Etapa 13 (304). 20 de
junio de 2012, miércoles.
Phare de la Coubre-La
Tremblade-Ronce des Bains-Marennes plage-Îla d’Oléron-Le Chateau
d’Oléron.
Hoy pasaré por un puente
a la primera isla y comeré las primeras ostras.
Amanecer como si
fuera minusválido.
Si Kafka hizo despertar
al protagonista de su Metamorfosis convertido en cucaracha, yo me he
librado y no he despertado con ninguna minusvalía, aunque el lugar
de donde salgo pudiera darlo a entender. Sin embargo, sí me
considero deficiente, y no ha sido por contagio laboral, en infinidad
de conocimientos, de materias… Vamos, que todavía tengo mucho que
aprender. Me despierto a las 6:15, pero no me levanto hasta la media.
Mientras, voy preparando la estrategia: pastilla, agua, cagar (ahora
sí echo la bomba), afeitado completo (los huecos de la cara, el
cuello, el pecho –desde que arrastro una mezcla de hongos y
dermatitis-, y la zona del pubis- desde que me di barros en Ibiza,
tenía picores, me rasuré y mi doctora me dijo que tardaría más de
un año en crecer de nuevo el pelo). Limpio con la brochita los pelos
acumulados en la afeitadora. Intento lavarme en el lavabo, pero
desagua por un tubo que saca el agua al exterior y no me apetece que
se me moje ni la ropa, ni las mochilas. Así que guardo el saco, la
esterilla y ya están las mochilas preparadas cuando me voy a duchar
con agua caliente, aunque sin jabón. El poco que me queda lo reservo
para lavar la ropa.
Salgo al lavadero y lavo calzoncillo, camiseta naranja, pantalón beige y dudo si lavar el jersey negro, que es el que todavía huele a gitano, desde la noche de la fiesta del "cumple" de JP. Coloco el calzoncillo en la rejilla exterior de la mochila, para que se vaya secando al sol y las otras dos prendas las llevo en la mano que me deja libre las sandalias que, llevo todavía húmedas, en la otra. No encuentro a nadie. Saco foto del lugar donde cené ayer, con mesa-cuba elevada, y de la pizzería, que no hay que confundir con la “épicerie” (tienda de comestibles). Al fondo, el Faro de la Coubre, se enseñorea del paisaje. En la salida, un joven habla con el guarda. Son las 7:30 y el bar no abre hasta las nueve. No tengo intención de esperar. Gracias y adiós.
Salgo al lavadero y lavo calzoncillo, camiseta naranja, pantalón beige y dudo si lavar el jersey negro, que es el que todavía huele a gitano, desde la noche de la fiesta del "cumple" de JP. Coloco el calzoncillo en la rejilla exterior de la mochila, para que se vaya secando al sol y las otras dos prendas las llevo en la mano que me deja libre las sandalias que, llevo todavía húmedas, en la otra. No encuentro a nadie. Saco foto del lugar donde cené ayer, con mesa-cuba elevada, y de la pizzería, que no hay que confundir con la “épicerie” (tienda de comestibles). Al fondo, el Faro de la Coubre, se enseñorea del paisaje. En la salida, un joven habla con el guarda. Son las 7:30 y el bar no abre hasta las nueve. No tengo intención de esperar. Gracias y adiós.
Militares por la
playa.
En busca de La Tremblade.
En busca de La Tremblade.
Saliendo del camping
Parc Caravaning de la Côte Sauvage, una chica sale también
corriendo para realizar sus ejercicios físicos matutinos. Nos
cruzaremos por la playa a su regreso. Al pasar por el lugar donde
ayer coincidí con ellos, no veo a ninguno de los militares, pero
luego les estaré un gran rato viendo, mientras hacen sus ejercicios de
maniobras, su preparación física, que les permita estar a punto
para la próxima guerra. Parece que van a tener que esperar un poco.
Veo a los militares por arena seca y dunas. Van en una dirección y
por la contraria, haciendo ejercicios de resistencia, con y sin
mochila. Yo por la orilla, descalzo y sin correr, al ir por arena
húmeda y endurecida, avanzo más que ellos corriendo.
Playa nudista
autorizada de La Tremblade.
Llego a un puesto de
Sauveteurs Pompiers. En Francia, son los bomberos los que se encargan
de preparar a los socorristas de las playas. Algunos de los
socorristas son bomberos de profesión o estudiantes aspirantes a
bomberos. Subo a la atalaya y veo que estoy en la playa nudista que busco pero, como es temprano, no hay nadie que me lo
confirme, ni naturista, ni textil, ni socorrista alguno. Ha sido una
pena haber llegado tan temprano y, estando el día tan gris y
haciendo tanto frío, no me apetece nada darme un baño. Tanto
suspirar por nudismo autorizado, para luego llegar y despreciar La
Tremblade.
Sin embargo, para las tres, estará calentando de lo lindo. Ésta es la playa que lleva su nombre pero, en realidad, La Tremblade está mucho más al interior, ya en la zona ostrícola, más próxima al estuario de La Seudre, que luego veré. Empiezo a dar el recodo de la playa. El faro de la Coubre ya ha quedado muy alejado. En la orilla, ya empiezo a ver grandes medusas derrotadas.
