Etapa 31 (322). 08 de
julio de 2012, domingo.
Le Tour du Parc-Saint
Armel-(barco)-Séné-Vannes-(barco)-Vannes-Plescop.
Amanecer en Le Tour
du Parc.
Durante la noche, me
levanto a orinar dos veces. Enciendo la luz de la mesilla y avanzo
por el garaje hacia el retrete, a oscuras, con la luz que emana de esa
lamparita. La primera vez he pulsado el interruptor de la entrada y
se me han encendido tres fluorescentes del garaje, por lo que cuando
lo hago por segunda vez me apaño con la luz de la mesilla. Cuando me
levanto, hago de vientre y lo repetiré en Vannes en el restaurante.
Me levanto a las seis y, tras tomar la pastilla y hacer la reposición
en el pastillero para toda la semana, estoy en marcha a las seis y
media. No llueve, pero hace fresco, así que voy con la camiseta de
manga larga. Paso bien por el hueco que Pierre me ha dejado abierto
del portón y me vuelvo para sacar una foto entrañable de hogar tan
acogedor.
Sin pretenderlo, en la foto aparece el número de la casa que, al fallarme el e-mail, me va a servir para poder recuperar el contacto con esta familia. Va a ser cuestión de inventar, de echarle imaginación. Tras la foto, un hombre asoma por la puerta de su casa y le saludo, por si es alguno de los comensales de ayer noche o para que no piense que soy un intruso que acabo de robar a los Rivet. Luego saludo a otro, que me confirma que voy en buena dirección para ir a Saint Armel.
Cuando llego al núcleo central del pueblo, fotografío la iglesia, mientras Carrefour me ofrece precios de combustible. Menos mal que yo no lo necesito. ¡Qué precios! No me extraña que los árabes con pozos petrolíferos puedan construir ciudades con los más altos rascacielos del mundo.
Un camino muy liante.
Aquí no ponen balcones porque estamos más al Norte, donde la inclemencia del tiempo no lo aconseja.
La Belle-iloise, vende productos de conserva de pescados. Paso
también por callejuelas más estrechas, desde donde también se
puede apreciar el hecho diferencial de las fachadas típicas. Este
tipo de fachadas ya las había visto en otra ocasión al visitar
Rennes y Nantes, donde volveré a recalar al regreso de este viaje.
Pienso de Re (Rennes) a Van (Vannes) no hay tanta diferencia
idiomática y no mucha distancia geográfica. Sin embargo, de Pont du
Ré, a la Pointe du Van, sí que geográfica la hay, ¿no?, pues la
isla está en Charente y el cabo en Finisterre. Con estas disquisiciones llego a
la catedral gótica. No hay mucho margen en la plaza para alejarme lo
suficiente y saco dos fotos como puedo.
Sin pretenderlo, en la foto aparece el número de la casa que, al fallarme el e-mail, me va a servir para poder recuperar el contacto con esta familia. Va a ser cuestión de inventar, de echarle imaginación. Tras la foto, un hombre asoma por la puerta de su casa y le saludo, por si es alguno de los comensales de ayer noche o para que no piense que soy un intruso que acabo de robar a los Rivet. Luego saludo a otro, que me confirma que voy en buena dirección para ir a Saint Armel.
Cuando llego al núcleo central del pueblo, fotografío la iglesia, mientras Carrefour me ofrece precios de combustible. Menos mal que yo no lo necesito. ¡Qué precios! No me extraña que los árabes con pozos petrolíferos puedan construir ciudades con los más altos rascacielos del mundo.
Un camino muy liante.
Ya estoy saliendo de Le
Tour du Parc y cojo por un camino que me va liando en los primeros
tramos. Unas veces me manda hacia Sarzeau y otras hacia Surzur y me
acaba haciendo la picha un lío. Hago tantas eses que acaban por
dejarme mareado. Cuando llevo el sol en el Este, creo que voy mejor
que cuando no lo tengo. Vannes está en el Norte, así que creo que
esa es la mejor dirección. Es la misma que Saint Armel. Por fin,
parece que el camino se estabiliza.
Alterno carreteras anchas y
estrechas, caminos y senderos. Algunas veces las señales de la pista
cyclable me dejan “in albis”. Algún ciclista me reorienta. Un
hombre recoge plantas para dar de comer a sus conejos.
