martes, 5 de mayo de 2015

Etapa 20 (311) Saint Michel en l'Herm-Le Roche



Etapa 20 (311). 27 de junio de 2012, miércoles.
Saint Michel en l’Herm-l’Aiguillon sur Mer-La Faute sur Mer-La Tranche sur Mer-Longeville-Les Conches-Le Roche.

Hoy victoria de España sobre Portugal a los penaltis. Otro día chungo. Veo morir a un hombre.

Amanece en Saint Michel sur l’Herm.
Me despierto a las 5:45 horas. Me visto, orino en las toilettes, tomo la pastilla, leo M y me sale “mercredi” (miércoles), automáticamente. Recojo todo y, pasadas las seis ya estoy en marcha. Salgo algo tambaleante de la plaza del cementerio.


Me ha dolido la pierna izquierda al levantarme y camino renqueando. Poco a poco me voy probando a coger marchita. Llego a la iglesia y saco foto de la puerta principal y su torre campanario. El reloj del “clocher” marca las 6:20 horas. El sol sale y desaparece entre las nubes, pero acabará haciendo un buen día. De momento, lo que me propongo es acercarme a la costa.
Por carretera hacia l’Aiguillon sur Mer.











Lo tengo fácil, no hay más que seguir las señales de la carretera, que no ofrece arcén pero sí un espacio de hierba segada que, en caso de venir vehículos, me permite protección pisando en él. De todas formas, a estas horas la circulación es escasa. Me vuelvo y saco una foto panorámica del pueblo donde he dormido y que acabo de abandonar. Una gran superficie cultivada, creo que de maíz, nos separa. A medida que ando, la pierna se va comportando como es habitual. No siento dolor alguno. Cuando estoy llegando a destino, se me ofrecen dos opciones: centro y puerto.

l’Aiguillon sur Mer (ida). La Marine.
Opto por centro, pero no hay bar. Un hombre sale del portal de al lado del bar.
 

Me dice que es un bar que no funciona y me recomienda que vaya al puerto. Llego a un indicador de Biblioteca, pero paso sin verla. Un chico, que acaba de montar en su coche, me dice por dónde seguir hacia el puerto. Paso cerca del parque de atracciones y saco foto de una enorme noria. No es como la de Londres, pero es desproporcionada para las dimensiones de l’Aiguillon. Poco después de las ocho ya estoy en el bar La Marine. La chica que atiende me dice dónde está la panadería. Como ayer no cené, allí compro pastel de manzana y caracol con pasas por 2,40 € y vuelvo por el gran café con leche (2,60 €). Hoy el desayuno me sale por cinco euros exactos. Como he completado la primera hoja de gastos, hago las sumas y tengo un error de 70 céntimos, que regularizo. Anoto el nuevo gasto ya en la página siguiente. Hasta ayer llevo gastados 674,68 € (Pagados en efectivo 143,84 y con Visa 530,84), desde mi primer pago en Biarritz en mi segunda etapa. Hoy he empezado la número 20. Gasté los billetes de 50 € y ahora he tenido que encontrar los de 20, recuperándolos de los diversos sitios en que los escondí. Alguno me cuesta encontrar. Salí de casa con un metálico de 435,13 € y así tengo todos los elementos para que las cuentas me cuadren. Aunque estoy en viaje placentero, sigue aflorando el contable que fui. No he perdido la costumbre, puesto que también controlo mis cuentas en casa. Desayuno muy a gusto y hago preguntas sobre Mytilicultura que, como ayer supe, no es la cultura de los mitos, sino de los mejillones (Myiscus, en latín). La camarera no sabe de este tema. Besa a un cliente que llega pero, tal como es su comportamiento, bien pudiera ser su pareja. Escribo mi diario. Pregunto a los de la mesa de atrás y me dicen que la punta de l’Aiguillon es bonita y que está a 10 kilómetros. Pero yo calculo que ir y volver me van a suponer 20. Demasiados. Intentaré llegar a los cultivos de mejillones que están tres kilómetros antes. Me dicen que también puedo ver los cultivos desde el puerto y luego que pase a La Faute-sur-Mer. De allí puedo seguir por el brazo de mar donde, por la playa, puedo obtener otra vista interesante.
 
