martes, 5 de mayo de 2015

Etapa 05 (296) Saint Girons-Mimizan plage


Etapa 05 (296). 12 de junio de 2012, martes.
Saint Girons plage-Contis plage-Lespecier-Mimizan plage (Nord).


Amanecer en la playa de Saint Girons.
Hemos quedado en que esta playa pertenece a los Burgos de Vielle y Saint Girons. Me despierto a las 6:15 horas, pero aguanto hasta las seis y media. Recojo saco y esterilla y, entre los dos bultos, meto en la mochila las sandalias; la rota va con el trozo suelto que apoya en el talón. ¿Encontraré algún guarnicionero que me la pueda arreglar? Tomo la pastilla contra la hipertensión y dejo las ropas de recambio en la superficie, por si encuentro desayuno en el camping y puedo aprovecharme de sus lavabos y duchas. Para las siete ya estoy en marcha.




Subo la cuesta y, cuando estoy a punto de escorarme hacia la izquierda, empiezan a caer unas enormes gotas que me obligan a retroceder rápidamente a la carpa de la que he salido hace unos momentos. Estoy esperando hasta que escampe y vuelvo a salir un cuarto de hora más tarde. Cuando ya me he alejado demasiado de la carpa, saco una foto en la que se aprecia la dimensión del recinto ferial, aunque obstaculizado por árboles.

Les Tourterelles. Camping.
Ducha gratuita.
En seguida llego al camping Les Tourterelles. ¡Algunas tórtolas comí de pequeño, cazadas por mi padre! No veo cafetería ni a nadie en recepción, ni fuera de ella, para preguntar. Haciendo un recorrido, me topo con los servicios, pero no logro saber cuáles son para mujeres y cuáles para hombres. No veo ningún signo que represente lo masculino ni lo femenino. Primero llego a los retretes. Cuando entro a los lavabos, éstos se iluminan automáticamente. Finalmente, llego a las duchas. En la primera meto mis mochilas y retrocedo al retrete. Defeco al unísono con algún vecino que también oigo cómo está haciendo lo mismo que yo. ¡Envidioso, copión! Está cercano, pero se va antes de que yo salga. Una vez descargado y con menos peso, voy a afeitarme a la zona de lavabos. Después llega la ducha. Empiezo con agua caliente y acabo con templada. ¡Ya llegarán días mejores en que acabe con fría! Me visto y me cambio de todo: calzoncillo, camiseta y pantalón. Hoy he empezado el día con las otras sandalias. ¡A la fuerza ahorcan! Me pongo encima camiseta de manga larga y añado jersey y, como el día persiste amenazante de lluvia, dejo en la superficie la capa, por si tengo que recurrir a ella. ¡Por fin, el quinto día, me he podido duchar! Voy limpio hacia Mimizan. Ante la ausencia de persona alguna, no me queda más que agradecer desde aquí al camping Les Tourterelles, a sus responsables, la ducha que me he tomado la libertad de aceptar sin que nadie me la haya ofrecido. ¡Gracias!

Buscando la vía verde.
Cuando estoy saliendo del camping, sale también una pareja en una furgoneta. Podían ser encargados o empleados de Les Tourterelles. Ahora me toca encontrar el camino que me lleve por la vía verde. Veo cómo corre por el camping un conejo enorme. Cuando llego al camino, veo un cartel indicador de 6,9 kilómetros a una casa de montaña de Lit-et-Mixe. Cuando llegue, ni me enteraré. Paralelo al camino de asfalto que llevo, va otro de tierra y piedra que no se inaugurará hasta el 30 de junio. Dudo si ir por él, pero la lluvia caída, el probable barro y los charcos, me retienen. Después veo que el camino desaparece y me alegro de no haberlo cogido. ¿A dónde me habría llevado?, pienso. Pero, más adelante, vuelve a aparecer y decido probar suerte. He hecho buena elección. Ahora ando mejor y se me recalientan menos las plantas de los pies. Cuando ya me estoy acercando al tiempo que me permite calcular que ya he recorrido los siete kilómetros anunciados, retorno al asfalto.
 

