lunes, 25 de mayo de 2015

Etapa 36 (327) Lorient-FINISTERRE-Le Pouldu


Etapa 36 (327). 13 de julio de 2012, viernes.
Lorient-Larmor Plage-Lemener (Ploemeur)-Le Courégant-Fort Bloqué-Guidel Plages-FINISTERRE-Le Pouldu.

Amanecer escolar.
Hoy es la víspera de la fiesta nacional francesa del 14 de julio. Habrá fuegos artificiales por la noche, tras mi llegada a Finisterre. Me despierto a las 7:40 horas. ¡Qué tarde! A pesar de que la esterilla se me había deshinchado mucho durante la noche. Me pongo el pantalón, orino por última vez en el retrete de las chicas, cojo agua, recojo la ropa con criterio de más a menos mojada, con la intención de extenderla en la arena si sale día de playa. Anuncian buen tiempo para la próxima semana pero, al atardecer y  sin salir de Morbihan, caerá un aguacero impresionante, que me dejará sin margen de maniobra en Le Pouldu.
 

Me meteré en un hotel próximo al lugar de desembarco. Antes de marchar de la escuela donde he dormido, saco foto del lugar con las espalderas y los servicios para chicas y chicos. He usado los de las chicas, los más cercanos a mi cama.

Un paseo por Lorient.
Retrocedo hacia la puerta de ayer, temiendo que continúe cerrada con llave, pero hoy está abierta. Salgo a la calle y empiezo a retroceder pero, mirando el mapa, me doy cuenta de que me conviene continuar por donde me dijo el hombre ayudador de ayer tarde y cojo la dirección Larmor-Plages. Por lo menos sé que esta dirección me irá sacando hacia la costa. Confío en que hoy llegaré a Finisterre. Paso por una panadería que no ofrece café y un poco más lejos leo “Le forn à pain” y esa sí lo tiene.

Desayuno en Le Forn à Pain.
Cojo tres cruasanes de almendra, que están en oferta. Me van a resultar demasiado empalagosos pero me los como. Hay que tener en cuenta que ayer metí poco alimento a mediodía y por la noche no hubo nada para cenar. Uno cuesta 1,50 y tres me cobrarán 3 €. El café con leche, 1,70, así que pago 4,70 €. Me quedo escribiendo hasta las 10:30 horas. El panadero ha sido exquisito en su atención. Luego le releva su mujer, Valerie, como la de la pizzería, la del PMU, la de playa Garone, y tantas otras. Ella me dice que el albergue juvenil está cerca de aquí. ¿Entraré a verlo? Además del diario, escribo postal para Abdu y la echo en buzón que hay en la esquina. Voy a orinar y llevo la botella para llenarla de agua, pero él le dice a una empleada que me la llene de agua fresquita. ¡Todo un detalle! Le digo que me eche de grifo y no mineral de botella. Y así lo hace. Agradecido por sus atenciones, me despido de este buen horneador de Horno de Pan.
Buscando albergue 
cuando ya no me hace falta.
Salgo en busca del Auberge de Jeneusse de Lorient y, con paciencia, lo encuentro. Tiene su dificultad encontrar la calle Víctor Schoelcher. Ya lo comprobé ayer. Llego a un sitio en que hay muchos niños, y un monitor me dice que, siguiendo la carretera hacia arriba, estoy en un minuto. En el “étang” Ter he visto a niños haciendo deporte de vela y he sacado una foto. Dos velitas azules y dos blancas, que no hacen una gran vela blanquiazul. Las casitas que están junto al estanque Ter no sé si son para guardar los veleros o para albergar a los niños aprendices. También hay un contenedor azul que parece, ese sí, será para útiles, como remos, chalecos salvavidas, flotadores, etcétera. Lo que ha quedado claro es que estas casitas no son el albergue juvenil que estoy buscando. Un señor, en el cruce de caminos para los que vamos a pie, me dice, que el estanque se llama Ter y que tiene cuatro kilómetros de largo por tres de ancho. Que tiene un camino precioso para rodearlo.
 

Llego al albergue. Una mujer que está haciendo la limpieza, trata de localizar a la recepcionista. Pero no es necesario, pues ésta aparece por unas escaleras que vienen de abajo. Le cuento lo que me pasó ayer. Me dice que había plazas para dormir, pero que el Accueil se cerró a las nueve de la noche y si hubiera llegado más tarde, no habría podido entrar. Se confirma que hice bien quedándome en la escuela a dormir gratis.

Le agradezco la información que me da, le digo que hoy ya no lo necesito y me despido de ella. Me dice que para pasar de Morbihan a Finisterre tendré que coger un barco que hace un breve trayecto. Saco una foto del albergue para el recuerdo de un lugar en que he estado pero del que no he hecho uso.

Rodeo parcial del estanque Ter.
Ya son más de las once cuando camino junto al lago. Es un camino que lo utilizan tanto corredores entrenando como caminantes senderistas. Paso el puente y saco foto del estanque. Los cuatro veleros se siguen viendo al fondo, aunque, por la posición, ahora sólo se ven nítidas una vela blanca y otra azul.
 