Para facilitar que podáis calcular su gran dimensión, pongo las sandalias al lado y saco dos fotos. Como referencia, calzo un 40. En esta playa tan larga, el paisaje venía siendo similar al de Las Landas y La Gironde que, junto a su continuación por la isla de Oléron, podría considerarse que componen un arenal único y natural y que aún tendrá su continuación en la parte más occidental de Île de Ré. Entre Royan y Palmyre es como si la costa arenosa hubiese sufrido un paréntesis, como después comprobaré que ocurre en el tramo entre los puentes que unen al continente a estas dos grandes islas: Oléron y Ré. La región de La Vandée ya será otra historia.
Sin embargo, para las tres, estará calentando de lo lindo. Ésta es la playa que lleva su nombre pero, en realidad, La Tremblade está mucho más al interior, ya en la zona ostrícola, más próxima al estuario de La Seudre, que luego veré. Empiezo a dar el recodo de la playa. El faro de la Coubre ya ha quedado muy alejado. En la orilla, ya empiezo a ver grandes medusas derrotadas.
Para facilitar que podáis calcular su gran dimensión, pongo las sandalias al lado y saco dos fotos. Como referencia, calzo un 40. En esta playa tan larga, el paisaje venía siendo similar al de Las Landas y La Gironde que, junto a su continuación por la isla de Oléron, podría considerarse que componen un arenal único y natural y que aún tendrá su continuación en la parte más occidental de Île de Ré. Entre Royan y Palmyre es como si la costa arenosa hubiese sufrido un paréntesis, como después comprobaré que ocurre en el tramo entre los puentes que unen al continente a estas dos grandes islas: Oléron y Ré. La región de La Vandée ya será otra historia.
L’Île d’Oléron.
No llegaré a ella
hasta última hora de la tarde, bueno, no tan última, llegaré al
otro lado del puente hacia las seis y media. Pero inicio el parágrafo
con su nombre, porque es desde aquí, desde la playa de La Tremblade,
cuando la abarco en toda su dimensión, claro que sólo veo su parte
Sur, la más estrecha, ya que se extiende hacia el Norte y se va
escorando hacia Poniente.
En esta parte de La Tremblade, la duna se ha ido alejando y menguando y la playa muestra un trazado más inestable. Ahora es más susceptible a los movimientos de la marea. En este momento, costa y caminante nos parecemos en lo frágiles, en lo vulnerables, que somos. Después de doce días caminando, el viajero ya está en comunión con el paisaje. Somos un uno inseparable. Las olas han perdido fuerza y en la duna se ven muchos pasillos que la rompen. Hablo con dos hombres que bajan de la duna, al que les siguen otros dos. Les parece fantástico mi viaje. “Es real, no es fantasía”, digo. Luego, un pescador me dice: “para llegar a un sitio en que puedas desayunar, aún te queda mucho recorrido”.
En esta parte de La Tremblade, la duna se ha ido alejando y menguando y la playa muestra un trazado más inestable. Ahora es más susceptible a los movimientos de la marea. En este momento, costa y caminante nos parecemos en lo frágiles, en lo vulnerables, que somos. Después de doce días caminando, el viajero ya está en comunión con el paisaje. Somos un uno inseparable. Las olas han perdido fuerza y en la duna se ven muchos pasillos que la rompen. Hablo con dos hombres que bajan de la duna, al que les siguen otros dos. Les parece fantástico mi viaje. “Es real, no es fantasía”, digo. Luego, un pescador me dice: “para llegar a un sitio en que puedas desayunar, aún te queda mucho recorrido”.
Paz, mariscando sin
morriña.
Morriña, saudade,
nostalgia del país abandonado… La playa, con buena arena para
caminar, se acaba y entro en zona de marisqueo. Me vienen recuerdos
de mi entrada en Boiro, después de dejar a las amigas de Estonia, y
entrando en la rada mientras pescadores gallegos mariscaban y unas
mujeres ya habían finalizado su tarea, con las almejas recogidas.
Allí me regalaron media docena de almejas, que sirvieron de aperitivo a mi desayuno. Hoy no voy a tener tanta suerte, pero las sensaciones son muy semejantes. Saco foto de conjunto. Un hombre desentierra del fango unas lombrices muy gordas. Las va a usar como cebo para pescar. De todas las personas que veo, elijo a la que en la foto está en primer término. Es una mujer, con pañuelo blanco en la cabeza. Veo que se me escapa y la sigo. Ni que la hubiera olido.
