Etapa 33 (324). 10 de
julio de 2012, martes.
Carnac-Plouharnel-Saint
Pierre Quiberon-Portivy-Quiberon-(barco)-Belle Île en Mer-Le Palais.
He dormido en l’École
Elémentaire Publique “Les Korrigans” 56340 Carnac. Cuando me
despierto, son las seis, pero aguanto sin levantarme hasta las 6:20
horas. Una vez recogido todo, saco foto del pasillo, corredor y
terraza, y así queda constancia que he dormido al fondo, junto a las
puertas acristaladas. Para las 6:45 ya estoy en marcha. Voy a tratar
de ver si están o no los alineamientos.
Alignements Megalíticos de Carnac: Ménec y Kermario.
Sin salir del patio,
veo que el edificio de la Escuela Maternal ya está iluminado y una
mujer lo está limpiando.
Ha dejado la puertita de la calle abierta.
Es por la que entré ayer y ahora vuelvo a salir. Yo la dejo como la
encuentro y no la cierro cuando salgo. Regreso a la señal de
Alignements y la sigo algo más lejos que ayer. ¡Por fin! Llego a
las dos zonas donde hay más megalitos. Primero veo Kermario. Yo me
había hecho mi película y me esperaba algo más grandioso, con
piedras más altas, del tipo de los menhires. Con todo, la decepción
no es tan mayúscula, puesto que tiene mérito: había que mover tan
grandes moles con los medios de que disponían en la prehistoria.
No
había ni ruedas para transportarlas, ni puentes grúa, ni poleas,
ni… Tampoco veo ningún crónlech. La mayoría están alineadas,
pero también se ven algunas díscolas sueltas. Grandes rocas que se
quieren salir del rebaño.
Cabras y ovejas se encargan de segar la
hierba, para que los megalitos no se queden ocultos por el verdor. Es
una buena idea, mejor que contratar a trabajadores para pasar la
guadaña o la mulilla motorizada.
Dejar a estos animales comiendo
alrededor de las piedras añade un elemento bucólico al paisaje,
aunque le reste sacralidad. No se necesita mucho animal ovino para
tener limpio el espacio. Tras sacar varias fotos, abandono Kermario y
continúo hacia Ménec que, tras terminar de verlo, me orienta mejor
hacia mi siguiente población importante de destino: Plouharnel.
Ménec se me presenta como más perfeccionado, con los megalitos más
en línea. No sé si es más exacto decir: en hileras o en filas.
Aquí también saco varias fotos y elijo mi megalito favorito. Seguro
que alguno de los hombres prehistóricos, que trabajó para ponerla
en este lugar, fue un antepasado mío bien entroncado en mi árbol
genealógico.
Más que entroncado, sería más correcto decir
enraizado en sus raíces más profundas. A los primeros megalithes
que veo en Ménec, en el momento en que he venido a verlos, la
naturaleza les ha adornado con un arriate multiforme de flores de
color lila que embellece el conjunto.
Quizás sea más correcto decir
un precioso jardín ya que, para ser arriate, las plantas tendrían
que estar al pie de cada una de las grandes piedras. En las otras
fotos, se ve una casa próxima entre los alineamientos y el bosque.
También se ven próximas unas casas de la ciudad, puesto que Ménec
está más próximo a Carnac que Kermario, que se sitúa a medio
camino entre Carnac y La Trinité-sur-Mer, pero hacia el Norte.
Tras
sacar foto al megalito que he elegido del que, de alguna forma, he
decidido que soy descendiente, voy saliendo del entorno. ¡Agur
Megalithes! ¡Hasta otra! Sin abandonar del todo el lugar, paso por
delante de la Maison des Megalithes y le saco una fotografía. Es una
casa museo que no voy a pretender que a las siete y cuarto de la
mañana esté abierta para mí. Por tanto, no voy a saber qué es lo
que ofrece y lo que allí se presenta. Supongo que habrá mucho
texto, demasiadas explicaciones que, si no están en castellano, casi
me alegro de no tener que leer traduciendo del francés.
Hoy
demasiado pronto, como ayer demasiado tarde, tampoco pude ver a la
entrada a Carnac el Museo de Prehistoria, no podré saber casi nada
de lo más característico que ofrece esta ciudad. Ahora trato de
meterme al camino que me lleve hacia Plouharnel.
En zona ajardinada,
junto a plantas propias de borde de lago o pantano, espadaña o
carrizo, veo una planta enorme que me recuerda a algo intermedio
entre el acanto y los nenúfares. Para seguir el símil de lo que
acabo de ver, la llamo megalechuga.
