martes, 8 de marzo de 2016

Etapa 47 (338) Camaret sur Mer-Argol


Etapa 47 (338). 24 de julio de 2012, martes.
Camaret sur Mer-Pointe des Españols-Roscanvel-Le Fret-Lanvéoc-Tal ar Groas-Argol.


Amanecer en Camaret-sur-Mer. Desayuno en el albergue.
Me despierto a las siete. Como el desayuno no empieza hasta las 7:45 horas, voy con parsimonia. Tomo la pastilla, me afeito, saco las sábanas y la funda del almohadón y, siguiendo las instrucciones, las tiro al suelo. No rehago la mochila porque me quiero cambiar de sandalias y las que llevo las quiero meter al fondo. Como aún no es la hora, me acerco sin prisa al comedor y, cuando llego, veo que ya hay gente desayunando. En vista de lo cual, yo también me siento a desayunar. Una empleada me explica lo que debo coger: bandeja, bol, vaso, cubiertos, etcétera. Bebo dos vasos de zumo, un bol de leche, que mancho con un poco de café, 6 rebanadas de pan, dos mantequillas, dos mermeladas, un kiwi, dos albaricoques y una banana. Se me olvida comer un yogur. Vuelvo a la habitación, completo el equipaje, devuelvo la llave a una señora muy ocupada y me voy.

Camaret-sur-Mer. El puerto.
Salgo antes de las 8:15 horas. Ayer lo único que pude ver antes de entrar fueron los alineamientos y, prácticamente, del resto de la ciudad no vi nada. Toda mi preocupación era llegar al albergue. Hoy tampoco. No he visto ni la iglesia de Saint Remy, ni la de Notre-Dame de Rocamadour, ni el Museo del Patrimonio Marítimo, ni las ruinas Manoir de Saint Pol Roux, ni la torre y el museo Vauban.
 

Al salir del albergue he pasado por la torre del agua. Como tantas otras, ésta también tiene antenas. Hoy, al menos, voy lentamente por el puerto para saborearlo. En la primera foto el sol, que ya va ascendiendo en su arco diario, se descompone en reflejos en las aguas marinas portuarias.
 
El paseo es cómodo, con adoquines para los peatones y asfalto para los vehículos. La altura del caserío no supera las tres plantas. Para cuando saco la tercera foto ya estoy saliendo de Camaret-sur-Mer. En bretón la llaman Kameled. Desde esta última posición se aprecia un gran puerto, pero con mayoría de barcos de carácter deportivo, muchos de ellos veleros con mástiles desnudos, a la espera del despliegue de sus velas al viento en alta mar.
 

Acabo de salir, pero no pararé hasta las 13:25, hora en que pararé a comer en Le Fret. Cuando salgo del puerto, una señora me dice “remonté” y seguiré por carretera hasta llegar a otra que da a una playa de piedras. Paso a la punta de Santa Bárbara (De la que nos acordamos cuando truena).


Hacia una zona militar.
Una vez fuera del área de influencia de Camaret, ya todo va a ser paisaje de costa con acantilados y alguna playa pedregosa, hasta que llegue a un lugar de estrategia militar. No es de extrañar esto, ya que siempre fue esta área frontal al puerto de Brest, un punto estratégico para su defensa.

 

La Pointe des Españols jugó un papel muy importante en la defensa de dicho puerto. He seguido por carretera hasta que he dado con el GR-34, pero después de un rato por el mismo y tras encontrar barro en el camino, al llegar a otra playa de piedras, decido continuar por carretera.
 
Como quiero ir al cabo y saber qué papel jugaron allí los españoles para la defensa de Brest (no tengo ni idea si éramos los atacantes o los defensores), abandono el GR-34 que, sin acercarse por el cabo, continúa directamente hacia la siguiente bahía. Los indicadores que veo se refieren a Camaret, pero ninguno a la Pointe des Españols.
 

