Etapa 52 (343), 29 de
julio de 2012, domingo.
Portsall-Tréompan-Lampaul
Ploudalmézau-Saint Pabu-Tréglonou-Lannilis-Landéda-Dunes de Sainte
Marguerite-Landéda-Port de L’Abri Wrac’h-Port de Paluden
(cercanías).
Hoy voy a tener la experiencia de los dos abers más complicados, el Benoit y el Wrac’h. Quedará para más adelante la rada de Morlaix que, aunque no lo llamen aber, tiene similares características a las de estos fiordos. No culminaré el Wrac’h y no podré pasar al otro lado, pues se me echa la noche encima y no veo la señalización del GR-34, por lo que dormiré a quince minutos del puerto de Paluden, dentro de una furgoneta.
Ya conté ayer cómo se
desencadenó la lluvia a partir de las cuatro de la mañana y no me
voy a repetir. Utilizo una estrategia para guardar la ropa para que
no se me moje todavía más. Sólo dejo sin recoger el saco y lo
llevo en la mano. Si lo metiera en la mochila me empaparía la ropa
que se ha conservado seca. Al llevar la mano ocupada con el saco, no saco fotos
hasta llegar a Lampaul-Ploudalmézau. Al salir de la playa, llega un
pescador con traje de faena, para ver cómo están el mar y el cielo,
y me dice que está bueno para ir de pesca. Le digo que me ha pillado
la lluvia sin cobijo, pero pierdo la oportunidad, ni se me ocurre, de
que me ayude a escurrir el saco de dormir empapado.
Luego lo intento yo solo, con ningún éxito. Voy haciendo una especie de trenzado, pero no sale ni gota de agua. El pescador me dice que la carretera va por toda la costa. Paso por la playa de Tréompan, pero ni la hora ni las condiciones del día me animan para que me dé un baño. Confío en que esta lluvia de la noche no me haya enfriado tanto como para agarrar un constipado. Ahora que hay más luz y se ve bastante bien, me meto hacia un camping que no me permite continuar ni escapar del GR-34. Consigo salir por un lateral que me lleva hacia el pueblo, que está hacia el interior, y hacia donde no quería entrar. En el clocher de la iglesia suenan las siete campanadas, pero todavía estoy lejos de llegar a la plaza.
Luego lo intento yo solo, con ningún éxito. Voy haciendo una especie de trenzado, pero no sale ni gota de agua. El pescador me dice que la carretera va por toda la costa. Paso por la playa de Tréompan, pero ni la hora ni las condiciones del día me animan para que me dé un baño. Confío en que esta lluvia de la noche no me haya enfriado tanto como para agarrar un constipado. Ahora que hay más luz y se ve bastante bien, me meto hacia un camping que no me permite continuar ni escapar del GR-34. Consigo salir por un lateral que me lleva hacia el pueblo, que está hacia el interior, y hacia donde no quería entrar. En el clocher de la iglesia suenan las siete campanadas, pero todavía estoy lejos de llegar a la plaza.
Lampaul-Ploudalmézeau.
Église de Saint Paul Aurélien.
A las siete y cuarto
llego a Lampaul, saco foto de la iglesia después de dar una vuelta
para desayunar, pero aquí no abren temprano ni la panadería. Me
tendré que resignar a dar unas vueltas más por el pueblo hasta que
me confirman que tengo que buscarme la vida en otra parte.
La iglesia también está cerrada. Siendo domingo, creía que al menos algún feligrés iría a misa pero, ¡a saber a que hora la celebran!. Si la celebran. También hay horario de visita al campanario que me dicen es interesante, por las vistas que se ven de la costa, que está a un kilómetro. Pero hoy no es día de visita. Conduciendo su coche, llega un hombre. Me dice que cree que el bar de la plaza lo abren los domingos a las ocho y que suele tener croissant. Paseo otro rato por el pueblo y veo una dirección, Saint Pabu. Mi mapa del Noroeste se me ha acabado en este pueblo y, cuando cojo el siguiente, al que llaman Pays des Abers – Côte des Légendes y que abarca un trozo del Norte de Finisterre que va desde Lampaul-Ploudalmézeau hasta Tréflez, donde llegaré dentro de dos noches, veo que aparece, relativamente cercano el nombre de St-Pabu. Ya puedo guardar el mapa de Iroise y acostumbrarme al nuevo, en el que Les Abers y Côte des Légendes ya desembocan en el mar de La Mancha. Me encamino hacia St-Pabu.
La iglesia también está cerrada. Siendo domingo, creía que al menos algún feligrés iría a misa pero, ¡a saber a que hora la celebran!. Si la celebran. También hay horario de visita al campanario que me dicen es interesante, por las vistas que se ven de la costa, que está a un kilómetro. Pero hoy no es día de visita. Conduciendo su coche, llega un hombre. Me dice que cree que el bar de la plaza lo abren los domingos a las ocho y que suele tener croissant. Paseo otro rato por el pueblo y veo una dirección, Saint Pabu. Mi mapa del Noroeste se me ha acabado en este pueblo y, cuando cojo el siguiente, al que llaman Pays des Abers – Côte des Légendes y que abarca un trozo del Norte de Finisterre que va desde Lampaul-Ploudalmézeau hasta Tréflez, donde llegaré dentro de dos noches, veo que aparece, relativamente cercano el nombre de St-Pabu. Ya puedo guardar el mapa de Iroise y acostumbrarme al nuevo, en el que Les Abers y Côte des Légendes ya desembocan en el mar de La Mancha. Me encamino hacia St-Pabu.
Saint Pabu.