Saint Armel. Le
Passage.
Llevo ya dos horas
andando desde que he salido de la casa de mis amigos y, por suerte,
al llegar a Saint Armel veo bien indicado el lugar del pasaje a Séné.
Saco foto con la iglesia a lo lejos y el cartel indicador de
dirección.
El día nuboso, está a estas horas todavía poco claro.
Saco foto del camino que me lleva bien hasta el embarcadero. No leo nada
respecto al horario, hay un número de teléfono, al que no pienso
llamar, y dice algo de “agitar”, que no sé si se refiere a la
mano o a una campana que no veo.
Una mujer me hace una aclaración
que no me aclara nada, ya que no sé si hay barco cada 10 minutos o
que lo hay a las “y diez”, esto es: 9:10, 10:10, 11:10… Un
hombre duda de que hoy, domingo, haya pasaje. Otro dice que, por ser
domingo, el primero será a las diez. Llega una chica con perro, que
se encarga del alquiler de kayak. Llegan dos ciclistas maduros que se
asombran con mi viaje. Fotografío una isla con una construcción
central con arbustos y otra que queda oculta por la arboleda. ¿Quién
las defenderá del ataque de los piratas del Norte?
Finalmente
aparece quien nos va a pasar al otro lado. Prepara su pequeña
embarcación, un chinchorro rojizo, carga el motor, lo coloca, coge el remo y baja la rampa
en busca de le Petit passeur, que está amarrado en la bahía.
Fotografío al que va a pilotar el navío, que le espera junto a otros barcos. No estoy en
de Pen a Pen como ayer, pero lo parece. El de ayer me esperó, pero
al de hoy le tengo que esperar. ¡Qué remedio!
Enseguida lo pone en
marcha, nos viene a buscar y en dos minutos ya estoy al otro lado, en
Séné. He pagado 1,50 €, igual que ayer, aunque hoy ha sido menos
trecho y más tranquilo. Se ve que tienen una tarifa estándar para
todos los lugares similares. Al final, la hora del primer pasaje ha
sido las 9:30 horas. Todas las dudas del horario y del número 10 ya se han disipado.
De Séné a Vannes.
Ya al otro lado, en un
embarcadero rudimentario, veo cómo un hombre sale del agua y va con
intención de vestirse hacia su coche. Me dice por dónde debo
continuar. Saco foto de despedida de esta bahía, que es como un
entrante de mar del Golfo de Morbihan, y digo adiós a Saint Armel,
que ya ha quedado al otro lado. Con el de ayer, éste es el segundo
obstáculo superado. El siguiente, la rivière d’Auray la superaré
con viaje de mañana por interior: Plescop-Sainte Anne
d’Auray-Auray-Saint Philibert-Carnac. La siguiente, después de
Quiberon, La Ria d’Étel, la circunvalaré en compañía hasta
llegar a un puente y, a Lorient, llegaré también por interior, sin
pasar Port-Louis. Lo más complicado va a ser el paso de L’Aven y
su ramal sudeste, pero eso ya es asunto que queda para contarlo cuando llegue
a Finisterre. Fue fantástico.
Cuando estoy en marcha hacia el núcleo de población
de Séné, Sine en bretón, una mujer me dice que, siguiendo
centre-ville, tengo diez kilómetros para llegar a Vannes. Se me van
a hacer largos estos diez kilómetros. Al puerto de Vannes van a ser
menos, pues estaré allí en poco más de hora y media. Cuando paso
por Kerfontaine que, sin ser ni saber yo bretón, podría traducirlo por la casa
de la fuente, y que es un barrio de Séné, suenan las campanadas de
las 10:15 horas. La carretera ya se orienta, sin más obstáculos,
hacia Vannes. Pronto va a indicar dos destinos posibles: uno es
Vannes Port y el otro Centre-Ville. Tengo claro que, si quiero dar un
paseo por el golfo de Morbihan, como me recomendó mi amigo Jokin, la
única opción que me interesa es el puerto. Primero lo que quiero al
llegar es ver las opciones de viaje que me ofrecen y los precios,
para determinarme por una u otra. Ya sé que puedo hacer un crucero
del golfo sin paradas o con parada en una de las islas. Ya más cerca
de la capital, las dudas que se me presentan son Port de Plaisance,
Embarque, o Port Commercial. Un chico me ayuda y me dice que, para
hacer un crucero por el golfo, debo ir a los indicadores Port
Commercial y Embarque. El joven que me lo dice, ha parado su
entrenamiento y después continúa corriendo.
