puesto que aún fotografiaré a última hora el phare de Trézien. Me voy sin ver el cenotafio. No me importa, porque estos monumentos funerarios no son más que simulacros sin cadáver y no me voy a enterar si quien debiera reposar en él es el mismísimo San Mateo o el desconocido para mí, San Vance.

 







Chapelle de Saint Vance.
Entro en la capilla de Saint Vance. Ofrece poco de mi interés. Fotografías de objetos y estatuaria que perteneció a la abadía pero que hoy estará en algún museo diocesano de alguna capital. Lo que más me llama la atención es el Dedo de San Juan. Yo creía que lo del dedo se refería a San Juan Evangelista y ahora compruebo que se trata del Bautista.
 

Leo que el dedo indicando hacia arriba quiere dar a entender que él se considera el precursor de Jesús, que va a bajar del cielo a la tierra. Cuando hay que esperar mucho hasta que algo ocurra, solemos decir: “hasta que San Juan baje el dedo”. Esta lámina al menos me aclara hoy el significado del dicho tantas veces repetido. La capilla es de una sola nave y la fotografío con una virgen en el altar mayor. Por los ángeles y la nube, puedo llegar a la conclusión de que es una Asunción. 
A las 14:30 ya estoy en marcha, pero me entretengo en una fortaleza militar que han modernizado, aunque no bajo ni entro a verla.

Pors Lioran.
El GR-34 continúa con la misma tónica hacia Le Conquet. Quizás la mayor diferencia entre el mar que he dejado al Sur y éste que se presenta frontal al Atlántico, sea que ahora se ven los hierbales más floridos. Pero la costa rocosa apenas varía.
 

Tras caminar media hora, encuentro varios coches aparcados y una pequeña playa, en la que sólo veo una persona bañándose. Ni siquiera intento bajar a darme un chapuzón, pues es playa de difícil acceso. En el final, de la costa, donde ya se puede apreciar Le Conquet, se ofrece, todavía lejano, el faro de Kermorvan. 

Enseguida que llego al aparcamiento me doy cuenta de que los que han venido en coche no están en la minúscula playa que acabo de dejar atras, sino en la siguiente, más amplia, la de Pors Lioran. A ésta sí que voy a bajar y me bañaré en su parte más al Norte. Aunque no hay mucha gente, ya desde arriba, compruebo que esa zona está menos poblada. 


Es playa muy abierta, pero al fondo ofrece rocas que aislan algo el último tramo. Parece que voy a estar yo solo pero, en la última roca parece dormitar una mujer tumbada. Me meto hacia el rincón rocoso y me resigno a ponerme el bañador. En la orilla, me lo quito y me doy un corto chapuzón en bolas. La mujer sigue dormitando pero, cuando estoy saliendo del agua, veo que dos jovencitas se dirigen hacia mi zona.
 
Sin esperar a secarme, me vuelvo a poner el bañador. Camino por la orilla hasta el extremo Sur y voy tratando de eliminar las manchas negras de galipote que llevo en los pies, sin saber dónde me los he manchado. Me ayudo con la arena y el agua. Menos mal que, al volver, veo que las dos niñas se han instalado en las rocas de detrás, pero fuera de mi vista, así que me quito el bañador y puedo tomar tranquilo el sol desnudo. Voy a estar bien hasta que un matrimonio con niña se coloca en el hueco siguiente. El padre se va con la hija al agua y la madre se queda, pero como hay una roca que nos tapa, puedo continuar un rato más. Calculo que habré estado una hora en esta playa, cuando decido vestirme y marcharme. Ya desde encima de la playa, saco foto en la que se puede apreciar el triángulo de arena seca en el que he tomado el sol. La mujer sigue donde la he dejado, pero ahora hija y padre vuelven del agua.

