miércoles, 9 de marzo de 2016

Etapa 61 (352) Trébeurden-Penvénan


Etapa 61 (352). 07 de agosto de 2012, martes.
Trébeurden-Landrellec-Trégastel-Traouïero-Ploumanac’h-Perros Guirec-Port Blanc-Penvénan.


Amanecer con dibujo en blanco y negro.
Son las siete, me levanto, tomo la pastilla contra la hipertensión, me afeito, me lavo, me visto y, sin coger más que el diario y los tres pinceles, salgo para dibujar, hacia las mesas del exterior.
 

El tema que elijo es una vista parcial del albergue construido entre las rocas graníticas. Tanto albergue como rocas van a quedar algo desvaídas, no tengo tiempo para mucho detalle, pero refuerzo las plantas y arbustos más próximos. Así el dibujo queda algo menos soso. Cuando estoy dibujando, aparece Jean Yves. Ha terminado su carrera matutina y viste una camiseta en blanco y negro, como recortada de la bandera bretona. Mira mi dibujo, dice que le gusta, y se va a duchar. Cuando ya estoy recogiendo para ir a la habitación, llegan Jean Michel y otra mujer, que cogen la bolsa del pan y se disponen a preparar los desayunos.

Desayuno en el albergue de Trébeurden.
Ya en la habitación, me dispongo a retirar la ropa de cama. Pido ayuda a Jean Yves para desenfundar la almohada. Ayer me costó ponerla a mí solo, así que aprovecho ahora que tengo compañía que me puede ayudar. Me dice que deje las sábanas en los cubos de la sala del baño. Lo haré luego, cuando retire la ropa de cama. En el comedor hay una mesa preparada completa, probablemente para los mismos que cenaron ayer. En la mesa en que me siento, con Jean Yves, hay otra joven, distinta de la de ayer, que desayuna en silencio. Sólo dice algo que no entiendo cuando se acaba el pan y ella misma va por más. Bebo vaso y medio de zumo de pomelo, lleno un tazón de café con leche y echo dos azucarillos. Embadurno con mantequilla tres rebanadas grandes de pan y les pongo “confiture”, mermelada, por encima. Cuando Jean Michel nos ofrece fruta, yo la rechazo. A gusto me la habría comido antes. Trae dos yogures para los otros, pero cometo el error de no pedirle otro para mí. No me había enterado que lo ofrecido era fruta o yogur. Regreso a la habitación, echo al cubo la ropa de cama y cargo con las mochilas. La ropa ya se me había secado. Llevo la llave para devolvérsela a Jean Michel al que enseño el dibujo recién hecho. Él va en busca de un regalo. Se trata de una foto del albergue. Dudo en mandármela a mí mismo a Irun, para recibirla cuando llegue. No sé qué haré. A lo mejor la aprovecho para enviarla a alguien de los que me falta escribir. Me despido de los dos Jean (Yves y Michel) y para las ocho y media ya estoy en marcha. Estos dos nombres van a ser protagonistas en los próximos días. Michel, me va a orientar para decidir que, si no pude cumplir mi plan de llegar a Bélgica, intentaré acabar mi viaje en la abadía de Saint Michel. Yves, pueblo en el que ya estuve al salir de La Rochelle, donde pude ver cómo Francia era eliminada por España en fútbol, tras pasar Saint Laurent, y que me hizo recordar al creativo Yves Saint Laurent, dentro de dos días me va a llevar ante la tumba o catafalco del santo, en Tréguier, donde también encontraré el despecho de los católicos hacia el filósofo Renan, como ya os contaré, construyendo el Calvario de la Reparación.
Hacia Trégastel.
Trégastel es el siguiente punto importante que aparece en mi mapa. Sigo sendero y llego a la carretera donde voy por la derecha, aunque pronto paso al lado correcto. Hay muy poca circulación. La carretera me lleva al borde del mar. Saco foto de playa en marea baja, donde da la sensación de que al bañista no le va a cubrir nunca, por mucho que se adentre en el mar.


Numerosos islotes pueblan el horizonte marino. No acabo de ver claro a qué isla pueden asignar el nombre de île Grande, como aparece en mi mapa, pues todas las islas que veo son pequeñas. Tras sacar las dos primeras fotos, la cámara me empieza a pedir que cargue la batería. Me enfado. Me lo podría haber empezado a pedir ayer y así la habría recargado durante la noche. Espero que me aguante lo que quede de batería hasta la hora de comer y no me deje colgado con una parte del camino sin reportaje fotográfico.
 
No sería la primera vez que esto me pasa. Llego a un lugar en que, al otro lado, me ofrece un bonito edificio en el que se anuncia el restaurante-pizzería Al Dente, con pizzas para llevar. Me gusta el contraste del azul de los carteles con el color de la piedra.






Saliendo de nuevo hacia el mar, con visión hacia las pequeñas islas, se interpone entre la costa y la carretera un maizal muy sano aunque, por mucho que miro, no veo ni una mazorca de maíz granado.