Me meto en zona de barro deslizante y que se hunde algo menos que el de la ciénaga de ayer. La llamo para que me enseñe lo que hay en la cesta de malla que lleva. Ha cogido poca cosa, pues acaba de llegar, y me enseña unas pocas almejas muy sucias. No da importancia a lo recogido que mejorará, supongo, cuando las lave. Hablamos. Se trata de Paz, de Ourense. Tiene 64 años y lleva viviendo aquí, en el país galo, cincuenta. Toda una vida. Me muestro curioso y le pregunto: “¿sientes morriña?” y su respuesta es clara: “ya no”. Este “ya no”, me hace pensar que hubo un tiempo en que la tuvo pero que, con los años, esa nostalgia por haber abandonado su Galicia natal ya la pudo superar. Está claro que ya superó la morriña, puesto que se comporta como cualquier mariscadora francesa que a lo que ha venido aquí, no es a hablar castellano, sino a mariscar, así que no se enrolla conmigo.
Allí me regalaron media docena de almejas, que sirvieron de aperitivo a mi desayuno. Hoy no voy a tener tanta suerte, pero las sensaciones son muy semejantes. Saco foto de conjunto. Un hombre desentierra del fango unas lombrices muy gordas. Las va a usar como cebo para pescar. De todas las personas que veo, elijo a la que en la foto está en primer término. Es una mujer, con pañuelo blanco en la cabeza. Veo que se me escapa y la sigo. Ni que la hubiera olido.
Me meto en zona de barro deslizante y que se hunde algo menos que el de la ciénaga de ayer. La llamo para que me enseñe lo que hay en la cesta de malla que lleva. Ha cogido poca cosa, pues acaba de llegar, y me enseña unas pocas almejas muy sucias. No da importancia a lo recogido que mejorará, supongo, cuando las lave. Hablamos. Se trata de Paz, de Ourense. Tiene 64 años y lleva viviendo aquí, en el país galo, cincuenta. Toda una vida. Me muestro curioso y le pregunto: “¿sientes morriña?” y su respuesta es clara: “ya no”. Este “ya no”, me hace pensar que hubo un tiempo en que la tuvo pero que, con los años, esa nostalgia por haber abandonado su Galicia natal ya la pudo superar. Está claro que ya superó la morriña, puesto que se comporta como cualquier mariscadora francesa que a lo que ha venido aquí, no es a hablar castellano, sino a mariscar, así que no se enrolla conmigo.
Ronce-les-Bains.
Zona de almejas y ostras.
Zona de almejas y ostras.
Tras sacarle una foto,
como si fuera la protagonista de un cuadro de oración, "Ora et labora", de Millet,
¡qué mejor oración que el trabajo!, dejo en paz a Paz. Que siga
con su tarea y le deseo que encuentre muchas almejas más.
Sigo
adelante y llego a otra zona que ya ofrece un aspecto más elaborado.
Pero ya no estoy cerca de Paz para preguntar. Así como la zona de
bivalvos por la que he pasado se detecta fácilmente gracias a los
montoncitos de arena que expulsan, y se distribuyen por el limo de
forma individual (ver la foto), los cultivos ostrícolas (también
bivalvos) ofrecen hileras. Son como largas camas, que exigen de los
mariscadores otro comportamiento y otra forma de obtener el producto.
Saco foto del primer conjunto, donde nadie se está dedicando a las
“huîtres” (ostras), es probable que sea porque no es época de
recolectarlas. Casi seguro que estarán ya todas recogidas y, en el
proceso que exige sanidad, en piscinas depuradoras. No puedo salir de
la región ostrícola de Marennes, como salí de Arcachon, sin
probarlas. Las comeré pero, a pesar de habérmelo recomendado, no
veré el que consideran magnífico Museo de las Ostras. ¡Otra vez será! La foto
que saco, no la hago tanto por las ostreras, como por lo que estoy
viendo al fondo, la conexión del continente con la isla de Oléron.
Ya veo dónde está el puente por el que esta tarde tengo intención
de cruzar el mar. Es un largo puente que me va a costar pasar una
media hora. Un poco más adelante, dos hombres hablan cada uno a un
lado de un pequeño reguero de agua. Aunque el más alejado está
cerca de lo que creo son las camas para ostras, ambos están
mariscando. Interrumpo su charla para preguntar, y me confirman que
son cultivos ostrícolas. “Ostriculture”, me dicen. Es probable que
ahora las camas estén recién sembradas. Les saco una foto mientras
hablan y les cuento de qué va mi viaje. Alucinan. Me dicen que las
huîtres de Marennes son mejores que las de Arcachon. No esperaba que me dijeran lo contrario. El orgullo de lo propio es saludable. Agradezco la
información, me despido y continúo mi camino.
De nuevo: ¡Peligro!
La zona ostrícola
continúa hacia Ronce-les-Bains, pero el suelo se vuelve a complicar.
