martes, 8 de marzo de 2016

Etapa 43 (334) Baie de Trépassés-Beuzec Cap Sizun


Etapa 43 (334). 20 de julio de 2012, viernes.
Baie de Trépassés-Pointe du Van-Cléden Cap Sizun-Beuzec Cap Sizun.


Amanecer entre cabos: Raz y Van.
Despierto a las siete, no tanto por la claridad del día, pues amanece bastante cubierto de nubes y la luz es débil, como por haber descansado bien. Me levanto rápido. Descuelgo el tenderete de ropas y las recojo en mi mochila. Tomo la pastilla y escribo un poquito. Para las siete y cuarto ya lo tengo todo a punto para salir. Salgo del hotel hacia la playa, pero tiro hacia el camino que me va a llevar a la Pointe du Van.   

  

Al principio voy por carretera, pero pronto me va saliendo un camino muy bien señalizado que toma muchas precauciones para que el caminante no se despiste, colocando varias X disuasorias.



Voy avanzando por pequeños cabos y plasmando en fotos lo que el camino costero me va ofreciendo. Dos de despedida hacia atrás, una con el cabo Raz y la bahía y otra con la playa de Trépassés y el hotel donde he dormido. Era demasiado temprano para hacer ninguna consulta en el otro albergue y, además, ya no tenía ningún sentido práctico.



Chapelle de Saint They.
La costa me va ofreciendo entrantes, salientes e islotes. Todo muy abrupto y de difícil acceso. Un embarcadero sirve de acceso a embarcaciones que están ancladas en el mar con cierto desorden. Al fotografiarlo voy a disponer de otra vista, no la definitiva, de la Pointe du Raz. Destaca en su extremo el faro de la Vieille.
 

En una explanada hay aparcados unos coches que probablemente sean de los dueños de los barcos o de pescadores madrugadores. En el siguiente recodo ya veo a lo lejos el que va a ser el cabo de Van, pero aún me faltan varios recovecos para llegar a él. Un conjunto de peñascos, islotes en el mar, producen espuma blanca por el golpe del agua salada con las rocas.
 


Esta espuma no da sensación de suciedad como suele ocurrir en otros lugares. Las gaviotas están tranquilas sobre los islotes. Yo más tranquilo, si cabe. Sigo avanzando hacia el cabo, pero vuelvo a encontrar una rada que debo rodear.


 

También aparece ante mi vista la chapelle de Saint They, un nombre totalmente novedoso para mí. Previa a la capilla hay otra pequeña construcción, que no sabré lo que significa hasta que no esté cerca.
Se trata de una fuente bien construida en piedra y que sirve para aprovisionar de agua y calmar la sed al caminante sediento. No es mi caso. Saco fotos de la fuente en dos posiciones. Una según me voy acercando y, la otra, del frontal, que permite la visión del agua ofrecida. La última quedará malograda. Al pie de la fuente se presenta otro acantilado muy abrupto con una pequeña playa, de difícil acceso y que tiene escaso margen de arena seca. En la distancia no lo puedo apreciar bien y quizás sólo sea un pedregal.
 

Al otro lado del acantilado se presenta la Chapelle y desde el mismo lugar la fotografío, a la vez que lo hago con la Pointe du Van, pues cuando esté más cerca ya no lo voy a poder fotografiar mejor. En poco rato, ya estoy junto a la ermita. Como la fachada principal está a Poniente, la foto que saco casi se produce en contraluz, lo que dificulta para la concreción de las imágenes.




Hay dos esculturas sobre columnas que sirven de contrafuerte para la sujeción de la fachada y una menor en su hornacina protectora. No sé si alguna de estas esculturas en piedra corresponde a San They.
 

El campanario es pequeñísimo y alberga una campana en consonancia con su tamaño. La capilla está cerrada a cal y canto. No hay ni un resquicio para poder ver su interior. La única puerta que tiene una palanca o pestillo es la más próxima a Raz, pero resulta imposible de abrir.







Me voy del lugar pesaroso y ya no me preocupo de acercarme más al cabo de Van. Un último vistazo hacia Raz, que ya nunca más veré.


Otro a las rocas finales de Van y abandono la bahía de Trépassés. A partir de ahora, la única zona que me va a absorber la atención desde esta costa, va a ser la vista lejana del Cap de la Chèvre, que ya se encuentra en la siguiente península, la presqu’île de Crozon. Un cabo que, después de tanto interés, dejaré de lado a pocos kilómetros del mismo, motivado más por el hambre, o las ganas de comer, que por desinterés. Pero en mi viaje el comer y el no comer también tienen su participación en la ejecución de su recorrido.