Abadía de los
Benedictinos de San Miguel de Kergonan.
Sin salir todavía de
Carnac, paso por una casa que, en su pretil delimitador, ofrece un
gran tiesto, con geranios. Es el número 26 de la calle y, de todo el
conjunto, lo que me hace fotografiarlo y me llama más la atención
es su “hiruburu”. Me tomo la licencia de bautizarlo así, porque
tiene una forma similar al “lauburu” vasco, pero aquí, en lugar
de cuatro cabezas, que es el significado de “lauburu”, éste nos
presenta tres. El lauburu es figura obligatoria en las estelas
funerarias de Euskal-Herria. Yo creo que con cierto paralelismo con
la cruz y con la esvástica nazi. No sé qué significado puede tener
ésta que me encuentro en Bretaña.
En la carretera veo indicador de
Le Bihor y compruebo que es la que me conviene. Está a medio camino
entre Carnac y Plouharnel. Según me voy acercando, veo en la cima de
un monte bajo, hacia el Norte, un edificio que me atrae la atención.
No sé si podré visitarlo pero, al menos, voy a intentar acercarme a
él. Lo fotografío de lejos.
En un momento determinado, la carretera me ofrece opción de
desviarme en esa dirección y leo: Abbaye Saint Michel de Kergonan.
No parece que esté a mucha distancia y no me va a suponer desviarme
demasiado. No son aún las ocho cuando entro en su recinto. Al fondo
veo un gran portón semiabierto y frente al muro que lo circunda, una
casa en la que leo: privado. Probablemente sea el lugar de recepción
para grupos en visita guiada.
Me acerco a lo que creía puertas
entreabiertas y paso. En realidad no hay puerta alguna. Intento
alejarme todo lo que puedo, pero es imposible, sin un gran angular,
incorporar tan gran edificio en un solo fotograma. Prescindo de las
dos alas extremas y me doy por satisfecho. Es una foto muy
centralizada, a la que si trazamos una línea vertical en su parte
central, uno de los lados es casi calcado al otro.
Sin conseguir que
entre la fachada en su totalidad en la siguiente foto que saco, al
menos se puede apreciar casi toda su dimensión. En la primera parte,
entro por medio de una rampa y tengo la suerte de que la capilla está
abierta. No es la capilla original, ya que aquella se quemó
totalmente en un incendio en 2007.
Eso explica que en un edificio tan
vetusto haya una capilla tan moderna. Me sonroja el poco gusto con
que la han rehecho. Saco una foto de la nave central hacia el altar
mayor y salgo del edificio. En el bar, al enseñar el mapa grande, me
aclaran que Le Bihor es una “farme”, el nombre de una granja aledaña.
Pouharnel
(Plarnel).
Antes de entrar en
Plouharnel, que se simplifica en bretón con el nombre de Plarnel, me
encuentro con dolmen, que está casi tocando a la carretera. No ha
hecho falta ir a buscarlo. Ofrece una enorme y pesada “txapela”,
boina en euskera. Me gusta todo el conjunto. Ya dentro del pueblo, veo dos
boulangeries, ¿cuál elegiré?
Paso por el Jardín Félix Gaillard,
un arqueólogo local. El espacio ajardinado es bonito con escalera,
potentes árboles, en la zona donde está la casa y, bonita selección
de flores en la parte baja. Junto al gran muro, una gran hortensia en
la que se entremezclan colores rosáceos y azulados. No es muy llamativa,
pero contrasta bien con el color pardo grisáceo de la piedra que le
hace de fondo.
Saliendo del jardín, veo un tosco pozo de piedra,
cuya boca de acceso está cubierta por tapa de madera sobre la que
hay una maceta con flores. Hierbas de pared y líquenes, embellecen
al pozo. En algún tiempo se subía el agua por medio, no de polea,
sino de rodillo donde la cuerda se deslizaba. Nadie me lo dice, pero
yo intuyo que era así, cuando lo veo. Si alguien tiene una
explicación mejor, que me lo diga.
Son las 8:20 pasadas cuando llego
a la iglesia y miro al reloj de la torre. No sé si este clocher
tiene campanas o no. Saco foto de la entrada principal y de la torre.
Parece menor de lo que es. Lo compruebo haciendo un recorrido
alrededor de la iglesia.
En la tierra de los alineamientos, los
menhires y los dólmenes, es lógico que junto a la iglesia pongan
algo de lo que disponen. Este menhir chiquitín, es una muestra de
ello. Lo que le acompaña es una piedra labrada con un signo que
no sé cómo interpretar.
