lunes, 18 de mayo de 2015

Etapa 31 (322) Le Tour du Parc-Plescop


Etapa 31 (322). 08 de julio de 2012, domingo.
Le Tour du Parc-Saint Armel-(barco)-Séné-Vannes-(barco)-Vannes-Plescop.


Amanecer en Le Tour du Parc.
Durante la noche, me levanto a orinar dos veces. Enciendo la luz de la mesilla y avanzo por el garaje hacia el retrete, a oscuras, con la luz que emana de esa lamparita. La primera vez he pulsado el interruptor de la entrada y se me han encendido tres fluorescentes del garaje, por lo que cuando lo hago por segunda vez me apaño con la luz de la mesilla. Cuando me levanto, hago de vientre y lo repetiré en Vannes en el restaurante. Me levanto a las seis y, tras tomar la pastilla y hacer la reposición en el pastillero para toda la semana, estoy en marcha a las seis y media. No llueve, pero hace fresco, así que voy con la camiseta de manga larga. Paso bien por el hueco que Pierre me ha dejado abierto del portón y me vuelvo para sacar una foto entrañable de hogar tan acogedor.

Sin pretenderlo, en la foto aparece el número de la casa que, al fallarme el e-mail, me va a servir para poder recuperar el contacto con esta familia. Va a ser cuestión de inventar, de echarle imaginación. Tras la foto, un hombre asoma por la puerta de su casa y le saludo, por si es alguno de los comensales de ayer noche o para que no piense que soy un intruso que acabo de robar a los Rivet. Luego saludo a otro, que me confirma que voy en buena dirección para ir a Saint Armel.
 
Cuando llego al núcleo central del pueblo, fotografío la iglesia, mientras Carrefour me ofrece precios de combustible. Menos mal que yo no lo necesito. ¡Qué precios! No me extraña que los árabes con pozos petrolíferos puedan construir ciudades con los más altos rascacielos del mundo.


Un camino muy liante.
Ya estoy saliendo de Le Tour du Parc y cojo por un camino que me va liando en los primeros tramos. Unas veces me manda hacia Sarzeau y otras hacia Surzur y me acaba haciendo la picha un lío. Hago tantas eses que acaban por dejarme mareado. Cuando llevo el sol en el Este, creo que voy mejor que cuando no lo tengo. Vannes está en el Norte, así que creo que esa es la mejor dirección. Es la misma que Saint Armel. Por fin, parece que el camino se estabiliza. 

Alterno carreteras anchas y estrechas, caminos y senderos. Algunas veces las señales de la pista cyclable me dejan “in albis”. Algún ciclista me reorienta. Un hombre recoge plantas para dar de comer a sus conejos.

Saint Armel. Le Passage.
Llevo ya dos horas andando desde que he salido de la casa de mis amigos y, por suerte, al llegar a Saint Armel veo bien indicado el lugar del pasaje a Séné. Saco foto con la iglesia a lo lejos y el cartel indicador de dirección. 
 
El día nuboso, está a estas horas todavía poco claro. Saco foto del camino que me lleva bien hasta el embarcadero. No leo nada respecto al horario, hay un número de teléfono, al que no pienso llamar, y dice algo de “agitar”, que no sé si se refiere a la mano o a una campana que no veo. 

Una mujer me hace una aclaración que no me aclara nada, ya que no sé si hay barco cada 10 minutos o que lo hay a las “y diez”, esto es: 9:10, 10:10, 11:10… Un hombre duda de que hoy, domingo, haya pasaje. Otro dice que, por ser domingo, el primero será a las diez. Llega una chica con perro, que se encarga del alquiler de kayak. Llegan dos ciclistas maduros que se asombran con mi viaje. Fotografío una isla con una construcción central con arbustos y otra que queda oculta por la arboleda. ¿Quién las defenderá del ataque de los piratas del Norte? 
 
Finalmente aparece quien nos va a pasar al otro lado. Prepara su pequeña embarcación, un chinchorro rojizo, carga el motor, lo coloca, coge el remo y baja la rampa en busca de le Petit passeur, que está amarrado en la bahía. Fotografío al que va a pilotar el navío, que le espera junto a otros barcos. No estoy en de Pen a Pen como ayer, pero lo parece. El de ayer me esperó, pero al de hoy le tengo que esperar. ¡Qué remedio! 

