martes, 29 de marzo de 2016

Etapa 66 (357) Plérin (Les Rosaires)-Saint Brieuc



Etapa 66 (357). 12 de agosto de 2012, domingo. 
Plérin (Les Rosaires)-Plérin Saint Laurent de la Mer-Plérin sous la Tour-Plérin Le Légué-Saint Brieuc-Les Villages-(coche)-Saint Brieuc.


Creía que había dejado atrás Plérin y va a resultar que todavía me quedan por delante, hasta llegar a Saint Brieuc, infinidad (4) de Plérin (es).




Despertar en Les Rosaires.
He dormido bien en esta playa nudista. Me despierto a las 6:45 horas y todavía luce en el firmamento la luna, aunque ya muy menguada. El sol está oculto tras la Pointe d’Horaine. Saco foto hacia la claridad, desde la roca donde he dormido, con intención de que saliera la luna, pero está más alta y no la capta mi cámara.
 

Otra hacia el mar. Aquí se aprecia mejor mi cama y las dimensiones de la roca protectora. Orino, tomo la pastilla y bebo agua Evian. Me visto recojo todo y para las siete ya estoy en marcha por la playa hacia los cantos rodados que es por donde ayer vi que arranca el sendero GR-34 hacia la montaña que va por encima de la playa.

Hacia Plérin-Saint-Laurent-de-la-Mer.
Inicio el camino retrocediendo hacia Plérin, el Plérin por el que pasé ayer camino de la plage Les Rosaires, que no sé si llevaba algún epiteto, como los siguientes Plérin que voy a ir viendo esta mañana.
 

Saco foto de este recorrido hacia atrás y llego al lugar en que el GR-34 abandona el pedregal de cantos rodados y se introduce en el bosque por un sendero ascendente y realmente bonito. Primero será un túnel abierto en la maraña de ramas de árboles y arbustos.

 
Debo aquilatar bien el espacio, centrarme y agacharme en ocasiones para que mi mochila no se enzarce. Veo un sendero casi vertical hacia la playa, pero no sé si enlaza con la nudista. Se podría pensar que sí. A lo mejor sólo es un tramo que lleva a una atalaya propicia para los mirones. Cuando llego a la cima, saco foto de la playa de los Rosarios, aunque la maraña vegetal no me permite ver el lugar en que he dormido.


Me hubiera agradado fotografiarlo desde la cima. El sol ya ha superado el horizonte, pero se ha ocultado entre las nubes. Aprovecho que tiene disminuida su gran potencia lumínica, para retener la imagen del astro rey deslizándose por el mar. Voy en dirección a la Pointe d’Horaine. En este tramo el sendero se inclina hacia el mar y da poca seguridad, pero no será por mucho tiempo.

La ensenada Martin, playa e isla. 
La Roche Martin.
Enseguida llego a la costa del otro lado del cabo. Veo la playa y la Roche Martin. Un islote en medio de la bahía. Ya estoy en el conjunto de calas y sedimentos de la bahía de Saint Brieuc, donde desemboca el río Gouët, el más caudaloso de esta zona. El sol sigue oculto tras la nube y me permite apreciar bien el islote y el otro lado de la bahía, a la que tardaré casi un año en llegar.
 

Lo haré en el verano próximo de 2013. Saco una serie de fotos de acercamiento a la playa Martin y a su roca islote característica, la Roche Martin. Los rayos del sol que se reflejan en el mar, ya desaparecen en la siguiente, donde la nube espesa retiene y contiene al sol dentro de su masa etérea.
 

Pero durante un tramo tendré que olvidarme de la costa, puesto que el camino se adentra y los árboles no me dejan verla. Uno de estos conjuntos arbóreos, cuyo tronco parece muerto pero que, sin embargo, verdea en las alturas, se inclina ante el caminante y le ofrece su rendibú (“randez vous”). Un gesto de pleitesía, de acatamiento, que agradezco y paso gustoso bajo el arco de triunfo que me ofrece. Realmente, después de 66 días caminando, acepto el premio.