En otras iglesias, en lugares en que no
tienen cerca megalitos, suele haber cruceros o calvarios. No es el
caso de Plouharnel que, al no tener un crucero añoso que se precie,
han incorporado este crucificado de factura actual, que no tiene
ningún encanto. A falta de gracia, lo han abarrotado de flores. Así,
el caminante se fija en las flores y se olvida del Cristo en la cruz.
Desayuno en Le P’tit
Breton.
Después de buscar bar
abierto en vano, retrocedo hacia la iglesia. Resulta que el bar está
junto a la primera panadería y me ha pasado desapercibido al llegar.
Tras comprar un caracol de pasas y ciruelas y un pastel de manzana
(2,75 €) en la boulangerie, entro al bar Le P’tit Breton, cuyo
barman, para hacer honor al nombre de su bar, se empeña en ponerme
el café con leche más pequeño de todos los que he desayunado hasta
ahora (1,30 €). Menos mal que no es encima caro, pero hubiera
preferido un buen tazón de leche con un poquito de café. Localizo
en mi mapa de Bretaña el lugar donde puedo encontrar a Annick,
Plougrescant. Está en la primera parte más al Norte. También dónde
localizar el próximo albergue juvenil. Lo marca en la península de
Quiberon y está justo donde termina mi último mapa que va desde
Saint Philibert y Crac’h hasta Plouharnel. Leo: Centre des Dunes.
Auberge de jeunesse. Centre de sport de glisse. Glisse puede
significar deslizar. Supongo que serán todos los relativos a
deslizarse por la superficie marina o de arena. Luego veré que
predominan los char à voile, que van por la arena rodando impulsados
por velas al viento. Cuando estoy a punto de marchar, un cliente me
trae ese mapa. ¡Qué pena no haberlo tenido ayer! Qué bien ilustra
desde Crac’h hasta Carnac. No habría tenido ninguna dificultad en
localizar los alineamientos. Ahora me va a venir muy bien para llegar
desde Plouharmel hasta el albergue.
En busca del Auberge
de Jeunesse.
Me despido de los del
bar y me encamino hacia la bahía de Plouharnel. Pertenece al mismo
mar por el que transcurrí ayer desde La Trinité-sur-Mer, pero aquí
penetra hasta la ciudad como un mar más de fango y muy poco
profundo, un mar arrinconado. Es poco apetecible. Salgo del pueblo
por acera. Cuando ésta se acaba, creo que voy atener que ir por
arcén, pero comienza un camino que, aunque menos bueno que lo que yo
hubiera deseado, pero me evita ir por carretera.
Lo malo es que este
camino me baja a playa fangosa, con arena húmeda y marea alta. Saco
una foto nada más llegar. Se trata del Porh Saint Guénhaél. El
camino me deja empantanado en dos ocasiones y me las tengo que
ingeniar para salir de mala manera. Otra vez me deja en terreno
privado, o de nadie, hasta que decido salir a la carretera. Un rato
camino por encima de un murete que linda con la bahía, por un lado,
y con la carretera sin arcén por otro. Es menos peligroso caminar
por encima de él. La pista cyclable empieza pronto y ya me llevará
bien hasta el albergue. Las playas del lado Este no empiezan a ser
interesantes hasta llegar a Pen er Lé, pero va a ser un lado por el
que no voy a transitar. Hago el bucle de la parte más Norte de la
bahía y la carretera se va escorando hacia el lado de Poniente.
Ya
en la carretera, veo que va en paralelo una vía de tren, que hace
sólo recorrido estival, Le Tire Bouchon. A ambos lados va indicando
nombres de playas. Le Mentor y Mané Guen, a Poniente y Les Sables
Blancs, a Levante. Paso por un bosque precioso que da a dos mares y
no tardaré mucho en llegar a Saint Pierre Quiberon. Esta
“presqu’île” (península) es de las que no se acaba nunca de
llegar a destino. Pero hoy no sé todavía cuál va a ser mi destino
de la jornada. Pregunto y me dicen que en el albergue se hospedan los
de la escuela de “char à voile”, los veleros rodantes que ruedan
por la arena impulsados por el viento. La oferta es: Vela sobre
ruedas para todas las edades. Cuando llego me atiende una rubita que
sabe castellano. Le propongo un hospedaje condicional. Quiero saber
lo primero si tengo posibilidad de dormir aquí hoy o mañana. Me
dice que para hoy no hay plaza, pero sí para mañana. Reservo para
la noche siguiente y ella me hace la gestión en Belle-île-en-Mer,
pero nadie le coge el teléfono allí, probablemente, por ser “midi”
(mediodía). Me aventuro a ir a dormir allí y, si está completo,
dormiré donde se tercie. La rubita me confirma que queda hecha la
reserva para mañana y que si hubiera alguna pega ella me ayudará.