Una vez pasado el puente se va aclarando que no fue tan desacertada la orientación del segundo hombre de ayer tarde pues, si hubiese seguido la carretera próxima a las vías de tren obsoletas por las que pasé, hubiera podido, pasando el puente, llegar al albergue. Aunque ayer me enfadé con el segundo, hoy se ve claro que los dos orientadores no estaban descaminados. Pero estaba claro también que tenía que dormir como un escolar que ha suspendido el curso y se le castiga a pernoctar en el suelo. ¡Que todos los castigos sean como este viaje mío impredecible y magnífico! Saco foto de esta zona, donde se ve el otro lado de la ría, hacia Port-Louis.

Larmor-Plage.
Sin abandonar la ría, sigo caminando hacia Larmor-Plage. Veo indicador de kilómetros. A Lemener hay 8 ½ y me parece distancia adecuada como para poder llegar a comer allí. Pero la lluvia me va a hacer cambiar el programa y tendré que comer sin salir de Larmor, aunque alejado de esta parte, en una escuela de deportes náuticos para chavalillos.
 

Dejo atrás el indicador a Kernavel, que parece ser el extremo de la playa más próximo a la bocana de La Rada de Lorient, como ocurre con Gavres que está al Sur de Port-Louis. En la foto se ve una línea minimalista con torre de iglesia y muchos barcos con altos mástiles que están amarrados a puerto deportivo.
 
Paso por un lugar donde están “aparcados” algunos barcos nuevos, pero me agrada más fotografiar estos otros decrépitos y que parecen esqueletos de ballena. Da pena ver estos despojos de unos barcos que en su día faenaron bien y sirvieron para traer alimento del mar y hoy se desprecian y abandonan sin ningún remordimiento.
 

Ya sé que no son personas, pero habría que haberlos mantenido y reparado. Yo mismo me sorprendo de que esta imagen me ponga sentimental. Según comienzo a caminar por la playa Larmor, Kernavel se va quedando atrás y me iré sin visitarlo. De lejos tiene un buen aspecto. La apariencia de una fortaleza inexpugnable.
 
Siguiendo por la playa de Larmor se ve, mirando al horizonte, la isla de Groix. Así voy acercándome a la población que ofrece una playa más urbana y una bonita apariencia de conjunto. No se ven torres o rascacielos que desentonen con las casitas bajas, aunque alguna construcción pueda tener tres o cuatro pisos. 


Acercándome al centro, me llama la atención este crucero de factura antigua aunque el basamento parece que sea más reciente. Da la impresión de que ésta no va a ser una “ville fleuri” (ciudad florida). Ya en el centro de Larmor-Plage saco una foto de Notre Dame. Es una iglesia con una estructura muy peculiar, tanto en su fachada y todo su contorno exterior, como cuando la visito por dentro. Un conjunto ciertamente sorprendente.
 

Aunque el recinto está encadenado, he tenido mala suerte, pues una furgoneta se ha colado y no me permite completar la visión del conjunto exterior. Con todo, y el árbol, que también colabora en la ocultación, me parece una composición armoniosa. Me sorprende el pináculo entre cónico y piramidal alargado. Una pirámide de aristas suavemente curvadas, que me resulta bella en su tosquedad y que me recuerda algo a los capirotes de Semana Santa.
 

La puerta de entrada que se ve está cerrada y también es austera con un pequeño detalle de filigrana. Entro por otra puerta donde me dan la bienvenida doce figuras sedentes que me figuro serán los doce apóstoles, aunque sólo sea por el número, seis a cada lado, rinden pleitesía al caminante y les saludaré al marchar. Entro en el interior. Un hombre reza. La iglesia tiene dos naves bien diferenciadas. La más grande y principal, que ofrece al fondo el altar mayor, me hace recordar los iconostasios de las iglesias ortodoxas rusas. Sólo me los recuerda en la lejanía. Al acercarme compruebo que no tiene nada que ver con ellos. Lo preside Nuestra Señora en una imagen que tiene hechura entre la Asunción y la Virgen del Carmen. Aunque vuela en el cielo, no es una Asunción, puesto que lleva al niño en sus brazos y no veo los escapularios propios de la patrona de los pescadores. Recupero el barco colgando que hacía muchos días que no veía en las iglesias marineras. Hay otro velero bergantín entre la entrada y el púlpito, lugar para antiguas arengas declamatorias, que le añade otro detalle de vetustez. La disposición de bancos bien alineados, contrasta con el ordenado desorden de las sillas con asiento de urdimbre pajiza que completan la nave central. La segunda nave, en paralelo a la principal, nos ofrece un altar piadoso. No es ni la de Miguel Ángel, ni la de Oteiza, y me mueve poco a sentir piedad de Notre Dame.

Salgo al pórtico a saludar y despedir a mis anfitriones. Trato de reconocerlos en su expresión iconográfica, pero es ardua la tarea. A pesar de sus bandas llenas de leyendas, no logro saber quién es quién. Estos santos conservan algo de su policromía, pero sus hornacinas están que se desmoronan, muy erosionadas por el paso y las inclemencias del tiempo.


