Etrapa 15 (306). 22 de
junio de 2012, viernes.
Le
Viaduc-Marennes-Hiers-Brouage-Moèze-Soubise-Rochefort sur Mer.
Día lejano al mar, una
vez abandonado el viaducto, con enormes sembrados de trigo, maíz y
colza. Hoy dormiré en el primer “auberge de jeneusse” (albergue
juvenil).
Despertar en la isla
de Oléron.
He dormido a ratos. El
sueño me ha llegado por el cansancio. Ayer y anteayer fueron
jornadas de mucho caminar. También debido al suelo duro que, a
medida que pasan los días y empiezo a adelgazar, lo soporto peor.
Los huesos de las caderas se me incrustan y la esterilla resulta
insuficiente.
Me despierto a las 5:30 horas, pero aguanto hasta las 5:50. Me levanto a orinar en la hierba y veo que hay dos furgonetas aparcadas a las que no he oído llegar. Lo que confirma que, con algún sueño profundo, he conseguido estar aislado del mundo durante la noche. Una de ellas está donde he visto aparcar a los del perro, pero la otra está enfrente del bar, donde estoy yo. A juzgar por el bulto que se ve desde la ventanilla, el conductor duerme en el asiento delantero. No se ve a nadie en movimiento. Para las seis ya tengo todo recogido y estoy en marcha. Digo adiós a la Grilladine des Mers, que ayer me ofreció cerveza y esta noche cama de hotel de muchas estrellas.
Me despierto a las 5:30 horas, pero aguanto hasta las 5:50. Me levanto a orinar en la hierba y veo que hay dos furgonetas aparcadas a las que no he oído llegar. Lo que confirma que, con algún sueño profundo, he conseguido estar aislado del mundo durante la noche. Una de ellas está donde he visto aparcar a los del perro, pero la otra está enfrente del bar, donde estoy yo. A juzgar por el bulto que se ve desde la ventanilla, el conductor duerme en el asiento delantero. No se ve a nadie en movimiento. Para las seis ya tengo todo recogido y estoy en marcha. Digo adiós a la Grilladine des Mers, que ayer me ofreció cerveza y esta noche cama de hotel de muchas estrellas.
Regreso de la isla.
2º paso por el Viaduc.
Empiezo a pasar el
viaducto y me entretengo en contar los coches que van pasando en
dirección a la isla. Según voy contando, me digo que, el resultado
final, me dará la clave de los días que tardaré en llegar a
Bélgica. Como si este juego que está tan supeditado al azar pudiera
ser un buen predictor. Casi sería mejor consultarlo con los dioses,
pero Delfos me queda todavía algo lejos en este viaje por las costas
europeas. ¡Ya llegará! Como pasan 61 vehículos, de 4 o más
ruedas, y dos motos, la referencia son 63 días. Al final, el viaje va a ser de
66 días, pero ni siquiera completaré la costa de Bretaña.
A Bélgica llegaré el próximo verano. El viento me va empujando de atrás y algo lateral. Al pasar, los camiones me desestabilizan, pero resisto. Sólo saco una foto al visualizar Fort Louvois. La foto está sacada sin zoom y ofrece el fuerte en una visión, más panorámica que la de ayer, con Île Madame e Île d’Aix al fondo, ambas imposible de localizar. Aún tardaré más de tres días en llegar y recorrer Île de Ré. Hoy, aunque voy por el lado de las telarañas, no me zampo ninguna y eso que voy sin desayunar. Se ve que el viento a rolado en otra dirección. Sin trasiegos de un lado al otro, tardo 30 minutos, algo menos que ayer.
A Bélgica llegaré el próximo verano. El viento me va empujando de atrás y algo lateral. Al pasar, los camiones me desestabilizan, pero resisto. Sólo saco una foto al visualizar Fort Louvois. La foto está sacada sin zoom y ofrece el fuerte en una visión, más panorámica que la de ayer, con Île Madame e Île d’Aix al fondo, ambas imposible de localizar. Aún tardaré más de tres días en llegar y recorrer Île de Ré. Hoy, aunque voy por el lado de las telarañas, no me zampo ninguna y eso que voy sin desayunar. Se ve que el viento a rolado en otra dirección. Sin trasiegos de un lado al otro, tardo 30 minutos, algo menos que ayer.
Marennes. La ville
de les huîtres. Buffalo Grill y Pompas.
Al llegar al final del
puente empiezo a ver señales invitadoras hacia Bourcefranc y Fort
Louvier, pero compruebo que ninguna de las dos me conviene, y que es
mejor que me acerque a desayunar a Marennes y luego trate de seguir,
casi en línea recta, hasta Rochefort-sur-Mer, donde se me ofrece un
albergue de la lista de hostelling. Así que me guío por la
dirección Marennes. Pasé anteayer, pero sólo vi la playa. Tal como
tengo programada la jornada, creo que tampoco veré hoy el Museo de
las Ostras. En una zona sin problemas, casi me embiste un camión. Se
mete en la zona de rayas blancas por donde yo voy. No sé si ha sido
debido a una fuerte ráfaga de viento, o porque el conductor va algo
dormido. Un susto sin consecuencias. La carretera ofrece trozos con y
sin arcén. Cuando no lo hay, debo meterme en la hierba si veo que vienen
coches de frente. Un ejercicio que lo llevo ya muy bien ensayado.
Entrando por la última rotonda, veo indicador de pista cyclable y un hombre me dice cual es la que debo coger para llegar a Marennes. Veo de lejos un edificio que me hace pensar que en lugar de estar en el Oeste francés, estoy en el americano: Búffalo Grill se me ofrece en un gran caserón aislado, pero a estas horas de la mañana aún no ha despertado el personal. Mi sistema gástrico deberá esperar para segregar sus jugos. Paso junto a Pompas Fúnebres Generales, que no me parece sitio adecuado para mi desayuno de hoy. Allí se ofrece a los muertos pagar en tres veces (“3 fois”). No sé si se trata de una muerte a plazos en lugar de repentina o de que, tras el primer pago en esta vida, los otros dos los paguen ya estando disfrutando del Paraíso. ¿Será oferta sólo para creyentes?
Sigo adelante y llego a otra torre, ésta rebozada de hiedra. La fotografío. Veo otra parecida a la que vi ayer a la salida de Dolus y ya no quiero más torres en mi álbum.
Entrando por la última rotonda, veo indicador de pista cyclable y un hombre me dice cual es la que debo coger para llegar a Marennes. Veo de lejos un edificio que me hace pensar que en lugar de estar en el Oeste francés, estoy en el americano: Búffalo Grill se me ofrece en un gran caserón aislado, pero a estas horas de la mañana aún no ha despertado el personal. Mi sistema gástrico deberá esperar para segregar sus jugos. Paso junto a Pompas Fúnebres Generales, que no me parece sitio adecuado para mi desayuno de hoy. Allí se ofrece a los muertos pagar en tres veces (“3 fois”). No sé si se trata de una muerte a plazos en lugar de repentina o de que, tras el primer pago en esta vida, los otros dos los paguen ya estando disfrutando del Paraíso. ¿Será oferta sólo para creyentes?
