martes, 8 de marzo de 2016

Etapa 39 (330) Concarneau-Bénodet


Etapa 39 (330). 16 de julio de 2012, lunes.
Concarneau-La Foret-Fouesnant (Port La Foret)-Cap Coz-Pointe Beg Meil-Mousterlin-Plage de Kerler (naturista)-Bénodet.

Amanecer en Concarneau.
Me acuesto de nuevo y me hago el remolón hasta que me levanto a las 7:20 horas. Me afeito, cago y me ducho, regresando a mi habitación para escribir. Ayer me informó Sylvie que el viaje a las islas Glénan dura desde las 11:00 hasta las 19:00 horas. y no me encuentro con el entusiasmo suficiente como para pasarme otra jornada sin avanzar pues, al regreso, tendría que volver a dormir aquí. Bajo a desayunar y hablo con parisina que ya está en su día de su regreso a París, aunque sus vacaciones finalizan en agosto. Desayuno bien y vuelvo a mi cuarto para seguir escribiendo el diario. He cogido un mapa que no es más ilustrativo de la costa que el que llevo pero, al menos, abarca todo Finisterre, llegando hasta la bahía de Lannion (Pronúnciese Lañón). Me quedo escribiendo hasta las 9:30 en mi habitación. Bajo con las sábanas y el cubre-almohadas para depositarlos en el cubo donde me había dicho la recepcionista suiza (de la Suiza alemana), pero no lo encuentro. El cubo no está en el lado de las escaleras que a mí me corresponden, las más próximas, sino en el otro tramo. Ya se han ido las dos parisinas en un Citroen dos caballos, bastante desvencijado. La del desayuno, con la que he hablado, me ha parecido que estaba bastante distraída, y a su compañera, más que desayunar, lo único que le preocupaba es que la saliera bien el porrito que se estaba fabricando. Menos mal que las dos tienen intención de regresar lentamente a París. Cuando estoy dejando las sábanas donde debo, me doy cuenta de que el edredón que no usé se ha quedado en la litera de arriba. Como ya he devuelto la llave, no puedo subir a corregir mi error. Me despido y salgo hacia la Ville Close.


Sin entrar en la Ville Close.
Antes de entrar, saco una foto a la Baie de la Forêt, que es por donde habría venido ayer si hubiera seguido el recorrido costero. No fue así y, de esta forma llevo el recuerdo de lo que no pude ver.
 


Voy hasta el final del malecón del Port de Pleseance, el puerto deportivo, que me ofrece veleros de altos mástiles. Al fondo se ve el recinto amurallado de la fortaleza que encierra la ciudadela de la Ville Close. Luego entraré en ella.

 

Cuando estoy en el malecón, llega un grupo de alumnos que van a hacer un cursillo de algún deporte náutico y los niños, todavía no parecen adolescentes, descienden por una rampa al pantalán. Probablemente el curso sea de vela. Tras este paseo previo, retorno a la ciudad y me dirijo hacia la puerta de entrada a la ciudadela.
 

Ville Close. 
Segunda visita más parsimoniosa.
Entro por el gran portón, y una ciudadela que ayer estaba en su punto álgido de animación, ahora me recibe despertando de su letargo. Paso el puente, que ya no es levadizo, y me detengo ante el portón que ofrece un frontón con tímpano neoclásico. No sé si este recinto amurallado fue diseño de Vauban o de otro, pero esta entrada no desentona de lo que ya he visto de este arquitecto en tantas fortalezas por las que he pasado. 

Por el arco de entrada, en sombra, ya se ve iluminada por el sol una parte del interior de la ciudadela. En el ángulo de la izquierda, el que alberga un pequeño edificio que ya fotografié ayer, sobre la muralla, ondean un grupo de banderas. La tricolor, azul, blanca y roja, que me trae el recuerdo de los últimos Films que vi de Krzysztof Kieslowski: “Azul”, con Juliette Binoch, “Blanco”, con Julie Delpy, y “Rojo”, con Jean-Louis Trintignant. También está la bretona y otra con elementos de la bretona que quiero pensar que es la bandera de la ciudad de Concarneau.


Más al fondo ondean otras y distingo bien, la alemana, la inglesa, la europea con su círculo de estrellas, pero el resto se me pierden entre la zona arbolada y la muralla. Quiero creer que también estará la española, aunque no la vea. Saliendo de este primer ángulo, voy avanzando por camino conocido. Mientras un empleado municipal hace limpieza con una moderna máquina aspiradora, que emite poco ruido y que recoge y no expande polvo, como las máquinas que se emplean por estos lares, saco foto a una capilla. Se trata de la Chapelle de l’Hopital (Trinité). Es ahora cuando me doy cuenta de que, algo escondida, por eso no la pude ver ayer, se encuentra una cabina telefónica. Llamo a Sagrario que ayer, al regresar a casa, vio llamada de un número raro. Me dice que todo va bien y que allí hace sol, al igual que aquí. Llamo a Martín, quien me comunica que aún no se ha recibido comunicación de si nos han asignado o no algún balneario. 
Finalmente, nos admitirían en el de Verche (Valencia). Le hablo de los preciosos caminos que voy encontrando por el GR-34 (Sé que es 34 porque me lo han dicho otros caminantes: Katou y Bea) y que es casi imposible que llegue a Bélgica. Vuelvo al restaurante de la cena. Me fijo bien en el nombre y voy a ver la puerta de piedra que lo origina. Es una puerta baja y recia, abierta en la muralla. Me asomo, y compruebo cómo podían introducir las barricas desde los barcos que atracaban por el otro lado. Queda clara la procedencia de “La porte au Vin” (La puerta del Vino).

