Etapa 49 (340). 26 de
julio de 2012, jueves.
Brest-Sainte
Anne du Portzic-Dellec-Plage de Trégana.
Desayuno en Brest.
Sebastien.
Ficción y no ficción.
Ficción y no ficción.
Aunque hay demasiada
chavalería, me levanto con idea de quedarme a pasar otra noche en
este albergue juvenil. Hago las cuentas y debo regularizar 5 € de
algún pago que no anoté. Me afeito, tomo la pastilla y, sin recoger
nada, bajo a desayunar al lugar en que me indicaron ayer.
El zumo no entra en el precio y hay que pagarlo aparte (1 €). Invito a un vaso a Sebastien y me guardarán el resto para mañana. He olvidado el sobre de la medicina y regreso a la habitación. Ya de vuelta, encuentro desayunando a dos jóvenes que están aquí por trabajo y sólo por un día. Me dan algunas pautas para Brest. Cuando he ido a coger vaso para Sebastien, la chica que llegó ayer tarde con él, me dice que no debo sobrepasar la raya. Sebastien está enfrente pero está incómodo porque le da el sol. Nos vamos cambiando de lugar. Está haciendo un curso sobre creación de documentales y tenemos mucho de qué hablar. Cuando quiero profundizar en algo, como entiende algo de castellano, me permito el lujo de mezclarlo con el francés. Hablamos sobre ficción y no ficción, algo que está de moda, y llegamos a la conclusión de que todo documental tiene algo de ficción. Hablamos de Malinowski y su método de observación participante y él me habla de un documentalista que va sin equipo técnico humano y que lleva una cámara que le filma a él, otra al comunicante y, una tercera, alternativa. Podríamos haber seguido hablando todo el día pero debo cortar y continuar con mi viaje. El curso dura todo el año, hasta setiembre, y están desde las 10:00 hasta las 17:00 horas. Sólo paran para comer un sándwich que debe comprar y pagar. Se va a duchar y me despido de Sebastien. Nos veremos al salir.
El zumo no entra en el precio y hay que pagarlo aparte (1 €). Invito a un vaso a Sebastien y me guardarán el resto para mañana. He olvidado el sobre de la medicina y regreso a la habitación. Ya de vuelta, encuentro desayunando a dos jóvenes que están aquí por trabajo y sólo por un día. Me dan algunas pautas para Brest. Cuando he ido a coger vaso para Sebastien, la chica que llegó ayer tarde con él, me dice que no debo sobrepasar la raya. Sebastien está enfrente pero está incómodo porque le da el sol. Nos vamos cambiando de lugar. Está haciendo un curso sobre creación de documentales y tenemos mucho de qué hablar. Cuando quiero profundizar en algo, como entiende algo de castellano, me permito el lujo de mezclarlo con el francés. Hablamos sobre ficción y no ficción, algo que está de moda, y llegamos a la conclusión de que todo documental tiene algo de ficción. Hablamos de Malinowski y su método de observación participante y él me habla de un documentalista que va sin equipo técnico humano y que lleva una cámara que le filma a él, otra al comunicante y, una tercera, alternativa. Podríamos haber seguido hablando todo el día pero debo cortar y continuar con mi viaje. El curso dura todo el año, hasta setiembre, y están desde las 10:00 hasta las 17:00 horas. Sólo paran para comer un sándwich que debe comprar y pagar. Se va a duchar y me despido de Sebastien. Nos veremos al salir.
Escribiendo en el
salón del albergue.
Voy a recepción y
cuando planteo quedarme una noche más, me dicen que debo cambiar de
habitación porque viene otro gran grupo que va a ocupar toda el ala
en la que estoy instalado. Entonces decido marcharme. En la
habitación, recojo todo, cargo las mochilas, llevo las sábanas a
recepción y me devuelven el carnet. Digo que no me quedo y me pongo
a escribir el diario en el gran salón de la entrada. En el zumo he
puesto mi apellido con pincel y mañana se lo terminará Sebastien.
El grupo que estaba ayer ya se ha marchado, pero ha entrado otro tan
bullicioso o más que el que se ha ido. Parecen cabras sin
domesticar. Suben a las sillas, a la barandilla, hablan a gritos,
cantan las canciones del tipo de las marchas uniformadas que detesto,
en fin, que me alegro de marcharme. Escribo el diario hasta las 10:45
y pongo señas a las postales siguientes que no sé dónde escribiré.
A Luisa le reservo una del albergue. A ella también le suele gustar
aprovechar las gratuitas. Tengo que comprar un nuevo cuaderno, pues
al diario le quedan dos hojas. Quizás aproveche el otro que traje,
más pequeño, con idea de dibujar en él, pero estoy haciendo tan
pocos dibujos… Al marchar, pido al recepcionista y me da un mapa
que me va a permitir acercarme al Centre Ville.