Sigo adelante y llego a otra torre, ésta rebozada de hiedra. La fotografío. Veo otra parecida a la que vi ayer a la salida de Dolus y ya no quiero más torres en mi álbum.
Desayuno en PMU:
Café de París.
Un hombre me dice que
está abierto un PMU y que vaya allí a desayunar. Cuando llegue, la
camarera me explicará que son apuestas a carreras de caballos. Me va
a ser de mucha utilidad conocer estos establecimientos de apuestas y
venta de tabaco, porque así voy aprendiendo que en este lugar, así
como cuando vea lotto y tabac, normalmente ofrecen sólo café y
bebidas, y si quieres bollería debes ir a la panadería o la
pastelería, que no suele estar muy alejada. Pero no conviene comprar
antes en la pastelería pues puede ocurrir, como va a ocurrir hoy,
que en el PMU ya tienen croissant y hace feo traerlo de la
competencia.
Antes de llegar al PMU, veo cómo un padre lleva a su hijo menor a la escuela. Foto de la escuela antes de las siete y media de la mañana. Allí se despiden. El padre va a trabajar; ¡dichoso él que tiene trabajo! Y el niño a estudiar, para ser un hombre de provecho el día de mañana. También fotografío un edificio de piedra en el que se lee, en la parte superior, el eslogan de la Revolución de 1789: Liberté, Egalité, Fraternité.
Los dos primeros están lejos de cumplirse, según comprobaré a lo lardo de mis días franceses. El miedo y la sociedad de consumo, con el exceso de propaganda que azuza el deseo de poseer, abundando en la falacia de que quien más tiene es más feliz, han llevado a los juristas a crear leyes que avasallan cada día más al ciudadano, el cual va siendo cada vez menos respetado. El excesivo control, resta libertad pero, los que realmente debieran ser controlados por esas leyes, los poderosos, las eluden con la máxima facilidad. Y las leyes pacatas lo permiten. Sobre la fraternidad del pueblo francés no puedo sino decir parabienes. Paseando por las calles, compruebo que la mayoría de las casas son de dos plantas y que casi todas tienen sus contraventanas cerradas. No sé si es por la hora tan temprana, o porque estén deshabitadas. Es así como llego al PMU que, en esta ocasión lleva el nombre de Café de París. Pido el desayuno de tal forma que todos los clientes entienden menos la camarera. Quizá esté aún algo adormilada. Luego me dirá que debo pedir “café crème reversé”, si quiero que me den lo que yo deseo. Normalmente suelo pedir poco café y mucha leche pero, el primer día en Holanda, me sacarán un café corto y un vaso de leche, como si fuéramos dos personas las que íbamos a desayunar. No fue grave, ya que pude hacer la mezcla sin problemas, pero me salió más caro. Además pido un croissant y pago 3,50 €. Tras el desayuno, escribo y, cuando acabo, pregunto qué me conviene para salir del pueblo pues, aunque ya he pasado la rotonda al venir en la que he visto la señal hacia Rochefort, intuyo que me puedo evitar retroceder tanto.
Efectivamente. Uno me dice que debo pasar un largo puente. Insisto sobre el tema con alguien más y me dice lo mismo. Finalmente otro me dice que salga por una carretera lateral, que es más larga, con muchas curvas, pero con menos circulación y con paisaje mucho más bonito. Por ahí saldré cuando vea algo más de la villa ostrera.
Antes de llegar al PMU, veo cómo un padre lleva a su hijo menor a la escuela. Foto de la escuela antes de las siete y media de la mañana. Allí se despiden. El padre va a trabajar; ¡dichoso él que tiene trabajo! Y el niño a estudiar, para ser un hombre de provecho el día de mañana. También fotografío un edificio de piedra en el que se lee, en la parte superior, el eslogan de la Revolución de 1789: Liberté, Egalité, Fraternité.
Los dos primeros están lejos de cumplirse, según comprobaré a lo lardo de mis días franceses. El miedo y la sociedad de consumo, con el exceso de propaganda que azuza el deseo de poseer, abundando en la falacia de que quien más tiene es más feliz, han llevado a los juristas a crear leyes que avasallan cada día más al ciudadano, el cual va siendo cada vez menos respetado. El excesivo control, resta libertad pero, los que realmente debieran ser controlados por esas leyes, los poderosos, las eluden con la máxima facilidad. Y las leyes pacatas lo permiten. Sobre la fraternidad del pueblo francés no puedo sino decir parabienes. Paseando por las calles, compruebo que la mayoría de las casas son de dos plantas y que casi todas tienen sus contraventanas cerradas. No sé si es por la hora tan temprana, o porque estén deshabitadas. Es así como llego al PMU que, en esta ocasión lleva el nombre de Café de París. Pido el desayuno de tal forma que todos los clientes entienden menos la camarera. Quizá esté aún algo adormilada. Luego me dirá que debo pedir “café crème reversé”, si quiero que me den lo que yo deseo. Normalmente suelo pedir poco café y mucha leche pero, el primer día en Holanda, me sacarán un café corto y un vaso de leche, como si fuéramos dos personas las que íbamos a desayunar. No fue grave, ya que pude hacer la mezcla sin problemas, pero me salió más caro. Además pido un croissant y pago 3,50 €. Tras el desayuno, escribo y, cuando acabo, pregunto qué me conviene para salir del pueblo pues, aunque ya he pasado la rotonda al venir en la que he visto la señal hacia Rochefort, intuyo que me puedo evitar retroceder tanto.
Efectivamente. Uno me dice que debo pasar un largo puente. Insisto sobre el tema con alguien más y me dice lo mismo. Finalmente otro me dice que salga por una carretera lateral, que es más larga, con muchas curvas, pero con menos circulación y con paisaje mucho más bonito. Por ahí saldré cuando vea algo más de la villa ostrera.
Pequeño recorrido
por Marennes.
Cago, me lavo las manos
y salgo a ver la iglesia. Será un recorrido que no durará más que
media hora, pero así me hago una idea de la villa. Enseguida llego a
la iglesia. Por sus dimensiones y el lugar en que está enclavada, no
logro fotografiarla al completo. Me falta fondo. Pero, al menos, cabe
todo el puntiagudo campanario.
Me han recomendado subir al “clocher” para tener una visión completa del lugar y alrededores, así que entro dentro de la iglesia, saco foto de la nave central, que aún conserva el púlpito obsoleto y en la que cuelga un barco, como en tantos pueblos marineros. Cuando me acerco a la puerta que da acceso al campanario, está cerrada y en la sacristía no hay nadie para preguntar horario de apertura. Así que salgo de la iglesia sin cumplir lo recomendado.
Salgo al exterior de la plaza y me acerco al mercado. No lo abren todos los días y hoy toca día de estar cerrado. Tampoco ha habido suerte. No veo ningún anuncio sobre el Museo de las Ostras, así que me marcho sin echarlo en falta. Mi amigo Kepa (Pierre) en 2015, en la puerta de la Biblioteca irunesa, me dirá que merece la pena verlo en sus tres dimensiones: el museo propiamente dicho, la zona de cultivos y las instalaciones de depurado.