Luego me acerco a la plaza de Saint Guénole, que ofrece otra iglesia muy extraña, sobre todo por su torre campanario. Esta iglesia sólo ofrece fachada y campanario. Da también nombre a un restaurante, pero no puedo asegurar que éste sea el nombre de la iglesia. Gwen, de Gwenolé y de Gwendoline, no va a ser nombre que me vaya a resultar extraño a partir de hoy. Habrá nuevos y buenos Gwen en lo que queda de camino.


Salgo al exterior por otra puerta, a la vez que veo desembarcar a un grupo que viene en una motora para pasajeros, probablemente el medio de transporte urbano para entrar a la ciudad por el otro lado, por donde yo no quise aparecer ayer. Creo que habría sido más impactante entrar por aquí en la ciudadela, pero me parece que también fue bonito por donde lo hice. La motora es como un autobús verde con asientos amarillos.
 

Desde la rampa veo el otro lado de la ciudad, que no voy a visitar. Poco después, subiendo a la muralla, observo cómo la barca retorna al punto de embarque, para buscar nuevos viajeros que quieran entrar por mar a la ciudadela, la Ville Close, de Concarneau. Sólo se ve que retorna dentro de la zona de asientos a un pasajero. No puedo ver el lugar de embarque, ya que me queda oculto desde mi posición y la motora desaparece de mi vista. 

Ya en la muralla, me asomo a una gran plaza con solera empedrada, de donde me encuentro más próximo a la iglesia que he visto desde la plaza de Saint Guénole. Aquí compruebo mejor que sólo tiene fachada y el campanario exento de campanas. De nuevo, desde la altura de una de las almenas de la muralla de esta ciudad fortificada, veo que regresa la “navette” (naveta) con nuevos pasajeros, pero parece que vienen menos que en la remesa anterior.
 

El recorrido por la muralla va a ser necesariamente corto, pues no puedo continuar y regreso al punto de partida. En otro entorno, sin salir de la ciudadela, donde hay árboles, de cuya sombra se benefician unos caballos, puedo enterarme que estos equinos forman parte del espectáculo “Tournoi de chevalerie” (Torneo de caballería).
 
Junto a los tres caballos hay varias personas que permanecerán aquí hasta el 13 de agosto. El torneo comenzó ayer. Vuelvo a la calle principal de la Ville Close y coincido de nuevo con el conductor y la máquina que aspira la porquería. En esta nueva foto se puede apreciar mejor el mecanismo. No se trata de soplar y expandir polvo para que otra máquina lo recoja aspirando, sino que el tubo lo dirige el encargado de limpiar hacia la porquería y la aspira de manera que ésta pasa directamente a un gran depósito donde se acumula y después habrá que vaciar en lugar conveniente.
 

Es muy poco ruidosa, frente al ruido infernal de las que funcionan por nuestros lares, es autosuficiente y, además, no poluciona el ambiente. Creo que este es un modelo que debería adoptarse en las ciudades. Veré un sistema similar en otro lugar, pero que incorpora contenedores convencionales de quita y pon. Es cuestión de que los ediles de otras ciudades se informen del resultado y eficacia de estos aparatos, sin necesidad de inventar nada nuevo y pensando en la salud de sus ciudadanos. Se evitaría así tanta contaminación ambiental y acústica. 

Antes de abandonar la Ville Close, vuelvo a visitar el restaurante donde cené ayer por la noche y pido permiso a una de las camareras para sacar una foto para el recuerdo. Ya están las mesas preparadas para recibir a los nuevos comensales del mediodía, aunque todavía no han dado las diez y media. A esta hora, sin gente, es un comedor muy espacioso donde destacan los motivos marineros, la viguería del techo y la chimenea. También el embaldosado mantiene los colores cálidos predominantes en contraste con la piedra y las paredes blancas.
 
Paso por la heladería, donde están renovando la oferta y añadiendo nuevos helados. Ya en el ángulo final, junto a la puerta de entrada a la ciudadela, que ahora es para mí de salida, un grupo musical prepara la acústica para que suenen bien sus instrumentos. No llegaré a percibir ninguna nota.




El reloj de la torre marca las 10:30 horas cuando abandono este bello enclave, en el que me he entretenido más de lo conveniente.

 



Saliendo por la puerta, atravieso la muralla, piso la pasarela de madera y continúo por el suelo empedrado. La muralla me hace pasar por el arco de despedida. Ya fuera, fotografío el reloj con la hora mencionada. Se diría que este reloj sólo marca las medias ya que ayer coincidí con la de las siete, la de las nueve y ahora con la de las diez. Como se puede apreciar la hora no corresponde con el reloj solar. Desde fuera del recinto parece que que intuyo, más que veo que, tras la alemana, ondea la bandera española. No veo la ikurriña ni la catalana. ¿Ondearán algún día?
Último adiós a Concarneau.
Antes de abandonar la ciudad, paso de nuevo y fotografío el exterior del Auberge de Jeneusse, un albergue en el que he estado muy a gusto, pero donde he disfrutado poco, ya que el tiempo de estancia ha sido limitado y casi todo empleado en dormir. La escalera que aparece en la fachada no es la que he usado y la entrada está por el lado izquierdo y no se ve. Quizá ésta ha sido la ciudad que he visitado con más calma.
 


Es muy probable que debido a las dimensiones ajustadas de su Ville Close. Saliendo del albergue hacia el mar, llego a una bonita capilla y a un faro que no es muy alto y está algo al interior. Me entran dudas de si este faro pueda tener alguna utilidad para los que marinan en sus barcos por la bahía de la Forêt.



Seguido, saco una foto de un contraluz, aprovechando que el sol está detrás del “clocher” (campanario) de la citada “Chapelle” y que un crucero con corpulento Cristo crucificado, lo acompaña. Un ave volandera completa el conjunto, poniendo su guinda en un pastel.

A Beg Meil a comer.
Me asomo al mar y veo una grata zona de roca plana, buena para pasar el rato, una playa de arena y un espigón protector.
 