Playas previas a Le Conquet. 
Onán: “Et la masturbation…”
El nombre de la playa de Pors Lioran me lo escribe un hombre, pero pone Liogan y ahora tengo duda de cuál es el correcto, como los franceses pronuncian la “r” como “gue” tomo una decisión que puede ser incorrecta. El sendero me presenta a dos hermanos, quizá sean gemelos, y a un tercero más alto. Van fumando un cigarrillo cada uno. “Mal pour la santé”, les digo al pasar, y añado que llevo 50 días caminando. Ellos no se lo creen. Me preguntan: “¿Et la femme…?”, la mujer, y bromeo diciéndoles que la llevo en la mochila. Los tres imberbes están en plena adolescencia, piensan que yo, como ellos, soy también partícipe de las prácticas de Onán, y no pueden concebir que no dé salida a mis deseos sexuales, así que me preguntan: “¿Et la masturbation…?” ¿Es una pregunta, o una afirmación? Lo que está claro es que mi broma de que llevo a mi mujer en la mochila, no se la han creído. Les digo que la masturbación con medida es buena para la salud y, a falta de mujer bromeo e imito como si me follara una “poule” (gallina) o una “chèvre” (cabra). Se ríen. De alguna manera, su pregunta me halaga, puesto que me rejuvenece.
 
Quizás el que esté haciendo un camino a pie, insólito para ellos, les haya dado pie a pensar en mí como participando de una eterna juventud. De nuevo vuelvo a la carga con el tema del tabaco y les repito que es malo para la salud, que luego pasarán al porro y después a drogas más fuertes y duras. Pero ellos retornan a su tema estrella de adolescentes. Les digo que camino porque no fe fumado y disfruto de buena salud. Así nos despedimos. Una mujer se cruza conmigo cuando ellos me repiten a gritos de lejos: “¿Et la masturbation…?”. La mujer me mira, me hace un gesto de aquiescencia y que parece comprender también a los tres adolescentes. Al final, todo ha sido como un diálogo de besugos. Cada cual a lo suyo y por su camino. Creo que lo que les he dicho sobre el tabaco va a caer en saco roto. Siguiendo la senda, llego a la primera playa antes de Le Conquet, donde ya se empiezan a ver las primeras casas. No tiene buen acceso o, al menos, yo no lo veo. La siguiente, ya más próxima al pueblo, ofrece mejor acceso, pero yo ya me he bañado y no siento ninguna necesidad de bajar a la playa para bañarme de nuevo. Estas playas se quedan a la mínima expresión cuando está la marea alta. Sólo les queda un pequeño margen de arena seca.

Le Conquet. Puerto.
A continuación de esta segunda playa, aparece el puerto. En la primera parte hay pocos barcos y muchos coches aparcados. Tiene justificación porque, aunque no lo veo, desde aquí parte el ferry hacia la isla d’Ouessant.
 


Yo intentaré ir mañana a dicha isla desde el puerto de Lampaul-Plouarzel, con poco éxito. Sólo hay un barco al día. Aunque me invitarán a ir gratis, no me convendrá tampoco ir. Hay una segunda zona en el puerto con más embarcaciones. Luego saco otra foto del malecón hacia la bocana.

 
Esperaba más del puerto de Le Conquet, aunque no puedo decir nada del pueblo, porque casi ni lo he visto. Hoy era día de visita guiada pero tenía que haber ido a la oficina de turismo y, me supongo, estas visitas se hacen por la mañana. Me alegro de haber comido en Saint Mathieu.

 

Ensenada de lodo. Salir de Le Conquet.
Sigo a una mujer que va saliendo de Le Conquet y se dirige hacia un puente que me va a permitir pasar al otro lado del lodo donde las embarcaciones, con la panza en dique seco, esperan la subida de la marea.
 
Compruebo cómo algunos prefieren ir por la zona inundable, quizás sean propietarios de alguna embarcaciones, pero yo ya estoy bien escarmentado. Paso el puente. Mejor sería llamarlo pasarela, que es como la ha llamado Ronan, pues es sólo para peatones y ciclistas.