Dos ciclistas vienen de frente y saludan. Dejo a la derecha unas casas, que muy bien podía ser el lugar de Lit-et-Mixe indicado, pero el que pasa junto a ellas es el camino de piedra y tierra que acabo de abandonar. Lit-et-Mixe en interior, tiene su correspondencia en la costa: Cap de l’Homy. Pero con esta inestabilidad atmosférica, aunque ahora no llueve, no tengo ningún interés por ir más cerca de la playa, así que continúo por la vía verde. Pronto llego a la carretera que lleva a Cap de l’Homy. Creo que el camino también me va a llevar, pero lo hace hacia Contis Plage. Así que no veré el cabo anunciado. Hoy ya me he resignado a quedarme sin desayuno.

A Contis Plage por le Marais de Pigeon.
Ni me entero de cuándo estoy en el pantano de la paloma. Ahora, un indicador me dice que me faltan 6 kilómetros para llegar a Contis. Poco después, llego al de 4 km. Paso por unas casas prefabricadas que están siendo montadas y las fotografío. Todas son diferentes.

Jacquelinne me acompaña bajo la borrasca.
Cuando estoy llegando a las primeras casas de Contis, veo sentada a Jacquelinne en la puerta de la suya. Le hago una pregunta para que me oriente sobre un lugar adecuado para comer. Ella se levanta, abre su puerta exterior, sale y se dispone a acompañarme. Su intención es la de llevarme hacia un puente que me encamine, pero la lluvia se empieza a entusiasmar y nos obliga a guarecernos. Primero lo hacemos bajo unos altos arbustos, pero nos protegen insuficientemente y nos refugiamos en el patio de un vecino. Allí hablamos. Jacquelinne hizo el Camino de Santiago. “En coche”, me aclara, y yo le cuento el camino que estoy haciendo y a dónde pretendo llegar. Ella estuvo muchos años viviendo en Portugal y Brasil. Me habla de Lisboa. Sabe algo de castellano. En algún momento menciona la palabra portuguesa “ficar”. “No sé dónde voy a quedarme hoy”, le digo. Pero no quiere hablar mi idioma para que yo ejercite el suyo, el francés. No ha dicho a su marido que salía a acompañarme, sigue diluviando y no quiere que su marido se preocupe si no le ve. Por eso quiere volver a casa, coger un paraguas y acompañarme. Como ya se ha mojado bastante por mi culpa, le propongo otra cosa. Que me ayude a cubrirme con mi capa, que ya había probado a ponérmela por el camino y había vuelto a guardar, y que cada cual siga su camino. Me ayuda, se lo agradezco, al igual que su orientación, y nos despedimos. “¡Buen viaje!”, me desea.


Contis. 
La Terrasse del Hotel de la playa.
Paso el puente, luego el camping y me dedico a echar un vistazo a los restaurantes más próximos a la playa. Echo el ojo a uno, pero aún me quedan por ver los del otro lado. Me asomo a la playa, pero la observo sin bajar, desde una atalaya. Llega un trío y pido a una de las mujeres que me saque una foto. Será la única que me saque con capa de plexiglás transparente. Se puede apreciar el viento que sopla por el vuelo de la capa.
 
Enseguida ha dejado de llover, pero el viento está desagradable. Ya son las doce del mediodía y pronto retrocederé para comer. Tras la foto, me quito la capa y la guardo. Nada más guardarla, empieza de nuevo a llover. Así de voluble está el día. Me acerco al hotel y saco foto de La Terrasse, donde voy a comer en la planta baja. El menú del día cuesta 12,50 € y aquí figura como Formule du Midi. Hago una comida muy completa, aunque sin vino: Terrine de canard, Osso bucco con espagueti y mousse au citron. El agua sabe a lejía. Aunque no le de propina, agradezco que la camarera sea tan atenta.
 