El puerto está algo alejado del centro. Lo llaman Port de plaisance du Moulin-Blanc. Al salir por la zona ajardinada con grandes espacios de hierba bien recortada, saco una muestra del albergue y de las jovencitas, que ya se han organizado en subgrupos e iniciado la actividad que han programado para ellas en su primer día de estancia aquí. Los juegos que hacen parece que están muy automatizados, como si los hubieran ejercitado muchas veces, con muchas normas que no hay que saltarse para no perder en el juego. Parecen juegos en los que interviene poco la creatividad y que están orientados a competir y a ganar. En este sentido y por la amplitud de los espacios comunes y el diseño de los privados, me parece que éste del Moulin Blanc es un buen albergue juvenil.
El puerto está algo alejado del centro. Lo llaman Port de plaisance du Moulin-Blanc. Al salir por la zona ajardinada con grandes espacios de hierba bien recortada, saco una muestra del albergue y de las jovencitas, que ya se han organizado en subgrupos e iniciado la actividad que han programado para ellas en su primer día de estancia aquí. Los juegos que hacen parece que están muy automatizados, como si los hubieran ejercitado muchas veces, con muchas normas que no hay que saltarse para no perder en el juego. Parecen juegos en los que interviene poco la creatividad y que están orientados a competir y a ganar. En este sentido y por la amplitud de los espacios comunes y el diseño de los privados, me parece que éste del Moulin Blanc es un buen albergue juvenil.
De Port de
plaisance a Centre Ville.
El recepcionista me ha
dicho que coja un bus, pero quiero ir andando. Aunque sabe que vengo
andando desde el País Vasco, no entiende que quiera ir a pie a
la ciudad. “Tienes una hora de camino”, me dice. Decido ir al
centro de la ciudad por la parte baja más costera pero, como está
el puerto comercial, sólo podré disfrutar de la costa al inicio.
Fotografío la playa de Moulin Blanc que no fotografié ayer al llegar, tras descender del Pont Albert Louppe. A estas horas hay menos gente que la que se veía ayer por la tarde. Después del día de ayer en que apenas pude ver el mar, hoy me quiero resarcir y me acerco al puerto deportivo.
En seguida me doy cuenta de que por aquí poco mar voy a ver y que debía haber ido por el barrio de Saint Marc, pero ya no voy a retroceder. Ni siquiera me conviene ir por el lado derecho de la carretera, ya que por el izquierdo se me ofrece un buen camino que va junto a hierba y floresta. A la derecha va quedando atrás el poco grato y muy cerrado puerto comercial. He avanzado un rato entre rejas. Menos mal que corre un poco de aire.
Es imposible penetrar en el puerto. Estoy bien. Se ve que el cuerpo se va adaptando al efecto de la medicina y ya amenaza menos la diarrea. En un momento de duda en que un camino no sé si me va a meter o sacar del puerto, paro a un ciclista, quien me dice que llegaré a una torre y que hay una escalera que me llevará directamente al centro de la ciudad. Ya a lo lejos empiezo a ver una torre. Tras dos preguntas más, llego a las escaleras. Con una me basta. Fotografío e inicio el ascenso de los escalones.
Es así como llegaré a la Plaza de la Libertad y a la oficina de Turismo. Ya estoy en el centro de la ciudad.
Fotografío la playa de Moulin Blanc que no fotografié ayer al llegar, tras descender del Pont Albert Louppe. A estas horas hay menos gente que la que se veía ayer por la tarde. Después del día de ayer en que apenas pude ver el mar, hoy me quiero resarcir y me acerco al puerto deportivo.
En seguida me doy cuenta de que por aquí poco mar voy a ver y que debía haber ido por el barrio de Saint Marc, pero ya no voy a retroceder. Ni siquiera me conviene ir por el lado derecho de la carretera, ya que por el izquierdo se me ofrece un buen camino que va junto a hierba y floresta. A la derecha va quedando atrás el poco grato y muy cerrado puerto comercial. He avanzado un rato entre rejas. Menos mal que corre un poco de aire.
Es imposible penetrar en el puerto. Estoy bien. Se ve que el cuerpo se va adaptando al efecto de la medicina y ya amenaza menos la diarrea. En un momento de duda en que un camino no sé si me va a meter o sacar del puerto, paro a un ciclista, quien me dice que llegaré a una torre y que hay una escalera que me llevará directamente al centro de la ciudad. Ya a lo lejos empiezo a ver una torre. Tras dos preguntas más, llego a las escaleras. Con una me basta. Fotografío e inicio el ascenso de los escalones.
Es así como llegaré a la Plaza de la Libertad y a la oficina de Turismo. Ya estoy en el centro de la ciudad.
Brest. Centre Ville
y
Oficina de Turismo.
Oficina de Turismo.