Es así como va a ser el siguiente tramo en el que voy a ir caminando cerca del mar. Lo más interesante es que veo el lado contrario de la bahía de la Forêt, que en mi mapa aparece con el nombre de Beg Meil. Tal como se me va a ir ofreciendo a lo largo de estos primeros metros, calculo que llegaré allí para mediodía, a buena hora para comer.
 
Va a ser un cálculo erróneo, ya que me voy a encontrar con un montón de obstáculos que no me lo van a permitir. Una mujer, acompañada de otra, viene corriendo con sandalias. Le pregunto sobre ellas y me dice que anda muy bien por el asfalto pero que, por los caminos, si se le mete una piedra, le molesta mucho. Le digo que es fácil sacarlas. La que va con ella me dice que ha pasado sus vacaciones en Hendaye.
 


Una señora lleva un gran dossier en una bolsa y me ofrezco a llevarlo a medias. Rechaza el ofrecimiento porque dice que tiene su “voiture” (su coche) muy cerca. Despedida rápida. Un grupo de niños, con sus monitores, está en las rocas.
 








Es después de hablar con un hombre, que me confirma el nombre del cabo del otro extremo de la bahía, cuando tomo la decisión de comer allí. Creo que no verbalizo la intención pues, si lo hubiera hecho, el hombre me lo habría quitado de la cabeza. Lo más probable es que estemos en marea baja, pues la siguiente zona de playa, no tiene acceso de arena al mar, pero da la impresión de que en la marea alta las rocas son de las que quedan sumergidas aunque no lo suficiente como para poder nadar por encima de ellas.
 
Todavía sin salir de Concarneau, tras la última curva, se me ofrecen a la vista dos playas muy urbanas pero que tienen muy buen aspecto. Continúo por paseo marítimo y me encuentro un acceso a la playa con tamarindo. Bajo pero, aunque hay arena, todavía estoy en zona de rocas, lejos de las dos buenas playas que vendrán a continuación. Es zona con una gran roca que se sumerge en el mar y por la que investigan algunos niños, observando los animalitos que han quedado atrapados por la rasa inter-mareal.
 

Pasadas las playas se acaba el paseo marítimo y me encuentro con un bonito sendero que corresponde al GR-34. Este camino ofrece espacios con vegetación abierta y otros en los que, es tan tupida, que incluso hace arcos de bienvenida para que pase el caminante por debajo. Esta variación hace más grato el recorrido. 


El sendero que llevo, a veces coge altura, y ofrece rocas y nuevas playas. Una playa bonita en la que dos niños juegan en el mar, cerca de la orilla, uno montado en su lancha hinchable. Al fondo la costa hacia Beg Meil todavía lejana. Entre arbustos, vuelvo a ver la misma playa al superarla por el camino.



Después el camino que se ha ido metiendo algo hacia el interior, se torna escalera ascendente. Durante un buen rato voy a ir de nuevo entre la foresta, hasta que el sendero vuelve a acercarme al mar, pero por rocas, sin playa de arena.

 



Anses de Saint Jean y Saint Laurence.
Llego a un primer entrante de mar que me va a obligar a meterme en carretera, aunque sólo sea por breve rato. Un árbol, cuyo tronco se ha podrido, ha depositado sus ramas secas de forma que dificulta y, a la vez, protege que me caiga a la ensenada. Al piso del sendero se le va incrustando la púa del pino. Hay que estar atento para no resbalar.
  

Es así como llego a una carretera de escasa circulación.














Voy un rato corto por el arcén de tierra paralelo, sin correr ningún peligro, y pronto me encuentro con una escalera descendente, que me va a acercar al río que da origen a la ensenada de Saint Jean.
 

Paso el río por un pequeño puente y fotografío sus aguas que se precipitan raudas en busca de su mar, en este caso, la bahía de la Forêt.












Con tanta foresta, parecería que la temperatura es más fresca y agradable pero, al faltar la brisa marina, se nota aquí más calor que a pleno sol. Igual que el río, yo también busco la orilla del mar y, por el otro lado de la ensenada, me dirijo hacia la costa. Dos veleros se han quedado en dique seco.








Para ser útiles para navegar, deberán esperar a la pleamar. Y llegaré a vera mar, pero va a ser por poco tiempo, porque me voy a encontrar con la ensenada de Saint Laurence. San Juan ya pasó en junio y a San Lorenzo le queda casi un mes, el 10 de agosto, para que lo asen a la parrilla. 
De momento, quien se caldea soy yo. Vuelvo a salir al mar y encuentro una mínima playa a la que se accede por debajo de la guirnalda que forman unos arbustos. Al lado contrario hay como un pequeño embarcadero.

Un poco de agricultura.
Abandono la playita y ya estoy en las rocas junto al mar pero no hay playa todavía. El camino se adentra. En los matorrales se ve que este año va a haber una cuantiosa cosecha de arañones, endrinas o machacaranas, nombres que reciben según sea el lugar peninsular ibérico.


 
En Navarra, echando un buen puñado, cuando están maduros, en una botella con anís (aunque hay quien lo hace con aguardiente para que no resulte tan dulzón), se obtiene el Patxarán. En mi casa añadíamos unos granos de café y unas flores de manzanilla. Pregunto a un hombre cómo las llaman ellos y me responde que “prounelles”. Le digo que, con las “prounelles” hacemos el pacharán, pero él no sabe lo que es y, aunque le hablo del licor rojo, y le menciono la palabra “espirituoso”, como bebida típica de los Sanfermines, se queda “in albis”. Me añade que, en agosto, él irá de vacaciones a España, para visitar Barcelona y Valencia.



