miércoles, 13 de mayo de 2015

Etapa 28 (319) Guérande-Mesquer


Etapa 28 (319). 05 de julio de 2012, jueves.
Guérande-La Turballe-Pen Bron-Piriac sur Mer-Quimiac-Mesquer (en coche).

Hoy, los amigos Virginie y Alain me llevarán en su coche de Quimiac (que es de la Commune de Mesquer) al camping de Mesquer, donde tienen instalada su mobilhome y donde me invitan a dormir. Mañana, Alain, me retornará de nuevo en su coche para dejarme en el lugar donde me recogieron.

Amanecer en Hotel des Voyageurs.
Durante la noche, me levanto dos veces a orinar. La manta me da mucho calor, pero no me atrevo a quitarla del todo. Todavía siento algún dolor corporal al levantarme, pero tumbado en la cama su intensidad se ha reducido considerablemente. Estoy casi bien. Me despierto a las seis y media. Aunque la dueña me habló de las 7:30, como hora de inicio de los desayunos, Abde me dijo que a las ocho. Por si tengo que hacer alguna gestión en el banco, alargo la escritura del diario hasta las ocho y cuarto. Bajo a desayunar con bañador y jersey, y con dos temas a resolver, el pago con Visa y el lavado de la ropa sucia. Tengo ya todo muy guarro y, tras la ducha de ayer, me gustaría salir de Guérande con todo limpio.

La Visa va.
Cuando bajo, coincido con el joven con el que cené ayer noche. Él ya ha desayunado y se va a trabajar con su mochila. Ya están en recepción Abde y su hermana. Consideran que es pronto para hacer la gestión bancaria y prefieren que pase primero a desayunar y después la haremos, pero antes probamos de nuevo la tarjeta. No cuesta nada intentar fortuna. Y resulta que ahora sí funciona. Todos los problemas, las certezas y las dudas, han quedado resueltos en un santiamén. Ya están cargados en mi cuenta 62,80 € del hotel. Pregunto a Abde por alguna lavandería y me dice que mientras desayuno, y cuando lleguen las chicas, se informará de la más cercana. Después del desayuno me lo dirá.

Desayuno en el hotel de Guérande.
Desayuno dos vasos de zumo, cuatro rebanadas de pan integral y cereales, a las que unto con mantequilla y mermelada. Dos cafés con leche y, como se ha acabado la leche caliente, pido y me traen más. Finalizo con un cruasán. Es la dueña la que se encarga de traerme a la mesa los utensilios necesarios y de reponer lo que falta. Me gusta que sea ella la que lo haga y, además, porque siendo joven, lo hace con la elegancia de una gran señora. Me gustan sus movimientos y sus modales, dignos de una gran sultana en su harem. Hablo con los vecinos y únicos comensales. Son matrimonio jubilado con hijo cuarentón. La conversación es interesante. Ellos ya conocen Pasaia y Hondarribia, así como zonas del Sur de Andalucía. Las ciudades costeras las comparan con La Baule, y no les falta razón. Con el que más comento es con el padre de la familia, aunque todos intervienen en la conversación. Como si seguimos hablando se nos va a enfriar el desayuno, doy el toque final con la experiencia estrella de mi viaje, los días que pasé por Gironde y, añado que, aunque La Baule sea feo y ayer lloviera, el encuentro previo en Pornichet con las maestras fue precioso. Termino de desayunar, me despido de la familia y salgo del comedor.

Mi hermosa lavandería.
Abde ya me está esperando para acompañarme a la lavandería, que está cerca. Subo a la habitación y cojo los dos pantalones, las dos camisetas, los dos calzoncillos, la camiseta de manga larga y lo meto todo en la bolsa en que venía la fruta que ayer compré y, tal como estoy, con bañador y el jersey negro, bajo y salimos los dos hacia la lavandería, que me va a costar 4,50 + 1 = 5,50 €. Tal como han ido las cosas, doy por bien invertido el dinero. Como no soy experto, me ayuda a interpretar cómo debo hacer para que la máquina trabaje. Hago un lavado corto, de 30 minutos. Un euro es lo que cuesta la pastilla de jabón y no uso la secadora. Como no tengo tiempo, ni tendedero, en la playa nudista de Pen-Bron montaré en la arena mi secadero particular. Luego os mostraré la foto. Llega una pareja con una enorme cantidad de ropa y Abde se presta a ayudarles y a interpretar. Va a acabar siendo experto. Se vuelve al hotel porque han puesto un nuevo sistema de protección y prevención en los establecimientos públicos, que tiene que resolver. En ese terreno yo no le puedo ayudar. Es el trabajo en el que se ha comprometido y el que justifica la estancia con su hermana en Guérande. Ya estuvo trabajando un tiempo aquí, en una empresa, pero el trabajo terminó. Le he hablado de mi viaje a Marruecos, pero él conoce muy pocas ciudades de su país ya que se vino a Europa siendo adolescente. 
 