Enseguida lo pone en marcha, nos viene a buscar y en dos minutos ya estoy al otro lado, en Séné. He pagado 1,50 €, igual que ayer, aunque hoy ha sido menos trecho y más tranquilo. Se ve que tienen una tarifa estándar para todos los lugares similares. Al final, la hora del primer pasaje ha sido las 9:30 horas. Todas las dudas del horario y del número 10 ya se han disipado.

De Séné a Vannes.
Ya al otro lado, en un embarcadero rudimentario, veo cómo un hombre sale del agua y va con intención de vestirse hacia su coche. Me dice por dónde debo continuar. Saco foto de despedida de esta bahía, que es como un entrante de mar del Golfo de Morbihan, y digo adiós a Saint Armel, que ya ha quedado al otro lado. Con el de ayer, éste es el segundo obstáculo superado. El siguiente, la rivière d’Auray la superaré con viaje de mañana por interior: Plescop-Sainte Anne d’Auray-Auray-Saint Philibert-Carnac. La siguiente, después de Quiberon, La Ria d’Étel, la circunvalaré en compañía hasta llegar a un puente y, a Lorient, llegaré también por interior, sin pasar Port-Louis. Lo más complicado va a ser el paso de L’Aven y su ramal sudeste, pero eso ya es asunto que queda para contarlo cuando llegue a Finisterre. Fue fantástico.
 
Cuando estoy en marcha hacia el núcleo de población de Séné, Sine en bretón, una mujer me dice que, siguiendo centre-ville, tengo diez kilómetros para llegar a Vannes. Se me van a hacer largos estos diez kilómetros. Al puerto de Vannes van a ser menos, pues estaré allí en poco más de hora y media. Cuando paso por Kerfontaine que, sin ser ni saber yo bretón, podría traducirlo por la casa de la fuente, y que es un barrio de Séné, suenan las campanadas de las 10:15 horas. La carretera ya se orienta, sin más obstáculos, hacia Vannes. Pronto va a indicar dos destinos posibles: uno es Vannes Port y el otro Centre-Ville. Tengo claro que, si quiero dar un paseo por el golfo de Morbihan, como me recomendó mi amigo Jokin, la única opción que me interesa es el puerto. Primero lo que quiero al llegar es ver las opciones de viaje que me ofrecen y los precios, para determinarme por una u otra. Ya sé que puedo hacer un crucero del golfo sin paradas o con parada en una de las islas. Ya más cerca de la capital, las dudas que se me presentan son Port de Plaisance, Embarque, o Port Commercial. Un chico me ayuda y me dice que, para hacer un crucero por el golfo, debo ir a los indicadores Port Commercial y Embarque. El joven que me lo dice, ha parado su entrenamiento y después continúa corriendo. 

Llego a un lugar donde ya empiezo a ver barcos amarrados a puerto, pero una barrera en la carretera impide a peatones y conductores seguir adelante, hasta que no acabe de pasar el último velero de la fila que intenta entrar al golfo de Morbihan. No tengo ni idea de dónde vienen. En la foto que saco, un velero acaba de pasar y otro está pasando. Ya estoy tranquilo con la información recibida y no queda otra que esperar a que pasen los veleros y suban la barrera. En este caso no es puente levadizo, sino que desarrolla un desplazamiento lateral. Ahora, queda esperar que se una de nuevo perfectamente. Hay cagaprisas que se abalanzan, corriendo o en bici, antes de que se levante la barrera. Uno, al llegar, hasta intenta, sin bajarse de su bici y agachado, pasar por debajo de ella. Y es una barrera más bien bajita, como habéis podido ver en la foto. El ciclista, en el lugar de desplazamiento de las dos barras, lo consigue.

Puerto de Embarque.
Espero a que se levanten bien las dos barreras, puesto que son las doce y ya no tendré barco hasta las dos de la tarde, según una hoja que recorté creo que en el hotel de Camoël. Ya en el puerto, veo cómo un barco de crucero está a punto de partir. Me acerco al que ha hecho el control de los últimos pasajeros y me dice que tengo dos opciones. La más cercana es la Compagnie du Golfe, de la que sólo dispone de precios de 2011. La otra es más barata, hasta el día de hoy incluido. No le digo que ya lo sabía. Pero el de este horario es más caro y no consigo que me dé las razones del sobreprecio. El chico que me atiende en la taquilla me dice que no hay descuentos para jubilados, pero que me puede hacer un descuento del 10 %. Decido hacer crucero sin parada en ninguna isla, así que lo que me iba a costar 23 € se queda en 20,70 que, según veo en mi papel es el precio por segunda persona. Así que el que va a viajar no voy a ser yo, sino mi otro yo. (Después de haber hecho el recorrido, no me habría importado que hubiera sido otro el que lo hiciera. Me ha supuesto un parón en mi marcha. Como si en vez de estar activo y comiéndome el mundo, estuviera sólo en estado contemplativo. Ha sido un error haber dado este paseo en barco). Pago con Visa los 20,70 €. Me da mapa del golfo y le pido orientación para comer. El vendedor me recomienda el Edgar, que está próximo.

