Etapa 25 (316). 02 de
julio de 2012, lunes.
Les Moutiers en
Retz-Port Chesman-La Bernerie en Retz-Pornic-Sainte Marie sur
Mer-Prefailles-Le Pointe de Saint Gildas.
Amanece en Les
Moutiers-en-Retz.
Hoy inicio mi primera
jornada completa en Loire Atlantique. Tras muchas vueltas y con la
mochila bien controlada, me despierto dolorido y me incorporo a las
seis y media. El mar continúa alto pero apenas produce olas.
Hay que tener en cuenta que todavía estoy en la Baie de Bourgneuf de la que, siguiendo al Norte, voy a ir saliendo poco a poco. Saco foto del lugar donde he dormido. Me olvido de que mirando al mar en horizontal, todavía se ve algo de la isla de Noirmoutier. La playa ofrece arena seca y limpia pero, hacia la orilla, está llena de restos marinos. Se ve que no la cuidan mucho y no dedica el ayuntamiento recursos para su mantenimiento. Orino, tomo la pastilla, recojo mis cosas y, para las 6:45 horas ya estoy en marcha.
Tiro a la basura los desperdicios que ayer dejé recopilados. La “poubelle” (el cubo de la basura) está muy cerca, en el paseo. En un cartel de Les Moutiers, califican el lugar como “el mar en el campo”. Yo diría más bien que, en marea baja, el mar tiene aspecto de ser un vasto campo sin labrar. Sin tener ningún interés en entrar de nuevo en el pueblo pues, si ayer no me hicieron ningún gesto para que pudiera cenar, hoy, y menos a estas horas, no encontraré nada abierto para desayunar. Trataré de hacerlo en el siguiente pueblo que aparece en mi mapa: La Bernerie-en-Retz. Sigo por el sentier litoral, con señales en rojo y blanco, y saco foto a unos árboles de flamígeras ramas que tapan la luz a una casa, que no sé para qué tiene tan amplio mirador acristalado. La foto también la quiero para que quede constancia del día gris, amenazante de lluvia, que me espera. Son las siete.
Para las siete y media ya estoy abandonando Les Moutiers-en-Retz. La playa que ofrece es de arena pero continúa poco cuidada, muy sucia de restos marinos y otros vegetales arrastrados por el mar.
Hay que tener en cuenta que todavía estoy en la Baie de Bourgneuf de la que, siguiendo al Norte, voy a ir saliendo poco a poco. Saco foto del lugar donde he dormido. Me olvido de que mirando al mar en horizontal, todavía se ve algo de la isla de Noirmoutier. La playa ofrece arena seca y limpia pero, hacia la orilla, está llena de restos marinos. Se ve que no la cuidan mucho y no dedica el ayuntamiento recursos para su mantenimiento. Orino, tomo la pastilla, recojo mis cosas y, para las 6:45 horas ya estoy en marcha.
Tiro a la basura los desperdicios que ayer dejé recopilados. La “poubelle” (el cubo de la basura) está muy cerca, en el paseo. En un cartel de Les Moutiers, califican el lugar como “el mar en el campo”. Yo diría más bien que, en marea baja, el mar tiene aspecto de ser un vasto campo sin labrar. Sin tener ningún interés en entrar de nuevo en el pueblo pues, si ayer no me hicieron ningún gesto para que pudiera cenar, hoy, y menos a estas horas, no encontraré nada abierto para desayunar. Trataré de hacerlo en el siguiente pueblo que aparece en mi mapa: La Bernerie-en-Retz. Sigo por el sentier litoral, con señales en rojo y blanco, y saco foto a unos árboles de flamígeras ramas que tapan la luz a una casa, que no sé para qué tiene tan amplio mirador acristalado. La foto también la quiero para que quede constancia del día gris, amenazante de lluvia, que me espera. Son las siete.
Para las siete y media ya estoy abandonando Les Moutiers-en-Retz. La playa que ofrece es de arena pero continúa poco cuidada, muy sucia de restos marinos y otros vegetales arrastrados por el mar.
Port Chesman.
Saliendo de Les
Moutiers, siguiendo por el paseo marítimo, ya empiezo a ver un
puerto relativamente cercano. Sin cambiar la estructura de las playas, con
diques artificiales, unos de rocas, otros de cemento y otros de
madera, haciendo como pequeños malecones, que consiguen retener la
arena a duras penas, llego a Port Chesman, que ya pertenece a
terrenos de La Bernerie-en-Retz.
Además de puerto, el lugar ofrece playa a mar abierto y otra, que es la que fotografío, que parece natural y que forma un círculo casi perfecto. Quizás sea esta playa lo más curioso que me ofrece la mañana. Más que playa, parece una piscina. Tras Port Chesman, el sentier litoral finaliza y un camino me invita a ir hacia el interior. Un limpiador de playa me dice que siga por ahí, y que remontando llegaré a la iglesia.
“También puedes remontar más adelante”, me añade. Traduzco "remonté" literalmente, aunque lo correcto sería escribir: "sube". Al meterme por el camino, me doy cuenta de que las señales roja y blanca y la amarilla, se han quedado ocultas, tapadas por un cartel posterior. El que lo ha puesto no ha tenido en cuenta cuál era el objetivo de las dos señales. Se lo comento a un hombre y se interesa por lo que le digo y vuelvo con él al lugar. También se interesa por mi viaje. Ya había avanzado algo por el camino, así que continúo y llego a la plaza. Otro hombre me dice que, allí mismo, está L’Oceanic. Saco foto de la iglesia y me voy a desayunar. Hoy no tengo que pasar antes por la panadería-pastelería.
Además de puerto, el lugar ofrece playa a mar abierto y otra, que es la que fotografío, que parece natural y que forma un círculo casi perfecto. Quizás sea esta playa lo más curioso que me ofrece la mañana. Más que playa, parece una piscina. Tras Port Chesman, el sentier litoral finaliza y un camino me invita a ir hacia el interior. Un limpiador de playa me dice que siga por ahí, y que remontando llegaré a la iglesia.
“También puedes remontar más adelante”, me añade. Traduzco "remonté" literalmente, aunque lo correcto sería escribir: "sube". Al meterme por el camino, me doy cuenta de que las señales roja y blanca y la amarilla, se han quedado ocultas, tapadas por un cartel posterior. El que lo ha puesto no ha tenido en cuenta cuál era el objetivo de las dos señales. Se lo comento a un hombre y se interesa por lo que le digo y vuelvo con él al lugar. También se interesa por mi viaje. Ya había avanzado algo por el camino, así que continúo y llego a la plaza. Otro hombre me dice que, allí mismo, está L’Oceanic. Saco foto de la iglesia y me voy a desayunar. Hoy no tengo que pasar antes por la panadería-pastelería.
La Bernerie-en-Retz.
L’Oceanic.
Entro a desayunar en
L’Oceanic y pido un cruasán, una pinka de chocolate y café creme
con mucha leche. Pero la leche que me sacan será escasa. O bien las vacas que
pude ver ayer, aunque grandes, dan poca leche, o los franceses la
dedican a hacer mantequillas y quesos, de los que son tan
aficionados, o bien, algunos son míseros a la hora de dar gusto al visitante.
