Etapa 42 (333), 19 de
julio de 2012, jueves.
Audierne-Primelin-Plogoff-Pointe
du Raz-Baie des Trépassés.
Amanecer en casa de
la Señora Priol.
Probablemente ese fuera
el apellido de su marido. O, al fallecer el cónyuge, ¿las viudas recuperan el
que tuvieron de solteras? No tengo respuesta y a ella no me atrevo a
preguntar, no sea que haya enviudado recientemente y el recuerdo le
entristezca. Me entretengo en mirar el mapa grande que llevo y donde
aparece Bretaña al completo. Calculo que en 60 días, como mucho,
podré completar el mapa bretón y, con todo a mi favor, podría
alargarlo hasta llegar a Mont Saint Michel. Tras esa reflexión, me
centro en mi pierna que ayer me trajo con problemas. No me acuerdo
cuál fue el peroné que me rompí en 2009, pero la zona hinchada es
la misma. Cuando regrese tendré que mirar las fotografías. Salvo
los problemas previos al primer balneario de Verche, tras la
rehabilitación, no me quedó ninguna secuela y ahora, lejos de casa,
no tengo medios para saberlo. Ayer no me di cuenta que la fecha en
que me lo rompí era coincidente, el 18 de julio, día de infausto
recuerdo. Quizá ayer anduve mucho y le metí demasiada caña. Recojo
la ropa y como no está suficientemente seca, la arropo con la toalla
para que vaya perdiendo humedad por el camino. También, durante la
noche, se han ido cargando las baterías de la cámara y del móvil.
En el mapa de la ciudad que me dio ayer Audrey, casi saliéndose por
el Oeste, aparece la casa de Mme Priol, muy cerquita de la
Gendarmería. Sobre las ocho ya he oído pasos bajando la escalera y
me supongo que será la señora Priol en busca de pan y croissant.
Escribo y no bajo hasta las 8:30 horas. Me saluda con dos besos y el
“bon jour”. Me sirve café y me calienta una jarrita de leche,
que me servirá para tomarme el segundo café con leche. También hay
pan con mantequilla y mermelada (creo entenderle que es de ruibarbo).
Mientras desayuno, también hablamos. Le digo si es una mujer
importante, como para que su nombre figure en el Plan Turístico de
Audierne y me dice que sólo es porque en él figuran los particulares que
alquilan habitaciones. Le digo que, si alguna vez va a Santiago, no
deje de subir a las cubiertas de la catedral. Cree que no irá. Me
dice que alquilando la habitación, complementa su “retraite” (suena a retrete), su
pensión. Ya he desayunado, bajo las mochilas y me sale a despedir
orientándome para el arranque. Es la carretera que me lleva a la
ciudad.
De nuevo en Turismo.
Salgo para las nueve y
para las 9:15 ya estoy llegando a Turismo. Cuando entro, hay dos
chicos que desaparecen, y queda una chica. Se asoma Audrey, a la que
vuelvo a agradecer y aprovecho para preguntar los nombres de sus
hijos, que había olvidado. Edwin, el mayor, y Esteban, el pequeño.
Los coolíes porteadores de mi equipaje. Se va Audrey. La chica que
cubre el turno de la mañana tiene algo en el ojo derecho que
interfiere la conversación. Me da un plano que presenta los dos
cabos, les Pointes du Raz et du Van, que no llegan a ser los más
occidentales de Francia por unos metros. Dentro de unos días llegaré
a la Pointe de Corsen. Pero lo más occidental será la isla de
Ouessant donde, una serie de circunstancias adversas evitarán que
vaya.
También me da un circuito histórico de la ciudad y una dirección de “Gite”, albergue municipal, para cuando llegue a Beuzec Cap Sizun. Cobran 12 € por persona. Ya veré cómo me cuadra en mi itinerario. Por de pronto, escribiendo el diario en Primelin a las 14:30 horas, después de comer, lo que tengo claro es que hoy no podré llegar. Agradezco y me voy hacia los barrios históricos de la ciudad.
También me da un circuito histórico de la ciudad y una dirección de “Gite”, albergue municipal, para cuando llegue a Beuzec Cap Sizun. Cobran 12 € por persona. Ya veré cómo me cuadra en mi itinerario. Por de pronto, escribiendo el diario en Primelin a las 14:30 horas, después de comer, lo que tengo claro es que hoy no podré llegar. Agradezco y me voy hacia los barrios históricos de la ciudad.
Circuito por las
callejuelas del corazón de Audierne.
El recorrido parte de
Turismo y retorna al mismo sitio. Por unas escaleras, subo hasta la
iglesia de Saint Raymond (1731). Dudo si este santo equivale a San Ramón o a san Raimundo.

Tengo mala suerte porque está cerrada y tampoco me puedo acercar mucho a ella pues están cambiando el pavimento de la entrada y está lleno de cachivaches.

Saco la foto que puedo de ella con el campanario algo sesgado. La rodeo hasta dar con una zona de fachada que ya ha sido rehabilitada y vuelvo a posicionarme ante el “clocher”, con la rareza de sus dos torres exagonales.
Delante los obreros trabajan. La verdad es que me cuestiono si no está mejor la parte de la iglesia con piedra atacada por hongos y líquenes, que la parte que ha sido restaurada.
Sé que por ahí está el cementerio pero, por más vueltas que doy, no logro encontrarlo. Y eso que en mi pequeño mapa aparece próximo a Saint Raymond.
Tampoco saluda cuando le vuelvo a cruzar, y ya es la tercera. No se cumple el dicho de: a la tercera va la vencida. A continuación leo un cartel en el que pone “Gabinete Psicológico" y rebobino la escena anterior. El hombre fuma y fuma, como un carretero. Pienso: “estará enfermo de los nervios y seguramente en tratamiento psiquiátrico”. Pero, como podréis comprender, no se lo voy a preguntar.
Tengo mala suerte porque está cerrada y tampoco me puedo acercar mucho a ella pues están cambiando el pavimento de la entrada y está lleno de cachivaches.
Saco la foto que puedo de ella con el campanario algo sesgado. La rodeo hasta dar con una zona de fachada que ya ha sido rehabilitada y vuelvo a posicionarme ante el “clocher”, con la rareza de sus dos torres exagonales.
Delante los obreros trabajan. La verdad es que me cuestiono si no está mejor la parte de la iglesia con piedra atacada por hongos y líquenes, que la parte que ha sido restaurada.
Luego,
al bajar, veo otra bonita vista con la fachada de la iglesia de Saint
Joseph. Ésta si es visitable, aunque ya viendo la fachada me ofrece
menos interés, lo que confirmo al ver su nave central. Lo único
destacable es su luminosidad tanto de la parte alta como de sus
vidrieras. Salgo a las callejuelas y me encuentro con una tapia que
alberga una puerta muy bien labrada, que indica que daba paso a algo
importante.
Sé que por ahí está el cementerio pero, por más vueltas que doy, no logro encontrarlo. Y eso que en mi pequeño mapa aparece próximo a Saint Raymond.