Hay zonas en que se desliza demasiado y no sé muy bien si es mejor o
peor ir descalzo que con las sandalias. Subo a una duna sólida, pero
allí no me puedo quedar. Paso por meandros y los pies se me empiezan
a hundir. ¡Hoy otra vez! Tengo muy cercana la experiencia de ayer en
la Baie de Bonne-Anse y no quiero repetirla. ¡Peligro! Veo bastante
cerca dos coches aparcados, así que hacia allí me dirijo. Ellos me aseguran suelo firme. El último
tramo hasta llegar a ellos lo hago con sumo cuidado y, sin sufrir
daño alguno, salgo del atolladero. Lavo mis pies en agua limpia, me
calzo, y ya estoy de nuevo en pista cyclable. Van a dar las once y ya
no saco más fotos hasta la tarde, cuando me acerque al puente que
cruza de Ronce a Marennes sobre “la rivière” (el río) La
Seudre. Este río, con el canal que viene de La Charente, que cruzaré
por puente colgante al llegar a Rochefort-sur-Mer, crea lo que se
llama la Bassin Ostréicole (Bahía Ostrícola). Quizás esta
confluencia, del agua salada con el agua dulce de estos dos ríos,
haga que las ostras de Marennes sean las más apreciadas de toda
Francia.
Ronce-les-Bains.
Comida con ostras en L’Oree du Bois.
Se ha hecho tarde para
desayunar así que, ya en la pista cyclable, como los últimos frutos
secos que me quedaban en la mochila. Llego a Ronce-les-Bains y, en la
terraza de L’Oree du Bois, me pongo a escribir el diario. Escribo
hasta las 12:20 horas. Salen del restaurante a preguntarme si voy a comer
y contesto afirmativamente. Pido una ración de seis ostras, de
primero, y un pescado que me sirven escondido en una especie de salsa
bechamel gratinada en cazuela. Conserva tan bien el calor, quema
tanto, que debo esperar para comerlo. Lo voy comiendo muy
lentamente. Tiene peor aspecto que sabor. En cuanto a las ostras, son
gordas y grasientas pero, como son las primeras que pruebo este
verano y hacía tantos años que no las cataba, me las como a gusto.
Tras de la experiencia que me van a dar las que comeré después, a
lo largo del viaje, puedo asegurar que son las peores que he comido y
que si ahora me volvieran a servir otras similares, las rechazaría.
Comí las mejores en Mesquer, después de Quimiac, pero ya llegará
el momento de contarlo. Quizás el lindero del bosque no haya sido el
mejor lugar para pedirlas, o la época tampoco sea la más idónea.
Habrá que volver a Marennes en otra estación para que cambie de
opinión, puesto que la mayoría de franceses, no sólo los dos
mariscadores que me las recomendaron en la zona ostrícola, también
opinan que las de Marennes son las mejores de toda Francia. Para
algunos, las mejores del mundo. Yo el mejor recuerdo que tengo es el
de las primeras que probé siendo joven. Ocurrió en un bar de la
calle Miracruz donostiarra, próximo al Teatro Trueba. Yo vivía con
la familia de acogida y mi tía Araceli (le daba tratamiento de tía),
me invitó un día como réplica a algún comportamiento que ella
consideraba incorrecto de su marido. Me parecieron exquisitas.
Aquéllas sí que tenían sabor a mar. A hierro y a mar, diría. Eran
ligeras, jugosas y sabrosas. Pido de postre un pastel que se parece
al “gâteau basque”, pero que no lo es. Pago 16 € en metálico,
pues no me dejan hacerlo con tarjeta Visa. Cago y para las 15:30
horas ya estoy en marcha hacia la isla de Oléron. Pero aún está lejos.
Falta mucho para llegar.
Le pont sobre la
Seudre.
Intento ir hacia el
mar, pero no está fácil. Cuando llego a la playa, la arena me
permite andar poco y mal. Paso por debajo de un embarcadero, pero veo
que la playa en su continuación me va a crear nuevos problemas y
decido salir otra vez al camino. Un hombre me dice cómo continuar.
Así llego a la avenida de Mous de Loup, una señal que ya había
visto en vía peatonal. Ese camino me lleva hacia el puente. Antes de
las cuatro ya empiezo a ver el puente a lo lejos. Desde allí, saco
una foto para que se vea su dimensión. Tardaré más de un cuarto de
hora en estar sobre él. El día sigue nublado y no me apetece el
baño. Cada vez menos, en la medida en que me voy acercando al
estuario de La Seudre. Hay algún paseante por la orilla, pero nadie
bañándose. Dos niños van por el camino en patinete. El pequeño
parece más habilidoso y va por delante, mientras que la niña, más rellenita, va a la zaga. La madre les sigue y llama al niño. El niño
va por donde no debe y vuelca y hago como que le sigo. La hermana,
envidiosa, quiere que le haga lo mismo. Comento que voy a pasar
andando a la isla de Oléron y la madre, que nació allí y lleva
viviendo en el lugar toda la vida, me dice que todavía no la conoce.
Poco antes de llegar al puente, debo subir por entre el arbolado para alcanzar el asfalto. El aire que corre me está echando encima profusión de telarañas. Cuando llego a la mitad del puente sobre La Seudre, saco una foto hacia su nacimiento, que está hacia el Este de Royan, grata ciudad que abandoné ayer por la mañana.