Para las 12:15 horas ya he empezado a comer y, tras terminar el postre, me pongo a escribir. Ya llevo más de dos horas sentado, cuando lo interrumpo para cagar de nuevo. La chica ya ni se acordaba y yo casi olvido que había dejado mi móvil cargando. Se me ha cargado hasta la última raya. Cuando he entrado a comer, era el primero pero, pronto, han entrado padre e hijo y se han puesto frente a mí. Todos los que van entrando piden la Formule du Midi. A mi izquierda se han sentado dos jóvenes alemanas, de mi quinta y, al final, hablo con ellas. Bueno, sólo con la que sabe inglés, y a la que he contado cómo va mi viaje, con el inglés minimalista que sé. Ella había intentado provocarme la conversación, pero yo no he caído en la tentación hasta que he puesto el diario al día. Tanto ella como la camarera me desean buen viaje.

Hacia la playa de Lespecier. Cabañas en el Campo de los Osos.
Salgo con la intención de retroceder hasta donde he dejado el camino, pero veo un indicador que me propone cogerlo de otra manera. El camino sigue siendo de asfalto y lleva otro paralelo de arena, bastante destartalado. Por lo menos, ahora ya no llueve y me he quitado la camiseta de manga larga. Mi primer objetivo es la plage de Lespecier, que está a unos 8 kilómetros, poco antes de Mimizan. 

Cuando todavía voy por la carretera asfaltada, encuentro a un padre alemán que está construyendo con su hija una cabaña y que la hacen apoyando troncos y ramas contra el recio tronco de un pino. Hay otras tres ya terminadas y veo que es zona especialmente indicada para esta actividad pseudo arquitectónica. El alemán me dice que sólo es suya la que están construyendo. Me parece un bonito ejercicio para hacer con niños, se lo digo, y me voy. Un poco más adelante, compruebo que el camino está cortado. Un cartel da toda clase de explicaciones, pero yo no estoy dispuesto a quedarme leyendo tanto y me salto la prohibición de seguir. Además veo señales de ruedas de ciclistas, marcadas en el suelo, que me hacen pensar en que otros han hecho lo mismo que hago yo ahora. Cuando se acaba la zona prohibida, en un cruce, la vía verde sólo está en su fase preliminar: piedra apisonada. Le falta el asfalto. Aquí la señal no es de prohibición, sino de peligro, para los VTT poco habilidosos.
 

Sigo adelante y, poco después, me pasa una pareja de ciclistas que, supongo, sí serán habilidosos. Sólo me cruzaré de frente con otro ciclista que viaja con faltriqueras. “Voy a Santiago”, me dice en francés, “y yo a Bélgica”, pero ninguno de los dos nos paramos y seguimos nuestro destino. Saco foto de la calzada entre pinos. Las almohadillas de los dos dedos gordos de los pies empiezan a dar síntomas de quererse ampollar y empiezo a andar con dificultad. Es algo que me ocurre todos los años. Por fin llego a Lespecier en el momento en que regresan de la playa los alemanes habilidosos que antes me han adelantado. Vuelven para recoger las bicicletas que habían dejado abandonadas aparcadas en la cuesta arriba. Una muestra de que aquí la gente es respetuosa con la propiedad ajena. Bajo a la playa por el otro lado de la duna. Pregunto a una pareja si los 4 kilómetros a Mimizan que se anuncian por la carretera, son los mismos por la playa. Ella me responde afirmativamente y se va con su chico hacia Contis. Otra pareja va en la misma dirección que yo.