Landrellec lejano 
y desembocadura del río Samson.
El puerto de la “presqu’île”, península, de Landrellec está algo alejado. Saco foto desde la desembocadura del río Samson. Por la carretera pasa un coche con matrícula CJ-822-MN. No se me ocurre ninguna palabra con las cuatro letras. Sólo Caja y Mano, que también podría ser Cojo y Mono. Poco antes de entrar en Trégastel, empiezan a caer unas gotas de lluvia. Menos mal que no tienen continuidad. La gente con la que me cruzo no saluda pero, una señora que abre los portones de su finca, me mira sonriente. Paso hacia su lado, le saludo y nos estrechamos la mano. Le cuento de dónde vengo y se la ve feliz escuchándome. He visto señal de dolmen y es ella la que me encamina en la dirección en la que está. Me dice que hay un dolmen que encontraré enseguida pero que, al fondo, hay otro de corredor y que dispone de unas piedras grabadas muy antiguas. Me supongo que serán petroglifos. Pero ella me dice que no son pintados, sino grabados en la propia roca del fondo. No insisto, pues para ella, la palabra petroglifo está relacionada con pintura, y como no sé la traducción exacta al francés, creo que es mejor dejarlo así. Ella ha hecho lo principal, orientarme, y me voy agradecido por la información recibida. Sin ella, es muy probable que me hubiera limitado al primero y me habría dejado sin ver el más interesante, el dolmen de corredor.

Trégastel. Dólmenes.
Camino más distancia de la que había previsto al hablar con la señora informante y por fin llego a un dolmen que presenta una hermosa “txapela”, boina en euskera. Sería interesante saber cómo la lograron poner allí nuestros antepasados prehistóricos. Saco foto de donde creo que se ven mejor las dimensiones del gran pedrusco, y me acerco para sacar otra del interior.
 
En la primera, al fondo del campo ya segado, con la hierba seca con color dorado, ya se puede apreciar el otro dolmen, el de corredor, al que me voy a acercar a continuación. En este primer dolmen han crecido helechos que ofrecen un verde bonito como contraste con la piedra. Por el tipo de piedras más pequeñas con las que han construido un muro, quiero pensar que este dolmen, que fuera funerario al inicio, luego en épocas más recientes, pudo ser usado como aprisco para el ganado.
 

Tras la segunda foto, me dirijo hacia el dolmen de corredor. No hay camino hacia él por el campo segado, así que salgo por la carretera para rodear el recinto. Lo doblo y me dirijo hacia allí. Ya cerca leo el cartel: “Allée Couverte”. Un sendero me conduce a él. Me meto dentro, ya que es alto, aunque me tengo que agachar para no dar con la mochila en el techado, y no me la quiero quitar, como hace un rato me he tenido que sacar el calzoncillo por las piernas, puesto que entre que la goma ha cedido y yo he adelgazado, se me estaba cayendo, salgo al exterior. 
 
Lo primero que hago es sacar foto de la piedra del fondo, pero no acabo de distinguir los petroglifos anunciados. Quizás habría que verlos desde dentro y el corredor pétreo por allí estaba demasiado oscuro. Este dolmen, la entrada la tiene lateral y la techumbre está construida por cuatro enormes piedras, pero sin la espectacularidad de la del primero. Las piedras que las soportan son seis, por esta cara, pero por el otro lado no las puedo contar, ya que permanecen ocultas. La batería aguanta.


Me han parecido interesantes estos dólmenes y han resultado una grata sorpresa, por lo inesperado. Para salir, no retrocedo, ya que la nueva ruta me va llevando hacia el centro de la ciudad de Trégastel. Paso por el “atelier”, taller, de un ceramista, pero pone “fermé”, cerrado.





También paso por una “fontaine”, fuente, del pueblo que, en bretón, es “feunteun” y que a mí me suena más a romano. Es el mismo nombre que vi en otra fuente saliendo de Morlaix.
 


Es así como llego a la iglesia, que me parece algo pequeña en relación con el tamaño del pueblo de Trégastel. El campanario es también mucho más sencillo que los vistos últimamente, aunque tiene dos hermosas campanas. Saliendo del pueblo, pronto veo que anuncian un bosque.

 
El bosque de Traouïero (Trauero).
Dudo de que me convenga entrar en este bosque, que lo anuncian como valle, puesto que me da la impresión de que, en vez de llevarme hacia la costa, a la que estoy deseando llegar de nuevo, me parece que va orientado hacia el interior. En mi mapa veo que estoy en la zona de Bretaña que está más al Norte, que después desciende hacia otro paralelo y acaba mucho más abajo, en Saint Brieuc. Tras subir la costa algo más al norte, de nuevo, se mantendrá, más o menos, hasta llegar a Mont Saint Michel, lugar que me he puesto como meta por este año.
 