Van a dar las ocho y no
hay ninguna garantía de que vayan a abrir el bar, así que me dirijo
hacia Saint Pabu. Algunos titubeos entre carretera y caminos. Un
ciclista me recomienda la ruta por la costa donde, a un kilómetro,
encontraré algo para desayunar. Es cierto, pero sólo es
panadería-pastelería. La panadera consulta con el panadero y éste
le dice que en el “burg” encontraré bar con croissant. Espero
que sea cierto y, aún a riesgo de que esto no ocurra, me voy
sin comprar nada de bollería. Un hombre me ayuda a hacer una trenza
para escurrir mi saco, pero tampoco con ayuda sale ni gota. Me dice
que a dos kilómetros tengo el bar. Acercándome al burgo, otro
hombre me dice que está cerca de la iglesia. Probablemente sea
porque sigo con el saco mojado en la mano, pero me encuentro que en
todo este recorrido no he hecho ninguna foto. Llego y pido un corto
de café y con mucha leche caliente. Necesito sacar la humedad que ha
penetrado en mi cuerpo gentil. Pero me sacan uno largo de café y con
dos dados de leche fría. Le digo que quiero la leche caliente, me
retira los dados lechosos concentrados y me pone una jarrita de leche. Pregunto si
la bollería la tengo que coger yo del cestillo y me dicen que sí.
Sólo quedan dos croissants así que, si me descuido, me quedo a dos
velas. Pago 3,90 €. Tomo la medicina y me pongo a escribir. Voy al
retrete y, menos mal, hago deposición consistente. Bien por mi y
menos mal por la limpieza, ya que la bomba del agua está rota. Se lo
digo a la mujer y ella la consigue arreglar al segundo intento. Así
el retrete puede quedar limpio, como lo he encontrado. La mujer se ha
mostrado algo hosca al llegar pero, al decirle que vengo andando desde el País
Vasco y que hoy es mi etapa nº 52, se muestra más amable y me ayuda
en algunas cuestiones. Las campanas de la iglesia dan el repique de
las doce. Pregunto por restaurante para comer y me dicen que ellos
sólo me pueden hacer un bocadillo. Pero a alguien se le enciende la
bombilla y nombra Le Perdón y la chapelle de Loc Majan. La señora
lo confirma y veo que figura en mi mapa. Dicen que allí se celebra
hoy una romería y que suelen montar un gran comedor para los romeros
que van allí a pedir perdón por sus pecados cometidos en el año.
Parece ser que, en Loc Majan perdonarían a muchos ladrones,
políticos y no políticos, que presumen de catolicismo y no
necesitan restituir lo robado para que su Dios, inventado a su
medida, se lo perdone todo. La capilla está a unos 3 kilómetros.
Chapelle de Loc
Majan. El día del Perdón. Comida en el almacén.
Al salir del bar,
encuentro enfrente una pizzería. ¿Por qué no me la habrán
recomendado en el bar donde he desayunado?, ¿será porque he
preguntado por restaurante y ésta dista de serlo?, ¿la considerarán
poco recomendable? Con estas dudas, me dirijo hacia el lugar en que
no sé si me darán de comer, pues no tengo ninguna intención de
arrepentirme de mis pecados. Voy bien orientado, ya que la carretera
es única y no tiene pérdida, pero se me hacen muy largos los 3 Km.
que me han anunciado.
Me encuentro con un paseante que, lejos de la capilla, me dice que a la izquierda. Yo estoy viendo en mi mapa la capilla a la derecha, así que insisto en que se equivoca, pero él persiste en lo que me dice. Lo que ocurre es que la capilla está a la derecha, pero el lugar donde se celebra la comida está a la izquierda, al otro lado de la carretera. Todo quedará aclarado. Lo que me está diciendo el hombre es que, en el primer cruce, debo coger a la izquierda y, en el segundo, también. En este segundo ya no iba a tener problemas, ya que hay dos indicadores de dirección en los que leo: Tréglonou y Lannilis, dos pueblos por donde pasaré por la tarde.
Me da la impresión de que ya me he pasado la ermita. Por evitar la carretera, he ido un tramo por el GR-34 entre la route y el aber Benoît, ¿me la habré dejado atrás? Una parte del camino, aunque en paralelo con ella, iba por debajo de la carretera, con mucho desnivel, y no me permitía ver todo lo bien que hubiera querido pero, el aumento de circulación rodada me ha recomendado hacerlo. Ahora pago las consecuencias con estas dudas. Pronto veo aparecer la capilla y un cartel anunciador del día del perdón y de la comida. Saco una foto de Loc Majan desde abajo. Unos pocos coches están aparcados a este lado de la carretera, la mayoría lo han hecho en el lado izquierdo. Dos hermosos arriates de hortensias flanquean el paso abierto entre muros. Subo a la chapelle y está cerrada. Veo que han puesto una plataforma en el exterior. Está bien anclada ofreciendo horizontalidad. Seguramente la habrán empleado en algún momento de la celebración. Probablemente la ceremonia se ha celebrado en el exterior de la capilla. También hay una especie de trípode como para foto de grupos. Es probable que aquí se celebren también enlaces matrimoniales. Pero no veo a nadie a quien poder preguntar, así que bajo hacia el otro lado de la carretera y allí es donde encuentro mucha gente, algunos en el exterior todavía, pero la mayoría está dentro de un pabellón, comiendo. Los carteles del exterior indican el uso destinado a este pabellón. Aquí ivernan embarcaciones y caravanas. “Hivernage”, se puede leer. Pertenece a St. Pabu y han montado una especie de bar con un toldo a rayas azul y blanco (“txuri-urdin”, colores de la Real Sociedad de Futbol donostiarra). Entro dentro y me explican cómo es el sistema. Me dicen que debo pagar 11 € y me dan un vale y luego voy cogiendo lo que más me apetece, con limitación, de lo que han preparado. Pago con billete de 20 €, pero la mujer que me cobra me pide 1 €. Como sólo tengo 