La mejor pista me la podría dar Pedro, pero no logro ver a ninguno con llaves celestiales, así que me marcho de esta iglesia de Nuestra Señora con el convencimiento de que estos santos no son los santos apóstoles o, si lo son, están bastante camuflados. Con todo, me voy satisfecho de haberla visitado. Me doy cuenta al salir que no he hecho ni caso a San Antonio, y su niño no estaba dormido, que podría servirme de justificación. Salgo de la iglesia y del pueblo, aunque continúo por su playa. Sin salir todavía de Larmor, compruebo que la playa por la que voy también está ocupada por practicantes de deportes náuticos. Al fondo se recorta la isla de Groix. 


Siguiendo por el borde del mar, una mujer se asombra con mi viaje. Otro chico también me menciona Île de Groix, pero ayer ya decidí que no la iba a visitar, aunque tuviera albergue. ¡Qué ganas tengo de que mejore el tiempo!, ¡qué ganas de tumbarme al sol en la playa! Se vuelve a animar la lluvia y sin acabar de pasar el parque Kerquelen, que es un parque natural para preservar la flora de las dunas, me encuentro a una señora que pasea con su perro. Va distraída y, al saludarla por detrás, la asusto. Acabo de pasar por un hotel. He parado a ver el menú y me ha parecido carísimo. La señora del perro me dice que no encontraré ya ningún restaurante hasta llegar a Lemener. Sigue lloviendo. Necesito acelerar para poder llegar a comer a buena hora a Lemener, pues ya son más de las doce y media y no puedo descuidar la hora de comida de los franceses. En un edificio raro, veo que entran jóvenes con trajes de neopreno y me asomo a husmear.

El bar Sellor.
Es así como descubro el bar Sellor, que prepara la comida a los deportistas náuticos y que a mí, aunque mi deporte es más terrenal, también me la pueden dar. Dar pagando, se entiende. Me adueño de una mesita que, aunque llena de utensilios y restos de comida, acaba de quedar libre. Una clienta, amiga de la casa y yo, ayudamos a Antonio a vaciar y limpiar la mesa. Pregunto a la chica si es empleada de la casa y me responde que no: “ayudo al amigo”, me dice. Como esta mujer estuvo un año en Argentina, me hace de intérprete. Le digo el camino que estoy haciendo y entiende que debo alimentarme bien. De lo que hay, me recomienda la ensalada y el chile. La palabra me orienta, más que al país que gobernó Allende, hacia el picante y el probable despertar de mi almorrana. Pero ella me asegura que no me va a picar. Como la ensalada. El chile consiste en alubias con carne y patatas fritas. Es verdad que no pica. Espero dormir solo esta noche, pues si tengo compañero, lo puedo atufar a pedos, no por la carne, sino por las alubias, “haricots o babarrunak”, que acabo de comer. Está muy rico. Bebo dos cervezas y todo asciende a 16 €. Creo que no voy a poder pagar con Visa, pero sí es posible. Para ello tengo que ir a la recepción de todo el sistema de deporte náutico, alimentación y alojamiento, de lo que se nutre este negocio junto al mar. Aquí veo que Sellor pertenece también a Lorient.
 
Como sigue lloviendo, tras ver el trasiego de adolescentes y jóvenes con sus trajes de neopreno, regreso al bar para seguir escribiendo el diario. Cuando termino y salgo, van a dar las dos y veinte. Un grupo se está poniendo sus chalecos salvavidas. Si les ocurre algo, serán fácilmente visualizados, con ese rojo tan brillante, por los equipos de rescate, salvamento y socorrismo. Voy pensando en la suerte. ¡A ver si no me llueve esta tarde!, ¡a ver si consigo coger el barco y entrar hoy en Finisterre! Suelo decir que mi camino es de disfrutar y no de llegar quemando etapas. No se trata de avanzar, sino de aprovechar todo lo que el camino me ofrece. Sin embargo, estos días lluviosos, me animan a avanzar como objetivo. Cuando salgo está lloviznando, pero no me quiero poner la capa. Finalmente, como la lluvia continúa y no quiero coger la humedad de ayer, acabo poniéndomela.

Ploemeur. 
Notre Dame de la Garde.
No acabo de saber si Lamener, el lugar que buscaba para comer antes de encontrar el bar Sellor, es el nombre de la costa de Ploemeur o me lo he inventado. También tengo dudas de si acaba en “r” o en “c”: Lamener o Lamenec. Como no lo veo escrito por ningún lado, así se va a quedar. Mientras camino hacia Ploemeur, lo que veo es una costa de piedras y rocas, que será la constante hasta llegar a su gran playa. Al fondo, se ve el pueblo, que ofrece de lejos un bonito aspecto en su conjunto.
 