Trébabu.
Ya estoy en el otro lado y, con la panorámica del lodo, saco foto de despedida hacia Le Conquet. En una zona veo algunas personas en grupo y otras sueltas y pienso que pueden ser mariscadores. El otro lado de la ensenada se llama Trébabu. Una casa con el portón abierto, que está edificada en zona peligrosamente baja, me permite ver, por el hueco, la iglesia de Le Conquet. No la he visto cuando he llegado al puerto y me tengo que contentar con ver de lejos el clocher. 

Península de Kermorvan.
Avanzo hacia la península de Kermorvan, donde está el faro que ya había visto desde lejos, antes de llegar a las playas previas a Le Conquet, pero es un paseo que me va a obligar a volver por el mismo sitio en que estoy, y decido ahorrármelo. Probablemente esté haciendo una estupidez no yendo hacia allí, pues el aspecto que ofrece este espacio parece idílico y muy tranquilo. La foto ilustra bien lo que digo. El istmo es la carretera y poco más.
 

A un lado queda el puerto de Le Conquet y al Norte se inicia la Plage des Blancs Sablons, como enseguida voy a ver. En la foto no se ve porque la tapan las dunas consolidadas.

Plage des Blancs Sablons.
El sendero me lleva por las dunas consolidadas y puedo observar cómo esta larga playa con marea baja, se reduce a un conjunto de pequeñas playas en la pleamar. 

En cuanto la duna me lo permite, bajo a la arena con el fin de acortar por la playa.







Algún niño con vocación de escultor se ha entretenido en modelar un cocodrilo, un zigurat y algunas figuras más. Cuando yo paso por allí ya no hay nadie. Cerca de la orilla, un surfista hace rolar su vela al viento. Me acerco a la orilla, para acortar más, y desde allí fotografío a un grupo de surfistas que están tratando de secar, exponiéndolos al sol, sus trajes de neopreno.

 Me gusta la foto. Parece que las rocas se han desprendido del acantilado y han caído a la arena y ésta, al estar húmeda, provoca reflejos variados. Como no sé si el siguiente acantilado, que de lejos me parece muy abrupto, me va a dejar salir de la playa, no arriesgo a acercarme hasta allí y salgo por un camino directo al GR-34.


 


Desde la salida saco una foto a la playa de los Blancos Arenales y a la penísula de Kermorvan que he dejado atrás sin recorrer. Durante un gran trecho, el camino oficial ofrece una valla hacia el mar, como medio de proteger la duna.





Luego, al ir ascendiendo el acantilado, va a cumplir una función preventiva, para que el caminante no se accidente cayendo al abismo. Todavía voy paralelo a la playa, hasta que esta desaparece y se convierte en piedras y rocas.

 

Acantilados peligrosos 
para nudistas intrépidos.
En poco trecho, el acantilado va a ascender muchos metros. Cuando el camino se estabiliza a gran altura, llego donde un hombre que mira con mucha atención a través de sus prismáticos. Enseguida veo dónde enfoca. Abajo, en las rocas, hay hombres desnudos. Realmente me apetece poco bajar a lugar tan incómodo pero, por otro, para una zona en que veo que se practica nudismo, no me parece bien dejarla sin conocer. Ya lo he tenido que hacer en otras ocasiones en mi viaje por causas de la inoportunidad de la hora o por ser tarde y hacer frío, así que decido descender el acantilado. La entrada al camino queda muy bien camuflada. Yo sé que hay bajada, por eso la encuentro. Otro mirón mira hacia abajo mientras estoy bajando y le saludo.

Inicio el descenso por escaleras. La bajada es complicada y pienso que es probable que los pocos nudistas que hay aquí, hayan llegado desde la playa que acabo de dejar atrás, accediendo por las rocas del Norte. Abajo hay grandes rocas que son cómodas para tomar el sol, me desnudo, hablo con un hombre que también toma el sol, le digo desde dónde vengo, me doy un corto baño, incómodo por las piedras y, cuando salgo, mi interlocutor ya ha volado. Es como si me hubiera saltado todos los códigos de la privacidad y el hombre me hubiera considerado un agresor nato. Lo único que gano es que me queda para mí su cómoda roca, donde me seco al sol. Otros dos hombres hablan en zona de arena seca, tras una roca. Una vez seco, me visto, vuelvo a subir por donde he venido y me voy.