Ahora, en la distancia, tengo la seguridad de que si hubiera hecho esa visita, no habría podido llegar a dormir a Rochefort. Todo no puede ser y siempre conviene dejar algo sin ver para tener un motivo para volver. Ésa es la teoría pero, la realidad, es que rara vez vuelvo a lugares que me gustaron. ¡Hay tantos lugares nuevos para ver!
Aunque ya me había despedido,
regreso al Café de París y me despido definitivamente.
Entro en un centro de control de los productos obtenidos del mar y me ponen este sellito en el diario. Son las 9 horas y 20 minutos. En el Ayuntamiento me confirman que el recorrido que voy a hacer es largo pero bonito.
Al salir, veo una estatua que, de lejos, me parece que pueda ser Napoleón. No lo es. Pero se trata de un militar local que peleó en las guerras napoleónicas. Muy descaminado no andaba en mi primera apreciación. Una señora de piel oscura me dice un nombre que no entiendo pero confío en que la foto me lo aclarará. Ahora no consigo hacerlo legible. Tendré que cambiar de gafas, graduarme otras nuevas a la medida de la vista que sigo perdiendo. La señora me dice que ella nació en Madagascar, que lleva 35 años viviendo aquí. Le digo que se sentirá más francesa que africana. Asiente y matiza: “Me siento más charentesse”.
He salido a las 9:30 h del Hôtel de Ville y ahora, en la calle, me encuentro con un joven repartidor de propaganda que tartamudea. Veo las hojas que reparte y no logro saber qué es lo que intentan promocionar.
Me han recomendado subir al “clocher” para tener una visión completa del lugar y alrededores, así que entro dentro de la iglesia, saco foto de la nave central, que aún conserva el púlpito obsoleto y en la que cuelga un barco, como en tantos pueblos marineros. Cuando me acerco a la puerta que da acceso al campanario, está cerrada y en la sacristía no hay nadie para preguntar horario de apertura. Así que salgo de la iglesia sin cumplir lo recomendado.
Salgo al exterior de la plaza y me acerco al mercado. No lo abren todos los días y hoy toca día de estar cerrado. Tampoco ha habido suerte. No veo ningún anuncio sobre el Museo de las Ostras, así que me marcho sin echarlo en falta. Mi amigo Kepa (Pierre) en 2015, en la puerta de la Biblioteca irunesa, me dirá que merece la pena verlo en sus tres dimensiones: el museo propiamente dicho, la zona de cultivos y las instalaciones de depurado.
Ahora, en la distancia, tengo la seguridad de que si hubiera hecho esa visita, no habría podido llegar a dormir a Rochefort. Todo no puede ser y siempre conviene dejar algo sin ver para tener un motivo para volver. Ésa es la teoría pero, la realidad, es que rara vez vuelvo a lugares que me gustaron. ¡Hay tantos lugares nuevos para ver!
Entro en un centro de control de los productos obtenidos del mar y me ponen este sellito en el diario. Son las 9 horas y 20 minutos. En el Ayuntamiento me confirman que el recorrido que voy a hacer es largo pero bonito.
Al salir, veo una estatua que, de lejos, me parece que pueda ser Napoleón. No lo es. Pero se trata de un militar local que peleó en las guerras napoleónicas. Muy descaminado no andaba en mi primera apreciación. Una señora de piel oscura me dice un nombre que no entiendo pero confío en que la foto me lo aclarará. Ahora no consigo hacerlo legible. Tendré que cambiar de gafas, graduarme otras nuevas a la medida de la vista que sigo perdiendo. La señora me dice que ella nació en Madagascar, que lleva 35 años viviendo aquí. Le digo que se sentirá más francesa que africana. Asiente y matiza: “Me siento más charentesse”.
He salido a las 9:30 h del Hôtel de Ville y ahora, en la calle, me encuentro con un joven repartidor de propaganda que tartamudea. Veo las hojas que reparte y no logro saber qué es lo que intentan promocionar.
Saliendo hacia
Hiers.
La carretera de hoy
tampoco tiene arcén y tendré que actuar como ayer, metiéndome en
la hierba cada vez que vea venir un coche de frente. Algún conductor
agradece mi gesto. Yo también agradezco a alguno cuando, al verme,
se va hacia el centro de la calzada. Es lo natural y la mayoría lo
hace, salvo que les venga otro vehículo de frente. En estos casos,
nos acoplamos al momento. No tengo ningún tropezón. Antes de ver
Hiers, llego a una zona preparada como merendero, con mesas, asientos
y arbolado. He querido sacar foto a unos ciclistas, pero no me ha
dado tiempo a disparar hasta que el último me está sobrepasando.
Aunque no os ofrezco su bella cara, al menos veis su parte trasera y el
merendero que, de otra forma, el propio ciclista os lo habría
tapado. He dicho adiós a los de las bicis.
Son las diez de la mañana cuando a lo lejos aparece el bourg de Hiers. Se ve la iglesia al fondo y saco la foto al pasar por un campo cuya hierba ya ha sido recogida y empaquetada en fardos cilíndricos. Un canal con mucha agua me separa del campo. Supongo que será un ramal del principal que une La Charente con La Soudre.
Ya cerca de Hiers, veo a un albañil que construye su casa con un sencillo armazón de ladrillos. En este momento los está ajustando a los huecos para dar inclinación a su tejado. Da la impresión de ser una construcción muy elemental pero, supongo, lo suficientemente sólida como para que aguante sin caerse con sus ocupantes dentro cuando la termine.
Es así como llego a la iglesia. Saco una foto y ni me acerco. Por lo que se ve en su interior no parece que tenga mucha vida este lugar, así que decido continuar adelante.
Son las diez de la mañana cuando a lo lejos aparece el bourg de Hiers. Se ve la iglesia al fondo y saco la foto al pasar por un campo cuya hierba ya ha sido recogida y empaquetada en fardos cilíndricos. Un canal con mucha agua me separa del campo. Supongo que será un ramal del principal que une La Charente con La Soudre.
Ya cerca de Hiers, veo a un albañil que construye su casa con un sencillo armazón de ladrillos. En este momento los está ajustando a los huecos para dar inclinación a su tejado. Da la impresión de ser una construcción muy elemental pero, supongo, lo suficientemente sólida como para que aguante sin caerse con sus ocupantes dentro cuando la termine.
Es así como llego a la iglesia. Saco una foto y ni me acerco. Por lo que se ve en su interior no parece que tenga mucha vida este lugar, así que decido continuar adelante.
Brouage. Citadelle
fortifiée.
Antes de llegar a
Brouage, veo un gran campo de cereal. Me separa de él unas plantas
propias de marisma, del tipo del carrizo y la espadaña. Sé que se trata de espadaña por sus frutos en forma de puros habanos.
De niños imitábamos a los mayores haciendo con ellos como que fumábamos. Aunque la espadaña con sus mazorcas marrones no lo dejan ver bien, el campo de cereal es inmenso. En una encrucijada encuentro a Ivette y Danielle dudando de hacia dónde seguir, y eso que tienen mapas locales muy detallados, pero no les apetece ir por carretera sin arcén.
Les cuento mi viaje, les enseño mi diario y los dibujos y les gusta lo que estoy haciendo, pero ellas se sienten incapaces de emularme. “Nunca lo haríamos”, me dicen. Tras despedirme de las dos francesas caminantes zonales, enseguida entro en Brouage. Ya de lejos, he sacado foto de conjunto, donde se aprecia la ciudadela amurallada encima de una loma.