Uno de los clientes habla castellano y es el que pone más interés en facilitarme el máximo de datos para hacer mejor mi viaje. Los tres comparten mi gusto por lo que estoy haciendo. Antes de las diez y media escribo la postal a mis hijos y nietos para que les llegue antes de que se vayan de vacaciones a Berdún. Y para esa hora ya estoy en marcha.


Hacia la Pointe de l’Aiguillon.
Buscando La Poste (Correos), paso por una playa más o menos circular, a pie de acera. Saco foto de esta playa de arena que parece lago. Dos mujeres no me saben decir cómo se renueva el agua, puesto que es playa de interior, y me costará saber que es la propia marea, al subir, la que hace la labor. Echo la postal en el buzón. En el ayuntamiento, en recepción, me ponen el sello de la “Mairie” y, por primera vez, con la firma de quien lo hace y la fecha.


Abandono el pueblo en busca de la manifestación Mytilicultural, hacia el cabo de l’Aiguillon. En el ayuntamiento me han dicho que está a menos de tres kilómetros. Calculo que regresaré pronto. Quiero salir al mar demasiado rápido y me equivoco. Paso por otro mar de interior que también parece lago, donde ejercitan los alumnos de l’École Française de Vela. Rodeo este lago de prácticas de vela y, llegando al final, subo a una loma y lo fotografío desde allí. No veo alumnos en prácticas de vela. Continúo por un camino, pero se acaba. Pregunto a un hombre que está fumigando selectivamente para erradicar mosquitos. Como no entiende lo que le pregunto, se acerca a mí. Como sigue sin entenderme, desisto y continúo, ahora por pista cyclable. Veré al fumigador en tres momentos distintos. En la última ocasión, ya hablo de lo que estoy buscando y del viaje que hago. Paso por un restaurante que está cerrado pero cuya carta leo. Ofrece ostras y lo dejo para el regreso. El camino me va llevando bien pero, cuando veo que se orienta de nuevo a Saint-Michel-en-l’Herm, decido abandonarlo. No tengo ningún interés en volver al punto de partida de esta mañana. Encuentro a dos niños a remojo en una bañera de plástico azul. Por allí anda la madre y la llamo. No se cree mi viaje. Me dice que por allí no hay mejillones, pero luego rectifica y añade que un restaurante que había se lo llevó la mar. Una familia prepara su coche para ir a la playa. Dos mujeres me dicen que debo salir a la carretera. Van con dos perros. No veo salida entre las casas, pero encuentro un callejón intermedio, entre ellas, y salgo de nuevo al borde del mar.


En el mar no veo nada de mejillones, ninguna mejillonera. Lo que se me ofrece hacia la punta de l’Aiguillon es lo que sigue: bosque, camino, carretera, muro de contención, rocas y mar. Todo muy monótono, pero se marcha bien con el vientecillo que viene de frente y del bosque. Al regreso ya será peor. Definitivamente el camino se acaba y todo es carretera. Al principio, el muro es bajo y sigo pegado a él, aunque no hay arcén. Así mantengo la vista en el mar y veo cómo se abre el golfo. Llego a un embarcadero, con coches aparcados en la orilla. Cuando el muro crece en altura, voy caminando sobre él. Ya llevo andando casi dos horas desde que he salido del bar y por allí no aparece nada de Mytilicultura. He pasado por un restaurante que ofrece degustación de ostras, dice “ouvert” (abierto), pero está cerrado. Lo venían anunciando desde unos kilómetros atrás. El muro ofrece subidas y bajadas. Anuncian a los vehículos peligro por desprendimientos. Parece que a lo lejos se ve una playita pero ya me estoy cansando. Decido no seguir adelante. Saco una foto como diciendo: “¡hasta aquí he llegado!", y empiezo a caminar de nuevo hacia l’Aiguillon-sur-Mer. Son las doce y media. Lo más interesante de esta foto es que, después de dos días que lo abandoné, todavía veo en lontananza el puente que pasa a isla de Ré.

Regreso: l’Entre-Cote.
Cansado y defraudado por dos razones: una, porque no he visto lo relacionado con los mejillones que se me anunció ayer, y otra, porque no he llegado a la playa que vi desde Esnandes y me pareció de arena blanca, así que el baño tendrá que esperar. Ya son varios los días sin baño marino. Baños y nudismo, son fundamentales en mi viaje, como ya sabéis. Acelero, no vaya a ser que no me dejen entrar en el restaurante elegido. (En Saint Vincent sur Jard, compraré dos bolígrafos. Los de La Caixa, de regalo, me han desesperado. ¡Qué mal escriben! Con los nuevos, podré seguir escribiendo mi diario). 