80 céntimos, prefiere perder 20 y así me cuesta la comida 10,80 €. Lo que más siento es no poder pagar con Visa, pues así se me van agotando más rápidamente mis recursos de efectivo. Esta comida la organizan todos los años los vecinos de Plouguin, que está al Sur de Saint Pabu y que no puedo encontrar en mi mapa porque ha desaparecido al recortarlo, y los de Tréouergant, que se encuentra al Sur de Plouguin, casi en el paralelo del aber Ildut. En la servilleta que me dan pone estos dos nombres con el apelativo de “Terre de vie” que es como el emblema de unos pueblos que participan en la vida local. Lo que pone en el papel que me ha vendido el Comité de Fiestas, es lo siguiente: Entrée, Plat, Dessert y Café. Según vás cogiéndolos en tu bandeja, alguien te lo va tachando. Para cada cosa hay que hacer cola, aunque la más larga será la del “Plat”, puesto que el “porc” lo asan fuera, lo sirven calentito y, así mismo, están fuera las freidoras de patatas, que también van saliendo calentitas. Luego veré todo el tinglado que han montado. Si las queremos comer recien hechas, deberemos tener paciencia. Primero entro a la zona de comedor para buscar sitio en una mesa, aunque la señora que controla dice que primero debo coger el primer plato, yo sigo en mis trece y dejo mis mochilas en un lugar que está tras una mesa libre. Luego, cunado vuelvo con el primer plato, se llenará y tendré que cambiar de sitio. Muchas mesas están llenas y los huecos que hay son de gente que está haciendo cola para el “cochon”, el postre, o el café. Por tanto, algunos están acabando de comer y otros todavía no hemos empezado. Vendrán más comensales tardíos. Vuelvo al lugar donde están expuestas las variedades de ensalada. Me dan la bandeja y el cubierto de plástico. Hay ensaladas para aliñar y otras con mahonesa y salsas similares. Elijo una ensalada normal y me ofrecen añadido de cebolla, que acepto. Me echan por encima el aliño que ya tienen preparado. Cuando llego a la mesa que había elegido, ya se ha completado con un familión. Elijo asiento junto a un matrimonio. Ella no quita su bolso del banco corrido, que será nuestra frontera durante toda la comida. Parece que este hecho va a ser distanciador, pero luego, a lo largo de la conversación, se van a mostrar cercanos y receptivos al viaje que estoy haciendo, a lo poco que me va a dar tiempo de contar pues, para cuando regreso con el segundo plato, ya se habrán marchado. La cola para el plato de txerri se enlentece, pero no es por culpa del cerdo, pues ya está troceado y guardado en marmitas, para que no se enfríe, sino porque la freidora no da abasto para la inmensa cantidad de patatas fritas que ponen en cada plato. La cola es un buen sitio para conversar con el vecino. Cuando llego al mostrador, se han acabado las últimas y hay que esperar a que lleguen las de la siguiente remesa de la freiduría. Alegando mi andadura, consigo una buena porción de cuto, aunque probablemente sea similar a la servida al resto de comensales. Está más caliente y rico de lo que pienso al verlo. Con la salsita que le han añadido, lo como muy a gusto. Un poco de grasa no le va a venir mal a mi enflaquecido cuerpo. Cuando me siento a comerlo, se sientan también, al otro lado, dos matrimonios. Alucinan con mi viaje y me hacen muchas preguntas. Aprovecho para sacar una foto de conjunto, mientras unos están todavía comiendo el segundo plato, otros ya han terminado el café y están con su charla de sobremesa. De postre no hay más opciones que cornete de helado o fruta.
No tienen descafeinado y no quiero acordarme por la noche del café si no me puedo dormir, así que hago una proposición deshonesta. Comeré un albaricoque y el cornete, que es de vainilla y frutos secos y que también me sabe muy rico. Algunos dicen que cada uno es lo que come, yo no comparto esa opinión pero sé que tengo un estómago agradecido. Acabado el postre y ya con las mochilas encima, me despido de ellos. También de las tres mujeres colaboradoras de la entrada, que ahora están en la primera mesa, y les felicito por la buena organización del evento. Me despido también del vecino de cola.
Voy a ver la señal del GR-34 que, quiero interpretar, va por detrás del pabellón que hoy ha hecho de comedor improvisado. No va por allí, pero me viene ver para así ver cómo es la infraestructura donde asan, trocean el cochinillo y fríen las patatas. Un hombre me acompaña hasta el indicador del camino. Saco una foto del exterior del pabellón y del mostrador con toldo improvisado del que ya he hablado antes, cuando he llegado. Al inicio, el camino retrocede, pero merece la pena hacer todo el recorrido, que me va a llevar al borde del aber Benoît.
El hombre me dice que hasta llegar al puente de Tréglonou, por carretera hay 5 Km. Pienso que por el camino habrá lo mismo o parecido. En algún lugar leo GR-10, que no concuerda, pues seguiré todavía durante días por el GR-34. Pero, de momento, siembra nuevas dudas en mi incierto camino.
Me encuentro con un paseante que, lejos de la capilla, me dice que a la izquierda. Yo estoy viendo en mi mapa la capilla a la derecha, así que insisto en que se equivoca, pero él persiste en lo que me dice. Lo que ocurre es que la capilla está a la derecha, pero el lugar donde se celebra la comida está a la izquierda, al otro lado de la carretera. Todo quedará aclarado. Lo que me está diciendo el hombre es que, en el primer cruce, debo coger a la izquierda y, en el segundo, también. En este segundo ya no iba a tener problemas, ya que hay dos indicadores de dirección en los que leo: Tréglonou y Lannilis, dos pueblos por donde pasaré por la tarde.