Compruebo también, en el mapa, que tengo anotado en Plougrescant el nombre de Annick, el sitio donde la voy a buscar. ¡A ver si tengo la suerte de encontrarla! Un matrimonio me anima a que visite Traouïero (parece que querían usar todas las vocales seguidas en el nombre), pero le doy las razones para no hacerlo, y no insisten. En un badén veo que bajan bicis, pero se vuelven en dirección contraria para leer un cartel con la leyenda, donde se relata el interés que pueda tener este bosque. Los ciclistas son un matrimonio, una hija y un hijo.
 
Quieren meterse por allí para evitar la mucha circulación que ahora hay por la carretera. Ellos me sitúan el punto en que estoy en el mapa y, como veo que, atravesando “la fôret”, el bosque, puedo luego continuar hacia Perros-Guirec, me animo a entrar en el recinto. Por buenos caminos, el recorrido pasa por arbolado y grandes moles rocosas que, nuevamente, confío en que son de granito. Mantienen su color rosáceo. Para los ciclistas no es tan bueno el recorrido como para mí, puesto que hay varios tramos que se resuelven por escaleras, tanto descendentes como ascendentes.
 

Pierdo de vista a los ciclistas y no voy a saber si continúan o se vuelven al lugar por el que han entrado. Para mí, el camino es precioso. Algunas de las grandes rocas configuran cuevas enormes. Por debajo de uno de estos inconmensurables pedruscos, pasa el camino con tramo llano y con más escaleras. El lugar es un verdadero vergel. Lo único que me preocupa es que el sendero se va escorando hacia la derecha. Se ve que no he cogido el que aparecía atravesando el dibujo, y estoy haciendo más recorrido que el previsto.
 
Me encuentro con unas mujeres que, ante mis dudas, me desorientan más todavía. Por fin, llego donde un gran grupo, que conoce bien el lugar, y me dicen por donde debo seguir para salir. Como salgo mucho más lejos de lo previsto, luego tengo que retroceder hacia la costa. Pero la visita a Traouïero ha merecido la pena. Al salir, veo el cartel, similar al de antes, que también me informa dónde estoy y me permite organizar el itinerario para seguir adelante. Ahora debo seguir por carretera hacia el puerto, Porzh Ploumanac’h y continuar después hacia Perros-Guirec, que es ciudad más importante.
 

A la salida, un hombre subido en una escalera, que hace las labores propias de propietario que dedica sus vacaciones a hacer arreglos en sus propiedades, me dice que hay unos 5 kilómetros a Perros Guirec. Yo creo que hay alguno más, pero la información no la desdeño. Calculo que puedo llegar a buena hora para comer allí. Pero como ya veo en el mapa que primero voy a pasar por Ploumanac’h, lo repensaré al llegar allí.


Ploumanac’h.
Poco antes de llegar al puerto, paso por un entrante de mar, quizás desembocadura de un río que, por su configuración, ya no tengo ninguna duda de que estoy en la Côte de Granit Rose. Un anuncio con granito rosa, me lo confirma. Es muy bonito ver precipitarse las rocas en este mar calmo y los reflejos que éstas hacen en el agua. Es una lástima que los árboles no me dejen ver el panorama restante. 
 
Llego a un cruce en el que se me ofrecen dos opciones. Una es continuar hacia Perros Guirec y la otra me orienta hacia puerto y faro. Elijo esta segunda opción, pues la hora de comer se aproxima. Sin llegar al puerto, paso por una playa configurada como un lago, debido a la profusión de islotes que lo cercan. En una, hasta han construido una mansión, que parece un castillo. Pocos bañistas y alguno en tabla de las que se rema a pie. El lugar es idílico. Luego paso por el restaurante de un hotel y veo el menú. Es algo corto, puesto que no hay más que dos primeros y dos segundos platos para elegir, pero no me disgusta un primero y un segundo, y el precio está bien. Decido visitar el puerto y hacer un poco de tiempo para comer. Visito el puerto, compro algunas postales más, 10 postales por 3 €, y regreso a comer. No he sacado ninguna foto del puerto y tampoco he podido ver el anunciado faro. Reanudo retrocediendo hacia el lugar donde está el restaurante que he elegido. Ninguno de los restaurantes que veo en el puerto, me llama la atención.

Annick, segundo encuentro.
Cuando estoy llegando al hotel, me pita la bocina de un coche, y veo a Annick, que baja de uno y me viene a abrazar. Hoy no va de rojo, sino con un niki amarillo. No la habría reconocido, pero yo voy igual que cuando nos vimos en Le Vandée, y he resultado una visión familiar para ella. Hace un porrón de días que la vi. Confundo el nombre. "Janik", digo. Me corrige y pregunta cuándo voy a llegar a su casa en Plougrescant. Le digo que calculo que lo haré mañana, si es que la geografía bretona no me juega alguna nueva mala pasada (que me la jugará). Me dice que siente mucho no poder comer hoy conmigo, ya que está invitada por unos amigos para celebrar el cumpleaños de su ahijada. Si llego mañana a Plougrescant, me dice que puedo quedarme a dormir en su casa, aunque ella tiene entrada para un concierto en Perros Guirec. Ya veremos en su momento qué es lo que me conviene hacer. Por de pronto, ya nos hemos visto y creo que mañana nos volveremos a ver. Así nos despedimos y me acerco de nuevo al restaurante.