Me encuentro hoy algo desorientado.
Ni me entero cuando paso junto a una casa que se considera típica
del Cap Sizun.
Desde esta parte alta de la ciudad, contemplo el
puerto. Saludo a un hombre que no responde. Cuando estoy subido en un
promontorio para que me salga mejor la foto, pasa por detrás y se
hace el longuis.
Tampoco saluda cuando le vuelvo a cruzar, y ya es la tercera. No se cumple el dicho de: a la tercera va la vencida. A continuación leo un cartel en el que pone “Gabinete Psicológico" y rebobino la escena anterior. El hombre fuma y fuma, como un carretero. Pienso: “estará enfermo de los nervios y seguramente en tratamiento psiquiátrico”. Pero, como podréis comprender, no se lo voy a preguntar.
Avisto enfrente la Chapelle de Saint
Julien de Plouhinec, por la que pasé ayer antes de llegar a
Audierne. De su clocher me llega revoloteando el sonido de las diez
campanadas. Desde aquí la visión es más bonita que la que
fotografié ayer de más cerca. Y con esto finalizo el circuito que me han facilitado en le Oficina de Turismo y voy
bajando hacia la costa.
Todavía arriba, en el Enclos des Capucins
(el cercado de los capuchinos), veo la pasarela, que puede ser
embarcadero, que vi al llegar y que me hizo pensar que pudiera haber
algún barco entre Plouhinec y Audierne. Se trata de la Pasarelle des
Capucins. No sé como pueden llamar playa de los Capuchinos a la que
se forma entre la tierra y la pasarela. No llega ni a ser playa
fluvial. Al fondo, puedo contemplar nítida la bocana
de la rivière de Le Goyen al salir al mar.
Es así como llego a un muro
costero que me permite una visión más cercana de la bocana. Ahora
estoy en le Petit Port, Le Môle (el malecón), donde veo la señal
del GR-34, y enseguida llegaré a la playa. Una pareja me dice que
estoy en el estuario de Le Goyen. Me quieren decir algo en bretón e
intercambiamos un contraste de pareceres sobre el bilingüismo.
Paso por una casa en la
que pone Le Pouldu y una señora que se asoma a una ventana me dice
que es el nombre del “quartier” (el barrio) y que ella se encarga
de vender bebidas. Como no tengo intención de beber nada, ni le
pregunto cuál es el tipo de bebidas que vende. El nombre del barrio
me da pie a que le narre mi llegada a Finisterre bajo la lluvia, jarreando, en
barco a Le Pouldu.
La plage de Trescadec la comparten los dos pueblos, Audierne y Esquibien. Antes de que finalice esta playa, asciendo al GR por temor a que al final de ella no pueda hacerlo, pero cuando llego a donde acaba la playa, compruebo que sí habría sido posible subir en su parte final. Luego me encuentro con la pareja Josette y Bertrand. Me informan que después de pasar el camping, ya se ha terminado Audierne y estoy en Esquibien. Pronto me abandona la pareja y vuelvo a caminar como si estuviera solo en el mundo.
La plage de Trescadec la comparten los dos pueblos, Audierne y Esquibien. Antes de que finalice esta playa, asciendo al GR por temor a que al final de ella no pueda hacerlo, pero cuando llego a donde acaba la playa, compruebo que sí habría sido posible subir en su parte final. Luego me encuentro con la pareja Josette y Bertrand. Me informan que después de pasar el camping, ya se ha terminado Audierne y estoy en Esquibien. Pronto me abandona la pareja y vuelvo a caminar como si estuviera solo en el mundo.
Paseo entre endrinas y meditabundos.
El sendero es
magnífico, muy similar al de ayer. La hinchazón de la pierna
persiste y me sigue molestando, pero no me impide continuar. Quizás
esté haciendo una burrada, pero sigo adelante, aunque ya comienzo a
plantearme la conveniencia de ir a hacerme una revisión sanitaria.
El camino, además de ser bueno, me ofrece unos matorrales repletos
de endrinas y me proporciona nuevos recuerdos de mi infancia, cuando
en setiembre las cogíamos ya maduras para hacer el riquísimo
patxarán casero. Patxara significa tranquilo, en euskera. Una buena
dosis de tan dulce brebaje te deja, más que tranquilo, listo para el
arrastre. Qué pena que en julio todavía no estén maduras, pues se
me ofrecen gordas y me dicen: “¡cómeme!”, pero debo reprimir
mis impulsos para que con su acidez no se me quede la boca áspera.
Me voy tras la foto y con la imagen visual y aplaudo tan magnífica
cosecha. Me pregunto: “¿Utilizarán los franceses las endrinas
para algo?”
En algunos tramos el camino es de tierra marrón y mullida, parece que los pies caminan sobre esponja. A pocos metros, separada del camino, alguien ha montado una tienda de campaña. Cuando llego a la altura frontal, veo que está abierto todo el vano delantero y, dentro, un chico con el torso desnudo, sentado en loto y con la mirada puesta en el horizonte marino, me parece que medita. “¿Meditation?”, le pregunto al pasar, y él asiente con un gesto de cabeza. Continúo para no interferir su actitud contemplativa, su acción de gracias a la naturaleza o a su Dios por haber amanecido un nuevo día, pero también me voy pesaroso por no haber podido, por respeto a su rato de paz, intercambiar nuestras experiencias. También me pesa no haber sacado la foto que ofrecía enmarcado por la tienda y en su posición de acción de gracias. Era una foto preciosa y probablemente a él no le hubiera molestado que se la sacara. Tampoco me he atrevido y, a toro pasado, fotografío la tienda que es lo único que va a quedar de mi historia en imágenes. Todavía se ven las últimas casas de Esquibien, al fondo.
En algunos tramos el camino es de tierra marrón y mullida, parece que los pies caminan sobre esponja. A pocos metros, separada del camino, alguien ha montado una tienda de campaña. Cuando llego a la altura frontal, veo que está abierto todo el vano delantero y, dentro, un chico con el torso desnudo, sentado en loto y con la mirada puesta en el horizonte marino, me parece que medita. “¿Meditation?”, le pregunto al pasar, y él asiente con un gesto de cabeza. Continúo para no interferir su actitud contemplativa, su acción de gracias a la naturaleza o a su Dios por haber amanecido un nuevo día, pero también me voy pesaroso por no haber podido, por respeto a su rato de paz, intercambiar nuestras experiencias. También me pesa no haber sacado la foto que ofrecía enmarcado por la tienda y en su posición de acción de gracias. Era una foto preciosa y probablemente a él no le hubiera molestado que se la sacara. Tampoco me he atrevido y, a toro pasado, fotografío la tienda que es lo único que va a quedar de mi historia en imágenes. Todavía se ven las últimas casas de Esquibien, al fondo.
Pointe de Lervily.