Una mujer me orienta
hacia la forma en que voy a llegar con mayor facilidad pero, casi
seguido, otra me da otra opción que, según ella, es más bonita.
Le hago caso y así llego al centro de Brest por una amplia avenida, con vías para tranvía que finalizan en una gran plaza con escalinata. Asciendo la avenida y me posiciono frente al Ayuntamiento de la ciudad. En el ínterin, ha aparecido un tranvía muy concurrido de viajeros. El recorrido me ha llevado de la plaza Voltaire a la de la Liberté. No es mala opción que la filosofía volteriana sea un camino hacia la consecución de la libertad. Ya en la segunda plaza, otra dama me informa de dónde está la oficina de Turismo.
Ya allí, la chica que me atiende me echa el sello en mi diario, en el que se puede leer: “Brest Métropole Océane” y Place de la Liberté. Se disculpa por no tener el sello del Camino de Santiago. Me ofrece un mapa peor que el que llevo pero que me lo complementa con otro que me va a venir mejor para la continuación. Sólo arranca saliendo ya de Brest y va a llegar, por esta parte de costa más atlántica, hasta Lampaul-Ploudalmézeau. En este recorrido voy a encontrar los dos entrantes de mar más difíciles, el de Lanildut y los de Les Abers, que darán al traste con mis propósitos. El de llegar a Bélgica hacía tiempo que se había ido a la porra. Ahora se irá al traste el plan sustitutivo, el de llegar a Mont Saint Michel. Cuando salga de Brest, me valdré de este mapa último, ya que por toda la costa está muy bien señalado el GR-34 y, el otro más general, lo usaré como complemento así como el pequeño, que me han dado en el albergue, me será válido hasta que salga de la ciudad de Brest y pase por el faro coincidente con su “goulet” (bocana) que delimita el paso con la Pointe des Españols. Para comer, la chica de la oficina me recomienda el puerto. “Allí podrás comer buen pescado”, me añade. No me va bien, pues me supone retroceder, bajar al puerto y volver aquí para continuar, y me ofrece otra alternativa más cercana: Le Ruffe, donde voy a ser atendido con exquisitez.
Le hago caso y así llego al centro de Brest por una amplia avenida, con vías para tranvía que finalizan en una gran plaza con escalinata. Asciendo la avenida y me posiciono frente al Ayuntamiento de la ciudad. En el ínterin, ha aparecido un tranvía muy concurrido de viajeros. El recorrido me ha llevado de la plaza Voltaire a la de la Liberté. No es mala opción que la filosofía volteriana sea un camino hacia la consecución de la libertad. Ya en la segunda plaza, otra dama me informa de dónde está la oficina de Turismo.
Ya allí, la chica que me atiende me echa el sello en mi diario, en el que se puede leer: “Brest Métropole Océane” y Place de la Liberté. Se disculpa por no tener el sello del Camino de Santiago. Me ofrece un mapa peor que el que llevo pero que me lo complementa con otro que me va a venir mejor para la continuación. Sólo arranca saliendo ya de Brest y va a llegar, por esta parte de costa más atlántica, hasta Lampaul-Ploudalmézeau. En este recorrido voy a encontrar los dos entrantes de mar más difíciles, el de Lanildut y los de Les Abers, que darán al traste con mis propósitos. El de llegar a Bélgica hacía tiempo que se había ido a la porra. Ahora se irá al traste el plan sustitutivo, el de llegar a Mont Saint Michel. Cuando salga de Brest, me valdré de este mapa último, ya que por toda la costa está muy bien señalado el GR-34 y, el otro más general, lo usaré como complemento así como el pequeño, que me han dado en el albergue, me será válido hasta que salga de la ciudad de Brest y pase por el faro coincidente con su “goulet” (bocana) que delimita el paso con la Pointe des Españols. Para comer, la chica de la oficina me recomienda el puerto. “Allí podrás comer buen pescado”, me añade. No me va bien, pues me supone retroceder, bajar al puerto y volver aquí para continuar, y me ofrece otra alternativa más cercana: Le Ruffe, donde voy a ser atendido con exquisitez.
Le Ruffe. Comida
memorable. “Vale más una bilbainica…”
Me voy a limitar al
menú de 21,90 €, sin bebida, que ofrecen en la carta. Con la
excusa de que me estoy medicando, pido agua. Una tarrina de porc
blanco, muy rica, que viene acompañada de rabanitos, pepinillos,
cebollitas, lechuga y tomate, que dejo para el final. De segundo pido
cazolette de frutos de mar gratinados, que también está hecha con
mimo y que como muy a gusto. Ofrece distintas texturas y hasta
guisantes con calzón. De postre, helado con cestita crujiente. Me
enrollo con el dueño. Me dice que tengo que ser alguien muy
especial, puesto que tiene dicho a las chicas de Turismo que no recomienden
Le Ruffe a nadie que no lo sea. Le digo que soy un hombre corriente,
que lo único que tiene de raro es que viene caminando desde el País
Vasco. “Hoy he dormido en el albergue juvenil de Brest”, le
añado. Me dice que tiene gran afecto por el País Vasco, ya que
estuvo casado con una bilbaína: “Une fille de Bilbao”, me dice.