No abandono la carretera hasta después de dos horas de marcha. He sacado foto de un entrante de mar que es donde encuentro la primera playa de piedras. He pasado previamente por el camino embarrado. La zona más al Norte de la playa presenta un acantilado que se ha ido resquebrajando y cuyas piedras han caído al mar formando algunos islotes.
 

La montaña que viene a seguido, ya es una parte del cabo que voy a visitar y, al fondo ya se ofrece la parte sur, en paralelo a Brest, lo que me va a llevar a la última zona del Finisterre francés que culmina con la entrada a Côtes d’Armor. Cuando llego a la playa de piedras, tengo oportunidad de sacar foto con Camaret-sur-Mer al fondo.
 

Y, algo más adelante, otra con el final de Camaret, la Pointe du Grand Gouin al Sur y hacia el Noroeste, toda la costa que finaliza en la Pointe de Saint Mathieu, quizá uno de los cabos más bellos que haya visto nunca. Continúo, y es así como llego a los edificios militares actuales, con alambradas que cierran el paso, y que me obliga a seguir por la carretera. 

La montaña hacia el mar ofrece una bonita combinación de floresta en tonos verdes, lilas y amarillos y, por la carretera pasa un ciclista con maillot de Euskaltel. Le saludo en euskera, para su bici más adelante, saca una foto y, cuando regresa le pregunto, pero no es vasco español, sino francés y vive a 50 Km. al Sudoeste de Pau. Continúa su rodadura y yo mi andadura.
 

Todo el día voy a estar en el Parque Natural de Armorique.

La Pointe des Españols.
Por fin encuentro un camino que indica “sentier cotier” y puedo dejar la carretera por un rato. En los matorrales hay unos arañones enormes. Parecen ciruelas pequeñas.
 
“¿Madurarán?”, me pregunto. El siguiente acantilado ofrece un fuerte, que creo poder situar en mi mapa como el Fort de la Fraternité (aunque pudiera ser el del cabo de los Capuchinos). El camino baja y vuelve a subir y pronto encuentro un precioso helechal desde donde, al fondo, ya se empieza a ver algo de Brest y, hacia el otro lado, más próxima la costa que lleva al cabo de San Mateo.
 

Pero el camino, de nuevo descendente, me vuelve a llevar a zona de barro. Menos mal que aparece una plataforma de listones de madera que, para que no resbale con la humedad, ha sido cubierta en su superficie por tela de alambre de entramado exagonal.




Me parece una buena medida. Vuelvo a subir y la siguiente bajada ya va a ser por el lado del mar frente a la bocana, entre el cabo de Cornouaille y el de los Españoles.
 
Será cuestión de seguir este sendero paralelo a la costa hasta que llego al Fort de la Pointe des Españols. Ya en este tramo de la bocana, saco otra foto hacia el cabo Saint Mathieu y otra hacia Brest y todo su área Este, hacia Le Faou, donde llegaré mañana. Posiblemente sea Le Faou el lugar más al interior que estaré en todo mi recorrido por Finisterre.
 
Pero olvidaba Morlaix, que le superará con creces. Encuentro a familia con dos niñas, una en mochila que va a hombros del padre y con una sombrillita que le protege del sol y, la otra, andando. La mayor ya tuvo oportunidad de usar la mochilita cuando fue pequeña, me dicen. Me da pena no haber sacado foto de la niña feliz con su toldo original, pero no he sido rápido en tomar la decisión. El sendero que ofrece la visión de la bocana es muy grato y por él puedo ascender a la plataforma donde se ubica el fuerte que se construyó bajo diseño de Vauban.
 
Ya me harté de él en Belle-île-en-Mer. Ofrezco dos juegos didácticos para niños, el nº 7 que habla de la importancia de la bocana y el cabo en la defensa del puerto militar de Brest y el nº 6 que habla de la obra del arquitecto militar Vauban.






Asciendo al punto más alto y, desde allí, saco foto de la plataforma, a la que los visitantes se asoman para tener una visión mejor del puerto militar de Brest, donde mañana dormiré. Un joven me explica que los españoles intervinieron en la guerra que planteó Enrique IV de Navarra, cuando la capital estaba en Pau. 