Me da la impresión de que ya me he pasado la ermita. Por evitar la carretera, he ido un tramo por el GR-34 entre la route y el aber Benoît, ¿me la habré dejado atrás? Una parte del camino, aunque en paralelo con ella, iba por debajo de la carretera, con mucho desnivel, y no me permitía ver todo lo bien que hubiera querido pero, el aumento de circulación rodada me ha recomendado hacerlo. Ahora pago las consecuencias con estas dudas. Pronto veo aparecer la capilla y un cartel anunciador del día del perdón y de la comida. Saco una foto de Loc Majan desde abajo. Unos pocos coches están aparcados a este lado de la carretera, la mayoría lo han hecho en el lado izquierdo. Dos hermosos arriates de hortensias flanquean el paso abierto entre muros. Subo a la chapelle y está cerrada. Veo que han puesto una plataforma en el exterior. Está bien anclada ofreciendo horizontalidad. Seguramente la habrán empleado en algún momento de la celebración. Probablemente la ceremonia se ha celebrado en el exterior de la capilla. También hay una especie de trípode como para foto de grupos. Es probable que aquí se celebren también enlaces matrimoniales. Pero no veo a nadie a quien poder preguntar, así que bajo hacia el otro lado de la carretera y allí es donde encuentro mucha gente, algunos en el exterior todavía, pero la mayoría está dentro de un pabellón, comiendo. Los carteles del exterior indican el uso destinado a este pabellón. Aquí ivernan embarcaciones y caravanas. “Hivernage”, se puede leer. Pertenece a St. Pabu y han montado una especie de bar con un toldo a rayas azul y blanco (“txuri-urdin”, colores de la Real Sociedad de Futbol donostiarra). Entro dentro y me explican cómo es el sistema. Me dicen que debo pagar 11 € y me dan un vale y luego voy cogiendo lo que más me apetece, con limitación, de lo que han preparado. Pago con billete de 20 €, pero la mujer que me cobra me pide 1 €. Como sólo tengo 80 céntimos, prefiere perder 20 y así me cuesta la comida 10,80 €. Lo que más siento es no poder pagar con Visa, pues así se me van agotando más rápidamente mis recursos de efectivo. Esta comida la organizan todos los años los vecinos de Plouguin, que está al Sur de Saint Pabu y que no puedo encontrar en mi mapa porque ha desaparecido al recortarlo, y los de Tréouergant, que se encuentra al Sur de Plouguin, casi en el paralelo del aber Ildut. En la servilleta que me dan pone estos dos nombres con el apelativo de “Terre de vie” que es como el emblema de unos pueblos que participan en la vida local. Lo que pone en el papel que me ha vendido el Comité de Fiestas, es lo siguiente: Entrée, Plat, Dessert y Café. Según vás cogiéndolos en tu bandeja, alguien te lo va tachando. Para cada cosa hay que hacer cola, aunque la más larga será la del “Plat”, puesto que el “porc” lo asan fuera, lo sirven calentito y, así mismo, están fuera las freidoras de patatas, que también van saliendo calentitas. Luego veré todo el tinglado que han montado. Si las queremos comer recien hechas, deberemos tener paciencia. Primero entro a la zona de comedor para buscar sitio en una mesa, aunque la señora que controla dice que primero debo coger el primer plato, yo sigo en mis trece y dejo mis mochilas en un lugar que está tras una mesa libre. Luego, cunado vuelvo con el primer plato, se llenará y tendré que cambiar de sitio. Muchas mesas están llenas y los huecos que hay son de gente que está haciendo cola para el “cochon”, el postre, o el café. Por tanto, algunos están acabando de comer y otros todavía no hemos empezado. Vendrán más comensales tardíos. Vuelvo al lugar donde están expuestas las variedades de ensalada. Me dan la bandeja y el cubierto de plástico. Hay ensaladas para aliñar y otras con mahonesa y salsas similares. Elijo una ensalada normal y me ofrecen añadido de cebolla, que acepto. Me echan por encima el aliño que ya tienen preparado. Cuando llego a la mesa que había elegido, ya se ha completado con un familión. Elijo asiento junto a un matrimonio. Ella no quita su bolso del banco corrido, que será nuestra frontera durante toda la comida. Parece que este hecho va a ser distanciador, pero luego, a lo largo de la conversación, se van a mostrar cercanos y receptivos al viaje que estoy haciendo, a lo poco que me va a dar tiempo de contar pues, para cuando regreso con el segundo plato, ya se habrán marchado. La cola para el plato de txerri se enlentece, pero no es por culpa del cerdo, pues ya está troceado y guardado en marmitas, para que no se enfríe, sino porque la freidora no da abasto para la inmensa cantidad de patatas fritas que ponen en cada plato. La cola es un buen sitio para conversar con el vecino. Cuando llego al mostrador, se han acabado las últimas y hay que esperar a que lleguen las de la siguiente remesa de la freiduría. Alegando mi andadura, consigo una buena porción de cuto, aunque probablemente sea similar a la servida al resto de comensales. Está más caliente y rico de lo que pienso al verlo. Con la salsita que le han añadido, lo como muy a gusto. Un poco de grasa no le va a venir mal a mi enflaquecido cuerpo. Cuando me siento a comerlo, se sientan también, al otro lado, dos matrimonios. Alucinan con mi viaje y me hacen muchas preguntas. Aprovecho para sacar una foto de conjunto, mientras unos están todavía comiendo el segundo plato, otros ya han terminado el café y están con su charla de sobremesa. De postre no hay más opciones que cornete de helado o fruta.