El camino me permite acercamiento a la costa por senderos, y yo sigo a veces su trazado con el criterio que me aconsejó Michelle en Ploemeur, para que el yodo del mar mejore mi cutis. Cerca de un camping que tiene servidumbre de paso, puesto que el GR-34 pasa por entre las tiendas, pregunto por restaurante, pero me dicen que allí sólo puedo comer pizza y patatas fritas. La pizza no me entusiasma y las “frites” las estoy empezando a detestar. Al salir del camping veo una piscina artificial cercana al mar. En terreno hacia el interior, acaban de sembrar o plantar un maizal. Un poco más adelante veo otro algo más crecido. En la medida que siga hacia el Norte, por el paso del tiempo, iré viendo otros más elevados. ¡Pero qué diferencia con otros más altos que vi más al Sur!


De nuevo en la costa, empiezo a percibir mal olor, como de alcantarilla, y veo que han removido la arena de una playa y han salido a flote sus fondos. Se trata de restos de plantas enterradas en proceso de putrefacción y, aunque las propietarias de la casa “chaumiére” me han dicho que es tan bueno para la piel, este lugar huele a mierda. Me alejo de allí lo más rápido que puedo.



Plage Kerléven. Le Boucanier.
Es así como llego a la playa Kerléven. Pregunto y un señor me dice dónde hay un restaurante. Es así como llego a Le Boucanier (El Bucanero), que está a pie de playa, y donde me atiende una chica de Andoain. ¡Qué bien! coincidir con una paisana me da alegría. Nos va a permitir entendernos bien y podré preguntarle en qué consisten los platos de la carta. La andoaindarra, lleva casada muchos años y viviendo en París, pero aquí sólo vino hace 15 días. Le digo que lo que más me apetecería para comer sería unas lentejas o unos garbanzos, pero no hay tal en la carta y lo más parecido que me puede ofrecer sería un arroz. Empiezo la carta por los vinos y compruebo que son prohibitivos, pero los platos no le van a la zaga. No es Le Boucanier un restaurante a la medida de mi economía así que, sintiéndolo mucho, me despido apesadumbrado de la chica de Andoain y me voy en busca de comida más acorde y con mejor relación calidad-precio.

Le Pen Duick en La Forêt Fouesnant.
Me acerco a otro camping que ofrece pizza y “frites”. No me extrañaría que sea el mismo que he visto antes pero por otra entrada. Un empleado me envía a otro que está cerca de la playa, en el cual las opciones son parecidas, pero aquí hay posibilidad de pollo. Pido medio pollo y, aunque la mujer me dice que sólo vende pollos enteros, al decirle que sólo es para mí, acabo obteniendo mi medio pollo. Como no quiero patatas fritas le pregunto si no me puede preparar aparte una pequeña ensalada todo lo completa que se pueda. Así que acabo comiendo una de lechuga, tomate, huevo duro y jamón de York, que lo mismo puede ser el que los franceses llaman jamón de París, pues el que denominan de Bayonne, se parece más al serrano. Hay dos clientas que han pedido comida para llevar y están esperando a que les atiendan. Se trata de Katou y Bea. Son las que me dicen que el GR es el 34 y que el segundo estuario por el que he pasado, es el Anse de Saint Laurence. Sólo había sabido que el primero era el de Saint Jean. Bea me escribe algo en inglés y me habla de una ciudad que veré pero que compruebo que no está en el mapa que llevo. Ellas son atendidas y se van con la compra hecha y yo como el pollo pero la pechuga pasa a duras penas, ¡está muy seca! Mas del resto, sólo dejo los huesos mondos y lirondos. Sin dudarlo, lo mejor va a ser la ensalada que la he dejado para el final. He pedido un pichet de 25 cl de “vin rouge” (vino tinto). Pido que me rellenen mi botellín de agua. He comido en el exterior pero la sombra se ha apoderado del espacio y hace frío. Entro con los restos del pichet y escribo en mesa luminosa. Otro grupo sigue comiendo fuera, pero su mesa está al sol. Veo en la tele que el jueves tendré lluvia y se anuncia revuelta en España: “Si no hay solución, habrá revolución”. Son las 15:40 horas. cuando me voy al servicio. He pagado 13,80 € con Visa.
La plage de Kerléven y el puerto.
Al salir, pregunto por el puerto, y me mandan para el lado contrario a la playa así que, haciendo caso omiso de la recomendación, voy por donde me han dicho que no vaya. Y me engaño a mí mismo sorprendiéndome de que haya hecho un recorrido baldío. ¿Qué otra cosa podría haber ocurrido? Si viniendo por la costa desde el Este de esta playa no he visto ningún entrante de mar conducente a un puerto y me han dicho que el puerto esta en el interior, paralelo a la playa, lo lógico es que la salida del puerto al mar esté hacia poniente, como así ha ocurrido. Por tanto, llego al final de la playa de Kerléven y retrocedo hacia el puerto. En mi defensa, puedo justificarme diciendo que pensaba que el puerto estaría a continuación de la playa. En realidad es eso lo que ocurre, pero tanto la playa como la lengua de tierra posterior, hacen de farallón de defensa del puerto.
Port-La-Forêt.
Como he llegado hasta la bocana coincidente con el final de la playa, aunque quizá no sería correcto hablar de bocana, sino del lado Este de la bocana ya que, para salir al mar, las embarcaciones deben continuar un largo trecho antes de llegar a la baie de la Forêt, ahora debo retroceder hacia el interior, donde se encuentra, a buen recaudo, el puerto de La Forêt.