Entre bajar y subir no habrá pasado ni media hora. Para localizar estas rocas nudistas, poco recomendables, puedo decir que están en el acantilado entre las playas de Les Blancs Sablons y de Pors Moguer.

Pors Moguer.
Continúo camino hacia Pors Moguer. En unos minutos estoy en la ensenada, donde están varados algunos parquitos.
 

Al fondo de la ensenada está la playa y un bonito y pequeño conjunto de casas. Son las seis y media cuando empiezo a atravesar el pueblo. A las siete voy por el sendero y ya empiezo a ver, a lo lejos, el faro de Trézien. Una pareja de jovencitos viene por el camino que, además del faro, me ofrece la playa y el cabo Corsen a lo lejos y, más cercana, la playa de Kerhornou. Ambas parecen de arena.



Hacia el Phare de Trézien.
Serán dos o tres instantáneas que van a recoger, muy a lo lejos, el faro de Trézier pero, al irme hacia la costa, la playa de Kerhornou y la de Corsen, con su cabo, lo volveré a perder de vista.



Plage de Kerhornou.
Los propios entrantes y salientes de mar, me van haciendo perder de vista Corsen, en mi acercamiento a Kerhornou. La siguiente visión de la playa, que de lejos parece de arena y lo va a ser, me ofrece de nuevo, sobre ella, el faro de Trézien.
 
En la ensenada hay mucha embarcación varada. El camino ofrece a la izquierda hierbas, flores y matorral y, a la derecha, mucho helecho sano. Con otra foto más orientada a la playa, el faro de Trézien sigue en línea recta. Pero mi intención es llegar primero al cabo de Corsen, pues lo que más me atrae de él es que me hayan dicho ya que es el más occidental de Francia continental. De lejos, ya me da la sensación de que hay, hacia el final de la playa de Kerhornou, una via de agua, pero desconozco su alcance.
 

No lo sabré hasta que llegue allí. En menos de un cuarto de hora llego al lugar. Sin necesidad de bajar a la playa, el propio camino me conduce a zona propia de duna arenosa y llego a un puentecillo de travesaños fuertes, bajo el que transcurre un río pequeño pero caudaloso. De no existir este puente, no creo que habría tenido ninguna dificultad para atravesarlo por la playa.
 
El camino continúa por el otro lado del riachuelo, termina la playa de Kerhornou, donde no he visto a nadie, ni bañándose, ni en la arena, y de nuevo empiezo a ascender hacia el acantilado.

Pointe du Corsen.
Tras diez minutos de ascensión, llego a otra bonita y pequeña playa entre rocas. Lo peor de ella es que, en marea alta, desaparece, pero eso no merma belleza al lugar. No sería extraño que esta playita estuviera conectada con la que acaba de terminar de Kerhornou.
 

Doblado el siguiente pequeño cabo de rocas, ya se presenta de nuevo, no demasiado lejos, el cabo Corsen y algo de su playa previa. El acantilado es bonito pero no tan espectacular como el de Raz y, quizás por ello, a pesar de la estrategia geográfica por la que Corsen gana por algún metro a Raz en su afán de llegar a América, los estrategas franceses, que organizan el plan turístico de la nación, han dado menos ímpetu a éste.
 
En ese sentido, Corsen sale ganando, y me parece más grato caminar por aquí que por la Pointe du Raz. El camino es de hierba bien recortada y, a pesar de la falta de asfalto, veo cómo un coche está aparcado en tan bello camino. No parece que sea el de un contemplativo, ni de un geógrafo enamorado de Corsen sino, como veré después, el de un pescador al que fotografiaré, sobre las rocas, lanzando su caña.
 