No tienen descafeinado y no quiero acordarme por la noche del café si no me puedo dormir, así que hago una proposición deshonesta. Comeré un albaricoque y el cornete, que es de vainilla y frutos secos y que también me sabe muy rico. Algunos dicen que cada uno es lo que come, yo no comparto esa opinión pero sé que tengo un estómago agradecido. Acabado el postre y ya con las mochilas encima, me despido de ellos. También de las tres mujeres colaboradoras de la entrada, que ahora están en la primera mesa, y les felicito por la buena organización del evento. Me despido también del vecino de cola.
Voy a ver la señal del GR-34 que, quiero interpretar, va por detrás del pabellón que hoy ha hecho de comedor improvisado. No va por allí, pero me viene ver para así ver cómo es la infraestructura donde asan, trocean el cochinillo y fríen las patatas. Un hombre me acompaña hasta el indicador del camino. Saco una foto del exterior del pabellón y del mostrador con toldo improvisado del que ya he hablado antes, cuando he llegado. Al inicio, el camino retrocede, pero merece la pena hacer todo el recorrido, que me va a llevar al borde del aber Benoît.
El hombre me dice que hasta llegar al puente de Tréglonou, por carretera hay 5 Km. Pienso que por el camino habrá lo mismo o parecido. En algún lugar leo GR-10, que no concuerda, pues seguiré todavía durante días por el GR-34. Pero, de momento, siembra nuevas dudas en mi incierto camino.
Al borde del Aber
Benoît.
Mi deseo es salir
cuanto antes a un lugar de playa, para poner a secar mi saco que
sigue estando muy húmedo. Como estaba previsto, el camino al borde
del aber es bonito y, con ese gusto, se me hace más corto y hago el
recorrido hasta el puente en menos de una hora. Cuando me asomo, veo
muchas embarcaciones en el fiordo, hacia Saint Pabu.
Ahora la orilla no me sorprende, ya me voy acostumbrando a estos lodazales. En los ratos en que no veo el agua, pues la maraña de árboles y arbustos me lo impide, el sendero se me muestra también muy bonito. A ratos intento ver entre ellos más de lo que puedo ver.

Algunos ramales del fiordo que, en realidad, son pequeños riachuelos que desembocan en el mismo, me obligan a recular hacia la carretera, sin tener necesidad de llegar a ella, pues el camino está muy bien pertrechado para caminar sin necesidad de meter la pata en el lodo.
Cuando llegue al puente de Tréglonou, hago cávalas para poder salir hacia el mar por Santa Margarita, confiando en llegar a buena hora, en que todavía el sol caliente y pueda secar el saco. Allí se ofrecen dunas en mi mapa. Pero primero debo llegar al puente. En un prado, pastando y rumiando, me saludan unas vacas al pasar. Como son en blanco y negro, las bautizo como vacas dálmatas, aunque no sean perros y den su rica leche. Llego al puente en una hora y lo cruzo.
Una foto cuando lo veo y otra al pasar por él al otro lado, hacia Lannilis. Pensaba seguir bordeando el fiordo hacia las dunas de Sainte Marguerite, pero me lo pienso mejor y prefiro continuar por carretera hacia Lannilis.
Ahora la orilla no me sorprende, ya me voy acostumbrando a estos lodazales. En los ratos en que no veo el agua, pues la maraña de árboles y arbustos me lo impide, el sendero se me muestra también muy bonito. A ratos intento ver entre ellos más de lo que puedo ver.
Algunos ramales del fiordo que, en realidad, son pequeños riachuelos que desembocan en el mismo, me obligan a recular hacia la carretera, sin tener necesidad de llegar a ella, pues el camino está muy bien pertrechado para caminar sin necesidad de meter la pata en el lodo.
Cuando llegue al puente de Tréglonou, hago cávalas para poder salir hacia el mar por Santa Margarita, confiando en llegar a buena hora, en que todavía el sol caliente y pueda secar el saco. Allí se ofrecen dunas en mi mapa. Pero primero debo llegar al puente. En un prado, pastando y rumiando, me saludan unas vacas al pasar. Como son en blanco y negro, las bautizo como vacas dálmatas, aunque no sean perros y den su rica leche. Llego al puente en una hora y lo cruzo.
Una foto cuando lo veo y otra al pasar por él al otro lado, hacia Lannilis. Pensaba seguir bordeando el fiordo hacia las dunas de Sainte Marguerite, pero me lo pienso mejor y prefiro continuar por carretera hacia Lannilis.
Me voy acercando a este
pueblo de nombre tan extraño. Una vez que he pasado el puente tras
el que he dejado Tréglonou, no hay mucha distancia a Lannilis.

Cuando llego, saco foto de su impresionante iglesia pero no la puedo visitar por estar cerrada.
Mi mapa no me orienta bien el recorido que viene a continuación y no sé si para ir a las dunas de Santa Margarita debo ir directamente por la ruta más sur o por Landéda. Una mujer me dice que lo que está marcado en mi mapa son alternativas ruteras, pero que a mí me conviene ir por Landéda.
Cuando llego, saco foto de su impresionante iglesia pero no la puedo visitar por estar cerrada.
Mi mapa no me orienta bien el recorido que viene a continuación y no sé si para ir a las dunas de Santa Margarita debo ir directamente por la ruta más sur o por Landéda. Una mujer me dice que lo que está marcado en mi mapa son alternativas ruteras, pero que a mí me conviene ir por Landéda.