Cuando llego a Ploemeur, entro en la Chapelle de Notre Dame de la Garde. Es un edificio con poca historia, ya que fue construido hacia 1900. No funciona con servicio de culto eclesiástico, sino como sala de exposiciones. Interiormente ofrece una estructura de madera y, siendo oscura, tiene una iluminación cenital interesante. Aquí la luz es celestial. Dos velas de velero, extendidas al viento, le dan una apariencia de barco a la deriva, dando vaivenes, de lo religioso a lo profano, de lo espiritual a lo artístico. Arte y espíritu se complementan.

Nunca ha estado desvinculada la religión con el arte. Sólo hay que recordar el mecenazgo de los papas con los escultores y pintores en sus distintas épocas. En Gipuzkoa tenemos el ejemplo de los franciscanos en Arantzazu. La exposición que hoy se nos ofrece no es figurativa, sino que trata de emocionar con una combinación de colores, más o menos conseguida. A mí, esa estética no logra conmoverme. Me agrada, sin más. Espero que el artista haya disfrutado mientras lo hacía. Con esta exposición de cuadros coloristas, la iglesia, que no es demasiado antigua, se ha vuelto mucho más moderna. Saco foto del interior y del exterior. Su fachada tiene la misma forma que la que dibujan con cinco rayas los niños, a la que han añadido, en la confluencia de las dos líneas convergentes del tejado, un campanario chiquitín. Me gusta esta sencillez de la fachada, que podría haber sido diseñada por cualquier niño. De todas formas, todo lo que os he contado de la exposición, podréis considerarlo puro invento, puesto que no va a ser inaugurada hasta mañana, día de la Fiesta Nacional. Eso es lo que pone en el cartel anunciador. Los cuadros también imaginaos que me los he inventado. Es que tengo gran imaginación y os he ofrecido un adelanto que otros no podrán ver hasta mañana, 14 de Julio. Ya son más de las tres de la tarde.


Un paseo con Michele.
Es Michele la que me confirma lo de la fiesta de mañana y me dice que Lamené (es así como me suena, pero es que los franceses se suelen comer las últimas letras y, es por eso, que voy a seguir sin saber si acaba en “c” o en “r”) pertenece a Ploemeur. Ella acaba de salir de casa a pasear, para hacer su recorrido diario de un par de horas por el borde del mar. Me permite que le acompañe. A mí me agrada ir en buena compañía, aunque el francés que habla me resulta bastante incomprensible; es probable que esté introduciendo alguna palabra bretona. A pesar de ello, voy a gusto caminando con ella. Me obliga a hacer más recorrido y me resta velocidad, pero me compensa. Abandonamos muy a menudo el camino principal para asomarnos por senderos que nos acercan más al mar. Así, dice, “me da más el yodo de las algas en el cutis”. La costa combina rocas y dunas consolidadas. Hay algunos tocones de cemento unidos por un alambre bajo, que son una forma de delimitar, para impedir el paso a la duna y al bajo acantilado, pero que también suponen un peligro, un elemento de tropiezo, para el caminante desprevenido. Nada, ningún cartel, ni nadie, prohíben el paso y ese obstáculo permanece inadvertido, pudiendo producir lo que pretende evitar, que alguien se tropiece con el alambre y caiga al acantilado. 
 
Michele me habla mucho, casi se podría decir que no calla, y le entiendo la mitad o menos, pero me resulta divertida esta forma de ser de ella, algo deseosa de agradar y, a la vez, despreocupada. Voy a gusto con ella. Ya hemos visto varias veces en el horizonte la isla de Groix. Ella me la ha señalado y así le saco una foto antes de la despedida definitiva. Hemos tenido suerte en este tramo del paseo, ya que ha dejado de llover y yo ya me había quitado y guardado la capa al salir de la exposición. No ha llovido, ni nos hemos sentado en ningún sitio, por eso me sorprende ver, al despedirnos, cómo tiene todo el pantalón mojado. Me hace pensar que Michele pueda sufrir de incontinencia urinaria y que no se dé cuenta de ello. Y si se da cuenta, no le anula como persona y hace sin prejuicios su vida ordinaria, lo que le apetece. Me parece genial. Durante el paseo me da toda clase de explicaciones, me muestra una especie de árgoma pinchosa, como las aulagas, y otra planta de hojas aterciopeladas, que ella me presenta como una planta exclusiva del lugar y yo le digo que son plantas propias de las zonas costeras y que también se ven en el País Vasco y en las costas de la península Ibérica. 


Cuando llegamos cerca de Port Kerroch, Michele se da la vuelta y me dice: “He pasado un rato muy agradable”. “Yo también”, le respondo, y nos despedimos con un par de besos. También le digo que me ha dado suerte porque no ha llovido en todo el rato que hemos caminado juntos.


Le Courégant. Fort Bloqué.
Kourgant, en bretón. He podido comprobar que mi capa tiene fallo de diseño o de confección ya que, al ponérmela, la parte de la capucha que debiera tener la apertura para la cara, no coincide con la posición de hombros y brazos. Pero por eso no la voy a tirar y tendrá que aguantar un verano más.
 