Brasserie Edgar. Camareros divertidos.
Llego en el momento en que la camarera atiende a las dos mesas que acaban de ser ocupadas. Me siento. El menú de 17 € ofrece entreplato, plato y copa de vino. No encaja con los precios excesivos que aparecen en la carta. La camarera me dice que así está diseñado el menú. Cuando me dice lo que hay de menú, comprendo que no tiene nada que ver la carta con el menú, pues plato y entreplato no son los de la carta, sino otros. Me he quedado fuera escribiendo un rato y luego entro a comer. Me lo paso “bomba” con los camareros. El que ahora me toca en suerte me explica lo del menú, y yo no pido copa para ver si me baja el precio. Me da pena porque la carta ofrecía caracoles. Por la cara que pone, se ve que a él no le gustan nada. No encuentro conejo en ningún menú. Hubiera sido el día ideal para comer “lapin” y “escargots”. Alguno salió con la lluvia matutina de ayer, con sus cuernos al sol, y algún gazapo ya he ido viendo saltando por mis caminos. Pero olvidemos las exquisiteces que me aturden mente y cuerpo y vayamos a lo que como. Pido ensalada. He estado tentado de pedir Sopa según el humor del chef. Habría sido otra opción interesante para saber con qué pie se ha levantado el cocinero hoy. Veo a mi camarero cortar pan para otra mesa y luego se le ha manchado de harina el trasero del pantalón. La harina destaca blanca sobre su pandero negro. Se lo digo y no le da importancia, se limita a pasarse la mano superficialmente y no va a estar preocupado por ello. Luego veo al primer camarero que me ha atendido, el más delgadito, y lleva también harina en el culo, como si le hubiera dado una palmadita el gordito después de cortar el pan. Pero ahora ya no me atrevo a comentárselo. La carne la he pedido “bleu” y está genial pero las échalotes están demasiado blandas y empapadas en la salsa de vino. Y el cuchillo no es el adecuado para cortar carne. Se precisa cuchillo chuletero. Pido la cuenta y me la traen: 17 €, que pago con Visa. Como veo que no han descontado el vino, le digo que estaba incluida una copa. Él está de acuerdo y me la trae. Pido tinto y, aunque me habría gustado más beberla con la carne, tampoco le hago ascos ahora, como colofón de la comida. Me la voy bebiendo mientras escribo el diario y hago tiempo para la salida del crucero por el golfo, que no es lo mismo que un crucero golfo. Dejo de escribir a las 14:05 y me acerco al embarcadero para la salida de las 14:15 horas. Va a ser el Sterne y yo soy el pasajero al que podrán echar AL BALDE, según ha escrito mi apellido el oficinista.

 
Crucero por el Golfe du Morbihan.
Cuando subo al barco, los de la tripulación preguntan algo sobre mis mochilas y así les informo que vengo andando desde la frontera española. Luego, una chica y un guaperas serán los encargados de ayudar a bajar a los que se van quedando en las islas; primero en la isla de los Moines (frailes) y después en la isla de Arz. La primera parte del paseo la hago en proa. 
 

Voy con un grupo y los más cercanos a mí, una pareja, me preguntan por el viaje. Yo saco unas pocas fotos, pero él saca infinidad, al igual que hacen otros compañeros suyos. Me parece una exageración ese afán de pretender aprehender algo que es bello en su dinámica vital y que, en imagen, no deja de ser naturaleza muerta. 
 
Casi desde el inicio, me empieza a aburrir el paseo en barco, se me va haciendo eterno, interminable y pienso que no tengo escapatoria hasta las cinco, hora en que está previsto volver a puerto. Bostezo. No tiene ya remedio y reconozco haber cometido un error. Lo que demuestra que mi viaje es dinámico, participativo, y aquí desempeño el papel de un contemplador pasivo. 
 