Entro en Landéda y
saco foto de la iglesia. En esta ocasión es menos espectacular, pero
su torre campanario también tiene su encanto. Allí me informan de
cual es el mejor recorrido que debo hacer para llegar a las dunas. Es
así como llego a zona intermedia entre los dos fiordos, aunque Santa
Margarita aún está más al Norte. Al llegar a Les Abers, en lugar
donde hay dunas e islotes, las señales desaparecen y no sé hacia
dónde tirar. La carretera va bordeante sobre la marea muy baja. Un
matrimonio que camina en paralelo conmigo, me informa de cuál es la
capilla.
La chapelle de
Sainte Marguerite.
Estoy viendo la capilla
desde lejos, pero me urge llegar a la playa para extender la ropa
húmeda sobre la arena seca, aprovechando que todavía el sol está
potente. Son poco más de las cinco y cuarto. La foto la he sacado
con zoom en previsión de que, al regreso, no vaya a pasar por su
lado, como así ocurrirá. Enseguida asciendo a unas dunas y voy
hacia la playa a campo través. Confío en no hacer demasiado
destrozo en este entorno protegido contra los desmanes de los
desalmados.
Dunes de Sainte
Marguerite.
Elijo en la playa una
zona muy próxima a la duna, que ofrece hierba propia también
protegida, pues es un trozo de playa que se entremete en la duna. Es
un buen lugar para secar la ropa, pero está muy alejado de la orilla
y no podré darme un baño en bolas. Con tanta ropa sobre la arena,
el saco y la esterilla, ahora esta zona parece un campamento de
gitanos.
Para poner la ropa a secar, me he puesto el bañador. A unos veinte metros a mi derecha, hay un matrimonio con dos niños. El padre se lleva a su hija mayor, de unos 5 o 6 años, hacia la orilla. La madre se queda con el pequeño, quien protesta porque también quiere ir con su papá. A una distancia similar, pero hacia el otro lado, hay una tienda montada y una joven madre con hija preadolescente.
El hombre se ha ido nada más llegar yo y regresa cuando ya estoy a punto de marcharme. Viene con un txampero. Se quita el bañador sin tapujos y se pone el traje de neopreno, con el bañador de adorno por encima. Se va con su hija al agua. Con la ropa extendida, me he quitado el bañador y tomo el sol desnudo. Es algo incómodo, pues cada vez que doy vuelta a una prenda, para que se oree por ambos lados, me lo vuelvo a poner y vuelta a quitar. A la vez que doy la vuelta, expolvoreo arena seca por encima para que ayude a secar más rápido. Después de un rato, cuando veo que la ropa ya ha perdido la humedad, decido partir. Me visto y me equivoco, dando más vueltas que las necesarias. He sacado foto del sendero, que es de arena, propio de uno que va por zona de dunas. También saco foto hacia atrás para que se vea la playa en la que he estado.
Para poner la ropa a secar, me he puesto el bañador. A unos veinte metros a mi derecha, hay un matrimonio con dos niños. El padre se lleva a su hija mayor, de unos 5 o 6 años, hacia la orilla. La madre se queda con el pequeño, quien protesta porque también quiere ir con su papá. A una distancia similar, pero hacia el otro lado, hay una tienda montada y una joven madre con hija preadolescente.
El hombre se ha ido nada más llegar yo y regresa cuando ya estoy a punto de marcharme. Viene con un txampero. Se quita el bañador sin tapujos y se pone el traje de neopreno, con el bañador de adorno por encima. Se va con su hija al agua. Con la ropa extendida, me he quitado el bañador y tomo el sol desnudo. Es algo incómodo, pues cada vez que doy vuelta a una prenda, para que se oree por ambos lados, me lo vuelvo a poner y vuelta a quitar. A la vez que doy la vuelta, expolvoreo arena seca por encima para que ayude a secar más rápido. Después de un rato, cuando veo que la ropa ya ha perdido la humedad, decido partir. Me visto y me equivoco, dando más vueltas que las necesarias. He sacado foto del sendero, que es de arena, propio de uno que va por zona de dunas. También saco foto hacia atrás para que se vea la playa en la que he estado.
A vueltas entre Les
Abers.
En lugar de ir recto
hacia el aber Wrac’h, que forma una gran ensenada de bocana, me voy
dando la vuelta a la península de Santa Margarita, lo que me va a
suponer un gran rodeo.

Esta zona ofrece costa de piedras y rocas y una gran cantidad de islotes. Como un arañón verde con afan de recuperar sabores de infancia. De niños nos acidificaba la boca por impaciencia. Había que esperar a setiembre u octubre para que estuvieran maduros. Ahora parace que deseara que llegara setiembre. ¿Madurarán éstos para entonces? No estaré aquí para comprobarlo.
Esta zona ofrece costa de piedras y rocas y una gran cantidad de islotes. Como un arañón verde con afan de recuperar sabores de infancia. De niños nos acidificaba la boca por impaciencia. Había que esperar a setiembre u octubre para que estuvieran maduros. Ahora parace que deseara que llegara setiembre. ¿Madurarán éstos para entonces? No estaré aquí para comprobarlo.
Fort Cezor.
En una de las islas que he mencionado
se me ofrece a la vista el que llaman fuerte Cezor. Esto es lo que me
hace darme cuenta del gran rodeo que he dado innecesariamente. La
única forma de acceder al fuerte es yendo con alguna embarcación,
pero yo no dispongo de ella, ni veo necesidad de que alguien me
acerque. Si alguien me hubiese dicho que era fundamental la visita,
lo habría intentado.
Landéda, segunda
visita.
Plage des Anges.
Plage des Anges.