Con el viento de espalda, el sol me da mucho calor y el regreso se hace más penoso. Primero llego al restaurante blanquiazul enclavado en un lago y que he visto al pasar. Ahora es cuando saco la foto. Voy caminando paralelo al brazo de mar que viene de la Faute. Parece que ofrece playas doradas para la tarde pero no me atraen mucho ya que forman un mar de interior que, en este lado, está muy turbio y a mi me gusta más el mar abierto. Además, ir hacia allí, me supone retroceder de nuevo. Así que me arriesgaré a ver lo que me ofrecen las costas siguientes hacia La Tranche. Llego donde los niños que se bañaban en bañera azul y ahora se columpian. La niña sólo tiene cuatro años, pero el niño, algo mayor, me da conversación. Lástima que con mi limitado francés, me cuesta mucho entenderle. En esta ocasión, su mamá no aparece. Con más de dieciséis kilómetros entre ida y vuelta, por fin llego al restaurante. A la entrada al comedor ya pone cartel de “fermé” (cerrado), pero entro por la otra puerta con intención decidida y me admiten. Le pregunto por las ostras que no veo en el menú, y el chico me dice que forman parte del menú de fin de semana. Me ofrece otro que tiene escrito en una libreta. No entiendo bien y no acierto. Como quiche Lorraine, que no recordaba fuera tan empalagoso, ¡cuánto mas rico el de verduras de los de Lille!, de segundo côte d’agneau, que no son costillitas de cordero, sino trozos más compactos. Menos mal que van acompañadas de haricots vertes (es cierto que se parecen a las haricots de la mer). El camarero se ha agachado a mi altura para tomarme la nota. Un gesto que me agrada, que me aproxima a él, que me lo hace más cercano. Resulta que su abuelo era español y su padre es de Urrugne, pero el apellido que me dice no es ni castellano ni vasco. Quizás no lo haya entendido bien. A lo mejor lo adaptó al francés para ser tenido como uno más de la tierra. Mañana por la tarde conoceré a mi amigo Romeu, un portugués que adaptó su apellido con la misma intención de integración social. Tuvo que renunciar a la "s" final de Martins. De postre como tarta de frambuesa que, como el quiche, también me resulta muy empalagosa. Bebo una botellita de “vin rouge” (tinto). Pago con Visa 12 €. Me despido agradecido del joven, más por el trato que por la brillantez de la comida, aunque tampoco se podría exigir mucho por ese precio, además con vino.

L’Aiguillon sur Mer (vuelta).
Deshaciendo camino, llego de nuevo a l’Aiguillon. La oficina de Turismo está ahora abierta. Cierran los miércoles por la mañana. Les digo que no he podido ver lo que se me ofreció en Esnandes de Mytilicultura. Como ya no tiene remedio me olvido del tema. Ahora, hay más gente en la playa que la que había por la mañana. Al no ver el mar, la playa parece todavía más urbana. La gente se ha ido animando a medida que ha ido mejorando el día. Cuando entro en La Marine, la chica permanece al pie del cañón. Le pregunto: “¿mañana, tarde y noche?”, se ríe, me río, nos reímos y me voy. Pero me lo pienso y regreso para beber una “pression” en compañía. Pago 2,30 € por la cerveza, la bebo y me voy.


Marcho en dirección al puente. Paso al otro lado bajo la carretera. De la mitad del puente saco una foto. En el lado de l’Aiguillon, hay muchos barcos varados y amarrados. Todos con la panza sobre el limo, por estar la marea baja. También veo unas grúas que ya había visto al pasar por la playa interior, y por el lugar donde está la Escuela de Vela. En el lado Norte, el de La Faute, es zona con más limo y  plantas de marisma. Sólo tres barquitos aparecen anclados y flotando en el agua. Cuando paso el puente, ya estoy en La Faute sur Mer.
La Faute sur Mer. Baño nudista.
Veo un indicador que me dice que estoy en la “rue de la Liberté”. Me confirma lo que es fundamental en mi camino, la libertad. Pasan dos chicos en bici y les pregunto cuál es la mejor de las dos playas, pues se ofrece playa en las dos direcciones. Me informan que es mejor la del Norte, hacia La Tranche, aunque ellos van hacia el Sur. Quizás lo hagan más por costumbre, o porque sea más adecuada para estar en cuadrilla haciendo deporte.
 

