Etapa
63 (354). 09 de agosto de 2012, jueves.
Plouguiel-Tréguier-Minihy
Tréguier-Lézardrieux-Kergrist-Paimpol-(coche)-Paimpol.
Amanecer junto al
rodillo de paja.
He dormido bien, pero me levanto con una sensación en la
garganta como de haberme enfriado o, quizás, de haber roncado mucho durante la
noche. No ha habido testigos y no lo podré saber. Cuando llegue a desayunar
tomaré una pastilla de Paracetamol que, previsorio he traído en mi mochila.
El Ibuprofeno y la Aspirina
los tengo contraindicados, ya que hacen efecto contrario al de la Indapamida, que cuida
mi hipertensión.
Cuando me levanto, a las siete, hay mucha humedad en el ambiente y también niebla, como veréis en las fotos. Sin recoger el saco, ni la esterilla, saco foto del lugar donde he dormido. Podréis comprender mis recelos, ante la posibilidad de que el rodillo de paja rodara pasando por encima de mi cabeza. Por esa razón, había colocado mis mochilas en la cabecera. Salgo de la parcela segada y con hierba recogida en los rodillos, que ha sido mi dormitorio de esta noche, y paso a la carretera.
Cuando me levanto, a las siete, hay mucha humedad en el ambiente y también niebla, como veréis en las fotos. Sin recoger el saco, ni la esterilla, saco foto del lugar donde he dormido. Podréis comprender mis recelos, ante la posibilidad de que el rodillo de paja rodara pasando por encima de mi cabeza. Por esa razón, había colocado mis mochilas en la cabecera. Salgo de la parcela segada y con hierba recogida en los rodillos, que ha sido mi dormitorio de esta noche, y paso a la carretera.
La carretera me da poca confianza, ya que la niebla no me
permite ver bien las casas que tan claras veía ayer. A veces, me permite
asomarme al entrante que lleva al mar hacia Tréguier. En una de ellas, veo un
puerto en el que hay un barco y muchas redes secándose, formando como una gran
carpa nada protectora sobre las gabarras. Las gabarras están muy bien
alineadas.

Aunque el primer término se muestra nítido en la foto, el otro lado de la costa apenas se vislumbra por causa de la niebla. Vuelvo a meter la pata y el camino me lleva de nuevo a los guijarros del río. La marea está baja, pero desando lo andado. Vuelvo a la carretera estrecha, donde vuelvo a encontrar la señal del GR-34. Pensaba que estaba más cerca de Plouguiel, pero me está costando llegar al pueblo.
Paso por una granja, que permite constatar la niebla que no acaba de disiparse. Es algo que voy a tener que asumir todo el rato al ir por la carretera hasta llegar a la iglesia del pueblo. Cualquier vehículo me puede aparecer de sopetón. La foto que saco de la granja permite apreciar la intensidad de la niebla. Cuando la foto abarca más espacio, como el trigal previo y el fondo, la granja aparece más nítida, pero del fondo, apenas si se vislumbra la sombra de algún árbol en la lejanía.
Pasada la granja, encuentro una fuente que está casi oculta por las enormes hojas de unas plantas de humedal. Estas hojas están sanísimas en las tres agrupaciones que veo. Lo que pudo ser un lavadero o un depósito de agua, aparece cubierto por pequeñas plantas. Se quedó en desuso. He descubierto el lugar por el sonido del agua fluyente al caer en chorro.
Para las ocho, llego a la Chapelle de Saint Laurent, en ese momento suenan las ocho campanadas. A continuación encuentro el letrero de entrada a Plouguiel. Me sorprende, ya que desde ayer estoy en este pueblo. Pasada la capilla, en un terreno que parece baldío o que, al menos ahora, no está sembrado, remonta el vuelo una bandada de aves.
Al principio, me parecen palomas, pero creo que son grajos, cuervos, por su negrura. No me ha dado tiempo a preparar la cámara pero, como veo dónde vuelven a aterrizar, traspaso un seto y les vuelvo a pillar iniciando un nuevo vuelo. La niebla no ayuda a matizar. En pocos minutos, ya estoy entrando en Plouguiel.
Aunque el primer término se muestra nítido en la foto, el otro lado de la costa apenas se vislumbra por causa de la niebla. Vuelvo a meter la pata y el camino me lleva de nuevo a los guijarros del río. La marea está baja, pero desando lo andado. Vuelvo a la carretera estrecha, donde vuelvo a encontrar la señal del GR-34. Pensaba que estaba más cerca de Plouguiel, pero me está costando llegar al pueblo.
Paso por una granja, que permite constatar la niebla que no acaba de disiparse. Es algo que voy a tener que asumir todo el rato al ir por la carretera hasta llegar a la iglesia del pueblo. Cualquier vehículo me puede aparecer de sopetón. La foto que saco de la granja permite apreciar la intensidad de la niebla. Cuando la foto abarca más espacio, como el trigal previo y el fondo, la granja aparece más nítida, pero del fondo, apenas si se vislumbra la sombra de algún árbol en la lejanía.
Pasada la granja, encuentro una fuente que está casi oculta por las enormes hojas de unas plantas de humedal. Estas hojas están sanísimas en las tres agrupaciones que veo. Lo que pudo ser un lavadero o un depósito de agua, aparece cubierto por pequeñas plantas. Se quedó en desuso. He descubierto el lugar por el sonido del agua fluyente al caer en chorro.
Para las ocho, llego a la Chapelle de Saint Laurent, en ese momento suenan las ocho campanadas. A continuación encuentro el letrero de entrada a Plouguiel. Me sorprende, ya que desde ayer estoy en este pueblo. Pasada la capilla, en un terreno que parece baldío o que, al menos ahora, no está sembrado, remonta el vuelo una bandada de aves.
Al principio, me parecen palomas, pero creo que son grajos, cuervos, por su negrura. No me ha dado tiempo a preparar la cámara pero, como veo dónde vuelven a aterrizar, traspaso un seto y les vuelvo a pillar iniciando un nuevo vuelo. La niebla no ayuda a matizar. En pocos minutos, ya estoy entrando en Plouguiel.
Plouguiel. Iglesia.
Haciendo tiempo para el desayuno.
Haciendo tiempo para el desayuno.
Estoy ya en Plouguiel y veo una panadería que, después, me
costará encontrar. En ella pone chocolate, pero no dan café, y me dicen que
siga al centro de la villa. La primera visión de la iglesia que, más que visión
parece una adivinación, es como si durante la noche alguien se hubiera llevado
el campanario.
Un pirulí gris, diáfano, vaporoso, es lo único que se puede ver de él. Según me voy acercando a la iglesia, la nitidez es mayor. Al fotografiar el ábside, en el intermedio, tengo una hermosa plaza, muy florida, con una estatua que representa a dos soldados que no están en posición de combate. Probablemente sea un monumento a los caídos de las dos últimas guerras, como ya es habitual en casi todos los lugares por donde he ido pasando, desde Hendaye hasta aquí.