Paso de nuevo con la
vista lejana hacia la ermita de Santa Margarita y también cerca de
la abadía de Los Ángeles. De la primera no me importa no poder
sacar foto, pues ya lo había hecho antes, pero de la abadía de los
Ángeles me apena, pero no consigo verla nítida desde ninguna
posición y no quiero perder más tiempo acercándome a ella. Van a
dar las ocho y quiero llegar a cenar a algún sitio. Una señal me
confirma que no he errado el camino, aunque haya dado más vuelta, he
cogido el recorrido oficial. Paso por la playa de los ángeles que,
aunque ofrece arenita seca y fina, el acceso al mar ya es el propio
de los fiordos, piedra y fango, poco grato para el baño. Es probable
que ocurriera lo mismo en la playa donde he secado la ropa.
Ya estoy avanzando por el Aber Wrac’h, así que esta va a ser la tónica de las próximas horas, y la de mañana. Llega una motora que se queda a suficiente altura de la orilla como para que su hélice no tropiece en el fondo marino. Los tripulantes y pasajeros han descendido al agua y echado pie sobre el fondo fangoso. Una mujer mayor, otra joven y un chico ya están a punto de llegar, no sin dificultades, a la orilla, mientras que el resto se queda junto a la embarcación. Estos tres ya han hecho el tramo más difícil. Continúo por la costa hasta que llego a la zona marítima de Landedá. Ahora no me acercaré ni a la iglesia, ni a ningún otro edificio importante, como pueda ser el ayuntamiento, pero si encontraré el que más me importa: el restaurante.
Ya estoy avanzando por el Aber Wrac’h, así que esta va a ser la tónica de las próximas horas, y la de mañana. Llega una motora que se queda a suficiente altura de la orilla como para que su hélice no tropiece en el fondo marino. Los tripulantes y pasajeros han descendido al agua y echado pie sobre el fondo fangoso. Una mujer mayor, otra joven y un chico ya están a punto de llegar, no sin dificultades, a la orilla, mientras que el resto se queda junto a la embarcación. Estos tres ya han hecho el tramo más difícil. Continúo por la costa hasta que llego a la zona marítima de Landedá. Ahora no me acercaré ni a la iglesia, ni a ningún otro edificio importante, como pueda ser el ayuntamiento, pero si encontraré el que más me importa: el restaurante.
Port de l’Aber
Wrac’h. L’Abri du Canot.
El abrigo de la lancha,
sería su traducción, y equivaldría a puerto, un puerto de abrigo
donde las lanchas de pescadores pueden estar a buen recaudo sin
peligro de sufrir tempestades.
El Aber Wrac’h ofrece un buen puerto abrigado a las embarcaciones de Landéda. Tras ver varias opciones, elijo l’Abri du Canot para cenar, a sabiendas de que no me va a salir barato. La elección es rápida, pues no quiero perder más tiempo. Me gustaría salir hoy de este laberinto de fiordos, ya que no quiero que me coja la noche en zona poco grata. Estos fiordos, con aguas tan paradas y con tanto fango en la marea baja, suelen ser el paraíso para los mosquitos. Ya me he librado del Aber Benoît. Ahora sólo queda librarme de éste. Hoy el cielo se está ofreciendo limpio de nubes y me gustaría dormir en la playa, pues no parece que vaya a haber peligro de precipitaciones como ayer.
Sé que hay un puente, pero no sé cuánta distancia queda hasta llegar a él. Pido ensalada de pato y paté. No es muy brillante en cuanto a tomate y hoja de roble pero el jamón de pato tiene equilibrio entre grasa y magro, y el trozo de paté está exquisito, de los más ricos que he comido, y ofrecen una ración generosa. Luego me sacan seis sardinas con más ensalada, que ya no comeré, aunque algo comeré con las sardinas, que están algo secas. Las acompaña también un cuenco de arroz, con mezcla de granos blancos e integrales. Aunque no me apetece, hago esfuerzos y como la mitad. La razón para comerlo es que lo necesito por razones de salud. Me cargan la batería del móvil. Pago con Visa 20,50 €. Fotografío el local que ofrece acceso a entrepiso pero que no tiene uso para clientes y sólo muestra elemento marinos como decoración. Una escala de cuerda desciende desde el techo hasta el salón donde estamos los comensales. Un matrimonio con sus dos niños, come moules. Hablo un poco con ellos sobre mi viaje y me voy. Me va a costar encontrar el camino de salida para profundizar en el fiordo.
El Aber Wrac’h ofrece un buen puerto abrigado a las embarcaciones de Landéda. Tras ver varias opciones, elijo l’Abri du Canot para cenar, a sabiendas de que no me va a salir barato. La elección es rápida, pues no quiero perder más tiempo. Me gustaría salir hoy de este laberinto de fiordos, ya que no quiero que me coja la noche en zona poco grata. Estos fiordos, con aguas tan paradas y con tanto fango en la marea baja, suelen ser el paraíso para los mosquitos. Ya me he librado del Aber Benoît. Ahora sólo queda librarme de éste. Hoy el cielo se está ofreciendo limpio de nubes y me gustaría dormir en la playa, pues no parece que vaya a haber peligro de precipitaciones como ayer.
Sé que hay un puente, pero no sé cuánta distancia queda hasta llegar a él. Pido ensalada de pato y paté. No es muy brillante en cuanto a tomate y hoja de roble pero el jamón de pato tiene equilibrio entre grasa y magro, y el trozo de paté está exquisito, de los más ricos que he comido, y ofrecen una ración generosa. Luego me sacan seis sardinas con más ensalada, que ya no comeré, aunque algo comeré con las sardinas, que están algo secas. Las acompaña también un cuenco de arroz, con mezcla de granos blancos e integrales. Aunque no me apetece, hago esfuerzos y como la mitad. La razón para comerlo es que lo necesito por razones de salud. Me cargan la batería del móvil. Pago con Visa 20,50 €. Fotografío el local que ofrece acceso a entrepiso pero que no tiene uso para clientes y sólo muestra elemento marinos como decoración. Una escala de cuerda desciende desde el techo hasta el salón donde estamos los comensales. Un matrimonio con sus dos niños, come moules. Hablo un poco con ellos sobre mi viaje y me voy. Me va a costar encontrar el camino de salida para profundizar en el fiordo.