Continúo por carretera asfaltada hasta que ésta, queda tapada por la arena al llegar a la duna baja que se presenta a mi vista. Aunque hay una valla a la derecha, aquí apenas toman medidas de protección de la duna. A lo mejor los usuarios de la playa son gente muy civilizada y las normas son innecesarias. La playa, como la mayoría, comienza con bastante gente en la zona más urbana. Voy caminando por la orilla y se va volviendo más solitaria, con algún caminante de orilla aislado, como yo. En la parte alta hay también duna. Una moto de cuatro ruedas de los vigilantes de playa hace un recorrido de control por la parte endurecida de la arena húmeda. Por la parte alta de las dunas, veo una bici recostada y a un hombre leyendo en la arena. Presupongo que puede estar desnudo. Me paro unos cincuenta metros antes, también en la duna, me desnudo y bajo a la orilla para darme un baño. ¡Por fin!, ¡un baño desnudo!, ¡qué felicidad! Después de tantos días, desde la playa des Saumonards, en l’île d’Oléron, en la etapa 14, no me había bañado en el mar. ¡El baño me sabe a gloria! (Aunque nunca sabré a qué sabe la gloria). Paseando por la orilla y secándome mientras tanto, no consigo saber si el lector de la bici está desnudo o no. Así que vuelvo a mi sitio y me tumbo a tomar el sol. Veo cómo el otro baja al agua en bañador y vuelve a subir con él puesto, así que pienso que, si estaba desnudo, toma sus precauciones. Como la tarde ha quedado calurosa, una vez seco y descansado, me doy otro baño y, con el aire, el secado es casi instantáneo, aunque nunca podrá ser tan rápido como el del baño que me di en el Nilo, con aquel viento que venía de la duna y parecía un secador de aire caliente. Me baño tres veces. Puedo confirmar que el de la bici también es nudista, pues al subir a la duna se ha quitado el bañador. Como prefiero disfrutar de otro tipo de nudismo, menos aislado, dejo al otro solo y continúo por la orilla. La playa es inmensa y he estado hacia la mitad de ella. Me parece que hacia el final Norte de la playa también podré desnudarme y hacia allí me dirijo. No será hasta que llegue allí que me animaré a hacer dos fotos de conjunto, donde se ve muy bien la zona en que he practicado nudismo.

Recogedores de almejas.
Con la esperanza de nuevo baño, camino hacia el Norte. Quiero sacar foto desde allí de los tinglados que se ven en el mar para el cultivo de mejillones. No se parecen en nada a los gallegos, ni a los del Delta del Ebro. Ya que esta mañana no lo he podido ver hacia la punta de l'Aiguillon, ahora trato de verlo, aunque sea de lejos. Veo gente dispersa y agachada por la orilla y lo que están cogiendo es almeja pequeña. Un hombre coge un puñado de su cubo con agua turbia y me las enseña. Es un entretenimiento sabroso. Luego se las comerán crudas con limón o dando sabor al arroz. ¡Dichosos ellos que las van a poder disfrutar en sus casas! No es mi caso. Como no las voy a poder cocinar, ni tengo limón, me abstengo de cogerlas.
 

Saco la foto que he comentado antes, donde se puede apreciar la duna en que he estado desnudo. Es en la parte central de la foto, bajo la zona más arbolada. Continúo más adelante y la arena ya va convirtiéndose en terreno con piedrecillas, algo menos grato para caminar. Saco foto de las mejilloneras que están en alta mar, aunque no muy alejadas de la playa, coincidiendo con la llegada de una lancha neumática y cuyos usuarios van a arrastrarla desde la orilla por medio de un tractor, para ponerla a buen recaudo.