Llego a un lugar donde ya empiezo a ver barcos amarrados a puerto, pero una
barrera en la carretera impide a peatones y conductores seguir
adelante, hasta que no acabe de pasar el último velero de la fila
que intenta entrar al golfo de Morbihan. No tengo ni idea de dónde
vienen. En la foto que saco, un velero acaba de pasar y otro está
pasando. Ya estoy tranquilo con la información recibida y no queda
otra que esperar a que pasen los veleros y suban la barrera. En este
caso no es puente levadizo, sino que desarrolla un desplazamiento
lateral. Ahora, queda esperar que se una de nuevo perfectamente. Hay cagaprisas que se abalanzan, corriendo o en bici, antes de que se
levante la barrera. Uno, al llegar, hasta intenta, sin bajarse
de su bici y agachado, pasar por debajo de ella. Y es una barrera más bien
bajita, como habéis podido ver en la foto. El ciclista, en el lugar
de desplazamiento de las dos barras, lo consigue.
Puerto de Embarque.
Espero a que se
levanten bien las dos barreras, puesto que son las doce y ya no
tendré barco hasta las dos de la tarde, según una hoja que recorté
creo que en el hotel de Camoël. Ya en el puerto, veo cómo un barco
de crucero está a punto de partir. Me acerco al que ha hecho el
control de los últimos pasajeros y me dice que tengo dos opciones.
La más cercana es la Compagnie du Golfe, de la que sólo dispone de
precios de 2011. La otra es más barata, hasta el día de hoy
incluido. No le digo que ya lo sabía. Pero el de este horario es más
caro y no consigo que me dé las razones del sobreprecio. El chico
que me atiende en la taquilla me dice que no hay descuentos para
jubilados, pero que me puede hacer un descuento del 10 %. Decido
hacer crucero sin parada en ninguna isla, así que lo que me iba a
costar 23 € se queda en 20,70 que, según veo en mi papel es el
precio por segunda persona. Así que el que va a viajar no voy a ser
yo, sino mi otro yo. (Después de haber hecho el recorrido, no me
habría importado que hubiera sido otro el que lo hiciera. Me ha
supuesto un parón en mi marcha. Como si en vez de estar activo y
comiéndome el mundo, estuviera sólo en estado contemplativo. Ha
sido un error haber dado este paseo en barco). Pago con Visa los
20,70 €. Me da mapa del golfo y le pido orientación para comer. El vendedor me
recomienda el Edgar, que está próximo.
Brasserie Edgar. Camareros divertidos.
Llego en el momento en
que la camarera atiende a las dos mesas que acaban de ser ocupadas.
Me siento. El menú de 17 € ofrece entreplato, plato y copa de
vino. No encaja con los precios excesivos que aparecen en la carta.
La camarera me dice que así está diseñado el menú. Cuando me dice
lo que hay de menú, comprendo que no tiene nada que ver la carta con
el menú, pues plato y entreplato no son los de la carta, sino otros.
Me he quedado fuera escribiendo un rato y luego entro a comer. Me lo
paso “bomba” con los camareros. El que ahora me toca en suerte me
explica lo del menú, y yo no pido copa para ver si me baja el
precio. Me da pena porque la carta ofrecía caracoles. Por la cara
que pone, se ve que a él no le gustan nada. No encuentro conejo en
ningún menú. Hubiera sido el día ideal para comer “lapin” y
“escargots”. Alguno salió con la lluvia matutina de ayer, con
sus cuernos al sol, y algún gazapo ya he ido viendo saltando por mis
caminos. Pero olvidemos las exquisiteces que me aturden mente y
cuerpo y vayamos a lo que como. Pido ensalada. He estado tentado de
pedir Sopa según el humor del chef. Habría sido otra opción
interesante para saber con qué pie se ha levantado el cocinero hoy.