Me siento triunfador y un privilegiado por haber conseguido llegar hasta aquí. Tengo mucho que agradecer. Saco foto al árbol que me homenajea cuya rama se dobla y me inspira para este comentario. He vaciado lo que queda de la botella de Evian en mi botellín, pero debo ir con el envase en la mano, ya que hasta no llegar a Plage Martin no encuentro un contenedor.


La playa es muy tranquila y recibe a un mar pausado y pacífico que apenas desliza sus mínimas olas por su arena. La foto que saco cuando estoy arriba, me ofrece el recorrido que hice ayer desde Saint-Quay-Portrieux. La parte norte de la playa ofrece dos salientes roqueños que, seguramente, serán el deleite de los pequeños y me los imagino más tarde, hoy domingo, disfrutando con cubos y reteles para capturar pececillos y quisquillas.
 

Luego me centro más en la Roche Martin, a playa pasada, y hago una ampliación de la isla que recibe ese nombre, pues hay una zona que ofrece rocas blancas coronadas por una cruz. Es un bonito contraste este de la roca de arenisca y roca sedimentaria, con este blanco que parece artificial. San Martín habría sido bonita playa para darme un baño y, aunque la playa está desierta y no habría tenido problemas para bañarme desnudo, a estas horas tempranas, 7:30 de la mañana, todavía hace frío. 
 
Pierdo la oportunidad de baño, ya que después no veré playa para hacerlo. Serán casi todas fangosas y poco apetecibles. El sendero asciende de nuevo.

Plérin-Saint-Laurent-de-la-Mer. 
Le Fout à boulets.
Siguiendo adelante, me acerco a una construcción baja donde leo y me entero de que es un horno donde se fundía hierro y fabricaban herramientas. Una fundición en miniatura.


El sendero bordeante sigue siendo magnífico y al doblar la zona del horno ya me topo con Saint Laurent, al fondo. Las playas que se me empiezan a ofrecer son de las propias de marisqueo, con las arenas mezcladas, con lodos y guijarros, poco apetecibles para baños. Exigen caminar mucho para llegar al agua en marea baja, a un agua poco profunda que nunca acaba de permitir nadar a gusto. 

El GR-34 comparte trazado aquí con el denominado Sendero Robinson Crusoe. La playa que está delante de Saint Laurent está plagada de barquitos que, con esta marea baja, todos están en dique seco, con la quilla y la panza sobre la arena. Me costará una media hora pasar este tramo de Plérin hasta llegar al puerto.
 

Lo que veo de él es un espigón con su pequeño faro de bocana, pero donde no se ve ningún barco. Si alguno quisiera salir al mar, necesitaría una dragadora perenne abriendo camino. En la parte baja del acantilado se ve un paseo marítimo, que no es otra cosa que una plataforma de cemento. En la playa duerme una pareja en algo que desde arriba no distingo bien, pero que podría ser una colchoneta.
 
En el plan que voy yo, las ocho y media me parece una hora tardía para levantarse, pero no sé si ellos han trasnochado, ni la hora en que se han acostado. ¡Que sigan durmiendo! Bienaventurados los que duermen, porque así no se enteran de lo que ocurre en el mundo. Tras pasar el pueblo, el paseo marítimo elevado, el puerto por el otro faro de bocana, la Pointe de l’Aigle, el cabo del Águila, llego por fin a carretera.


Plérin-sous-la-Tour.
Este es el nombre que figura en la carretera y, como al otro lado de la ría veo una torre muy deteriorada, pienso que este nombre lo recibe Plérin de ella. Plérin bajo la Torre. Ahora empiezo a ver la evidencia. El puerto que acabo de pasar es la bocana de salida del río Gouët y, al otro lado del mismo, las casas de arriba, todavía lejanas, corresponden ya a Saint Brieuc.
 
Me sorprende ver que este río, tan cercano a la desembocadura lleve agua, sabiendo que la marea está muy baja, pero podré comprobar que este agua se mantiene así gracias a las esclusas.