También esta iglesia está rodeada por el cementerio. Me he acercado al bar Tabac, pero aún está cerrado. Debo esperar. Para no aburrirme, paseo por el pueblo. Doy la vuelta a la iglesia. Por la entrada principal, donde está la torre campanario, que es muy alta, como la de Plougrescant, y debe verse desde muy lejos, también se muestra una parte del cementerio que la rodea. Esta altura del “clocher” no cumple la función de guía a marineros en alta mar, ya que de aquí la mar de altura queda muy alejada y la iglesia está escondida dentro del fiordo, al contrario de lo que ocurría con la de Plougrescant, más en la costa, desde donde servía y sirve de visión a mareantes de mar adentro.

Sigo paseando por el pueblo, donde aún la niebla no se disipa, y trato de recuperar el lugar donde he visto la panadería, por si luego me hace falta. La vuelvo a encontrar, pero no me atrevo a comprar los croissant por si luego resulta que tienen algo para comer en el bar Tabac. Me dicen que abren a las ocho y media, pero como son las 8:15 horas, decido esperar.
Un pirulí gris, diáfano, vaporoso, es lo único que se puede ver de él. Según me voy acercando a la iglesia, la nitidez es mayor. Al fotografiar el ábside, en el intermedio, tengo una hermosa plaza, muy florida, con una estatua que representa a dos soldados que no están en posición de combate. Probablemente sea un monumento a los caídos de las dos últimas guerras, como ya es habitual en casi todos los lugares por donde he ido pasando, desde Hendaye hasta aquí.
También esta iglesia está rodeada por el cementerio. Me he acercado al bar Tabac, pero aún está cerrado. Debo esperar. Para no aburrirme, paseo por el pueblo. Doy la vuelta a la iglesia. Por la entrada principal, donde está la torre campanario, que es muy alta, como la de Plougrescant, y debe verse desde muy lejos, también se muestra una parte del cementerio que la rodea. Esta altura del “clocher” no cumple la función de guía a marineros en alta mar, ya que de aquí la mar de altura queda muy alejada y la iglesia está escondida dentro del fiordo, al contrario de lo que ocurría con la de Plougrescant, más en la costa, desde donde servía y sirve de visión a mareantes de mar adentro.
Sigo paseando por el pueblo, donde aún la niebla no se disipa, y trato de recuperar el lugar donde he visto la panadería, por si luego me hace falta. La vuelvo a encontrar, pero no me atrevo a comprar los croissant por si luego resulta que tienen algo para comer en el bar Tabac. Me dicen que abren a las ocho y media, pero como son las 8:15 horas, decido esperar.
La Chope. Café Tabac en Plouguiel.
Continúo hacia delante, hacia la salida del pueblo, pero no
me atrevo a alejarme demasiado. Localizo la dirección que luego tomaré para
continuar hacia Tréguier. Regreso al bar Tabac y dando las campanadas de las
8:30 horas, llega el propietario y lo abre. Le pregunto si tiene bollería y,
cuando me va a decir dónde lo debo comprar, le digo que ya sé el lugar donde
está la panadería. Me permite que deje la mochila en el bar. Elijo la única
mesa alta que hay en el bar. Como soy un listillo, me alejo más de lo debido de
la panadería y debo retroceder. Compro un croissant y una napolitana de
chocolate. Pago 1,85 € y vuelvo al Tabac, donde el café con leche me costará
1,40 €. Como la mesa que había elegido la han sacado al exterior y la
temperatura en la calle no es la más idónea para estar confortable escribiendo, cojo el banco corrido, que es algo más bajo que las sillas, y lo acerco a una
de las mesitas bajas. Tras el desayuno, voy a estar algo agachado, para
favorecer mi tendencia a la cifosis. Mientras escribo, a veces paro, hablo,
pregunto. Una clienta joven que ha entrado al bar, se muestra muy receptiva a
lo que cuento de mi viaje y a mis dibujos, aunque sólo sean tres. Otros
clientes saludan al entrar. Uno viene y me da la mano. Yo se la estrecho con
sumo placer. Me hace sentir como uno más del pueblo. Despido a una señora, que
se va, dándole la mano. El barman me ha dicho que la selección española de
fútbol, campeona de Europa, Nadal, campeón de Roland Garros, Contador, ganador
del Tour de France, todos, se drogan. Me hace el gesto de pincharse con una
jeringuilla en el brazo. Cuando le visite el próximo verano acompañado de
Annick, se lo recordaré, e insistirá con lo mismo. Todavía se acordaba de mí. Pero
volvamos al aquí y ahora. Un cliente que quiere fumar pero sin salir del
establecimiento, decide hacerlo bajo la campana del tiro de la chimenea.
Es una alternativa que tiene cierta lógica y me río por su ocurrente idea. Parece que es idea admitida por la comunidad de clientes. Dan las once campanadas. Me he alargado mucho escribiendo. Tenía mucho para contar en mi diario. Calculo que podré comer en Tréguier. Cuando me dispongo a salir, me doy cuenta de que, encima de mi cabeza, hay una bandera española, con su escudo, cubriendo parte del techo. Saco foto de la roja y gualda, con parte del mostrador y la chimenea objeto de mis risas.
También hay otras, no recuerdo si americana o inglesa, una brasileña y una bufanda del Rennes. La chica que ha sustituido al barman me dice que solo me falta un kilómetro para llegar a Tréguier. Llegaré a comer demasiado pronto, así que me dará tiempo a volver a visitarlo con tranquilidad. Antes de abandonar Plouguiel, entro en la iglesia que, a estas horas, ya está abierta. Fotografío la nave central, una hacia el altar mayor y la otra hacia la puerta de entrada principal. Tiene un retablo sencillo y en las tres imágenes están los niños.
Faltarían San António (de Lisboa), el mal llamado San Antonio de Padua, pues no era paduano, sino lisboeta, San Cristóbal, y alguno más. Están Santa Ana, con la virgen niña, San José, con Jesús niño, y en el nicho central la Virgen con el niño y creo que no me estoy equivocando. No sé a qué santo patrón está dedicada la iglesia. Han mantenido el púlpito, aunque en la liturgia actual ha dejado de ser utilizado. Tiene una bonita factura, obra de buen ebanista, al igual que los confesionarios del fondo.
Es una alternativa que tiene cierta lógica y me río por su ocurrente idea. Parece que es idea admitida por la comunidad de clientes. Dan las once campanadas. Me he alargado mucho escribiendo. Tenía mucho para contar en mi diario. Calculo que podré comer en Tréguier. Cuando me dispongo a salir, me doy cuenta de que, encima de mi cabeza, hay una bandera española, con su escudo, cubriendo parte del techo. Saco foto de la roja y gualda, con parte del mostrador y la chimenea objeto de mis risas.
También hay otras, no recuerdo si americana o inglesa, una brasileña y una bufanda del Rennes. La chica que ha sustituido al barman me dice que solo me falta un kilómetro para llegar a Tréguier. Llegaré a comer demasiado pronto, así que me dará tiempo a volver a visitarlo con tranquilidad. Antes de abandonar Plouguiel, entro en la iglesia que, a estas horas, ya está abierta. Fotografío la nave central, una hacia el altar mayor y la otra hacia la puerta de entrada principal. Tiene un retablo sencillo y en las tres imágenes están los niños.