Veo a mi camarero cortar pan para otra mesa y luego se le ha manchado
de harina el trasero del pantalón. La harina destaca blanca sobre su pandero
negro. Se lo digo y no le da importancia, se limita a pasarse la mano
superficialmente y no va a estar preocupado por ello. Luego veo al
primer camarero que me ha atendido, el más delgadito, y lleva
también harina en el culo, como si le hubiera dado una palmadita el
gordito después de cortar el pan. Pero ahora ya no me atrevo a
comentárselo. La carne la he pedido “bleu” y está genial pero
las échalotes están demasiado blandas y empapadas en la salsa de
vino. Y el cuchillo no es el adecuado para cortar carne. Se precisa
cuchillo chuletero. Pido la cuenta y me la traen: 17 €, que pago
con Visa. Como veo que no han descontado el vino, le digo que estaba
incluida una copa. Él está de acuerdo y me la trae. Pido tinto y,
aunque me habría gustado más beberla con la carne, tampoco le hago
ascos ahora, como colofón de la comida. Me la voy bebiendo mientras escribo el diario y hago
tiempo para la salida del crucero por el golfo, que no es lo mismo
que un crucero golfo. Dejo de escribir a las 14:05 y me acerco al
embarcadero para la salida de las 14:15 horas. Va a ser el Sterne y
yo soy el pasajero al que podrán echar AL BALDE, según ha escrito
mi apellido el oficinista.
Crucero por el Golfe
du Morbihan.
Cuando subo al barco,
los de la tripulación preguntan algo sobre mis mochilas y así les
informo que vengo andando desde la frontera española. Luego, una
chica y un guaperas serán los encargados de ayudar a bajar a los que
se van quedando en las islas; primero en la isla de los Moines
(frailes) y después en la isla de Arz. La primera parte del paseo la
hago en proa.
Voy con un grupo y los más cercanos a mí, una pareja,
me preguntan por el viaje. Yo saco unas pocas fotos, pero él saca
infinidad, al igual que hacen otros compañeros suyos. Me parece una
exageración ese afán de pretender aprehender algo que es bello en
su dinámica vital y que, en imagen, no deja de ser naturaleza
muerta.
Casi desde el inicio, me empieza a aburrir el paseo en barco,
se me va haciendo eterno, interminable y pienso que no tengo
escapatoria hasta las cinco, hora en que está previsto volver a
puerto. Bostezo. No tiene ya remedio y reconozco haber cometido un
error. Lo que demuestra que mi viaje es dinámico, participativo, y
aquí desempeño el papel de un contemplador pasivo.
Ya que estoy en
ello, trato de ser lo más positivo posible. Menos mal que hace sol y
compensa el aire frío que corre en el golfo. Me meto una vez a
orinar y consigo pillar el tranquillo para abrir y cerrar la puerta
de cubierta. Pasamos la isla de los Monjes. Salimos al espacio entre
Locmariaquer y Arzon y podemos ver en la lejanía la bocana de salida
del golfo al mar abierto, con un islote central, la isla de Méaban.
Pasamos cerca de la isla de Arz. No recuerdo en cual de las dos
grandes islas paramos, ni si lo hacemos en las dos. Ya de regreso,
con marea más baja, la entrada va a ser más lenta que la salida. Me
da la impresión de que no llego al mismo puerto. Hasta que no sale
la pareja y eso que el guaperas ya me había dicho que entrábamos
por el estrecho de Port Anna, ni me entero. Bajo del barco algo
aburrido y somnoliento y me dirijo hacia el centro de la ciudad. ¡Ha
terminado un crucero sin pena ni gloria! Más que crucero me ha
parecido una crucifixión.
Vannes (Gwened),
centro-ciudad.
En el puerto me
encuentro con una pareja de vizcaínos que, menos mal, me hablan en
castellano. ¡Qué alivio! Han estado en La Rochelle y, ahora,
recalan aquí, en Vannes. En las inmediaciones del puerto, un grupo
de mayores se divierte con el deporte nacional de la petanca.
Un
deporte que va ampliando fronteras y también tiene gran cantidad de
adeptos en nuestra península. Recuerdo clubs de petanca en levante y
en Mallorca, donde organizan torneos y destacan los especialistas.