Plage de Lespecier. Mi primer baño en el mar desde el día en que salí.
Voy descalzo por la playa. ¡Cuántas ganas tenía de hacerlo! Esta frescura del agua vendrá muy bien a mis pies para evitar las ampollas que ya se venían anunciando. Saco foto de las mínimas olas que irrumpen en la arena. Cada ola hace su propio y efímero dibujo. Caminando por la arena, llego a unos restos herrumbrosos y los fotografío. Allí me desnudo y me doy el primer baño en el mar desde el día en que lo hice en Hendaya. ¡Qué felicidad! Se produce un espacio de sol sin nubes y se está divinamente. La pareja que venía por detrás, pasa por la arena seca, hace amago de quedarse en la zona de restos oxidados pero, finalmente, decide continuar un poco más adelante. Se tumban al sol, pero vestidos.
 

He puesto la toalla a airear, ya que la había guardado húmeda tras secarme después de la ducha en el camping de Saint Girons. Se está muy bien pero, cuando las nubes cubren el sol, se nota fresquito. Me visto y continúo adelante. Sigo por la orilla y hay momentos en que la espumilla blanca se torna algo grisácea, cuando no toma la apariencia de un marroncillo diarreico.



Gascogne Paper y el papel Kraft.
Veo de lejos unos troncos verticales y me acerco a una salida de aguas. Es agua caliente que vierte directamente en la playa y en el mar. No es nada grato el olor que emanan estas aguas. Subo hacia la duna y leo que el papel Kraft que fabrica Gascogne Paper pasa por todas las bendiciones de calidad y su agua residual no perjudica al medio ambiente. Dicen que no hacen papel blanco.
 

He sacado foto de los troncos y del agua que emana caliente y, ahora, saco otra con el cartel que pretende ser tranquilizador. Pero a mí no me tranquiliza. Yo dudo de todo lo que leo pues ya he pasado por zonas en que el color del agua no auguraba nada bueno y, al llegar aquí, veo que hay razones para dudar de lo que dicen. He visto muchos restos de espuma sospechosa y más que veré. A lo mejor me cuentan la milonga de la salinidad marina que me contaron en otro lugar de la costa portuguesa. Tras las dos fotos, continúo adelante.

Mimizan y l’etang d’Aureilhan.
Hoy poca gente pasea por la orilla. Me estoy acercando al pueblo de Mimizan. Cada cierto espacio, hay escaleras que atraviesan la duna, preservándola. En una de ellas, veo cercana una cabaña con gente. Cuando estoy llegando, baja una mujer joven. Me dice que están poniendo la cabaña a punto para empezar a vender bebidas a partir del 30 de junio. Es la misma fecha en que tienen previsto inaugurar la vía verde inacabada por la que he pasado antes. “No les va a dar tiempo…” pienso, como decíamos musicalmente cuando se acercaba, en 1992, la fecha de las Olimpiadas de Barcelona. Por si acaso, le digo que dormí en una similar en Seignosse, pero ella no me invitará a que me quede a dormir en la suya.


Continúo hacia la bocana de salida de un río al mar. Quizás en marea baja se pueda pasar al otro lado sin problemas, pero ahora no me arriesgo y asciendo río arriba. Un hombre con perro me ha dicho enseguida en castellano que suba por la primera escalera y que, enseguida, encontraré un puente. Cuando le digo lo que estoy haciendo, me desea suerte en el camino. Subo la escalera y me siento para desprenderme bien de la arena, pues de tantos días sin pisar el agua, tengo la planta dolorida. Una chica, también sentada en la escalera, sorbe su matecito. Es francesa, pero ha pasado un año en Argentina, acaba de aterrizar y se está aclimatando. Todavía conserva el acento y me trata de “vos”. Sólo le ha faltado llamarme “boludo”. Allí se queda con su mate, nostálgica y sola, mientras yo me asomo al río y saco foto hacia la bocana, la última de la jornada. Esto, que creía río, es la salida del estanque de Aureilhan, por el que mañana pasaré.