Para mí “mucha leche” es mucha leche. Bueno, desayuno lo que he
elegido, lo que me dan, y no protesto. Antes de entrar al
establecimiento, ya he visto que abren la Biblioteca a las diez.
Intento aclarar la pertenencia a Pays de la Loire de Vandée y Loire
Atlantique, así como su relación con Bretaña y no saco nada en
claro. En el mapa que llevo, la Baie de Bourgneuf también está
indicada como Le Marais Breton. ¿Indicaría esto que en algún
tiempo llegaba hasta aquí Bretaña? Son preguntas que me hago y que
nadie me va a responder con un mínimo de garantía y credibilidad. Ojeando la
prensa, me entero que el resultado final del partido fue una rotunda
goleada de la selección española. Ganó 4-0 y también hubo gol de
Torres aunque no fue, como el de 2008, el que nos propició la
victoria. Recorto el trozo de mapa y lo desgajo del de Bretaña. De
aquí a Saint Nazaire se me ofrecen muchas playas nudistas pero no
tengo localizada ninguna. Ahora, al leer los nombres, veo que muchas
las he ido conociendo o pasando sin pena ni gloria, en las costas de
Vendée. Estas eran: La Faute, La Terrière, Les Conches (donde dormí
tras la eliminación a penaltis a Portugal), Sauveterre (la única
que disfruté), Bretignoles, Saint Hilaire (donde comí y usé la
Mediateca) y Notre Dame (donde dormí la noche anterior). Las otras
tres son: Luzeronde, Choiseau y Les Jaunais que ni sé, ni sabré
dónde están. Con este mapa no voy nada satisfecho. A ver si en la
biblioteca me aclaran alguna de mis dudas. Dejo de escribir a las
10:40 horas y me voy hacia allí.
La Bernerie-en-Retz:
Biblioteca.
El bibliotecario apenas
me aclara nada. Tampoco disponen de un diccionario Francés-Español,
ni a la inversa. Me quiere cobrar un euro por una hora de uso de
ordenador, pero finalmente me lo perdona. La deuda ha quedado
condonada. Tampoco tenía yo intención de pagársela. Ayer escribí
y eché postal a Luisa en Bouin, antes de que acabara Vendée. Hoy,
tras leer los e-mail de Sagrario y Vera, escribo a mi hermana y a mis
amigos Amparo y Shanti. A ver si las echo en Pornic. Hablo con el
bibliotecario de mis últimas lecturas de escritores franceses:
Proust, Hugo, Montaigne, Loti… Él sabía que Loti había nacido
en Rochefort-sur-Mer, pero desconocía que hubiera muerto en Hendaye.
Se interesa por mi diario y los pocos dibujos que llevo hechos en él. Me desea un buen viaje. Le pido que me ponga el sello de la biblioteca y me lo pone al revés, cabeza a bajo: BULCOILBIB. De regreso, paso por el café, pero ya hay otros camareros y no veo a ninguno de los que estaban antes.
Vuelvo hacia la costa con idea de continuar por el paseo marítimo, pero éste ya se había acabado, así que bajo a la playa. No son aún las once y media cuando empiezo a caminar por ella.
Se interesa por mi diario y los pocos dibujos que llevo hechos en él. Me desea un buen viaje. Le pido que me ponga el sello de la biblioteca y me lo pone al revés, cabeza a bajo: BULCOILBIB. De regreso, paso por el café, pero ya hay otros camareros y no veo a ninguno de los que estaban antes.
Vuelvo hacia la costa con idea de continuar por el paseo marítimo, pero éste ya se había acabado, así que bajo a la playa. No son aún las once y media cuando empiezo a caminar por ella.
Danielle y Chantal.
Una puerta está
abierta en una cabaña de madera, que me parece es la de los
socorristas. Pero encuentro a una mujer de mediana edad con otra algo
más joven que, sin duda alguna, me recomiendan que siga por la playa
hacia Pornic y, me añaden, que podré caminar por ella unos siete
kilómetros.
En la primera foto que saco caminando ya por la playa, veo al fondo, muy cerca del acantilado, a dos mujeres que regresan con la compra hecha y van en la misma dirección que yo. Se trata de Chantal y Danielle. Me empeño en acelerar y darles alcance. Las pierdo de vista cuando ellas pasan el primer recodo. Corro el peligro de ser atrapado por una “pêcherie” (pesquería), uno de esos grandes salabardos de pesca, y esta vez disfruto de la oportunidad de fotografiarlo desde abajo, como si fuera yo el pez que quisieran atrapar con semejante artilugio. ¿Tengo acaso pinta de “bar” (lubina), “seul” (mero), “daurade” (dorada-besugo)? Una vez pasado el recodo, vuelvo a ver a la pareja de amigas caminando hacia otro de los tinglados de pesca.
Visto de abajo el acantilado es muy bonito y también lo es el paseo por la playa. Finalmente, les doy alcance. Casi todos los días van desde el camping a La Bernerie para hacer alguna compra. Van y regresan por el mismo camino aunque, a veces, la marea no se lo permite y tienen que coger otro de interior. A ellas les gusta este paseo y a mí también. Les interesa el camino que estoy haciendo, pero no tenemos mucho tiempo para comentar mi viaje, ya que hemos llego al lugar y ellas se meten hacia el camping, no sin antes recomendarme que no siga por la playa, que suba por la primera rampa ascendente y que “le chemin douanier”, camino aduanero, me conducirá por encima de la “falaise”, el acantilado, en un paseo precioso que me va a ofrecer cosas interesantes antes de llegar a Pornic.
Es tan convincente lo que me dicen que me olvido de la recomendación anterior de siete kilómetros por playa.
En la primera foto que saco caminando ya por la playa, veo al fondo, muy cerca del acantilado, a dos mujeres que regresan con la compra hecha y van en la misma dirección que yo. Se trata de Chantal y Danielle. Me empeño en acelerar y darles alcance. Las pierdo de vista cuando ellas pasan el primer recodo. Corro el peligro de ser atrapado por una “pêcherie” (pesquería), uno de esos grandes salabardos de pesca, y esta vez disfruto de la oportunidad de fotografiarlo desde abajo, como si fuera yo el pez que quisieran atrapar con semejante artilugio. ¿Tengo acaso pinta de “bar” (lubina), “seul” (mero), “daurade” (dorada-besugo)? Una vez pasado el recodo, vuelvo a ver a la pareja de amigas caminando hacia otro de los tinglados de pesca.
Visto de abajo el acantilado es muy bonito y también lo es el paseo por la playa. Finalmente, les doy alcance. Casi todos los días van desde el camping a La Bernerie para hacer alguna compra. Van y regresan por el mismo camino aunque, a veces, la marea no se lo permite y tienen que coger otro de interior. A ellas les gusta este paseo y a mí también. Les interesa el camino que estoy haciendo, pero no tenemos mucho tiempo para comentar mi viaje, ya que hemos llego al lugar y ellas se meten hacia el camping, no sin antes recomendarme que no siga por la playa, que suba por la primera rampa ascendente y que “le chemin douanier”, camino aduanero, me conducirá por encima de la “falaise”, el acantilado, en un paseo precioso que me va a ofrecer cosas interesantes antes de llegar a Pornic.