Creo que voy a buen ritmo y que va a merecer la pena hacer esta visita a esta ciudad fortificada. Entro en la ciudadela. En su interior ofrece pequeños edificios muy variados. En la puerta de uno, que podía haber sido capilla y ahora museo, hay un grupito de estudiantes con su maestra. Unas hablan y otras estudian. Les veré luego en las tiendas de venta de arte y artesanía. Parece como si estuvieran haciendo una investigación "n situ", aunque guiada. El edificio es sólido y sus paredes se refuerzan con tirantes que no sé si podrían llamar arbotantes.
Paseo por el borde de la muralla. En otro punto, sin salirme de ella, saco otra foto con muralla exterior. Hay una especie de cabina de vigilancia con un tejado, entre cilíndrico y esférico pero de base rectangular, que me parece muy curioso y me recuerda a algún templo birmano. El techado cae en lajas. Voy a un lugar oculto por un arbusto y orino. Todavía sin bajar de las murallas, veo el espacio de recreo con hierba correspondiente al recinto escolar.
Una pareja pasea con su perro blanco por la hierba y hay niños en la entrada. Por la hora, puedo suponer que están en el recreo. Cuando bajo, leo que el centro escolar se llama Samuel de Champlain. Han construido el nombre como si fuera un mosaico muy colorista. Me gusta y lo fotografío.
Llego a la iglesia que ofrece una proporción y altura adecuadas a lo que la muralla puede proteger y, por tanto, no dispone de alto "clocher".
Después voy a la zona de galerías. En un edificio en el que se lee: “Forge Royale”, (forja o fragua real), ahora hay un letrero rústico que pone: “bijoux”, (joyas). Como no soy amigo de joyas y los cuadros que veo tampoco me parecen interesantes, ni por técnica, ni artísticamente, la visita a esta zona será rápida. Con todo, algunos de los diseños de joyas me parecen logrados.
Las murallas de esta zona, que indican ya la salida de la ciudadela, tampoco me producen interés, así que me voy y retomo la carretera que traía. No he estado ni media hora en la citadelle de Brouage, pero ha sido suficiente como para salir contento de ella. No ha sido tiempo perdido.
De niños imitábamos a los mayores haciendo con ellos como que fumábamos. Aunque la espadaña con sus mazorcas marrones no lo dejan ver bien, el campo de cereal es inmenso. En una encrucijada encuentro a Ivette y Danielle dudando de hacia dónde seguir, y eso que tienen mapas locales muy detallados, pero no les apetece ir por carretera sin arcén.
Les cuento mi viaje, les enseño mi diario y los dibujos y les gusta lo que estoy haciendo, pero ellas se sienten incapaces de emularme. “Nunca lo haríamos”, me dicen. Tras despedirme de las dos francesas caminantes zonales, enseguida entro en Brouage. Ya de lejos, he sacado foto de conjunto, donde se aprecia la ciudadela amurallada encima de una loma.
Creo que voy a buen ritmo y que va a merecer la pena hacer esta visita a esta ciudad fortificada. Entro en la ciudadela. En su interior ofrece pequeños edificios muy variados. En la puerta de uno, que podía haber sido capilla y ahora museo, hay un grupito de estudiantes con su maestra. Unas hablan y otras estudian. Les veré luego en las tiendas de venta de arte y artesanía. Parece como si estuvieran haciendo una investigación "n situ", aunque guiada. El edificio es sólido y sus paredes se refuerzan con tirantes que no sé si podrían llamar arbotantes.
Paseo por el borde de la muralla. En otro punto, sin salirme de ella, saco otra foto con muralla exterior. Hay una especie de cabina de vigilancia con un tejado, entre cilíndrico y esférico pero de base rectangular, que me parece muy curioso y me recuerda a algún templo birmano. El techado cae en lajas. Voy a un lugar oculto por un arbusto y orino. Todavía sin bajar de las murallas, veo el espacio de recreo con hierba correspondiente al recinto escolar.
Una pareja pasea con su perro blanco por la hierba y hay niños en la entrada. Por la hora, puedo suponer que están en el recreo. Cuando bajo, leo que el centro escolar se llama Samuel de Champlain. Han construido el nombre como si fuera un mosaico muy colorista. Me gusta y lo fotografío.
Llego a la iglesia que ofrece una proporción y altura adecuadas a lo que la muralla puede proteger y, por tanto, no dispone de alto "clocher".
Después voy a la zona de galerías. En un edificio en el que se lee: “Forge Royale”, (forja o fragua real), ahora hay un letrero rústico que pone: “bijoux”, (joyas). Como no soy amigo de joyas y los cuadros que veo tampoco me parecen interesantes, ni por técnica, ni artísticamente, la visita a esta zona será rápida. Con todo, algunos de los diseños de joyas me parecen logrados.
Las murallas de esta zona, que indican ya la salida de la ciudadela, tampoco me producen interés, así que me voy y retomo la carretera que traía. No he estado ni media hora en la citadelle de Brouage, pero ha sido suficiente como para salir contento de ella. No ha sido tiempo perdido.
Ya de nuevo en la
carretera, veo un mojón que me llama la atención. La humedad ha
hecho crecer algunos líquenes en su parte cónica. Los líquenes ya
han amarilleado y grupitos de caracolas han ocupado la parte
cilíndrica y la cota de la cónica. Hay sitio para todos, animales y
plantas, en este mojón del camino que parece que no tiene otra
utilidad.
Estoy llegando a Moèze, la parte continental de la Reserva Natural Nacional que ayer vi desde la isla d’Oléron. Por la carretera, los arbustos me están haciendo invisible una vasta extensión de terreno cultivado. Cuando llego a un hueco en que los arbustos no han crecido mucho, puedo ver que lo que allí cultivan es maíz, aunque no se si con la finalidad de obtener mazorcas para grano, o sólo como planta forrajera.
En cualquier caso, es maíz crecido y no logro ver dónde termina el terreno sembrado. Poco después, los arbustos ocultadores ya han desaparecido y puedo sacar nueva foto del mismo terreno pero con mejor visibilidad y extensión. Desde aquí, mis dudas quedarían más claras para un experto, que no soy, aunque pareciera que las plantas al estar separadas su objetivo sea obtener grano.
Si esto fuera así, lo que he dicho antes de terreno sembrado,
debería decirse terreno plantado, como veré en otro lugar, el
siguiente mes, con tractor y un sistema que va metiendo en tierra
la planta de 20-30 centímetros. Poco más adelante, un hombre está
atendiendo su terreno hortícola, segando la hierba con su mulilla
mecánica y le pregunto sobre el maíz. Para el motor, se acerca, y
sin ruido nos podemos entender. Me responde que, entre los dos lados de la
carretera, hay 315 Ha. A mí, a partir de 33 m2, la medida de mi
apartamento, el cálculo se me escapa. A pesar de ello, 315 hectáreas
me parecen una enormidad.