Brest era un puerto inexpugnable y muy codiciado. Es así como voy abandonando los constructos Vauban y voy descendiendo del cabo hacia el Sur, hacia Roscanvel. Unos barquitos han sido anclados en la rada de Brest y aprovecho para fotografiar hacia Le Faou que se me ofrece nebuloso. Pasaré por allí mañana de forma igual de confusa. Si Vauban me aburre, los militares actuales me vuelven a molestar con nuevas prohibiciones de paso.

Roscanvel.
Bajando la carretera hacia Roscanvel saco una foto cuando aparecen las primeras casas. Pocos barcos en el mar pero bien ordenados y alguna isla próxima.
 

Es así como llego a una playa con poca gente pero muy familiar y, cuando entro en el entorno de la iglesia, están dando las doce campanadas. La foto no ofrece sonido, si no, las oiríais también. Me encuentro con otro caminante que lleva mochila más grande que la mía. Se comprende, pues lleva tienda de campaña y comida y no da la sensación de que pese tanto como su tamaño pudiera indicar.
 
Es probable que sea porque el muchacho parece fornido. Es una pena que vayamos en direcciones contrarias. Él va ahora hacia el cabo de los Españoles. Me habla en un francés demasiado rápido para mis entendederas, pero como va a ser por poco tiempo, ni me importa. Le acompaño u rato, pensando en que podré acercarme a la costa y continuar mi camino, pero tal cosa no va a ocurrir, así que nos despedimos, y vuelvo a retroceder y retomar el que llevaba.
 

Pasado de nuevo el pueblo de Roscanvel (Roskanvel), en el punto en que nos hemos encontrado, leo la dirección de Landévennec y compruebo en mi mapa que está al final de la costa de la Presqu’île de Crozon. Voy con intención de llegar allí, pero luego me lo pensaré mejor. Supone avanzar para tener que retroceder, puesto que no hay paso por allí para atravesar el río Aulne. Sólo está el puente de Térénez y preferiré escorarme hacia Argol, pues me coge más en paralelo.
 
Pero todo esto que estoy contando se dilucidará en la tarde de hoy y estoy adelantando acontecimientos. De momento estoy saliendo de Roscanvel. Paso por una playa, ésta de cantos rodados, y con islotes cercanos y con caserío en las lomas. Dan una bella estampa de relajo, de tranquilidad.


Quélern (Kelern).
Llego a un lago interior que la carretera separa de la costa. No sé si es de agua dulce o salada. Me inclino más por lo primero, al ver una pareja de cisnes nadando cerca de la orilla. Se alimentan de las plantas que crecen en el borde. Avanzo muy poco más y encuentro en el mismo lago a un grupo de bañistas jóvenes con adultos vigilantes. También hay algún perro. La carretera pasa por encima de un lugar que conecta este supuesto lago con el mar y se aclaran mis dudas sobre la dulzura o salobridad de las aguas. Un letrero me indica dónde estoy y me informa de que Kelern pertenece a la Commune de Roscanvel.
 
Más adelante veré más cisnes, pero ya en la rada de Brest. De nuevo el islote que había fotografiado antes, la isla de los Muertos, que tapa en parte a île Trébéron. Más sorprendente es que llamen isla Larga (île Longue) a un espacio de tierra que penetra en la rada de Brest y que no lo es. Como mucho podría calificarse de península. En realidad, toda esta parte de Crozon podría considerarse un conjunto de penínsulas. Morgat estaría en la del Sudoeste, Camaret en la del Oeste y la península más clara, donde está Roscanvel, y Longue, en el Noroeste.

Chapelle de Saint Fracre.
Son doce y media y me empieza a preocupar no encontrar un lugar para comer. Llego de nuevo a terreno militar, donde leo: “defense de fotografier” y me abstengo de sacar fotografía alguna. La carretera avanza desprotegida de árboles y el sol aprieta. De la zona militar sale un chico que me dice que encontraré restaurante a unos 7 u 8 Km. Calculo que podré llegar allí hacia las 13:30 horas, y acelero.
 