Es tan convincente lo que me dicen que me olvido de la recomendación anterior de siete kilómetros por playa.
Le Chemin douanier.
También le llaman
Camino de la “Corniche” (cornisa). Antes del mediodía ya estoy
subiendo la rampa recomendada y saco una bonita foto repleta de los
típicos artilugios de pesca que llevo viendo desde que entré en La
Charante, por Royan.
-Aquí se ve que están bien cuidados y que les dan mucho uso. No sólo está en perfectas condiciones la caseta de los pescadores, pues ocurre lo mismo con la alta pasarela de acceso que, me supongo, será la parte que más sufre las consecuencias de las mareas y los embates de las olas cuando hay mala mar. Ya desde el acantilado vuelvo a fotografiar otra más de estas pesquerías. Empiezo a preguntar por algún sitio para comer, pero nadie sabe decirme nada.
Al final, no comeré hasta llegar a Pornic. Una parte de este camino pasa por un lugar al que llaman Landa de Jade. En mi mapa veo que Côte de Jade es la costa que va de Pornic a Saint Gildas, donde dormiré esta noche. En otro lado leo: “Circuit des Pêcheries” (Circuito de las Pesquerías). La marea baja va dejando también bonitos paseos por la arena, pero no tengo el don de la ubicuidad y no puedo ir a la vez por arriba y por debajo. Como ya he hecho el primer tramo por la playa, ahora estoy contento de poder hacer éste por la cima, al borde del precipicio acantilado.
-Aquí se ve que están bien cuidados y que les dan mucho uso. No sólo está en perfectas condiciones la caseta de los pescadores, pues ocurre lo mismo con la alta pasarela de acceso que, me supongo, será la parte que más sufre las consecuencias de las mareas y los embates de las olas cuando hay mala mar. Ya desde el acantilado vuelvo a fotografiar otra más de estas pesquerías. Empiezo a preguntar por algún sitio para comer, pero nadie sabe decirme nada.
Al final, no comeré hasta llegar a Pornic. Una parte de este camino pasa por un lugar al que llaman Landa de Jade. En mi mapa veo que Côte de Jade es la costa que va de Pornic a Saint Gildas, donde dormiré esta noche. En otro lado leo: “Circuit des Pêcheries” (Circuito de las Pesquerías). La marea baja va dejando también bonitos paseos por la arena, pero no tengo el don de la ubicuidad y no puedo ir a la vez por arriba y por debajo. Como ya he hecho el primer tramo por la playa, ahora estoy contento de poder hacer éste por la cima, al borde del precipicio acantilado.
Dólmenes de
Prédaire y Joselière.
Hablo con dos
socorristas que están bien abrigados sobre una playa casi vacía.
Están observando cómo un padre con niños anda por las rocas, pero
sin ningún peligro de que puedan ahogarse y que ellos tengan que
intervenir. Ninguno de ellos dos es de Pornic, así que poca
información me pueden dar de la zona. De la chica no he retenido el
lugar de dónde es, no me sonaba a conocido, y él dice que es de
Nantes. Por tanto no me pueden ayudar en mi búsqueda de restaurante,
ni bueno, ni malo, ni bonito, ni barato. Siguiendo por el Circuito,
que ya no sé si llamarlo aduanero, de la cornisa o de los
pescadores, llego a un dolmen.
Ofrezco la foto del Dolmen de Prédaire pero, tal como la saco, no parece más que una simple roca que está enclavada en un hierbal, todo por mi afán de sacarla con vistas al mar, en un bello enclave privilegiado, elegido para dar gusto al muerto para el que fue erigido. Se ve que era un enamorado del mar océano y sus coetáneos fueron respetuosos con su deseo, con el culto debido a los muertos.
En verano de 2014, en mi vuelta costera a Córcega, comprobaré que los pueblos costeros corsos también reservan el lugar para los cementerios en espacios con vistas al mar. Si hubiese fotografiado este dolmen desde abajo hacia arriba, se hubiera visto la cámara mortuoria y mejor las piedras que soportan el gran pedrusco que hace de techo. Lo siento. Abandono el dolmen de Prédaire y sigo mi camino.
Cuando llego cerca de un gran edificio, que muy bien pudiera ser hotel, pero que no puedo asegurar que lo sea, lo que me llama la atención es un árbol inclinado por el empuje del viento que debe azotar por allí inmisericorde. El viento lo empuja y el árbol se retira y así se protege. El conjunto supone un bonito monumento natural del paisaje. Llego al dolmen de Joselière. Entre ambos dolmen, ha trascurrido una media hora. Este segundo dolmen, aunque no tiene un techado tan pesado y voluminoso, es muy interesante pues la cámara es muy amplia y su techumbre es también muy potente. A la cámara mortuoria se accede por un pasillo. Es del tipo que llaman dolmen de corredor.
Ofrezco la foto del Dolmen de Prédaire pero, tal como la saco, no parece más que una simple roca que está enclavada en un hierbal, todo por mi afán de sacarla con vistas al mar, en un bello enclave privilegiado, elegido para dar gusto al muerto para el que fue erigido. Se ve que era un enamorado del mar océano y sus coetáneos fueron respetuosos con su deseo, con el culto debido a los muertos.
En verano de 2014, en mi vuelta costera a Córcega, comprobaré que los pueblos costeros corsos también reservan el lugar para los cementerios en espacios con vistas al mar. Si hubiese fotografiado este dolmen desde abajo hacia arriba, se hubiera visto la cámara mortuoria y mejor las piedras que soportan el gran pedrusco que hace de techo. Lo siento. Abandono el dolmen de Prédaire y sigo mi camino.
Cuando llego cerca de un gran edificio, que muy bien pudiera ser hotel, pero que no puedo asegurar que lo sea, lo que me llama la atención es un árbol inclinado por el empuje del viento que debe azotar por allí inmisericorde. El viento lo empuja y el árbol se retira y así se protege. El conjunto supone un bonito monumento natural del paisaje. Llego al dolmen de Joselière. Entre ambos dolmen, ha trascurrido una media hora. Este segundo dolmen, aunque no tiene un techado tan pesado y voluminoso, es muy interesante pues la cámara es muy amplia y su techumbre es también muy potente. A la cámara mortuoria se accede por un pasillo. Es del tipo que llaman dolmen de corredor.
Pornic.
Todavía me queda un
rato de camino para llegar a Pornic. El acantilado va perdiendo
altura, deja de ser tan espectacular, y el camino se va acercando al
mar. Con todo, no deja de seguir siendo un recorrido precioso este
“sentier douanier”, que creo que, con las variaciones vistas
hasta ahora, es el nombre que responde más a la realidad.
Saco foto como muestra de que por aquí ya no hubiera podido caminar por la playa. Al fondo, en el entrante anterior, se ve el lugar donde está Pornic, pero las casas se construyen a los lados de un gran entrante de mar, como luego veré. Es imposible que las pueda ver desde este lugar. Después llego a otra playa con un edificio balneario que me recuerda, sin parecerse más que en la fachada curva, al de La Perla del Océano de Donostia-San Sebastián. Es una mezcla entre La Perla y el Palacio de Miramar, que combina los blancos, con el ocre y el teja de los ladrillos.
