Amanecer en recinto privado de Santec.
Hoy la etapa va a ser
corta. No estoy lejos de Roscoff y de la isla de Batz. Creo que la
complementaré con lo que camine por la isla. Me despierto a las 6:15
horas. Me levanto e intento una deposición en el retrete, pero no va
a ser posible. Sin éxito, retorno al lugar donde he dormido y me
afeito.
Tomo la pastilla, recojo todo y para las seis y media ya estoy en marcha. Pongo donde estaba la esterilla de la ducha, que usé para hacer más mullida la mía. No tengo ninguna dificultad para quitar y poner el cierre tal como me enseñó ayer René. Saco foto del mobil-home, donde duermen René y su mujer, y del edificio bajo que me ha servido a mí de dormitorio.
Como está el día oscuro, decido continuar por carretera, por temor a no ver bien las señales del camino GR-34. Un señor madrugador, que ha salido a pasear a su perro, me confirma que la dirección que llevo es la correcta. Paso por una construcción nueva que, al ser de madera, tiene la misma estructura que una mobil-home, aunque esta es más completa y con varias alas.
A estas horas, la carretera tiene muy poca circulación. Llego a la iglesia, saco foto y, como ya está aclarando, sigo las señales del camino para bicicletas. Me indican 3,7 Km a Roscoff. Saliendo ya de Santec, indica 3,1 kilómetros.
Tomo la pastilla, recojo todo y para las seis y media ya estoy en marcha. Pongo donde estaba la esterilla de la ducha, que usé para hacer más mullida la mía. No tengo ninguna dificultad para quitar y poner el cierre tal como me enseñó ayer René. Saco foto del mobil-home, donde duermen René y su mujer, y del edificio bajo que me ha servido a mí de dormitorio.
Como está el día oscuro, decido continuar por carretera, por temor a no ver bien las señales del camino GR-34. Un señor madrugador, que ha salido a pasear a su perro, me confirma que la dirección que llevo es la correcta. Paso por una construcción nueva que, al ser de madera, tiene la misma estructura que una mobil-home, aunque esta es más completa y con varias alas.
A estas horas, la carretera tiene muy poca circulación. Llego a la iglesia, saco foto y, como ya está aclarando, sigo las señales del camino para bicicletas. Me indican 3,7 Km a Roscoff. Saliendo ya de Santec, indica 3,1 kilómetros.
De Santec a Roscoff.
Suenan las siete
campanadas en el reloj de la iglesia de Santec y, como ya va siendo habitual, las
vuelve a repetir al poco tiempo. Esto ayuda a saber la hora a los que
les pilló descuidados al sonar la primera vez y ahora, como si fuera
un eco, las puede contar desde el principio. Saliendo de Santec ha
empezado a llover y, entre que saco la visera de la mochilita, me la
pongo y cierro la cremallera, ya ha parado.
Es otra manifestación más de lo que yo llamo rara lluvia bretona. Al pasar por una playa, saco foto con una finalidad, mostrar al fondo la isla de Batz. Por el centro, algo escorado a la izquierda, en la parte más occidental de la isla se ve, en la neblina matutina, lo más característico de ella, su alto faro al que subiré más tarde.
Otra foto, al margen de la costa, muestra mi acercamiento a Roscoff. Acelero para tratar de llegar al barco de las ocho, pero tengo pocas posibilidades de conseguirlo, pues voy muy pelado de tiempo. A las 7:30 horas, ya estoy entrando en la ciudad, pero aún queda un rato para llegar al núcleo poblacional y más para llegar al puerto de embarque.
Es otra manifestación más de lo que yo llamo rara lluvia bretona. Al pasar por una playa, saco foto con una finalidad, mostrar al fondo la isla de Batz. Por el centro, algo escorado a la izquierda, en la parte más occidental de la isla se ve, en la neblina matutina, lo más característico de ella, su alto faro al que subiré más tarde.
Otra foto, al margen de la costa, muestra mi acercamiento a Roscoff. Acelero para tratar de llegar al barco de las ocho, pero tengo pocas posibilidades de conseguirlo, pues voy muy pelado de tiempo. A las 7:30 horas, ya estoy entrando en la ciudad, pero aún queda un rato para llegar al núcleo poblacional y más para llegar al puerto de embarque.
Roscoff.
Paso por un edificio
singular que me gusta, pero a pesar de mis prisas, me demoro para
enterarme de qué se trata. Es el Centro de Readaptación Alimentaria
para Adolescentes. Lo traduzco como un lugar donde se trata a los
jóvenes que sufren bulimia, anorexia y otros trastornos de la
alimentación.