Fiordo a oscuras por
el bosque.
Salgo tarde del Abrigo
de la Lancha. Encontrar el camino va a ser complicado y más cuando
me vaya alejando del fiordo por caminos mal señalados. Veo anuncio
de gîte, pero indica Lannilis y, aunque en un tramo por el bosque
parece que la señalización es correcta, ya no soy capaz de ver las
señales. La propia sombra de los árboles añade oscuridad al
atardecer. Decido no seguir el camino y acercarme al agua. ¡Craso
error! Rodeo un gran maizal. En un caserío hay un coche. Me anima a
llamar, pero me reprimo, a lo mejor están acostados. Tras un rato de
intentarlo y de llegar a la orilla fangosa, debo retroceder a tierra
firme y desandar lo andado.
Hay unas rocas desde donde veo unos pabellones e intento atajar por allí para no tener que dar toda la vuelta, pero las rocas son inestables y el fango peligroso. Me puede tragar. Además, sé que al final hay un regato, pues lo he visto al pasar. Decido desandar camino. Menos mal que he retenido el recorrido en mi memoria y vuelvo al punto de partida. Quizás esta memoria haya sido la experiencia mejor del día. Me congratulo de tener buena memoria visual. Es mejor que la auditiva.
Hay unas rocas desde donde veo unos pabellones e intento atajar por allí para no tener que dar toda la vuelta, pero las rocas son inestables y el fango peligroso. Me puede tragar. Además, sé que al final hay un regato, pues lo he visto al pasar. Decido desandar camino. Menos mal que he retenido el recorrido en mi memoria y vuelvo al punto de partida. Quizás esta memoria haya sido la experiencia mejor del día. Me congratulo de tener buena memoria visual. Es mejor que la auditiva.
Furgoneta-dormitorio.
Dudo si retroceder a la
última señal abandonada del GR-34, pero desisto. Ahora está más
oscuro y voy a ver menos que antes. Llego a una zona próxima al
fiordo, donde están los pabellones y veo varios coches aparcados. No
sé si es una fábrica en funcionamiento, si hay algún guarda o no.
Hay una furgoneta a la que le falta una de las dos puertas traseras y
tanteo la posibilidad de dormir allí. Me asomo al borde del agua,
pero no se ve ni señal de que haya ningún puente más adelante. ¿Me
lo habré pasado? Me decanto por dormir en la furgoneta. Ya son más
de las diez de la noche y estoy muy cansado. Subo a la furgoneta para
organizar la superficie donde voy a dormir. Primero debo retirar la
caja de herramientas que está en la entrada, obstruyendo el paso.
Piso en el peldaño previo y subo con facilidad. El suelo está
sucio, pero hay tablones con la medida adecuada para que quepa mi
cuerpo gentil y los distribuyo por la superficie. Los distribuyo entre el
asiento del copiloto y la puerta inexistente. Los tres o cuatro
listones atornillados al suelo, no me crean ningún problema.
Previamente, retiro las cosas que me estorban para que quede libre el
espacio que me interesa. Coloco tres tablones de grosor similar, que
son los que tengo más a mano. Pongo a los pies un trapo, no muy
limpio, pero sí algo más que el suelo de la furgoneta. Extiendo el
saco, que ya lo ha secado Santa Margarita y me asomo a la puerta para
orinar desde arriba y, de paso, mirar hacia el pabellón por si veo
alguna luz, o alguna señal de que haya alguien por allí. A través
de la rendija no veo nada y, aunque creo vislumbrar un mínimo haz
luminoso, no saco conclusiones, ni a favor, ni en contra. Me acuesto
ya pasadas las diez y media y me duermo enseguida. Después de la
noche sandunguera que he pasado como consecuencia de la lluvia
última, ahora no me despierta ni el “sunsum corda”. Durante la
noche, me levanto dos veces a orinar y lo hago desde la altura y en
el mismo sitio. Siento que por la mañana la zona haya quedado
humedecida. Confío en que próximas lluvias lo difuminen y se pierda
el mal olor. No puedo cubrirla ni con arena ni con nada. Los tablones
son más duros que la arena y, debido al techo de la furgoneta, me
quedo sin ver las estrellas durante toda la noche. Entre árboles se
ha visto una puesta de sol muy difuminada. Acaso sólo ha sido la
bajada de intensidad de la luz solar en el ocaso. Durante la noche
pulula un mosquito, pero no me pica y me olvido de él. No veo la Osa
Mayor.
Balance de un
domingo en Les Abers.
Quizás haya sido la
experiencia más significativa ésta de los Abers, ya que son los
fiordos más profundos de todos los que he ido pasando. También
novedosa la comida del Perdón. El remojón de la noche pasada, ha
podido ser subsanado en la playa de Santa Margarita y, menos mal,
pues si no hubiera dormido con más humedad en la furgoneta
improvisada como dormitorio. He comido bien y cenado también, así
que en ese sentido, hoy no me puedo quejar. Los encuentros han sido
informativos, aunque poco significativos. Quizás lo mejor el
ambiente en Loc Majan y el asombro de los últimos comensales al
saber mi recorrido desde el País Vasco. Siento no haber podido
visitar por dentro la iglesia de Lannilis.
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