Poco antes de que termine de pasarlo, saco otra foto hacia abajo, donde hay más construcciones humanas para marisqueo. Me da la impresión de que son antiguos cultivos que hoy han quedado obsoletos, pero no tengo la certeza. En el Delta del Ebro vi algo similar para la pesca de anguilas, pero no puedo asegurar que aquí sean para lo mismo. Después de dar tanta vuelta para pasar por el puente, el otro, el que una Marennes con la Isla de Oléron, parece que se ha alejado, al menos, en relación a cómo lo he visto esta mañana desde La Tremblade. La costa que se ve a la derecha, apenas la veré en la última parte, pues el recorrido que voy a hacer desde el puente a Marennes, prácticamente va a ser todo por el interior. La costa del otro lado, es una parte del sur de la isla de Oléron.
Poco antes de llegar al puente, debo subir por entre el arbolado para alcanzar el asfalto. El aire que corre me está echando encima profusión de telarañas. Cuando llego a la mitad del puente sobre La Seudre, saco una foto hacia su nacimiento, que está hacia el Este de Royan, grata ciudad que abandoné ayer por la mañana.
Poco antes de que termine de pasarlo, saco otra foto hacia abajo, donde hay más construcciones humanas para marisqueo. Me da la impresión de que son antiguos cultivos que hoy han quedado obsoletos, pero no tengo la certeza. En el Delta del Ebro vi algo similar para la pesca de anguilas, pero no puedo asegurar que aquí sean para lo mismo. Después de dar tanta vuelta para pasar por el puente, el otro, el que una Marennes con la Isla de Oléron, parece que se ha alejado, al menos, en relación a cómo lo he visto esta mañana desde La Tremblade. La costa que se ve a la derecha, apenas la veré en la última parte, pues el recorrido que voy a hacer desde el puente a Marennes, prácticamente va a ser todo por el interior. La costa del otro lado, es una parte del sur de la isla de Oléron.
Marennes plage.
Dirigiéndome hacia la
playa de Marennes, el problema es que ni voy por carretera, ni voy
por la playa y el camino para peatones se empieza a cubrir con la
arena fina que el viento traslada de la playa a la carretera. Casi
toda la de la calzada desaparece, bien sea porque la barren o bien
porque los propios coches son los que mantienen el asfalto sin
mácula. Pero la arena que cubre la pista para peatones y ciclistas,
hace que sea impracticable para los dos colectivos. Los ciclistas
acaban yendo por carretera y yo voy por donde puedo. Empieza a hacer
calor y me asomo a algunas de las playitas para darme el baño, pero
son de las propias de marisma marisquera, poco apetecibles. La más
curiosa es la primera que he visto que, tal como está configurada,
más parece un lago. Dos señoras que están con un adolescente y que
se apoyan en el pretil me explican que, en la marea alta, el agua del
mar penetra y se renueva. Por lo que veo, tiene muy poca profundidad.
Saco foto de la playa-lago y de los paravientos que hoy parecen
innecesarios. Poca gente hay en esta playa.
Continúo el camino. En una zona arenosa, a caballo entre playa y pista, saco foto de unas flores amarillas muy vistosas. Están en esa duna, especie de muro separador, que inunda de arena la pista cyclable. Primero me lleva a carretera auxiliar y, finalmente, a la principal. La que va del centro urbano de Marennes, y viene de tres puntos más, al Sur, y que conduce hacia el puente para cruzar a L’Île d’Oléron. El hecho de que no haya pasado por el centro urbano de Marennes, me ha evitado conocer el importante museo que explica todo lo referente a las ostras, pero a la vez me deja llegar hoy a la isla que, si hubiera visitado el museo, se habría retrasado.
Continúo el camino. En una zona arenosa, a caballo entre playa y pista, saco foto de unas flores amarillas muy vistosas. Están en esa duna, especie de muro separador, que inunda de arena la pista cyclable. Primero me lleva a carretera auxiliar y, finalmente, a la principal. La que va del centro urbano de Marennes, y viene de tres puntos más, al Sur, y que conduce hacia el puente para cruzar a L’Île d’Oléron. El hecho de que no haya pasado por el centro urbano de Marennes, me ha evitado conocer el importante museo que explica todo lo referente a las ostras, pero a la vez me deja llegar hoy a la isla que, si hubiera visitado el museo, se habría retrasado.
Ayer fue el
militar, hoy la enfadada será una señora ostrícola.
Avanzo y llego a una
industria dedicada a la depuración de las ostras. También se
usan sus charcas para los cultivos. Saco una foto. Llego a otra, en
que además de planta depuradora, la completan con servicios de venta
de ostras y otros mariscos. He visto los precios, referidos a la
docena de ostras: 7,30 € 7,50 € 8,50 €. Depende del tamaño.
También en la carretera. Me entretengo viendo más ostreras y cuando
me asomo a otro puesto que creía iba a ser de venta de los mismos
productos, lo que veo que ofrecen es venta de fruta y otros productos
hortícolas. Compro seis albaricoques por 98 céntimos y me como
cuatro por el camino. Finalmente, las carreteras menores me sacan a general
sin arcén. Por otra menor no puedo pasar porque están con obras y
opto por alejarme de ellas y me meto por otra carretera auxiliar que
me da poca garantía de continuidad. Luego sabré que sólo conduce a
más depuradoras y cultivos ostrícolas, y que no tiene salida. Me
entero después haber andado unos tres kilómetros, cuando entro a
una de estas propiedades para ver y preguntar. Es una industria que
parece familiar. Tiene un gran portón a la derecha, que está
abierto, aunque es privado. Hay niños y adultos y la que me
responde, con muy mala leche, es una mujer. Me dice que por la
carretera no hay salida y que debo retroceder hasta donde he dejado
la general en obras.