Mimizan. Buscando alojamiento para dormir.
Paso el puente y ya estoy en Mimizan Centre. Veo indicador de Oficina de Turismo pero, cuando llego, ya han cerrado. Es normal. Son más de las seis y media y cierran a las seis. Retrocedo hacia el Restaurante Thermal donde dice, en el bar, que ofrecen habitación a partir de las 16:30 horas. Me quedo escribiendo el diario en la terraza, pero son más de las ocho y por aquí no aparece nadie. Toco el timbre y no me responden. Está de cara que hoy tampoco dormiré en cama, y no tengo intención de pagar un pastón en un hotel. Vuelvo a la plaza y me encuentro un pasillo entre dos terrazas que indica Residence: rue du pont 12-14. Allí están dos casas de tres pisos, las más altas de la zona, pero no encuentro ningún timbre para llamar. Voy al bar de enfrente para preguntar, pero el camarero del 37 se molesta en buscar una mapa y, como no lo encuentra, hace una llamada por móvil para preguntar dónde esta la calle du Pont. Como no le dan una respuesta fiable, me dice que pregunte enfrente, cerca de la Residence. Una señora me dice que siga adelante. Paso de nuevo por el Thermal y también el puente. Pienso que el puente es buena referencia para “rue du Pont” y que puede ser el nombre de la que va hacia el otro lado, así que retrocedo a Mimizan Sud. No consigo encontrar ni el nombre de la calle, ni los números 12-14, así que, cuando llego a la casa con el número doce, toco el timbre y pregunto. Una chica muy amable me dice que ese no es el nombre de la calle, me da otro nombre, y entra en casa para buscar un mapa y me ayuda a buscar en él. Resulta que los números 12-14 corresponden a las dos casas altas de donde vengo. Agradezco y vuelvo al punto de partida. Cuando regreso donde la mujer que me ha informado, que está hablando con un hombre, y le digo lo que pasa, ambos se sorprenden porque la que siempre se ha llamado plaza del Mercado, que es donde estamos, ahora recibe el nombre de rue du Pont. Ha tenido que llegar el caminante extranjero para que se enteren de algo propio de su pueblo. ¡Cosas de la vida! Aclarado el enigma y deduciendo que la palabra Residencia no tiene el mismo significado en todas partes, pues aquí describe un lugar de pisos, de habitáculos privados, no un albergue, no una pensión, me voy a cenar en el lugar que ya me conocen de lo que fue y ya no es plaza del Mercado.

Mimizan. Cena en Le 37. Plat de jour.
Aclarado el enigma, vuelvo donde el camarero que me ha intentado ayudar, le regalo el mapa de la ciudad que me ha entregado la chica del nº 12, nos reímos de la anécdota, pues he ido lejos para buscar algo que estaba delante de nuestras propias narices, y me siento a cenar. Pido el plato del día. Consiste en un pucherito con patatas, verduras, cangrejo (crabe) y acompañado con ensalada, con un aceite de sésamo, algo balsámico y una copa de vino tinto. Pago 12 € con Visa. Hoy pago mi primera copa de vino en Francia. Tiro al jardín el agua con sabor a lejía y cloro que he cogido en Contis, y cojo nueva agua. Me durará hasta El Congo.