Aquí, en Vannes, no me entretengo en ver cómo va la partida, ni si
estos jugadores tienen la puntaría necesaria como para decir: “donde
pongo el ojo, pongo la bola”. Este juego de equipo tiene su
intríngulis.
Unas veces hay que acercarse lo máximo a la bolita
señera y otra impedir que el contrario gane y, entonces, tratar de
desplazar la suya más cercana al objetivo. Voy por paseo con canal
y barcos en dirección a la catedral. Muchos veleros están amarrados
al pantalán. El paseo por la ciudad es cómodo y todavía va
llaneando. Es así como me voy acercando a una de las puertas de
entrada a la ciudad, por la que penetro en Vannes.
No sé si en este
caso se podría decir intramuros, pero sí percibo la sensación de
entrar en una ciudadela fortificada. Subiendo por una calle, llego a
un espacio que me permite fotografiar casas típicas bretonas. Sus
fachadas no son iguales que las de los arrantzales, los pescadores
vascos, pero tienen muchos elementos similares, como la viguería de
madera a la vista, el encalado en blanco de material de obra, pero la
fachada plana, el dibujo que hacen las vigas y la falta de balcones,
las diferencian de manera muy ostensible.

En la segunda me como un buen trozo de la base.
Entro y saco foto de la nave central, que es de gran anchura. Es
austera dentro de lo que permite decir una catedral gótica que está
a caballo entre la variante florida y la flamígera. La foto la saco
hacia el altar mayor, donde la piedra de sillería tiene formas más
rebuscadas, y está más marcada la conexión de sus bloques. Tras la
visita y con poco tiempo que perder, salgo de nuevo. En una plaza a
la que confluyen varias calles, vuelvo a fotografiar otro grupo de
casas típicas del lugar y, por lo tanto de estilo bretón, aunque
nada tengan que ver con las de tejado de paja y otras de pizarra que
vengo fotografiando por los caminos. Ahora toca buscar salida hacia
Sainte Anne d’Auray (que suena Santandogué), que como me han dicho
en la Oficina de Turismo, donde me han puesto sello en el diario,
merece la pena visitar.
Me han dado un plano que me servirá para
llegar allí mañana y que tiraré al finalizar la etapa. Sólo
conservaré el trocito de mapa que va de Plescop a Sainte Anne
d’Auray. Como estoy muy al Norte, y debo soslayar la rivière
d’Auray, me vendrá bien como referente si no quiero tener más
problemas con tantos ríos y entrantes de mar que hay por la zona. He
sacado la penúltima foto del día y busco salida de Vannes hacia el
Norte. Pero el arranque va a resultar bastante complicado.
Complicada salida
hacia Saint Avé.
Un padre con hijos me
orienta hacia el lado inverso al que iba yo. El nuevo camino pasa por
debajo del ayuntamiento. Pregunto a una parejita y me indican hacia
un edificio que no es la “mairie”, según ellos, aunque lo parezca. A lo mejor lo fuera en algún tiempo. Ahora, el nuevo ayuntamiento, es un
edificio acristalado en cristal oscuro. Cuando me lo dicen, paso la
información a la parejita para que lo sepan y por si quieren
orientar mejor la próxima vez que les pregunten.
El edificio no me gusta y ni siquiera me molesto en sacar foto. Paso por debajo del ayuntamiento, por una zona que está en obras y salgo con intención de pasar por debajo de la autopista. Pero resulta que es el soporte que contiene las vías del tren. Doscientos metros más adelante, paso por debajo de la autopista y ahora basta con seguir dirección Oeste. Pero eso es lo que me creo yo pues, un poco más adelante, la dirección Auray vuelve hacia debajo de la autopista, lo que me reafirma en que la carretera por la que debo ir es la otra. Como es muy ancha, opto por una versión lateral paralela.