Yo me resisto a desandar los últimos kilómetros, pero ella, no me da mejor alternativa. Me mira como diciendo: “¡jódete y vuelve atrás!”, parece que lo está disfrutando. Yo salgo, como obediente y, al mirar por el portón, veo que los coches de la general, que antes he abandonado, pasan muy próximos a su terreno. Me parece, que metiéndome por el terreno de la señora renegona, voy a llegar a buen puerto y, ni corto ni perezoso, me arriesgo. Si no me sale bien la estrategia, ya volveré atrás, pero tengo que intentarlo. Enseguida veo, al llegar a una de las piscinas de cultivo ostrero, que el acceso a la carretera es corto y sencillo. Vuelvo la vista hacia atrás y veo a la señora con otro adulto mirando, no dando crédito a lo que están viendo. El desobediente extranjero se ha salido con la suya. Se ha metido por el terreno privado, de su propiedad, y ya no les doy opción a que me hagan volver atrás. Me enfado con este comportamiento de la señora. Mucho más elegante y bonito habría sido que ella misma, viendo lo fácil que era complacerme en mi deseo, me hubiera indicado el camino e invitado a pasar por su terreno. Quiero creer que le pillé en un mal día. Esta anécdota y la del militar son los recuerdos peores de este verano, en cuanto a comportamiento humano se refiere. Pero no dejan de ser dos notas negras en el conjunto de comportamientos positivos de franceses, que hicieron de éste mío un magnífico viaje. “Châpeau por los ciudadanos de la France”. De las dos experiencias, la del militar y la de hoy, al final he salido airoso, reforzado, teniendo consecuencias positivas lo que, en principio, iba con intención de ser lo contrario.
Yo me resisto a desandar los últimos kilómetros, pero ella, no me da mejor alternativa. Me mira como diciendo: “¡jódete y vuelve atrás!”, parece que lo está disfrutando. Yo salgo, como obediente y, al mirar por el portón, veo que los coches de la general, que antes he abandonado, pasan muy próximos a su terreno. Me parece, que metiéndome por el terreno de la señora renegona, voy a llegar a buen puerto y, ni corto ni perezoso, me arriesgo. Si no me sale bien la estrategia, ya volveré atrás, pero tengo que intentarlo. Enseguida veo, al llegar a una de las piscinas de cultivo ostrero, que el acceso a la carretera es corto y sencillo. Vuelvo la vista hacia atrás y veo a la señora con otro adulto mirando, no dando crédito a lo que están viendo. El desobediente extranjero se ha salido con la suya. Se ha metido por el terreno privado, de su propiedad, y ya no les doy opción a que me hagan volver atrás. Me enfado con este comportamiento de la señora. Mucho más elegante y bonito habría sido que ella misma, viendo lo fácil que era complacerme en mi deseo, me hubiera indicado el camino e invitado a pasar por su terreno. Quiero creer que le pillé en un mal día. Esta anécdota y la del militar son los recuerdos peores de este verano, en cuanto a comportamiento humano se refiere. Pero no dejan de ser dos notas negras en el conjunto de comportamientos positivos de franceses, que hicieron de éste mío un magnífico viaje. “Châpeau por los ciudadanos de la France”. De las dos experiencias, la del militar y la de hoy, al final he salido airoso, reforzado, teniendo consecuencias positivas lo que, en principio, iba con intención de ser lo contrario.
“Le Viaduc” (El
Viaducto):
935.000 horas de trabajo.
935.000 horas de trabajo.
Ya de nuevo en la
carretera, creo que no faltará mucho para abordar el puente. Así
llego a la zona final de algo que pudiera considerarse una
“presqu’île” (península). Como parte integrante de un
monumento conmemorativo, encuentro unos arriates de flores que me
gustan. Me gusta la combinación de unas flores amarillas, con el
azul liláceo de las de lavanda, o espliego, y las fotografío. Me
acerco al monumento, y lo que más destaca, además de las fechas en
que fue construido el viaducto, 1964-1966, poco más de dos años, es
que en las 935.000 horas de trabajo no hubo un solo accidente mortal.
Así reza el Protocolo de Prevención.
Si lo destacan será porque fue algo meritorio, comparando con lo que ocurrió en otros, con los escasos medios de seguridad que se exigían en aquella época. Tras sacar foto del mármol ilustrado con el texto, me dirijo hacia el puente que denominan Viaduc Oléron-Continent. Para sacar una foto más completa del puente, paso al otro lado, al derecho, donde se aprecia desde el arranque continental hasta su llegada a la isla. Luego vuelvo a cambiar de lado, puesto que, aunque voy por el margen ideado para bicis y peatones, prefiero ver a los coches que vienen de frente. Llegando a la altura del Fort Louvois, vuelvo a cambiar de lado, cruzando los carriles de la calzada con suma atención. No quiero que ningún vehículo me lleve por delante. Desde la altura, aunque algo alejado, saco foto del Fort Louvois.