Hotel SARL Loje.
Cuando pague con Visa, sabré que este hotel de Ploumanac’h pertenece a Perros Guirec. Al margen de la comida, ha sido un acierto elegir este lugar para comer, pues me ha permitido el reencuentro con mi amiga. No es la primera vez que esto me ocurre en este viaje que comenzó en 2006. En Mallorca, también tuve un encuentro en tres tiempos con Toni, el primero llegando a Artà, dos días después, en Cala Torta, y tras varias jornadas, en Palma, la capital. Para que pueda localizar su casa, además de la referencia que ya me dio la tarde en que nos conocimos, en que me dijo que su casa estaba enfrente de “La Maison des Rochers”, La Casa de las Rocas (peñascos), ahora me añade algo de tejado rojo. Supongo que, como la mayoría de las casas bretonas tienen tejados de pizarra, la suya será de tejas rojizas. Le digo que si no encuentro su casa, me parece suficiente con habernos visto hoy, haber podido intercambiar unas palabras y saber que mi viaje continúa, pero que intentaré localizarle. Tampoco quiero hipotecar mi viaje y supeditarlo a este hipotético nuevo reencuentro. Ayer, la recepcionista del albergue me dijo que estaba anunciado un aumento de temperatura, aunque la verdad es que hoy no hace demasiado calor. Tengo ganas de disfrutar de playas y de hacer nudismo, pero eso va a tener que esperar. Tras enseñarle mi mapa con el nombre de Annick encima de Plougrescant, me despido de ella. Subo las escaleras del hotel y me siento en la terraza, con visera puesta para que no me de el sol en la cabeza. El aire no es tan frío como el de los días pasados. Como la ensalada de verdura variada, con lajas de pato, tocineta y panes fritos, a la que ya me voy acostumbrando. De segundo como merluza asada con verduritas variadas, puré de patata y ½ tomatito cherry. Entre las verduritas hay guisantes y habas. Pido una especie de isla flotante de postre, que aquí llaman faro. El faro me llega tumbado por efecto de las “pruneaux”, ciruelas, la ½ fresa, el fruto entre naranja y amarillo que presentan con sus hojas secas, y que no sé su nombre, y la salsa de vainilla y nata. Todo muy rico. Al final, el descafeinado me hace subir la cuenta y pago 20,50 €, como he dicho al inicio, con la Visa. Al llegar he puesto a cargar la cámara fotográfica y ahora la recojo ya cargada, tras escribir el diario. Son las tres de la tarde. La camarera busca un mapa de bretaña, pero no lo encuentra. Le digo que me gustan los mapas poco precisos. “Me suelen proporcionar gratas sorpresas”, le añado. Así me despido de ella y me dispongo a salir de Ploumanac’h hacia Perros-Guirec.

Esculturas en granito rosa.
Como no podía ser de otra forma, es lógico que en esta costa en que se ofrece tanto granito, también florezcan los escultores. Es como en Galicia donde, la abundancia de granito, facilita la existencia de la profesión de canteros. Paso por un prado en el que se ofrecen al curioso diversas esculturas con la materia más abundante del lugar, el granito rosa. Le doy un vistazo rápido, ya que me gustan más las formas ofrecidas por la naturaleza, las rocas en su estado natural, mucho más que éstas manipuladas por la mano del hombre. No se puede decir que siempre me ocurra lo mismo, pues en roma disfruté con el barroco de Bernini, en El Vaticano, con La Piedad de Miguel Ángel, y en Florencia con su David. En la explanada cercana al lugar donde se exhiben las esculturas, hay una familia que come bajo la sombra de un frondoso árbol. Yo voy más a gusto al sol.

Perros-Guirec.
Esta ciudad está en un cabo y ofrece costa a dos vertientes, una hacia el Norte y la otra hacia el Este. En mi mapa veo la situación de la ciudad en el vértice marino entre ambas vertientes, pero no sé cómo se configuran sus casas. Se me va a hacer larguísimo ya que no atravieso la ciudad, sino que la voy rodeando por la costa.
 
A la vez voy oteando la posibilidad de darme un baño. ¡Ya tengo ganas! Nada más salir de Ploumanac’h, la carretera se acerca a la costa. Sacando una foto hacia atrás, donde el barrio que acabo de dejar ya no se ve, se puede observar en alta mar, unas islas que llaman “Archipel des Sept Îles”, el Archipiélago de las Siete Islas. La costa es rocosa y no ofrece playas. Pronto abandono la carretera y me meto en el GR-34 que ofrece un trazado mucho más interesante para caminar y muestra algunos túneles vegetales, como el que fotografío, que lo mejoran.


Otros caminantes en vacaciones pasean para bajar la comida y hacer un recorrido de ida y vuelta. El GR-34 ha ascendido y desde arriba veo el acantilado y algunos senderos descendentes parece que puedan llevar a alguna playa de arena de abajo. Pero no lo veo claro y no me animo a correr el riesgo y quedarme atrapado por el camino.