La siguiente parada va
a ser para fotografiar, desde el cabo de Lervily, el faro que se
sitúa más al interior pero en zona alta. Se trata de un faro
cilíndrico uniforme con el mismo diámetro en la base que en la
parte alta, donde se ofrece una linterna poco protegida. Desde lejos
leo el nombre escrito en vertical. La foto ilustra también las
características del camino mullido que he narrado anteriormente.La tierra es más esponjosa que la de los pinares.
Trez ar Goarem.
Plage de Cabestan.
Es a partir de aquí
que, una vez doblado el cabo, voy a tener la oportunidad de ver por
primera vez en este día, todavía muy, muy, a lo lejos, la Pointe du
Raz. Son las once de la mañana y, con mi entretenida visita a la
parte vieja de Audierne, no he avanzado apenas. Al menos voy desyunado y no tengo que buscar un café.
Pronto encuentro la playa de Cabestan que se me ofrecía en mi mapa en un bonito amarillo y que me llevaba a ir haciéndome a la idea de un bañito a esta buena hora de la mañana. Pero es una decepción, pues la playa que se me ofrece es de piedras. Quizás tuviera arena, pero esta temporada la ha perdido. Un niño viene haciendo equilibrios sobre las rocas. No hay peligro de que se rompa la cabeza, pues su padre, un perfecto ángel de la guarda, le viene vigilando y protegiendo desde la distancia. Veo venir a lo lejos a un hombre con gran mochila. Según se va acercando, lo veo más escorado. Nos paramos y saludamos. Viene del cabo de Raz y va por la costa hasta Vannes. Después tiene intención de ir caminando por interior hasta Carcassonne. Si mi camino ya me parece mucho, el de él me supera. Su escoramiento me recuerda la gran mochila que yo también llevé en mi camino a Santiago y se lo digo, pero me dice que ya está acostumbrado a llevar peso. Él también hizo el Camino de Santiago por la costa. Más adelante, sentado en roca, en playa de pedruscos, veo a otro hombre que, al pasar junto a él, no mira ni para saludar. Si él no quiere, tampoco yo le voy a importunar. Mirando al mar, encuentro algunos bancos tentadores, pensados para solaz de los caminantes, pero no seré yo quien caiga en la tentación y no estoy tan cansado como para hacerlo. Estoy en el entorno natural de Trez ar Goarem y a punto de llevarme la sorpresa de la mañana.
Lo que antes he creído que era la playa de Cabestan no lo era y ahora se me presenta la de arena que se me ofrecía en el mapa. Cuando la veo, decido que aquí será donde me voy a dar el baño deseado.
Pronto encuentro la playa de Cabestan que se me ofrecía en mi mapa en un bonito amarillo y que me llevaba a ir haciéndome a la idea de un bañito a esta buena hora de la mañana. Pero es una decepción, pues la playa que se me ofrece es de piedras. Quizás tuviera arena, pero esta temporada la ha perdido. Un niño viene haciendo equilibrios sobre las rocas. No hay peligro de que se rompa la cabeza, pues su padre, un perfecto ángel de la guarda, le viene vigilando y protegiendo desde la distancia. Veo venir a lo lejos a un hombre con gran mochila. Según se va acercando, lo veo más escorado. Nos paramos y saludamos. Viene del cabo de Raz y va por la costa hasta Vannes. Después tiene intención de ir caminando por interior hasta Carcassonne. Si mi camino ya me parece mucho, el de él me supera. Su escoramiento me recuerda la gran mochila que yo también llevé en mi camino a Santiago y se lo digo, pero me dice que ya está acostumbrado a llevar peso. Él también hizo el Camino de Santiago por la costa. Más adelante, sentado en roca, en playa de pedruscos, veo a otro hombre que, al pasar junto a él, no mira ni para saludar. Si él no quiere, tampoco yo le voy a importunar. Mirando al mar, encuentro algunos bancos tentadores, pensados para solaz de los caminantes, pero no seré yo quien caiga en la tentación y no estoy tan cansado como para hacerlo. Estoy en el entorno natural de Trez ar Goarem y a punto de llevarme la sorpresa de la mañana.
Lo que antes he creído que era la playa de Cabestan no lo era y ahora se me presenta la de arena que se me ofrecía en el mapa. Cuando la veo, decido que aquí será donde me voy a dar el baño deseado.
Baño en la playa de
Cabestan.
En la parte Sur de la
playa, una familia está recogiendo bígaros. Les digo que en el País
Vasco les llamamos karrakelak. Sigo adelante y, por el lado Norte, se
ve que andan personas aisladas. Tomo la decisión de pararme hacia la
mitad de la playa, la zona más vacía de gente, descargo las
mochilas, me desnudo y me baño. Ya fuera del agua, me paseo para
secarme dándome el aire, avanzando y retrocediendo por el borde del mar,
sin alejarme mucho de mi equipaje y, una vez seco, me visto y
continúo caminando por la orilla hasta el otro extremo de la playa.
Hacia las doce estoy saliendo de la playa. Necesito pasar por un pequeño puente que es por donde va el GR-34, pero una abuela, que viste al menor de sus nietos, me obstruye el paso. Es un puentecillo de madera muy estrecho y hasta que la buena señora no se percata de que no me deja pasar, allí me espero. Me pregunta la hora y yo le respondo: “midi” (mediodía). Palabra escueta pero suficiente.
Me planteo la posibilidad de llegar a comer al cabo, pero no estoy en mis cabales. No llegaré allí hasta las seis y media de la tarde. El camino me va a ir subiendo hacia los montículos. En la primera loma el sendero me lleva por zona de hierba y llena de florecillas campestres y me ofrece un acantilado rocoso abrupto y bonito y lo disfruto al verlo ya refrescado tras el baño. Primelin ya se distingue al fondo.
Hacia las doce estoy saliendo de la playa. Necesito pasar por un pequeño puente que es por donde va el GR-34, pero una abuela, que viste al menor de sus nietos, me obstruye el paso. Es un puentecillo de madera muy estrecho y hasta que la buena señora no se percata de que no me deja pasar, allí me espero. Me pregunta la hora y yo le respondo: “midi” (mediodía). Palabra escueta pero suficiente.
Me planteo la posibilidad de llegar a comer al cabo, pero no estoy en mis cabales. No llegaré allí hasta las seis y media de la tarde. El camino me va a ir subiendo hacia los montículos. En la primera loma el sendero me lleva por zona de hierba y llena de florecillas campestres y me ofrece un acantilado rocoso abrupto y bonito y lo disfruto al verlo ya refrescado tras el baño. Primelin ya se distingue al fondo.
Llego al cabo del
Castel y fotografío tres túmulos, que no sé si representan los
restos de algún castillo que fue y que dejó de ser. Al fondo se
aprecia la Pointe du Raz (los franceses, que se lo comen todo,
también se comen la “z” de Raz y dicen sólo Ra. Suena: “Puan
di Ra”. Quizá sean parientes de los egipcios que llamaban así al
dios Sol y como Raz está lo más próximo al sol de poniente…).