Poco después, ya veo a lo lejos Moèze, pero no sé cómo se accederá al pueblo, puesto que canales de agua parece que me lo van a impedir. Una vez sacada una instantánea de Moèze en la distancia, al otro lado la extensiones cultivadas son de cereal, probablemente trigo. A lo lejos veo una factoría que no sé que finalidad tiene. Hay un silo, pero no sé si es un molino de maíz, trigo, o de material para la construcción.
Aunque paso el canal para verlo, no acabo de adivinar. Está próxima la hora de comer y mi cuerpo ya empieza a mostrar hambre, exigencia de que estaría bien parar a comer. Pregunto en panadería y el panadero pastelero me dice que en Moèze no voy a encontrar restaurante y que tengo que ir a comer a Soubise.
Como Soubise está camino de Rochefort, no tengo duda. Me dice que está a 3 km. A pesar del hambre, doy un paseo por la iglesia, a la que no entro. Está cerrada. Pero el cementerio está abierto y doy una vuelta por él.
Cementerio de Moèze.

En uno de los monumentos fálicos, hay una serie de nombres sin apellidos coincidentes, da muestra de que no es un mausoleo familiar. Probablemente esté dedicado a hombres del pueblo muertos en la última contienda mundial. No lo puedo asegurar.

También fotografío un templete de trazado greco-romano, con un elemento elevado y en la cúspide una cruz, que no casan con la estructura que lo soporta. Saco una tercera foto en una zona menos convencional, El Jardín del Recuerdo, “Jardin du Souvenir”, probable lugar donde entierran a los no católicos.
Esto tampoco lo puedo asegurar, pero me lo invento. No es baladí lo que digo, puesto que no veo ni una sola cruz en este lugar. Abandono Moèze con hambre, aunque en el cementerio nadie daba muestras de tenerla.
Estoy llegando a Moèze, la parte continental de la Reserva Natural Nacional que ayer vi desde la isla d’Oléron. Por la carretera, los arbustos me están haciendo invisible una vasta extensión de terreno cultivado. Cuando llego a un hueco en que los arbustos no han crecido mucho, puedo ver que lo que allí cultivan es maíz, aunque no se si con la finalidad de obtener mazorcas para grano, o sólo como planta forrajera.
En cualquier caso, es maíz crecido y no logro ver dónde termina el terreno sembrado. Poco después, los arbustos ocultadores ya han desaparecido y puedo sacar nueva foto del mismo terreno pero con mejor visibilidad y extensión. Desde aquí, mis dudas quedarían más claras para un experto, que no soy, aunque pareciera que las plantas al estar separadas su objetivo sea obtener grano.
Poco después, ya veo a lo lejos Moèze, pero no sé cómo se accederá al pueblo, puesto que canales de agua parece que me lo van a impedir. Una vez sacada una instantánea de Moèze en la distancia, al otro lado la extensiones cultivadas son de cereal, probablemente trigo. A lo lejos veo una factoría que no sé que finalidad tiene. Hay un silo, pero no sé si es un molino de maíz, trigo, o de material para la construcción.
Aunque paso el canal para verlo, no acabo de adivinar. Está próxima la hora de comer y mi cuerpo ya empieza a mostrar hambre, exigencia de que estaría bien parar a comer. Pregunto en panadería y el panadero pastelero me dice que en Moèze no voy a encontrar restaurante y que tengo que ir a comer a Soubise.
Como Soubise está camino de Rochefort, no tengo duda. Me dice que está a 3 km. A pesar del hambre, doy un paseo por la iglesia, a la que no entro. Está cerrada. Pero el cementerio está abierto y doy una vuelta por él.
Cementerio de Moèze.
En uno de los monumentos fálicos, hay una serie de nombres sin apellidos coincidentes, da muestra de que no es un mausoleo familiar. Probablemente esté dedicado a hombres del pueblo muertos en la última contienda mundial. No lo puedo asegurar.
También fotografío un templete de trazado greco-romano, con un elemento elevado y en la cúspide una cruz, que no casan con la estructura que lo soporta. Saco una tercera foto en una zona menos convencional, El Jardín del Recuerdo, “Jardin du Souvenir”, probable lugar donde entierran a los no católicos.
Esto tampoco lo puedo asegurar, pero me lo invento. No es baladí lo que digo, puesto que no veo ni una sola cruz en este lugar. Abandono Moèze con hambre, aunque en el cementerio nadie daba muestras de tenerla.
Vuelvo a la carretera y
ahora me voy fijando menos por dónde paso. El hambre aprieta y
acelera mi marcha. Según voy llegando, el pueblo me ofrece una
imagen que me hace recordar aquellos que se construyeron en
Extremadura por el franquismo y que se llamó Plan Badajoz. Paso por
un lugar con chimenea aislada. Me da la impresión que es una
construcción que quedó obsoleta y han dejado esta chimenea como
recuerdo, como un monumento urbano de la memoria, de algo que trajo
riqueza al pueblo. Pregunto a una señora y me recomienda que vaya a comer al
puerto de barcas. Miro el mapa y puerto de barcas me hace pensar
proximidad al mar. Estoy muy lejos del mar, así que me olvido del
consejo. Hago todo lo posible por comer allí mismo. Poco después de
la una entro a comer en la Mala Hierba (“nunca muere”, añadiría
el dicho español). Sin llegar a Normandía, hoy comeré comida
normanda. Al menos es lo que me dicen del 2º plato. En este viaje es
un lugar que no hubiera elegido, soy partidario más de la buena
hierba que de la mala. Y no lo digo en sentido figurado, pues nunca
he fumado hachís. Como un quiche de endivias muy rico, acompañado
por hoja de roble, elemento vegetal que también viene con la
“andouillette” (embutido a base de tripas de cerdo), que es con
forma similar a una butifarra catalana, pero con estructura interna
diferente, más suelta. Es sabrosa y va con una salsita rica, pero
las especias que utilizan me resultan algo ácidas y mi paladar
rechaza estos aromas. Estas especias no me resultan especialmente
gratas. Pero, a pesar de lo que digo, pido pan y no dejo resto alguno
en el plato. Casi no van a necesitar ni pasarlo por el lavavajillas.
Me dicen que esta “andouillette” es típica de Normandía, de
donde ellos proceden. Pero, finalmente, no sé a qué carta quedarme,
pues también me dicen que son de Lille, que esta en Nord y no en Normandía, como tendré oportunidad de comprobarlo el próximo verano. No pido postre, pago con
Visa 19 € y escribo. Me quedan 13 kilómetros para llegar a
Rochefort-sur-Mer. Me dicen que puedo pasar el río, La Charente,
bien por carretera, o por puente colgante. Me atrae más el colgante;
así podré compararlo con el de Portugalete, por el que pasé en mi
Camino a Santiago de 2006, procedente de Barrika, y que veo muchos inicios de año cuando lo celebro en Santurtzi con mi prima Lourdes y su hijo Julen. Si entonces fue sobre el
Nervión, hoy pasaré por encima de La Charante.
Seis años después voy a cruzar otro río con otro puente colgante similar. No hay muchos en el mundo. Me dicen que la pista cyclable me llevará hasta el mismo puente. A las dos y media, voy al servicio y salgo a la calle. Antes de abandonar el pueblo, voy a acercarme a la iglesia y de paso veo el Ayuntamiento.