 
Dos mujeres me dicen que el camino es más bonito bajando por la costa. Veo arena entre las rocas y un camino que puede llevar en esa dirección. Cuando estoy en el segundo tramo, encuentro a una pareja. Me dicen que este camino no baja a la playa. Vuelvo a ascender y olvido el baño. En alta mar, en unos veleros con vela de color naranja, hacen su aprendizaje algunos chavales.
 

Es así como, sin bajar todavía en altura de la zona acantilada, veo ya las playas urbanas de Perros-Guirec. Desciendo hacia la playa y, desde el paseo marítimo, observo que hay más acaparadores de rayos solares que bañistas. Al ser playa tan urbana, desisto de ir a la orilla e intentar darme un baño en bolas. En vez de eso, me voy a la iglesia.

 
La iglesia de Perros-Guirec.
Para ello, tengo que volver a ascender por el paseo marítimo hasta llegar a nueva zona acantilada. La iglesia me llama mucho la atención. Exteriormente, es una iglesia totalmente distinta a las que he visto hasta ahora. Siendo tan deforme, me parece preciosa y muy equilibrada. Siendo tan antigua, me sorprende el baptisterio, que ofrece un aspecto de modernidad.
 

A ello, más que la propia pila bautismal, contribuyen las modernas vidrieras de sus vanos, un rectángulo y un círculo. La nave central y las dos laterales, son muy austeras y el altar mayor ofrece un retablo muy contenido, casi minimalista, al que luego me acercaré. De momento, lo fotografío de lejos, con el inconveniente de que la luz que entra por el rosetón frontal, deslumbra bastante.










Supongo que esto ocurrirá también en los oficios vespertinos, cuando el celebrante se dirija a los fieles, tras el ara, y ofrezca de él una imagen deslumbradora, añadida a la de un discurso deslumbrante. ¡Milagro! 


Poco a poco, me voy acercando a este altar mayor, a este retablo que me atrae, que me fascina. Pero, cuando llego a él, me llevo una decepción. De lejos no podía apreciar lo que veo de cerca. Tiene tal cantidad de dorados, tan estridentes, que me resulta feo y recargado. Las figurillas quedan eclipsadas por el oro.

 

A la derecha está la figura de un obispo con su báculo y mitra, que no sé a qué santo corresponde y a la izquierda el santo que dio pie a mi caminar, aunque ahora priorice a mi santo particular de éste camino, san Antonio Machado, el poeta de “caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Ya saliendo de la iglesia, paso por un altar lateral, al que ponen muchas velas. No recuerdo a qué santo o santa se las ponen, pero es muy probable que sea a Santa Rita de Casia, patrona de los imposibles.
 
Yo no necesito poner ninguna vela a la santa, puesto que mis imposibles se siguen cumpliendo. Salgo de la iglesia satisfecho del continente y decepcionado por un altar que prometía ser austero y no lo ha sido. Al entrar en la iglesia, pensaba que Perros-Guirec ya había finalizado o estaba a punto de finalizar, pero ahora veo que continúa por el lado de Levante. Estoy de nuevo en carretera y con alto acantilado hacia el mar.

Perros-Guirec. Costa de Levante.






De nuevo la carretera desciende hacia la playa. Desde el acantilado veo una isla alargada que no aparece en mi mapa. Es así como llego a otra playa de arena con rocas en los laterales. La marea está baja y se ve que el acceso es bueno para baños, pero no hay espacios para que me pueda aislar. Sigue siendo muy urbana.
  


Me voy alejando hacia el puerto. Paso por una especie de lago, que parece artificial, donde se ofrece deporte náutico a los pequeños: Popy Miniature. Disparo la foto, bajo la amenaza de que el cañón me dispare. No sabe que yo fui del cuerpo de Artillería en mi período militar y no hay bala que se me resista.



 

El puerto de Perros-Guirec.
Es así como llego al puerto, dos horas después de haber salido de Ploumanac’h. Dos horas para salir de la ciudad, y en la iglesia no he estado ni cinco minutos. Bien es verdad que lo he ido bordeando todo. Este puerto ofrece las dos versiones.
 
Puerto con agua, gracias a la contención que permite la esclusa, y que ofrece la ficción de que el patrón de cualquier barco pueda salir a navegar cuando quiera… cuando quiera subir la marea. No sé si esta ficción tiene mucho sentido. En estos lares, todo navegante está supeditado al vaivén de las mareas. También se ofrece la versión del puerto natural, fuera del recinto de privilegio-ficción. Aquí los barcos echan la siesta con la panza bien apoyada en el limo. Alejándome del puerto saco una foto que ofrece la doble versión.

El faro de Nantouar.
Continúo adelante, y bajo a una larga playa. Me voy acercando descalzo por la orilla hacia un edificio que me parece una ermita. Está enclavado sobre las rocas que me parece que forman un muro de contención. Un hombre me confirma que es el faro de Nantouar. Se trata de un pescador que lanza su caña en la orilla del mar. No parece que haya tenido mucho éxito para atrapar peces hasta ahora. Continúo mi camino.