Son las ocho y, superado el pescador, ya me encuentro sobre la plage du Corsen. En la orilla, un adulto se baña con un menor. Al fondo, está el cabo que la protege de los vientos del Norte. Va a ser en esta playa donde acabaré durmiendo esta noche, aunque aún me quede camino que recorrer hacia el Norte, después de acercarme al Phare de Trézien.
 


Sin bajar a la playa, en cinco minutos ya estoy frente al cabo de Corsen. Las rocas caen en pequeña cascada y algunas se adentran aisladas en el mar. En este aspecto, se justifica que le gane du Raz, más bello y mucho más espectacular.



En Francia, se puede decir que, Raz es a Corsen, lo que en España, Fisterra es a Turiñán. Los que son más occidentales pierden en magnificencia.

Plage de Porstévigné. 
Phare de Trézien.
Dejando atrás la Pointe du Corsen, continúo por la costa pero con intención de cambiar y adentrarme hacia el faro y Plouarzel. Me parece ya buena hora para intentar cenar en alguna parte. 

Esta parte del acantilado es menos abrupta, pero está más azotada por los vientos. Este viento va a ser un tanto más favorable para que por la noche vuelva a dormir a esta playa de Corsen, más protegida. Desde el sendero, pronto veo la playa de Porstévigné, pero me iré escorando y alejándome de ella.
 

Cuando la tenga más a la vista y cercana, también me va a aparecer el faro a la derecha. Quizás sea éste uno de los faros situados más hacia el interior de todos los que he visto.





Me olvido de la playa y sigo el sendero que me lleva a Plouarzel y, un camino más urbano, me pone delante del Phare de Trézien. Son las ocho y media y allí no hay nada que me prometa cena. Me lo dicen dos chicos que salen de una casa en su coche.

A cenar en coche: Le Môle.
Los chicos me empiezan a dar instrucciones para llegar al sitio que ellos conocen más próximo para que pueda cenar. Lo que me dicen es una gran complicación, aunque me parece que no está lejos de donde estamos. Se ofrecen a llevarme y esta vez acepto a la primera. No me preocupa, porque luego volveré a dormir a playa Corsen. Monto y la carrera se alarga. No pensaba que el sitio estaba tan alejado. Creo que lo que me están ayudando para que pueda cenar, me está perjudicando para mi avance previsto. La carretera ha enfilado hacia la costa y continúa hacia el Norte. Me dejan ante el propio y recomendado restaurante, que han definido como barato, Le Môle, que ya está en terreno de Lampaul-Plouarzel. Me despido de ellos y les agradezco la ayuda (?). Ellos continúan y entro en el comedor. El comedor está completo, pero tengo un sitio en la terraza. El sol está bajando y pronto empieza a enfriar. Cuando llego al postre, me cambio de sitio. La chica que me atiende sabe algo de castellano y me ofrece entre dos cosas, o “moules” (mejillones) o crepe. Elijo mejillones y van a ser de los mejores que voy a comer en todo el viaje (aunque me vienen a la mente otros del verano próximo que comeré en mi primera parada para cenar de Bélgica). Los trozos grandes de cebolla los aparto, como los trozos de puerro y la zanahoria la reservo para hacerme una pequeña ensalada con ella, algo de lechuga, dos tomatitos cherry y que como con cuatro rebanadas de pan. Pido agua con la excusa de que debo tomar la medicina y, como me quedo con hambre, pido una crepe de banana roti. Como la crepe tarda y me estoy quedando helado, me cambio de sitio y me pongo en otro más protegido. La camarera se encarga de cargar la batería a mi cámara de fotos. Quizás sea el mayor acierto de toda esta movida del día de hoy. Pago con Visa 14 €, me despido, recojo la cámara e inicio el regreso a Corsen.


Coucher du soleil en Porspaul.
Salgo a la carretera. Desconozco otro camino que me lleve hacia el faro de Trézien. Como mañana voy a pasar andando por aquí, no tengo ningún inconveniente en que alguien me lleve en su coche. Ya he venido hasta aquí en coche, ¿por qué no regresar al punto de partida por el mismo medio?
 