Faltarían San António (de Lisboa), el mal llamado San Antonio de Padua, pues no era paduano, sino lisboeta, San Cristóbal, y alguno más. Están Santa Ana, con la virgen niña, San José, con Jesús niño, y en el nicho central la Virgen con el niño y creo que no me estoy equivocando. No sé a qué santo patrón está dedicada la iglesia. Han mantenido el púlpito, aunque en la liturgia actual ha dejado de ser utilizado. Tiene una bonita factura, obra de buen ebanista, al igual que los confesionarios del fondo.
Nueva visita a
Tréguier.
Salgo por donde ya sé que voy bien y, antes de pasar el
puente, saco una foto de la ría, o fiordo. Antes de que el río Guindy salga a
enlazar con el mar, me encuentro con una mujer que me dice que todos los días
anda 6 kilómetros
y que los hace en una hora. Observo que, por su forma de andar, como mucho,
hace 5 por hora, pero a ella parece que le ilusiona lo que dice. Pasando el puente
sobre la Guindy,
saco otra foto hacia Tréguier.
La mujer me acompaña hasta que llegamos al ayuntamiento, donde me dicen que la mediateca no abre hoy. Por el tamaño de la catedral, da la impresión de que Tréguier tendría que ser más grande de lo que en realidad es. Aunque ya visité ayer la catedral, como tengo tiempo puesto que es hora temprana para iniciar la comida, me vuelvo a acercar a ella.

Hoy me centraré en el mausoleo de Saint Yves. Ya veo el pincho del campanario desde muy lejos, entre árboles. Pero, cuando estoy cerca, tengo los mismos problemas que ayer para abarcar toda su inmensidad. Una foto apaisada de uno de los laterales y otra vertical con vitrales y terraza de la puerta principal, las saco como puedo.
Como ya he dicho, una vez dentro, me centro en el mausoleo, que no sé si es tumba con el cuerpo del santo o catafalco, pero en cualquier caso es muy suntuoso.

Cuando salgo a la plaza, donde hoy no hay cerdo alguno que asar, me centro en el otro santo del lugar, el filósofo Ernest Renan, nacido el 28 de febrero de 1823, gran aporte para la cultural y progreso del mundo, para unos, y demonio para otros.
Después voy a la otra bonita portada, la que está bajo la torre campanario, pero me limito a fotografiar la parte de abajo, con las vidrieras, ante la imposibilidad de que me pueda alejar tanto como para que me quepa también la torre y el campanario completos. Una vez visto y fotografiado lo que me quedó pendiente de la visita de ayer, me voy a buscar un buen restaurante con menú, o que tenga acorde la relación calidad-precio.
Para ello voy bajando hacia el estuario y parándome a admirar algunas de las casas peculiares, que ayer ya me hicieron recordar a Rennes, la ciudad que pude ver hace un montón de años en un viaje en autobús-litera.

También me recuerda a las
construcciones de Vannes que conocí en los primeros días del mes pasado.
Abundan las creperías, veo un lugar en que lo que se ofrece son crujientes,
panaderías, tiendas de artículos de deporte, como en cualquier otra ciudad.
Muchas de las casas tienen miradores que cabalgan sobre la calle de manera
escalonada, apoderándose en altura de espacio público. Una forma de robar en
altura un terreno que, construido desde la base, tendrían que pagar al
municipio. No sé cómo estará legislada esta figura. Es algo que ocurre en
muchas ciudades medievales.
La mujer me acompaña hasta que llegamos al ayuntamiento, donde me dicen que la mediateca no abre hoy. Por el tamaño de la catedral, da la impresión de que Tréguier tendría que ser más grande de lo que en realidad es. Aunque ya visité ayer la catedral, como tengo tiempo puesto que es hora temprana para iniciar la comida, me vuelvo a acercar a ella.
Hoy me centraré en el mausoleo de Saint Yves. Ya veo el pincho del campanario desde muy lejos, entre árboles. Pero, cuando estoy cerca, tengo los mismos problemas que ayer para abarcar toda su inmensidad. Una foto apaisada de uno de los laterales y otra vertical con vitrales y terraza de la puerta principal, las saco como puedo.
Como ya he dicho, una vez dentro, me centro en el mausoleo, que no sé si es tumba con el cuerpo del santo o catafalco, pero en cualquier caso es muy suntuoso.
Cuando salgo a la plaza, donde hoy no hay cerdo alguno que asar, me centro en el otro santo del lugar, el filósofo Ernest Renan, nacido el 28 de febrero de 1823, gran aporte para la cultural y progreso del mundo, para unos, y demonio para otros.
Después voy a la otra bonita portada, la que está bajo la torre campanario, pero me limito a fotografiar la parte de abajo, con las vidrieras, ante la imposibilidad de que me pueda alejar tanto como para que me quepa también la torre y el campanario completos. Una vez visto y fotografiado lo que me quedó pendiente de la visita de ayer, me voy a buscar un buen restaurante con menú, o que tenga acorde la relación calidad-precio.
Para ello voy bajando hacia el estuario y parándome a admirar algunas de las casas peculiares, que ayer ya me hicieron recordar a Rennes, la ciudad que pude ver hace un montón de años en un viaje en autobús-litera.
Luego fotografío la casa donde nació Ernest Renan. Es una
más de las de entramado, parte de madera y parte pintado. Hay en ella mucha
madera tallada.

Continúo hacia abajo y llego a una casa atípica por el color azul de lo que podría llamarse entramado de la balconada. Se trata de un B & B, una pensión que ofrece alojamiento y desayuno. Por contraste con las marrones y rojizas, me gusta ésta en tonos azules.
Un camino que entra en propiedad privada que, como tiene el portón abierto, me permite ver el interior, me ofrece dos altas plantas que me recuerdan al tajinaste canario.

Por fin llego a la parte exterior. En el último tramo está la librería, Le Bel Aujourd’hui, la misma en que ayer compré las mariposas. Entro y les enseño cómo las llevo bien, con el paquete perfecto que me hicieron, en la mochila. Me dicen donde puedo comer pescado, pero que no será barato. Me informan que los cerdos no los asan todos los días. Hoy no toca. Por eso no los he visto. Sólo los asan los miércoles.
Continúo hacia abajo y llego a una casa atípica por el color azul de lo que podría llamarse entramado de la balconada. Se trata de un B & B, una pensión que ofrece alojamiento y desayuno. Por contraste con las marrones y rojizas, me gusta ésta en tonos azules.
Un camino que entra en propiedad privada que, como tiene el portón abierto, me permite ver el interior, me ofrece dos altas plantas que me recuerdan al tajinaste canario.