También se aprecia ya el Anse du Loc’h, que es donde está el puerto de Primelin. Aquí al GR-34 le denominan sentier pédestre. Como se acerca la hora de comer, cojo un camino más ancho que me lleva a la carretera. Se trata de una carretera estrecha que, en su cima, me permite ver más extensamente el Anse du Loc’h y más próximo el pueblo de Primelin, donde comeré.
Un hombre con mujer de rasgos orientales (quizás nórdicos), me orienta hacia L’Abri Côtier. Tengo que retroceder 800 m pero me dice que merece la pena porque es el único sitio en el que voy a poder comer decentemente y con buena relación calidad-precio. El hombre me lo dice con tal certeza, que me convence. Agradezco, y sigo el camino señalado y, aunque paso junto a un camping, decido no mirar y buscar el restaurante recomendado.
También se aprecia ya el Anse du Loc’h, que es donde está el puerto de Primelin. Aquí al GR-34 le denominan sentier pédestre. Como se acerca la hora de comer, cojo un camino más ancho que me lleva a la carretera. Se trata de una carretera estrecha que, en su cima, me permite ver más extensamente el Anse du Loc’h y más próximo el pueblo de Primelin, donde comeré.
Un hombre con mujer de rasgos orientales (quizás nórdicos), me orienta hacia L’Abri Côtier. Tengo que retroceder 800 m pero me dice que merece la pena porque es el único sitio en el que voy a poder comer decentemente y con buena relación calidad-precio. El hombre me lo dice con tal certeza, que me convence. Agradezco, y sigo el camino señalado y, aunque paso junto a un camping, decido no mirar y buscar el restaurante recomendado.
Primelin. L’Abri
Côtier.
Al llegar a la “mairie”
equivoco el camino y un hombre que está encendiendo fuego en su
barbacoa de jardín, me reorienta. Llego a la iglesia. Su torre me
recuerda mucho a la de San Raymond, en Audierne, y parece igual de
antigua. En el campanario tiene una tosca balconada. La puerta
principal ofrece un detalle propio de los pueblos bárbaros celtas
del Norte.
A 50 m del cruce con la general, desde donde veo la continuación hacia el siguiente puente que va por el interior, encuentro L’Abri Côtier. Me ofrecen el primer plato de buffet. Una zona es de charcutería y el otro de ensaladas. Hago un poutpourrí de ensaladas rusas y, de segundo, como calamares con arroz y una salsa algo fuerte pero que se deja comer. Ofrecen dos clases de quesos, descafeinado y con un cuartillo de tinto pago con Visa 11 €. ¡Genial! Muy buena comida. Un acierto. Escribo durante un rato. Tras cagar, hacia las 14:30 horas, cojo agua y salgo a la terraza para no interferir el cierre del restaurante. En la terraza, donde se lee Brasserie y Tabac y, aunque pasan coches cerca, al menos no molesto. Un chico quiere comprar tabaco, pero va a ser en vano porque no le van a atender.
Van a ser las tres de la tarde cuando dejo de escribir y retorno hacia el cruce. Este retroceso no me supone un tiempo perdido. Al salir, veo una casa donde han pintado con colores vivos unas piedras con las que decoran el suelo. Estos colores rosa, azul y blanco, cumplen un cometido: Invitan a los curiosos a que no nos acerquemos a la casa y que nos limitemos a admirarla en la distancia.
A 50 m del cruce con la general, desde donde veo la continuación hacia el siguiente puente que va por el interior, encuentro L’Abri Côtier. Me ofrecen el primer plato de buffet. Una zona es de charcutería y el otro de ensaladas. Hago un poutpourrí de ensaladas rusas y, de segundo, como calamares con arroz y una salsa algo fuerte pero que se deja comer. Ofrecen dos clases de quesos, descafeinado y con un cuartillo de tinto pago con Visa 11 €. ¡Genial! Muy buena comida. Un acierto. Escribo durante un rato. Tras cagar, hacia las 14:30 horas, cojo agua y salgo a la terraza para no interferir el cierre del restaurante. En la terraza, donde se lee Brasserie y Tabac y, aunque pasan coches cerca, al menos no molesto. Un chico quiere comprar tabaco, pero va a ser en vano porque no le van a atender.
Van a ser las tres de la tarde cuando dejo de escribir y retorno hacia el cruce. Este retroceso no me supone un tiempo perdido. Al salir, veo una casa donde han pintado con colores vivos unas piedras con las que decoran el suelo. Estos colores rosa, azul y blanco, cumplen un cometido: Invitan a los curiosos a que no nos acerquemos a la casa y que nos limitemos a admirarla en la distancia.
Dirección Polgoff.
Plage du Loch.
Salgo por carretera en
dirección a Polgoff, que me trae a la memoria la película “Miguel
Strogoff, el correo del zar”, que vi en el Príncipe de Donostia,
invitado por mi amigo Jesús Mª Altuna, por su cumpleaños, allá
por los años de las chimbambas. Es entonces cuando me doy cuenta de que
he retrocedido mucho. Tardo casi media hora en llegar a lo que por la mañana
creía puente y no es más que un simple acercamiento de la carretera
a una playa de piedras, aunque le llamen Plage du Loch (con una “h”
final que no se pronuncia y que la convierte en sonido “Loc”).
Al poco de pasar la playa, aparece el anuncio de “Bienvenidos a Polgoff”. Lo que me hace poner en duda de si la ensenada pertenece a Polgoff o a Primelin. A pesar de ver el indicador de que he entrado ya en Polgoff, tardaré mucho en llegar al pueblo. Me llama la atención una planta de hojas muy anchas y grandes, propia de zonas húmedas, que complementa bellamente un bonito arriate de hortensias rosadas.
Al poco de pasar la playa, aparece el anuncio de “Bienvenidos a Polgoff”. Lo que me hace poner en duda de si la ensenada pertenece a Polgoff o a Primelin. A pesar de ver el indicador de que he entrado ya en Polgoff, tardaré mucho en llegar al pueblo. Me llama la atención una planta de hojas muy anchas y grandes, propia de zonas húmedas, que complementa bellamente un bonito arriate de hortensias rosadas.
Como hoy he caminado ya
un rato por playa y bastante por GR-34, no me importa seguir un poco más
por carretera, puesto que hay poca circulación y un anuncio de que
es pista cyclable. Es, siguiéndola, como encuentro el anuncio de
Notre Dame du Bon Voyage. Me agrada esta buena señora que me saluda
deseándome un “buen viaje” (Me recuerda la salida Norte de Peniche, en
Portugal). Abandono la carretera y me encuentro con un alto crucero.
Lo que más me gusta de él es su sencillez. Al fondo ya se ve la
capilla que me dispongo a visitar.