La Tranche sur Mer. Hombre ahogado.
Cuando termina esta playa, paso a la siguiente, que ya pertenece a La Tranche sur Mer. Ofrece también largas playas, con distintos nombres. Llegando a un hotel, salgo de la playa, pero pronto regreso a ella. No hay agobio de gente, pero tampoco espacios deshabitados donde pueda practicar nudismo. Me acerco a un grupo que está en la orilla. Han sacado a un hombre del agua y están tratando de reanimarlo. El que se ha ahogado está tumbado en la arena, otro le da masajes en el corazón para que vuelva a bombear y circule la sangre, y otro aprieta el estómago para que expulse el agua que ha tragado. Entre los dos consiguen que expulse algo de comida por la boca y a mí me parece una buena señal, pero serán inútiles todos los intentos. Sabré por el periódico que el hombre no salió con vida de la playa de La Tranche. Probablemente el ahogamiento fue debido a un corte de digestión. Como yo no tengo nada que hacer aquí, pues el hombre ya está siendo atendido y, según me parece, bastante adecuadamente, continúo mi camino. Una mujer con muletas y acompañada de otras dos personas, viene de la otra playa desolada. Se va a encontrar con lo peor que podría pensar: Se acaba de quedar viuda. Para cuando veo llegar a la socorrista de playa en la moto de cuatro ruedas, ya será demasiado tarde. Habrá llegado como un cuarto de hora después de ser descubierto el cuerpo del ahogado y ya se oye en tierra el sonido de una ambulancia. 


Sigo y sigo por la playa y no acabo de salir de La Tranche. En otra zona de la playa observo que el suelo está lleno de algas que han sido arrancadas del mar y arrastradas a la orilla. No sé la causa, pero en Bretaña me enteraré que las granjas de cerdos, con la expulsión incontrolada de purines al mar, están creando un problema ecológico de gran magnitud y se van a cargar al alga que nosotros llamamos lechuga de mar. Ya os daré noticia cuando llegue al Norte bretón. No sé si en esta región, más al Sur, el problema es el mismo o son otras las causas de este hecho que constato y fotografío.

Otro baño y casi me atropella un tractorista.
Llego a un lugar en que encuentro unas motoras que están atadas a boyas muy cerca de la orilla. Apenas queda gente en la playa y hay dos tractores para la tracción de barcos, también próximos al agua. Una pareja con perro se aleja y otra pareja con niño me queda oculta por los tractores. Decido darme el último baño del día. Me desnudo y dejo las mochilas apoyadas contra el tractor mayor. Cuando estoy entrando en el agua, veo que se acerca a la orilla una motora. Creo que con intención de anclarla junto a las otras, o amarrarla a las boyas, pero no es así, sino que se la van a llevar arrastrada por uno de los dos tractores donde tengo la ropa. Me doy un baño rápido y vuelvo a mi sitio. Uno de los tractores, el más pequeño, carga en su tinglado la lancha y se la lleva. Yo ya me estoy vistiendo. El compañero viene por el tractor grande y yo acelero mi vestuario y justo me da tiempo a coger la mochila de la rueda, cuando arranca y empieza rodar. El conductor arranca con cierta mala intención y me sonríe al marchar. La gran rueda pisa un poco mis sandalias, pero no las aplasta. “¡Cabronazo!”, pienso para mí, pero no lo digo, no vaya a ser que me pase como a Leonardo Sbaraglia en el gran film “Relatos salvajes”, película que todavía no había sido rodada. Se estrenó en 2014 y yo la pude ver en el Zinemaldia, el Festival Internacional de Cine de Donostia-San Sebastián. Hoy ya no saco más fotos.