Trélévern.
La playa de arena finaliza y entro en zona de rocas. Detrás de unos arbustos, saco una foto hacia atrás, hacia Perros-Guirec, donde se aprecia ya que me he alejado bastante de la ciudad. La costa es de piedras y voy por paseo.
 
Me encuentro a dos mujeres que están sentadas en un pretil. Les comento mi viaje. Quiero fotografiar desde este lado la isla alargada que antes he visto desde Perros-Guirec y que no aparece dibujada en mi mapa. No consigo saber de su boca qué nombre tiene dicha isla. Cerca de las señoras hay unos grupos de jugadores de petanca, el deporte nacional francés por excelencia.
 

También es un deporte que ha traspasado fronteras. Por un cartel, veo que estamos en la zona del Camping Municipal de Trélévern. Está muy animada. Me acerco a un hombre que está sentado en una silla. Me dice que él no es el árbitro. Cada equipo tiene su estrategia, pero un jugador de melena grisácea, cada vez que lanza su bola, no lo hace con el fin de que quede cerca de la pequeña que sirve de señuelo, sino que la lanza para pegar a las bolas enemigas más próximas al señuelo. Las cuatro bolas que le veo lanzar, dan exactamente encima de la bola que hasta ese momento era la ganadora. ¡Qué genialidad! El jugador de petanca, al que le toca jugar, mide y se lo piensa muy bien antes de lanzar sus dos últimas bolas. Por el empeño que pone, se merece la victoria. Por su atuendo, podemos pensar que es un avezado marinero.

Salgo del recinto de acampadas y llego a otra playa de arena más fina y seca. Encuentro a una pareja. La chica ha modelado en la arena un pulpo de nueve tentáculos. Me acerco a ella y le digo que los pulpos tienen ocho brazos y que, por eso, los ingleses le llaman “Octopus”. Dice que ya lo corregirá en el siguiente pulpo que modele. Aparece el segundo chico, que también está con ellos. Les hablo de mi viaje y se asombran de algo que yo no, pero ellos sí, consideran mi hazaña.



Port Le Goff y la gran playa de Trestel.
Llego a otra playa que también es puerto y que recibe el nombre de Le Goff. Como ya es habitual, salvo en Perros-Guirec y en Morlaix, la mayoría de los barcos también están aquí, como soldados, cuerpo a tierra. En una explanada de la parte alta, están aparcados los coches que, a lo mejor son de usuarios de la playa del otro lado, la de Trestel.

 
Me parece una gran playa, pero quizás la sensación de grandeza me la dé más la marea baja, que la agranda a lo ancho. A lo largo no es tan grande. En proporción al tamaño, hay muy poca gente en la arena, y casi toda está concentrada cerca de la orilla. El día ha ido mejorando, pero no se ha despejado de nubes totalmente. Cuando paso por el hospital de enfrente, por la parte trasera, me da la sensación de que es un hospital zonal. Me llaman al móvil y no consigo entender lo que me dicen. Me estoy temiendo que se acabe el contrato, pues lo hice para dos meses y mañana se cumplen. Me da rabia quedarme sin teléfono, pero me despreocupo, ya que poco o nada puedo hacer. Son las siete de la tarde y es difícil que pueda encontrar por aquí alguna oficina de Telecom. Saliendo de la playa, pregunto a una mujer por dónde seguir hacia Trévou-Tréguignec. O se lo he dicho mal, o no me ha entendido la pregunta, pues me dice que hay 20 kilómetros. Un chico me dice que 3, pero finalmente van a ser 5 los kilómetros. Ya saliendo de Trestel, encuentro a un joven tirado en el suelo, llorando y babeando, dentro de un recinto del que me separa una valla de poca altura. Pregunto a unos chicos que están dentro de un coche y me dicen: “será algún subnormal de los que están en el centro”. Mañana me dirá Annick que en ese centro le rehabilitaron de un mal que sufrió en una pierna. Cuando inicio la marcha, veo cómo el chaval ha conseguido levantarse, no sin dificultad, y se va como puede, hacia el interior del edificio. Es el gran edificio que he visto al llegar, desde el otro lado de la playa.

Trévou-Tréguignec.
Llego a una playa que ofrece baño a dos vertientes. Se ve que ya está subiendo la marea y que pronto todo será una sola playa y mucho más reducida. Continuando la marcha avisto, cabalgando al paso, a un grupo de jinetes con sus caballos. Son cinco los corceles, aunque uno casi queda oculto por los caballos que van en medio.
 


En el momento en que llego, están pasando delante de un promontorio de piedras y rocas que, a gran velocidad, va cubriendo la marea. Pronto no quedará de él más que un pequeño islote. Parece que las historias se repiten, aunque los caballos que vi al atardecer, hace ya unos cuantos días, iban por la arena y estos van por el agua.
 