Ya que estoy en ello, trato de ser lo más positivo posible. Menos mal que hace sol y compensa el aire frío que corre en el golfo. Me meto una vez a orinar y consigo pillar el tranquillo para abrir y cerrar la puerta de cubierta. Pasamos la isla de los Monjes. Salimos al espacio entre Locmariaquer y Arzon y podemos ver en la lejanía la bocana de salida del golfo al mar abierto, con un islote central, la isla de Méaban. 

Pasamos cerca de la isla de Arz. No recuerdo en cual de las dos grandes islas paramos, ni si lo hacemos en las dos. Ya de regreso, con marea más baja, la entrada va a ser más lenta que la salida. Me da la impresión de que no llego al mismo puerto. Hasta que no sale la pareja y eso que el guaperas ya me había dicho que entrábamos por el estrecho de Port Anna, ni me entero. Bajo del barco algo aburrido y somnoliento y me dirijo hacia el centro de la ciudad. ¡Ha terminado un crucero sin pena ni gloria! Más que crucero me ha parecido una crucifixión.

Vannes (Gwened), centro-ciudad.
En el puerto me encuentro con una pareja de vizcaínos que, menos mal, me hablan en castellano. ¡Qué alivio! Han estado en La Rochelle y, ahora, recalan aquí, en Vannes. En las inmediaciones del puerto, un grupo de mayores se divierte con el deporte nacional de la petanca. 
 
Un deporte que va ampliando fronteras y también tiene gran cantidad de adeptos en nuestra península. Recuerdo clubs de petanca en levante y en Mallorca, donde organizan torneos y destacan los especialistas. Aquí, en Vannes, no me entretengo en ver cómo va la partida, ni si estos jugadores tienen la puntaría necesaria como para decir: “donde pongo el ojo, pongo la bola”. Este juego de equipo tiene su intríngulis. 
 
Unas veces hay que acercarse lo máximo a la bolita señera y otra impedir que el contrario gane y, entonces, tratar de desplazar la suya más cercana al objetivo. Voy por paseo con canal y barcos en dirección a la catedral. Muchos veleros están amarrados al pantalán. El paseo por la ciudad es cómodo y todavía va llaneando. Es así como me voy acercando a una de las puertas de entrada a la ciudad, por la que penetro en Vannes. 
 
No sé si en este caso se podría decir intramuros, pero sí percibo la sensación de entrar en una ciudadela fortificada. Subiendo por una calle, llego a un espacio que me permite fotografiar casas típicas bretonas. Sus fachadas no son iguales que las de los arrantzales, los pescadores vascos, pero tienen muchos elementos similares, como la viguería de madera a la vista, el encalado en blanco de material de obra, pero la fachada plana, el dibujo que hacen las vigas y la falta de balcones, las diferencian de manera muy ostensible. 
 
Aquí no ponen balcones porque estamos más al Norte, donde la inclemencia del tiempo no lo aconseja. La Belle-iloise, vende productos de conserva de pescados. Paso también por callejuelas más estrechas, desde donde también se puede apreciar el hecho diferencial de las fachadas típicas. Este tipo de fachadas ya las había visto en otra ocasión al visitar Rennes y Nantes, donde volveré a recalar al regreso de este viaje. Pienso de Re (Rennes) a Van (Vannes) no hay tanta diferencia idiomática y no mucha distancia geográfica. Sin embargo, de Pont du Ré, a la Pointe du Van, sí que geográfica la hay, ¿no?, pues la isla está en Charente y el cabo en Finisterre. Con estas disquisiciones llego a la catedral gótica. No hay mucho margen en la plaza para alejarme lo suficiente y saco dos fotos como puedo. 
 
En la segunda me como un buen trozo de la base. Entro y saco foto de la nave central, que es de gran anchura. Es austera dentro de lo que permite decir una catedral gótica que está a caballo entre la variante florida y la flamígera. La foto la saco hacia el altar mayor, donde la piedra de sillería tiene formas más rebuscadas, y está más marcada la conexión de sus bloques. Tras la visita y con poco tiempo que perder, salgo de nuevo. En una plaza a la que confluyen varias calles, vuelvo a fotografiar otro grupo de casas típicas del lugar y, por lo tanto de estilo bretón, aunque nada tengan que ver con las de tejado de paja y otras de pizarra que vengo fotografiando por los caminos. Ahora toca buscar salida hacia Sainte Anne d’Auray (que suena Santandogué), que como me han dicho en la Oficina de Turismo, donde me han puesto sello en el diario, merece la pena visitar. 
 