Me está gustando lo que estoy viendo de Roscoff. De nuevo en la costa, saco foto de una playita y compruebo que todavía me queda un buen tramo por recorrer hasta llegar a buen puerto. Lo que me gusta de esta foto es que se aprecia bien que entre Roscoff e Île de Batz hay poca distancia en marea alta, como ocurre ahora.
Con marea baja, la distancia es mucho menor. Alguien me dirá que, cogiendo buen camino, se puede ir andando y, ya en el barco, veré una foto ilustrativa de esa posibilidad. Faltando unos minutos para las ocho, aún estoy lejos. Saco foto a un edificio con torre circular y tejado de cucurucho, que me gusta y me hace entender la indicación en mi mapa de “Petite cité de caractère de Bretagne”.
El puerto sigue sin aparecer. Veo panadería con café, pero no es el momento mejor para desayunar. Tomo nota del lugar para el caso en que pierda el barco. Faltan dos minutos cuando paso por la iglesia y, cuando salgo de la plaza, ya empiezan a sonar las ocho campanadas y aparece el puerto. No sé hacia dónde tirar. Un hombre me dice dónde está la Vedette y que todavía está atracada.
Me señala el lugar de embarque. Tengo que retroceder, pues iba en dirección contraria. Hay fuera unos hombres esperando y les pregunto cuándo sale. “De suite”, a continuación, y arranca motores, me monto y nos vamos.
Me está gustando lo que estoy viendo de Roscoff. De nuevo en la costa, saco foto de una playita y compruebo que todavía me queda un buen tramo por recorrer hasta llegar a buen puerto. Lo que me gusta de esta foto es que se aprecia bien que entre Roscoff e Île de Batz hay poca distancia en marea alta, como ocurre ahora.
Con marea baja, la distancia es mucho menor. Alguien me dirá que, cogiendo buen camino, se puede ir andando y, ya en el barco, veré una foto ilustrativa de esa posibilidad. Faltando unos minutos para las ocho, aún estoy lejos. Saco foto a un edificio con torre circular y tejado de cucurucho, que me gusta y me hace entender la indicación en mi mapa de “Petite cité de caractère de Bretagne”.
El puerto sigue sin aparecer. Veo panadería con café, pero no es el momento mejor para desayunar. Tomo nota del lugar para el caso en que pierda el barco. Faltan dos minutos cuando paso por la iglesia y, cuando salgo de la plaza, ya empiezan a sonar las ocho campanadas y aparece el puerto. No sé hacia dónde tirar. Un hombre me dice dónde está la Vedette y que todavía está atracada.
Me señala el lugar de embarque. Tengo que retroceder, pues iba en dirección contraria. Hay fuera unos hombres esperando y les pregunto cuándo sale. “De suite”, a continuación, y arranca motores, me monto y nos vamos.
La Vedette.
El billete se saca
dentro de la Vedette. La ida cuesta 5 €, pero sacando ida y vuelta,
pues le digo que volveré mañana, son 8 €. Me ahorro dos.

El cobrador me ha dicho que no hay reducción para jubilados. Yo, por si acaso, he preguntado. También me da la buena noticia de que hay plazas libres en el albergue juvenil. Además del piloto y el cobrador, que se ha encargado de desamarrar y amarrará la embarcación a la llegada, vamos media docena de personas. Me ha venido bien que se retrasaran cinco minutos en la salida.
Voy sacando fotos. Una alejándonos de Roscoff, donde se ve una construcción que, en algún tiempo, permitía el paso a la isla, sin necesidad de hacerlo por barco. Era inundable, llegaba a un islote y hoy no es operativo. A mitad de recorrido saco foto de unos islotes que pasamos bastante alejados. La tercera y última es ya de acercamiento a Île de Batz. En las tres se ve el oleaje que va producciendo La Vedette.

El cobrador me ha dicho que no hay reducción para jubilados. Yo, por si acaso, he preguntado. También me da la buena noticia de que hay plazas libres en el albergue juvenil. Además del piloto y el cobrador, que se ha encargado de desamarrar y amarrará la embarcación a la llegada, vamos media docena de personas. Me ha venido bien que se retrasaran cinco minutos en la salida.
Voy sacando fotos. Una alejándonos de Roscoff, donde se ve una construcción que, en algún tiempo, permitía el paso a la isla, sin necesidad de hacerlo por barco. Era inundable, llegaba a un islote y hoy no es operativo. A mitad de recorrido saco foto de unos islotes que pasamos bastante alejados. La tercera y última es ya de acercamiento a Île de Batz. En las tres se ve el oleaje que va producciendo La Vedette.
Île de Batz.