Creo que, si no está ella cuando regrese de Belle-île, ya me
entenderé en francés con la persona que esté.
Saint Pierre de
Quiberon. Au P’tit Creux Breton.
Quiberon se pronuncia
Quibrón y “creux” es algo así como hueco, nuestro txoko vasco.
Saint Pierre es el pueblo más al Sur de Plouharnel. A partir de
aquí, comienza Quiberon. No hay mucha oferta hostelera, y me decido
a comer en lo que hay, Au P’tit Creux Breton. Me dicen que siempre
tienen filete con chalotas y yo ya empiezo a cansarme del filete como
alternativa. Ayer cené muy a gusto el pollo. No hay forma de que me
ofrezcan conejo. Decididamente voy a una panadería donde me ofrecen
bocadillo de atún, huevo, lechuga, tomate y mahonesa. Primero como
un quiche de verdura. Había olvidado lo empalagosa que es la crema a
base de huevo batido y cuajado. De postre como un merengue y otro
pastel de almendras. Con una lata de cerveza, pago 10,50 € en
efectivo. Empiezo a escribir. Un abuelete con cinco niñas se
presenta para comprar varias cosas. Le pregunto si son sus nietas,
con intención de intercambiar y decirle que yo tengo cuatro nietos,
pero muestra desagrado por mi pregunta y ni se molesta en
responderme. Hay personas a las que no les gusta dar explicaciones,
ni que extraños se tomen confianzas, así que desisto en mi intento
de confraternizar. Luego pienso: a lo mejor es un padre tardío, o
estas cinco niñas son el fruto de unas segundas nupcias, lo que
tampoco le va a hacer más joven que la edad que representa. Estas
preguntas me las hago para mí, ya que la posibilidad de que él me
responda ya se ha esfumado. Entra un matrimonio con dos hijos. El
pequeño está empezando a dar sus primeros pasos. El otro niño
tiene unos seis años y muestra unos ojos amoratados y algo hundidos.
¿Estará sufriendo la enfermedad del rey destronado? Piden dos bocadillos, comen uno y, mientras tanto, el hijo mayor
dibuja y pinta. Se van en su coche. Yo sigo escribiendo. Son las
13:30 horas y da la impresión de que quieren cerrar el
establecimiento. Han empezado a recoger lo de las mesas y a
limpiarlas, así que dejo de escribir, cargo mi equipaje, y me voy.
De Saint Pierre de
Quiberon a Quiberon.
Vista con atención
esta península de Quiberon, se podría decir que estoy en la parte
de lo que podríamos considerar isla y que lo que he recorrido, desde
que he salido del núcleo poblacional de Plouharnel, ha sido el
istmo. Si el istmo era estrecho, con pista cyclable, carretera, vía
férrea y playas a ambos lados, ahora todo se ensancha y debo tomar
la decisión de ir por la costa de Poniente o por la de Levante.
Como
Port Maria está en el Sudoeste, me inclino por la de Poniente, pero
no siempre va a ser posible. Ahora, salgo de Saint Pierre hacia el
mar y hablo con un socorrista que, como tantos otros, se asombra con el
viaje que estoy haciendo. Se interesa y me hace preguntas
relacionadas con el mismo y que yo voy contestando como puedo.
Las
preguntas que yo le hago no producen buenas respuestas, ya que no
parece que conoce bien ni Quiberon, ni Belle île. Me despido de él
y sigo caminando. Esta parte de la costa ofrece una playa larguísima
y, al final de ella, se aprecia un castillo o una fortaleza que,
hasta que no pase por ella mañana no sabré bien lo que es. Saco una
foto. En la playa descansan, sin ocupantes, seis char a voile. La
duna entre playa y carretera es baja y está consolidada por las
hierbas y plantas propias de las dunas. La playa está semivacía de
gente. Quizás sea por la hora de la siesta. Me voy acercando a la
fortaleza, a la que fotografío en tres tiempos. Voy pensando que por
allí puede estar Port Maria, pero aún me va a faltar mucho para
llegar. Dos horas, más o menos, para llegar al puerto. El error de
cálculo, viene derivado de la posición en que en mi mapa aparece el
nombre de Saint Pierre Quiberon, pues donde está el albergue y donde
he comido, no estaban una vez pasado el istmo, sino mucho más al
Norte. El fuerte que ahora estoy mostrando, sigue estando en el mismo
istmo. La segunda foto que saco del fuerte que, por uno de los mapas
locales que llevo, compruebo que es el Fort Penthiévre, ya presenta
mejor lo que os digo: carretera, duna, playa y fuerte. También un
saliente de tierra hacia el mar que corresponde a la Pointe du
Percho, lugar donde se inicia lo que podríamos considerar la parte
de isla de la península de Quiberon y, quizás también Belle Île
en Mer.