Por fin llego a la parte exterior. En el último tramo está la librería, Le Bel Aujourd’hui, la misma en que ayer compré las mariposas. Entro y les enseño cómo las llevo bien, con el paquete perfecto que me hicieron, en la mochila. Me dicen donde puedo comer pescado, pero que no será barato. Me informan que los cerdos no los asan todos los días. Hoy no toca. Por eso no los he visto. Sólo los asan los miércoles.
Hotel de L’Estuaire.
Como ensalada de arroz, jamón asado, que es una loncha no
muy gruesa y que, como está asada, acompaña su jugo, unos champiñones en salsa,
verduritas, unas alubias blancas y guisantes. De postre copa de queso blanco
con fresas y con ¼ de vino blanco en un pichet, pago con Visa 16,80 €. Come a
mi lado un matrimonio italiano. Son moteros, pensionistas y me dan conversación
en castellano. Se interesan por mi viaje y me hacen preguntas.
Les ha gustado mi idea de abrazar a Europa. Me dicen que en Italia están como en España, muy mal, y esperan que la etapa Berlusconi, con el bombardeo mediático de la televisión, esté a punto de finalizar. Hemos pagado y nos levantamos al unísono. Ellos se van hacia sus motos, que tienen aparcadas allí mismo, y yo trato de seguir el estuario, pero la catedral parece que tiene imán, y me dirijo de nuevo hacia allí.
Les ha gustado mi idea de abrazar a Europa. Me dicen que en Italia están como en España, muy mal, y esperan que la etapa Berlusconi, con el bombardeo mediático de la televisión, esté a punto de finalizar. Hemos pagado y nos levantamos al unísono. Ellos se van hacia sus motos, que tienen aparcadas allí mismo, y yo trato de seguir el estuario, pero la catedral parece que tiene imán, y me dirijo de nuevo hacia allí.
Despedida de la catedral y de Tréguier.
Los moteros italianos van a dormir esta noche en el hotel en
que hemos comido. He cagado antes de salir y para las 13:40 horas ya estoy en
marcha.
El río que he pasado para entrar en la ciudad es el Guindy y, bajando, me he encontrado a los padres de Aimar e Itsasne, que viven en Donostia y se les acaba de romper algo de la sillita del niño. Buscan un guarnicionero que les resuelva el problema. Probablemente deban acudir al “cordonnier”, donde se suele encontrar solución a todo. Subo por la otra calle, menos espectacular que por la que he bajado, puesto que veo el pincho del campanario de la catedral. A lo mejor consigo sacar una foto más decente y de conjunto que las que pude lograr ayer y que antes también se me ha resistido. En esta calle ascendente, no se presentan casas típicas como las que he fotografiado al bajar al restaurante donde he comido. Paso por el edificio de La Poste que, siendo muy distinto de los otros, también tiene su encanto.
La catedral se va poniendo más a tiro. Cuando llego a la plaza, por fin, consigo sacar mi mejor foto de la catedral, aunque no puedo evitar los banderines festivos que cruzan el pináculo de la torre campanario. Una torre que parece indicarnos el camino hacia el cielo. Cuando pregunto por dónde debo seguir para ir a Lézardrieux, me dicen que debo ir primero por la dirección Lannion y Perros-Guirec y coger luego la desviación Lézardrieux y Paimpol. Espero no equivocarme y no regresar a las dos ciudades que ya abandoné. Paso por otra iglesia que encuentro ya saliendo de Tréguier. Os he hablado mucho del “Calvaire de la Reparation”, en relación a la reacción que tuvieron los católicos ante la construcción del monumento a Renan. Lo construyeron a la entrada del pueblo, pero no podré ofreceros fotos del mismo hasta el próximo verano, cuando Annick me lleve a verlo. Tendréis que esperar un poco para ver las dimensiones de tal Calvario. Abandono Tréguier.
El río que he pasado para entrar en la ciudad es el Guindy y, bajando, me he encontrado a los padres de Aimar e Itsasne, que viven en Donostia y se les acaba de romper algo de la sillita del niño. Buscan un guarnicionero que les resuelva el problema. Probablemente deban acudir al “cordonnier”, donde se suele encontrar solución a todo. Subo por la otra calle, menos espectacular que por la que he bajado, puesto que veo el pincho del campanario de la catedral. A lo mejor consigo sacar una foto más decente y de conjunto que las que pude lograr ayer y que antes también se me ha resistido. En esta calle ascendente, no se presentan casas típicas como las que he fotografiado al bajar al restaurante donde he comido. Paso por el edificio de La Poste que, siendo muy distinto de los otros, también tiene su encanto.
La catedral se va poniendo más a tiro. Cuando llego a la plaza, por fin, consigo sacar mi mejor foto de la catedral, aunque no puedo evitar los banderines festivos que cruzan el pináculo de la torre campanario. Una torre que parece indicarnos el camino hacia el cielo. Cuando pregunto por dónde debo seguir para ir a Lézardrieux, me dicen que debo ir primero por la dirección Lannion y Perros-Guirec y coger luego la desviación Lézardrieux y Paimpol. Espero no equivocarme y no regresar a las dos ciudades que ya abandoné. Paso por otra iglesia que encuentro ya saliendo de Tréguier. Os he hablado mucho del “Calvaire de la Reparation”, en relación a la reacción que tuvieron los católicos ante la construcción del monumento a Renan. Lo construyeron a la entrada del pueblo, pero no podré ofreceros fotos del mismo hasta el próximo verano, cuando Annick me lleve a verlo. Tendréis que esperar un poco para ver las dimensiones de tal Calvario. Abandono Tréguier.
Minihy-Tréguier. Tour Saint Michel.
Podría haber intentado seguir el GR-34 pero, después de que
ayer me llevara al estuario donde confluyen los ríos La Guindy y La Jaudy, hoy no quiero correr
el mismo riesgo. Tampoco lo quiero hacer por carretera hacia Pleubian, aunque
me dijeron que el punto más alto de esta parte de la costa, Le Sillon de
Talbert, es espectacular, “un gran arenal que se adentra en el mar”, así me lo
describieron. El tramo que me dispongo a recorrer entre Tréguier, Lézardrieux y
Paimpol, va indicando a las claras que estoy haciendo mal mi recorrido por la
costa, todo por el afán de llegar a finalizar el camino en Mont Saint Michel.
Me invita a reflexionar y decidir que acabaré este año en Saint Brieuc, donde
está el último albergue juvenil que visitaré este verano.
Llego a Minihy-Tréguier que es como el Tréguier más antiguo. Allí había una hermosa iglesia, la de Saint Michel, pero lo único que queda de ella es la torre, que se encuentra vacía de contenido. Una mujer ha sacado a pasear a su madre en silla de ruedas y se quita el sombrero porque tiene calor. Se lo quita precisamente cuando más lo necesita para proteger su cabeza de los rayos solares. La mujer busca sombra para tener fresquita a su progenitora y muestra su asombro y se maravilla con mi viaje.