Hacia Cléden-Cap-Sizun.
Además del cabo de la Cabra lo que me va a ofrecer la costa es algo abrupto pero casi horizontal hacia Douarnenez. “¿Llegaré?”, me pregunto pues, tal como llevo la pierna, a lo mejor me tengo que ir olvidando del cabo de la Cabra y de todo lo demás. Como quiero buscar algún sitio para desayunar, voy a dejar de lado la costa y me voy a meter por carreteras hacia algún pueblo que me permita comer algo.


 Voy con sol frontal, pues camino hacia el Este. Abandono el GR-34, pues temo que me lleve hacia la Pointe de Castelmeur y ya me basta de cabos por hoy. Me meto en zona de plantas con pinchos, pero tengo suerte de que el árgoma no ha crecido lo suficiente y la puedo pasar por encima y pisar sin consecuencias nefastas. También hay zonas embarradas, pero consigo salir sano y salvo a un camino ancho que me lleva donde acampan cinco rulotes que han formado su campamento particular. Saludo y “bon courage”, me dicen. Ya estoy en carretera, buscando desayuno. La pierna se me resiste y ando mal. Casi agradece que me meta por la hierba cuando se produce algún cruce de coches. El paraje costero que he abandonado y que, efectivamente, me llevaba al cabo Castelmur, está considerado como “site natural protégé” (reserva de naturaleza protegida). En un cruce, pregunto al conductor de un coche que hace la parada reglamentaria, quien me asegura que la carretera que viene a continuación me llevará a Cléden-Cap-Sizun. Pero no sé qué carretera cojo que soslayaré Cléden y apareceré ya en Goulien.


Goulien. Boulangerie Kerisit.
Paso por una construcción en forma de torre de base circular que me parece un antiguo molino pero que, al haber perdido las aspas, me deja en duda. Por su puerta acristalada y la ventana con vidrio opaco, parece como si estuviera siendo usada como vivienda. Me vuelven a entrar dudas en el siguiente cruce y esta vez un ciclista, que pienso que no es francés pues me responde en inglés, me dice que en seguida encontraré boulangerie pero no café.
 

Paso por una casa en la que están reconstruyendo su tejado. Es bonito ver todo su entramado de madera antes de que empiecen a colocar las lajas de pizarra típicas del lugar. Veo venir hacia mí un hombre con un pan y me dice donde está la panadería y el café. Están en frente. Entro en la panadería y una señora que se me presenta muy poco accesible, me dice que el café está cerrado, y se ofrece a hacerme con media baguette un bocadillo de foie-gras o de jamón de York,"París", me dice, con mantequilla.
 
Le pregunto si puede ser mitad y mitad y me dice tajantemente que no. Me pone jamón y mantequilla y resulta el bocata más insípido que recuerde. Menos mal que el pan está crujiente y que un litro de leche, a falta de café, me ayuda a empujarlo hacia el estómago. La señora me cobra 3,96 €. No me he preocupado de mirar si hay alguien en el bar de al lado y, al salir, veo que hay algo que se mueve dentro pero, como ya tengo bocata y leche me despreocupo. Saco una foto de la panadería pintada en color rojizo y del café, en azul. Comienzo a comerlo y beberlo y lo termino para cuando llego a la sala polivalente que, al igual que la biblioteca, está cerrada a cal y canto.

Goulien: Biblioteca, Iglesia y Mairie.
Saco foto de la fachada de la biblioteca y me voy hacia la iglesia de Saint Goulien. Me recuerda a la de Saint Raymond de Audierne. Cuando llego hay dos niños en el exterior jugando al escondite. Uno se ha escondido subiendo la escalinata casi paralela con la inclinación del tejado y que lleva a la torre campanario.



Hago señas al que le busca por abajo, para que sepa que el otro está arriba. Me agrada hacer trampas en este juego en que yo, como espectador, debiera mostrarme sordo, ciego y mudo. Ciego no estoy y sustituyo la voz con los gestos. Saco foto con el niño arriba y pierdo la posibilidad de sacar el campanario completo. 

Avanzo por el pueblo y llego al ayuntamiento que, por lo que leo en el muro, interpreto que en bretón se dice Ti Kêr. Es una Mairie recia, de piedra y muy austera. También me llama la atención una planta, que sin ser de la familia de las pitas, me recuerda al taginaste canario. Abandono Goulien y me dirijo hacia Beuzec-Cap-Sizun.