Para la bilbaína se acabó el amor, pero él sigue enamorado de
ella. Me enseña un jamón que tiene muy avanzado en el corte y que
me dice que es cochón de pata negra criado en el País Vasco
francés, que es de gran calidad pues lo alimentan también con
bellotas, y que lo trae porque el de pata negra de Jabugo es
para unos pocos. Tendría que poner la ración a un precio desorbitado. El
Jabugo ya se lo venden a 100 € el kilo y éste tiene muy buena
relación calidad-precio. Me da dos pequeñas lajas para probar y
está muy rico y, aunque sea de pata negra del País Vasco, está
lejos del de Jabugo. Terminada la comida, pago con Visa los 21,90 €
y me ofrece una copita de una bebida que, teniendo una estructura
como la del champagne, con burbujitas controladas, está hecho con un
fruto, cuyo dibujo aparece en la botella que me enseña, pero que no
soy capaz de identificar. (Por el camino encuentro unas frutillas que
me recuerdan al dibujo de la botella y, en Plougonvelin, Ronan no me
puede ayudar a identificarlas. Ronan es patrón de pesca prejubilado.
“Nos jubilan a los 55 años, como en España”, me dirá). Está
rico y entra muy bien fresquito, pero no es como para entusiasmar. Lo
admito bien, como regalo.
Me despido del amante de la bilbaína al que, con mi presencia, le he recordado su amor no correspondido y, a pesar de ello o quizá como causa del mismo, se ha portado conmigo con una exquisitez digna de su mejor cliente. Me voy feliz con lo comido y el rato que he pasado en Le Ruffe con este bretón malherido de amor. Lástima que este vasco no pueda hacer nada para remediar su enfermedad incurable.
Me despido del amante de la bilbaína al que, con mi presencia, le he recordado su amor no correspondido y, a pesar de ello o quizá como causa del mismo, se ha portado conmigo con una exquisitez digna de su mejor cliente. Me voy feliz con lo comido y el rato que he pasado en Le Ruffe con este bretón malherido de amor. Lástima que este vasco no pueda hacer nada para remediar su enfermedad incurable.
Salgo por la rue
Château y me acerco al castillo. Le Château creo que es también el
Museo de la Marina, pero no voy a entrar a visitarlo. Luego viene La
Penfeld, que es un pequeño río que desemboca en la Rada de Brest y,
como el castillo está de por medio, lo deberé rodear. Sobre sus
almenas ondea la tricolor y, al otro lado de las
murallas se ofrece un jardín muy bien cuidado, con muchas flores y
banderines azules y amarillos.
Como sobre el castillo no ondea ninguna enseña local, no sé si estos colores son correspondientes a ella o no. Un menhir es el único elemento pétreo que decora estos jardines. Ya se me ofrece enfrente el puente que debo pasar para cruzar al otro lado de La Penfeld. Este río viene desde el Parc des Expositions. Cuando me asomo al puente sobre La Penfeld, veo un edificio que yo diría antiguo molino pero que, al no tener aspas, no lo puedo asegurar.

Luego sabré que es lo que llaman la Tour Tanguy. Ofrece una bonita imagen externa y trataré de acercarme. El puente ofrece una estructura propia de los que llevan cables tirantes, pero aquí no aparece ninguno. Tampoco sé si lo debo cruzar por arriba o por otra estructura a ras del agua. Sólo veo vehículos y a ningún peatón.
En un barco de pasajeros leo Morlenn Express y me hace pensar que de ahí saldrán excursiones. Estoy viendo el Port du Château, aunque en esta ensenada no hayan muchos barcos. Una foto con el puerto y la torre Tanguy y pregunto. Me dicen que el puente lo debo pasar por su parte alta. Cuando lo estoy pasando, saco nueva foto del puerto con más barcos a la vista y con otra perspectiva, una fachada del castillo que ofrece una visión más de conjunto y que, ahora veo, está diferenciado en tres partes.
Una vez en el otro lado del puente, saco la última foto con la Tour Tanguy y bajo hacia ella. Como ya he sacado tres instantáneas con la torre como protagonista, ahora, estando junto a ella, no la fotografío de nuevo. En la torre Tanguy se explica el papel de Brest a lo largo de la historia. Ya he recibido algunas pinceladas y la visita al cabo de los Españoles ya me dio suficiente información. No quiero saber más de guerras y estrategia militar y me marcho sin visitarla.