Aunque no se parece en nada, me viene el recuerdo de Sancti Petri. Quizás sea porque, antes de llegar a él, la foto que obtengo presenta delante un largo brazo que pudo ser carretera embarcadero sumergible y que me recuerda a la rada minimalista que dibujé desde San Fernando, al final de la playa de Camposoto. Ya, más adelante, saco foto del fuerte aislado. Como veis es un bonito islote amurallado con torre faro, en medio de este pequeño mar interior.
Mañana estaré, más al Norte, cerca de otro, el Fort Boyard que, cuando llegue a la Pointe de la Fumée en domingo, no podré ver de más cerca, pues sólo había barco por la mañana.
Voy dejando atrás el Fort Louvois, y retorno al lado izquierdo del puente pues el último tramo que he hecho por el derecho, me he ido llevando todas las telarañas del mundo, como me ha ocurrido al pasar el puente sobre La Soudre. Cuando llego al extremo final del viaducto, compruebo que he tardado 35 minutos. Con los cambios de lado para las fotos, se puede calcular que, sin correr pero a paso ligero, se puede recorrer en media hora.
Si lo destacan será porque fue algo meritorio, comparando con lo que ocurrió en otros, con los escasos medios de seguridad que se exigían en aquella época. Tras sacar foto del mármol ilustrado con el texto, me dirijo hacia el puente que denominan Viaduc Oléron-Continent. Para sacar una foto más completa del puente, paso al otro lado, al derecho, donde se aprecia desde el arranque continental hasta su llegada a la isla. Luego vuelvo a cambiar de lado, puesto que, aunque voy por el margen ideado para bicis y peatones, prefiero ver a los coches que vienen de frente. Llegando a la altura del Fort Louvois, vuelvo a cambiar de lado, cruzando los carriles de la calzada con suma atención. No quiero que ningún vehículo me lleve por delante. Desde la altura, aunque algo alejado, saco foto del Fort Louvois.
Aunque no se parece en nada, me viene el recuerdo de Sancti Petri. Quizás sea porque, antes de llegar a él, la foto que obtengo presenta delante un largo brazo que pudo ser carretera embarcadero sumergible y que me recuerda a la rada minimalista que dibujé desde San Fernando, al final de la playa de Camposoto. Ya, más adelante, saco foto del fuerte aislado. Como veis es un bonito islote amurallado con torre faro, en medio de este pequeño mar interior.
Mañana estaré, más al Norte, cerca de otro, el Fort Boyard que, cuando llegue a la Pointe de la Fumée en domingo, no podré ver de más cerca, pues sólo había barco por la mañana.
Voy dejando atrás el Fort Louvois, y retorno al lado izquierdo del puente pues el último tramo que he hecho por el derecho, me he ido llevando todas las telarañas del mundo, como me ha ocurrido al pasar el puente sobre La Soudre. Cuando llego al extremo final del viaducto, compruebo que he tardado 35 minutos. Con los cambios de lado para las fotos, se puede calcular que, sin correr pero a paso ligero, se puede recorrer en media hora.
Últimas horas de la
tarde en la isla de Oléron.
Desde el punto de vista
de la Ostricultura, Oléron forma un todo con la Bahía Ostréicole
de Marennes, es lugar propicio para cultivos y depuración de ostras.
Lo puedo comprobar hoy y también lo haré en la mañana próxima. Ya
al pie del viaducto, camino por un sendero hecho de restos de conchas
de diversos moluscos, caracolas y bivalvos. Veo una familia de
africanos de tez oscura y decido tomar una cerveza en Le Grilladin
des Mers, por 2,80 €. Sólo hay un hombre en la terraza que toma
café. Le pregunto qué puedo hacer mañana en la isla. Me da su
opinión, y se va. Entro para hablar con la señora que está en la
barra, la que me ha servido la “pression”, y me recomienda que me
acerque a Château d’Oléron, siguiendo el camino litoral por un
sendero que parte del mismo bar. También me informa de que las
mejores playas están en el mismo lado. Recuerdo que ayer, el nudista
que tenía la gran mancha morada en el cuerpo, me dijo que la playa
nudista de Oléron estaba en lo que hoy leo: Forêt domaniale des
Saumonards. Se podría traducir como ¿Dominio forestal de los
salmoneros? Mañana no llegaré más al Norte que a esa playa. De
momento hoy, voy a ir acercándome. Llegan tres chicas con intención
de cenar, pero la señora les dice que va a cerrar. Vuelvo a la
terraza para escribir mi diario. La señora ha cerrado su asador pero
me dice que me puedo quedar a seguir escribiendo. Al marchar, la
señora me ha dicho que deje las dos sillas tal y como están. Me
pongo el jersey ligero de rayas y me voy a las 17:45 horas.
Caminando hacia Le
Château d’Oléron.