Delante hay una amplia explanada, que me hace pensar en que éste será un lugar al que la gente acude en romería, el día de celebración de su fiesta. En el momento en que llego, comprendo que hay alguien más visitándola, puesto que junto al murete separador se ven varias bicicletas apoyadas, alguna junto a un banco y otras en el suelo. Las bicis están sin candar, lo que da buena sensación de confianza. El campanario ofrece una sola campana y la virgen que decora la fachada es mínima, está labrada en piedra y bien protegida en su nicho.
Entro y su nave ofrece un texto que no puedo descifrar por estar escrito en lengua bretona. En el altar mayor, la imagen de la virgen me recuerda a nuestra Virgen del Carmen, lo que me hace pensar en que el deseo de buen viaje esté dirigido no al caminante sino a los marineros que parten por el mar y a los que, más que un buen viaje, que también, les desea un buen regreso. Este aspecto marino se complementa con los dos barcos que aparecen en los dos muros laterales. El grupo visitante está formado por jóvenes y niños. A las monitoras, responsables de los niños, les digo que vengo caminando desde el País Vasco. Un joven, vestido de negro austero, les está dando explicaciones. Pudiera ser un aprendiz de cura, un seminarista. Veo un estandarte y pregunto qué quieren decir las siglas PPN, pero el joven no lo sabe y las monitoras tampoco. Pienso un poco y, como estoy muy receptivo, me sale fácilmente el probable significado: “Priez pour nous” (Ruega por nosotros). El Partido Popular de Navarra sería UPN y no tendría sentido en estas latitudes. Cuando les digo mi deducción, parece que están de acuerdo. Cuando salgo de le ermita, no veo la continuación de la pista ciclista, por lo que retorno a preguntar a las monitoras. Ya han salido de la capilla, pero no del recinto. Una de ellas sale para indicarme el camino. Al principio recibo la sensación de que estoy retrocediendo más de lo que a mí me gustaría pero, por fin, se endereza y toma buena dirección.
Delante hay una amplia explanada, que me hace pensar en que éste será un lugar al que la gente acude en romería, el día de celebración de su fiesta. En el momento en que llego, comprendo que hay alguien más visitándola, puesto que junto al murete separador se ven varias bicicletas apoyadas, alguna junto a un banco y otras en el suelo. Las bicis están sin candar, lo que da buena sensación de confianza. El campanario ofrece una sola campana y la virgen que decora la fachada es mínima, está labrada en piedra y bien protegida en su nicho.
Entro y su nave ofrece un texto que no puedo descifrar por estar escrito en lengua bretona. En el altar mayor, la imagen de la virgen me recuerda a nuestra Virgen del Carmen, lo que me hace pensar en que el deseo de buen viaje esté dirigido no al caminante sino a los marineros que parten por el mar y a los que, más que un buen viaje, que también, les desea un buen regreso. Este aspecto marino se complementa con los dos barcos que aparecen en los dos muros laterales. El grupo visitante está formado por jóvenes y niños. A las monitoras, responsables de los niños, les digo que vengo caminando desde el País Vasco. Un joven, vestido de negro austero, les está dando explicaciones. Pudiera ser un aprendiz de cura, un seminarista. Veo un estandarte y pregunto qué quieren decir las siglas PPN, pero el joven no lo sabe y las monitoras tampoco. Pienso un poco y, como estoy muy receptivo, me sale fácilmente el probable significado: “Priez pour nous” (Ruega por nosotros). El Partido Popular de Navarra sería UPN y no tendría sentido en estas latitudes. Cuando les digo mi deducción, parece que están de acuerdo. Cuando salgo de le ermita, no veo la continuación de la pista ciclista, por lo que retorno a preguntar a las monitoras. Ya han salido de la capilla, pero no del recinto. Una de ellas sale para indicarme el camino. Al principio recibo la sensación de que estoy retrocediendo más de lo que a mí me gustaría pero, por fin, se endereza y toma buena dirección.
“Très bien pour
l’egalité de la famme.”
Por delante va una
pareja que me da la sensación de que no tiene mucha idea de a donde
va. Ella, que va por detrás, carga una mochila en sus hombros,
mientras él, por delante, va sin nada, como un señorito. Le digo a
ella: “Très bien pour l’egalité de la famme” (muy bien por la
igualdad de la mujere), pero a él parece no hacerle ninguna gracia
mi comentario y continúa cinco pasos por delante, pero ella se
enrolla conmigo y con mi viaje.
Pero tanto ella como él van muy lentos y yo quiero llegar, al menos, al cabo de Raz. Por lo que me despido de ella y la abandono. Al pasar a la altura de él, me responde con un saludo grato. Quizás esté agradecido por haber entretenido un rato a su dama. Ya en la cuesta abajo, veo el lugar en que el sendero que llevo se junta con el GR-34. Lo malo es que mis bajadas de hoy son las que peor hago, puesto que mi pierna derecha se resiente más bajando que subiendo. Equivocadamente, sigo pensando en que el mal proviene de mi rotura de peroné de 2009. No duele mucho, pero el malestar me limita. Mi visión del acantilado abrupto, hacia el Norte, ya me permite ver con gran nitidez la Pointe du Raz.
Pero tanto ella como él van muy lentos y yo quiero llegar, al menos, al cabo de Raz. Por lo que me despido de ella y la abandono. Al pasar a la altura de él, me responde con un saludo grato. Quizás esté agradecido por haber entretenido un rato a su dama. Ya en la cuesta abajo, veo el lugar en que el sendero que llevo se junta con el GR-34. Lo malo es que mis bajadas de hoy son las que peor hago, puesto que mi pierna derecha se resiente más bajando que subiendo. Equivocadamente, sigo pensando en que el mal proviene de mi rotura de peroné de 2009. No duele mucho, pero el malestar me limita. Mi visión del acantilado abrupto, hacia el Norte, ya me permite ver con gran nitidez la Pointe du Raz.
Pors de Loubous.
Voy caminando un buen
rato por el GR-34 y continúo hasta que llego a un puerto. Cuatro
jubilados (“retraités”) ocupan un banco estratégico que está
sobre el puerto, que vuelven a llamar Pors. Ya no me coge de
sorpresa. Ya se que Pors es igual a Port, sólo que en bretón. El de
Loubous es un pequeño puerto donde hay pocas barcas. Uno de los
jubilados mira a través de sus prismáticos. Quizás observe a un
pescador que pesca desde el malecón.
A continuación hay una pequeña ensenada con playa de piedras y rocas que parece de muy difícil acceso, y después otra playa, también de piedras, pienso que el camino sigue hacia la carretera. Como no veo ninguna señal, cojo esa dirección. Después, en Raz, me dirán los que me sellan el diario que el camino continuaba bajando al puerto de Loubous, pero ya no puedo comprobarlo y, además, me sigue pareciendo improbable.
Como no veo alternativa y la carretera me parece que me lleva demasiado hacia atrás, decido coger un camino que me parece bien direccionado que será de ida y vuelta. O, al menos, eso es lo que debiera haber hecho.