No hemos tardado ni quince minutos en llegar a la isla. A ver si mañana, de regreso, lo controlo mejor. El cobrador me dice que el albergue está bien indicado en los paneles y me enfila hacia la dirección inicial correcta. Saco foto del puerto con la embarcación que nos ha traído y que flota en el agua amarrada al muelle de desembarque. Será de embarque para los que van a Roscoff.
Cuando baje más tarde, el agua se habrá esfumado. Enseguida veo un lugar en que pone signo de alimentación y alternativas para el desayuno, pero ahora prefiero concretar el albergue para la noche y dejar el equipaje.
Saco foto del núcleo de población, donde destaca la iglesia, pues el faro se encuentra oculto tras el caserío.
Auberge de Jeneusse. Île de Batz.
Subiendo por
callejuelas, llego al lugar. El edificio y su gente están
despertando. Me atiende Sylvie, la recepcionista. Me asegura cama y
desayuno y me invita a desayunar gratis el de hoy. Lo peor es que no
me puede cobrar con Visa. Menos mal que no tengo problema monetario:
17,33 € es lo que pago. A la vez que yo, desayunan dos abuelos con
su nieta. Luego aparece una madre blanca con su hija negra. No sé si
biológica o adoptada, pues tampoco voy a tener oportunidad de
conocer al padre de la criatura, aunque sabré que, biológico o adoptivo, existe. Como tres hermosas rebanadas de pan con mantequilla y mermelada y un café con leche,
con poco café y mucha leche. Hablamos de mi viaje y de alguna de las
últimas experiencias para dormir. Tras el desayuno, me enseña las
dependencias del albergue y mi cama asignada. Me da una sábana, tan
rara como la lluvia bretona, que no sabré usar adecuadamente. La
habitación es para cuatro pero, de momento, estoy solo. Me instalo y
lavo camiseta amarilla y calzoncillo. Los escurro todo lo que puedo y
lo cuelgo en lo que hace las veces de armario y que no es más que un
hueco con una barra, de donde cuelgan las perchas. También cuelgo el
jersey negro para que se estire y airee. El pobre está como
apelmazado de tanto ir estrujado en la mochila. Para estas alturas
del camino, el pantalón beige ya se me cae, en parte, porque ha
cedido y, en parte, porque he adelgazado sensiblemente. Me ducho con
la misma pastilla de jabón que he usado para lavar la ropa y que he
encontrado en el lavabo. Debo conservar el jabón propio para cuando
no haya. Me seco, cuelgo la toalla para que se seque y hago la cama
poniendo la manta menos pesada. Me voy a escribir y cuando estoy
escribiendo en la mesa de la cocina aparece una joven que llegó
ayer. También aparece la madre de la niña negra, que va a ducharse
aprovechando que su hija está entretenida con otros niños que han
llegado con una amiga. Me invita a comer de picnic con ellas, pero le
agradezco y digo que no sé lo que voy a tardar en escribir el
diario. Más tarde llegan a comer los abuelos y la nieta y sobre las
12:15 horas, las dos mujeres con los cinco niños. Todas son niñas y
de la misma edad, el único varón es el pequeño, al que todavía le
tienen que dar de comer. No tiene edad para comer solo. Me invitan a
un vaso de sidra que acepto. Me resulta igual de dulce que las que he ido
conociendo y catando en el viaje, pero ésta me parece que tiene más
burbuja. Son las 12:50 horas cuando bajo a comer al pueblo.
Creperie du Port.
Salgo con sol, pero el
cielo se va cubriendo. Al llegar al puerto saco una foto similar a la
de la llegada. El barco no está ni podría estar, ya que el agua ha
desaparecido. El resto de las embarcaciones descansan con la quilla
en el lodo. ¿Dónde estará atracando ahora la Vedette?, ¿o con la
marea baja se suspende el paso? Como la lluvia arrecia y no quiero
mojarme, entro en la crepería. Lo hago por el bar y un empleado me
dice que debo subir a la terraza. El comedor está lleno y una pareja
ya está esperando. Me debo poner a la cola. Me dicen que debo
esperar unos 45 minutos y me quedo. La alternativa supone salir al
gran chaparrón que ahora está cayendo. La pareja que va delante de
mí, se ha parapetado bajo los parasoles, pero es tal la cantidad de
agua que cae, que su mochila se empieza a empapar y deciden
refugiarse dentro. Por fin escampa y la pareja se va. Mejor para mí.