Plérin-Le-Légué.
Ya con más barcos en el río Gouët, llego a Plérin-Le-Légué. Se ve que hay una industria portuaria al otro lado. Aunque condicionada en cuanto a transporte por las mareas. El próximo año lo veré mejor, ya que será por ese lado por donde comenzaré mi caminata costera de la Bahía de Saint Brieuc. De momento lo que me urge es desayunar, ya que han dado las nueve y ya es hora de que lo haga. Pero no parece que va a ser fácil encontrar lugar adecuado. 

Estoy llegando a otra zona de embarcaciones donde, a lo lejos, ya se ve el viaducto que soporta la carretera de la auto-ruta, que me recuerda a la de Morlaix y que tiene visos de ser la que enlaza las dos ciudades con la capital, París, por un lado, y Brest, por el extremo más occidental. En un espacio amplio de una plaza, empiezan a montar el mercadillo dominical. Todavía no se observan compradores de lo que vayan a ofrecer. Yo, desde luego, no estoy en condiciones de comprar nada y ni me molesto en ver lo que ofrecen. Si no encontrara ningún local abierto para desayunar, probablemente pondría más atención y me agenciaría avituallamiento.

Port Légué. Desayuno en Le Grand Lejón.
Encuentro café para desayunar pero, aunque no es Tabac-PMU, el sistema es el de siempre. En la panadería compro el croissant (1,60 €) y en la cafetería el café con leche (1,40 €). Aunque puedo hacerlo esta tarde, tengo necesidad de escribir, pues todo lo que ocurrió en la tarde de ayer se me va a ir olvidando si no lo plasmo pronto en el diario. 
 
Casi tengo la certeza de que no voy a tener ningún problema para albergarme en el Auberge de Jeneusse. La camarera del bar le ha comentado a la cocinera mi intención de pernoctar en el albergue y me da las instrucciones necesarias de cómo llegar a Les Villages, que es el barrio de Saint Brieuc donde se encuentra el albergue juvenil.
 

Al salir, agradezco a las dos la información. Según comenta un cliente, que está de pie en la barra, en el albergue debe haber sitio de sobra. La verdad es que, en tanto no tenga el billete de regreso, no voy a saber si me conviene estar aquí una o dos noches.

Saint Brieuc. Auberge de Jeneusse. Gwendoline.
Cuando avanzo suficiente en el diario, voy hacia un puente que cruza al otro lado del río Gouët, que aquí es puerto Légué. Nada más cruzarlo ya he dejado atrás Plérin y empiezo a subir la cuesta que me va acercando a Saint Brieuc. Me han dicho que el albergue está muy bien señalado en los paneles de la carretera, pero lo cierto es que no veo ninguna indicación. Tengo necesidad de preguntar varias veces. Sin parar en el centro de la ciudad, soslayándolo, consigo llegar pasadas las doce a Les Villages y pillo a Gwendoline por chiripa.
En coche a la Gare SNCF de Saint Brieuc.
Gwendoline cierra la recepción después de hacerme la reserva para esta noche y me ofrece la posibilidad de llevarme en su coche a la ciudad para que pueda comer y para que coja los billetes de tren de regreso a Hendaye. No es cuestión de desaprovechar la oportunidad que me ofrece, y aunque se puede decir que ya he acabado mi viaje, en realidad, como luego volveré caminando de nuevo al albergue, daremos el día de hoy como completo incluido en el mismo. Todavía me tienen que pasar cosas interesantes. Cuando Gwendoline me deja en la estación, no puedo hacer la gestión de los billetes, puesto que no abren la taquilla hasta las 12:45 horas. Por ello, voy a buscar un lugar adecuado para comer, y dejo la compra de los billetes para después. Saco foto de la fachada de la estación del ferrocarril y sigo al centro.

Oficina de Turismo. 
Yannick Mounier. La Cuissine du Marché.
Voy hacia el centro de la ciudad buscando restaurante y encuentro la Oficina de Turismo. Pido que me pongan el tampón: Office du Tourisme de la Baie de Sain-Brieuc, es lo que pone en el sello que me han puesto en el diario y me orientan hacia la catedral. Por allí puedo encontrar restaurantes para comer.
 