Seis años después voy a cruzar otro río con otro puente colgante similar. No hay muchos en el mundo. Me dicen que la pista cyclable me llevará hasta el mismo puente. A las dos y media, voy al servicio y salgo a la calle. Antes de abandonar el pueblo, voy a acercarme a la iglesia y de paso veo el Ayuntamiento.
Cuando llego, lo que
más me sorprende es ver la iglesia metida en una hondonada. Lo
normal es entrar en plano o ascender escalinata pero, en esta
ocasión, para acceder a la base hay que descender unas pocas
escaleras. La fachada es neoclásica, con un simulacro de columnas y
capiteles, que apenas destacan en ella. El tímpano también es
simple, sin ninguna decoración. La torre campanario es bastante
burda. Es como si esta iglesia hubiera sido construida para no
destacar.
Decido no entrar en ella y me dirijo al Ayuntamiento que lo tengo más a mano. Es un edificio clásico y parece que hubiera sido recientemente restaurado y remodelado por dentro. Saco foto de la fachada y, como no veo movimiento alguno y la puerta está abierta, me aventuro a entrar. Si encuentro a alguien, ya me echará. Subo por escalinata, que parece de nueva factura y entro en una de las salas. Esta mesa octogonal parece que es donde se reune el consistorio, con el alcalde, los concejales de su partido y la oposición. Un lugar sencillo y con pantalla para proyecciones. Últimamente están demasiado de moda los “power-points” para ilustrar sobre lo que se habla. Lo que más me sorprende es ver algunas fotos.
En una de las paredes está sólo Sarkozy, ya defenestrado desde las últimas elecciones, y en la otra, flanqueando una vista aérea del pueblo, a un lado, fotos de representantes políticos que desconozco, distribuidos en un mapa de Francia y, también en solitario, a Chirac. Ni una muestra, ni siquiera provisional, de Holande. ¿Es mucho presumir que, en este consistorio, el gobierno municipal es de derechas? No consigo ver la sala de bodas civiles.
Ya fuera del ayuntamiento, sin haber encontrado a nadie en mi camino, decido entrar en la iglesia. También aquí hay barco colgando en la nave central, que es la que fotografío. Lo digo porque el barco ha quedado fuera del campo visual. La nave es central y única, austera y me gusta. Quizá, en esta austeridad, desentone esa llamativa alfombra roja central, más propia de eventos civiles ateos.
Aunque hoy en día es políticamente correcto prescindir de él, aquí se mantiene un púlpito que hace tiempo quedó obsoleto. Sin eliminar de las gradas el clásico altar, en el que el sacerdote daba la espalda a los feligreses, han puesto abajo uno menos grandilocuente, como si el representante de Dios fuese más del pueblo llano, donde las misas se celebran con el rito actual. La imaginería exenta es escasa, una virgen con niño y una monja semi-escondida, quizás Santa Teresita de Lissieu, dejando el espacio central a una pintura del crucificado. Sin hacer el Viacrucis, abandono Soubize y me pongo en marcha hacia Rochefort, que va a ser el destino final de la jornada.
Decido no entrar en ella y me dirijo al Ayuntamiento que lo tengo más a mano. Es un edificio clásico y parece que hubiera sido recientemente restaurado y remodelado por dentro. Saco foto de la fachada y, como no veo movimiento alguno y la puerta está abierta, me aventuro a entrar. Si encuentro a alguien, ya me echará. Subo por escalinata, que parece de nueva factura y entro en una de las salas. Esta mesa octogonal parece que es donde se reune el consistorio, con el alcalde, los concejales de su partido y la oposición. Un lugar sencillo y con pantalla para proyecciones. Últimamente están demasiado de moda los “power-points” para ilustrar sobre lo que se habla. Lo que más me sorprende es ver algunas fotos.
En una de las paredes está sólo Sarkozy, ya defenestrado desde las últimas elecciones, y en la otra, flanqueando una vista aérea del pueblo, a un lado, fotos de representantes políticos que desconozco, distribuidos en un mapa de Francia y, también en solitario, a Chirac. Ni una muestra, ni siquiera provisional, de Holande. ¿Es mucho presumir que, en este consistorio, el gobierno municipal es de derechas? No consigo ver la sala de bodas civiles.
Ya fuera del ayuntamiento, sin haber encontrado a nadie en mi camino, decido entrar en la iglesia. También aquí hay barco colgando en la nave central, que es la que fotografío. Lo digo porque el barco ha quedado fuera del campo visual. La nave es central y única, austera y me gusta. Quizá, en esta austeridad, desentone esa llamativa alfombra roja central, más propia de eventos civiles ateos.
Aunque hoy en día es políticamente correcto prescindir de él, aquí se mantiene un púlpito que hace tiempo quedó obsoleto. Sin eliminar de las gradas el clásico altar, en el que el sacerdote daba la espalda a los feligreses, han puesto abajo uno menos grandilocuente, como si el representante de Dios fuese más del pueblo llano, donde las misas se celebran con el rito actual. La imaginería exenta es escasa, una virgen con niño y una monja semi-escondida, quizás Santa Teresita de Lissieu, dejando el espacio central a una pintura del crucificado. Sin hacer el Viacrucis, abandono Soubize y me pongo en marcha hacia Rochefort, que va a ser el destino final de la jornada.
Rochefort-sur-Mer:
Puente colgante.
Puente colgante.
Son las tres de la
tarde cuando retomo la marcha y tardaré poco más de un cuarto de
hora en ver el puente “routier” que cruza, para los vehículos,
La Charente.
Saco foto lejana del puente, pero con intención de ofrecer el vasto campo de gramínea que se me presenta por delante. Preguntaré a mucha gente, con la muestra de su fruto, pero no lograré saber a qué gramínea se refiere. En 2013 me entero de que es colza ya madura y lista para ser recogida.
Con su flor, de un amarillo brillante, me resulta más reconocible. Se ve que los del Lille, de la Mala Hierba, nunca hicieron este recorrido, puesto que aquí se ve claramente que no hay los 13 kilómetros que me auguraron. Como poco, se habrán reducido a cinco. Que es lo que calculo por el tiempo que tardo en llegar a la base del transbordador. Para las cuatro ya estoy allí. Antes voy sacando fotos de acercamiento al puente. Se ve que La Charante es bastante limosa y que ocupa gran extensión de tipo marisma pero con poca cantidad de agua. Poco antes de pasar por debajo del puente, saco otra foto, la última, del mismo. Ya al otro lado del puente, el paisaje me permite ver la estructura lejana del puente colgante. Y luego, otra de mi acercamiento.

En la propaganda que me van a dar luego lo llaman: “Le Pont Transbordeur”. A mi me gusta más colgante que transbordador. Esta palabra la dejo para los barcos de vehículos y pasajeros, aunque este puente colgante es cierto que también cumple esa misma función. No fue Eiffel quien diseño el puente, sino el ingeniero Ferdinand Amodin y funciona desde 1900.
Nada más llegar, he visto como salía la “nacelle” (barquita) desde mi lado y en dirección al otro lado del río. No me queda más remedio que esperar al siguiente viaje. Así veré todo el proceso de acercamiento, al igual que la he visto alejarse. La propaganda, también invita a embarcar “sur la nacelle du dernier Pont Transbordeur de France”.