Me han dado un plano que me servirá para llegar allí mañana y que tiraré al finalizar la etapa. Sólo conservaré el trocito de mapa que va de Plescop a Sainte Anne d’Auray. Como estoy muy al Norte, y debo soslayar la rivière d’Auray, me vendrá bien como referente si no quiero tener más problemas con tantos ríos y entrantes de mar que hay por la zona. He sacado la penúltima foto del día y busco salida de Vannes hacia el Norte. Pero el arranque va a resultar bastante complicado.

Complicada salida hacia Saint Avé.
Un padre con hijos me orienta hacia el lado inverso al que iba yo. El nuevo camino pasa por debajo del ayuntamiento. Pregunto a una parejita y me indican hacia un edificio que no es la “mairie”, según ellos, aunque lo parezca. A lo mejor lo fuera en algún tiempo. Ahora, el nuevo ayuntamiento, es un edificio acristalado en cristal oscuro. Cuando me lo dicen, paso la información a la parejita para que lo sepan y por si quieren orientar mejor la próxima vez que les pregunten.
 

El edificio no me gusta y ni siquiera me molesto en sacar foto. Paso por debajo del ayuntamiento, por una zona que está en obras y salgo con intención de pasar por debajo de la autopista. Pero resulta que es el soporte que contiene las vías del tren. Doscientos metros más adelante, paso por debajo de la autopista y ahora basta con seguir dirección Oeste. Pero eso es lo que me creo yo pues, un poco más adelante, la dirección Auray vuelve hacia debajo de la autopista, lo que me reafirma en que la carretera por la que debo ir es la otra. Como es muy ancha, opto por una versión lateral paralela. 
 
Dejo a la derecha un gran centro médico en blanco pero, en el lado izquierdo, siendo también blanco con zonas grises, ofrece un conjunto colorista entre los vanos de las ventanas. El primero no lo fotografío pero éste sí y se llevará la última foto de la jornada. Kathy y Alain no lo conocen, según me dirán luego. Sigo por una urbanización que no me da opción a otra salida que a un camino que, con la lluvia que cayó ayer, está embarrado pero que, a pesar de todo, ofrece muy buen aspecto. Luego se va volviendo sendero y tiene tanta agua que decido retroceder a tiempo. Creo que es la primera vez que, en seis años de caminante, retrocedo con tanta convicción. Deshago el camino y vuelvo a una carretera en la que sólo me ofrece dos opciones: Saint Avé y Meucon. Será cuestión de seguirla y abandonar la de Meucon cuando aparezca la desviación a Plescop.

Kathy y Alain.
Avanzando hacia Saint Avé, me percato de que estoy metiéndome en autovía con cierres laterales que, luego, me impedirían salir de ella. Así que paso al otro lado y me encuentro con matrimonio de segundas nupcias. Van en bici y tratan de ayudarme. Alain opina que es mejor coger camino hacia el Este, que después me llevará a Plescop. Yo prefiero hacer caso a Kathy que opina que debo seguir hacia el lado contrario y que cuadra más con lo que interpreto de mis mapas. Como entre ellos no se ponen de acuerdo, les dejo con la palabra en la boca y voy por carretera lateral que acaba pasando por encima de la otra. Ellos me dejan seguir hacia arriba. Tras ver que no puedo seguir, pues me vuelvo a dar cuenta que iría otra vez a la autopista, cuando voy a coger otra carretera lateral, vuelven a aparecer los dos ciclistas. Me dicen: “ya sabemos cómo llegar a Plescop”. Yo estoy en la cuesta y ellos se bajan de la veló para ir acompañando a pie al caminante. Luego pasamos a carretera estrecha, a camino y, de nuevo, a otra carretera. A ratos, Alain hace algún recorrido montado en su bici. Va mejor montado que andando. Casi una hora después de ir caminando en compañía, ellos con sus dos bicicletas en la mano, llegamos a Plescop. Llego con la sensación de que, si tuviera que volver a recorrer el camino, no sabría cómo hacerlo. Es lo que tiene el dejarte conducir, caminar con la confianza de que otro te va a llevar a buen puerto. Durante todo el rato Kathy viene hablando conmigo. Él tiene un hijo de 30 años, que ya les ha dado la primera nieta, y otro también de su primer matrimonio. Ellos dos tienen un hijo pequeño que ahora está, junto con el mediano, con los abuelos. Así que, tanto los niños, sin los padres, como los padres, sin los hijos, todos en la familia, están de vacaciones.