Entro por un soportal donde hay un restaurante que llena de mesas su entorno más próximo y parte de la calle, se trata de La Cuissine du Marché. Pienso que en una cocina con productos del mercado se puede comer bien, pero me equivoco. Pido potaje de verduras y me sirven algo que pudiera ser la guarnición de un plato de carne, pero sin la carne. Unas pocas zanahorias, vainas verdes y coliflor, desangeladas, con muy poca gracia. Si al menos hubiera algo de aceite de oliva virgen extra para chorrear por encima… Menos mal que lo tienen y le puedo añadir algo de sabor. Hay una oferta de dos pescados y uno de ellos es ahumado y los temo, pido otro pescado blanco que me sirven con salsa rosa. Tampoco tiene ninguna gracia y lo acompañan las mismas verduritas que me han servido con el primer plato. No pido postre y voy a pagar. Me piden 24,50 €. Me parece una cuenta excesiva y pongo mala cara. Compruebo que han incluido un postre que no he comido. La mujer me hace nueva cuenta y me pide 22,50 €. Como he comido mal y caro, lo único que deseo es pagar y marcharme de allí cuanto antes. Mi enfado no me deja pensar y, por la diferencia de dos euros, al menos, podría haber comido un postre que en cualquier sitio me va a costra más.
 
Pago con Visa y le digo que es la peor comida que me han servido en mis 66 días de viaje (omito el maquereaux de ayer pues, aunque malo, fue barato), pero a ella le da igual. Desde luego, tengo claro que el próximo año no volveré a comer aquí. Dos mochileras inglesas se asoman, miran y se van. Aciertan. No seré yo quien les anime a quedarse. Voy hacia la catedral.

Catedral de Saint-Brieuc.
Llego enseguida. Es una catedral ecléctica, donde se mezcla infinidad de estilos y épocas.


Antes de entrar saco tres fotos de las diferentes fachadas. El ábside ofrece un conjunto de pequeños edificios que contienen capillas y parecen no pertenecer a la misma iglesia. Tiene torres y vidrieras grandes. La torre principal es austera. Pero por dentro es acojonante. Empleo esta palabra en el sentido de “dar miedo”. Me retrotrae a la época oscurantista del franquismo, donde el papel asignado a la iglesia por las jerarquías eclesiásticas, muy bien aceptado por el poder político no democrático de entonces, por los falangistas y toda la caterva de visionarios que dominaban la sociedad de entonces, era el de meter miedo. 


Miedo a los horrores del infierno, al pecado que nos iba a condenar al fuego eterno, miedo al demonio, al mundo y a la carne. Carne era equivalente a sexo, pero también si se quería comer carne los viernes, fuera de la cuaresma, había que pagar una bula al cura para quedar dispensados. Se pagaba, y el cura extendía una bula que autorizaba a comer carne. En todo esto voy pensando mientras visito el interior de la iglesia.



La nave central es luminosa, pero las dos laterales y las capillas son oscuras y parece que te metes en un laberinto de donde casi parece imposible salir. No hay bancos corridos y las sillas sueltas pueden ser quitadas y puestas según convenga. Eso permitirá el uso del espacio para otros espectáculos.

El altar mayor es austero y no ofrece retablo, lo que me parece divino. Basta con la girola. A lo largo de las paredes se puede hacer un recorrido que parece un Vía Crucis, con sus estaciones modernas pero que imitan piedra labrada antigua. Me gusta la forma, pero no el contenido. Pareciera un ejercicio de terror, donde los cuerpos humanos parece que son masacrados, con tormentos insufribles. ¡Qué horror!


Las columnas son sólidas, cilíndricas, pero con poca gracia. Mantienen el púlpito, que ofrece una labrada talla en madera. El techo que ofrece este púlpito, también de madera labrada sirvió, como todos, para expandir por el templo la voz tonante del sacerdote, destinada a amedrentar a los fieles crédulos, que no creyentes.
 