Le menciono algo de mi amigo Abdu, pero nada de Belal Amin, con el que hice una experiencia corta en la EPA, Educación Permanente de Adultos. Belal era de Marruecos pero de la etnia berebere. Entonces me enteré de que berebere quería decir bárbaro en la traducción al castellano. Me parece una barbaridad. Cuando termina el programa de lavado, vuelvo al hotel. Son las 10:40 horas y debo dejar libre la habitación para las once. Han intentado entrar a limpiar mientras estoy en el retrete con diarrea. Volverán luego. Esta disfunción de mi intestino no me preocupa mucho ya que, pienso, la habrá motivado mi tensión de ayer por causa de la zozobra con la Visa. Espero que pase pronto. Abandono la habitación a la hora exigida.


Visita diurna a Guérande. 
Ciudadela y Extramuros.
Ha salido el sol, pero cuando salgo del hotel ya se ha esfumado. La idea es llegar a la playa nudista y extender en la arena la ropa mojada para que se seque, pero ¿qué hago si no sale el sol? Hago una bola con la sábana encimera, para que no noten las chicas que se ha humedecido al poner encima la ropa todavía mojada.
 
Bajando por las escaleras digo a las limpiadoras que ya dejo libre la habitación. Ya la pueden adecentar para el siguiente cliente. Me despido de la dueña. Entro de nuevo, ahora con otro talante, a la Ciudad Medieval, ahora por la puerta más próxima al hotel, y saco otra foto a la iglesia de Notre Dame la Blanche. El paseo es tranquilo, no como el de ayer, en que mi preocupación era buscar un sitio para cenar. La iglesia está cerrada. Tras dar un rodeo, entro en una exposición de acuarelas, que es vigilada por la propia artista pintora. Son unas acuarelas demasiado dibujadas. Más bien se podrían considerar dibujos acuarelados, pero los paspartú y los enmarques están hechos con mucho sentido y gusto. Se lo digo a la artista.
 

Le enseño mis manchas para que compruebe lo que se puede hacer con economía de medios: pincel negro y pincel de agua. Ella no conocía esa técnica pictórica. Sigo por otra calle y me sorprende una chica ofreciéndome chocolate de fresa. Entro en el museo de las “Poupées” (muñecas) y otros juguetes. Veo encima de las vitrinas un perro. Hago como que me asusta y me voy. No tengo ningún interés en ver ni muñecas ni perros. Salgo por otra puerta extramuros. La fotografío desde el exterior y vuelvo a la ciudadela. Ahora ya han abierto la iglesia. Por dentro es igual de enorme que por fuera. Saco foto de la nave central hacia el altar. Es bastante austera, profunda y luminosa.
 
Quizás por estar alejada del mar, no cuelga ningún barco de la nave principal. Este pueblo salado parece más de paludiers que de marinos. La foto la he sacado desde el fondo y veo que ofrecen visitas guiadas. Lo que más me sorprende es que el órgano está detrás del altar mayor. Es allí donde me encuentro con el hijo cuarentón del matrimonio, con los que he desayunado en el hotel. Me confirma que son sus padres y se va corriendo porque acaba de empezar la visita guiada que tienen concertada. Me entretengo en un altar lateral, pensado para acoger a pocos feligreses, sólo los selectos.
 

Salgo de la iglesia y de la ciudadela por otra puerta enmarcada entre dos gruesos torreones y, por el exterior, voy siguiendo las murallas que disponen de foso con agua. Voy caminando desde un torreón esquinado y con almenas, hasta el siguiente y es así como doy por finalizada mi visita a la ciudadela de Guérande que tanto intra, como extramuros, tantas aventuras me ha aportado. Una señora me acompaña a un teléfono público y, a duras penas, consigo hablar con mi hija Sara. Este año sus vacaciones son algo escasas y se vuelven el sábado. Le digo que ya vi el correo con los mayores, sus cañas y su pesca y me dice que hoy también han ido a la playa con sus cañas a pescar. Ella está preparando un puré para todos. Entro a la Oficina de Turismo.






Un chico me da un mapa que, tanto por delante, como por detrás, me va a llevar muy bien a comer a La Turballe. Del primer tramo hasta salir de Guérande no tengo información y me voy a tener que fiar de las señales. Pero tengo suerte de que me acompaña una señora en el inicio.

Por interior hacia La Turballe.
Al salir de Turismo, encuentro a una mujer que va con un adolescente que conoce algo el portugués. Las pocas cosas que puedo decir en portugués se las va traduciendo a ella. Me dice que siga la carretera y que no pierda de vista la dirección Piriac, que está a 14 Km. Cuando llegue a Trescalan, deberé buscar la costa y girar hacia el Sur si quiero ir a la playa nudista. Veremos cómo evoluciona el tiempo. La distancia a La Turballe no la voy a saber hasta que esté a falta de 6 Km. Me despido de la señora y del adolescente que conoce el portugués.
 