A lo lejos se ve un pueblo que me hace pensar que será ya el último de Morbihan, pero estaré muy equivocado. Lo fotografío aprovechando que aparece un menhir pequeñín en el camino. Comienza una ensenada natural donde ya se empiezan a ver los barcos del puerto de Kerroch. No sé si será por la marea alta, pero estos barcos flotan en la superficie marina.


Después de Le Courégant, el siguiente pueblo que vea en otra ensenada va a ser Fort Bloqué, que en bretón será Keragan. Al pasar por Kourgant fotografío un prado con golf entre el camino y la costa. Después de media hora más de camino, veo un islote en el mar pero muy próximo a tierra. Contiene un edificio amurallado, que muy bien pudiera ser una fortaleza, aunque no la veo muy bien desde tan lejos. No tengo intención de perder más tiempo y me limito a fotografiarlo. Es muy probable que sea Fort Bloqué. Por el lugar en que está enclavado, es un bonito espectáculo el que ofrece este fuerte. En toda la zona se siguen viendo escuelas de deportes náuticos. Se ve que el mar y el viento son propicios para este tipo de deportes. El camino me obliga a salir a la carretera y veo coches aparcados, próximos a playas con oleaje fuerte, y a surfistas, más o menos pudorosos, poniéndose o quitándose sus trajes de neopreno. Con estos deportistas, se ve que la zona se anima y crea atracción turística. Cada uno elige la variante deportiva que le apetece, según gusto y condición. Además de vocación, requieren fortaleza física, para aguantar todo el esfuerzo que precisan, y mucha paciencia, para esperar al viento o la hora idónea de la marea. Es todo un mundo el de escuelas y especializaciones. El lugar en el que he comido es un ejemplo de lo que digo. Los alumnos (probablemente sus padres) son los que costean todo este tinglado y los beneficiados son los monitores, los ayudantes, y los hosteleros que los acogen.


Guidel-Plages. Bancos toscos.
Ya he ido dejando atrás Kerroch, Kourgant, Keragan, por poner sus nombres bretones, y ya estoy dando los últimos pasos por las costas de Morbihan. La zona a la que estoy llegando, la Guidel-Plages, me ofrece otro elemento que me lleva a hacer una valoración de calidad. En varios tramos veo unos bancos curiosos. Son de madera con un acabado muy tosco y tienen asiento a dos alturas. No sé con qué finalidad. Si es para que los niños puedan contemplar el paisaje a la misma altura visual que los adultos, también debieran haber pensado en su seguridad.No ofrecen ningún protector.


Cuanto más alto, más dura será la caída. También debieran haberlo hecho más adecuado a su tamaño y ajustando adecuadamente le distancia entre el respaldo y el apoyo de los pies que, así, resulta excesiva. O apoyan los pies, o apoyan la espalda, pero es imposible que puedan hacer las dos cosas a la vez. También el respaldo, como el de los adultos, debiera ser más alto, pero parece que ha primado la estética y el paralelismo entre los dos asientos que la comodidad y la seguridad. Se ve que este banco es de fabricación reciente. Más adelante veo otro de las mismas características pero más baqueteado por los cambios atmosféricos, las épocas del años, el viento, la lluvia, el salitre y el uso. Viendo el segundo se puede hacer uno la idea de cómo estará el primero al cabo de unos pocos años. A pesar de las pegas que le estoy sacando al diseño, estos bancos me agradan y vendrán muy bien a las personas añosas. Ageés, dicen los galos. El segundo está en una entrada hacia la playa y también será muy útil para quitarse la arena y calzarse, adultos y niños. Es desde esta perspectiva, más que la de contemplar el paisaje, que el diseño de la parte alta venga muy bien para que los padres sienten a los niños y los limpien y calcen con mayor comodidad, sin tener que agacharse tanto. Junto al banco de la segunda foto han puesto un tinglado, también en madera tosca, que delimita el camino para que lo utilicen sólo los peatones y disuasorio para los ciclistas, creando dificultad para que no puedan pasar sus bicicletas. 


Bueno, ya me he entretenido demasiado en estos bancos, sobre los que no me he sentado, ni para limpiar la arena de mis pies, ni para calzarme, ni para admirar un paisaje que ya llevo horas y días admirando. En la siguiente playa, que empieza con piedras y rocas pero que en su continuación ofrece arena y usuarios que me supongo con neoprenos, porque el día no sólo no mejora, sino que empeora,  puedo empezar a pensar que lo que veo al fondo ya es Finisterre, con Le Pouldu en primer término, aunque todavía no puedo apreciar la riviére Laita que me va a obligar a montar en barco.

Barco a Le Pouldu.
La playa de Guidel dobla hacia el interior y ya empiezo a ver la desembocadura del río Laita. También el lugar de embarque. Entonces empieza a caer cantidad de agua que con la capa que tengo en la mano, no dejo que me empape tanto como me hubiera ocurrido sin ella. ¡Qué manera de jarrear! Cae agua con ganas, a mares. Con todo, las piernas las llevo bien mojadas. Bajo la capa y la lluvia, llego a la oficina de billetería, pero allí sólo se mencionan excursiones y cruceros. Todo está cerrado y no veo a nadie a quien preguntar. Veo que se acerca al embarcadero una motora neumática, corro y me acerco a preguntar. No viene por mí, pero me dice que suba al malecón y que tire de una cuerda que pone una señal en horizontal y que es la que avisa al barquero que alguien quiere pasar. El barquero ahora está en el otro lado, en Le Pouldu. En seguida me dice, el de la motora neumática, que el barquero ya viene pues, para saberlo, le ha bastado oír el ruido de la puesta en marcha de su motor. Se ve que las gentes de la mar tienen el oído muy fino para estos detalles que a los legos nos pasan desapercibidos. 
 