¿Cómo permitíamos que nos amargaran así la existencia? No es que ahora esté el mundo mejor que entonces pero, al menos, nos hemos librado del poder de esa iglesia oscurantista. Se han perdido muchos valores que habría que recuperar, y el valor supremo lo ostenta hoy, en la sociedad de consumo, el consumo mismo y el afán de poseer. Algo que, si no conseguimos erradicarlo, nos va a masacrar. Ese está siendo el verdadero infierno del presente y va a ser el del futuro.

 



El ara del altar mayor es recia y ofrece pesantez. La luz que penetra por la vidriera del crucero es lo más interesante y alegra un poco la austeridad de esta iglesia catedral.


El coro con el órgano también llama la atención, y ofrece poco sitio para el organista y para el caso en que hubiera voces de coros que cantaran. Capillas altas con escalones de acceso, hacen más laberíntica esta iglesia.









Los nichos de los benefactores y donantes, se reparten por estas capillas laterales. Más rincones y vericuetos, la hacen más lúgubre.
 

Como contraste, un santito colgado a media altura de una recia columna, da la nota pintoresca y casi resulta hasta divertido mirarlo. Va con una camisola blanca, pero no logro saber a qué santo representa. ¿Será Saint Brieuc? Supongo que, de existir tal santo, le reservarán algún espacio de mayor privilegio. Para final, entre dos nichos sin estatuaria yacente, hay otra manifestación de eso que yo he llamado estación del Vía Crucis y que ofrece dos piernas distorsionadas, que parece están sufriendo tormento.

Con esta imagen y con la sensación de haber asistido a un suplicio, salgo de esta iglesia catedral de Saint Brieuc. Espero no volver a entrar a este reino del terror. He vuelto a mi niñez en un día en que he terminado un viaje en el que me he sentido como un niño, con el que voy recuperando el niño que nunca dejé de ser, aunque hubo un tiempo en que lo estaba perdiendo. Creo que lo más pavoroso han sido las estaciones del Vía Crucis y me parece que precisamente es la estatuaria menos antigua de la iglesia. Parecen obra de un escultor moderno. Ha habido un momento en que, como Francisco de Asís, me han entrado ganas de desnudarme dentro del templo. Una reacción que hubiera considerado adecuada contra tanto despropósito. Espero que las fotos que he sacado ilustren algo de mi sentir, que no tiene por qué ser compartido por mis escasos seguidores de este blog.

Un paseo por el centro de la ciudad.
Salgo de la catedral y, subiendo por una calle, me encuentro a las dos inglesas comiendo en una terraza. Me dicen que empezaron a caminar en Morlaix y es muy probable que acaben su camino hoy y aquí. Les digo que yo esta noche dormiré en el Albergue juvenil, pero ellas van con tienda de campaña y dormirán esta noche en el camping.
 

Un joven me pide fuego y le digo que fumar es malo para la salud y pasamos a hablar de fútbol, balonmano y baloncesto. Quiero ir hacia la estación, pero me he desorientado. Un chico me reorienta. Paso por un edificio que parece pudo ser iglesia y que ahora están rehabilitando con otros fines más paganos. El joven no sabe cuál será el uso final. Tiene la fachada cubierta con un entramado de mallas translúcidas. Están cubiertos así los elementos que me podrían ayudar a identificar el edificio. Esta va a ser la última foto que saco hoy en Saint Brieuc y así finalizará el reportaje de mi viaje en activo. Mañana habrá más con el epílogo y pasado mañana el regreso a casa, pero ya no pertenecen a mi camino. Al pasar por el Teatro, veo que ya no va a haber ninguna representación hasta setiembre. No tendré oportunidad de ver nada como colofón de mi viaje. Así no tendré oportunidad ni motivo para salir por la noche del albergue. Los espectáculos gratuitos que se celebran en la plaza suelen hacerlos los viernes y los sábados, así que hoy tampoco aquí no habrá nada para disfrutar. Parece que en esta plaza hay buen ambiente desenfadado y propiamente veraniego.