Al pasar por un prado, me quito la mochila, saco la camiseta para que se vaya secando y coloco el pantalón en la rejilla. Dudo en ir a pecho descubierto, pero no me atrevo a quitarme el jersey puesto que tan pronto hace frío como calor. Paso por una huerta donde una señora arregla algo en su terreno para mejorar su cosecha. Su perro está pendiente y, cuando paso, digo a la señora: “hay que trabajar para conseguir frutos”. Ella asiente. Emite buenos deseos y me dice: “courage”. ¡Qué novedad! Sigo adelante.

Una granja hortícola.
Siguiendo la carretera llego a una granja donde cultivan productos al aire libre y otros en invernaderos, “serres”. Entro en uno de estos invernaderos, donde algunos tomates ya están comenzando a amarillear y a coger tonos entre verde y rosáceo. Pocos muestran ya síntomas de madurez.

La granja se llama La Signolais. Saco dos fotos de hileras de tomates. La segunda es de tomatitos “cherí”, de los que vienen en racimos. Saco otra de las “haricots”, las vainas verdes, que ya en cajas están cargadas en una furgoneta. Me voy cuando un hombre, desde el tractor que conduce, me está llamando la atención.










Parece que no le hace gracia que me inmiscuya para sacar fotos. Actúo como si no le hubiera oído, saco foto del invernadero, pero desde el exterior. La furgoneta se refleja en su superficie acristalada y voy saliendo del recinto. Todavía puedo sacar foto de cultivos al aire libre y creo que, por la flor, lo que inmortalizo son patatas. 

Las que tengo más a mano. Estas patatas, me pregunto: ¿Tendrán tanta calidad que las alavesas? Ya no me atrevo a acercarme para ver qué hortalizas se cultivan en las otras hileras. Cuando el conductor ve que me voy, él también se va para continuar con su tarea. El visitante curioso no le va a importunar más.
 


Por el camino sale el sol, pero acabará lloviendo. Paso por una casa con unas hortensias preciosas que me resisto a dejar sin fotografiar. Cuando un hombre, que sale de su casa, me dice que a 300 o 400 metros ya tengo un restaurante y que estoy en Trescalan, compruebo que ya he salido de la Commune de Guérande y que ya estoy en la de La Turballe, esto es, dentro del mapa que estoy manejando hoy.

Iglesia de Trescalan para después.
La lluvia no ha hecho más que asustarme, pero enseguida para de llover. No ha dejado más que unas gotas de agua en el asfalto, con su aroma peculiar, tras haberlo calentado el sol. Es así como llego a la iglesia de Trescalan. No tengo certeza de si el campo de tiro con arco, con sus tres dianas dispuestas a diferente distancia, pero cubiertas por un plástico que dejan traslucir sus puntuaciones en círculo, pertenece a Guérande o a La Turballe.
 


Me inclino por pensar, por la cercanía, que son de esta última comunidad. Me acuerdo de mi amiga Virginia y de su hijo Kos, que son aficionados a este deporte que exige más maña que fuerza. La clave está en mantener la tensión necesaria. Como ya ha pasado de la una, prefiero buscar el sitio para comer y luego ya visitaré la iglesia, que se me ofrece con una magnífica apariencia, como luego veréis.
La Turballe. Le Chaudron.
Como no tengo muchos lugares para elegir y éste me gusta, entro en el restaurante Le Chaudron a comer. De una carta de la que no esperaba gran cosa, ha resultado una comida deliciosa. Demasiado “cochon”, guarro, pero espero quemar la grasa a lo largo del camino. El foie gras laminado y con elementos duros que lo hacen crujiente está muy rico, pero el “porc”, cerdo, con patatas asadas, zanahoria, chalota y la salsa jugosa resultante, está exquisito. El Tiramisú que pido de postre, coronado por dos avellanas, está divino de la muerte. La camarera es también joven y atenta. Sin pasarse y me anota en el mapa dónde está situado el restaurante y dónde la zona de playa que busco, para que pueda acercarme a la playa nudista. Pero, como no mejore el tiempo… No creo que en la tarde de hoy salga de Loire Atlantique. No lo haré hasta mañana al atardecer. A lo largo de los cuatro días que llevo aquí, se ha ido confirmando que esta provincia, además de pertenecer con Vandée a Pays de la Loire, pertenece también a Bretaña. Los “ker” y las construcciones con tejado de paja o pizarra, la han ido delatando como país bretón. Pago con Visa 18 € cuya tarjeta ahora va sin problemas. Son las 14:45 horas cuando voy al retrete. ¡A ver cómo se comportan mis intestinos! Todo va bien. Al salir, me despido y felicito al cocinero que, de un elemento primario sencillo, como es el cerdo, ha conseguido un plato exquisito. Y salgo hacia el Belvedere de Trescalan.