También me dice que debo pagar un euro y lo preparo. Llega el barquero, monto y le doy la moneda (1 €). Soy el único cliente y nos vamos alejando del malecón. Saco foto de despedida con el artilugio de la señal, la pasarela por la que he embarcado y el informante que porta una garrafa de gasóleo para su lancha neumática a motor. Le digo al piloto de la nave: “¡Qué mal me reciben en Finisterre!” y él me informa: “Se suspenderán los fuegos artificiales” y, estando en medio del río Laita, ya abandono Morbihan y entro en Finisterre.



F I N I S T È R E (1)
Le Pouldu-Pointe du Raz-Douarnenez



Sigo en medio del río Laita y ahora oriento mi cámara hacia el otro lado y fotografío el hotel que me va a acoger esta noche. Aunque va a ser más caro que el de Guérande, no es mala forma de empezar Finisterre. Además, el tiempo va a cambiar y, por la noche, habrá fuegos artificiales.








Hotel du Pouldu.
Desembarco justo delante del hotel. Sigue lloviendo. No tengo otra opción. Digo al barquero de dónde vengo y el viaje que estoy haciendo. Él también entra en el bar a la vez que yo. Se ve que es su refugio y su atalaya para observar si alguien más requiere sus servicios. Dejo mi capa plástica chorreante escurriendo en una silla. Ahora empieza mi negociación. Hay habitación y ahora se trata de acordar el precio. Trato de rebajar lo que puedo pero la hija de la dueña, respaldada en que su madre no está, se muestra simpática pero inflexible. El negocio es el negocio, dirían los catalanes, sustituyendo negocio por “negoci”. Me cuesta negociar con la habitación, así que trato de conseguir algo con la cena. En ambos casos, en vano. No consigo ni que me regale una copa de vino, algo que había dejado yo abierto para dar oportunidades a su generosidad. Esta chica, como he dicho, es hija de la patrona. Aunque no me haya hecho rebaja, tengo que reconocer que la muchacha es simpática y sabe algo de castellano, aunque me dice 62 €, y me quería decir 72, cuando estábamos negociando. Estuvo un tiempo en Centroamérica; allí lo aprendió y luego lo reforzó en Asturias, en dos ocasiones, con clases incluidas. Le digo que, según leí en la prensa, el castellano ya ha desplazado al inglés y al alemán en la elección de segundo idioma de los jóvenes estudiantes franceses. También hablamos de mi viaje y me da un mapa del Sur de Finisterre que me servirá para salir caminando mañana y que sustituiré por otro, si lo consigo mejor. Éste me va a servir para pocos días. Tras pagar con Visa 68 €, más que en el Hotel des Voyageurs de Guérande, pero sin ningún problema con la tarjeta, subo a la habitación. Creo que, al final, la descomposición de los 68 euros, ha sido (43+20+5). Habitación+cena+desayuno. Antes de subir, la chica opina, contrastándolo con otra empleada que ha venido después, que mañana no llegaré a Concarneau y menos si voy por la costa. Si algo está claro es que, por la costa, es por donde quiero ir. Si mejora el tiempo, creo que no llegaré, pues lo que quiero es ir tranquilo, disfrutando del paisaje y de los baños que pueda. En caso de que salga malo, aceleraré para llegar. Cuando lo leo, puedo asegurar que mi ignorancia de Finisterre es supina. No contaba con L’Aven, un doble entrante de mar, complicado para llegar y sin barco para cruzar. Con todo, veréis que soy hombre afortunado. Os contaré tan inolvidable experiencia. Si las dos mujeres  sabían lo de L'Aven, tenían razones para opinar así, pero también creo que me lo debían haber dicho para estar preparado. Pensándolo mejor: Casi mejor que no me lo dijeran. Como veis, yo mismo digo y me desdigo. Cuando ya ha funcionado la tarjeta Visa, le cuento lo que me ocurrió en el hotel de Guérande.