Sigo adelante y el muchacho llega en su coche, para, ofrece llevarme, agradezco, rechazo, y continúa. Además, no me interesa la oferta porque me habría llevado a Crozon, lugar del centro a donde no deseo ir, y a pesar de ello, me acabaré acercando por la tarde al cruce de Tal-ar-Groas, que está casi en paralelo. Entro en un desvío de la carretera y llego a Saint Fracre (¿quizás Fiacre?) donde hay dos niñas que están en su jardín. Me dicen que por allí no hay ningún restaurante. Aprovecho para sacar una foto de la ermita. Tiene buen aspecto y está considerada monumento de interés turístico, pero no la podré visitar en su interior por estar cerrada.

Le Fret. La Carte Marine.
Saliendo del pueblo y ya cerca de la carretera que había abandonado, un hombre me dice que lo más próximo para comer es Le Fret, y que allí encontraré varias ofertas hosteleras. Está a 2 o 2 kilómetros y medio. Debo desviarme a Le Fret, pues me asegura que, siguiendo por la carretera, no encontraré otro restaurante. Me convence. Otra razón es que en mi mapa está marcado Le Fret con un círculo, pero no recuerdo ni quién me lo marcó, ni por qué. Cuando llego a Le Fret, el primer restaurante lo veo desangelado, vacío. Junto al mar, uno carísimo. Veo snack, pero no ofrece ensalada, aunque venden tomates y judías verdes. Por fin llego a La Carta Marina. Tiene la terraza con cielo de toldo y está completo. Hace calor y prefiero comer, aunque solo, en el comedor de dentro. Como ya estoy concienciado de que coma lo que coma va ha fugarse rápido por el retrete, sin aprovecharme ni darme energía, decido hacer una comida que me apetece. Pido una ensalada de tomate, que me sabe muy rica, aunque me habría gustado que fuera de “coeur de beuf” (Corazón de buey, como la que me obsequiaron los Martin). Viene adornada con rodaja de naranja y triángulo de sandía, que me como lo primero. Luego me sacan la mejor sopa de pescado que he comido. Sigue siendo espesa y está bien de tamaño. Para no estropearla me como en las rebanadas la crema que acompañan, menos picante que otras veces, y el queso rebanado en virutas. Los panes crujientes y en su punto los voy introduciendo en la sopa según me la voy comiendo. Está exquisita. Para final, la docena de caracoles, que creo no volveré a pedir. Veo que los franceses los manipulan mucho, les sacan la parte de la tripa y vuelven a introducir su parte más carnosa o musculosa. La presentan con una salsa de aceite verde. Quizás hayan triturado perejil y/o alguna otra hierba. Con ella embadurno los caracoles, pero es una salsa sin vida y me los como sin pena ni gloria. ¡Qué diferencia con aquellos caracoles exquisitos que cuidaba con mimo, y preparaba con esmero, mi suegro! Bebo dos jarras de agua y, como aún no he terminado y a las tres van a cerrar, me invitan a seguir comiendo en la terraza. A esta hora el toldo rezuma y hace mucho calor fuera. Me ponen en la mesa la tercera jarra de agua. Pago con Visa 24,50 € y al pagar veo que Le Fret pertenece a Crozon. 


Le Fret está al Norte de Crozon y equidistante de Lanvéoc. Podría estar en terreno de cualquiera de las dos comunidades. Para ir al retrete, he tenido que hacer una excursión por el exterior, para no variar, de nuevo ligero, ya estaba previsto, y para las 15:30 horas cierro mi escritura diaria, recojo, cargo mochilas y me voy. Ya no hay en la terraza nadie para despedirme.


Le Fret en marea baja.
Ya he terminado la parte más importante del mediodía, la comida, y ahora me dedico a visitar con mucha parsimonia el lugar. Con la marea baja, saco la conclusión de que la costa de toda esta rada va a ser poco interesante como lugar para baño. Es zona de lodos y lugar especial para la obtención de marisco bivalvo.
 