Visita al Belvedere de Trescalan.
Antes había visto una desviación que indicaba a 500 metros la iglesia y ahora pienso que me habría ahorrado algunos metros para llegar al restaurante. A lo mejor me hubiera evitado mojarme cuando ha caído el chaparrón. Ya no tiene remedio. No sirven de nada los lamentos. Creo que el nombre completo es: Iglesia de Nuestra Señora de la Natividad de la Santa Virgen. Llego y subo la escalinata de acceso al portón principal.
 

Si ayer no subí al clocher de la iglesia de Batz, hoy tres mujeres, sentadas tras una mesa, me invitan a subir al Belvedere, que es el mirador, ya que esta iglesia no ofrece campanario, sino una terraza octogonal. Dicen que ofrece preciosas vistas del entorno, hacia la costa y hacia la zona de las salinas. Estoy un rato hablando con ellas, pero no subo. Hoy no tengo la excusa de dejar solas las mochilas, pues ellas me las habrían cuidado. Pero a veces las oportunidades se presentan en momentos en que uno no está inspirado.


Hubiera podido subir las 110 escalones, que dicen que hay, libre de equipaje. Después me lamento por no haberlo hecho. Hubiera tenido una visión más completa de las salinas. La iglesia por dentro es tan sobria que en su exterior, saco foto de la nave central y las lámparas me recuerdan a otras que no hace mucho he visto, pero no sé donde. Al salir de la iglesia me despido de las tres Marías, que allí se quedan, al pie de las escaleras del Belvedere, para invitar a los futuros visitantes, los que vengan después. Espero que tengan más éxito que el que han tenido conmigo.


Playa de La Turballe (An Turball). 
Policías socorristas.
Indico la grafía en bretón. Camino y paso por delante de Le Chaudron, que significa el caldero. Continúo por carretera hacia la playa y paso por unas casas de piedra con tejado de pizarra que, en su austeridad, me gustan. Las fotografío. Llego a la playa. Aquí, en el Post de Secours, los socorristas son policías nacionales, según me dice uno de ellos. Está bien que los policías desarrollen un trabajo útil, en beneficio de la comunidad. Le pregunto por la playa nudista y me dice que siga adelante pero que está muy, pero que muy, muy lejos. El policía se asombra con mi viaje. Intento seguir por el paseo, entre la duna y las casas. La arena seca se hunde y el caminar resulta muy incómodo, por lo que continúo por carretera hasta que llego a un cruce y cojo la carreterita que me aleja menos de la costa.
 

Vuelvo a la playa y a la orilla del mar y camino junto a las olas rompientes suaves. El mayor inconveniente que tiene este camino es que antes ha pasado un tractor limpiando o recogiendo las basuras de la playa y, con sus enormes ruedas, ha dejado una huella ancha y la arena demasiado esponjosa. Algo que me la vuelve algo incómoda para andar. Hay momento en que piso la huella y me hundo hasta media pierna. Voy incómodo, pero sigo, pues intuyo que la playa nudista debe estar ya cerca. Lo creo porque hace ya un rato que ya no hay casas en la costa y según mi mapa ya tengo que estar cerca de lo que llaman Pen-Bron. Subo a leer un letrero, pero no indica nada al respecto. Sólo leo: Fin de zona vigilada. Como siempre sólo son dignas de seguridad las playas textiles. Vuelvo a bajar a la orilla. Ahora camino mejor por ella, porque el camión de limpieza sólo limpia las playas de los textiles. Los guarros que se desnudan que apechuguen con la suciedad o que la limpien ellos.