Un poco de geografía con la escusa de los cabos.
Aunque decir Finis Terrae es mucho decir, cuando acabo de llegar a Le Pouldu y me falta tanto camino para La Pointe du Raz, verdadero Finisterre del Sur. Más adelante sabré que el cabo más occidental continental (no metiendo la isla de Ouessant), es La Pointe de Corsen, que le gana por muy poquito. Lo que ocurre es que el cabo de Raz es mucho más espectacular que el de Corsen. Ocurre algo parecido que en Galicia, donde el cabo que todo el mundo considera como Final de la Tierra de la Europa continental, es el cabo Fisterra, pero resulta que el más occidental es el de Touriñán. Eso es lo que me dijeron cuando hice el camino a Santiago de Compostela, en el recorrido Muxia-Fisterra. Pero ahora que estoy escribiendo el blog y mirando bien los mapas, creo que el más occidental es el Cabo de Nave. Claro que también aquí, el más espectacular es el de Fisterra. Pero, en occidentalidad, los portugueses nos ganan tanto a los galos como a los otros peninsulares pues, su Cabo da Roca es el campeón. Insisto, de Europa continental, pues, igual que no contamos con la isla francesa de Ouessant, tampoco lo hacemos con Irlanda ni, mucho menos, con Islandia, aunque sean naciones-isla europeas. Los cabos de Islandia nos superan con creces. Reconocemos su victoria. Se ve que remaron más. Los ibéricos, a pesar del intento de Saramago de desgajarnos del continente y llevarnos a la deriva (no está nada mal leer La balsa de piedra), seguimos donde estábamos.

Ahora va de números.
Subo con mis mochilas y me instalo en mi habitación, que va a ser mía por unas pocas horas. Lo de llegar a Concarneau, donde hay albergue juvenil, no es un deseo baladí. Viene a cuenta del mal tiempo que hace y de que no puedo permitirme el lujo de tener muchos días en que ronde el gasto de cien euros, entre desayuno, comida, cena, cama y algún pequeño capricho. El día de Guérande me salió por 88,52 €, el de Camoël por 82,80 € (contando con que mis amigos de Mesquer me dieron desayuno gratis), hoy en Le Pouldu por 89,70 € (la garrafa de tinto me subía 4 € más). Si lo multiplicáramos por los 66 días que va a durar el viaje, necesitaría una pensión mucho mayor que la que tengo. Redondeando, 60x100=6.000. Es decir, 3.000 € al mes. Si tuviera que pagar tanto, sería un viaje imposible de realizar. Si antes el tema ha sido de Letras, ahora va de Ciencias. Una separación improcedente en las necesidades humanas. No tiene sentido enfrentar Ciencias a Letras.

Habitación con vistas.
Ya instalado, hecho un vistazo al nuevo mapa. Indica muchas playas y yo ya voy sintiendo “mono” de baño en el mar con calorcito. En Morbihan no ha habido más baño que el breve de Belle-Île-en Mer, donde entré al agua con sol y salí con lluvia. Ninguna de las playas que veo está en mi lista de playas nudistas autorizadas. Habrá que ver si, al menos, aparece alguna tolerada para practicarlo, aunque sea con el eufemismo de naturista. Preguntaré en alguna oficina de turismo. Ahora toca tiempo de intendencia y organización de las siguientes etapas. Una vez finado, guardo el mapa de Morbihan. Ya tendré tiempo de volver sobre él cuando redacte el blog. Doblo bien, para usarlo, el nuevo mapa de Finisterre Sur. Me va a servir desde Le Pouldu hasta Douarnenez, donde me veré obligado a hacer una visita a Urgencias del Hospital. Continúo con la intendencia. Extiendo las ropas húmedas por la habitación y, tras quitar la colcha, sobre la cama. También quito de la cama una almohada demasiado dura que estaba puesta. Me acuerdo que he dejado la capa en el bar, bajo, salgo a sacudirla al exterior y la subo a mi cuarto. Cuelgo la capa de una percha de la puerta del baño, limpio lo mejor que puedo las sandalias y las pongo a secar. Necesitan un descanso. Me ducho, empezando por caliente y acabando con tibia. Me afeito y me visto de gris y beige. Me pongo las sandalias que me arregló Pierre en Parentis. Luego bajo a cenar. Un hombre me ayuda a poner nombre a la costa de la que no tengo mapa, la costa de Picardía (Côte Picarde) y me dice que se llama Somme. Pero esa parte, al Norte de Normandía va a quedar para el verano próximo.

Cena en el Hotel du Pouldu.
La sopa que me sirven está fuerte, pero rica. Me sustituyen la salsa, que es habitual en todos los sitios que la he comido, por otra de alioli. No hecho todo el queso rayado. El resto me lo como a palo seco. Sí como todo el pan tostado, que lo voy echando a la sopa en tres tiempos, para que no se reblandezca y esté crujiente. Cuando he pedido escalope he pensado en ternera o vaca, pero me ha defraudado, ya que se trata de pechuga de pollo, la parte del pollo que más detesto pero, con la salsita de champiñones y con la lechuga de hoja de roble, se deja comer. Me he quedado sin el premio de la copa de vino y, cuando acabo, dejo sitio. 
 
Subo a la habitación para coger el jersey negro y salir a dar una vuelta. Ha dejado de llover y empieza a despejar.

Paseo por los alrededores.
Para bajar la cena, salgo a la zona más próxima. Me asomo a la ría de La Laita y enfoco la cámara hacia la desembocadura.
 