Todavía saco una tercera foto con el Fort Penthiévre y una
última volviendo la cámara hacia el Norte, para que se vea al
completo lo que tendré que recorrer pasado mañana hasta enfrentarme
con la isla de Groix, que no visitaré. Tampoco voy a visitar las que
forman un triángulo bajo la presqu’île de Quiberon, junto a
Belle-Île en Mer, que son las islas de Houat y Hoëdic. Se me sigue
haciendo muy largo este camino, pues no llegaré a Port Maria hasta
las 16:30 horas. Más de tres horas desde que he comido. El Fort de
Penthiévre más parece de lejos un gran bunker o un centro
penitenciario.
Hacia Portivy.
Voy alternando la
“route” con la pista cyclable. En un momento determinado elijo la
pista para bicis y me hace andar más de lo que yo hubiera
considerado conveniente. Camino de propina para evitar tráfico y por
razones de seguridad. Llegando a Portivy anuncian puerto y sueño por
que sea el que estoy buscando para embarcar a la isla, pero no caerá
esa breva. No llego a asomarme al puerto, y saco tres fotos en este
entorno.
Una se refiere al tren que hace el recorrido Auray-Quiberon.
Es la única vez que lo veo en todo el recorrido. Está parado en la
estación y va en dirección Norte-Sur. Es de un color azul muy
intenso. También fotografío una torre cilíndrica irregular. Tiene
forma peculiar con base más estrecha que se va ensanchando a medida
que llegamos a un balconcillo.
A esa altura, surge un cilindro menor
que culmina en un tejado cónico, con pararrayos y dos chimeneas. En
cada piso tiene cuatro ventanucos, aunque no lo puedo asegurar porque
queda detrás de la torre y no lo puedo ver, y en el último piso,
menos. Para fotografiar la torre, me he tenido que subir a un muro de
piedra, bastante alto, de rodillas y con apoyo de un arbusto potente
al que me he tenido que aferrar. También fotografío una capilla.
Dejando atrás la “chapelle”, me encuentro con un hombre que va
en la misma dirección que yo y está haciendo su paseo diario.
Me
quiere ayudar. Me dice que las señales de carretera me van a ir
llevando bien a destino y que me van a ir marcando “Port” y luego
“Belle Île en Mer”. Voy a gusto en compañía, pero él se
empeña en caminar por la derecha y yo prefiero ver los coches de
frente. Se lo digo y cambia a mi lado pero al salir de la siguiente
rotonda, vuelve al lado derecho. Termino de contarle a grandes rasgos
el viaje de 2006 y me paso al lado izquierdo. Desde allí le voy
gritando mi historia hasta la llegada a Collioure, las Baleares y mi proyecto
para este verano de 2012. El hombre alucina. Aunque él me ha dicho
que siga por la carretera, en la primera ocasión cojo de nuevo la
pista cyclable.
Saint Pierre
Quiberon: De Portivy a Quiberon.
Una vez dejado de lado
al hombre de la camisa blanca, que suele andar hora y media todos los
días, y yendo por un camino de tierra y hierba, una señora pasea a
un niño en su sillita-coche. No es nieto suyo, sino de amigos. Ella
tiene un hijo que trabaja y vive en Biarritz y que allí tiene una
nieta de meses. Se ve que la echa en falta y da rienda suelta a sus
afectos encariñándose de este bebé de sus amigos. Le parece muy
interesante el viaje que estoy haciendo y me hace preguntas variadas.
Lo malo es que, entre que el suelo no es apropiado para un coche de
ruedas, ella tiene que ir despacio, los dos perros, y una cuadrilla
grande de jóvenes que pasa por grupitos en sus vélos, el paseo se
me eterniza y tengo que despedirme de la señora.