Mimizan. Buscando cama definitiva.
Salgo a buscar un sitio para dormir. Asciendo la calle hacia el mar. Sopla un viento muy fuerte pero, al menos, no llueve. Cuando llego a la avenue de la Côte d’Argent, veo una puerta que está camuflada. Me asomo, pero no hay techo protector. Subo unas escaleras, que están interceptadas por una planta, pero la puerta de arriba está cerrada. Sigo la calle y llego a un hotel, donde la oferta más económica por una habitación es de 47 €. No me preocupo en saber si el IVA está incluido o no. Se trata del Hotel de France. Después llego a otro hotel más bonito, con fachada de madera, pero ni siquiera me acerco a mirar los precios. Me voy fijando en las casas que dan al mar, por si alguna tiene voladizo. De esta forma, pienso, la propia casa me quitaría el viento y el voladizo me protegería de la lluvia, pero mi observación no obtiene resultado positivo.
Allanamiento de morada. Protegido de la lluvia.
Por fin llego a la última casa de la derecha y a un camino sin salida. Ningún coche puede circular por allí. Con estas dos viviendas aisladas se acaba el pueblo. Me parece que cualquiera de las dos me puede servir. Las fachadas están orientadas al Sur y, aunque hubiera sido mejor que tuvieran orientación Este, no me voy a poner exigente. Ambas están cerradas a cal y canto y ambas tienen una terraza cubierta ante el mirador. Habría sido más prudente elegir la segunda pero, su terraza con suelo de baldosa me atrae menos que el de madera de la primera. Además, tiene una palmera mustia a la que no le importará mucho que le mee durante la noche. Salto la valla y no suena ninguna alarma. Me resulta más fácil saltar la valla, que tiene pretil, que hacerlo por el portón corredera, que es más alto. Me instalo junto al muro que me protege del aire de Poniente. Llamo a Sara. Hace una llamada, pero se corta. Intento de nuevo y me da comunicando. Así que, para que no me llame ella y me descubran en propiedad ajena, y para que no se me gaste la batería, desconecto mi móvil. Las luces más potentes, que vienen desde la avenida, rebotan contra la otra pared, iluminándola. Estas luces me recortarán la silueta cuando de madrugada me levante a orinar pero, a esa hora, ya no será problemático. Nadie estará observando. Masajeo mis pies con Aloe-Vera. Cuando me vuelvo a acostar, ya duermo tranquilo pues, pienso, “a esas horas tan tardías, ¿quién va a llegar a su casa?” Eso pienso, pero podía haber ocurrido. Desde aquí agradezco a su propietario la oportunidad que, involuntariamente, la casa me brindó para pernoctar. Sin permiso, me ha permitido dormir gratis. Lo único que siento es no haber tenido una escoba a mano para barrer la arena que la casa ya tenía sobre la tarima cuando llegué. El cineasta coreano Kin-Qui-Duk, en su Hierro 3, presentaba un ocupa que realizaba las tareas domésticas que sus dueños habían dejado pendientes. Cuando me estoy acostando, un poco antes de las diez, empieza a llover con ganas, aunque con menos fuerza que en la noche de ayer. El aire transporta alguna gota pulverizada, pero estoy a buen recaudo, bajo techo.

Balance de una jornada en que, por fin, me he podido bañar en el mar.
El día ha comenzado bien con ducha en el camping de las Tórtolas. La ayuda de Jacquelinne ha sido de agradecer, aunque haya ocurrido bajo la lluvia. Por primera vez me he visto necesitado de sacar la capa plástica para capear el temporal. Sin desayuno, pero bien comido y suficientemente cenado, he tenido la suerte de cara y encontrado la casa protectora de la lluvia nocturna. Salvo la primera noche en descampado, en las otras ha caído agua de lo lindo. Para mí, el mayor problema de hoy ha venido derivado del cambio de sandalias. Las que traía de Decathlon, aunque ya las tenía usadas, como me oprimían los dedos, les he ampliado el margen. Se me ha empezado a formar una rozadura sobre el talón del pie izquierdo, así que también suelto el velcro por el talón. Es normal que ocurra esto. Estoy en el primer día de adaptación al cambio de calzado. También la sandalia rota me había magullado por arriba el dedo meñique del pie derecho. En estos días, todavía no se me ha puesto morada ninguna uña. Lo peor es que, con tanto asfalto las almohadillas de los dedos gordos están a punto de caramelo. O sale la ampolla, o se endurece y forma callo. Es lo más dolorido, lo que más siento al arrancar por las mañanas. Menos mal que hoy se me ha aliviado algo andando por la orilla del mar. Aunque próximo a la salida del agua proveniente de la fabricación de papel Kraft, el baño en el mar, después de tantos días sin poderlo hacer, me ha sabido delicioso.

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