Pero nadie para. El ocaso ya se ha producido, aunque con el sol entre nubes. Está oscureciendo y coger en auto-stop a alguien con mochila y a estas horas, no suele ser lo más recomendable. Estoy en la costa de Porspaul, una ensenada protegida y repleta de embarcaciones. Un dique natural la separan del océano Atlántico. La segunda foto, una vez escondido el sol, lo muestra con mayor nitidez. En el último tramo, el sol se ha visto nítido, sin nubes, pero no se ha producido el rayo verde. Sigo carretera adelante y, cuando salgo del área costera y la carretera dobla hacia el interior, vuelvo a hacer dedo. Me para una furgoneta. “¿Qué faro?” me pregunta el chofer. Está repleta de cachivaches y no hay sitio para mí. Agradezco la buena intención del conductor y él y yo seguimos adelante. 

Yo también continúo, pero no veo el faro. Una mujer con perro me dice por dónde seguir. Enfilo por carretera paralela a la del faro y veo indicador Cross Corsen. Saco foto nocturna del faro con luna en su cima.

Plage du Corsen.
Hay media luna. Está en cuarto creciente y ofrece bastante luminosidad al anochecer. Incluso el faro, quizás por la posición, está más luminoso de lo que he podido fotografiar casi dos horas antes. Me acerco a un tinglado militar. Un hombre que va a cerrar su persiana me reorienta. Consigo llegar a la playa cuando van a das las 23:00 horas. Apenas vislumbro. El faro de Le Conquet, lanza sus haces lumínicos en dirección a mí, pero no molestan. Hacia las 00:00 horas también voy a dejar de ver la luna, perdiéndose en el horizonte marino. (Ahora que lo escribo, no me lo puedo creer. La habré perdido por la altura del acantilado. No creo factible que el sol y la luna hagan su ocaso por el mismo lado). He montado mi cama bajo cueva. Lo hago por prevención, pero la noche se presenta estrellada. Cuando me levante a orinar, veré el mango del carro de la Osa Mayor. Me levanto a orinar tres veces. Incómodo sobre la arena, no duermo tan placenteramente como esperaba. Aparte del faro de Le Conquet, no hay en el lugar ninguna contaminación lumínica y la noche está plagada de estrellas. Cuando escriba esto por la mañana, ya se me ha acabado el primer cuaderno diario, habiendo dibujado muy poco en él. También aprovecharé para cerrar las cuentas, tras 50 días. Pagos totales: 2.003,31 €. Pagos con Visa: 1.625,58 € y, en efectivo: 377,73. Aún tengo euros en reserva, ya que traje 435,13. Todavía me queda algo, pero tengo que empezar a pensar dónde sacar, para que no me quede sin liquidez en algún lugar en que no me cojan la tarjeta Visa.

Balance de la jornada en que llego a Corsen.
Duermo en el occidente más occidente de Francia continental. Mañana intentaré ir a la isla de Ouessant. Tras tantos días anodinos, hoy ha sido quizás el más variado, y pleno de pequeños encuentros. Empezando con Ronan y sus indicaciones, el encuentro en Fort Bertheaume con la asturiana y el pamplonica, Jon y familia, donostiarras, llegando a Saint Mathieu, los chavalillos obsesos con su novedosa masturbación, el acercamiento en coche para cenar. También ha habido algunas bonitas fotos en lugares clave, como el de la familia ciclista y el del grupo de montañeros. Me gustan ambas. Estéticamente, también me ha gustado el cabo de San Mateo, su abadía y su faro, será uno de los más bellos conjuntos que he visto. Muy bien la comida del hotel, acorde con tan bello paraje, y no voy a poner pegas a la cena de Le Môle. Bien el rato de baño y sol en Pors Lioran y para olvidar el de la zona de rocas nudistas entre Blancs Sablons y Pors Moguer. Haber gastado dos mil euros en 50 días, teniendo en cuenta que duermo en la playa, o donde sea siempre que puedo, no lo considero ni poco, ni mucho.


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