Que sea el último puente de estas características que se construyó en el país galo, no deja de ser otro aliciente añadido a este viaje que inicié hace más de dos semanas por las costas del país vecino. Mientras espero y con la “nacelle” en el otro lado, saco varias fotos. Una con el paso de un pequeño velero, que muestra que el río trae agua suficiente como para navegar y otra cuando la “nacelle” ya se encamina hacia el lado en que yo espero.

Otros pasajeros que me van a acompañar en el viaje colgante, me dicen que el ticket lo debo sacar estando ya montado. Para las 16:20 horas ya estoy en la “nacelle” y listo para cruzar colgado sobre el río. La chica que controla y fotografío es muy marchosa. Abre y cierra las barreras, cobra, se ríe con anécdotas de otros pasajeros franceses, y siento con pena mi bajo nivel de lenguaje por no poder compartir su risa. No hay mucho problema, pues ella va a dar pie a que le cuente el viaje que estoy haciendo. Me dice que, un señor que ha cruzado el río esta mañana, hace todos los días 30 kilómetros y me pregunta: “¿tú cuántos?” Le digo que puedo hacer 10 o 40 o más, dependiendo de muchos factores, de lo cansado que esté, de lo que me ofrece el camino para ver, de los encuentros, de la climatología…
También que puedo estar dos o más horas tumbado en la playa y bañándome o mucho tiempo entretenido contando lo que me pasa en mi diario. Cuando le digo que voy al “auberge de jeneusse”, me dice que el albergue juvenil, que estaba en el nº 20 de la rue de la Republique, ha cambiado de ubicación y que han hecho uno nuevo más cercano, a unos dos o tres kilómetros de donde llegamos con el transbordador. Además de la propaganda del Transbordador, con horarios y datos históricos, y que me da como un recuerdo de mi primer paso por él, me da un plano de la ciudad en el que me indica, poco más o menos, dónde está ubicado el albergue. No lo puede marcar con exactitud porque el plano empieza en el Parc des Fourriers, por el que pasa el Chemin de Charente, y el albergue está al lado.
Me dice que no tengo pérdida porque me basta seguir ese camino que empieza aquí. También la referencia 2-3 km me sirve para calcular y preguntar de nuevo. El billete me ha costado 1,50 €. Cuando le hablo del puente de Portugalete, ella me dice que ya lo conoce, pero no matiza el lugar, sino que lo asocia a Bilbao.
Saco foto lejana del puente, pero con intención de ofrecer el vasto campo de gramínea que se me presenta por delante. Preguntaré a mucha gente, con la muestra de su fruto, pero no lograré saber a qué gramínea se refiere. En 2013 me entero de que es colza ya madura y lista para ser recogida.
Con su flor, de un amarillo brillante, me resulta más reconocible. Se ve que los del Lille, de la Mala Hierba, nunca hicieron este recorrido, puesto que aquí se ve claramente que no hay los 13 kilómetros que me auguraron. Como poco, se habrán reducido a cinco. Que es lo que calculo por el tiempo que tardo en llegar a la base del transbordador. Para las cuatro ya estoy allí. Antes voy sacando fotos de acercamiento al puente. Se ve que La Charante es bastante limosa y que ocupa gran extensión de tipo marisma pero con poca cantidad de agua. Poco antes de pasar por debajo del puente, saco otra foto, la última, del mismo. Ya al otro lado del puente, el paisaje me permite ver la estructura lejana del puente colgante. Y luego, otra de mi acercamiento.

En la propaganda que me van a dar luego lo llaman: “Le Pont Transbordeur”. A mi me gusta más colgante que transbordador. Esta palabra la dejo para los barcos de vehículos y pasajeros, aunque este puente colgante es cierto que también cumple esa misma función. No fue Eiffel quien diseño el puente, sino el ingeniero Ferdinand Amodin y funciona desde 1900.
Nada más llegar, he visto como salía la “nacelle” (barquita) desde mi lado y en dirección al otro lado del río. No me queda más remedio que esperar al siguiente viaje. Así veré todo el proceso de acercamiento, al igual que la he visto alejarse. La propaganda, también invita a embarcar “sur la nacelle du dernier Pont Transbordeur de France”.
Que sea el último puente de estas características que se construyó en el país galo, no deja de ser otro aliciente añadido a este viaje que inicié hace más de dos semanas por las costas del país vecino. Mientras espero y con la “nacelle” en el otro lado, saco varias fotos. Una con el paso de un pequeño velero, que muestra que el río trae agua suficiente como para navegar y otra cuando la “nacelle” ya se encamina hacia el lado en que yo espero.
Otros pasajeros que me van a acompañar en el viaje colgante, me dicen que el ticket lo debo sacar estando ya montado. Para las 16:20 horas ya estoy en la “nacelle” y listo para cruzar colgado sobre el río. La chica que controla y fotografío es muy marchosa. Abre y cierra las barreras, cobra, se ríe con anécdotas de otros pasajeros franceses, y siento con pena mi bajo nivel de lenguaje por no poder compartir su risa. No hay mucho problema, pues ella va a dar pie a que le cuente el viaje que estoy haciendo. Me dice que, un señor que ha cruzado el río esta mañana, hace todos los días 30 kilómetros y me pregunta: “¿tú cuántos?” Le digo que puedo hacer 10 o 40 o más, dependiendo de muchos factores, de lo cansado que esté, de lo que me ofrece el camino para ver, de los encuentros, de la climatología…
También que puedo estar dos o más horas tumbado en la playa y bañándome o mucho tiempo entretenido contando lo que me pasa en mi diario. Cuando le digo que voy al “auberge de jeneusse”, me dice que el albergue juvenil, que estaba en el nº 20 de la rue de la Republique, ha cambiado de ubicación y que han hecho uno nuevo más cercano, a unos dos o tres kilómetros de donde llegamos con el transbordador. Además de la propaganda del Transbordador, con horarios y datos históricos, y que me da como un recuerdo de mi primer paso por él, me da un plano de la ciudad en el que me indica, poco más o menos, dónde está ubicado el albergue. No lo puede marcar con exactitud porque el plano empieza en el Parc des Fourriers, por el que pasa el Chemin de Charente, y el albergue está al lado.
Me dice que no tengo pérdida porque me basta seguir ese camino que empieza aquí. También la referencia 2-3 km me sirve para calcular y preguntar de nuevo. El billete me ha costado 1,50 €. Cuando le hablo del puente de Portugalete, ella me dice que ya lo conoce, pero no matiza el lugar, sino que lo asocia a Bilbao.
Buscando el Albergue
juvenil.
Voy por el camino de
Charente. Tranquilo porque la transbordadora me ha dicho que
siguiéndolo no tengo pérdida.
Un canal va paralelo al camino y a La Charente. Floridos tamarindos con sus florecillas rosadas y otros arbustos, no me dejan ver el gran río. Una gran rata nada en el canal. Calculo media hora para preguntar pero, pasados unos 20 minutos, llego a un lugar en el que veo dos edificios de reciente construcción. Pregunto y, efectivamente, uno es el que busco.