Ahora soy el primero. Me ofrecen una mesa redonda que está entre la
cocina y la puerta de entrada, que es donde cobran la cuenta. No
tengo inconveniente y la acepto. Me da lo mismo, mientras me den de
comer. Vuelve a caer otro chaparrón, más fuerte que el primero, y
la lluvia inunda de agua las mesas de la terraza y los cuencos de las
sillas. Esto va a servir de juego creativo para unos niños que han
comido en la crepería y que ahora se entretienen en vaciar el agua
acumulada en las sillas. Mientras sus padres toman el café, no ven
cómo sus hijos derraman el agua en cascada. Resulta bonito ver este
entretenido juego. Esta lluvia torrencial me hace recordar la tarde
en que entré en Finisterre por Le Pouldu, en el barco caía agua a
mares. Alguna gente que viene a comer, llega con los pantalones
empapados en sus perneras. A unas mujeres que vienen con pantalones
blancos se les transparentan las piernas y hasta las bragas que, se
supone, también las traen mojadas. Me fijo, sobre todo, en una que
entra y sale, entra y sale y, finalmente, no sé si se ha quedado o
se ha ido. Con la sopa de pescado, hoy no me traen la salsa picante
que la suele acompañar. El queso rallado me lo como al principio, pues
no me gusta el sabor y la textura que da a la sopa, la cual me la
como a gusto con los panes tostados, aunque no es especialmente
exquisita. Tiene cierto sabor a hierbas aromáticas. El vino, se deja
beber y, lo mejor la carne, que la como a gusto, y eso que me había
atiborrado a patatas fritas. Había pensado comer de postre una crepe
de banana y chocolate pero, sabiendo lo que me iba a subir la cuenta,
desisto y pago 24,50 € con Visa. Son las 14:30 horas y todavía
siguen admitiendo clientes. Me parece algo atípico. Como tienen
mesas libres no quieren desperdiciar la ocasión de engrosar sus
arcas. Me sorprende, ya que antes ya han rechazado a otros clientes y
también había sitio. Durante mi comida, he tenido a un niño
dormido detrás a mi derecha.
El niño se ha despertado empapado en sudor. La camarera pregunta y le digo que el niño es mío. No se lo cree. Llega su madre, le quita la chaquetita empapada y se lo lleva al comedor. También la camarera se queja de calor. ¡Qué no tendría que decir la pobre mujer que está haciendo las crepes, arrimada a la caliente plancha donde los hace! Salgo de la crepería y pronto empieza a llover de nuevo, aunque sin tanto furor como antes.
El niño se ha despertado empapado en sudor. La camarera pregunta y le digo que el niño es mío. No se lo cree. Llega su madre, le quita la chaquetita empapada y se lo lleva al comedor. También la camarera se queja de calor. ¡Qué no tendría que decir la pobre mujer que está haciendo las crepes, arrimada a la caliente plancha donde los hace! Salgo de la crepería y pronto empieza a llover de nuevo, aunque sin tanto furor como antes.
Paso por cerca de la
iglesia y la fotografío. Está cerrada y no se puede visitar. La
lluvia no es molesta, pero de nuevo me protejo bajo el dintel de una
puerta cerrada. Unos ciclistas se guarecen sólo contra la pared de
la misma casa. Les basta con eso, puesto que la fachada les defiende
del viento racheado de poniente. Tras otro rato sin lluvia, me voy
hacia la zona de Pors an eog. Allí también las pequeñas
embarcaciones están con la panza escorada en el lodo, echando la
siesta, pero a una grande la tienen vertical, le han puesto calzas.
Me encamino hacia la zona de Kerabandu y llego a otra de las playas, esta ya del noroeste, se trata de Pors ar Raouenn. La playa no ofrece más peculiaridad que, al estar la marea tan baja, no sólo han aflorado más las islas, sino que se han ido uniendo entre sí por el lodo que las circunda.
Pero lo que sí me llama la atención es que, sobre el pretil y bajo un gran arbusto, casi arbóreo, bajo el cual hay un banco, se han refugiado unas personas, quizás con intención de merendar, ahora que ha escampado. Retrocedo hacia Pors Reter, de nuevo en el sur. Allí se ofrecen diques en distintas posiciones, que producen ensenadas variopintas y que no sabré cómo se llenan cuando sube la marea.
Sobre uno de ellos se ve un edificio que parece construido, tambaleante, sobre uno de los diques. En el espacio anexo, ¿podríamos hablar de playa? Se ofrecen más embarcaciones pequeñas descansando en el fondo fangoso, también algún velero de mayor calado.
Otros barcos pesqueros se apoyan en el malecón.

A pesar de la lluvia, o gracias a ella, los arriates florales se ofrecen en toda su belleza.