Playa nudista de Pen-Bron. Daniel.
Por fin veo un cartel y a un hombre que me parece está desnudo. Subo a leer el cartel y allí, cerca del límite, me instalo. Pasearé por la orilla pero, como estoy a gusto en este iniocio de zona nudista, no tengo ninguna necesidad de acercarme hasta el final de la playa, hasta le Centre hélio-marin Pen-Bron. El sol brilla, extiendo mi ropa húmeda por la arena y rocío periódicamente con más arena seca para que con sus granos calientes ayuden a que el secado sea más rápido. Hay quien dice que “más vale estar solo, que mal acompañado”. No creo en este refrán. Hay otra posibilidad que sería la que yo elegiría: prefiero estar bien acompañado, que solo. Pero con el tenderete de ropas semienterradas que he montado en la playa, que parezco un menesteroso, ¿quién se va a acercar a charlar conmigo? El escenario es digno de ser fotografiado, no sólo por las ropas, también el texto del cartel se las trae: “au delà de cette limite une tenue correcte est exigée”. “Tenue”, ya tiene el sentido de limitación de libertad y la palabra “correcte” me llega al alma. Se deduce que el nudista, por el solo hecho de estar desnudo, ya muestra una actitud incorrecta. Los incorrectos son los que ven tan menospreciable el cuerpo humano. Y luego se les llena la boca diciendo que fue hecho a imagen y semejanza de su Dios, de quien no son creyentes, sino crédulos; crédulos de los farsantes que han hecho de la religión un medio de poder y de dominio. Los cristianos no han profundizado lo suficiente en el mensaje divino del cuerpo humano. Este cartel, en el país de la liberté y egalité, sigue mostrando que aún hay muchos prejuicios morales que desbaratan las ideas que todavía esgrimen de la revolución y que, cada vez, menos practican. No me importa. Estoy muy a gusto desnudo, aunque me llamen indecente. Me siento natural en la naturaleza. Para mí, indecentes son los que han creado esta crisis para que retornemos a épocas ya superadas y perdamos conquistas sociales. Indecente es la propia sociedad de consumo, donde la panacea es poseer a cualquier precio. ¡El mundo se ha vuelto loco! A un nudista inofensivo se le considera indecente y los que crean hambre en el mundo y destruyen familias son los prohombres de la sociedad, los que son ensalzados por los medios de comunicación. En cuanto atañe a la fraternité de los franceses, no voy a decir nada en contra pues, salvo excepciones, ya se va viendo por lo escrito en este diario, que sólo puedo decir parabienes. Pero dejemos de filosofar y volvamos a la playa en la que estoy tan a gusto. El hombre desnudo que he visto cerca cuando he llegado, continúa donde estaba. Está leyendo y le dejo con su lectura. No entraré en conversación con él. Llega una pareja joven, de entre 30-40 años, que se posiciona con su sombrilla para-vientos bastante cerca también. Al pasar a mi lado, les digo que lean el cartel que ya he comentado. Como son nudistas asiduos, ya lo conocen. Ellos, como yo, tampoco se consideran indecentes. Van pasando por delante, o llegando por otros lados, otros nudistas y, sin darme cuenta de cuándo ha llegado, veo a un chico desnudo que se ha posicionado entre el hombre que lee y la pareja. Digo que está desnudo pero, en realidad, está con la camiseta puesta y se abraza a sí mismo, dando la sensación de que está pasando frío. Yo ya me he dado un baño nada más llegar, tras cubrir mis ropas con la arena, y ahora paseo por la orilla hacia el extremo Sur de Pen-Bron. Más adelante otro hombre se baña también desnudo. Sigo adelante. Como veo que me estoy alejando demasiado, retorno hacia mi zona. El bañista ha salido del agua y se sienta en la orilla, para que las olitas le empujen, le desequilibren y se la bamboleen. Hace tiempo que yo no experimento esa grata sensación, pero es que para hacerlo necesito temperatura más alta. Pero volvamos a Daniel, que es el chico de la camiseta y que vive en Rennes. Para no estar hablando quietos, lo hacemos paseando por la orilla. Contrastamos opiniones sobre mi viaje, lo pasado y lo que vendrá, y me da algunas ideas. Me dice que estamos a la altura de una zona de camping de Pen-Bron. Me dice que las construcciones y la punta de la iglesia que vemos hacia el Sur, corresponden a Le Croisic y Batz-sur-Mer, “donde ya estuve ayer por la tarde”, le digo. Si no hubiera sido por la lluvia, me habría acercado hasta la punta final de Pen-Bron y así poder cerrar el círculo de las Salinas de Guérande y del Marais Salants. Sólo caen unas gotas. Daniel dice que se va a marchar pronto, volvemos a su sitio y escribimos nuestros nombres en la arena. Cuando regreso a mi sitio, me doy cuenta de que nuestras vocales son coincidentes: D N L Me acerco a él y lo                               
                                                                 
                                                                            D     N         L    
escribo en la arena y él también juega al juego. JAV IE R
Me da la impresión de que Daniel, más que venir a gozar de playa y baño, está disfrutando viendo el cuerpo desnudo de la chica de la pareja y de los movimientos que ella hace al enfrentarse con las olas al entrar en el agua. Después se acerca su chico y una ola tendrá la indecencia de envolverla, tirarla sobre la arena y arrastrarla. El de Rennes no pierde un ápice del acontecimiento. Daniel parece un nudista circunstancial, poco curtido en esta forma de vivir la vida. Yo, en mi sitio, también tengo una erección involuntaria, que finaliza en una eyaculación nada aparatosa. Las ropas no se han secado del todo, pero lo suficiente y ahora las recojo y las meto en la mochila. Cuando estoy en ello, empieza a lloviznar de nuevo. Recojo todo y me voy. Arrecia la lluvia y la playa se queda casi vacía en un periquete.

Retorno a La Turballe.
Ahora lo hago por interior, una vez superada la duna. Pero tal como ha empezado, acaba la lluvia. Los que se han quedado en la playa han acertado. Ya no lloverá más en toda la tarde. Daniel pasa por delante, continúa por la arena seca y va en dirección a donde ha aparcado su coche. Yo me meto por la duna anterior. Una pareja viene por detrás. No les entiendo nada de lo que hablan. Y menos a ella. No sé si me habla en bretón o en ruso. Les hablo de mi viaje y se ofrecen a llevarme en su coche. Agradezco y declino la oferta. Ella es la que me dice que me pueden llevar hasta La Turballe. Me cuesta aclarar que es eso lo que me están diciendo, y les respondo que mi viaje es a pie. Mientras caminamos atravesamos un camping municipal y, al pasar, saludan a unos conocidos que están entrando en una tienda de campaña. Ellos se van hacia su coche y me tocan el claxon al pasar.