Salgo por el Jardin des Explorateurs y, tras una última foto de un barco potente dentro de una esclusa, que a lo mejor tiene función de astillero y que forma parte de la Base Naval, abandono Brest. Quizás este barco esté siendo reparado y por esa razón lo tienen en dique seco. He estado cerca de la Gare SNCF que, cerca de donde he comido, Ayuntamiento y Turismo, finaliza su recorrido ferroviario. El próximo año cogeré tren Hendaya-París y la línea París-Brest, sólo que me apearé en Guingamp, donde Annick me saldrá a esperar.
Como sobre el castillo no ondea ninguna enseña local, no sé si estos colores son correspondientes a ella o no. Un menhir es el único elemento pétreo que decora estos jardines. Ya se me ofrece enfrente el puente que debo pasar para cruzar al otro lado de La Penfeld. Este río viene desde el Parc des Expositions. Cuando me asomo al puente sobre La Penfeld, veo un edificio que yo diría antiguo molino pero que, al no tener aspas, no lo puedo asegurar.
Luego sabré que es lo que llaman la Tour Tanguy. Ofrece una bonita imagen externa y trataré de acercarme. El puente ofrece una estructura propia de los que llevan cables tirantes, pero aquí no aparece ninguno. Tampoco sé si lo debo cruzar por arriba o por otra estructura a ras del agua. Sólo veo vehículos y a ningún peatón.
En un barco de pasajeros leo Morlenn Express y me hace pensar que de ahí saldrán excursiones. Estoy viendo el Port du Château, aunque en esta ensenada no hayan muchos barcos. Una foto con el puerto y la torre Tanguy y pregunto. Me dicen que el puente lo debo pasar por su parte alta. Cuando lo estoy pasando, saco nueva foto del puerto con más barcos a la vista y con otra perspectiva, una fachada del castillo que ofrece una visión más de conjunto y que, ahora veo, está diferenciado en tres partes.
Una vez en el otro lado del puente, saco la última foto con la Tour Tanguy y bajo hacia ella. Como ya he sacado tres instantáneas con la torre como protagonista, ahora, estando junto a ella, no la fotografío de nuevo. En la torre Tanguy se explica el papel de Brest a lo largo de la historia. Ya he recibido algunas pinceladas y la visita al cabo de los Españoles ya me dio suficiente información. No quiero saber más de guerras y estrategia militar y me marcho sin visitarla.
Salgo por el Jardin des Explorateurs y, tras una última foto de un barco potente dentro de una esclusa, que a lo mejor tiene función de astillero y que forma parte de la Base Naval, abandono Brest. Quizás este barco esté siendo reparado y por esa razón lo tienen en dique seco. He estado cerca de la Gare SNCF que, cerca de donde he comido, Ayuntamiento y Turismo, finaliza su recorrido ferroviario. El próximo año cogeré tren Hendaya-París y la línea París-Brest, sólo que me apearé en Guingamp, donde Annick me saldrá a esperar.
Prisionero, saliendo
de Brest.
Durante un rato, un
buen rato, voy entre rejas con dirección Plouzané y La Conquet,
pero sin ánimo de conquistar nada. Por el lado de tierra está la
valla de un recinto militar para la seguridad nacional francesa y,
por el lado del mar, está la que protege la Base Naval. No voy
cómodo por un camino tan feo que no me deja otra perspectiva.
Por fin salgo a una playa de guijarros que me permite ver, todavía lejano, el faro de Sainte Anne du Portzic. Esta última parte de la rada de Brest, se ve repleta de pequeñas embarcaciones. Parece una ensenada tranquila.
Por fin salgo a una playa de guijarros que me permite ver, todavía lejano, el faro de Sainte Anne du Portzic. Esta última parte de la rada de Brest, se ve repleta de pequeñas embarcaciones. Parece una ensenada tranquila.
Faro y bocana.
Sainte Anne de Portzic.
Sainte Anne de Portzic.
Al otro lado de la rada
asoma ya la Pointe des Españols (en Crozon) y comienza la “goulet”,
bocana, entre el cabo y el faro. En la playa, un hombre mayor,
desnudo, sale de las rocas para darse un baño en el mar.
El lugar es propicio para ello, por lo discreto. Por lo demás, la playa se ve vacía. Yo no puedo bajar, pero tampoco me ofrece ningún atractivo. Para las tres y media ya estoy en el faro. Cuando llego a Sainte Anne entro en el hotel y bebo una cerveza (2,30 €). Me dan dos mapas que ya son agua pasada y ninguno me ilustra mejor la parte entre Le Faou y Brest, que ha sido mi parte más oscura y conflictiva. Sigo el GR-34, que ya ha vuelto a estar precioso, una vez escapado del atrincherado paso militar.
Paso por otra ensenada con barcos, todavía en la bocana, con una playa que comienza en rocas y acaba con arena. Saco dos fotos, una del inicio y otra al final donde, sobre la arena seca, hay más gente en bañador.