SNCF. Comprando billete para el regreso.
Tengo mucha suerte. Al llegar al puesto de venta de billetes, la chica que lo atiende está sola y me pregunta qué quiero. Mientras me atiende se forma una gran cola. ¡De la que me he librado! He llegado en el momento oportuno. Le digo que quiero llegar en el día a Hendaye. Aunque me recomienda París, yo prefiero evitarlo. Ese tramo ya lo recorreré el próximo verano. Quiero un viaje más económico, aunque llegue tarde a la frontera francesa. No me importa llegar tarde porque de la estación de Hendaia a mi casa sólo tengo 15 minutos andando. Me dice que tengo que hacer tres transbordos, el primero en Rennes, el segundo, en Nantes, y el tercero en Bordeaux. Hay una ligera variación con el que me había diseñado ayer tarde Patrick. El inconveniente son los transbordos y la posibilidad de que me pueda equivocar de tren. Tendré que poner los cinco sentidos en las tres estaciones. La ciudad en la que voy a estar más tiempo parado va a ser Burdeos. Aprovecharé para recorrer un tramo de la ciudad. Pago 100,20 € y lo hago con tarjeta Visa. Regreso hacia el albergue. Este es el billete y mi plan de viaje con bajadas en Rennes, Nantes y Bordeaux.

De la estación al albergue.
Elijo otro camino para el regreso. Al inicio parece que está bien indicado, pero luego vuelvo a perder las señales. Como antes he pasado cerca de un Lycée y éste sí está anunciado, va a ser mi referente para continuar. Antes de ir al albergue, compro un bocata, un pastel y una cerveza en Quai n 1. Pago 5,90 €. Me fijo en un edificio que tiene forma de barco. Un barco que no va a la deriva, no en vano está allí ubicado el Centre des Finances Publiques francés. Las Finanzas públicas están a buen recaudo. Bueno, están para recaudar de los ciudadanos. La clave está en saber manejar bien esos recursos financieros. Una vez llegado al Liceo, ya no tengo pérdida. Regreso al albergue. Unas chicas me abren la cocina. Meto en el frigorífico lo comprado. Me doy cuenta de que no he comprado fruta. Pruebo un poco de un líquido verde con agua y luego otro poco de coca-cola con gaseosa sin gas y ¡puaf! ¡Qué asco! Me está bien empleado por hacer guarradas con algo que no es mío. Cierro la puerta de un portazo, si no, no hay forma de que se cierre. Husmeo por duchas y retretes y me siento en un sofá. Durante un rato estaré escribiendo y haciendo las cuentas. Antes de que den las cinco regresa Gwendoline. Dejo de escribir y contrato dos noches: 41,60 € que pago con Visa. En el cargo de Caja Laboral figura con el nombre de AJ (Auberge de Jeneusse). Contempla el precio de dos camas y dos desayunos. Mañana compraré en supermercado comida, cena y postales. Después de la experiencia de la mala comida de hoy, creo que comeré y cenaré mejor con la comida que yo mismo me haga en el albergue. Ya tenía la clave para entrar en el recinto, por si salía por la noche, ahora la misma clave me sirve para entrar en la cocina, comedor, y mesas de la terraza, en el jardín exterior. La habitación que me toca está bien. Creo que hoy me ha tocado el calzoncillo que no se me cae, el menos cedido. Creo que este año también llegaré a casa con más de siete kilos de menos. La ropa que me he quitado y que no voy a lavar la meto en una bolsa para lavarla ya en casa. Aunque, a lo mejor, tiro ya la camiseta que ya se está desgastando y con algún agujero y el calzoncillo cedido. Ya veré. La gris que llevo puesta también se ha empezado a agujerear. Lo mejor será que me compre un par de camisetas nuevas. Pero no lo voy a hacer en las rebajas francesas. La mesa de la habitación la coloco debajo del tragaluz y cuelgo mi toalla azul de la litera de arriba, a que se seque para mañana. Es casi seguro que hoy ya no tendré acompañante de habitación. Coloco las pastillas de Indapamida en las siete casillas del estuche, listas para la próxima semana. Escribo las diez postales que compré en Ploumanac’h, la costa de Granito Rosa.