Llego a Minihy-Tréguier que es como el Tréguier más antiguo. Allí había una hermosa iglesia, la de Saint Michel, pero lo único que queda de ella es la torre, que se encuentra vacía de contenido. Una mujer ha sacado a pasear a su madre en silla de ruedas y se quita el sombrero porque tiene calor. Se lo quita precisamente cuando más lo necesita para proteger su cabeza de los rayos solares. La mujer busca sombra para tener fresquita a su progenitora y muestra su asombro y se maravilla con mi viaje.
Me despido de las dos mujeres y sigo camino hacia el
siguiente puente del río que alimenta el estuario que ya he abandonado. Ya de
lejos, lo veo y saco una fotografía. Dos arcos que van de lado a lado de las
riberas, lo sujetan por medio de tirantes.
Cuando estoy pasando el puente, veo el ojo que queda de otro puente que, o se lo llevó la corriente, o fue destruido cuando se construyó este nuevo, más funcional. Más al interior se agolpan, en sus pantalanes, montones de embarcaciones deportivas, la mayoría a vela. Las rampas de acceso a los pantalanes son flexibles y se ajustan a las subidas y bajadas de las mareas. Aquí, me parece, los barcos nunca estarán en dique seco. En el lecho del río, flota la sombra curvada que sostiene el puente por donde paso.
Ya estoy en la carretera que me interesa. No voy a tener nada interesante que destacar en el tramo anterior a la llegada a Lézardrieux. Durante el recorrido pasan varios tractores de labranza, pero se me presentan tan de sopetón que no me da tiempo a sacar foto más que de uno de ellos y lo pillo sólo en su parte trasera. Es un New Holland. Todavía lejos de Lézardrieux, veo unos indicadores, pero en ninguno pone ese nombre, ni el de Paimpol.
Me salgo de la carretera, pues me da la impresión de que me he metido por la ruta equivocada, hacia el Norte, me acerco a donde dos mujeres y un hombre, que están cortando hierba, y acaban de parar para hacer un receso en la dura tarea. Les digo que voy a Paimpol y me aseguran que voy bien por donde voy. Con esa seguridad que me dan ellos con su afirmación, vuelvo a la ruta y pronto compruebo que tenían razón.
Tras otro buen rato por carretera, donde veo señalizaciones de distancia que me parecen incorrectas. (Primero ponía 5 a L y 15 a P y ahora leo 6 a L y 11 a P). Podría decirse que las segundas son más correctas que las primeras pero, con unas o con las otras, llego a Lézardrieux antes de lo previsto. Mas una cosa es el letrero y otra la ciudad. Tardará en aparecer.
En realidad, la ciudad me importa poco. Lo que quiero es pasar el puente sobre La Trieux. En realidad es otro largo entrante de mar, tipo fiordo, como los ya conocidos. Menos mal que aquí hay puentes, no como en Finisterre. Cuando llego al puente, el pueblo finaliza. Se trata de un puente sujeto también por tirantes, pero de una factura más antigua. Me recuerda a alguno de los puentes ingleses. Saco fotos hacia los dos lados del puente, aunque en el izquierdo no hay espacio suficiente para caminar. Aquí hay menos barquitos que en el río Jaudy y también da la sensación de que, siendo más ancho, el calado es menor. Pasado el puente, llego a Kergrist.
Cuando estoy pasando el puente, veo el ojo que queda de otro puente que, o se lo llevó la corriente, o fue destruido cuando se construyó este nuevo, más funcional. Más al interior se agolpan, en sus pantalanes, montones de embarcaciones deportivas, la mayoría a vela. Las rampas de acceso a los pantalanes son flexibles y se ajustan a las subidas y bajadas de las mareas. Aquí, me parece, los barcos nunca estarán en dique seco. En el lecho del río, flota la sombra curvada que sostiene el puente por donde paso.
Ya estoy en la carretera que me interesa. No voy a tener nada interesante que destacar en el tramo anterior a la llegada a Lézardrieux. Durante el recorrido pasan varios tractores de labranza, pero se me presentan tan de sopetón que no me da tiempo a sacar foto más que de uno de ellos y lo pillo sólo en su parte trasera. Es un New Holland. Todavía lejos de Lézardrieux, veo unos indicadores, pero en ninguno pone ese nombre, ni el de Paimpol.
Me salgo de la carretera, pues me da la impresión de que me he metido por la ruta equivocada, hacia el Norte, me acerco a donde dos mujeres y un hombre, que están cortando hierba, y acaban de parar para hacer un receso en la dura tarea. Les digo que voy a Paimpol y me aseguran que voy bien por donde voy. Con esa seguridad que me dan ellos con su afirmación, vuelvo a la ruta y pronto compruebo que tenían razón.
Tras otro buen rato por carretera, donde veo señalizaciones de distancia que me parecen incorrectas. (Primero ponía 5 a L y 15 a P y ahora leo 6 a L y 11 a P). Podría decirse que las segundas son más correctas que las primeras pero, con unas o con las otras, llego a Lézardrieux antes de lo previsto. Mas una cosa es el letrero y otra la ciudad. Tardará en aparecer.
En realidad, la ciudad me importa poco. Lo que quiero es pasar el puente sobre La Trieux. En realidad es otro largo entrante de mar, tipo fiordo, como los ya conocidos. Menos mal que aquí hay puentes, no como en Finisterre. Cuando llego al puente, el pueblo finaliza. Se trata de un puente sujeto también por tirantes, pero de una factura más antigua. Me recuerda a alguno de los puentes ingleses. Saco fotos hacia los dos lados del puente, aunque en el izquierdo no hay espacio suficiente para caminar. Aquí hay menos barquitos que en el río Jaudy y también da la sensación de que, siendo más ancho, el calado es menor. Pasado el puente, llego a Kergrist.
Kergrist. El bastón
misterioso.
En Kergrist hay dos ofertas y elijo la que creo que me va a
llevar más directamente a Paimpol. Probablemente la otra carretera tendrá menos
circulación (luego pasaré por ella en coche con los gendarmes), pero la que
cojo me va a llevar más pronto. Tengo ganas de llegar a la costa del Este,
costa que va a ir descendente hacia Saint Brieuc, hacia el Sur. De esta forma,
van a ser las casas de Plougrescant, las más norteñas de todo el camino que
recorra este año. El próximo verano lo superaré con Normandía, Somme, Pas de
Calais, Nord, Bélgica y Holanda. La carretera no tiene arcén asfaltado, ni
camino al borde, pero los lados están bien segados y la hierba, aunque se hunde
al pisar, no viene mal para cuando algún vehículo se acerca coincidente con
otro que llegue en dirección contraria. Aunque, por lo general, los coches se
apartan cuando me ven. En Kergrist, paro en el bar Fil o Vent para beber un
botellín de sidra. Pago 2,50 €. Escribo y sigo la ruta. El arcén inexistente se
ha convertido en hierba bien cortada, aunque el firme, cuando tengo que pisar
en ella, no es muy firme. Menos mal que mis tobillos no son propensos a las
torceduras. Camino por el borde y sólo piso la hierba cuando vienen muchos
coches seguidos. Al poco de salir de Kergrist, veo tirado sobre la hierba un
bastón. Para cuando voy a hacer amago de cogerlo, ya me he pasado. No se puede
ir a tanta marcha, como llevo ahora, para coordinar acción y pensamiento. El
bastón me parece propio de persona mayor. Creo que tenía la empuñadura negra.