En la casa de la familia Chépout, una bonita talla, hecha con material muy sencillo, decora la puerta de entrada. El tallista ha perfilado la madera y como si fuera en huecograbado, ha sacado a flote cuatro embarcaciones, dos a vela, y a sentado en el malecón del puerto a un pescador con su caña y aparejo. ¿No pesca nada o se dedica a perder el tiempo? Parece el abuelo de los Chépout. Pero me doy cuenta que he retrocedido y no he logrado ver por dónde puedo ir a visitar el faro, lo más destacado de la isla. Para ello, vuelvo a ascender desde el paseo marítimo que, prácticamente, lo he recorrido todo, desde el puerto de desembarque de esta mañana.
Me encamino hacia la zona de Kerabandu y llego a otra de las playas, esta ya del noroeste, se trata de Pors ar Raouenn. La playa no ofrece más peculiaridad que, al estar la marea tan baja, no sólo han aflorado más las islas, sino que se han ido uniendo entre sí por el lodo que las circunda.
Pero lo que sí me llama la atención es que, sobre el pretil y bajo un gran arbusto, casi arbóreo, bajo el cual hay un banco, se han refugiado unas personas, quizás con intención de merendar, ahora que ha escampado. Retrocedo hacia Pors Reter, de nuevo en el sur. Allí se ofrecen diques en distintas posiciones, que producen ensenadas variopintas y que no sabré cómo se llenan cuando sube la marea.
Sobre uno de ellos se ve un edificio que parece construido, tambaleante, sobre uno de los diques. En el espacio anexo, ¿podríamos hablar de playa? Se ofrecen más embarcaciones pequeñas descansando en el fondo fangoso, también algún velero de mayor calado.
Otros barcos pesqueros se apoyan en el malecón.
A pesar de la lluvia, o gracias a ella, los arriates florales se ofrecen en toda su belleza.
En la casa de la familia Chépout, una bonita talla, hecha con material muy sencillo, decora la puerta de entrada. El tallista ha perfilado la madera y como si fuera en huecograbado, ha sacado a flote cuatro embarcaciones, dos a vela, y a sentado en el malecón del puerto a un pescador con su caña y aparejo. ¿No pesca nada o se dedica a perder el tiempo? Parece el abuelo de los Chépout. Pero me doy cuenta que he retrocedido y no he logrado ver por dónde puedo ir a visitar el faro, lo más destacado de la isla. Para ello, vuelvo a ascender desde el paseo marítimo que, prácticamente, lo he recorrido todo, desde el puerto de desembarque de esta mañana.
El faro de la isla
de Batz.
Desde el centro urbano
es muy difícil ver el faro, a pesar de que es muy alto, pues las
casas lo tapan. Quiero buscar alguna señal orientativa y me
encuentro con un grupo de chavales con sus monitores, dos mujeres y
un chico. La excursión está organizada desde los Servicios Sociales
de un pueblo o ciudad que no logro entender. Parecen ser niños de
protección.
Alguno de los niños ya muestra cansancio, y aún no han llegado, ni subido, al faro. Fotografío el faro de lejos, con dos de las niñas que van bien pertrechadas contra la lluvia. Voy un rato charlando con los adultos y, cuando se han parado los de cabeza para agruparse, me despido y sigo adelante. Prefiero subir y bajar del faro antes de que llegue la chiquillería. Saco una foto hacia Le Roc’h, donde se ve que hay zona de acampada con algunas tiendas montadas.
Llego y pago los 2,20 € de rigor, por no tener descuento
los jubilados. Subo los 198 escalones. La visión desde arriba es muy
completa, ya que se ve toda la costa por la que anduve ayer, pero no
la parte
de interior, también el que he hecho esta mañana y lo que viene, hacia Lanion con la bahía de Morlaix por delante. Sólo saco una panorámica de la isla, donde también se aprecia la zona del albergue juvenil, y, al fondo, mucho de Roscoff.
Es interesante ver todo el contorno de la isla que, si hubiera salido mejor día, hubiera pateado algo más. Quizás lo que más me gusta es la rotulación de los campos cultivados, con sus distintas gamas de ocres y verdes, así como lo blanco de los invernaderos bajos. Desde arriba veo cómo se van acercando los niños protegidos por los servicios sociales y bajo recontando los escalones para no tener opción a equivocarme.
Cuando bajo, ya han llegado algunos niños, pero no todos quieren subir a la linterna y la terraza del faro. Pido permiso para sacar foto y me lo dan. Los niños quieren hacer un posado, pero para cuando se empiezan a colocar, yo ya he sacado la foto. Me gustan más las informales. Quise entender que las dos mujeres que van con ellos hacen trabajo de voluntariado.
Voy alejándome del faro con intención de sacar foto de lejos con los niños arriba pero, para cuando lo logro, los niños ya han empezado a descender y me abstengo. Paso por la cruz de Kerabandu y camino hacia la iglesia.