De hecho, en la primera foto que saco del lugar, ya veo cómo personas aisladas se van acercando a un lugar en que hay tres construcciones cuadrangulares, donde adivino más que veo, a otros mariscadores. También fotografío la terraza de La Carte Marine, donde he pasado los últimos minutos de calor y, gracias a la tercera jarra de agua, he podido sobrevivir sin deshidratarme.
 

Una casa con una torre, propicia al forastero la parte exótica del lugar. A pesar de lo que he dicho, respecto al lugar y los baños en el mar, veo cómo un pequeño grupo, cuatro o cinco personas, se están bañando en aguas que yo interpreto como con fondos de fango. Se suele decir: “donde no hay más, contigo Tomás”. Como fondo se presenta la costa Este de île Longue que, como ya he comentado, es para mí más península que isla.

Avanzando hacia Lanvéoc.
Salgo del entorno en donde he comido y me dirijo hacia mi siguiente destino. Paso por dos barcos que, con la marea baja, están en dique seco. Uno está ya tan deteriorado que para poco más va a servir. Quizás quedará como monumento del paisaje hasta que las inclemencias del tiempo lo llevan a desmoronarse del todo, pasando por la fase de esqueleto marinero. La otra embarcación, todavía en buen uso, está a la venta. El precio es a debatir entre comprador y vendedor. Se ve que en estos casos también aquí está vigente el método del regateo. Quizás en Bretaña no estemos tan alejados de África. 
 
Estoy dando vuelta en semicírculo para caminar hacia el Este y paso ahora por los tres farallones que antes había visto de lejos. Los mariscadores que estaban y los que han ido llegando después, los tengo a la vista y faenan. Alguno está detrás de los tres bloques de piedra y cemento que, no sabré para qué fueron colocados allí. ¿Intentarían poner un puente y tuvieron que desistir? ¿Quizás debido a la inestabilidad de suelo tan fangoso? Las casas que se aprecian por la costa, es probable que ya pertenezcan a Lanvéoc, pero no lo puedo asegurar.
 

Sigo por carretera pegada al mar, hasta que llego a un lugar en que leo: “Sentier Côtier” y me meto por él. Entro en un bosque magnífico, sombreado. Quizás demasiada sombra, pues el suelo se presenta muy humedecido. Menos más que ofrece pasarelas en lugares clave, alguna de ellas de construcción reciente. Llego a una opción de caminos, ascendente y descendente.
 
Opto por la de abajo y me va llevando por zona intermedia entre pinar y playa de guijarros. Pero llega un momento en que sólo ofrece descenso y bajo a la playa. Un adulto, un niño y algunos perros. No me importa caminar por los guijarros sin descalzarme. Hace calor y a pesar de mi mala opinión sobre el lugar, me desnudo y me doy un ligero baño sin quitarme las sandalias. 


Al menos sirve para refrescarme. El fondo no ofrece ni arena, ni fango, sigue siendo de guijarros. Un grupo de caminantes que me he encontrado en el camino ya tenía conocimiento de la playa. Por la orilla, todavía lejano, se va acercando un pescador con perro. Extiendo por las rocas la ropa húmeda por el sudor y me tumbo al sol sobre roca más o menos plana. 
 
Estaré aproximadamente media hora. Oigo voces por el bosque. Parece que llaman a alguien. Aparece un chaval que no me saluda al pasar, aunque no me resulta desconocido. Luego lo veré en La Cale. Continúa adelante y siguen llegando las voces de llamada de sus amigos desde el bosque, pero no aparece por allí ninguno más. El que ha bajado ya se ha metido por un camino que sale, a 100-200 metros hacia el Este. Es por allí por donde baja el resto del grupo y se encuentran con él. Seguirán por los guijarros adelante hasta el final de la playa. Pasada la media hora, recojo el tenderete y me voy.