También el taco de goma de apoyo es negro. El palo no recuerdo si era oscuro o
claro. Empiezo a dar vueltas a la noria por el tema del bastón. “¿Y si es de
algún viejecito que ha salido a pasar y se ha caído por el terraplén?”, pues
hay un desnivel entre la carretera y los cultivos que se ven abajo. A lo mejor
hay orden de búsqueda de algún desaparecido. Sigo con mis lucubraciones y
pensando en dar parte del hallazgo del bastón, cuando llegue a Paimpol. No lo
he querido coger, y así es mejor para quien tenga que hacer la investigación,
las huellas dactilares, la posición de caída, la orientación… pueden dar pistas
al forense. Yo me voy haciendo mi propia película. El cadáver puede estar entre
la cuneta y el maizal.
Aflora el criminólogo. Memorizo el lugar en mi cabeza. Sé que, un poco más adelante pasan por debajo de la carretera por la que voy, otra carretera menor y las vías del tren, ambas en trazado paralelo y casi perpendicular a mi trayecto. Cuando llego a la altura de Plounez, saco una foto del pueblo, aunque está muy alejado de la carretera. Para no variar, destaca la iglesia. Una elevación del terreno, me recorta las casas más próximas. Como no tengo mucho en qué entretenerme, recito la poesía de Antonio Machado, dedicada a un olmo, viejo, seco, y hendido por el rayo. Y, luego, la del caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Estoy muy sensible y me emociono con los dos poemas. Este camino mío también es el camino de Machado, aunque en su exilio no llegara tan al Norte.
Aflora el criminólogo. Memorizo el lugar en mi cabeza. Sé que, un poco más adelante pasan por debajo de la carretera por la que voy, otra carretera menor y las vías del tren, ambas en trazado paralelo y casi perpendicular a mi trayecto. Cuando llego a la altura de Plounez, saco una foto del pueblo, aunque está muy alejado de la carretera. Para no variar, destaca la iglesia. Una elevación del terreno, me recorta las casas más próximas. Como no tengo mucho en qué entretenerme, recito la poesía de Antonio Machado, dedicada a un olmo, viejo, seco, y hendido por el rayo. Y, luego, la del caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Estoy muy sensible y me emociono con los dos poemas. Este camino mío también es el camino de Machado, aunque en su exilio no llegara tan al Norte.
Paimpol.
Entrando ya en Paimpol, veo una matrícula CJ-888-?? pero no
consigo ver las otras dos letras. Creo que ya estará terminando la CJ, pero me enteraré, unos años
después, que las dos letras finales son las que indican la finalización y no el
número. Pasa otro coche, con el que me ocurre lo mismo pero, un tren hace
maniobras y retiene la circulación de carretera. Alcanzo al coche y leo
CJ-866-JX y lo único que se me ocurre, está relacionado con mi viaje: Camino de
Javier y Joseba Xabier, que es mi nombre en euskera.
La Gendarmería francesa.
En busca del bastón.
En busca del bastón.
Me acerco a la oficina de Turismo, donde me ponen el sello
en mi diario y me dan mapa para moverme por la zona. La chica que me atiende no sabe castellano y me remite a su
compañero que ahora está ocupado informando a otros. Me atenderá cuando termine
con ellos. Cuando llega mi turno, le explico lo del bastón encontrado y cree
que puede ser interesante ponerlo en conocimiento de la Gendarmerie.
Él mismo llama y se pone alguien que habla castellano. Paso al espacio de los que atienden al público y hablo con él. Su castellano no es de alto nivel, pero nos entendemos. Me pregunta si estoy en disposición de acompañarles al lugar donde he encontrado el bastón. Una vez dados los primeros pasos para esclarecer los hechos, creo que no me puedo negar y confirmo mi colaboración. Lo único que les pido es que luego me retornen a Paimpol. Me dicen que les espere en el exterior de la oficina y es así como salgo a la carretera más próxima. Espero atento a los coches que vienen y, después de un cuarto de hora, que se me hace eterno, aparece el coche con sus rayas rojas y blancas, y los dos gendarmes con su camisa azul. Monto detrás. Nos dirigimos hacia Kergrist, que es donde está el bastón. Pero cuando salimos de Paimpol y llevamos ya un rato avanzando, me doy cuenta de que la carretera por la que vamos no es la que yo he traído, sino la otra. Ya no tenemos forma de enmendarlo y llegamos al lugar en que la carretera va paralela a las vías del ferrocarril. Por la que yo he caminado va por arriba y el maizal queda a nuestra altura, hacia la derecha. Una alternativa sería la de trepar por la rampa hacia la carretera superior, ya que el bastón está en ese primer tramo, pero ellos dicen que es mejor que cojamos dicha carretera cogiéndola en Kergrist. Así lo hacemos, pero ahora vamos por el carril contrario al que yo he ido andando y el bastón queda al otro lado, en lo que podríamos llamar arcén de hierba cortada. El gendarme de color, ha visto algo y paran el coche en el arcén de hierba. No puede ser el bastón, ya que este no es el lugar. Tras comprobar lo que fuera, vuelve a montar. El que habla castellano y que me parece marroquí o argelino, es el que conduce. Ahora avanzamos hacia Plounez y, en la primera rotonda, nos metemos por la carretera correcta. Cuando llegamos a la altura del maizal el conductor va a demasiada velocidad, pero a pesar de que se lo pido, no reduce la marcha. Me enfado. Me doy cuenta de que no tienen ninguna intención de encontrar el bastón. Me dicen que ellos no pueden parar allí, más que en caso de que fuera necesario. A mí me parece que este sería uno de esos casos. Parece que no. La razón no cuela, pues antes ya lo han hecho, aunque la razón no la he sabido. Saco la impresión de que ha sido como un juego, como si los gendarmes hubieran querido jugar conmigo y sólo les interesara cerciorarse de que yo no me desdigo y permanezco fiel al lugar. Me ha parecido todo una tomadura de pelo. Me dicen que si recibieran alguna llamada de advertencia diciendo que alguien hubiera desaparecido, ya saben dónde pueden encontrar el bastón que les puede dar alguna pista. Hasta la fecha, nadie ha denunciado la desaparición de nadie en la zona. Damos alguna vuelta más. Volvemos a ir a la carretera de abajo y tanto el acceso por allí, como por el maizal, se ve difícil, así que retornamos a Paimpol. Al menos no me han dejado tirado en Kergrist. No sé si tomarlo como juego, o considerar la ineficacia de estos gendarmes galos. Al menos ya tienen datos para encontrar el bastón si lo desean. Me vuelven a dejar en el lugar en que me han cogido antes en el coche.