Alguno de los niños ya muestra cansancio, y aún no han llegado, ni subido, al faro. Fotografío el faro de lejos, con dos de las niñas que van bien pertrechadas contra la lluvia. Voy un rato charlando con los adultos y, cuando se han parado los de cabeza para agruparse, me despido y sigo adelante. Prefiero subir y bajar del faro antes de que llegue la chiquillería. Saco una foto hacia Le Roc’h, donde se ve que hay zona de acampada con algunas tiendas montadas.

de interior, también el que he hecho esta mañana y lo que viene, hacia Lanion con la bahía de Morlaix por delante. Sólo saco una panorámica de la isla, donde también se aprecia la zona del albergue juvenil, y, al fondo, mucho de Roscoff.
Es interesante ver todo el contorno de la isla que, si hubiera salido mejor día, hubiera pateado algo más. Quizás lo que más me gusta es la rotulación de los campos cultivados, con sus distintas gamas de ocres y verdes, así como lo blanco de los invernaderos bajos. Desde arriba veo cómo se van acercando los niños protegidos por los servicios sociales y bajo recontando los escalones para no tener opción a equivocarme.
Cuando bajo, ya han llegado algunos niños, pero no todos quieren subir a la linterna y la terraza del faro. Pido permiso para sacar foto y me lo dan. Los niños quieren hacer un posado, pero para cuando se empiezan a colocar, yo ya he sacado la foto. Me gustan más las informales. Quise entender que las dos mujeres que van con ellos hacen trabajo de voluntariado.
Voy alejándome del faro con intención de sacar foto de lejos con los niños arriba pero, para cuando lo logro, los niños ya han empezado a descender y me abstengo. Paso por la cruz de Kerabandu y camino hacia la iglesia.
Église
de Notre Dame du Bon Secours.
Antes de las cinco, ya
estoy en la iglesia. En esta ocasión la fotografío frontal al
pórtico. Ahora está abierta y entro en ella. La nave central es muy
luminosa, así como el altar mayor, pero las dos naves laterales
destacan por su oscuridad. No hay mucha estatuaria de santos, aunque
destaca Santa Teresita de Lisieu, la que nosotros llamábamos Santa
Teresita del niño Jesús.

Quizás lo más interesante sea el coro con su órgano. Lástima que nadie lo haga sonar. Tampoco me hubiera importado ver en el balconcillo y oír a los cantores cantando a coro. Salgo de la iglesia del Buen Socorro y voy a comprar a un 8 à huit que, como su nombre indica, abre de ocho a ocho, es decir, de las ocho a las veinte horas.
Quizás lo más interesante sea el coro con su órgano. Lástima que nadie lo haga sonar. Tampoco me hubiera importado ver en el balconcillo y oír a los cantores cantando a coro. Salgo de la iglesia del Buen Socorro y voy a comprar a un 8 à huit que, como su nombre indica, abre de ocho a ocho, es decir, de las ocho a las veinte horas.
Huit à Huit.
Ese es el nombre que
aparece en el pago de Visa: 13,67 €. Son establecimientos que, como
tuve ocasión de comprobar en Guissény, ya no me puedo fiar de su
horario, pero hoy faltan casi tres horas para el cierre. Compro
fruta, tomate coeur de boeuf (corazón de buey), lentejas,
ensaladilla de surimi, que mezclaré con el tomate en el supuesto de
que en el albergue no haya aceite, sal y vinagre. También compro
sidra. Ahora me entran dudas pues, parece que entro en la iglesia
después de haber hecho la compra, puesto que en el diario leo: “paso
por la iglesia, dejo la compra fuera, entro y no tiene interés.”
El orden de los factores no cambia el resultado. Paso por un terreno
militar y así voy retornando al albergue.
Cena en el albergue
juvenil. Txangurro cocido y dibujo.
Abro la lata de
lentejas, las pongo en un plato y cojo la única cuchara que
encuentro en la cocina. Luego lo calentaré. El resto de la compra lo
meto en el frigorífico. Me pongo a escribir. Llega la chica que vino
ayer, pues quiere beber algo. Creo que agua. Ha hecho todo el
recorrido costero de la isla y le han pillado todas las lluvias. A
las seis dejo de escribir. La abuela está cociendo dos bueyes de mar
y me invitan para cuando estén a punto. No me lo tienen que decir
dos veces. Salgo al exterior y me pongo a hacer un dibujo bajo un
árbol y mirando hacia Roscoff. Hay una isla entre medio y tejados de
casas. No quedo muy insatisfecho del resultado. Tras la cena, lo
enseñaré al grupo.