Pero esta playa tiene también acceso rocoso al agua y confío en que encontraré sitio mejor para baño.

Continúo adelante y seguiré viendo más playas y puertos naturales, que también fotografío.
Una vez acabada la bocana, saco una foto hacia Camaret-sur-Mer, que ya se ve muy a lo lejos y con el final de Crozon más próximo en la península donde está el cabo de los Españoles pero esta vez enfocando la Pointe des Capucins.
El lugar es propicio para ello, por lo discreto. Por lo demás, la playa se ve vacía. Yo no puedo bajar, pero tampoco me ofrece ningún atractivo. Para las tres y media ya estoy en el faro. Cuando llego a Sainte Anne entro en el hotel y bebo una cerveza (2,30 €). Me dan dos mapas que ya son agua pasada y ninguno me ilustra mejor la parte entre Le Faou y Brest, que ha sido mi parte más oscura y conflictiva. Sigo el GR-34, que ya ha vuelto a estar precioso, una vez escapado del atrincherado paso militar.
Paso por otra ensenada con barcos, todavía en la bocana, con una playa que comienza en rocas y acaba con arena. Saco dos fotos, una del inicio y otra al final donde, sobre la arena seca, hay más gente en bañador.
Pero esta playa tiene también acceso rocoso al agua y confío en que encontraré sitio mejor para baño.
Continúo adelante y seguiré viendo más playas y puertos naturales, que también fotografío.
Una vez acabada la bocana, saco una foto hacia Camaret-sur-Mer, que ya se ve muy a lo lejos y con el final de Crozon más próximo en la península donde está el cabo de los Españoles pero esta vez enfocando la Pointe des Capucins.
Anse y
Fort du Dellec.
El camino sigue bonito,
pero en la costa que viene a continuación no podemos olvidar la
importancia de Brest como puerto codiciado y se siguen viendo
pequeños lugares con torres vigía para controlar bien la zona.
Al Fort du Dellec, cuando llego, no lo puedo ver con una buena perspectiva y lo único que fotografío es su parte más marítima, con dique que forma un reducido recinto, tres embarcaciones de poco calado, algo que parece escalera pero que es como una antigua bajada de agua en cascada y con difícil acceso a una playita que, de haberlo tenido mejor, habría bajado para darme un baño.
Es todo lo que puedo ofrecer de Dellec. De nuevo en el camino, emito un estornudo que no tiene la potencia que es habitual en los míos, pero que asusta a un lagarto que, gracias al ruido emitido, escapa por los pelos. Si no, lo habría pisado sin darme cuenta. Más tarde veo otro que está bastante atontolinado. Llego a una parte de población que me obliga a salir del camino. Éste sigue siendo magnífico.
Al Fort du Dellec, cuando llego, no lo puedo ver con una buena perspectiva y lo único que fotografío es su parte más marítima, con dique que forma un reducido recinto, tres embarcaciones de poco calado, algo que parece escalera pero que es como una antigua bajada de agua en cascada y con difícil acceso a una playita que, de haberlo tenido mejor, habría bajado para darme un baño.
Es todo lo que puedo ofrecer de Dellec. De nuevo en el camino, emito un estornudo que no tiene la potencia que es habitual en los míos, pero que asusta a un lagarto que, gracias al ruido emitido, escapa por los pelos. Si no, lo habría pisado sin darme cuenta. Más tarde veo otro que está bastante atontolinado. Llego a una parte de población que me obliga a salir del camino. Éste sigue siendo magnífico.
Faro y Pointe de
Petit Mineu.
Otra foto a la costa
que viene me ofrece el faro que está en el cabo de Petit Mineu.
Parece que es aquí donde, definitivamente, termina la bocana de la
rada de Brest.

La visión lejana que ofrece el conjunto es muy bonita y, sobre todo, cuando aparece el ojo de un puente necesario para acceder al faro que, en realidad, es un doble faro.

Saco tres instantáneas de este lugar que me parece muy bello. Además del atractivo, el faro ofrece por debajo una playita. Un chico está nadando y llega otro sin camiseta que, no sólo no se desviste, sino que al llegar donde su amigo, se pone la que llevaba en la mano.
Retrocedo para seguir el camino que había abandonado por acercarme al puente y al faro de doble torre.
La visión lejana que ofrece el conjunto es muy bonita y, sobre todo, cuando aparece el ojo de un puente necesario para acceder al faro que, en realidad, es un doble faro.
Saco tres instantáneas de este lugar que me parece muy bello. Además del atractivo, el faro ofrece por debajo una playita. Un chico está nadando y llega otro sin camiseta que, no sólo no se desviste, sino que al llegar donde su amigo, se pone la que llevaba en la mano.
Retrocedo para seguir el camino que había abandonado por acercarme al puente y al faro de doble torre.
Loc-Maria-Plouzané.