Como a pesar de estar muy seca, me he comido casi toda la pechuga del pollo, me doy de premio un helado de limón y pasas al ron. Hubiese preferido uno de avellana, pero no sé decir la palabra en francés, y me tengo que aguantar. Ya de regreso lo miro en el diccionario Larousse y leo “noisette”. Ya no se me olvidará nunca, aunque por otras razones. Este descubrimiento me trae un recuerdo de mi juventud. Había un disco en casa que lo recuerdo con el título de Chasse-noisette que, siendo de Tchaikovski, yo lo traducía como Cascanueces. Veo que tendría que ser casse-noix para que fuera correcto y que si no es así, tendríamos que hablar del Cascaavellanas de Tchaikovski. ¡Qué mal me suena! Bueno, el caso es que compro el helado, pago 3,50 € y me armo de valor para dar la vuelta al puerto y no cometer más errores como el anterior. Voy chupando, sorbiendo (el helado) y rodeando (el puerto) observando los muchos veleros con altos mástiles, sin vela, en él amarrados. Cuando estoy terminando de rodear el puerto y creo que voy a continuar hacia Beg Meil, me doy cuenta de que la costa me ofrece otra nueva ensenada, que me acaba de desmoralizar. Si esto sigue así, no sólo no he cumplido el plan que me he trazado esta mañana de llegar a Beg Meil a mediodía, sino que no voy a llegar ni por la noche. “¡Paciencia!”, me digo a mí mismo.

Rodeando nueva ensenada: 
Tristán y Alan.
Me encuentro con un nuevo entrante de mar, tipo “anse” pero más abierta que las de esta mañana. Ofrece una playa y, desde el lado en que estoy, ya veo toda la vuelta que voy a tener que dar para llegar de nuevo a la costa marina. Un hombre de un grupo que viene andando desde Beg Meil, me dice que les ha costado tres horas llegar hasta nuestro punto de encuentro. Confío en que yo lo haré en menos tiempo, pero al menos su información me sirve como referente. Dos jóvenes van caminando por delante pero, en lugar de ir por el camino, van por encima de un murete. Yo voy por detrás de ellos hasta que, como van tan lentamente, decido adelantarles. Aprovecho ese momento para empezar una conversación. Uno de ellos va en chancletas, lo que me hace pensar que no van muy lejos. Y acierto. Se interesan por mi viaje. Piden aclaración a algún detalle que les sorprende y me preguntan la edad. Ellos son dos veinteañeros. Se trata de Tristán y Alan. Yo pensaba que era Alain, pero me insisten en que es Alan, nombre bretón. Creo que Alan Bates también es nombre celta, aunque fuera de las islas británicas. Esto me lleva a pensar en el último Alain que escribí. Quizás también fuera un Alan bretón.

Voy sacando fotos de esta nueva ensenada. Antes de despedirme de ellos, anoto los nombres en mi papel auxiliar para trasladarlos luego al diario, y me preguntan si recojo el “prénom” a todos los que voy encontrando en el viaje. Le digo que sólo a los que son significativos en mi camino. Ellos se quedan, me despido y sigo mi camino.


Huguette Gouill.
Me ha oído hablar castellano con Alan y Tristán cuando nos ha pasado y reduce la marcha para que yo le dé alcance. Como prefiero ir en compañía mejor que solo, yo tampoco pierdo la oportunidad que se me ofrece. Huguette estudió castellano pero, como ella me dice, lo tiene anquilosado.
 
Le cuesta un esfuerzo y, aunque se lía con los verbos irregulares, lo que me cuenta me interesa lo suficiente como para poder obviar los errores gramaticales. Tiene un hijo y dos hijas. La menor, vive en Madrid y le ha dado un nieto que, ahora, tiene siete años. El marido de Huguette es médico y teniendo a los dos mayores estuvieron viviendo en Marruecos. Le pregunto cómo pudo ejercer allí bien su profesión, con todos los tabúes que hay en los países musulmanes con el desnudo, las mujeres, etcétera. Me dice que, precisamente en aquel tiempo, desde el gobierno, se puso en marcha un programa de control de la natalidad y de planificación familiar. Su marido puso sistemas contraceptivos a mujeres marroquíes. ¡Claro que hubo problemas! Pero para su marido fue muy productivo pues, con esa experiencia, pudo presentar una bonita tesis doctoral que fue muy bien valorada por el tribunal de la tesis. Después volvieron de África y ya en Bretaña tuvieron la tercera hija. Saco alguna foto antes de llegar al cabo Coz. Dos embarcaciones en esqueleto me atraen la atención. Han quedado varadas a perpetuidad, hasta que la acción de la naturaleza las vaya destruyendo totalmente. Tanto su hija como su marido, sigue contándome Huguette, tienen ahora trabajo en Madrid. “Los bretones quitando trabajo a los españoles”, comento con toda intención. Pero es la misma queja que se oye en España respecto a rumanos, marroquíes y sudamericanos. La diferencia es que los países más desarrollados quitan puestos con gran peso formativo y los que vienen a nuestro país hacen los trabajos que los autóctonos no quieren hacer. Aunque algo va cambiando con esta crisis del capitalismo, que ha demostrado que no es un buen sistema para una sociedad sana y equilibrada, y ahora muchos autóctonos no pondrían tantas pegas para realizar trabajos que antes rechazaban. Llegamos a un lugar en el que Huguette tiene aparcado su coche, y nos tenemos que despedir. ¡Lástima! Estaba encantado con su relato.


Plages de Cap Coz y Fouesnant
Nada más despedirme de ella, avanzo y llego a carretera de costa y a una playa que ya me va conduciendo hacia Beg Meil. Se trata de la playa de Cap Coz, y un indicador rutero marca hacia mi izquierda Pointe de Cap Coz, un cabo al que no me acerco y que se va a quedar a un lado.
 
Mirando hacia atrás de la playa, veo el camino recorrido desde Concarneau, aunque tampoco desde aquí puedo detectar todos los obstáculos que he tenido que superar por esta costa tan accidentada. No sé en qué momento la playa de Cap Coz se convierte en la de Fouesnant pues para mí, en mi ignorancia, me parecen la misma. Supongo que la diferenciación es más política que geográfica. Probablemente esta última pertenezca al ayuntamiento del mismo nombre y la de Cap Coz al de La Forêt, pero todo esto es demasiado suponer, pues La Forêt también lleva el nombre de Fouesnant.
 