Continúo deshaciendo carretera y paso cerca del puesto de socorrismo de los policías nacionales. Paso por la Oficina de Turismo y me ponen el sello en el diario. Consigo mapa para desenvolverme en la siguiente provincia o departamento bretón, el de Morbihan.



Llego al puerto deportivo y fotografío gran cantidad de barcos, la mayoría veleros. Los mástiles se entrecruzan entre sí con el escaso balanceo marino del agua poco agitada portuaria. Paseando por el puerto, vuelvo a encontrar al matrimonio con el hijo cuarentón con los que he desayunado en el hotel y que después he coincidido en la iglesia. 

Observo que ahora el padre tiene una nariz muy colorada. ¿Le habrá dado el sol o le gustará el morapio? Saliendo por la “falaise” de La Turballe, coincido con una mujer que va con niños. El cielo continúa amenazante pero no llueve. Vuelvo a ver, al final del pueblo, su nombre en bretón, igual que al llegar: An Turball.

Acercamiento a Piriac-sur-Mer.
Creo que lo veo de lejos y, al llegar a una playa con rocas, lo fotografío desde allí.
 

Pero lo que yo creía Piriac debe ser un pueblo intermedio entre La Turballe y Piriac-sur-Mer. El cielo sigue gris y muy revuelto. Al llegar a unas casas, veo una planta que parece melena de león lavada, ahuecada, como secada con secador. Agitada por el viento, se mueve diáfana. Cuando el viento la mece es cuando más me gusta esta planta. Una foto para constancia, puesto que no tengo ni la menor idea de cómo se puede llamar dicha planta. 

Creía que iba a llegara a Piriac enseguida, pero tardaré más tiempo del que había pensado. ¿Dónde han quedado los 14 kilómetros que he visto indicados por la mañana? Hay que tener en cuenta que yo he caminado mucho hacia el Sur y ahora estoy de regreso. Seguramente habré triplicado esa distancia. Creo que llego a Piriac, pero se trata de un puerto fluvial intermedio. Después he descubierto un rincón de mar, que quizás lo es también de río, donde están amarrados varios pequeños chinchorros que ofrecen un bonito y variado colorido.
 


Blancos, azules, rojos, rosas y amarillos. No puedo pasar sin fotografiarlos. También veo la bocana de salida al mar. Después de caminar más de media hora me encuentro con la antena militar de la Marina Nacional, que no consigo meterla entera en el marco que me permite mi cámara.
 


Luego pasaré por otro bonito acantilado, con rocas en el mar y tras otra media hora, ¡por fin! llego a Piriac-sur-Mer. Desde el último acantilado se ven las casas demasiado cerca del mar. Hoy está calmo pero, el día que esté encrespado, me temo que el mar entre hasta la cocina.
 


Y no digamos el día en que se derrita el hielo del Ártico. Pero no quiero ser catastrofista. La imagen de las casas junto al mar es bellísima.
 










 






Piriac-sur-Mer. 
Mercadillo de artesanía y Port au Loup.
Piriac me gusta. Hoy hay mercadillo de artesanía. Ya sólo al entrar veo que por dentro de la villa se sigue respetando la pista cyclable y está muy bien señalizada en el asfalto con un verde luminoso.












Siguiendo la pista, llego a la plaza, junto a la iglesia y que hoy esta repleta de tenderetes visitados por veraneantes, turistas (es difícil saber cual es la diferencia) y, probablemente, algún autóctono. No es hora para mercadillo de productos vegetales ni animales, así que, cuando me acerco, compruebo que lo que se oferta son productos de artesanía manual que fabrican los artesanos de la zona. Nada me sorprende de lo que veo y tengo la suerte de no tener intención de comprar nada. A las siete y media de la tarde, la plaza está animada, aunque no a rebosar de público. 
 
El día, cambiante, tampoco acompaña. También aquí se puede observar que ha caído algo de agua de la última lluvia. Tras abandonar la plaza, sin poder visitar la iglesia por estar cerrada, en el reloj de la torre van a dar las siete y media, me voy acercando al puerto. Paso por un tiovivo para los peques y observo que este puerto de “plaisance” es mayor que el último puerto deportivo por el que he pasado, sin saber exactamente a qué villa pertenecía.
 

Hay profusión, también aquí, de mástiles de veleros. Este es el Port au Loup. Acabando el puerto, saco otra foto en la que se ven los accesos a los pantalanes y las casitas costeras, que tan bonitas me parecen. Se ve que Piriac es un pueblo cuidado. Grandes tiestos florales cuelgan de sus farolas.


Al salir del pueblo, pregunto a un señor por dónde continuar para coger la dirección de Mesquer, que es el nombre del pueblo que en mi mapa aparece hacia el Norte. Tengo dos opciones, una por interior y la otra por la costa. El señor me recomienda la de la costa y yo también la prefiero. Me añade que hay unos cinco kilómetros. No será mala hora para llegar a cenar. La realidad será que voy a tardar bastante más.