Acercamiento a Beuzec-Cap-Sizun.
Retrocedo al cruce donde me han dado las instrucciones en inglés y han sido exactas. Parece que vuelvo hacia Van pero ya sé que luego voy a salir a la carretera que va en dirección a Douarnenez, donde hoy llega la regata de veleros antiguos procedente de Brest.

(Ahora, al pasar a limpio mi diario, me surgen dudas. No sé si lo que he situado en Goulien es algo que debiera estar en Cléden-Cap-Sizun. Dudas que me hacen pensar que lo que he llamado Saint Goulien puede ser Saint Clet o Notre Dame de la Pitié. Como no tengo medios para aclararlo, continúo adelante con mi relato del viaje).











Sigo por esa carretera y cuando llevo andando aproximadamente una hora, llego a un cruce en que se indica Goulien a la derecha y calculo que me quedará otra hora para llegar a Beuzec. He pasado por unas torres de tres aspas para la obtención de energía eólica y por grandes extensiones cultivadas con maíz.
 

Estos maizales están muy crecidos, pero aún les queda tiempo para crecer más y que les aparezcan las panochas del dorado fruto. Cuando fotografío el segundo, al fondo ya se ve con nitidez el Cap de la Chèvre. Está tan a mano que va a ser sorprendente que tarde tanto en llegar allí. Será en la etapa 46 y estoy en la 43. Cuando me voy acercando al pueblo, empiezo a fijarme en los números de las casas previas. 

Paso drásticamente de la centena de los 600 a la de los 300. Luego bajan y retroceden. Por fin llego a Beuzec. El número que veo es el 66 y el que busco, donde está la "gite", es el 76. Pero llego al 176 y veo a una chica en coche, que desconoce lo que le pregunto. Entro en un servicio de comidas a domicilio y una chica que me atiende me dice dónde está la oficina de turismo.
 

Cuando llego está cerrada. Abrirán a las dos. En este pueblo no hay restaurante y la única opción que me queda es una crepería. Lo que más destaca de él es la altura del “clocher” de la iglesia y en un edificio bajo se lee Oficina de Turismo. Lo podéis ver en la primera foto que saco. Esta iglesia, siendo de una factura similar a las vistas en este Cap Sizun, es mucho más imponente, tanto por fuera como por dentro.


Comida en la crepería 
y vino en Mac Laughlin’s.
Como debo esperar, voy a la crepería. Pido una crepe que me resulta asquerosa y la arregla un poco una ensalada de canónigos. Con un cuartillo de vino caro (4,80 €) que me sirven en el Mac Laughlin’s, pago 11,90 €, en efectivo, pues no me cogen Visa.
 

Todo muy caro para la mierda de comida que es. Añoro la de ayer en l’Abri Côtier. Un italiano se ha dejado el jersey y se lo digo. “No hablo francés”, es su respuesta. Me dan ganas de ahogarlo con su propio jersey tirando de las mangas hasta que sacara un metro de lengua. ¡Qué afán de responder con evasivas! También, un grupo familiar, deja abandonada una mochila. Menos mal que un hombre coge su coche y les alcanza para entregársela. Desconozco el resultado de su esfuerzo. Leo en el periódico que los veleros llegaron ayer a Douarnenez. Como son las tres, voy hacia Turismo para ver qué me dicen sobre la gite.
 
Oficina de Turismo y Gite. Katherine.
La chica que me atiende en la oficina es dibujante y habla un poco en castellano. Se llama Katherine. Me dice que la “gite” pertenece al ayuntamiento y que ya hay dos personas que han reservado para dormir, pero ella no se quiere comprometer asegurándome plaza sin que antes me lo confirme su jefa, que no tardará en llegar. Como tarda, le llama por móvil y le responde que puedo disponer de una plaza.
 

Me hace la factura y la tengo que pagar en efectivo. Son 12,33 €. Hoy todo va a ser así, sin Visa. Menos mal que ayer, al cuadrar mis cuentas, me aparecieron 40 € en un bolsillo incontrolado. La chica me acompaña al lugar donde está el albergue y elijo cama en habitación de seis. La pareja está instalada en habitación para dos, así que dormiré yo solo en la otra. Casi seguro que ya no vendrá hoy nadie más a dormir.