Muestro la foto para que me lo desmintáis. Es así como, el final del camino, me va llevando a Pornic. El último tramo, ya me ofrece a lo lejos el puerto con profusión de veleros con sus altos mástiles. Para la una y cuarto ya estoy bajando al lado Sur del mismo puerto, que ya se me ofrece como ría y sin pasar al otro lado, me quedo aquí a comer.
Saco foto como muestra de que por aquí ya no hubiera podido caminar por la playa. Al fondo, en el entrante anterior, se ve el lugar donde está Pornic, pero las casas se construyen a los lados de un gran entrante de mar, como luego veré. Es imposible que las pueda ver desde este lugar. Después llego a otra playa con un edificio balneario que me recuerda, sin parecerse más que en la fachada curva, al de La Perla del Océano de Donostia-San Sebastián. Es una mezcla entre La Perla y el Palacio de Miramar, que combina los blancos, con el ocre y el teja de los ladrillos.
Muestro la foto para que me lo desmintáis. Es así como, el final del camino, me va llevando a Pornic. El último tramo, ya me ofrece a lo lejos el puerto con profusión de veleros con sus altos mástiles. Para la una y cuarto ya estoy bajando al lado Sur del mismo puerto, que ya se me ofrece como ría y sin pasar al otro lado, me quedo aquí a comer.
La Marina.
Aunque he visto más
restaurantes en el otro lado del puerto, prefiero comer cuanto antes,
no vaya a ser que me cierren la cocina. El primero que veo me ofrece
la fórmula “hors d’ouvre” (entremeses) y como me gusta comer
el primer plato de bufé, entro en La Marina. De segundo pido filete
y patatas fritas. El precio del menú es de 12 € pero, como no como
postre, se me queda en 9,50 €, que me dejan pagar con Visa. Algo a
tener en cuenta en lo sucesivo, si quiero prescindir de postre. El
patrón de La Marina me dice que las dudas que tenga las consulte en
la oficina de Turismo, y me dice dónde está.
Oficina de Turismo.
En la oficina me
confirman que el camino que he traído es el Sentier des Douaniers.
Es probable que los aduaneros controlasen el trasiego y venta de
pescados de la zona, el que llegaba en los barcos y el que pescaban
en las pêcheries. Pero nadie me lo confirma ni desmiente. La chica
que me ha atendido, sí lo relaciona con las fronteras y me da un
mapa para que lo pueda seguir después. También me servirá hasta
llegar a Morbihan. Ya con este mapa, puedo prescindir del que había
desgajado de Bretaña en el desayuno, que informaba muy poco, y,
gracias al nuevo, he podido narrar con coherencia el final de la
etapa de ayer y la mañana de hoy. Se puede caminar por toda la costa
de Loire Atlantique, aunque deberé tener cuidado cuando llegue a
Marais Salants, las salinas de Guérande. ¿Llegaré en fecha
adecuada para encontrarme allí con Patricia, la que conocí en el primer
albergue, el de Rochefort? Las salinas de Guérande ofrecen un mar
interior que, hasta que lo vea, me parece muy confuso. En Turismo me
dan la mala noticia de que el próximo albergue juvenil, el de Saint
Brevin, ya no funciona como tal. ¡Menos mal que lo he preguntado!
Para el de Belle-Île-en-Mer debo reservar, pero yo no puedo hacer
reservas porque, no sé si cuando llegue me va a convenir ir o no y,
además, si voy, tampoco sé cuándo voy a llegar. Así que las
reservas no son apropiadas para mi forma de viajar. De todas formas,
todo el mundo me dice que no deje de visitar la isla. Tampoco está
disponible el albergue de Quiberon, Les Filets Bleus, pero sí el que
llevaba en reserva, en Saint Pierre que, aunque está en la península
de Quiberon, pertenece a Plouharmel. Finalmente, disfrutaré de ambos albergues. El Sentier Douanier continúa
por el otro lado del puerto y debo ir hasta el puente que me va a
permitir el paso al otro lado.
En realidad no sé si es un puente o una pared que delimita el final del puerto o entrante de mar. Tampoco veo claro en el mapa si es la desembocadura de un río. Agradezco la información que me han dado y abandono la oficina de Turismo.
En realidad no sé si es un puente o una pared que delimita el final del puerto o entrante de mar. Tampoco veo claro en el mapa si es la desembocadura de un río. Agradezco la información que me han dado y abandono la oficina de Turismo.
El lado Norte de
Pornic.
Como no he comido
postre, compro un pastel por 2,85 € y me lo voy comiendo por el
camino. El ahorro en la comida por no haber comido el postre, me lo
gasto ahora con creces, pero así me doy un capricho. Paso al otro
lado del puerto, el lado Norte. Subo a la iglesia terminando de comer
el “gâteau”. No son todavía las cuatro cuando he sacado la foto
de la fachada y entro en ella.
Asciendo la escalinata y confío en que haya otro acceso para minusválidos. No creo a los curas tan desalmados como para dejarles sin acceso a su Dios.
Como el altar
mayor no me dice nada, saco foto hacia la parte trasera. Un haz de
luz, casi borra a la pareja que está entrando ahora. También está
el rosetón y Pornic no parece pueblo marinero, a pesar de su gran
puerto, pues en la iglesia no cuelga ninguna nave
característica.
Asciendo la escalinata y confío en que haya otro acceso para minusválidos. No creo a los curas tan desalmados como para dejarles sin acceso a su Dios.
Un camino inundable.
Bajo de la iglesia y
retrocedo para bajar a la costa. Me gustaría pasar cerca del
castillo, por arriba, pero el camino me lleva hacia abajo. Se me
ofrece una pasarela de madera, parece muy grata para disfrutar de
paseo y proximidad del agua. La señal blanca y roja está bien clara
e invita a continuar por allí. Pero cual no va a ser mi sorpresa
cuando, al finalizar el entablado, la marea alta no me permite
continuar por el camino de piedra que sigue, y que es como la parte
alta de un muro pisable.
Las olitas superan la altura a la que está puesto. Debieran haber tenido en cuenta esto al fabricarlo. No estamos en Venecia. Este tramo lo puedo pasar descalzándome, pero no tengo ni la menor idea de qué sorpresa me pude deparar lo que viene a continuación. Hay un chico grandote y le digo a una señora que, entre él y yo, le podemos pasar al otro lado “a la sillita de la reina” y, más por el gesto que le hago que por el francés macarrónico que empleo, parece que me entiende y se ríe. Más tarde, la vuelvo a encontrar en un parque y me lo recuerda.
Le digo: “España-Bélgica” y con los dedos le hago el gesto de caminar. Me desea suerte y me dice: “bon courage”. Ante el dilema de no poder seguir andando por el agua, decido retroceder y vuelvo por donde he venido. Menos mal que hay otra alternativa.