Lanvéoc.
En la parte final, donde la playa hace la curva, leo: Port y Fort Belvedere. Allí hay más personas bañándose. El malecón que ofrece el puerto es apto para tener una amplia zona a buen recaudo donde, tanto bañistas como barcos, están bien protegidos. El fuerte no lo llegaré a ver. Estamos en la anse du Fret.
 

Pasado Lanvéoc, donde no he encontrado nada de interés. Por carretera sigo un poco más hacia la playa de La Cale. Veo al chaval que ha pasado por la playa, ahora con sus amigos, y va sin su camiseta verde con el torso denudo. Veo nuevos pilones en el mar, que tampoco sostienen carretera alguna, pero que, por su alineamiento, parece que esa pudo ser la razón que llevó a que fueran puestos allí. Hay seis, más uno que ha quedado desplazado. Cuando he terminado de pasar  la playa me he encontrado con una parte acotada, pero puedo seguir. Aunque no encuentro nada que parezca naval, pone: “École Navale”, que va a ser el preludio de lo que me voy a encontrar luego, la Base Aeronaval. No veré aviones, pero sí un potente helicóptero militar.



Base Aeronaval.
Pierdo el camino de nuevo y me veo obligado a bajar otra vez a la playa de guijarros. Me estoy volviendo experto en caminar por ellos. Pero acabo cansándome de pisar con tanta inestabilidad que, cuando veo un lugar que pudiera ser un retrete privado junto a una escalera y una barca, me aventuro a seguir por allí. Como salgo a casa particular, tendré que recular. Pero salgo de nuevo al gran camino en que pone “Sentier Côtier”. Este sendero me lleva a unas casas. Dos adolescentes saludan por el camino. Ya en las casas, dudo de las opciones que se me ofrecen. Una niña está en la carretera. Puesto que no hay circulación de coches, no parece que esté en peligro. Me saluda de lejos y aparece otra niña. Me acerco a preguntar y una mujer me confirma que ya he pasado Lanvéoc, aunque apenas me haya dado cuenta. Me dice que debo ir en la dirección contraria a donde quiero ir, puesto que por la Pointe de Pen-ar-Vir no puedo continuar. Luego llegan dos hombres que me aclaran las razones. Se trata del recinto militar que no me lo va a permitir. Es entonces cuando entiendo lo que me decía la mujer. Por la costa no hay GR-34 bien señalado y es por ello que debo retroceder a Lanvéoc y coger la carretera que me lleve a Landévennec. De nuevo en Lanvéoc, encuentro una carretera en que esta dirección no aparece, aunque sí las de Pont de Térénez y Le Faou, que también me valen. Los militares me mantienen a raya. Está prohibido fotografiar, pero ya veis el caso que yo hago a estas prohibiciones. Saco tres fotos. La primera con el primer indicador para coches: deben detenerse cuando el semáforo esté en rojo.
 

Luego, tras la verja, veo un helicóptero parado. Es de gran tamaño. Después finaliza la verja y, como parece que es el final de la pista de despegue de los aviones y una verja sería un peligro para aviones, piloto y pasajeros, colocan un rizo de alambre de espino, igual de infranqueable, pero que permite que coja menor altura y facilite el despegue.
 
Tengo suerte de no tener que detenerme por semáforo en rojo y termino de pasar todo el recinto militar sin pena ni gloria. Los 400 metros en que los coches no pueden detenerse, ¿estarán bien medidos con tiempo suficiente para que no corra peligro el peatón?

La Maison Blanche.
Llego a la cima de la carretera y me encuentro con la Casa Blanca. Parece que estuviera cerrada. Veo tres personas en el interior detrás del mostrador, pero ningún cliente. Los otros dos se van y me dejan solo con la señora, quien me asegura que todas las playas de la zona son de “caillou” (piedra, guijarro). “¿El personaje de cuentos infantiles, Caillou, podría traducirse como Pedrito, piedrita?”, me pregunto. Me añade: “Las de sable au Nord” (Las de arena, en el Norte). También me dice que no encontraré nada para comer hasta que llegue a Landévennec y que está a unos 15 Km. Toda esta información es poco halagüeña para mis intereses, pero es lo que hay. Pido una pression y pago 2,30 €. Una Kronenburg de lata me habría costado 2. La señora ha sido muy amable y me voy contento del lugar.