Yo les invitaré a sidra y a fruta. Como los abuelos beben pastiche, el aperitivo más habitual de los franceses, a mi me sacan un vino blanco. No concibo el sabor dulzón de su aperitivo con el salado del buey de mar, pero para gustos se han hecho los colores... y los sabores. También los chinos comen cerdo con salsa agridulce. Después de enfriados los dos ”craves”, grandes cangrejos, están divinos de la muerte. La abuela ha acertado con el punto de sal adecuado. Yo me encargo de separar el caparazón, el cuerpo y las patas. Nadie quiere comer el contenido del caparazón, ¡ponen cara de repugnancia!, y yo pido si me puedo comer las dos. Ningún problema. La madre de la niña negra se encarga de martillear las garras grandes, mientras yo me afano en la parte más exquisita y voy vaciando el contenido de los dos caparazones en el que está más entero. Cuando termino el trabajo previo y me dispongo a comer el contenido, a la niña negra le produce tal impresión, le da tal asco, que, con cara de repugnancia, dice a su madre: “Voy a decir a mi papá que este señor se come la caca del cangrejo”. Yo disfruto más que un enano. Interpreto que en este dicho el enano equivale a un niño aunque, en este caso, está claro que la niña negra no disfrutaría comiendo lo que como yo. Unto el pan, pues hay de sobra, aunque a mí se me ha olvidado comprar y saboreo como si fuera txangurro de mi tierra. La abuela ha dicho que los “crave” estaban baratísimos, y yo me alegro de que se le haya ocurrido comprarlos. Cuando acabo el vaso de vino blanco, abro la botella de sidra, la ofrezco, pero sólo acepta la madre de la negrita. Las dos niñas ya han cenado y juegan. Yo como después las lentejas, tras calentarlas y añadirles un chorrito de aceite de oliva ecológico. Me saben riquísimas, por haber faltado tantos días en mi dieta. El tomate también está muy rico, aunque le debía haber echado un poco más de sal ecológica. La madre de la niña negra me dice que conservas y microondas son poco saludables, pero a mi me parece todo lo contrario. Sólo por el placer con que como las lentejas, tienen que ser a la fuerza buenas para mi salud. También en casa suelo calentar lentejas en conserva de cristal (las de aquí son en lata) en el microondas. Llevo quince años haciéndolo y nunca me ha pasado nada. Sigo vivo. Ella se ríe con alguna de mis expresiones en francés que, en realidad, son malas traducciones del castellano, y dudo de la equivalencia. Como ocurre cuando ellos traducen “jambe” por pata y no por pierna. La chica que ha dado la vuelta a la isla, tiene la cara quemada y pide crema para después. Yo le ofrezco la que tengo, que es para antes de quemarse, pero no le sirve. Otra pareja de Lyon, ella encantadora, que recientemente acaba de terminar su carrera de Económicas en Barcelona, hace de intérprete y traductora de las preguntas que me hacen. Le pregunto si conoce una herboristería lionesa y a Philippe Delas, pero no hay suerte. Habría sido mucha casualidad, en una ciudad tan grande. Les digo que en diciembre de 2006 vi el espectáculo de luz y sonido con proyecciones lumínicas en fachadas de edificios emblemáticos. Ellos también han comprado un cangrejo y lo han cocido siguiendo instrucciones de la abuela. Tienen también ostras en una caja de pizza. No me fijo cómo las abren. Mientras conversamos después, él come alguna de mis ciruelas claudias y también la madre de la negrita. Están ricas. La txaka ha quedado en el frigorífico junto con la fruta sobrante, que desyunaré mañana. También la sidra sobrante. No sé si mañana será bebible o se oxidará como la nuestra. El dibujo que he hecho, ha llevado a sacar el diario terminado y revisar los anteriores y, también, ha dado pie a hablar de mi viaje y a contar alguna de las anécdotas más destacadas.