Cena frugal en el albergue.
Luego bajo a cenar a la cocina. Como el bocadillo, el pastel de manzana y la cerveza. Coincido entrando en la cocina con un matrimonio joven con niña. La niña marca la clave para entrar. Será un buen encuentro, como el de Gwen, como colofón del viaje. La niña se llama Violette. Philippe está preparando tomate con panceta para la cena de su familia. Cuece también pasta margarita, que luego me ofrecerá. No acepto pues me da la impresión de que no es mucho para los tres, aunque no sé lo que comerá Violette. No tienen inconveniente en que coma en la misma mesa de ellos, aunque cada uno comiendo lo suyo. Prefiero estar acompañado que solo. Doy por finalizado mi viaje en soledad. El bocadillo que he comprado es de salchichón y está jugoso gracias a la mantequilla y comiendo el pastel de manzana acabo la cerveza. Es curioso que la madre de Violette se llame Sabine, como mi madre. Con la variante idiomática de su “e” muda y la “a” sonora de mi progenitora. Sabine es una mujer maternal, amorosa y configuran, con Philippe y Violette, una familia que se podría calificar de ideal. Philippe muestra una gran capacidad para la escucha activa, muestra empatía, sabe colocarse en el lugar de su interlocutor. Es receptivo a mis manifestaciones de alegría y de dolor cuando le voy narrando acontecimientos y circunstancias de mi viaje. Puede que esa capacidad la haya conseguido después de trabajar cinco años con personas con enfermedad mental. O quizás ya la poseía y se ha desarrollado más en contacto con ellos. Ahora se dedica a la informática y ha trabajado en ese tema en varios países europeos. Ella trabaja en una biblioteca. No sé si coincide exactamente, pero interpreto que estudió Biblioteconomía. Parece ser que en Francia también se denomina así. Me ofrecen tomate, pero yo ya he tomado el postre y tampoco acepto. Quedamos para cenar juntos mañana. Pero nos veremos primero en el desayuno. Les he contado varias historias que me parecen clave de mi viaje. También les digo que soy consciente de que invito a muchas de las personas que me encuentro en el camino a desarrollar su piedad, apiadándose del caminante y que soy receptivo y agradecido, y acepto las caricias, los regalos, que me ofrecen. Le hablo de la Piedad de Miguel Ángel y la comparo con la de Oteiza en Arantzazu. Philippe muestra interés en conocer esa piedad inconformista de Oteiza. Una piedad que a la vez de invitar a apiadarse de su dolor, es crítica con el responsable de la muerte de su hijo. Les cuento lo de la bretona: “tu confianza te da la seguridad”, las dos noches en mobil-home, en un caso invitado por portugués y en el segundo por mañica. La noche anterior a llegar a la isla de Batz, fue un francés el que me dejó su sanitario auxiliar y todavía quedaba la noche en sótano de hotel en Sain Quay Portrieux. Y Annick y Pierre y Huguette, y Patricia que, si hubiera llegado a Guerande después del 8 de julio, también me habría atendido bien. ¿Aprobaría las oposiciones? Y tantos otros: Pierre le cordonnier de Parentis, o los de la cabaña en la playa de Segnosse, o los pasos en barca de Cedric y Lionnel. (Cuando voy escribiendo esto en el tren, en el primer tramo del martes, antes de llegar a Rennes, las lágrimas me brotan de los ojos, recorren mis mejillas y se acaban perdiendo en mi barba. No son lágrimas vanas). Antes de acostarme, por sugerencia de Philippe y para que no vaya a más mi carraspera de garganta, me tomo un Paracetamol. Nos despedimos hasta mañana.

Balance del último día.
El camino ha sido solo de mañana. Buen despertar en Les Rosaires como último día durmiendo en la playa. El camino ha sido bonito y variado. Una lástima que no me apeteciera el baño en Roche Martin. Ha sido la playa más bonita vista esta mañana. Las últimas comidas han sido para olvidar. Bien atendido por Gwen en el albergue. La catedral de Saint Brieuc me ha acojonado y devuelto a la niñez oscurantista del franquismo. Resuelto el viaje de regreso. Bonito encuentro final con Philippe, Sabine y Violette.

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