El grupo, muy
desmembrado, irá reculando, así que les paso; me vuelven a pasar y,
al final, lo encuentro completo y reagrupado. Ahora hablan con una
persona que me parece mayor que yo que, al decirle que quiero ir a
Belle Île en Mer, no me entiende bien y acaba orientándome hacia
una torreta de control militar. Sin salir de Saint Pierre Quiberon,
llego a un lugar que pone La Grande Randonnée. Se trata de un Centro
de Turismo ecuestre. Muchos caballos sueltos se pasean por el
entorno. Paso cerca de la puerta de recepción, pero no hablo con el
joven que controla el negocio. Todavía me falta una hora para llegar
a Port Maria. La torreta de control militar es otro espacio que
tampoco me deja continuar. Aunque ya estoy dentro de la población de
Quiberon, aún me falta mucho para llegar al puerto. Pasan dos
autobuses. Una mujer me ha dicho dónde los podía coger y que son
gratis. Me abstengo de la tentación. Lo podría haber hecho,
montarme en los autobuses, puesto que mañana voy a volver a hacer
una ruta muy similar, aunque lo que recorreré será La Côte Sauvage
(La Costa Salvaje).
Quiberon. Puerto y
embarque.
La mujer que me ha
dicho lo de los autobuses, también me ha informado de cómo llegar a
pie. Primero está Port Maria, que es de pesca, y luego
está el comercial, que es donde se embarca para las islas. Poco
después de las cuatro, llego al puerto pesquero, que también es
deportivo. Al cabo de un rato llego al comercial. Busco la taquilla y
la chica que me atiende me dice que el próximo barco para Belle Île
será a las 17:15 horas. Me escribe las opciones que tengo para
regresar mañana.
Elijo la vuelta en el barco que sale a las 14:15 de
Le Palais, que es el puerto en el que atracará nuestro barco. Me
hace un descuento por mayor de 60 años, para lo cual le tengo que
enseñar mi DNI. La ida me cuesta 13,85 y el regreso 13,20 €. La
diferencia es un forfait que debo pagar no entiendo por qué razón.
Pago con Visa 27,05 € a la Compagnie Oceane. Otra azafata del
puerto me ayuda a buscar en un plano la posición del albergue de la
isla. El lugar está en Le Palais, en Haute Boulogne. Una vez
localizado, lo tendré fácil para llegar a él. Hago un recorrido
visual en el mapa, que me va a ser suficiente. En las mesitas altas
redondas para beber de pie, empiezo a escribir y continúo una vez
embarcado.
Un barco de la Compagnie Oceane.
Ya en el barco, sigo
escribiendo. Salimos puntuales a la hora señalada. Me coloco de cara
a la marcha, con mesa, y entro en conversación con dos matrimonios.
Uno de los cuatro me saca foto escribiendo mi diario. Dice que me la
mandará a mi e-mail. Ha pasado tiempo y no tengo recuerdo de haberla
recibido. A lo peor salió desenfocada y borrosa. He sacado una foto
de Quiberon después de salir de la bocana del puerto. También otra
con la proa del barco, alejándome de la península.
Una de las dos
mujeres, lleva un gato escondido en una jaula. Cuando el barco se ha
puesto en marcha, ha empezado a maullar. Su marido me cuenta algo de
la historia de la isla y de las fortificaciones de Vauban. Todo el
entramado tiene un sentido de globalidad, holístico. A mí, la
entrada al puerto de Le Palais, me parece apabullante. Una enorme
ciudadela inexpugnable. No me agrada. Prefiero algo más simplito, como el
Monte Urgull en Donostia-San Sebastián.
Al acercarnos a la isla, me
interesa más la costa y las playas que voy viendo, por si encuentro
un lugar solitario para hacer nudismo mañana. Pero mañana lloverá.
Saco foto del acercamiento a Belle Île en Mer. En otra se ve la
cabina donde está el piloto que nos lleva. Luego, ya más cerca de
la isla, veo bonitas playas que mañana trataré de localizar. Alguna
es larga y con bastante buen acceso.
Eso es lo que me parece al verla
de lejos. A esta hora, parece menor porque hay una parte que ya está
en sombra. La costa se presenta bonita, equilibrada, con playas de
arena y muchos espacios verdes. Mañana, “in situ”, estaré en
disposición de hacer una valoración mas exhaustiva. El barco
continúa hacia el puerto de Le Palais.
Pasamos por otra playa
pequeña y muy coqueta, pero da la impresión de tener difícil
acceso por ser costa acantilada o, de tener bueno, este puede ser
privado, pues se ve alguna casa en el prado superior.
No sé cómo
está la marea a esta hora, pero es muy probable que esta playita
desaparezca con la marea alta. También desconozco qué marea toca
mañana por la mañana, que es mi tiempo de disfrute, puesto que para
las 14:15 horas tengo la salida del barco y me gustaría comer antes.