Creo que he hecho lo que debía hacer como ciudadano y es algo que me confirma el empleado de la oficina de Turismo cuando le cuento cómo se ha desarrollado todo y la impresión que he sacado. Pensando más tarde y buscando lógica a lo ocurrido con los gendarmes, puede ser que me hayan estado poniendo a prueba y tras mi persistencia en la indicación del lugar donde estaba el bastón, han podido comprender que no me estaba inventando nada. Podría ser que, después de dejarme, se hayan vuelto a investigar al lugar.
Y ahora sin tenerme a mí como testigo. Lo mejor de este rato con los gendarmes ha sido que, después de decirles que vengo andando desde el País Vasco, me han dicho que puedo dormir como peregrino en la Abbaye de Beauport, en el barrio de Kérity.
Él mismo llama y se pone alguien que habla castellano. Paso al espacio de los que atienden al público y hablo con él. Su castellano no es de alto nivel, pero nos entendemos. Me pregunta si estoy en disposición de acompañarles al lugar donde he encontrado el bastón. Una vez dados los primeros pasos para esclarecer los hechos, creo que no me puedo negar y confirmo mi colaboración. Lo único que les pido es que luego me retornen a Paimpol. Me dicen que les espere en el exterior de la oficina y es así como salgo a la carretera más próxima. Espero atento a los coches que vienen y, después de un cuarto de hora, que se me hace eterno, aparece el coche con sus rayas rojas y blancas, y los dos gendarmes con su camisa azul. Monto detrás. Nos dirigimos hacia Kergrist, que es donde está el bastón. Pero cuando salimos de Paimpol y llevamos ya un rato avanzando, me doy cuenta de que la carretera por la que vamos no es la que yo he traído, sino la otra. Ya no tenemos forma de enmendarlo y llegamos al lugar en que la carretera va paralela a las vías del ferrocarril. Por la que yo he caminado va por arriba y el maizal queda a nuestra altura, hacia la derecha. Una alternativa sería la de trepar por la rampa hacia la carretera superior, ya que el bastón está en ese primer tramo, pero ellos dicen que es mejor que cojamos dicha carretera cogiéndola en Kergrist. Así lo hacemos, pero ahora vamos por el carril contrario al que yo he ido andando y el bastón queda al otro lado, en lo que podríamos llamar arcén de hierba cortada. El gendarme de color, ha visto algo y paran el coche en el arcén de hierba. No puede ser el bastón, ya que este no es el lugar. Tras comprobar lo que fuera, vuelve a montar. El que habla castellano y que me parece marroquí o argelino, es el que conduce. Ahora avanzamos hacia Plounez y, en la primera rotonda, nos metemos por la carretera correcta. Cuando llegamos a la altura del maizal el conductor va a demasiada velocidad, pero a pesar de que se lo pido, no reduce la marcha. Me enfado. Me doy cuenta de que no tienen ninguna intención de encontrar el bastón. Me dicen que ellos no pueden parar allí, más que en caso de que fuera necesario. A mí me parece que este sería uno de esos casos. Parece que no. La razón no cuela, pues antes ya lo han hecho, aunque la razón no la he sabido. Saco la impresión de que ha sido como un juego, como si los gendarmes hubieran querido jugar conmigo y sólo les interesara cerciorarse de que yo no me desdigo y permanezco fiel al lugar. Me ha parecido todo una tomadura de pelo. Me dicen que si recibieran alguna llamada de advertencia diciendo que alguien hubiera desaparecido, ya saben dónde pueden encontrar el bastón que les puede dar alguna pista. Hasta la fecha, nadie ha denunciado la desaparición de nadie en la zona. Damos alguna vuelta más. Volvemos a ir a la carretera de abajo y tanto el acceso por allí, como por el maizal, se ve difícil, así que retornamos a Paimpol. Al menos no me han dejado tirado en Kergrist. No sé si tomarlo como juego, o considerar la ineficacia de estos gendarmes galos. Al menos ya tienen datos para encontrar el bastón si lo desean. Me vuelven a dejar en el lugar en que me han cogido antes en el coche.
Creo que he hecho lo que debía hacer como ciudadano y es algo que me confirma el empleado de la oficina de Turismo cuando le cuento cómo se ha desarrollado todo y la impresión que he sacado. Pensando más tarde y buscando lógica a lo ocurrido con los gendarmes, puede ser que me hayan estado poniendo a prueba y tras mi persistencia en la indicación del lugar donde estaba el bastón, han podido comprender que no me estaba inventando nada. Podría ser que, después de dejarme, se hayan vuelto a investigar al lugar.
Y ahora sin tenerme a mí como testigo. Lo mejor de este rato con los gendarmes ha sido que, después de decirles que vengo andando desde el País Vasco, me han dicho que puedo dormir como peregrino en la Abbaye de Beauport, en el barrio de Kérity.
Paimpol, segunda
visita.
Terminado el show con los gendarmes y dadas las explicaciones
en Turismo, donde me han dado un mapa para moverme por Paimpol, por un lado, y
por otro de la costa, hasta Bréhec, que visitaré mañana, me dedico a ver algo
de la ciudad. Me gusta lo bien que han aprovechado una esquina para hacer una
casa evitándola, con un amplio chaflán. Se trata de una relojería y joyería,
que culmina en pináculo. Es alta, tanto en su planta baja, como en sus dos
pisos, y acaba en buhardilla aunque, esta última, me da la impresión de que no
está habitada y sólo sirve de trastero.
Aquí, al igual que la torre de Saint Michel en Minihy-Tréguier, aquí también tienen otra a la que no acompaña iglesia alguna. Esta torre de iglesia, con su campanario, se ha quedado reducida a lugar de paso, como si fuera un arco del triunfo o, más bien, un arco de derrota. Algunas casas muestran las fachadas propias del lugar, como en Tréguier, pero la cantidad es mínima. En la confluencia entre la calle de San Vicente y la Plaza de la República, veo una casa de piedra interesante. En la esquina tiene una torre cilíndrica que culmina en un tejado cónico que me recuerda a algún gorro o cucurucho de bruja pirulí.
Antes de ir hacia el puerto, paso de nuevo por la oficina de turismo y saco una foto. Me acerco al puerto, donde veo muchas embarcaciones de recreo, la mayoría veleros con altos mástiles. Saco una foto del puerto y doy una vuelta por la dársena.

Nueva foto de la ciudad desde el fondo de los muelles, y me voy en busca de la abadía anunciada como posible refugio por los gendarmes.
Aquí, al igual que la torre de Saint Michel en Minihy-Tréguier, aquí también tienen otra a la que no acompaña iglesia alguna. Esta torre de iglesia, con su campanario, se ha quedado reducida a lugar de paso, como si fuera un arco del triunfo o, más bien, un arco de derrota. Algunas casas muestran las fachadas propias del lugar, como en Tréguier, pero la cantidad es mínima. En la confluencia entre la calle de San Vicente y la Plaza de la República, veo una casa de piedra interesante. En la esquina tiene una torre cilíndrica que culmina en un tejado cónico que me recuerda a algún gorro o cucurucho de bruja pirulí.