Estoy en la costa de Trévou-Tréguignec. Llego a una nueva playa, que ofrece algo similar a lo visto hasta ahora, El objetivo siguiente es llegar a Port-Blanc, donde me han dicho que hay un restaurante. Aunque no sé todavía dónde voy a dormir, no estaría mal hacerlo una vez haya cenado. En la siguiente playa, que es mezcla de arena y piedra, además de unos islotes, ya veo a lo lejos algunas embarcaciones que me hacen pensar en el puerto que busco.


Port-Blanc.
Llego a una costa de pedruscos, pero que ofrece un pequeño paso de arena que lleva a una isla.








Retengo la imagen porque, el próximo año, antes de retomar mi camino donde lo voy a dejar este verano, haré un recorrido con Annick por estas islas, aprovechando la bajamar. En la foto ya se puede ver con mayor nitidez el puerto natural, con los barcos a flote. 


Son las ocho cuando llego al puerto de Port Blanc. Tras una foto a las embarcaciones que están en dique seco, catamaranes a vela, aún tendré que caminar un poco más hasta llegar al restaurante, que pertenece al Grand Hotel. Veo la carta y me parece muy caro todo lo que ofrecen. Sigo adelante, por si encuentro mejor oferta.


Cena en el Grand Hotel.
Llego a un lugar en el que una chica se está despidiendo de amigos o familiares con niños, que se van. Espero a que termine el protocolo de despedida y, cuando ya se va el coche con ellos, le pregunto. Me dice que no hay otra alternativa en muchos kilómetros y que el restaurante del hotel no es tan caro. Así que retrocedo y pido mesa.
 
No hay en el interior, pero localizo una mesa en la terraza y pido la carta. Es corta de menú, pero pido la comanda y me acerco a una aglomeración de piedra granítica que está coronada por una capilla minimalista. Saco una foto en la que se ve a algunos niños que andan cerca del mar y que acabarán subiendo y trepando hasta la capilla. En la otra, me interesa la capilla y la isla que queda enfrente, hacia el mar. Es la isla de Saint Gildas, a la que accederé el verano próximo caminando con Annick, aprovechando la marea baja, antes de emprender la ruta que en 2013 me llevará de Saint Brieuc hasta Holanda. 
 
Regreso a la mesa y, en la espera, aprovecho para dibujar las rocas con la capillita encima. Cuando lo tengo esbozado y a punto de iniciar los puntos de intensidad, me traen la cena. Lo dejo como está, para continuarlo después de cenar. Lo peor es que me sacan los dos platos a la vez. Como ensalada tierra-mar, que es parecida a la que he comido a mediodía, pero con cuatro langostinos. Como todo y dejo los cuatro langostinos (que los franceses llaman “bouquet” o “crevette”, equivalente al nombre que damos a nuestra gamba) para el final. De segundo pido “assiette de pêcheur” (plato de pescador). Que consiste en unos ocho “escargot”, caracoles, y que, como los primeros tienen tierra en el aparato digestivo, los siguientes los como sólo en su parte carnosa, dejando el resto oculto en el interior del caparazón. Los unto en una especie de salsa mahonesa. La otra salsa que acompaña parece que tiene vinagre. Luego como las dos cigalas (que ellos llaman “langoustine”) pequeñas. Dejo sin comer sus muelas delanteras, por que son pequeñas y para que no se me enfríen los langostinos. Como las dos ostras (sin limón) y termino con los dos langostinos, como lo he hecho con los de la ensalada, dejándolos para el final. En realidad, las que se han quedado para el final son las “karrakelas”, así es como llamamos a los bígaros en euskera, y los franceses “bigorneau”. No puedo sacar el bicho de dentro con el pincho del marisco y la chica me dice que ha olvidado traerme el alfiler para extraerlos y me los trae cuando he ido a lavarme las manos y a orinar al retrete. Ya con el material apropiado, me los como y pido la cuenta. Durante la cena, veo a mucha gente trepar por el roquero y hacerse fotos junto a la capillita. No sé si hay alguna imagen expuesta,pero no pienso en ir a comprobarlo. En las mesas aledañas, ha habido algún otro comensal pero, la mayoría, se limitaban a pedir y tomar bebidas. Alejado de mi, hay un gran grupo que, por desgracia, arma mucho jaleo. Para pagar con Visa debo ir al mostrador del hotel y pago 22 €. Ahora no recuerdo lo que bebí. Les cuento el viaje que estoy haciendo, les enseño el dibujo iniciado, me despido y me voy. 

Ha oscurecido mucho, como se ve en la foto de despedida del lugar, que saco desde la misma terraza donde he cenado, tras pasar allí hora y media, y decido que ya no puedo acabar el dibujo, pues las sombras y los claros han variado sustancialmente desde cuando he hecho el esbozo. Así se va a quedar. Es suficiente para mi recuerdo, aunque esté inacabado. El sol está a punto de ocultarse por Poniente y no sé todavía dónde dormiré.