Ambas playas ofrecen buena arena, espacios para comer con mesas largas de bancos corridos, así como camas elásticas para deleite de los peques en su afán de saltar y llegar al cielo, aunque resulte ser un cielo algo bajito.

Preciosos acantilados y playitas.
Vuelven a aparecer unos caminos preciosos entre la foresta y sobre altos acantilados. 
 
El sol va bajando hacia Poniente y las pequeñas playas se van quedando en sombra. La marea ya ha empezado a bajar y las playitas de arena dorada se van volviendo más grandes y grises al ir aflorando al exterior la arena húmeda. El acantilado no deja bajar a estas playas que voy viendo desde arriba, aunque cada cierto trecho aparecen accesos que las hacen utilizables.


 
Alguno de estos senderos de conexión entre el camino y la playa los paso sin darme cuenta de ello. Son casi imperceptibles. Una vez pasado el acantilado de rocas, da la impresión de que también podría hacer el recorrido paseando por la arena, pero es tan bonito este camino entre árboles y arbustos y la perspectiva del mar a mis pies, que no quiero cambiar el itinerario.

De vez en cuando el camino me baja a una playa, paseo por ella, y lo retomo una vez acabada la arena. Estas playas tienen también la ventaja de estar al abrigo del viento, pues están protegidas de Poniente, pero hoy, con el sol entre nubes, no hace nada de calor. Para mí, es el día perfecto para caminar.






El camino costero sigue ofreciendo curvas y más curvas sinuosas, que lo van alargando. Llego a un lugar en que la estrecha playa desaparece y vuelven las rocas y los pequeños islotes, que hacen el paisaje aún más bello.
 

Así llego a playa con dos zonas diferenciadas, pues está partida por la mitad por un conjunto de rocas. Ya se va viendo la punta de Beg Meil, pero yo sigo sin llegar a ella.










Este cabo al que me había propuesto llegar a comer, se me sigue resistiendo.


 Ya se ve la alta antena casi en el extremo más próximo al mar. Durante este último tramo, aparecen pequeñas playas como a la que acabo de llegar, con poco público, pero quizás sea por la hora, ya que a las seis de la tarde muchos franceses empiezan a cenar.



Beg Meil a las 18:30 horas.
Se ha ido al traste mi previsión de llegar aquí a mediodía. Salgo a carretera y retrocedo para llegar a la antena y a la torre de control Naval de la Marina Militar. En lugar de llegar a comer, llego aquí a la hora de cenar. Si fuera francés cenaría, pero lo haré en Bénodet.
 
Hago uso de un WC con luz roja. Espero a que se ponga verde después de haber oído el ruido de la auto-limpieza. Se enciende el piloto rojo. Hago mi deposición. Este año apenas si me invaden las diarreas. Cuando salgo, quiere entrar una joven. Trato de explicarle que debe esperar a que se limpie automáticamente, para que no salga empapada, pero el piloto verde no acaba de ponerse rojo. Por fin lo hace y la joven me agradece la información.

Sigo adelante. Ya se ha acabado la bahía de la Forêt y ahora voy a ir por playas que dan al Sur. En realidad voy a ir casi todo el tiempo por camino, puesto que es bueno y las playas empiezan y acaban por rocas intransitables. Empiezo por zona de dunas. El sendero es de arena y camino con incomodidad, así que decido bajar a la playa donde, al pisar descalzo la arena dura de la bajamar, avanzo más a mi gusto. 

 

Unas playas son más cortas y otras más extensas. Llego así a la plage de Kermil. La playa de Kerambigorn tiene bandera azul y está vigilada.



 


Luego paso por la de Maner Coat-Clévare y, finalmente, a la de Cleut Rouz. Llego a la playa du Grand Large, donde me encuentro con un exutorio de aguas pluviales que proviene del Marais de Mousterlin.

 
No sé si fiarme mucho de que no expulse al mar aguas fecales. Tendré que creer lo que pone el anuncio pues, en caso de que no fuera cierto, supongo que ya lo habría denunciado alguien. De todas formas ya son las siete y media, ha refrescado, y no me apetece darme un baño.


Desde la plage des Dunes hasta esta última, se podría decir que es una única playa. La zona de rocas que viene a continuación me obliga a salir a la carretera.

Playa Naturista de Kerler.
Es después de pasar la zona roqueña cuando vuelvo a bajar a playa y, aunque voy por la orilla, ya no me descalzo.
 
Pregunto a un adolescente cual es la próxima “ville”, y me responde “Bénodet”. Continúo por la playa y, tras un indicador de fin de zona vigilada, cercano a un “Poste de Secours” (puesto de socorro), me llevo la sorpresa de la jornada. Una playa nudista. En el cartel indica Zona Naturista, y es una lástima que la sorpresa se produzca a una hora en que ya no me apetece bañarme. No lo puedo asegurar, pero creo que es la primera vez que leo que una playa sea nudista a tiempo parcial y con fecha de caducidad. Sólo se puede estar allí desnudo hasta la puesta del sol y en período de abril a octubre. ¿Habrá alguien que lo vigile?, o ¿es prohibir por prohibir? Me parece un indicador absurdo. ¡Cuánto afán de poner barreras a la libertad!