A continuación hay una pequeña ensenada con playa de piedras y rocas que parece de muy difícil acceso, y después otra playa, también de piedras, pienso que el camino sigue hacia la carretera. Como no veo ninguna señal, cojo esa dirección. Después, en Raz, me dirán los que me sellan el diario que el camino continuaba bajando al puerto de Loubous, pero ya no puedo comprobarlo y, además, me sigue pareciendo improbable.
Como no veo alternativa y la carretera me parece que me lleva demasiado hacia atrás, decido coger un camino que me parece bien direccionado que será de ida y vuelta. O, al menos, eso es lo que debiera haber hecho.
Perdido en tierra de
nadie.
El camino se reduce a
sendero, hasta que llegando a un lavadero, se pierde. Menos mal que
el lavadero es bonito y merece la pena habérmelo encontrado. Es una
lástima que ya, en los tiempos de las lavadoras automáticas, no me
pueda encontrar a ninguna lavandera, que me pudiera informar. El
lavadero es amplio y con agua clara. Es algo que me sorprende, puesto
que la mayoría de los que he visto, en lugares más accesibles,
ofrecen una imagen descuidada.
No quiero retroceder y encuentro un sendero que me lleva en una dirección incierta. La situación se va complicando. Los helechos son altos y no me dejan ver las huellas previas entre tanto yerbajo. Empiezo a temer que me ocurra algo similar a lo acontecido en Mallorca, antes de la ermita de Bethlem, camino de Artà, donde los matorrales me retuvieron durante una hora. Por suerte, aquí los helechos no van acompañados de matorral.

Tras el helechal, aparecen espigas que me hacen presuponer un cereal silvestre y empiezo a ver casas a las que me voy acercando.
He ido entre matorrales delimitadores de terrenos privados, pero que no ofrecen ningún resquicio de paso. Por fin, ayudado por el sonido de unas voces, logro salir a lugar civilizado. Dos mujeres son las que hablan caminando por la calle de un “quartier” (barrio) de Plogoff. Veo un coche con matrícula CH 959 NH. (Hasta aquí pensaba que el número avanzaba antes que las dos últimas letras. Hoy sé que no es así).
Para continuar, consulto a las dos mujeres. Una de ellas es de la zona y la otra está sólo de vacaciones. Les cuento lo que me ha pasado después del puerto y les digo que vengo a pie desde el País Vasco. La autóctona me reorienta siguiendo la carretera en la que estamos y me fío de ella, aunque la carretera pronto se convierte en camino y me hace dudar.
Es un camino cambiante que me lleva muy cerca de una escuela hípica, donde se escora hacia sus caballerizas, pero yo continúo mi camino que me sube a una loma. Una foto hacia atrás me permite ver cómo ya me voy alejando de Plogoff.
No quiero retroceder y encuentro un sendero que me lleva en una dirección incierta. La situación se va complicando. Los helechos son altos y no me dejan ver las huellas previas entre tanto yerbajo. Empiezo a temer que me ocurra algo similar a lo acontecido en Mallorca, antes de la ermita de Bethlem, camino de Artà, donde los matorrales me retuvieron durante una hora. Por suerte, aquí los helechos no van acompañados de matorral.
Tras el helechal, aparecen espigas que me hacen presuponer un cereal silvestre y empiezo a ver casas a las que me voy acercando.
He ido entre matorrales delimitadores de terrenos privados, pero que no ofrecen ningún resquicio de paso. Por fin, ayudado por el sonido de unas voces, logro salir a lugar civilizado. Dos mujeres son las que hablan caminando por la calle de un “quartier” (barrio) de Plogoff. Veo un coche con matrícula CH 959 NH. (Hasta aquí pensaba que el número avanzaba antes que las dos últimas letras. Hoy sé que no es así).
Para continuar, consulto a las dos mujeres. Una de ellas es de la zona y la otra está sólo de vacaciones. Les cuento lo que me ha pasado después del puerto y les digo que vengo a pie desde el País Vasco. La autóctona me reorienta siguiendo la carretera en la que estamos y me fío de ella, aunque la carretera pronto se convierte en camino y me hace dudar.
Es un camino cambiante que me lleva muy cerca de una escuela hípica, donde se escora hacia sus caballerizas, pero yo continúo mi camino que me sube a una loma. Una foto hacia atrás me permite ver cómo ya me voy alejando de Plogoff.
Chapelle de Saint
Michel.
El camino va ascendente
y a lo lejos veo nuevas casas que pudieran pertenecer todavía a
Plogoff y es así como me acerco a la ermita de San Miguel. En
realidad la Pointe du Raz está ubicada en terrenos de Plogoff, por
lo que, desde que he salido de Primelin, después de comer, continúo
dentro de su demarcación. La capilla está vallada y, en un espacio
previo, se ve el tocón de un árbol que ha sido talado y apilados en
montones los trozos de leña que ha producido, leña que servirá
para calentar algunos hogares el próximo invierno.
Esta capilla, en más pequeño, tiene similitudes con la de Nuestra Señora del Buen Viaje. Hacia el campanario asciende un escalonado que no conduce a ninguna parte y en la fachada no se ofrece imagen de ningún santo, como allí ocurría. Abandono la capilla y la carretera se escora a la izquierda, en dirección a otro puerto al que me niego a ir, ni aunque el GR-34 me lo recomiende. Se trata del Port de Bestrée.
Esta capilla, en más pequeño, tiene similitudes con la de Nuestra Señora del Buen Viaje. Hacia el campanario asciende un escalonado que no conduce a ninguna parte y en la fachada no se ofrece imagen de ningún santo, como allí ocurría. Abandono la capilla y la carretera se escora a la izquierda, en dirección a otro puerto al que me niego a ir, ni aunque el GR-34 me lo recomiende. Se trata del Port de Bestrée.
Pointe du Raz. Beg
ar Raz.
Pronto llego de nuevo a
carretera y dos jóvenes, a los que veo venir por un camino, me dicen
que es por donde ellos vienen por donde debo ir. Les hago caso, pero
pronto el camino finaliza. De nuevo en carretera, ya se empieza a ver
mucho movimiento de coches. Van aparcando en los lugares destinados.
Los conductores y los viajeros se apean y comienzan a caminar. Avanzamos por buen camino. Al fondo ya se ve el faro, aunque no es un faro convencional, con su linterna sin más, sino que parece que en el mismo se dan las funciones de semáforo y de captación de ondas propio de las torretas de la armada. Me voy encontrando con gente que regresa.
Esto parece una procesión. Quizás, más por los que vienen que por los que vamos hacia el cabo. Saco foto lejana y otra cuando ya estoy cerca del faro. Para esta última me agacho, con el fin de que un matorral me tape un microbús de privilegiados. Decir privilegiados puede ser un exceso, ya que puede haber traído a personas ancianas o con alguna minusvalía. En ese caso los que gozamos del privilegio de poder ir caminando somos nosotros, los que estamos sanos de cuerpo y espíritu. Cuando llego al lugar, compruebo que hay mucha oferta de hostelería, de souvenirs y de otras zarandajas.