Anse de Pellinec. GR-34 inundable.
Cargadas las mochilas sobre mis espaldas y el pecho, camino por la carretera. La cena, de momento, va también entre pecho y espalda, como se suele decir en castellano. Todo en su sitio. Saliendo de Port Blanc, veo en el móvil una llamada perdida de Martín. Aunque son las 21:45 horas, le llamo. Me dice que nos ha tocado el Balneario de Verche, en Valencia en noviembre, balneario ya conocido por mí, donde compartí habitación con Augusto, el grancanario. Quedamos de acuerdo en hacer el pago juntos, a mi regreso. Tenemos mucho margen de tiempo. Llego a un lugar al que llaman “anse” de Pellinec. El GR-34 me va llevando hacia dicha ensenada y compruebo que las señales me indican que siga por zona inundada. Esto ha ocurrido porque la marea ya está alta. Me enfado con los franceses por trazar el GR-34 por zona inundable y, sobre todo, por no ofrecer alternativa para cuando la marea sube que, sin ser adivino, es algo que ocurre todos los días. En el lugar hay una furgoneta roja aparcada y hablo con un matrimonio con dos niñas que, según parece, acampan en ese lugar y tienen intención de pasar la noche aquí, junto al mar. Les pregunto si saben por dónde puedo encontrar alternativa al camino inundado y si las condiciones de la marea me van a permitir dormir en la playa aledaña. No me lo recomiendan, porque hay muchos mosquitos, que ya están a punto de aparecer. Me dicen que ellos se encerrarán a cal y canto en la furgoneta dentro de nada y ya no saldrán fuera hasta mañana. Aunque llevan repelente, son unos mosquitos muy voraces, me añaden. Agradezco la información y me voy del lugar. Retrocedo para buscar alternativa y dar un rodeo, sin querer alejarme demasiado de la costa, pero una cosa es lo que quiero y otra lo que la carretera que cojo me permite hacer. Encuentro un parque con muy buen aspecto, pero no sé si es privado o público. Con el inconveniente que está muy oscuro, pues al atardecer se añade las sombras de los frondosos árboles. Se puede decir que no veo nada. Sólo veo cuando me ilumina la carretera algún coche que, por una parte agradezco, pero por otra, prefiero que no circule para ir yo con mayor seguridad. La carretera no dispone de arcén. Además, al llegar a este punto, me ofrece dos opciones. Una que me aleja más de la costa, y otra que me lleva hacia arriba. No sé cuál de las dos es peor. Opto por ascender, ya que arriba encontraré más claridad en la noche que se va cerrando. El ascenso es oscuro, ya que hay bosque a ambos lados de la carretera y con árboles inmensos. Parece que estoy en la boca del lobo. No veo nada. No me habría importado que hoy la luna hubiera salido un poco antes.

Penvénan. Durmiendo con caballos.
Cuando he salido de Port Blanc, he visto la dirección Penvénan, y tengo la impresión de que éste es el lugar al que llego. Tras la cuesta, llego a una plataforma. Había un indicador de “école”, escuela, que en más de una ocasión me ha resuelto la papeleta de dormir, pero por aquí arriba no veo ninguna escuela. Si no estoy en Penvénan, estaré en Buqueles. Mañana lo sabré. Llego a una explanada en la que hay casas a izquierda y derecha. Sigo y sigo. Veo un camino que me parece que lleva el indicador rojo y blanco propio del GR, pero ya no me atrevo a salirme de la carretera. Llego a un punto en que la carretera deja de ir en llano y empieza a descender. No tengo ni idea si esa carretera me va a devolver a la costa o no. Las casas ya han finalizado. Unos altos setos me ofrecen una entrada hacia el campo. Me asomo. Veo dos caballos que están retenidos en un recinto electrificado. Tres coches aparcados en la entrada. Unos arbolitos con tronco muy poco desarrollado, la hierba segada. Los caballos no están quietos, pero tampoco relinchan. Decido que ya está bien de caminar y que bajo los arbolitos podré descansar. Allí monto mi cama. En las casas que me ocultan los altos setos se ve que hay visitas y que celebran algo. Quizás sólo haya sido una cena propia de veraneantes en vacaciones. Se oyen voces de niños, pero no durarán mucho tiempo. Oigo que se va un coche. Son las 00:30 horas cuando la tranquilidad reina, bajo un cielo estrellado. Un cielo que adivino, más que veo, pues los altos arbustos de separación de las casas me lo impiden. Sólo, de vez en cuando, se escucha el ruido de los cascos de los caballos, que no paran quietos. La luna, en cuarto menguante, no me iluminará hasta un rato después. Noto calentura en el labio inferior.

Balance de una jornada en el Norte de Bretaña.
Lo mejor del día ha sido el reencuentro con Annick. Estará pendiente para recibirme mañana en su casa. Ha sido otro día más sin baño en el mar. He comido bien y cenado también. Después de una noche en cama, no se coge mal otra a la “Belle etoile”. Es bonito el paisaje que ofrecen las rocas de granito rosa.

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