 Cuando entro en la zona, ya no queda nadie, si es que ha habido alguien a lo largo del día de hoy. Además, al ser la de Kerler una playa ventosa, se requiere más sol que el que asoma hoy entre las nubes. Este sol, ya da poco calor. Un hombre que viene por la cima de la duna, al que pregunto, me confirma el nombre de la playa. Aunque ahora no me desnudo porque no me apetece el baño por la hora, acabaré desnudándome más tarde por no quedarme otro remedio. Veo venir a un joven vestido que, cuando me ve, se oculta tras una duna. Cuando paso a su altura, sale hacia la playa quitándose su camiseta blanca. Pienso: “viene a darse un baño desnudo, pero prefiere que nadie le vea”. Pronto veo que mi apreciación es errónea pues, cuando ve aparecer a otro hombre, se para, se baja pantalón y calzoncillo y se sienta, de tal forma que quien le vea por atrás, mostrando torso y trasero, se crea que está desnudo. Da la impresión de que ofrece su cuerpo desnudo para recibir algo a cambio. No sabré el resultado de su proposición, pues yo sigo adelante. Llega un ciclista con bici en la mano, pues el sendero que va sobre la duna es de arena floja. Sigo adelante pues ya voy tarde para llegar a hora buena para cenar en Bénodet.


Dunes de Mousterlin.
Durante un rato camino entre el lado interior de la duna y zona de marisma que me temo va a desembocar al mar en lugar inconveniente. Confío en que habrá un puente que me lleve a Bénodet pero, a la vez, mi confianza se tambalea pensando en que si la zona que acabo de pasar es naturista será por algo, será porque no hay conexión con población. ¡Ya lo veré! Durante un tramo largo, el camino será de cascajo y ramas trituradas de pino. En el tramo siguiente voy combinando paseo descalzo por la duna y otro calzado. Desde arriba contemplo las lagunas marismeñas. Se va confirmando lo que más temía. El cielo muestra sus nubes pero, aunque no son amenazantes, nadie se puede fiar de ellas. En la playa, entre la arena y la vegetación dunar, aparece un cartel que indica el final de la zona nudista con su horario y época. El que se desnude fuera de la franja delimitadora, está infringiendo la norma. Quiero bajar de la duna a camino menos arenoso, pero unos pinos, que quizás sean abetos, no me permiten pasar. Por fin, descubro un hueco y lo consigo. Ahora avanzo mejor, pero se va confirmando lo peor. La conexión para desaguar las lagunas fangosas al mar no se ofrece en forma de puente. Tendré que ensayar algo similar a lo que hice en mi paso por la desembocadura del Fluviá, antes de Aiguamols, en Girona. Hoy ya no sacaré más fotos. Bastante tengo con llegar sano y salvo a destino.

La salida al mar de Clohars-Fouesnant.
Un hombre, al que de lejos he creído mujer, con niño, me orienta hacia el fango. Por mucho que miro no veo un camino que me dé sensación de solidez, así que dejo de atender sus indicaciones y me voy a buscar alternativa. Veo la orilla del mar y las olitas que se forman suaves alrededor de un banco de arena. Da la impresión de que aquí cubre menos que en el Fluviá. Llego a la orilla, dejo mis mochilas en la arena, me desnudo y me meto en el agua. Me introduzco en el agua hasta la cintura y llego al islote de arena. El otro tramo veo que va a ser más fácil, por el tipo de olitas que se forman. Regreso y cojo la mochilita y la ropa y hago el recorrido, que se confirma mejor en el último tramo. Regreso y cojo la mochila grande. Voy algo cansado, por todo el recorrido de la jornada, y porque los pies se hunden en la arena floja y me obliga a hacer mayor esfuerzo, agravado por el peso de la mochila. Cuando estoy atravesando el primer tramo, un pajarraco, similar en tamaño al de una gaviota pescadora, se coloca en el aire sobre mi cabeza y se lanza dos veces en picado hacia mí. Aunque centímetros antes de llegar a mi altura desvía su trayectoria y se dirige hacia el agua, me crea tensión y me desequilibra. Tras gritarle ¡cabrón! dos o tres veces, consigo llegar al islote de arena. Ni que estuviera reviviendo la película Los Pájaros de Hitchcock. He conseguido pasar sin que se me moje la mochila. Todavía tengo que pasar una zona de piedras, agua y algas, pero llego sano y salvo al otro lado. Ya en la orilla, me visto sin secarme. Algunos veraneantes del camping han seguido mis movimientos desde mi llegada, pero no muestro preocupación alguna. Pasada la peripecia del día, ahora lo que debo resolver es la cena. La dormida será tema para dilucidar después.

Bénodet, Camping: compra en Cuisine Gourman.
Un hombre que está con un niño me informa que en el camping hay restaurante y, le entiendo, que con self service. “Vete tranquilo. No tienes problema de horario”, me añade. Me acerco a donde el primer orientador; aunque no le haya hecho caso, le quiero agradecer su buena intención. Le explico mi terror a la arena negra movediza. También él me confirma que puedo comer en el camping. Entro al camping y pregunto por el restaurante a unos que están en la entrada. Me dicen que no hay restaurante. La segunda pregunta se la hago a unos jóvenes y se ríen cuando les digo “restaurante”, pero me señalan la dirección de un sitio donde podré comprar comida. Cuando llego debo hacer cola. Hay gente para comprar y pagar, pero la mayoría sólo están esperando a que les entreguen “la comanda”. El lugar no ofrece ni terraza, ni dentro hay espacio para mesas. Todos esperamos de pie. Me acerco al bar más cercano, bar Privé, y me dicen que puedo comprar la comida y venir a comerla a su terraza, pidiendo allí la bebida. Vuelvo al primer sitio y pido “plato del día” que hoy consiste en carne de buey. Como no sé cómo va condimentado el plato, pido “bleu”, la carne poco hecha. Lo que nosotros decimos: “vuelta y vuelta”, o “sangrante”. Aunque insista en lo de “bleu”, no va a ser necesario, pues la ración es de buey estofado y lo de sangrante solo afecta a filetes o chuletas fritas o asadas. El cocinero se acerca para enseñarme que la carne es guisada y con patatas. Cuando he hecho el pedido, he querido pagar con Visa, pero el plato costaba 7,50 € y con Visa exigen un mínimo de diez, así que compro también una “isla flotante” de 2,50 y pago con Visa los 10 € exigidos.