Entro en información, donde me ponen el sello de Grand Site de France, con una espiral volatinera, especie de molinillo de viento, de 12 aspas, en el que se lee Pointe du Raz, expresión de cabo que usan los franceses y su versión en bretón: Beg ar Raz. Me insisten en que el GR-34 está bien señalado y que al llegar a Por Loubous debía haber bajado al puerto.
Demasiado tarde para rectificar. También me aseguran que el camino está bien señalado si sigo hasta el cabo y que me conducirá a la Pointe du Van. Me dan un pequeño mapa donde aparecen los dos cabos con la playa intermedia en la Baie des Trépassés. Este será el lugar en que hoy dormiré.
Este mapa me vendrá bien, sobre todo, para arrancar mañana. Saco foto de la parte del faro que da al mar y me dirijo por buen camino hacia el cabo. Su parte más marítima ofrece unos pequeños islotes a los que en el nuevo mapa dan nombres diversos, que no voy a repetir. En el islote más metido en el mar se nos ofrece el auténtico faro, el que realmente sirve para que las embarcaciones no zozobren.
La gente desciende hasta donde se puede sin correr riesgo pues, acercarse más al faro, supondría escalar y descender una zona abrupta y poco segura. Sobre un pedestal se enseñorea la imagen de una virgen.
Los conductores y los viajeros se apean y comienzan a caminar. Avanzamos por buen camino. Al fondo ya se ve el faro, aunque no es un faro convencional, con su linterna sin más, sino que parece que en el mismo se dan las funciones de semáforo y de captación de ondas propio de las torretas de la armada. Me voy encontrando con gente que regresa.
Esto parece una procesión. Quizás, más por los que vienen que por los que vamos hacia el cabo. Saco foto lejana y otra cuando ya estoy cerca del faro. Para esta última me agacho, con el fin de que un matorral me tape un microbús de privilegiados. Decir privilegiados puede ser un exceso, ya que puede haber traído a personas ancianas o con alguna minusvalía. En ese caso los que gozamos del privilegio de poder ir caminando somos nosotros, los que estamos sanos de cuerpo y espíritu. Cuando llego al lugar, compruebo que hay mucha oferta de hostelería, de souvenirs y de otras zarandajas.
Entro en información, donde me ponen el sello de Grand Site de France, con una espiral volatinera, especie de molinillo de viento, de 12 aspas, en el que se lee Pointe du Raz, expresión de cabo que usan los franceses y su versión en bretón: Beg ar Raz. Me insisten en que el GR-34 está bien señalado y que al llegar a Por Loubous debía haber bajado al puerto.
Demasiado tarde para rectificar. También me aseguran que el camino está bien señalado si sigo hasta el cabo y que me conducirá a la Pointe du Van. Me dan un pequeño mapa donde aparecen los dos cabos con la playa intermedia en la Baie des Trépassés. Este será el lugar en que hoy dormiré.
Este mapa me vendrá bien, sobre todo, para arrancar mañana. Saco foto de la parte del faro que da al mar y me dirijo por buen camino hacia el cabo. Su parte más marítima ofrece unos pequeños islotes a los que en el nuevo mapa dan nombres diversos, que no voy a repetir. En el islote más metido en el mar se nos ofrece el auténtico faro, el que realmente sirve para que las embarcaciones no zozobren.
La gente desciende hasta donde se puede sin correr riesgo pues, acercarse más al faro, supondría escalar y descender una zona abrupta y poco segura. Sobre un pedestal se enseñorea la imagen de una virgen.
La Baie des
Tréspassés.
Continúo el camino que
se me ofrece y que me han asegurado me llevará a la Pointe du Van, y
enseguida la veo. También la bahía anunciada y su playa.

Saco foto de la bahía con el cabo de Van al fondo. Al principio los caminos son diversos y se prestan a confusión pero, poco a poco se van delimitando y elijo bien el que me interesa. Un joven que viene de Van me confirma que es el correcto. Es un camino transitado, ya que es el que también lleva al aparcamiento de vehículos. Enseguida me voy a quedar solo, pero... Me encuentro con un grupo de mujeres y dos más jóvenes que empiezan a descender la cuesta que yo acabo de iniciar hacia arriba. Tengo que esperar hasta que pase todo el grupo, pues el camino se ha tornado en sendero estrecho y no cabemos todos en él. Pronto vuelvo a descender y la pierna derecha se vuelve a comportar mal en las bajadas. Hago de tripas corazón, pues todavía debo bajar hasta la playa. Desde la nueva posición, saco fotos hacia el cabo de Raz, con el fin de que se vea el acantilado abrupto. Algunos consideran este cabo el más occidental de Francia continental, pero no lo es. Tendré oportunidad de dormir más al Norte en el auténtico, la Pointe de Corsen.
Saco foto de la bahía con el cabo de Van al fondo. Al principio los caminos son diversos y se prestan a confusión pero, poco a poco se van delimitando y elijo bien el que me interesa. Un joven que viene de Van me confirma que es el correcto. Es un camino transitado, ya que es el que también lleva al aparcamiento de vehículos. Enseguida me voy a quedar solo, pero... Me encuentro con un grupo de mujeres y dos más jóvenes que empiezan a descender la cuesta que yo acabo de iniciar hacia arriba. Tengo que esperar hasta que pase todo el grupo, pues el camino se ha tornado en sendero estrecho y no cabemos todos en él. Pronto vuelvo a descender y la pierna derecha se vuelve a comportar mal en las bajadas. Hago de tripas corazón, pues todavía debo bajar hasta la playa. Desde la nueva posición, saco fotos hacia el cabo de Raz, con el fin de que se vea el acantilado abrupto. Algunos consideran este cabo el más occidental de Francia continental, pero no lo es. Tendré oportunidad de dormir más al Norte en el auténtico, la Pointe de Corsen.
Plage des
Tréspassés.
Hotel de la Baie.
Hotel de la Baie.
Antes del descenso ya
veo un edificio que tiene todo el aspecto de ser un hotel. También
otro más alejado y al que no llegaré. Saco la última foto del día
con los dos edificios de la playa. Desciendo. En el primero pone
Restaurante de la Baie. Me acerco a recepción y me piden un precio
de 68 € por la habitación, con posibilidad de rebajar a 64 €. Me
parece muy caro y es cuando me ofrecen otra opción: 50 € pero sin
retrete ni ducha en la habitación.