¿Tal-ar-Groas o Crozon? La Forge.
Salgo de la Maison Blanche siguiendo la carretera. Me he dado cuenta a tiempo que la dirección Landévennec no me conviene y la abandono y, yo que no quería ir a Crozon, acabo apareciendo en una rotonda de Tal-ar-Groas. Allí encuentro varias opciones para continuar. En La Forge, como bocadillo americano por 4 € y un Granini de mango por 2,20 €. No está demasiado fresco pero se acaba y el bocadillo no lo puedo terminar. He comido bien y no estoy hambriento. En previsión, ya había tomado la medicina en la Maison Blanche. Cuando pago, en la nota pone Crozon. Yo que no quería ir a ese lugar, resulta que como y ceno en su territorio. En La Forge, también son muy amables, pero el pan no está tan crujiente como en playa Kerloc’h, y guardo un currusquito para comérmelo mañana. Fotografío unas vacas pastando en un prado.

Hacia Argol o a Térénez.
La carretera tiene muchísima circulación en los dos sentidos. Sobre las 21:30 horas empiezo a ver campos y grandes extensiones de cultivos. Por su posición en mi mapa, creo que un pueblo que empiezo a ver hacia el Sudeste puede ser Argol pero, viendo la posición del puente de Térénez, creo que no me conviene descender tanto hacia el Sur. Veo campos con hierba segada y amontonada en hileras. Pienso que no sería mala cama y suficientemente mullida pero, los obstáculos de matorral y otras plantas con pinchos que rodean estos campos, además de la alambrada de espino, no me dejan probarlo. Sigo buscando cruce y llego al que va en dirección a Argol. La que llevo va en dirección al Pont de Térénez.

Nocturno en tierra de nadie.
En el terreno triangular que configura la bifurcación de carreteras, hay hierba alta y también paja cortada y seca. No va a ser tan cómoda como la que he visto antes, especialmente porque la paja es escasa, pero creo que será buen sitio para dormir. Los coches, aunque los oigo, pasan sin peligro para mí. Además a estas horas la circulación ya ha reducido su intensidad. Para las diez ya estoy acostado. La luna es un filetito en creciente. Lleva dos o tres días renacida. Me saluda apareciendo y desapareciendo entre las pocas nubes. También está algo atenta la Osa Mayor. Es una lástima que, cuando luna y Osa desaparezcan, amanece un farol alto que parece especialmente dirigido hacia el punto en que estoy yo y sólo para molestarme. Soslayo el problema tapándome la cabeza con el saco. Cuando me despierto a media noche, veo que ya está apagado. Duermo a medias, ni bien ni mal, aunque sufro algo de frío. Sobre todo, las dos veces en que me levanto a orinar. Después, ya dentro del saco, me cuesta entrar en calor. Probablemente, el estar tomando antibiótico me esté favoreciendo con más defensas contra el catarro y la fiebre nocturna.

Balance de la última jornada en Crozon.
Hoy tampoco ha sido un día muy brillante. El baño en mala playa tampoco ha sido muy brillante. Me consuelo pensando en que el de ayer fue mejor. Seguir con diarrea no favorece pero, aún así, voy avanzando. Me tengo que consolar así, a falta de algo más interesante, aunque lo mejor del camino suelen ser precisamente los encuentros. Hoy ya he ido al Cabo de los Españoles, como si fuera un rito que tenía la obligación de cumplir, aunque nadie me lo mandara. Pero encontrarme de nuevo con Vauban no me ha supuesto ningún aliciente añadido, sino todo lo contrario. Tampoco han sido gratos los obstáculos puestos por los militares, tanto en sus recintos convencionales, como en la base aeronaval. He comido bien a pesar de los caracoles.



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