Bar Privé: cerveza y cena.
Con la compra hecha en Cuisinne Gourman, me traslado al bar y pido una cerveza grande por la que pago 4,30 €. Ya me han dicho que, si está cerrado el lugar donde he comprado, deje el plato y los cubiertos en el bar, y que mañana ya los recogerán. Inicio la cena y la carne está exquisita. Lo único que echo en falta es un poco de pan. Antes de que cierren, vuelvo a decir que nosotros le llamamos a esta carne que proviene de la pata del buey, de la zanca, “zancarrón” y que está riquísima. Aplasto las patatas, haciendo una masa ligera con la salsa y me lo como todo y limpio el plato como si hubiese tenido pan. Como todavía no han cerrado, regreso para devolver bandeja desechable, plato y cubiertos al lugar de donde han venido. Bebiendo la cerveza hablo con un chaval que estudia castellano. Mientras estoy en la terraza, comienza a sonar una música dentro del local. Suena muy bien. Va llegando más gente, pero mi acompañante se va, no le gusta esa música, él necesita más marcha. Le digo que voy a dormir en el camping y le pregunto por algún lugar discreto que él conozca. Me dice que no sabe pero me orienta como mejor la zona de arriba. Creo que acierta en su recomendación. El chico se va. Entro en el bar y escucho un par o tres de canciones y me voy a buscar el mejor lugar para dormir.

Durmiendo en el Camping du Letty.
Asciendo por el interior del camping hasta que veo un WC, del que hago uso. Parcelas vacías sin ningún voladizo donde poder cobijarme en caso de lluvia. En la zona más alta veo dos huecos acristalados con espacio de sobra para cubrirme por si llueve por la noche. El suelo es de cemento, así que busco algo menos incómodo. Llego a un sitio mejor, aunque el voladizo es menor, pero está en entorno cerrado por una valla por los dos extremos. Por el primero, ni intento abrir la puerta de la verja pero, por el otro lado, la verja no se cierra más que por medio de un pestillo corrido fácil de manejar desde el exterior. Corro el pestillo y penetro en espacio tan bien protegido por ambos lados. Malo ha de ser que en el espacio que va de la noche hasta la madrugada tenga que venir alguna cisterna para cargar el depósito de gas propano. El edificio que va de lado a lado, ofrece un saliente de tejado suficiente para protegerme de la lluvia. El mayor problema será que la lluvia venga acompañada de viento lateral. En ese caso, me trasladaría al primer lugar que he encontrado al llegar. Por suerte, la lluvia de esta noche va a ser vertical. Ya tumbado en el sitio elegido, hago una composición de lugar. Me doy cuenta de que estoy muy próximo a la entrada (y salida) del camping, cuando en el exterior se enciende una luz que, por suerte, queda detrás de un roble, aunque algo de luminosidad llega a mi sitio. Adecuo el punto de mi almohada para que la luz no me moleste para dormir. También sé que estoy próximo al límite del campamento, porque en el silencio de la noche, se oye cerca algún vehículo de los que entran y salen de él. Cuando en la madrugada me levante a orinar, trasladaré la cama unos metros. Ahí estoy más a oscuras y, por tanto, menos visible. Sólo otro foco, de los que me deja en sombra, me hace más visible cuando me levanto a orinar por segunda vez. Será hacia las cuatro o cuatro y media cuando empieza a llover. La lluvia es fina, apenas molesta, pero se convertirá en más ruidosa cuando las hojas de los árboles se impregnen y empiecen a gotear y choquen con las hojas secas que alfombran el suelo. Tengo la sensación de que no me van a mojar, así que recupero el sueño con total tranquilidad. Quizás sea por el cancarro de cerveza bebido en la cena, pero aún tendré que levantarme por tercera vez. A las 6:10 horas me levanto y empiezo a recoger todo. He dormido bien y creo que he acertado eligiendo la tierra y no el cemento duro que he desechado. Aunque, durante la noche, haya tenido cercano el sonido de los coches al pasar tras el muro que forma el arbolado. También ha habido trasiego de personal hasta la media noche.

Balance de la tercera jornada en Finisterre.
Lo más destacado del día ha sido que mi percepción de la distancia hoy también ha vuelto a ser errónea. Nuevos entrantes de mar inesperados han hecho que se haya ampliado la costa más de lo que yo hubiera deseado. Al dibujar el espacio recorrido en mi mapa, da la sensación de que avanzo poco en esta parte Sur de Finisterre aunque, mirándolo bien y dibujándolo mejor, el espacio es muy similar al de ayer. Mañana avanzaré más y pasado mañana, mucho más. El recorrido ha sido bonito. La comida y la cena, aunque no hayan sido de restaurante, me han alimentado con suficiencia. El pollo de mediodía y sobre todo el zancarrón guisado de la cena, me han alimentado bien. Ha sido una lástima que la única playa nudista del día se me ha ofrecido al final, cuando ya no me apetecía el baño, pero me he tenido que desnudar y meter al agua cuando me apetecía menos, al final de la jornada, que ha sido cuando se me ha presentado el mayor obstáculo del día. Ha sido una pena que el restaurante que atendía la chica de Andoain no haya estado a la altura de mis posibilidades, así que se puede considerar un encuentro desaprovechado con esta mujer. El encuentro con los dos jóvenes, Alan y Tristán, ha estado bien, pero el más grato ha sido con Huguette, con la que me he podido trasladar con sus historias a Marruecos y Madrid. Cenar y dormir en el camping ha sido una decisión acertada.

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