El rincón del Paraíso.
Llego a playa con escuela de surf. La marea ya está subiendo y me obliga a caminar por arena seca. Como me resulta más fatigoso y hoy ya llevo muchos kilómetros andados, y tras el baño y la peripecia con el tractorista, paro en un chiringuito de playa, pero no me gusta el nombre y me voy a otro y bebo una cerveza por 2,30 €. El mismo precio que en La Marine. Me agrada más el nombre de la rulote “Le Coin de Paradis” (El rincón del Paraíso), nombre más acorde con mi viaje. Llevan el bar entre dos mujeres, una de ellas es portuguesa, de Peniche. ¡Qué buenos recuerdos! Estando allí, en Peniche, mi hija Vera me dio la noticia de que me iba a hacer aitona. Gari ya estaba en camino. Hablo con la portuguesa de las islas Berlengas, de los Paços de doña Leonor, del islote y del cabo Carvoeiro. Le comento lo del partido de futbol de esta noche. Ella lo va a ver pero no sabe dónde. No me da seguridad ni me invita a que lo vea con ella. ¡Qué oportunidad perdida de verlo con calor de rivalidad nacional! Me despido. En la mesa de al lado, dos chicos hablan. Uno tiene algo que ver con las dos mujeres porque, acabadas sus dos cervezas, le veo que entra en la barra y sirve otras él mismo sin esperar a que ellas las escancien (se suele decir, “tirar” la cerveza). Hay que conocer bien la técnica. No sé qué pasa con estas cervezas que no me quitan la sed y me dejan la boca seca.
La fôret de Longeville sur Mer.
Pregunto por Saint Vincent sur Jard y nadie sabe decirme dónde está. Yo lo veo como el primer pueblo que me ofrece el mapa siguiendo la costa. Tampoco lo sabe un chico que se está duchando con una botella grande, ni otra chica a la que también pregunto. Ya fuera de la playa, en una casa, una mujer riega las plantas. Sabe algo de castellano y me da las claves para llegar a Saint Vincent. Primero debo llegar al Stop con espejo. Coger la señal “centre ville” y después los indicadores Longeville y Les Sables d’Olonne. Cuando las sigo, casi me sacan a carretera. Continúo con la intención de ver algo del partido entre Portugal y España. Pronto me llevo el disgusto, pues son las ocho y media y, en la pista cyclable, veo indicador de 13 kilómetros. Llegaré, si llego, cuando esté terminado el partido. Pronto estoy en el bosque de Longeville. Es una pena que vaya tan forzado por la hora. Es un bosque precioso. Nada más entrar en él, veo una cierva con su cervatillo. ¡Con cuánta rapidez han desaparecido! El camino va bien señalado. Calculo que me quedará poco más de una hora pero, en un cruce, dudo y cambio el plan. Olvido Saint Vincent y me meto hacia Les Conches. Es probable que el recuerdo de La Kontxa donostiarra me haya jugado una mala pasada, pues la relaciono con el mar. Pero en Las Conchas no hay mar que valga. Les Conches pertenece a Longeville.

Les Conches. La Fregounette.
Llego al restaurante La Fregounette que, aunque tiene el cartel de abierto, ya no admite nuevos clientes para cena formal. Me da la opción de comprar comida a “importer” (para llevar), pero que puedo comer allí, en su terraza. Es algo absurdo puesto que me deja cubiertos que al final devolveré porque el personal continúa dentro del local, cuando yo termino de cenar. En principio pido nuget pero, al saber que son croquetas de pollo, o pollo empanado, prefiero una ensalada nicoise (de Niza): tomate, pimiento, cebolla, anchoas y aceitunas negras. Me dan algo de pan y casi me cuesta más el tanque de cerveza que la ensalada. (8+4,70) 12,70 € que pago con Visa. Como y bebo rápido. Recojo todo, devuelvo cubiertos y me encamino por la calle que llaman de la duna. Pienso que me va a sacar por la duna a la playa. Pero la playa está a kilómetros de aquí. No tengo ni idea de en qué dirección. Estoy perdido. De momento, la maniobra me ha permitido salir del conglomerado de casas a una carretera general.