Al otro lado del faro
se ofrece una playa que ya está en terreno de Loc-Maria-Plouzané.
Tampoco bajo a esta playa.
Aunque no está abarrotada de gente, el publico se encuentra disperso por toda la playa y creo que no voy a encontrar un hueco para poder bañarme como a mí me gusta. Prefiero esperar a la siguiente. Así que continúo adelante. Sin bajar a la playa voy a ir rodeándola por arriba. Después llego a una plataforma en la que se ofrece un círculo donde, probablemente, estaría enclavada una ametralladora de largo alcance que cuidaba a Brest de los intrusos.
En el camino encuentro entrenando a 4 o 5 chicos y una chica. Suben y bajan por el sendero. Yo voy haciendo lo mismo pero sin correr. El acantilado continúa abrupto y en la siguiente ensenada estrecha encuentro restos de un barco encallado.
Una foto para el recuerdo. Finalmente, llego a un regato que ofrece agua que parece límpida, pero no me atrevo a cogerla en mi botella para beber. Puede provenir de zona ganadera y no tengo garantía de potabilidad. Acabo de salir de una diarrea y no quiero entrar en otra.
Es así como diviso un castillete y me dirijo hacia él. Debajo va a aparecer la playa de Trégana, que será el lugar donde voy a dormir.
Aunque no está abarrotada de gente, el publico se encuentra disperso por toda la playa y creo que no voy a encontrar un hueco para poder bañarme como a mí me gusta. Prefiero esperar a la siguiente. Así que continúo adelante. Sin bajar a la playa voy a ir rodeándola por arriba. Después llego a una plataforma en la que se ofrece un círculo donde, probablemente, estaría enclavada una ametralladora de largo alcance que cuidaba a Brest de los intrusos.
En el camino encuentro entrenando a 4 o 5 chicos y una chica. Suben y bajan por el sendero. Yo voy haciendo lo mismo pero sin correr. El acantilado continúa abrupto y en la siguiente ensenada estrecha encuentro restos de un barco encallado.
Una foto para el recuerdo. Finalmente, llego a un regato que ofrece agua que parece límpida, pero no me atrevo a cogerla en mi botella para beber. Puede provenir de zona ganadera y no tengo garantía de potabilidad. Acabo de salir de una diarrea y no quiero entrar en otra.
Es así como diviso un castillete y me dirijo hacia él. Debajo va a aparecer la playa de Trégana, que será el lugar donde voy a dormir.
Plage de Trégana.
Árabes.
Nada más llegar veo
que hay un restaurante y con la tranquilidad de que voy a poder
cenar, me acerco a la playa. Voy hacia las rocas del lado
izquierdo. Paso al otro lado sin dificultad, ya que todavía no ha
subido la marea. No hay mucha gente, pero me desnudo y me pongo el
bañador. Extiendo el saco para que se le acabe de ir la humedad que
penetró en él la noche que dormí sobre la hierba en Crozon.
También extiendo la camiseta para que se seque y se le vaya el olor
a sudor acumulado del día.
Dejo todo el tenderete y me acerco al rincón para bañarme desnudo. El lugar demanda que sea precavido, pues en la zona hay adultos árabes, dos mujeres y dos hombres, que ya están en la fase de vestirse para marcharse. Cuando estoy llegando al rincón donde quiero bañarme, veo que sale una mujer de entre las rocas, donde parece que se ha quitado el bañador y vestido, y ahora pretende hacer lo propio su hombre, pues le veo con un bañador seco en la mano. Espera que yo haga la revisión del lugar para animarse a entrar. Como intuyo lo que pasa, me voy por la orilla de regreso a mi sitio. Cuando los cuatro árabes ya se están marchando, vuelvo al lugar, me desnudo y me doy un baño rápido en bolas. He dejado el bañador sobre la roca y no me gustaría que un golpe de viento me lo mojara y tuviera que acarrear con él húmedo. Me seco al aire en el corto espacio que me ofrece el lugar, me lo pongo y regreso a mi sitio con él puesto. Un grupo de chicos, que están con dos chicas, me han asegurado que la marea no sube hasta el lugar donde me he instalado. Está bien saberlo. Uno de los balones con los que juegan, es de rugby. Una vez que ya estoy sin árabes en la playa, me desnudo y tomo el sol tal cual llegué al mundo. Me oculto de los jóvenes con las mochilas. Como el sol ya apenas tiene potencia, aunque sin llegar a hacer frío, estoy un rato hasta que a las 20:30 horas decido vestirme e ir a cenar. Recojo todo y me dirijo al restaurante.