Buscando Mesquer, llegaré a Quimiac.
En realidad, Quimiac pertenece a Mesquer. Yendo por el sendero del acantilado, me encuentro con una pareja que me confirma la distancia. Para no olvidarme del nombre del pueblo al que voy y no tener que estar continuamente mirándolo en mi mapa cada vez que quiero preguntar por él, me entretengo en buscar algún juego nemotécnico que me lo haga retener en la memoria. Lo encuentro asociándolo a una forma que tenemos en lengua euskaldun para agradecer: “mila ezker”, equivalente a “mil gracias”, Hago como los romanos y sustituyo 1.000 por M y, con “mezker”, me acuerdo de Mesquer. Sabiendo lo que me va a acontecer después, puedo seguir jugando con las gracias. Esta vez se trata de Quimiac y es en relación con Piriac. Piriac lo asocio a las vasijas de cristal de Pirex, que aguantan bien el calor (piros), que se usan en los laboratorios y con la buena química que se va a producir en los encuentros de Quimiac. Esta química y el mil gracias, van a ser algo inolvidable en las horas de la tarde, la noche y la mañana. Por otro lado, como estoy en Bretaña, el “quer” de Mezquer, ¿no tendrá algo que ver con el “ker” bretón? Ker, la casa acogedora.
 

Tema con el que sigo jugando cuando la pareja que me ha ido acompañando por el sendero del suave acantilado ya me ha dejado. Son los que me han dicho que por la costa llegaré a Quimiac y que allí hay restaurante en el centro, pizzería y crepería. La foto siguiente que saco es del suave acantilado que baja, con mucha hierba y rocas, hacia el mar.
 
Muy alejada se ve la costa de Morbihan, el siguiente departamento bretón y, al final de mi paseo, una casita que será la Maison des Pêcheurs, la Casa de los Pescadores, que está ya muy próxima a Quimiac. Tras superar la casita, continúo por el magnífico sendero y llego a un punto en que se ve alguna de las casas costeras de Quimiac. Es ahí donde echo la última foto del día. Llego a una ensenada que, al borde del mar tiene una pista de cemento. Pregunto a una señora por cómo llegar a la plaza y me responde: “es difícil de explicar” y no me da ninguna pista. Parece ser que me tenía que meter por allí hacia el interior pero, ante esta respuesta, sigo por la pista bordeante. Por delante va un trío de jóvenes. Antes de alcanzarles, veo que se meten hacia el interior y corro. Cuando consigo alcanzarles, me dicen: derecha e izquierda.

Cena en L’Amphore. 
Primera sidra bretona.
Y, sin más ayuda que una pequeña aclaración de dos mujeres, ya en la plaza, entro poco antes de las nueve a cenar en L’Amphore. Una camarera joven, que me recuerda a mi prima Ruper, y que no entiende mi francés, pero hace esfuerzos por lograrlo, me acaba atendiendo muy bien. Pido ensalada de verduras y, a pesar de estar algo arto de mejillones, ante la alternativa de pizza o crepes, los pido. Lo que no entiende la camarera es al pedirle los “moules” sin “persil” ni “échalotes”. Sólo al vapor. Digo “vapeur” y no me entiende. Seguramente esa “eu” es “e” abierta y yo la digo cerrada, o a la inversa y por una letra no entienden la palabra. Creo que ni ellos mismos entienden su propio idioma. No es tan distinta la palabra vapor en francés y en castellano. Finalmente parece que me he hecho entender porque los mejillones me llegarán sin perejil y sin cebolla. Una pareja está terminando de cenar y en otra mesa, dos parejas que han entrado detrás de mí. Una de las mujeres de esta mesa estará atenta a lo que pasa en la mía. A juzgar por mi francés, intuye que pueda ser español. Pero no hablaremos hasta que salimos de L’Amphore. Como muy a gusto la ensalada y, para acabar de aliñarla a mi gusto, me saca aceite y un vinagre en polvo. No consigo que ese vinagre consiga darle gusto, pero como la ensalada lleva jamón cocido y tres trozos de cecina bien curada y ambos están calientes, no necesito más salsas. Los mejillones se han abierto al vapor de vino blanco y, aunque esté harto de ellos, son los que he comido más a mi gusto. Hoy en lugar de vino, pido “cidre”. Es la primera sidra que bebo desde que estoy en Bretaña. No me ha gustado mucho, pues acostumbrado a la nuestra, ésta me recuerda a El Gaitero. Aunque pone que es brut, para mí es demasiado dulce, y me parece gasificada artificialmente, aunque todo el mundo me afirma que es natural. Pago 18,10 € con mi tarjeta Visa. La camarera me ha dado un plano que me servirá de mucho para salir mañana de Loire Atlantique. Por fin veré montaña de sal de Les Marais Salants del norte de la provincia. Parece que ella ha comentado algo con los cuatro clientes, pues se levantan para marchar a la vez que yo. Virginie se acerca y me pregunta, “¿eres español? Tras mi respuesta afirmativa, empezamos a hablar.