Allí, al otro lado, está la playa Guidel, que antes he doblado cuando ha empezado a llover a mares. La playa que está en la explanada del hotel, no merece la pena considerarla. Es una playa fluvial y me interesa poco, más bien, nada. Veo teléfono y vuelvo a subir a la habitación, pues me había dejado las gafas. Hablo con Josu, mi yerno mayor. He llamado a su casa al fijo, pero él tiene desviadas todas las llamadas a su móvil. Toda la familia está en Berdún pasando unos días de vacaciones. Todos están bien. No conoce la zona en que estoy ahora. Se sorprende cuando le digo que ya estoy en el Sur de Finisterre. 
 
Saco otra foto hacia el nacimiento del río Laita que, en esta zona casi final, hace las veces de puerto. Y otra más hacia el espigón desde el que he embarcado para pasar a este lado. A la izquierda, se ve la zona que es puerto deportivo de Guidel y, a la derecha, algunas de las casas de Guidel-Plage. Hacia el Este, el cielo sigue estando encapotado, pero luego, cuando saco la foto al hotel, se puede ver que por el Noroeste ya se está despejando algo y las nubes que se aproximan ya no son amenazantes.
 

Saco la foto mientras unos hombres más o menos jóvenes hablan y cargan o descargan sus coches con el capó abierto. Creo que todo el edificio pertenece al hotel, puesto que por la mañana saldré por la puerta de atrás, pero no lo puedo asegurar. En la parte baja están el bar y el restaurante. En el edificio blanco, en el frontispicio de arriba se ven las letras C y P o P y C que lo mismo podrían significar Comercial Portier que Partido Comunista. Siendo Manuel Portier el que se anuncia abajo, me inclino más por la primera opción. Mi habitación está en el primer piso del edificio bajo, desde donde luego sacaré dos fotos, una antes y otra durante los fuegos artificiales que, según me parece, los van a lanzar desde la playa de Guidel.
En la habitación. Escribir y dormir.
Subo a la habitación, saco una foto desde mi ventana que da sobre una tejavana, escribo y me dan las diez. No voy a esperar a los fuegos artificiales y, si no los hay, será mejor para mí. Me acuesto y duermo aproximadamente hora y media. Me despierto creyendo que pegan unos golpecitos en la puerta. ¿Quién será? Luego me doy cuenta de que es el ruido lejano producido por la explosión de los fuegos artificiales. “¡Viva la France!”, me digo para mis adentros. No sé cuánto tiempo llevarán, pero me levanto y veo los diez minutos finales. Saco la última foto del día. Terminan para las 23:50 horas. Demasiado tarde para mi gusto. Los Internacionales de Donosti suelen empezar para las once y, como muy tarde, acabar para las 23:30 horas. Cabe la posibilidad de que se hayan retrasado porque han tenido poco margen de tiempo para montarlos y la lluvia ha estado a punto de obligar a suspenderlos. Los fuegos no están mal, al menos los pocos que he visto. Han lanzado dos de un tipo que yo no había visto nunca. Tampoco es que sea experto y los de Donosti en la Semana Grande de agosto, los veo de ciento en viento. Los echan frente a mi habitación, aunque el muro blanco del edificio alto, con un pez dibujado, quizás una carpa o una perca, me resta perspectiva y no me permite ver algún lanzamiento que se escora hacia el Norte. La gente ocupa las mejores posiciones en el pretil, con la desembocadura de la rivière Laita de por medio. Parece que los cohetes se lanzan desde el meandro de la playa.
 

Esa es mi apreciación óptica, y ahora sí estoy con las gafas puestas. También podrían estar siendo lanzados desde más atrás, desde la propia playa del último pueblo costero de Morbihan. Aquí los fuegos no finalizan con tres últimos cohetes potentes seguidos, 1, 2, 3, sino que alguna clave tienen para saber que ya han finalizado. La gente aplaude con el último y se van retirando del pretil. No tengo ni idea de lo que ha podido salir de los fuegos en la foto. No lo veré hasta llegar a Irun. Me vuelvo a acostar. Un final aceptable para una jornada de borrasca aciaga. Mi primera noche en Finisterre. Los fuegos me han venido bien para orinar. Mis “haricots” del chile que he comido en Sellor han respondido, dando réplica a los cohetes, imitando muy bien su voz, en si bemol sostenido o, quizá, en fa mayor (tendría que consultar a Josu, que sabe de música).

Balance de otra jornada con lluvia.
Quizás lo mejor del día ha sido el encuentro con Michele. La he visto muy relajada y yo también me he apaciguado. He sido bien atendido a las horas de las comidas. En Lorient por los dueños del Horno de Pan, en el Sellor, por Antonio y su amiga, y en este hotel du Pouldu, también. Me ha sorprendido que en Francia celebren con fuegos de artificio el nacimiento de mi prima Lucia. Nació el 14 de julio de hace un porrón de años, aunque es bastante más joven que yo. Al igual que mi otra hermana, la que vive en Londres, llevan el nombre de mi abuela paterna. Dormir en cama también es una buena noticia. Con tres noches durmiendo en patios de escuela ya es más que suficiente. Creo que ya he cubierto el cupo.

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