Dejo a la derecha un gran centro médico en blanco pero, en el lado izquierdo, siendo también blanco con zonas grises, ofrece un conjunto colorista entre los vanos de las ventanas. El primero no lo fotografío pero éste sí y se llevará la última foto de la jornada. Kathy y Alain no lo conocen, según me dirán luego. Sigo por una urbanización que no me da opción a otra salida que a un camino que, con la lluvia que cayó ayer, está embarrado pero que, a pesar de todo, ofrece muy buen aspecto. Luego se va volviendo sendero y tiene tanta agua que decido retroceder a tiempo. Creo que es la primera vez que, en seis años de caminante, retrocedo con tanta convicción. Deshago el camino y vuelvo a una carretera en la que sólo me ofrece dos opciones: Saint Avé y Meucon. Será cuestión de seguirla y abandonar la de Meucon cuando aparezca la desviación a Plescop.
El edificio no me gusta y ni siquiera me molesto en sacar foto. Paso por debajo del ayuntamiento, por una zona que está en obras y salgo con intención de pasar por debajo de la autopista. Pero resulta que es el soporte que contiene las vías del tren. Doscientos metros más adelante, paso por debajo de la autopista y ahora basta con seguir dirección Oeste. Pero eso es lo que me creo yo pues, un poco más adelante, la dirección Auray vuelve hacia debajo de la autopista, lo que me reafirma en que la carretera por la que debo ir es la otra. Como es muy ancha, opto por una versión lateral paralela.
Dejo a la derecha un gran centro médico en blanco pero, en el lado izquierdo, siendo también blanco con zonas grises, ofrece un conjunto colorista entre los vanos de las ventanas. El primero no lo fotografío pero éste sí y se llevará la última foto de la jornada. Kathy y Alain no lo conocen, según me dirán luego. Sigo por una urbanización que no me da opción a otra salida que a un camino que, con la lluvia que cayó ayer, está embarrado pero que, a pesar de todo, ofrece muy buen aspecto. Luego se va volviendo sendero y tiene tanta agua que decido retroceder a tiempo. Creo que es la primera vez que, en seis años de caminante, retrocedo con tanta convicción. Deshago el camino y vuelvo a una carretera en la que sólo me ofrece dos opciones: Saint Avé y Meucon. Será cuestión de seguirla y abandonar la de Meucon cuando aparezca la desviación a Plescop.
Kathy y Alain.
Avanzando hacia Saint
Avé, me percato de que estoy metiéndome en autovía con cierres
laterales que, luego, me impedirían salir de ella. Así que paso al
otro lado y me encuentro con matrimonio de segundas nupcias. Van en
bici y tratan de ayudarme. Alain opina que es mejor coger camino
hacia el Este, que después me llevará a Plescop. Yo prefiero hacer
caso a Kathy que opina que debo seguir hacia el lado contrario y que
cuadra más con lo que interpreto de mis mapas. Como entre ellos no
se ponen de acuerdo, les dejo con la palabra en la boca y voy por
carretera lateral que acaba pasando por encima de la otra. Ellos me
dejan seguir hacia arriba. Tras ver que no puedo seguir, pues me
vuelvo a dar cuenta que iría otra vez a la autopista, cuando voy a
coger otra carretera lateral, vuelven a aparecer los dos ciclistas.
Me dicen: “ya sabemos cómo llegar a Plescop”. Yo estoy en la
cuesta y ellos se bajan de la veló para ir acompañando a pie al
caminante. Luego pasamos a carretera estrecha, a camino y, de nuevo,
a otra carretera. A ratos, Alain hace algún recorrido montado en su
bici. Va mejor montado que andando. Casi una hora después de ir
caminando en compañía, ellos con sus dos bicicletas en la mano,
llegamos a Plescop. Llego con la sensación de que, si tuviera que
volver a recorrer el camino, no sabría cómo hacerlo. Es lo que tiene
el dejarte conducir, caminar con la confianza de que otro te va a llevar a
buen puerto. Durante todo el rato Kathy viene hablando conmigo. Él
tiene un hijo de 30 años, que ya les ha dado la primera nieta, y
otro también de su primer matrimonio. Ellos dos tienen un hijo
pequeño que ahora está, junto con el mediano, con los abuelos. Así que,
tanto los niños, sin los padres, como los padres, sin los hijos,
todos en la familia, están de vacaciones.
Plescop. La
Chaumière.
Este pueblo de interior
va a ser mi fin de etapa. No tengo ni idea de dónde voy a dormir.
Les invito a una cerveza en L’Escale. No tienen nada para picar.