Yo les invitaré a sidra y a fruta. Como los abuelos beben pastiche, el aperitivo más habitual de los franceses, a mi me sacan un vino blanco. No concibo el sabor dulzón de su aperitivo con el salado del buey de mar, pero para gustos se han hecho los colores... y los sabores. También los chinos comen cerdo con salsa agridulce. Después de enfriados los dos ”craves”, grandes cangrejos, están divinos de la muerte. La abuela ha acertado con el punto de sal adecuado. Yo me encargo de separar el caparazón, el cuerpo y las patas. Nadie quiere comer el contenido del caparazón, ¡ponen cara de repugnancia!, y yo pido si me puedo comer las dos. Ningún problema. La madre de la niña negra se encarga de martillear las garras grandes, mientras yo me afano en la parte más exquisita y voy vaciando el contenido de los dos caparazones en el que está más entero. Cuando termino el trabajo previo y me dispongo a comer el contenido, a la niña negra le produce tal impresión, le da tal asco, que, con cara de repugnancia, dice a su madre: “Voy a decir a mi papá que este señor se come la caca del cangrejo”. Yo disfruto más que un enano. Interpreto que en este dicho el enano equivale a un niño aunque, en este caso, está claro que la niña negra no disfrutaría comiendo lo que como yo. Unto el pan, pues hay de sobra, aunque a mí se me ha olvidado comprar y saboreo como si fuera txangurro de mi tierra. La abuela ha dicho que los “crave” estaban baratísimos, y yo me alegro de que se le haya ocurrido comprarlos. Cuando acabo el vaso de vino blanco, abro la botella de sidra, la ofrezco, pero sólo acepta la madre de la negrita. Las dos niñas ya han cenado y juegan. Yo como después las lentejas, tras calentarlas y añadirles un chorrito de aceite de oliva ecológico. Me saben riquísimas, por haber faltado tantos días en mi dieta. El tomate también está muy rico, aunque le debía haber echado un poco más de sal ecológica. La madre de la niña negra me dice que conservas y microondas son poco saludables, pero a mi me parece todo lo contrario. Sólo por el placer con que como las lentejas, tienen que ser a la fuerza buenas para mi salud. También en casa suelo calentar lentejas en conserva de cristal (las de aquí son en lata) en el microondas. Llevo quince años haciéndolo y nunca me ha pasado nada. Sigo vivo. Ella se ríe con alguna de mis expresiones en francés que, en realidad, son malas traducciones del castellano, y dudo de la equivalencia. Como ocurre cuando ellos traducen “jambe” por pata y no por pierna. La chica que ha dado la vuelta a la isla, tiene la cara quemada y pide crema para después. Yo le ofrezco la que tengo, que es para antes de quemarse, pero no le sirve. Otra pareja de Lyon, ella encantadora, que recientemente acaba de terminar su carrera de Económicas en Barcelona, hace de intérprete y traductora de las preguntas que me hacen. Le pregunto si conoce una herboristería lionesa y a Philippe Delas, pero no hay suerte. Habría sido mucha casualidad, en una ciudad tan grande. Les digo que en diciembre de 2006 vi el espectáculo de luz y sonido con proyecciones lumínicas en fachadas de edificios emblemáticos. Ellos también han comprado un cangrejo y lo han cocido siguiendo instrucciones de la abuela. Tienen también ostras en una caja de pizza. No me fijo cómo las abren. Mientras conversamos después, él come alguna de mis ciruelas claudias y también la madre de la negrita. Están ricas. La txaka ha quedado en el frigorífico junto con la fruta sobrante, que desyunaré mañana. También la sidra sobrante. No sé si mañana será bebible o se oxidará como la nuestra. El dibujo que he hecho, ha llevado a sacar el diario terminado y revisar los anteriores y, también, ha dado pie a hablar de mi viaje y a contar alguna de las anécdotas más destacadas.
Anochecer en Île de Batz.
Salgo a la cabina
telefónica y hablo con Vera. Se van de vacaciones el 16, así que
trataré de volver antes. Ellos no visitaron esta zona y se alegra de
que me lo siga pasando bien. Ellos también están bien. Me preguntan
por mi pierna. Ya ni me acordaba de ella. De regreso al albergue la
luna está perfectamente redonda y entro a coger la cámara. La
ciudad de Roscoff también está iluminada. Saco foto en lugar
próximo al dibujo. Para las diez, ya estoy en la cama. Confío en
que las sandalias arregladas en Parentis estén secas para guardarlas
mañana en la mochila. Otra pareja manipula su ordenador. Ella
receptiva a mis gracias. Se asombran cuando les digo que vengo
caminando desde el País Vasco. Él anda "pez" en geografía hispana, que es normal, pero también en francesa, ya que pregunta
si el País Vasco está en Galicia.
Balance de una
jornada casi completa en la isla.
Lo más interesante de
la mañana ha sido mi empeño en coger el barco de las ocho. Me ha
agradado mucho la invitación a desayunar gratis. Lo peor del día ha
sido la lluvia, que me ha restado opciones para patear la isla. Bien
la subida al faro y el encuentro con el grupo de niños de
protección. Muy bien el grupo variopinto de la cena. Por fin hago un
nuevo dibujo, después de tanto tiempo sin hacer ninguno, y en el
nuevo diario. El pincel se comporta mejor en este papel. Todavía
haré tres más. Excelentes los txangurros.
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