Me acuesto para descansar un poco pero, como no quiero echarme la manta por encima y tampoco enfriarme, decido salir a dar un vistazo a la iglesia. Ésta ofrece hermosa nave central y dos laterales y me fijo en un confesionario y en el baptisterio. La iglesia es una réplica de la de Pont-Croix, me dicen. Tras sacar otra foto del exterior de la iglesia con la puerta bajo la torre en la fachada principal, salgo con intención de buscar un lugar adecuado para darme un baño. Hace buena tarde. Todavía saco otra foto de conjunto de la iglesia antes de partir hacia la playa salvaje.


Playa salvaje de Beuzec-Cap-Sizun.
Combino carretera y caminos. El GR-34 me acerca a la costa y debo descender a la playa por un acceso muy malo, pero la playita merece la pena. Un velero rezagado, con tres velas, aparece por el horizonte. Seguramente será el último en llegar a Douarnenez. Después, el de la crepería, me dirá que ésta no es la playa buena y que hay una mejor a dos kilómetros. Cuando llego, hay una pareja practicando buceo. Pronto desaparecerán sorbidos por el mar. Más tarde llegan otros dos chicos, uno con neopreno, que ni con él consigue quitarse el frío. Probablemente sin nada habría entrado más fácil en calor, pero cada cual se las arregle con sus manías. Su compañero le aplaude cuando, después de varios intentos, consigue meterse en el agua. Cuando yo me vaya, continuarán en la playa. Hay pocos caminantes que pasan por el GR que va por encima de la playa. Bajo a la arena por sendero casi vertical y me desnudo. 

Tras el baño, hago una aguatinta con la que inicio la página siguiente de mi diario. Es un paisaje bastante simplito con horizonte marino y rocas. Aporta poco de calidad a los pocos dibujos que llevo hechos en este diario. Tras darme un segundo baño y, al tener poco espacio de arena en el rincón discreto más al Este que he encontrado, estoy muy pendiente de que la subida de la marea no me moje ni a mí ni a mi toalla.
 
Esto me va a obligar a cambiarme dos veces de sitio. Cuando considero que ya he disfrutado de suficiente rato de playa, tras más de una hora, decido ascender de nuevo el acantilado. Ahora, el ascenso es más fácil que el descenso y también ofrece menos peligro para caerme. Desde arriba saco foto del conjunto de la playa. Los dos amigos continúan en ella cuando me voy y, aunque no hace frío, el del traje de neopreno sigue vistiéndolo y su amigo se ha puesto la camiseta.
 
Saco la última foto del día que ya me ofrece promesa del camino por el que pasaré mañana. Al fondo, al otro lado de esta Baie de Douarnenez, se me ofrece más nítido y cercano el Cap de la Chèvre. También, aunque mucho más lejano, la Pointe de Pen-Hir.

Regreso a Beuzec-Cap-Sizun.
Henri y Claudia.
Retroceder desde la playa es más fácil que a la ida, puesto que ya vuelvo por lugares conocidos. Cuando llego a la crepería, encuentro a mis vecinos de residencia tomando sidra. Henri es alsaciano y Claudia, suiza. Me invitan a sentarme con ellos para que les cuente mis viajes y alguna anécdota de éste. Me apoyo en el diario. Se ríen conmigo y lo que les cuento. Previamente he hablado con el crepero que, en un receso de su trabajo, está bebiendo cerveza. La pareja me invita a sidra y él pide una segunda jarra. Por lo que dice, cada ½ litro le cobran 9 €. O es una sidra de alta calidad o este Pub es demasiado caro. Me inclino más por lo último, pensando en lo que me ha costado antes el cuartillo de tinto. Crepería y Pub pueden cobrar lo que quieran ya que no tienen nadie que les haga competencia. La única alternativa es una tienda, donde a gusto habría comprado un bote de garbanzos o de lentejas, pero acaban de cerrar. De nuevo, tendré que cenar en la crepería.

Tortilla en la crepería.
Pregunto al crepero si puede hacerme una tortilla y como me la hace con técnica similar a la de los crepes, me resulta seca y tan difícil de tragar como aquellos. Yo que pensaba en una tortilla esponjosa y jugosa. No la arregla ni la ensaladita de canónigos que, según parece, es la única opción verde en el lugar. No tiene a su disposición ni lechuga, ni tomate. Como no tengo bebida que pagar, pago sólo 6,40 €. El crepero es de Alepo. Ya está bajando el sol y me estoy quedando helado. Como tengo frío, me voy hacia la "gite", mientras la pareja se va a dar una vuelta. Decido llamar a Vera, pero la tecla del nº 1 no funciona y tengo dos "unos" que marcar. ¡Qué rabia! Es la primera vez que me falla un teléfono público.