Las olitas superan la altura a la que está puesto. Debieran haber tenido en cuenta esto al fabricarlo. No estamos en Venecia. Este tramo lo puedo pasar descalzándome, pero no tengo ni la menor idea de qué sorpresa me pude deparar lo que viene a continuación. Hay un chico grandote y le digo a una señora que, entre él y yo, le podemos pasar al otro lado “a la sillita de la reina” y, más por el gesto que le hago que por el francés macarrónico que empleo, parece que me entiende y se ríe. Más tarde, la vuelvo a encontrar en un parque y me lo recuerda.
Le digo: “España-Bélgica” y con los dedos le hago el gesto de caminar. Me desea suerte y me dice: “bon courage”. Ante el dilema de no poder seguir andando por el agua, decido retroceder y vuelvo por donde he venido. Menos mal que hay otra alternativa.
Sainte Marie sur
Mer.
Paso por detrás del
castillo, pero no veo foto bonita para plasmarlo. Pronto vuelvo al
camino. Sin salir de sus murallas, llego a una pequeña playa que
está protegida por roca en su bocana.
Con el día que hace hoy, no hay nadie en ella, pero me parece coqueta y bonita. Esta playa está todavía dentro del entorno portuario, del puerto de “plaisance” (deportivo). Es así como llego a Sainte Marie sur Mer, que es un burgo de Pornic y fotografío su iglesia. La fotografío desde el lado del ábside, quedando el campanario al otro lado. Todavía quedan restos de algún festejo reciente y, sin entrar, pues he dado un rodeo y la puerta está cerrada, vuelvo a descender al camino que ya, sin más contratiempo, me va a llevar de nuevo por la costa.
Con el día que hace hoy, no hay nadie en ella, pero me parece coqueta y bonita. Esta playa está todavía dentro del entorno portuario, del puerto de “plaisance” (deportivo). Es así como llego a Sainte Marie sur Mer, que es un burgo de Pornic y fotografío su iglesia. La fotografío desde el lado del ábside, quedando el campanario al otro lado. Todavía quedan restos de algún festejo reciente y, sin entrar, pues he dado un rodeo y la puerta está cerrada, vuelvo a descender al camino que ya, sin más contratiempo, me va a llevar de nuevo por la costa.
La Costa de Jade.
En Turismo me han dicho
que la costa se llama de Jade por el color verde jade que toma el
mar. Quizá con sol sea más perceptible. Una vez en el Sentier des
Douaniers, fotografío a dos pescadores de caña. Como siempre, se
posicionan en los lugares de más peligro, siempre tentando al
destino. No parece que corran riesgo pero, a veces, una ola más
enrabietada que las anteriores o un ligero mareo, son suficientes
para que un pescador caiga al agua y se ahogue.
Y lo estoy diciendo yo que algunas veces también he corrido mis riesgos en estos caminos por las costas europeas. Hoy todo va con normalidad pero el tiempo, acompañado del chispeo de agua, no parece que vaya a mejorar. El camino es magnífico y me voy fijando en las playas por las que voy pasando y en los paneles. Aunque próximas al sendero del litoral, me parecen solitarias y propicias para la práctica de nudismo. ¿Será alguna de ellas Luzeronde, Choiseau, o Les Jaunais? Las playas son pequeñas y, si estuvieran más alejadas de población y del sendero, ideales para dormir. En otras, la marea alta llega hasta arriba y dormir ahí sería un riesgo, un peligro, que creo nunca voy a correr.
Las playas que me parecen pequeñas en la marea alta, pueden ser enormes en la bajamar. Por eso hay que tener mucho cuidado con las informaciones que uno da, pues la hora de paso puede hacer cambiar la perspectiva y se puede afirmar como cierto algo que a veces no lo es. Voy sacando fotos de alguna de las playas. Por el camino también encuentro un precioso árbol que ofrece su copa como paraguas al caminante.
¡Se agradece el gesto! Su inclinación también es oferente. El tronco es recio, pero no podría decir si se trata de un tejo o no. La costa me sigue ofreciendo “pointes” o cabos, al igual que playas, y esta va a ser la tónica hasta que llegue a la Pointe de Saint Gildas. Veo a dos chicas que se desvían del camino cuando paro en un Poste de Secours. Pregunto por su horario a los socorristas y me dicen que todavía les quedan dos horas, que su jornada termina a las siete de la tarde.
Me dicen que aún quedan unas cuantas playas más. Cuando llego a la tercera, que me parece será la última, y que tiene bandera azul de excelencia europea, veo a otros socorristas dentro de un contenedor que ha sido transformado para puesto de socorro. Me asomo y los veo encogidos, muertos de frío. “¡Vaya juventud salvadora!”, pienso y, sin entrar, ni saludar, continúo mi camino.
Una pareja mixta, de blanca y negro subsahariano, lleva a un niño en la sillita. “Va dormido”, me dicen. Y ni me asomo a mirar, dando por hecho que la criatura es negra o, como mucho, mulata. Les pregunto si el niño va bien rodando por esos caminos, y me responden que sí, “muy bien”. Les digo que vengo andando desde el País Vasco y no se lo quieren creer. Sigo adelante, pero me vuelvo para decirles que estoy en mi etapa nº 25. Parece que se lo empiezan a creer un poco más.
Llegan más playas y, por fin en una de ellas, encuentro el cartel de “playas autorizada a los naturistas”. No sé si las playas autorizadas son las que están antes de esta, las que están después, o todas las que abarcan la costa de Jade, desde Pornic a Saint Brevin. En cualquier caso, aquí ya te puedes ahogar, que la playa no está vigilada. El cartel ya lo advierte: “Plage non surveillée”
A veces, esta no vigilancia, se interpreta como un detalle para que los nudistas no nos sintamos perseguidos, observados, vigilados. En realidad, en lugar de calificar como nudistas las playas más recónditas, a las que no se puede llegar con vehículo, en las que no se establece un servicio de limpieza y que, por todo ello, no se merecen un puesto de salvamento y socorrismo, yo abogo por que todas las playas sean mixtas, con los servicios de salud y seguridad óptimos y que cada uno opte por la opción que le venga en gana. No es sano tanto remilgo por mostrar y ver un cuerpo humano.
Para ello muchos conceptos religiosos y de pudor, que se han convertido en culturales, por temor, contaminación e imitación, deben ser erradicados. ¿Cómo los podemos erradicar? Con cultura. Poniendo los valores en el sitio que les corresponde. ¿Acaso no procedemos del primer hombre y la primera mujer que no se cubrían y andaban desnudos por el mundo y sólo usaban vestidos por salud, para protegerse de las inclemencias del tiempo?
Reivindico mi derecho a ir desnudo y, especialmente, cuando me voy a bañar en la playa. Con todo doy por bueno que en estas playas se pueda hacer nudismo, aunque nadie me socorra en caso de correr algún peligro, y lo único que siento es que el día esté tan triste, llovizne a ratos, y no apetezca el baño. Empieza a arreciar la lluvia cuando llego a un puerto. Mañana me dirán que se trata de Port Meleu. Lo escribo, pero con muchas dudas.