Dejo todo el tenderete y me acerco al rincón para bañarme desnudo. El lugar demanda que sea precavido, pues en la zona hay adultos árabes, dos mujeres y dos hombres, que ya están en la fase de vestirse para marcharse. Cuando estoy llegando al rincón donde quiero bañarme, veo que sale una mujer de entre las rocas, donde parece que se ha quitado el bañador y vestido, y ahora pretende hacer lo propio su hombre, pues le veo con un bañador seco en la mano. Espera que yo haga la revisión del lugar para animarse a entrar. Como intuyo lo que pasa, me voy por la orilla de regreso a mi sitio. Cuando los cuatro árabes ya se están marchando, vuelvo al lugar, me desnudo y me doy un baño rápido en bolas. He dejado el bañador sobre la roca y no me gustaría que un golpe de viento me lo mojara y tuviera que acarrear con él húmedo. Me seco al aire en el corto espacio que me ofrece el lugar, me lo pongo y regreso a mi sitio con él puesto. Un grupo de chicos, que están con dos chicas, me han asegurado que la marea no sube hasta el lugar donde me he instalado. Está bien saberlo. Uno de los balones con los que juegan, es de rugby. Una vez que ya estoy sin árabes en la playa, me desnudo y tomo el sol tal cual llegué al mundo. Me oculto de los jóvenes con las mochilas. Como el sol ya apenas tiene potencia, aunque sin llegar a hacer frío, estoy un rato hasta que a las 20:30 horas decido vestirme e ir a cenar. Recojo todo y me dirijo al restaurante.
Cena en Esprit du
Large. Buey de mar.
Me parece que ofrece
carta cara y me animo a pedir un “crabe” (cangrejo), aunque en
realidad es lo que llamamos buey de mar que, cocinado, sirve para
elaborar nuestro txangurro (que también puede ser de “araignée”,
centollo). También pido sopa de pescado, que me la ofrecen como
todas pero que está demasiado fuerte y espesa. Quizás tenga mucho
tomate. Pido dos garrafas de agua, pues parte la uso para aligerar la
sopa. El cangrejo está poco sabroso, se ve que lo han cocido con
agua dulce y han fallado en la medida de la sal. ¿No sabrán que la
mejor agua para cocer un cangrejo es la del mar? La de mar tiene la
medida exacta de la sal que necesita. A pesar de su poca gracia, me
lo como a conciencia y voy reservando los interiores para el final.
No voy a dejar más que las cáscaras de las patas y el caparazón.
Aunque no sabroso, al menos está jugoso. Es hembra y tiene pocas
huevas. Pago con Visa 23,50 € y ha resultado más cara la cena, siendo mucho
peor que la comida. Sólo el “crabe” me costaba 15 €, así que
ya lo sabía. Mientras como, un chavalín no hace más que pasar por
delante de mi mesa y mirar lo que como. Sale del comedor y vuelve.
¿Tengo monos en la cara? Pronto, en la isla de Batz, sabré por qué
mira. Terminada la cena, recojo todo y el camarero me dice que estoy
en la playa de Trégana. Ya he visto al pagar que pertenece a
Loc-Maria-Plouzané. Hablo con Vera, a la que ya le suena Loc-Maria
de cuando estuvo aquí con Mikel. Gari no se quiere poner al
teléfono, pues está con su padre disfrutando desde la ventana de
una tormenta con gran aparato eléctrico. Dejan a mi nieto con su
abuela paterna y el matrimonio se va el fin de semana a Madrid. Muy
bien. Que aprovechen.
Dormida en la plage
de Trégana.
Voy hacia las rocas, al
sitio que ya conozco. La marea ha subido al máximo y para pasar sin
descalzarme entre las rocas, debo esperar a que la última ola baje lo
suficiente. Lo consigo. Mañana comprobaré
lo que le falta por subir. Me posiciono junto a una roca que, en caso
de lluvia, me proporcione algo de cobijo. En caso de que no fuera
suficiente, siempre tendría la oportunidad de ir a dormir al pie del
restaurante, donde hay espacio a cubierto. La noche no da ninguna
seguridad de buen tiempo. Monto mi cama y a dormir. Me levanto dos
veces a orinar. En la primera, el cielo está estrellado. Veo hasta
el mango del carro de la Osa Mayor y, a primera hora de la mañana,
antes del amanecer, entre nubes, la luna en cuarto creciente.
Balance del día al
Sur del Noroeste.
Estoy durmiendo, más o
menos, en el paralelo de Brest. Lo mejor del día ha sido la comida y
la charla que he tenido con el enamorado de la bilbaína. También
hablado a gusto con Sebastien en el albergue. Lo que he visto de
Brest me ha gustado, aunque haya escapado de la ciudad con ganas por
el poco grato final entre terrenos militarizados. ¡Qué pena que el
buey de mar no estuviera más sabroso! También me han venido bien
los mapas de recepción y los de Turismo. Hoy trato de adecuar para
usar mañana el último que he conseguido. Pasar de nuevo frente al
cabo de los Españoles, no ha sido baladí. Me han gustado el faro du
Petit Minou y la Tour Tanguy.
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