Plescop. La Chaumière.
Este pueblo de interior va a ser mi fin de etapa. No tengo ni idea de dónde voy a dormir. Les invito a una cerveza en L’Escale. No tienen nada para picar. Tres “pression” 5,60 €. (1,86 periódica pura, no es divisible entre 3). Ellos dicen que me pueden ayudar a cobijarme en casa de una amiga, pero yo me siento con ganas de más libertad. Habría sido distinto si ellos me hubieran ofrecido algo suyo. Les agradezco su ayuda para llegar hasta aquí. Estaba siendo complicado para conseguir salir yo solo de Vannes. Según mi mapa y, aunque no he visto ningún avión, debe haber cerca una pista de aterrizaje. Cuando Alain y Kathy ya se han ido, me dedico a dar una vuelta por el pueblo que, en bretón, es Ploescob. Mi intención es buscar acomodo para dormir y un lugar para cenar. Un matrimonio me dice que la única opción que tengo es una crepería. Entro en La Chaumière, que se podría traducir como La Choza. Ceno ensalada con jamón frito y bacón, un crepe de huevo y champiñones, dos bolas de helado y ¼ litro de tinto. Pago con Visa 13,60 €. La señora me da un plano mejor detallado para poder llegar mañana hasta Sainte Anne d’Auray. Me dice también de dónde parte la carretera que, sin ninguna complicación me llevará directo al lugar de peregrinación, pasando por Mériadec. Basta con seguir la carretera D-135. Después de cenar, confirmaré el lugar por el que saldré mañana.

Hoy toca cama de hierba en el bosque.
Observo bien la terraza que, aunque próxima a la población, también podría ser mi cobijo nocturno. Luego encuentro otro que me parece mejor, en un bosquecillo casi urbano, alejado de la carretera y con hierba recortada del tipo de las de los campos de golf. No dispone de más cubierta que la que propicia el arbolado, pero como el día está despejado, me arriesgo a que por la noche cambien las tornas y llueva. No va a ocurrir. Cuando estoy llegando, un gran ave, que no veo, pero que tiene que ser grande por el revuelo y el ruido que produce al escapar, me deja todo el espacio para mí. Primero me dedico a quitar las estrechas piñas del suelo. Una debajo, supone lo mismo que dormir sobre una piedra. Aparto todas las que veo. Tumbo la mochila y pongo la almohada a su lado. Los cinchos pasan por debajo y los tapo con la esterilla. Hago la cama sobre hojas de avellano, cuyas varas me separan y esconden del sendero próximo. Dos o tres metros más alejado de mí. A primera hora del anochecer, va a pasear un hombre a su perro y luego otro al suyo y, ni los amos, ni los perros, me verán. Serían perros con poco olfato, o sea, malos cazadores. Todo está controlado. Mi cabeza roza la mochila grande, donde está metida la pequeña. Si alguien se la quiere llevar mientras duermo, lo notaré por el movimiento de los cinchos bajo mi cuerpo. Yo mismo me sorprendo preguntándome: “¿Lo notaré?”. Se me olvida darme masaje de Aloe-Vera y me acuesto rápido. Aunque hoy no he caminado mucho, estoy bastante cansado. Durante la noche, me levanto dos veces a orinar. En la primera, observo el cielo muy estrellado. Este pueblo repele poca contaminación lumínica. La segunda vez, el cielo está cubierto, pero no llueve. ¡Menos mal! Duermo bien y más mullido que lo acostumbrado en otras noches “à la belle etoile”. Mi cuerpo está mejor que la semana anterior. Ya ha empezado el lunes. Amaneciendo, veo la luna en cuarto menguante.

Balance de otro día sin baño.
Los caminos han sido confusos, tanto al comenzar el día y llegar a Saint Armel, como entre Vannes y Plescop que, gracias a la ayuda de Kathy y Alain, he podido resolver favorablemente. Hubiera sido mejor no haber hecho el crucero por el golfo. No me habría perdido nada no viendo las islas, ni con monjes, ni con osos. He comido bien en el puerto, complementado y divertido con la observación de los camareros juguetones. Lo mejor de la cena ha sido la relación calidad-precio. Vannes, con sus casas típicas, su puerto y su catedral, me ha gustado. Un día más de transición. Me alegro de haber elegido el bosquecillo para dormir.

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