Salgo por el camino que
me ha indicado la señora del bar, pero enseguida se vuelve sendero
con hierba sin cortar y acabo saliendo a carretera. No me quiero
complicar por caminos que no me van a aportar mucha belleza ni
conocimiento del lugar. Hay algo que me recuerda al delta del Ebro.
Allí los espacios canalizados eran para el cultivo de arroz, aquí
los canales sirven para cambiar las aguas en las piscinas depuradoras
y donde crecen las ostras. Voy pasando piscinas y canales que,
supongo, irán variando de altura en función de las mareas. El que
fotografío, junto a una de estas balsas, no parece que esté
controlado en su salida al mar. No veo que haya ninguna compuerta a
lo lejos. Apenas tardo en llegar al puerto. Son las ocho de la
tarde y empiezo a pensar en algún sitio para dormir.
Le Château
d’Oléron.
Les Flots Bleus.
Les Flots Bleus.
Estos “flot”, puede
significar estar a flote, pero también se podrían traducir como
olas azules. Al entrar por el puerto y fotografiarlo, veo un conjunto
de casas colorista que me atrae. La foto la hago desde un puente. Ya
estoy pensando en algún restaurante que ofrezca habitaciones y lo
primero que me encuentro es uno en que pone: Bar-Hotel-Restaurante.
Sin pensarlo dos veces, entro a preguntar. Fuera, una chica está
quitando toldos naranjas del local de al lado y me hace señas a
través de un cristal. Salgo y le cuento mi deseo de cena y cama. Su
madre aparece, ella se lo dice y la madre, tras verme, me dice que
no. Le insisto para que, por lo menos, me indique otro sitio. Me dice
que tiene una habitación libre pero que está sin preparar. Le digo
que no me importa, que no soy muy exigente y que me haga una rebaja.
Me dice que no puede rebajar el precio y que me tiene que cobrar 42 €
y que la más barata, de 38 €, ya está ocupada. Le propongo que me
de la de 42 € pero que oficialmente aparezca como que me da la de
38. Entramos. Habla con su marido. A la mujer le he dado pena,
“viniendo desde España andando”, piensa y, como no acaban de
decidirse les digo que se lo piensen mientras me preparan la cena. La
joven, que sabe algo de castellano, me ofrece cerveza, pero pido
vino. Me sacan un plato de verdura que está exquisito. Llega con una
gran patata y la mantequilla que le quiera poner y la verdura
consiste en: dos trozos de calabacín, dos de calabaza, uno de
berenjena, puñado de espinaca, chalota picada, nabo (lo creo así
por lo dulce que es) y trozos de zanahoria (lo que decíamos chorizo
francés). Finalmente han decidido tenerme como huésped y pago con
Visa 47 €, diez por la cena y la cama a quedado en 37. No sé por
arte de qué, ni 42, ni 38 €. Mientras me cobra él, hablamos del
partido de ayer. Coincide en que Francia jugó mal y me dice que el
sábado seremos enemigos pues, como ya sabía, juega contra España.
Deseo buenas noches y a la puerta de la habitación me acompaña su
mujer. Pero al explicarme lo de la puerta de la calle, no me aclaro,
por lo que pido ayuda a su hija. Ahora la madre me lo explica o le
entiendo mejor y me dice dónde debo dejar la llave si mañana me voy
temprano. Me dice que el pater familias ya estará levantado para las
siete.
El sueño de Morfeo
en Les Flots Bleus.
Despedido de la señora
y ya solo en la habitación, cambio de lugar la mesa y la sitúo bajo
la ventana, donde escribiré un rato más. Había otra mesa más
ligera pero mal encolada y temo que, si la muevo, se me
descuajeringue. Me lavo los pies, escribo, llamo a Sara. Me da
llamada, pero no coge. Hago la última intentona a las 21:50 horas y,
tras ser fallida también, desconecto el móvil, para que no se me
gaste la batería. No tengo ni idea de dónde dormiré mañana. Me
acuesto, y con la tranquilidad de haber terminado bien la jornada, me
viene la imagen de un conejo que he visto hoy correteando por el
campo, pero no logro recordar dónde ha sido. Es el único conejo
mental que me visitará esta noche.
Jornada playera con
ostras, puente e isla.
Hoy destaca por otra
nota mala, la de la mujer que no me ha querido ofrecer su territorio
para atajar y ahorrarme unos kilómetros pero que, como he actuado
impulsiva y acertadamente, ha quedado como anécdota positiva de la
jornada. Las primeras ostras han sido como para olvidar. Ha sido una
lástima que haya pasado tan temprano por La Tremblade y sin
temperatura buena como para darme un baño. El encuentro con Paz ha
sido menos emotivo que lo deseado. A lo mejor la ausencia de morriña
ha dejado un poso de resquemor. Empiezo a comprobar que las zonas de
ostras, como las de marisqueo, no son terrenos nada buenos para
caminar. Tras exigir algún esfuerzo mayor que el necesario, he
conseguido que me trataran bien donde he cenado y dormido. Se puede
considerar hoy una jornada de transición. Ya llegó el verano.
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