Virginie y Alain.
Les cuento el viaje que estoy haciendo y ella me cuenta cómo llegó a Francia. Cuando sus padres vinieron al país galo escapando de la miseria de aquellos años en Aragón, en los sesenta, ella no había cumplido los 18 años. Me cuenta que, cuando ella nació, como su padre tenía un carácter fuerte, al igual que su tía, hermana de su padre, que iba a ser la madrina. El padre quería ponerle Virginia, pero su tía la inscribió en el juzgado con el nombre de Encarnación, como era el de ella. Cuando llegó a Francia, todos pronunciaban mal su nombre y acabó diciendo que se llamaba Marie que para ellos suena Mari. Cuando tuvo la mayoría de edad, tuvo opción a ponerse el nombre definitivo, su padre le pidió que fuera oficialmente el que él tuvo intención de ponerle en un principio. Así que ahora es, Virginie en Francia, y Encarna cuando visita a la familia aragonesa en España. Me dicen que me invitan a dormir en la habitación de invitados de su mobilhome, y nos vamos los cinco en coche al camping de Mesquer donde lo tienen instalado. Tomamos un zumo en la terraza de su casa móvil, pero bien asentada y fijada al suelo, y me ayudan a preparar el plan para acabar mañana con Loire Atlantique. Ellos me recomiendan hacer el siguiente recorrido: Mesquer, Saint Molf, Asserac, y un punto en que dicen que puedo coger un barco. Finalmente iré de Asserac a Kamoel y allí dormiré en hotel. Mañana vaciarán el móvil y lo dejarán preparado para que la semana próxima lo use una de sus hijas y su familia, mientras ellos, el matrimonio Virginie y Alain, se van a su casa en Bagneux (Saumur), en zona de interior. Me dicen que suelen ir a tomar los baños a Cambo-les-Bains en otoño pero no conocen la zona vasca española, ni Pasaia, ni Hondarribia, y les animo a que se acerquen a mi casa, donde serán bien recibidos. Mañanas nos daremos las señas mutuamente y habrá correspondencia, correo electrónico y llamadas telefónicas. En 2013 durmieron en mi casa e hicimos un bonito recorrido para conocer lo ofrecido y degustar nuestra cocina. Los dos tienen reconocida una minusvalía derivada de enfermedad laboral y gozan de aparcamiento para minusválidos físicos. Virginie es asmática y todos los días debe hacer sus inhalaciones. Al acostarnos tan tarde, ayer noche no lo hizo, y ha sufrido dolor de cabeza, que suele concluir en migraña. Cuando se van a su mobilhome Annie y el otro Alain, sus consuegros, estamos un rato con el ordenador portátil de Virginie y buscamos cosas del viaje. Pero todos estamos cansados, lo dejamos y nos acostamos.

Durmiendo en el mobilhome de Alain y Virginie.
Faltan diez minutos para las doce y, al apagar la luz, veo el cielo estrellado sobre mi cabeza pero, es inútil buscar la Osa Mayor y la luna, pues se trata de un firmamento artificial pegado al techo. Durante la noche llueve a mares y me regocijo más si cabe de la invitación pues, si hubiera ido a dormir a la playa de Quimiac hubiera amanecido empapado. A lo mejor habría encontrado algo a cubierto. ¡Quién lo sabe! De momento, estoy salvado de ese mar lluvioso. Duermo sobre el saco, que he extendido sobre la cama. Me levanto sólo una vez a orinar y no subo la cremallera. El cojín que hace de almohada lo he protegido con mi toalla. Mañana me ducharé en las duchas del camping, es lo que pensamos y que finalmente no haré.

Balance de otro día que acabo durmiendo en mobilhome.
Gracias a Abdessadek y a que la tarjeta Visa hoy se ha portado bien, el día ha comenzado de forma inmejorable, hasta con lavandería. Aunque el tiempo ha estado variable, me ha permitido baño en la playa nudista de Pen-Bron, aunque Daniel no haya sido el interlocutor deseado. El paseo por los invernaderos y la iglesia de Trescalan ha estado bonito. Me arrepiento de no haber subido al Belvedere para ver la vista de Les Marais Salants. Igual que perdí la oportunidad en Batz-sur-Mer. Me han gustado los pueblos de esta costa, y la costa en sí misma. El puerco de la comida ha estado delicioso y también la cena, aunque la sidra bretona me haya decepcionado ¡Cuánto más me gusta la nuestra! El colofón con la invitación a dormir en su mobilhome de Virginie y Alain ha hecho que el día culmine de forma brillante. Dormirán en mi casa en otoño de 2013 y yo en la que alquilan en Cambó-les-Bains en el de 2015. En 2014 no pudieron ir al balneario por las inundaciones.

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