Trato de mejorar el precio contratando media pensión, pero no hay rebaja y la cena me iba a costar 20 € más y el desayuno 12 €. Como estoy cansado y la pierna no está muy católica, decido aceptar. Me dicen que pague mañana, pero si no voy a desayunar, prefiero hacerlo ahora y mañana me podré marchar cuando me dé la real gana. Me preparan la factura que finalmente será de 50,40 € pues incluyen la tasa y lo pago con la Visa. Subo a la habitación. Cuelgo en perchas la ropa que lavé ayer y que todavía no ha perdido toda la humedad, y la cuelgo del aplique de la luz de la otra mesilla, que no voy a usar. Quito la colcha y cojo un cojín cuadrado. Trataré de adaptarme al rollo que sirve de almohada y que parece blandito. Saco las sábanas, desajusto la manta y me tumbo. La cama es más amplia que la de ayer y también algo más durita. ¡Mejor! También tiendo la toalla azul, pinzándola en una percha que cuelgo de la puerta y me voy a duchar. El retrete está en otro lado, pero creo que no lo voy a usar puesto que ya he cagado en l’Abri Côtier. Las dos toallas que me han puesto en la habitación son mínimas y las cojo para que entre ambas pueda cubrirme con decencia al volver. Pero se me escapa la unión y me despeloto por el camino. Menos mal que este trayecto entre ducha y habitación parece que es para mí solo. Eso creo, a pesar de ver una puerta en que se lee: “privado”. Tras la ducha, vuelvo a terminarme de secar en la habitación pues, en el cuarto donde está la ducha, hay un ventilador disfuncional y también algún cristal roto en la ventana. Por ambos entra el frío del exterior. Menos mal que en la habitación hay un bidé que me va a permitir descansar los pies y terminar de limpiarlos. Con el agua caliente mis pies se reconfortan. En el pie izquierdo, sigue apareciendo el papiloma del dedo meñique, aunque apenas me molesta. Se me cae la uña equivalente al dedo índice del pie izquierdo, la primera que se me amorató al poco de iniciar la caminata. Durante un rato ha estado colgando, pues no quería que por arrancarla sangrara. No voy a hacer un entierro de uña y va directamente a la papelera. Guardo el jabón para tiempos peores y he usado el mínimo de gel del sobrecito de la ducha. Me ha resultado suficiente.
Trato de mejorar el precio contratando media pensión, pero no hay rebaja y la cena me iba a costar 20 € más y el desayuno 12 €. Como estoy cansado y la pierna no está muy católica, decido aceptar. Me dicen que pague mañana, pero si no voy a desayunar, prefiero hacerlo ahora y mañana me podré marchar cuando me dé la real gana. Me preparan la factura que finalmente será de 50,40 € pues incluyen la tasa y lo pago con la Visa. Subo a la habitación. Cuelgo en perchas la ropa que lavé ayer y que todavía no ha perdido toda la humedad, y la cuelgo del aplique de la luz de la otra mesilla, que no voy a usar. Quito la colcha y cojo un cojín cuadrado. Trataré de adaptarme al rollo que sirve de almohada y que parece blandito. Saco las sábanas, desajusto la manta y me tumbo. La cama es más amplia que la de ayer y también algo más durita. ¡Mejor! También tiendo la toalla azul, pinzándola en una percha que cuelgo de la puerta y me voy a duchar. El retrete está en otro lado, pero creo que no lo voy a usar puesto que ya he cagado en l’Abri Côtier. Las dos toallas que me han puesto en la habitación son mínimas y las cojo para que entre ambas pueda cubrirme con decencia al volver. Pero se me escapa la unión y me despeloto por el camino. Menos mal que este trayecto entre ducha y habitación parece que es para mí solo. Eso creo, a pesar de ver una puerta en que se lee: “privado”. Tras la ducha, vuelvo a terminarme de secar en la habitación pues, en el cuarto donde está la ducha, hay un ventilador disfuncional y también algún cristal roto en la ventana. Por ambos entra el frío del exterior. Menos mal que en la habitación hay un bidé que me va a permitir descansar los pies y terminar de limpiarlos. Con el agua caliente mis pies se reconfortan. En el pie izquierdo, sigue apareciendo el papiloma del dedo meñique, aunque apenas me molesta. Se me cae la uña equivalente al dedo índice del pie izquierdo, la primera que se me amorató al poco de iniciar la caminata. Durante un rato ha estado colgando, pues no quería que por arrancarla sangrara. No voy a hacer un entierro de uña y va directamente a la papelera. Guardo el jabón para tiempos peores y he usado el mínimo de gel del sobrecito de la ducha. Me ha resultado suficiente.
Anochecer en la
bahía de Tréspassés.
Después de ducharme no
me apetece salir a dar un paseo. Tampoco tengo ganas de ponerme a
dibujar ni de llamar a mis hijas. Mañana llamaré a Vera. Si puedo
lo haré de cabina y en el albergue barato que me recomendaron en
Audierne y que tengo anotado con el nombre del pueblo:
Beuzec-Cap-Sizun. Me sorprende que los franceses estén llamando a
los cabos “Pointe” y ahora, como ocurrió en Cap Ferret, le
llamen “Cap” (como en catalán) al cabo Sizun. ¿Dependerá del
tamaño? Me tumbo a descansar con el mapa grande de Finisterre y tras
darle varias vueltas y hacer conjeturas de futuro, me levanto para
escribir. Primero hago cálculos de lo gastado este mes con la Visa y
compruebo que todavía tengo mucho margen para llegar a fin de mes
sin sobrepasar el tope de 1500 € que tengo de límite crediticio.
Alas 22:10 horas dejo de escribir. Como algo energético. Todavía me
quedan 4 pastas, aunque están algo duras, una barrita Carrefour y
algunos frutos secos. Las 4 pastas las coloco en el bolsillito de la
parte alta de la mochila. Para las 22:30 ya estoy en la cama. He
escuchado algunos ruidos y voces de niños en el espacio entre mi
habitación y la ducha, lo que me hace recapacitar sobre mi primera
opinión. Estoy menos solo de lo que creía. Empiezo a temer trasiego
y juerga nocturna, pero ya no volveré a oír nada en toda la noche.
Duermo bien, pero la pierna me hace temer lo peor. Lo peor en este
momento sería tener que suspender el viaje. Pero al dormir bien, con
buen comportamiento del rollito de almohada blandito, me levantaré
más optimista. Me levanto dos veces a orinar pero no salgo de mi
habitación. El bidé ha sido una bendición. En la primera ocasión
he encendido la luz del lavabo, en la segunda ya no será necesario.
Balance de la
jornada en Cap-Sizun.
Cap-Sizun suena como
Cap-Sisán. Tras desayunar y despedirme de Mme. Priol, el paseo por
la parte vieja de Audierne, las buenas noticias de Turismo y mi
despedida de Audrey, hoy los encuentros han sido orientadores. Muy
buena la información que me ha llevado a L’Abri Côtier. Me apena
la oportunidad perdida con el que meditaba en su tienda de campaña.
El paisaje ha sido bonito. También ver cada vez más cerca la Pointe
du Raz y llegar a ella pues, visto en el mapa de Francia, se ofrece
como un hito en mi viaje. Ha sido una pena que no haya dado más
juego el encuentro con los que visitaban la Chapelle de Notre Dame du
Bon Voyage y con el que daba las explicaciones y que no sabían el
significado de PPN. ¡Pero basta de lamentos! Mañana caminaré por la costa Norte del Cap-Sizun.
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