Mañana se verá. Van a ser las seis y, como me han dicho que el
viaje dura 45 minutos, supongo que ya estaremos a punto de entrar en
el puerto. La última playa que veo, tiene más fondo y es más
urbana.
Hay menos de cincuenta personas disfrutando de la misma. Pero
no la valoro bien para mañana, pues no me parece adecuada para la
práctica de nudismo. No ofrece ningún rincón apartado y si
quisiera ponerme en bolas, lo tendría que hacer en las incómodas
rocas y jugándome el tipo para bañarme. Queda descartada. ¡Habrá
que explorar!
Saco dos fotos con cabina y el puerto de Le Palais a la
vista. La primera ofrece el espectáculo de una ciudad bretona
similar a las que voy viendo los últimos días. Las casas siguen sin
ser muy altas y casi todas con tejado de pizarra. También se ve la
torre campanario puntiaguda de una iglesia a ras del puerto. El gran
dique que soporta el puerto, deja en un ángulo una pequeña playa
con rocas y arena que no pienso ir a explorar. La ciudad tiene bonito
aspecto vista desde aquí.
Todas las fotos de la llegada a la isla
las he hecho desde babor. Lo peor viene cuando voy a fotografiarla
desde el otro lado del barco, de estribor. De primeras, veo el dique
portuario del otro lado y, encima de él, una gran muralla que se
asienta sobre el acantilado rocoso. A ese lado no se ve ninguna
playa, así que mañana me abstendré de ir por allí.
Cuando saco
la penúltima foto desde el barco y ya sin su cabina, veo en toda su
magnificencia la fortaleza Vauban, con sus recios muros que albergan
lo que fuera la ciudadela, para defensa de las hordas atacantes,
quizás cuando llegaron los vikingos, los bárbaros del Norte. No sé
ni en qué época pudo hacer esta obra de ingeniería arquitectónica
el bueno de Vauban. Es probable que para entonces ya hiciera tiempo
que los vikingos habían dejado de atacar las costas del occidente
europeo, y fuera de los ingleses de quienes se tuvieran que defender.
Como no tengo ni idea de esta historia, es mejor que no diga nada
más, a lo mejor ya he soltado alguna parida. A mí, este tipo de
construcción me desagrada. Aunque estén pensadas para la defensa,
no deja de ser una estructura al servicio de lo militar y a mí, casi
todo lo militar me desagrada. Quizás sea debido a que los militares
se cargaron de un plumazo nuestra república. Machado y tantos otros,
murieron en el exilio y, muchos cerebros de entonces se tuvieron que
refugiar donde pudieron: Europa y América. Y sus descendientes,
todavía no han pedido perdón por lo que hicieron contra la
democracia. Y me estoy dando cuenta que, para no gustarme, le estoy
dedicando demasiado tiempo y espacio en este blog. Seguiré viendo
más obras de Vauban según vaya subiendo hacia el Norte. Superado
uno de los muelles de bocana, saco la última foto con muchos muros
defensivos. En uno de ellos se lee: Citadelle Vauban Musée. Y con
esta foto y una gaviota en el centro, acabo mi reportaje fotográfico
de la jornada. Son las seis de la tarde. Desembarco y me dedico a
buscar el albergue juvenil. Los del gato, me desean suerte en el
viaje y bajo por donde bajan los que van en coche. No entiendo la
razón por la que a los peatones no nos dejan salir y dan prioridad a
los vehículos.
La Palais.
Parece que Le Palais es
la ciudad principal de Belle Île en Mer. Las otras tres en
importancia parecen ser Locmaria y Bangor, en el Sur, y Sauzon en el
Norte. Mañana caminaré un rato con un grupo que va a hacer un
recorrido que pasa por Bangor. Parece que hay varios recorridos de
senderismo por la isla. A mi no me interesa el senderismo, sino
disfrutar de alguna buena playa. Ya veremos mañana. Una vez fuera
del barco, en el muelle del puerto, con el plano, me voy orientando
bien. Dudo si ir por la ciudadela, pero deshago un tramo que he hecho
por el puente metálico y voy por el camino que había decidido desde
el principio.
Accueil de l’Auberge
de Jeneusse.
Lo abrevian con las
letras AJ y el nombre de la isla. AJ Belle-Île-en-Mer. Sigue
perteneciendo a Morbihan. Cuando llego a recepción, están
atendiendo a una chica que suelta cantidad de cheques y los
complementa con algunos céntimos. Le dan las sábanas y se va.