Anochecer en Beuzec.
Ya en el albergue, oigo sones de gaita en el entorno. Confío en que no me den la serenata y me dejen dormir. Hago unos pequeños pasos con fondo gaitero: “une, deux, trois / quatre, cinq, six” y los pasos que siguen la danza bretona me salen bien. ¡Milagro! Escribo. Guardo mapas obsoletos y organizo los que necesito y los próximos. Regresan los vecinos y me despido de ellos. Cada cual a su cobijo. Van a dar las 22:30 horas cuando me acuesto. Los músicos seguirán poco tiempo más con sus ritmos repetitivos, no demasiado alejados de otros sones propicios para llegar al trance espiritual. Quito la escalera para ascender a la litera de arriba, ya que nadie más la va a usar. Me estorba, y la pongo sobre el armario que tampoco he usado hoy. Por la mañana veré que hay más mantas, pero son inútiles pues no he usado ni tan siquiera la que me correspondía. Me levanto dos veces a orinar. Es probable que me haya enfriado algo contando historias a Claudia y Henri. Como se han mostrado tan receptivos a lo que yo les decía, apenas han tenido oportunidad de contarme casi nada de ellos, sus vidas y su viaje. Llevan juntos cuarenta años, no tienen hijos. Henri me iba a dar una explicación de por qué razón iba a traer otra jarra de sidra, posible segunda razón para mis dos orinadas nocturnas, pero se pierde al ir él a la barra y, aunque Claudia me dice que luego me lo dirá, esta explicación no se produce, ni en el "pub", ni en la "gite". Como no le importa pagar 9 € más por la segunda jarra, pienso que lo que me quería decir es que es un acaudalado millonario… pero no tiene consistencia con alguien que quiere dormir con las incomodidades de un albergue colectivo. Henri me ha contado que hizo el camino de Santiago el pasado año pero, como no sé dónde viven, tampoco sé desde dónde lo inició. ¿Sería desde Alsacia? Para comunicar conmigo, Claudia recurre al italiano, aunque es de Zurich, en la zona germanófona. Henri conoce bien Saint Palais, y la estala de Gibraltar, donde confluyen los caminos europeos hacia la tierra de Compostela. También, como la mayoría, cuando llegó a Santiago visitó las cubiertas de la catedral, con toda la historia del sacristán que criaba allí sus cerdos y sus gallinas, después fue a Fisterra y acabó el viaje en Muxía. Les digo que yo lo hice en orden inverso: Muxía-Fisterra-Santiago. Claudia asiente a muchas de las cosas que él me cuenta y conjeturo varias razones: Una, que ya se lo ha oído contar tantas veces que ya se conoce perfectamente el viaje y sus anécdotas. Dos, que ella también hizo alguna de las etapas con él. Y tres, que quizás lo hiciera con coche de apoyo, una forma de logística más llevadera y que no exige cargar mucha mochila. En cualquier caso, he perdido la oportunidad de preguntarlo. Puedo hacer todas las conjeturas que me de la gana. Los dos conocen muchos de los lugares por los que he pasado este año, tanto del País Vasco como de Las Landas. Se ríen porque digo La Lande. Se ríen de muchas cosas que cuento y quizás, animado por sus risas, no sabré mucho más de ellos. Si no hubiera sido por el bajón de temperatura tras la cena, y por mi intento fallido de llamar a Vera, habríamos seguido un rato más.

Balance de mi jornada en la 1ª parte de la Bahía de Douarnenez.
El camino inicial costero ha sido bonito, pero se ha convertido en carretera de interior por mi necesidad matutina de desayunar. Tras la llegada a Beuzec y salirme bien lo programado en Turismo de Audierne, he vuelto a salir a la costa y he podido darme un rico baño en la playa salvaje. La comida y la cena en la crepería han sido pésimas y me da pena porque el alepero era una persona agradable y ha intentado darme gusto saliéndose de su guión para alegrarme con una tortilla que no estaba en el menú. También buena atención de Katherine en Turismo-Gite y he disfrutado de sidra y, sobre todo de conversación, con Claudia y Henri, que se han mostrado como otros amantes de los caminos. Pensándolo después, quizás la razón por la que quería invitarme a sidra fuera esta coincidencia de amantes del camino.

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