Antes de ir hacia el puerto, paso de nuevo por la oficina de turismo y saco una foto. Me acerco al puerto, donde veo muchas embarcaciones de recreo, la mayoría veleros con altos mástiles. Saco una foto del puerto y doy una vuelta por la dársena.
Nueva foto de la ciudad desde el fondo de los muelles, y me voy en busca de la abadía anunciada como posible refugio por los gendarmes.
Continúo caminando por la ciudad y me dirijo hacia el
Sudeste. A la altura de la baie de Poulafret, encuentro una playa artificial,
que ofrece circuitos bonitos para caminar y para andar en bicicleta. Aunque el
lugar es atractivo, no me puedo entretener e ir por allí, ya que el tiempo
perdido con los gendarmes no lo voy a poder recuperar. Además esa playa recibe
el agua del mar por algún sitio y no quiero avanzar por la zona para luego
tener que retroceder a esta playa que abandono ahora.
Entro en el barrio de Kérity, nombre que me quiere sonar a Caridad, y veo un posible lugar para la cena. Por fin llego a la abadía. Me gustaría experimentar aquí algo nuevo, contrastar con otros viajeros, aunque sean peregrinos. Pero, cuando llego, la recepción ya está cerrada.
Pregunto a tres personas, que sólo son visitantes, y no me saben responder. Una familia con dos niñas, me remite a otra con un libro y esta me da un teléfono. Le digo que no tengo móvil. Consigo entrar en las dependencias privadas, pero allí nadie respira. Voy estudiando el lugar y veo una mesa que bien podría convertirse en mi cama para esta noche.
La parte interior rehabilitada de la abadía está puesta como sala de exposiciones. Veo llegar a un hombre del lugar que entrena corriendo y me dice que aquí no se puede dormir. Parece como si dijera, “aquí sólo duermo yo”. Yo he visto los baños y duchas para ¿los peregrinos? Pero la respuesta del hombre es contundente, no me da opción y acaba despidiéndome en inglés, algo más distanciador todavía que el “desolé” habitual de los galos.
Abandono la abadía tras sacar algunas fotos. La primera con el edificio rehabilitado, donde se ve algo de lo que queda de lo que fuera abadía en algún tiempo inmemorial. Otra foto la hago de su fachada lateral, que da idea de sus dimensiones. Otra de una fachada con tres esbeltos arcos de estilo gótico, con un acceso que da la impresión de ser la cripta, con arco románico, pero a donde no puedo entrar para cerciorarme de que lo que digo es cierto. No tengo a nadie a quien preguntar. El interior rehabilitado, sólo lo puedo fotografiar desde una ventana y los reflejos no dejan ver bien si es el accueill, el lugar de venta de entradas para la visita, sala de exposiciones o todo a la vez.
Entro en el barrio de Kérity, nombre que me quiere sonar a Caridad, y veo un posible lugar para la cena. Por fin llego a la abadía. Me gustaría experimentar aquí algo nuevo, contrastar con otros viajeros, aunque sean peregrinos. Pero, cuando llego, la recepción ya está cerrada.
Pregunto a tres personas, que sólo son visitantes, y no me saben responder. Una familia con dos niñas, me remite a otra con un libro y esta me da un teléfono. Le digo que no tengo móvil. Consigo entrar en las dependencias privadas, pero allí nadie respira. Voy estudiando el lugar y veo una mesa que bien podría convertirse en mi cama para esta noche.
La parte interior rehabilitada de la abadía está puesta como sala de exposiciones. Veo llegar a un hombre del lugar que entrena corriendo y me dice que aquí no se puede dormir. Parece como si dijera, “aquí sólo duermo yo”. Yo he visto los baños y duchas para ¿los peregrinos? Pero la respuesta del hombre es contundente, no me da opción y acaba despidiéndome en inglés, algo más distanciador todavía que el “desolé” habitual de los galos.
Abandono la abadía tras sacar algunas fotos. La primera con el edificio rehabilitado, donde se ve algo de lo que queda de lo que fuera abadía en algún tiempo inmemorial. Otra foto la hago de su fachada lateral, que da idea de sus dimensiones. Otra de una fachada con tres esbeltos arcos de estilo gótico, con un acceso que da la impresión de ser la cripta, con arco románico, pero a donde no puedo entrar para cerciorarme de que lo que digo es cierto. No tengo a nadie a quien preguntar. El interior rehabilitado, sólo lo puedo fotografiar desde una ventana y los reflejos no dejan ver bien si es el accueill, el lugar de venta de entradas para la visita, sala de exposiciones o todo a la vez.
Creperie de la Abbaye.
Regreso al lugar que he elegido para la cena al llegar. Lo
que más me apetece de lo que ofrecen es la lasaña de buey, pero me dicen que
era plato del menú de mediodía, y que ya no les queda. Por tanto me voy a la Creperie de la Abbaye. Como sopa de pescado,
la más barata de todo el circuito y no la peor y le digo a la que me lo ha
servido que es la mejor sopa que he comido en relación calidad-precio. Aunque
he pedido el filete “bleu”, me lo han sacado demasiado seco. Lo acompañan
muchas patatas fritas que no puedo terminar. La lechuga y tomate es escasa y
embadurno la ensalada con una salsa extraña en la que también he untado las
“frites”, las patatas fritas. Con un “pichet”, jarrita, de ¼ litro de “rouge”,
tinto, me sube la cuenta a 20,50 € que pago con Visa. Algo que, después de
tantos días viviendo en Francia, ya no me parece ni caro. Cojo el diario y
aprovecho para hacer mis cuentas, ya que con este último pago, ya he completado
la página. Los pagos son, en metálico: 545,81, con Visa: 1.987,15 y un total de
2.532,96 €. Me cuadra al céntimo. ¡Qué buen contable soy! Pero prefiero
decir: ¡Qué buen caminante! Y me gustaría añadir: “Y mejor persona”. Digo a la
camarera que voy a dormir a “la
Belle etoile”, bajo las estrellas y hago un panegírico,
idealizado, de las dos últimas noches.
Durmiendo en la Abadía de Beauport.
Regreso a la abadía, que está muy cerca de donde he cenado,
y desde la mesa que había elegido para dormir, compruebo que se oye demasiado
el ruido de los coches que pasan por la carretera. Busco otro sitio más alejado
y que está en el otro lado del camino que va aledaño a la abadía. El sitio
elegido es tranquilo, aunque paseen algunas personas por él y que, si quieren, me
pueden ver. Mientras no me molesten, no me importa. Donde estoy, no es lugar de
paso. Lo malo es que, cuando alguien pasa por el camino, una luz se enciende y lo ilumina.
No habrá problema pues, una vez que han pasado los últimos, ya no se volverá a
encender en toda la noche.
Balance de mi jornada
63.
Nueva visita a Tréguier. A vueltas con el bastón y los
gendarmes y encuentros puntuales. Bien atendido por el joven de Turismo que se
ha identificado con mi inquietud de buen ciudadano. Dormida en la abadía de
Beauport. Lo mejor ha sido la decisión de que el camino está a punto de
finalizar.
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