Y lo estoy diciendo yo que algunas veces también he corrido mis riesgos en estos caminos por las costas europeas. Hoy todo va con normalidad pero el tiempo, acompañado del chispeo de agua, no parece que vaya a mejorar. El camino es magnífico y me voy fijando en las playas por las que voy pasando y en los paneles. Aunque próximas al sendero del litoral, me parecen solitarias y propicias para la práctica de nudismo. ¿Será alguna de ellas Luzeronde, Choiseau, o Les Jaunais? Las playas son pequeñas y, si estuvieran más alejadas de población y del sendero, ideales para dormir. En otras, la marea alta llega hasta arriba y dormir ahí sería un riesgo, un peligro, que creo nunca voy a correr.
Las playas que me parecen pequeñas en la marea alta, pueden ser enormes en la bajamar. Por eso hay que tener mucho cuidado con las informaciones que uno da, pues la hora de paso puede hacer cambiar la perspectiva y se puede afirmar como cierto algo que a veces no lo es. Voy sacando fotos de alguna de las playas. Por el camino también encuentro un precioso árbol que ofrece su copa como paraguas al caminante.
¡Se agradece el gesto! Su inclinación también es oferente. El tronco es recio, pero no podría decir si se trata de un tejo o no. La costa me sigue ofreciendo “pointes” o cabos, al igual que playas, y esta va a ser la tónica hasta que llegue a la Pointe de Saint Gildas. Veo a dos chicas que se desvían del camino cuando paro en un Poste de Secours. Pregunto por su horario a los socorristas y me dicen que todavía les quedan dos horas, que su jornada termina a las siete de la tarde.
Me dicen que aún quedan unas cuantas playas más. Cuando llego a la tercera, que me parece será la última, y que tiene bandera azul de excelencia europea, veo a otros socorristas dentro de un contenedor que ha sido transformado para puesto de socorro. Me asomo y los veo encogidos, muertos de frío. “¡Vaya juventud salvadora!”, pienso y, sin entrar, ni saludar, continúo mi camino.
Una pareja mixta, de blanca y negro subsahariano, lleva a un niño en la sillita. “Va dormido”, me dicen. Y ni me asomo a mirar, dando por hecho que la criatura es negra o, como mucho, mulata. Les pregunto si el niño va bien rodando por esos caminos, y me responden que sí, “muy bien”. Les digo que vengo andando desde el País Vasco y no se lo quieren creer. Sigo adelante, pero me vuelvo para decirles que estoy en mi etapa nº 25. Parece que se lo empiezan a creer un poco más.
Llegan más playas y, por fin en una de ellas, encuentro el cartel de “playas autorizada a los naturistas”. No sé si las playas autorizadas son las que están antes de esta, las que están después, o todas las que abarcan la costa de Jade, desde Pornic a Saint Brevin. En cualquier caso, aquí ya te puedes ahogar, que la playa no está vigilada. El cartel ya lo advierte: “Plage non surveillée”
A veces, esta no vigilancia, se interpreta como un detalle para que los nudistas no nos sintamos perseguidos, observados, vigilados. En realidad, en lugar de calificar como nudistas las playas más recónditas, a las que no se puede llegar con vehículo, en las que no se establece un servicio de limpieza y que, por todo ello, no se merecen un puesto de salvamento y socorrismo, yo abogo por que todas las playas sean mixtas, con los servicios de salud y seguridad óptimos y que cada uno opte por la opción que le venga en gana. No es sano tanto remilgo por mostrar y ver un cuerpo humano.
Para ello muchos conceptos religiosos y de pudor, que se han convertido en culturales, por temor, contaminación e imitación, deben ser erradicados. ¿Cómo los podemos erradicar? Con cultura. Poniendo los valores en el sitio que les corresponde. ¿Acaso no procedemos del primer hombre y la primera mujer que no se cubrían y andaban desnudos por el mundo y sólo usaban vestidos por salud, para protegerse de las inclemencias del tiempo?
Reivindico mi derecho a ir desnudo y, especialmente, cuando me voy a bañar en la playa. Con todo doy por bueno que en estas playas se pueda hacer nudismo, aunque nadie me socorra en caso de correr algún peligro, y lo único que siento es que el día esté tan triste, llovizne a ratos, y no apetezca el baño. Empieza a arreciar la lluvia cuando llego a un puerto. Mañana me dirán que se trata de Port Meleu. Lo escribo, pero con muchas dudas.
Préfailles.
Llego a una ermita
sencilla con un simple campanario de sólo una pequeña campana. Saco
una foto y luego bajaré de nuevo a ella para continuar camino a
Saint Gildas. Ya en la calle principal de Préfailles, veo algunas
casas que ofrecen la palabra KER por delante, como si fuera un
prefijo bretón que significase “casa de”, como en euskera, el
sufijo “enea”. Mañana me lo confirmarán en La Plaine-sur-Mer.
En una frutería compro “abricots”, albaricoques y “bananes”,
aunque aquí ni me molesto en hacerles distinguir entre bananas y
plátanos, pues casi siempre se trata de bananas de sus colonias. El
exquisito plátano de Canarias ni lo conocen. Pago 1,69 € y después
entro en una cafetería, Le Centre, donde pido descafeinado con
leche, por el que pago 2,50 €. Un joven que va bastante bien
servido de alcohol y que lleva una cerveza en la mano, se interesa en
hablar conmigo porque soy español. El que me ha servido en el bar me
pregunta si soy español o italiano. “Si fuera italiano”, le
digo, “me darías la mano y me dirías, te acompaño en el
sentimiento. ¿Me entiendes lo que te quiero decir?”. Y, para mi
sorpresa, me dice que ha entendido, pues sabe castellano. Luego lo
pongo en duda, cuando me pregunta: “¿por el match?”. Y sigo con
la duda cuando dice: “Yo paso de futbol”.
Al salir de Le Centre, aparece de nuevo el joven ebrio. Va con un amigo y ahora llevan cada uno un whisky en la mano. Si antes iba casi “pedo”, ahora va más. El otro está más sobrio y le interesa hablar conmigo porque estudió castellano como segunda lengua. Le digo que he leído en el periódico de hoy que en este curso las matriculaciones de los alumnos franceses en castellano, como segunda lengua, han superado por primera vez en Francia al inglés y al alemán. No quiero enrollarme con ellos. Me dicen que para llegar a la Pointe de Saint Gildas me quedan 3 Km. Como son las ocho menos cuarto, me voy a animar a ir hasta allí.
Al salir de Le Centre, aparece de nuevo el joven ebrio. Va con un amigo y ahora llevan cada uno un whisky en la mano. Si antes iba casi “pedo”, ahora va más. El otro está más sobrio y le interesa hablar conmigo porque estudió castellano como segunda lengua. Le digo que he leído en el periódico de hoy que en este curso las matriculaciones de los alumnos franceses en castellano, como segunda lengua, han superado por primera vez en Francia al inglés y al alemán. No quiero enrollarme con ellos. Me dicen que para llegar a la Pointe de Saint Gildas me quedan 3 Km. Como son las ocho menos cuarto, me voy a animar a ir hasta allí.
La Pointe de Saint
Gildas.
De momento me acerco a
la ermita con pequeña campana que he visto al llegar, allí veo el
indicador a la Pointe y sigo la carretera. Saco foto de la ermita y
retomo al sendero litoral. En menos de media hora estaré en la
punta. Un camino muy bueno me va alejando de Préfailles.