Un parcial segundo tiempo del Portugal-España.
Llego a una rotonda y oigo alguna manifestación, como de alguien que estuviera viendo el partido, ambiente propicio y voz del comentarista. Llego a un camping. En una mesa, a la entrada, tres o cuatro personas están bebiendo algo. Les pregunto hacia dónde está la playa y me señalan en dirección contraria a la que llevaba. Dudo. ¿Me estarán tomando el pelo? Pero su seriedad me convence y les tengo que creer (No eran el militar de La Coubre). Les voy a hacer caso pero, aún a riesgo de que oscurezca, me acerco al recinto donde seis o siete hombres están viendo el partido. Está a falta de media hora para que finalice la segunda parte y el marcador permanece inamovible. Los demás muestran poco interés en el partido. Se comprende, al no ser ninguno de los equipos galo y estar Francia eliminada. Creo que debieran decantarse por España, de tal forma que si se queda campeona, podrán decir que les eliminó el equipo campeón, pero a lo mejor ese es un argumento que a mí me conviene y hay otras razones de tipo político o sentimental que puedan desequilibrar la balanza de la neutralidad. Como no quiero estar de mirón sin consumir nada, pido una caña y pago 2 €. ¡La de cerveza que voy metiendo hoy al coleto! El del camping, que me la ha servido, busca una silla en la calle para mí. Uno que tengo a mi lado me da la tabarra con palabras que quiere saber cómo se dicen en castellano y me distrae del partido, pero me mantengo educadamente. Como casi nadie sigue el partido y se han agrupado en la barra, aprovecho para adelantarme y coloco mi silla cerca de la pantalla. Termina el partido con empate a cero goles. Me despido y salgo corriendo en la dirección que me han indicado antes de entrar. No veo la prórroga. Durante mucho tiempo voy perdido por los lados de la carretera. Ya está oscureciendo y hay poca circulación. La única guía es el cielo iluminado a poniente. Llegando a otro camping, un hombre me orienta por la “fôret” pero, a estas horas, el bosque me da un poco de respeto. Me puedo perder fácilmente aunque esté bien señalado, pues las sombras de los árboles no me van a permitir ver bien las señales. Cuando llego a la entrada del bosque, no entro pero, al ver la señal de S. Vincent a 6 kilómetros, me animo. Es más aventurado al no llevar linterna. Sólo saco el móvil para leer en los cruces. El primero es a 25 metros y vuelvo a leer 6 Km. Sigo adelante. Se va siguiendo bastante bien el camino. Mejor que lo previsto. Es de piedrilla blanquecina y reverbera por la noche. Cuando llevo unos veinte minutos andando por el bosque, veo señal de Le Roche (Longeville) y entro en población.

Gana España en los penaltis.
Oigo un ¡Oh! Y llego a un bar en que tres chicos ven de pie el final del match a penaltis. La prórroga había acabado empate. Van 1-1. Veo el 3-2 a favor de España. El siguiente tiro del portugués da en el larguero y termina el partido con 4-2, lo que da el pase a la final para España. Termina bien el día. El otro finalista saldrá del que gane el encuentro entre Alemania e Italia. Tendría gracia que se repitiera la misma final Alemania-España de aquel 2008, cuando yo pasaba por Cádiz, en este periplo por las costas europeas. ¿Por qué, lejos de mi tierra, tengo tanto interés en verlo? Son misterios del camino. Creo que aquí, a pesar de lo aficionados que son los franceses a los petardos y cohetes, al menos eso espero, nadie me quemará el saco de dormir, como temí en Rota. Los chicos me dan la enhorabuena por la victoria, me despido y me voy a la playa, que está muy cerca del local. Menos mal que no me he visto obligado a tomar nada. Ha sido todo muy rápido.

Durmiendo en Le Roche.
Sin derroche, otra noche en el hotel de más estrellas. Veo gente que está en la playa y otra que baja la rampa y van a pasear. Arriba hay un edificio y yo me coloco debajo. Aliso la arena para hacerme una cama que al menos esté horizontal. Cuando me alejo a orinar, veo que debajo hay otra pareja a la par. “¡Ha venido el pesado de Javier a molestar!”, me digo para mis adentros. Al poco rato se van. Me acuesto y duermo bastante bien. Al menos la arena no tiene la dureza del cemento de estas dos últimas noches. La Osa Mayor se me muestra sobre mi cabeza, hacia el Norte. Y media luna en creciente. Además oigo la tranquilizante ruptura de las olas marinas. La pierna se va adaptando y casi no me duele. A pesar de que ya son más de las doce, me doy gel para masajear mis pies. Estoy medio muerto. Me levanto dos veces a orinar durante la noche.

Balance de una jornada durmiendo junto al mar.
El día ha sido variado. Un hombre ha muerto ahogado ante mi vista. Mal para él y su viuda y, para mí, un hecho más en la experiencia de mi vida. El hombre era mayor. Mañana sabré que tenía 87 años y lo que supone toda una larga vida vivida. Después de cinco días sin baño en el mar, he disfrutado de un bonito baño en solitario, tomando sol en las dunas, con la playa para mí. El segundo baño ha sido breve y casi accidentado, por un tractorista nada escrupuloso. Casi hoy también me quedo sin cenar y el último tramo ha sido complicado, antes, dentro y después del bosque oscuro, pero ha salido todo bastante bien. Le Roche no era el lugar pensado pero no ha sido mal destino. Grato el trato del camarero de ascendiente hispano de L’Entre-Cote.La victoria de España ayuda.

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