Tres “pression” 5,60 €. (1,86 periódica pura, no es divisible
entre 3). Ellos dicen que me pueden ayudar a cobijarme en casa de una
amiga, pero yo me siento con ganas de más libertad. Habría sido
distinto si ellos me hubieran ofrecido algo suyo. Les agradezco su
ayuda para llegar hasta aquí. Estaba siendo complicado para
conseguir salir yo solo de Vannes. Según mi mapa y, aunque no he
visto ningún avión, debe haber cerca una pista de aterrizaje.
Cuando Alain y Kathy ya se han ido, me dedico a dar una vuelta por el
pueblo que, en bretón, es Ploescob. Mi intención es buscar acomodo
para dormir y un lugar para cenar. Un matrimonio me dice que la única
opción que tengo es una crepería. Entro en La Chaumière, que se
podría traducir como La Choza. Ceno ensalada con jamón frito y
bacón, un crepe de huevo y champiñones, dos bolas de helado y ¼
litro de tinto. Pago con Visa 13,60 €. La señora me da un plano
mejor detallado para poder llegar mañana hasta Sainte Anne d’Auray.
Me dice también de dónde parte la carretera que, sin ninguna
complicación me llevará directo al lugar de peregrinación, pasando
por Mériadec. Basta con seguir la carretera D-135. Después de
cenar, confirmaré el lugar por el que saldré mañana.
Hoy toca cama de
hierba en el bosque.
Observo bien
la terraza que, aunque próxima a la población, también podría ser
mi cobijo nocturno. Luego encuentro otro que me parece mejor, en un
bosquecillo casi urbano, alejado de la carretera y con hierba
recortada del tipo de las de los campos de golf. No dispone de más
cubierta que la que propicia el arbolado, pero como el día está
despejado, me arriesgo a que por la noche cambien las tornas y
llueva. No va a ocurrir. Cuando estoy llegando, un gran ave, que no
veo, pero que tiene que ser grande por el revuelo y el ruido que
produce al escapar, me deja todo el espacio para mí. Primero me
dedico a quitar las estrechas piñas del suelo. Una debajo, supone lo
mismo que dormir sobre una piedra. Aparto todas las que veo. Tumbo la
mochila y pongo la almohada a su lado. Los cinchos pasan por debajo y
los tapo con la esterilla. Hago la cama sobre hojas de avellano,
cuyas varas me separan y esconden del sendero próximo. Dos o tres
metros más alejado de mí. A primera hora del anochecer, va a pasear
un hombre a su perro y luego otro al suyo y, ni los amos, ni los
perros, me verán. Serían perros con poco olfato, o sea, malos
cazadores. Todo está controlado. Mi cabeza roza la mochila grande,
donde está metida la pequeña. Si alguien se la quiere llevar
mientras duermo, lo notaré por el movimiento de los cinchos bajo mi
cuerpo. Yo mismo me sorprendo preguntándome: “¿Lo notaré?”. Se
me olvida darme masaje de Aloe-Vera y me acuesto rápido. Aunque hoy
no he caminado mucho, estoy bastante cansado. Durante la noche, me
levanto dos veces a orinar. En la primera, observo el cielo muy
estrellado. Este pueblo repele poca contaminación lumínica. La
segunda vez, el cielo está cubierto, pero no llueve. ¡Menos mal!
Duermo bien y más mullido que lo acostumbrado en otras noches “à
la belle etoile”. Mi cuerpo está mejor que la semana anterior. Ya
ha empezado el lunes. Amaneciendo, veo la luna en cuarto menguante.
Balance de otro día
sin baño.
Los caminos han sido
confusos, tanto al comenzar el día y llegar a Saint Armel, como
entre Vannes y Plescop que, gracias a la ayuda de Kathy y Alain, he
podido resolver favorablemente. Hubiera sido mejor no haber hecho el
crucero por el golfo. No me habría perdido nada no viendo las islas,
ni con monjes, ni con osos. He comido bien en el puerto,
complementado y divertido con la observación de los camareros
juguetones. Lo mejor de la cena ha sido la relación calidad-precio.
Vannes, con sus casas típicas, su puerto y su catedral, me ha
gustado. Un día más de transición. Me alegro de haber elegido el
bosquecillo para dormir.
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