A pesar de que ya sé que 3 Km. son equivalentes a media hora para mí, con todo, y no tardar más de lo previsto, se me hace largo. Quizá sea por la grisura de la jornada, o por el cansancio de final del día, el caso es que estos últimos kilómetros se me hacen eternos. A las ocho he bajado a la primera playa de arena gruesa pero que lo único que ofrece para acceder al mar es unas rocas poco gratas.
No me importa, pues no tengo ninguna intención de darme un baño. Hoy será la enésima jornada sin baño en el mar y, como dormiré en un búnker, también sin ducha. Salgo de la playa y la fotografío desde arriba, como una despedida de Préfailles, donde la costa se va desdibujando por la brumosa jornada.
Cuando llego a la siguiente ensenada, creo que allí está el cabo que busco, pero tampoco será este, sino el siguiente. Dicen que es La Raize, algo que fue una fortificación pero de la que no veo ningún vestigio. Quizá fuera una fortaleza natural que se ha ido perdiendo. No puedo asegurar nada. En distintos paneles se ofrecen al viajero cuadros pintados por diversos pintores. El que más me gusta no tiene nada que ver con el paisaje que se ofrece hacia el mar, se trata de un dibujo acuarelado. Los otros, sí reflejan el paisaje que estoy viendo. Avanzo un poco más, y encuentro un conejo. Se queda parado, como hipnotizado, en el medio del camino. He dado un rodeo para que no me vea y me coloco por detrás de un seto. Cuando tengo la cámara preparada y con intención de fotografiarle en la estampida, doy un grito para que salga corriendo, pero el conejo permanece impasible. Saco la foto de conejo parado con el convencimiento de que es además de sordo, ciego, como la pobre Marie Heurtin, cuya película no veré hasta 2015.
Dejando atrás al conejo, enseguida veo la Pointe de Saint Gildas. Es un bonito cabo acabado en punta, como debieran ser todos los cabos, aunque, una vez que te acercas a él y llegas a una plataforma, pierde toda su gracia y espectacularidad, como se ve en la última fotografía de la costa.
Desde el otro lado del cabo, mañana ya empezaré a vislumbrar al final de esta segunda parte de la Costa de Jade, Saint Nazaire, y pasaré el famoso puente sobre el Loira. Saco otra foto en la Pointe, con una falla que penetra hacia el interior, pero que no forma ninguna playita como ocurría en algunos entrantes similares de Peniche. Aquí es como una grieta sin más, pero bella.
A pesar de que ya sé que 3 Km. son equivalentes a media hora para mí, con todo, y no tardar más de lo previsto, se me hace largo. Quizá sea por la grisura de la jornada, o por el cansancio de final del día, el caso es que estos últimos kilómetros se me hacen eternos. A las ocho he bajado a la primera playa de arena gruesa pero que lo único que ofrece para acceder al mar es unas rocas poco gratas.
No me importa, pues no tengo ninguna intención de darme un baño. Hoy será la enésima jornada sin baño en el mar y, como dormiré en un búnker, también sin ducha. Salgo de la playa y la fotografío desde arriba, como una despedida de Préfailles, donde la costa se va desdibujando por la brumosa jornada.
Cuando llego a la siguiente ensenada, creo que allí está el cabo que busco, pero tampoco será este, sino el siguiente. Dicen que es La Raize, algo que fue una fortificación pero de la que no veo ningún vestigio. Quizá fuera una fortaleza natural que se ha ido perdiendo. No puedo asegurar nada. En distintos paneles se ofrecen al viajero cuadros pintados por diversos pintores. El que más me gusta no tiene nada que ver con el paisaje que se ofrece hacia el mar, se trata de un dibujo acuarelado. Los otros, sí reflejan el paisaje que estoy viendo. Avanzo un poco más, y encuentro un conejo. Se queda parado, como hipnotizado, en el medio del camino. He dado un rodeo para que no me vea y me coloco por detrás de un seto. Cuando tengo la cámara preparada y con intención de fotografiarle en la estampida, doy un grito para que salga corriendo, pero el conejo permanece impasible. Saco la foto de conejo parado con el convencimiento de que es además de sordo, ciego, como la pobre Marie Heurtin, cuya película no veré hasta 2015.
Dejando atrás al conejo, enseguida veo la Pointe de Saint Gildas. Es un bonito cabo acabado en punta, como debieran ser todos los cabos, aunque, una vez que te acercas a él y llegas a una plataforma, pierde toda su gracia y espectacularidad, como se ve en la última fotografía de la costa.
Desde el otro lado del cabo, mañana ya empezaré a vislumbrar al final de esta segunda parte de la Costa de Jade, Saint Nazaire, y pasaré el famoso puente sobre el Loira. Saco otra foto en la Pointe, con una falla que penetra hacia el interior, pero que no forma ninguna playita como ocurría en algunos entrantes similares de Peniche. Aquí es como una grieta sin más, pero bella.
Faro de la Pointe de
Saint Gildas.
Cena en La Flotille.
Cena en La Flotille.
La última foto la saco
del faro, que no tiene el cuello esbelto de otros que he visto e iré
viendo por el camino, pero que al menos servirá de guía a los
barcos. Entre Saint Gildas y Pornichet, a donde no llegaré mañana,
en realidad lo que se ofrece al caminante es un golfo o bahía, que
sería la bocana de salida al mar del río Loira. Son las ocho y
media y me parece buena hora para buscar algo de cena. El lugar no
parece que me va a ofrecer muchas alternativas. Antes he visto a un
hombre y a una chica mirando unos planos de alguna construcción
sobre un terreno concreto. Ahora los vuelvo a ver. Pregunto y me
dicen que hay restaurante a continuación del faro. Voy derecho y veo
que es un Hotel, pero da opción a dos tipos de comedor.
El primero que veo me parece caro y entro en el segundo, pero el camarero me dice que en 15 minutos cierra la cocina y que sólo me puede ofrecer “moules”. No me apetecen, pues ya comí mejillones ayer en Le Gois, y le pregunto si no me puede ofrecer otra cosa igual de rápida de hacer. Me da la opción de solomillo. Acepto, pero “sin frites”, de digo, pues voy a acabar hasta los cojones de patatas fritas. A cambio me ofrece verduras cocinadas. “Conforme”, le digo, y me siento en una mesa junto a una pareja de entre 30 y 40 años, que está esperando el postre. Hay otra pareja de más de 50 que también colaborará. Le pregunto al camarero si hay posibilidad de cama “pas cher”, barata (no cara). Se va a consultar y, cuando estoy comiendo el rico solomillo me trae la noticia de que una habitación de 82, me la rebajan a 70 €. Le agradezco la gestión, pero la rechazo porque 70 € sigue siendo un precio caro para mí. En cuanto se va el camarero, los otros cuatro clientes me dan la solución: “duerme en el búnker”, me dicen. Como he llegado sólo con ojos para el restaurante, ni lo he visto al pasar y resulta que está allí mismo, tras la explanada del aparcamiento. Me ha sacado dos rebanadas de pan y sólo como una. Pruebo una salsa, tipo mahonesa, me parece fuerte y la dejo. Me limito a beber agua. Las verduras están ricas, aunque hay un componente que me resulta extraño, pero me las como sin dejar ni rastro. Pago con Visa 14,90 € y me doy por satisfecho. A los jóvenes les ha sacado una tartaleta que no les ha agradado. Luego hablo con la pareja mayor, con la escusa de mi deformación profesional que me hace llevar las cuentas al céntimo. Les enseño el diario y los dibujos, me despido de ellos y me voy hacia el búnker, confiando en que no esté ya ocupado.