Explico a la recepcionista que vengo andando desde la frontera
española, que ya he reservado para la noche de mañana en Quiberon
porque para esta noche no había plaza y que hemos estado llamando a
mediodía aquí y no cogía nadie el teléfono. Me dice: “no hay
problema”. Me da la llave de la habitación 005 y al dorso del
número está la clave para entrar. Es habitación a compartir con
otra persona. Cuando entro no hay nadie, así que cojo para mí la cama
de abajo. El que venga atrás que arree y suba escaleras para la
litera de arriba. Hago mi cama, escribo,hago las cuentas y ya he
encargado la cena. He pagado 31,30 € que incluye cena, cama y
desayuno. Tendré pescado para cenar. El desayuno era opcional y será
a partir de las ocho de la mañana, tras dejar las sábanas usadas en
recepción. La cena es a las 19:45 y me da tiempo para ducharme.
También me afeito. Estando en la habitación oigo por los pasillos
un tono de conversación que me resulta familiar, aunque no entiendo
bien de qué hablan. Se trata de dos chicas que salen de los
dormitorios y se dirigen hacia el exterior. Me acerco al comedor un
poco antes de la hora señalada y me las encuentro hablando en una de
las mesas y les digo un “bon jour” que ellas interpretan como un
“kaixo”, un saludo propio de los vascos. Son de Zarauz y una de
ellas conoce a la novia de David Estrada, jugador de la Real Sociedad
de futbol y pariente mío. La otra le conoce a él y a sus primos, de
la familia Bodas, también familiares míos. Sus abuelas y mi madre
eran primas carnales. Están de vacaciones, tienen coche y quieren
recorrer bien toda la isla. Pero no tienen suficientes días para
ello. Han encontrado albergue por 9 € y, a lo mejor, lo alargan uno
o dos días más. Todo esto lo sé porque después de la cena me las
encuentro enredando en el ordenador. Están mirando las etapas. La
cena resulta algo penosa. Un paté de campaña con pepinillo y un
“maquereau”, que es algo equivalente a nuestra caballa o nuestro
jurel. Ni siquiera un chicharro. El que se sienta a mi lado, casi ni
se molesta en saludar y, ni siquiera, la mala distribución del
pescado nos da pie para entrar en conversación. Él mira su revista
y yo mi mapa. Su revista trata del Golfo de Morbihan y va a ser un
tema que dé poco juego. Algo más le motiva mi viaje, pero será un
padre con hijos adolescentes quien preste más interés. Su niña
apenas ha probado alguna patata asada de acompañamiento y ni ha
tocado el pescado. El padre al oír mi andadura me lo ha ofrecido y
yo lo acepto sin ningún sonrojo. Me como la segunda caballa. El
postre es un mazacote de bizcocho de chocolate. El vecino me ofrece
café, pero le agradezco y le digo que si lo tomo por la noche no
duermo. Me despido de él y es cuando encuentro a las de Zarauz.
Cuando dejan el ordenador ellas, mando un mensaje a mis amigos de Le
Tour du Parc y les cuento lo acontecido desde que abandoné su casa.
Casi seguido, el mensaje vuelve rechazado. Compruebo la dirección de
correo y es como la apunté pero, por lo visto, lo apunté mal. Una
lástima. ¡Qué forma más tonta de perder amigos! Reviso mis dos
cuentas de correo. Se me informa que hoy es el cumpleaños de Nilza,
la brasileña del perro. Será la que me animará a salirme de facebook. Todos los días me mandaba una foto de su perro. Uno está esperando y como yo ya he pasado
de la media hora estipulada, se lo dejo y me voy a dormir. Echo una
manta. Otra vez me noto el cuerpo cargado. Me levanto una vez a
orinar y me cubro de cintura para abajo con la toalla. Corro la
cortina de la ventana para que no entre una luz molesta cercana.
Balance de jornada
que termina en isla.
Hoy he caminado mucho
menos que ayer y, sin embargo, estoy más cansado. Después de ver
los alineamientos megalíticos, ya me he quedado más tranquilo.
Después de tantos años soñando con Carnac, habría estado muy mal
que no los hubiera visto. Salvo las de Zarauz, el día ha sido parco
en encuentros. Me ha gustado el exterior de la Abadía de Kergonan y
el dolmen. También el jardín de Félix Gaillard en Plouharnel.
También ha sido interesante el paseo por el istmo y la península de
Quiberon. Bien atendido por la recepcionista del albergue de Saint Pierre y después en el de Belle Îlle. Comida y cena para olvidar. Bien el paseo en barco para
llegar a la isla.
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