El primero que veo me parece caro y entro en el segundo, pero el camarero me dice que en 15 minutos cierra la cocina y que sólo me puede ofrecer “moules”. No me apetecen, pues ya comí mejillones ayer en Le Gois, y le pregunto si no me puede ofrecer otra cosa igual de rápida de hacer. Me da la opción de solomillo. Acepto, pero “sin frites”, de digo, pues voy a acabar hasta los cojones de patatas fritas. A cambio me ofrece verduras cocinadas. “Conforme”, le digo, y me siento en una mesa junto a una pareja de entre 30 y 40 años, que está esperando el postre. Hay otra pareja de más de 50 que también colaborará. Le pregunto al camarero si hay posibilidad de cama “pas cher”, barata (no cara). Se va a consultar y, cuando estoy comiendo el rico solomillo me trae la noticia de que una habitación de 82, me la rebajan a 70 €. Le agradezco la gestión, pero la rechazo porque 70 € sigue siendo un precio caro para mí. En cuanto se va el camarero, los otros cuatro clientes me dan la solución: “duerme en el búnker”, me dicen. Como he llegado sólo con ojos para el restaurante, ni lo he visto al pasar y resulta que está allí mismo, tras la explanada del aparcamiento. Me ha sacado dos rebanadas de pan y sólo como una. Pruebo una salsa, tipo mahonesa, me parece fuerte y la dejo. Me limito a beber agua. Las verduras están ricas, aunque hay un componente que me resulta extraño, pero me las como sin dejar ni rastro. Pago con Visa 14,90 € y me doy por satisfecho. A los jóvenes les ha sacado una tartaleta que no les ha agradado. Luego hablo con la pareja mayor, con la escusa de mi deformación profesional que me hace llevar las cuentas al céntimo. Les enseño el diario y los dibujos, me despido de ellos y me voy hacia el búnker, confiando en que no esté ya ocupado.
Noche guerrera en un
búnker alemán.
Los mayores pagan su
cena y me acompañan a la salida. Quieren que vea dónde está el
búnker y, efectivamente, está allí mismo. Han llegado dos coches,
han aparcado y sus ocupantes han salido a pasear por el sendero. Los
dos últimos clientes están acampando en algún camping cercano. Me
despedido de ellos agradecido. Cuando estoy llegando al búnker, veo
tres conejos que huyen de su entorno. “Serán los únicos
visitantes que me puedan asustar esta noche”, pienso. Pero tal cosa
no va a ocurrir. Creo que alguno me ha visto entrar en el recinto de
alambre de espino que rodea al búnker, pero no me importa mucho, más
bien, nada. Pasada la alambrada, busco acceso a la puerta, para no
tener que dar un gran salto por la ventana de tiro de la
ametralladora. Pero no me va a quedar más remedio que saltar, ya que
los extremos de la alambrada llegan hasta el cemento armado y la
altura de los postes es mucha. Me acerco a la plataforma de visión
estratégica hacia el mar de la bocana de tiro, donde dejo las
mochilas, y doy el gran salto al espacio del interior. Seguramente
que mañana el alto muro me creará más dificultades para subir. Ya
dentro, veo que está bastante limpio. Sólo quedan restos de
encofrado y de cascajo de hierro oxidado que va cayendo en la medida
en que va pasando el tiempo. Es todo un proceso que seguirá
inexorable hasta la siguiente guerra. Se cae una esquirla de cemento,
el hierro del encofrado queda visible se oxida y, poco a poco va
cayendo en pequeñas partículas como polvo de chatarra. Parece que
hubiera visto mucha escultura de Chillida que se va deteriorando y
como si hubiera trabajado en fundición de metales. Pues sí, a
muchos Chillida se les deteriora el encofrado, y yo he trabajado en
dos fundiciones, en Lezo y en Beasain, aunque mi papel fuera de
contable. Pero algo se aprende y algo se queda. Tengo que tener cuidado, sobre todo
cuando me levante a orinar por la noche, con un hierro que
cuelga del techo y que me lo puedo clavar en la cabeza. Está también
muy oxidado y se ve que alguien lo ha intentado doblar con toda la
fuerza de sus manos, brazos y el peso de todo su cuerpo. Lo único
que ha conseguido es dejar el lugar y el objeto con más peligro.
Menos mal que no soy sonámbulo y cuando me levante lo haré con
precaución. He dormido y dormiré cerca de búnkeres, pero creo que
va a ser la primera vez que duermo dentro de uno de ellos. Recuerdo
en 2008, al final de la playa de Camposoto, San Fernando, en Cádiz,
frente a la isla de Sancti Petri. Y en 2013 dormiré junto a otro en
Berck-sur-Mer, recién pasado de Somme a Pas de Calais. Al despertar
me encontraré con la actriz canadiense Suzanne Clement que rodaba en Berck una
película, después de haber rodado otra en Canadá “Momy”,
dirigida por Xabier Dolan, que recibió el premio especial del Jurado
en Cannes. Esa visión matutina no la tuve ni en Cádiz, ni ahora en
Saint Gildas, pero a la tercera será la vencida. Ya con la cama
instalada, como un plátano y tres albaricoques. La fruta que me
sobra la comeré mañana por la mañana de camino Saint Nazaire. Me
doy masaje de Aloe-Vera en los pies y, aunque no estoy perfecto de
salud, hoy me doy las vueltas en la cama con menos dolor, y eso que hoy
el suelo está más duro que el de ayer. La luna está hermosa, pero
me voy a quedar sin ver mis constelaciones conocidas y que me dan
seguridad astral. No sé la razón, pero me tengo que levantar tres
veces a orinar.
Balance del primer
día completo en el Loira Atlántico.
A pesar de salir un día
gris y con alguna leve caída de lluvia, y de no haber disfrutado de
baños, el camino ha sido bonito y variado. Sin tampoco tener
encuentros brillantes, el desayuno en L’Oceanic, de La Bernerie, el
bibliotecario amable, el encuentro breve con Danielle y Chantal, la
comida económica en La Marina, de Pornic, la señora a la que
ofrezco llevar a “la sillita de la reina”, en el paso inundado de
la misma ciudad, la rica carne de la cena y la ayuda prestada por los
clientes de La Flotille de Préfailles para que durmiera en el
búnker, entre otros aspectos puntuales, como la vista de las
pesquerías, por arriba y por abajo, los dólmenes y demás, quizás
la victoria de España de ayer y cuyo resultado he sabido hoy, han
hecho de éste un día bastante completo. Habría sido mejor si los
chavales de Préfailles no hubieran estado tan borrachos y al
camarero de Le Centre le hubiera gustado un poco más el fútbol. Un
día, con todo, del que no me quejo.
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