Un canal va paralelo al camino y a La Charente. Floridos tamarindos con sus florecillas rosadas y otros arbustos, no me dejan ver el gran río. Una gran rata nada en el canal. Calculo media hora para preguntar pero, pasados unos 20 minutos, llego a un lugar en el que veo dos edificios de reciente construcción. Pregunto y, efectivamente, uno es el que busco.
Primera recepción
en Auberge de Jeneusse.
Entro y me atiende la
encargada, que habla algo de castellano. Hace la ficha de entrada y
le pago con Visa 20,44 €, incluye desayuno a partir de las 7:30
horas. Muestro mi carné de alberguista Hostelling.
Mientras sigo el protocolo de inscripción, Patricia espera. Hablaremos en la cena. La recepcionista, me enseña la sala, donde puedo prepararme la cena, y la habitación. Cuando llego, veo que alguien ya tiene ocupada una de las camas, pero el compañero no está ahora. Me lavo los pies en el lavabo y me ducho. Bajo a lavar camiseta, calzoncillo y, lo que más necesita, pues no consigo que se le quite el olor a gitano, el jersey negro. La tasa para lavar con lavadora es de 6,50 € y la chica comprende que para lavar tan poca cosa no me quiera gastar tanto dinero. Claro que el sistema dispone de secadora, pero yo lo secaré mientras camino, colgando la ropa de la mochila. De momento lo cuelgo en la habitación y, con el plano que me ha dado la chica del transbordador, me acerco a comprar a Leclerc. No me manejo bien con el mapa pero, por el lugar en que me ha dicho la recepcionista que está Leclerc, creo que volver al transbordador me facilitará llegar al gran almacén.
Mientras sigo el protocolo de inscripción, Patricia espera. Hablaremos en la cena. La recepcionista, me enseña la sala, donde puedo prepararme la cena, y la habitación. Cuando llego, veo que alguien ya tiene ocupada una de las camas, pero el compañero no está ahora. Me lavo los pies en el lavabo y me ducho. Bajo a lavar camiseta, calzoncillo y, lo que más necesita, pues no consigo que se le quite el olor a gitano, el jersey negro. La tasa para lavar con lavadora es de 6,50 € y la chica comprende que para lavar tan poca cosa no me quiera gastar tanto dinero. Claro que el sistema dispone de secadora, pero yo lo secaré mientras camino, colgando la ropa de la mochila. De momento lo cuelgo en la habitación y, con el plano que me ha dado la chica del transbordador, me acerco a comprar a Leclerc. No me manejo bien con el mapa pero, por el lugar en que me ha dicho la recepcionista que está Leclerc, creo que volver al transbordador me facilitará llegar al gran almacén.
Retorno al Puente
Colgante. Leclerc.
Ésta ya será mi
segunda visita. Hablo con la encargada marchosa del transbordador. Le
agradezco la información que me ha dado y le digo que no he tardado
ni 20 minutos en llegar al albergue y que, por tanto, está a menos
de dos kilómetros. Me despido de ella y continúo hacia Leclerc.
Ahora me va a resultar más fácil. Llegar a un supermercado que no
conoces es una aventura. Al no saber donde están las cosas y, sin
tener idea ni de los precios ni de lo que vas a comprar, lo recorres
despistado como un pulpo en un garaje. Bueno, esa es al menos la sensación que
yo tengo o lo que saco en conclusión. Al final acabo comprando más
que lo necesario. Pago con Visa 6,58 €. No lo anoté en el
diario, así que no recuerdo lo que compré. Con la compra hecha,
regresar por el otro lado me va a resultar más complicado.
Cena en La Vie en
Rosse. Patricia.
Cuando llego al
albergue, busco a la recepcionista para que me abra La Vie en Rosse
(La vida en rosa), que es el nombre que han dado a la cocina-comedor. Mi
vecino no va a bajar a cenar. Cuando estoy a punto de empezar a comer
el postre, entra Patricia, la chica que estaba en recepción cuando
yo hacía mi inscripción, con intención de cenar. Está preparando
oposiciones y viene dos días al mes. La próxima semana, tendrá los
exámenes. Charlamos, le cuento mi viaje, le doy mis señas en Irun,
por si reinicia el Camino de Santiago, aunque la intención que tiene
al llegar a la Stela de Gibraltar es iniciar el camino del Puy. Ella
me da las de Guérande, que es donde vive, y que está al Norte de
Saint Nazaire. También el teléfono para que le llame, sólo si
llego después del 7 de julio, que es cuando ella regresará, tras
los exámenes y pasar unos días relajados después del esfuerzo, al
margen del resultado que obtenga. Si ha aprobado las oposiciones será
mejor para ella. Me dice que Guérande está a 18 kilómetros después
de Saint Nazaire, pero no será así por donde yo voy a ir, puesto
que llegaré a Le Croisic y luego tendré que dar un gran rodeo por
Les Marais Salants, pasando por Batz-sur-Mer, Kervalet, Trégaté,
Lénifén y Saillé. Habríamos podido seguir un rato más hablando,
pero ella tiene que estudiar. Trabaja en Servicios Sociales y, por
salud mental, quiere cambiar a Medicina Naturista, aunque como no ha
sido esa la palabra que ella ha empleado, temo que haya sido una
interpretación errónea. Trataré de aclararlo cuando nos veamos en
Guérande, si nos vemos. No tengo ni idea de cuánto tardaré en
llegar hasta allí. La siguiente provincia será Vandée y Guérande está
en la que viene a continuación, Loire Atlantique. Son las 21:30 horas y voy
a llamar a Vera. Hablo con Mikel. El teléfono produce eco y nos
entendemos mal pero lo suficiente como para saber que todos estamos
bien. Tengo el privilegio de hablar con Gari, pues nunca se quiere
poner al teléfono. Me ha mandado un "muxu" (un beso) con ruido. Vera
me ha dicho que sigue teniendo trabajo. Sus trabajos de restauración
de obras de arte son esporádicos. Más ahora que, con la crisis,
Diputación dedica a estos menesteres, el mantenimiento del
patrimonio cultural, menos menos dotación económica, pues hay que reforzar con más dinero el de
Servicios Sociales.
Nocturno en el
Auberge de Jeneusse de Rochefort-sur-Mer.
Voy a ver qué me
ofrece el compañero de habitación que me ha dicho que no iba a
cenar. Leo antes las normas de funcionamiento del albergue. Son de
sentido común, con algunas particularidades. La habitación es
escasa para cuatro personas. Las dos camas literas parecen estables,
aunque no podré comprobarlo pues nadie va a dormir en las de arriba.
Mr. Alain, al igual que yo, hemos elegido las dos de abajo. Los dos
pares de camas tienen un espejo central redondo y un armario central,
demasiado ajustado al hueco. El espacio central, para ropa colgada en
perchas, casi lo tiene todo ocupado Alain. Tampoco es problema,
porque yo no voy a colgar nada. Toda mi ropa se queda dentro de mi
mochila. La ropa mojada la tengo colgando por donde he podido
hacerlo. Sólo hay una mesa y, cuando he conocido a Alain, antes de
ir a cenar y después de estar de sobremesa con Patricia, él la ocupaba
con planos y proyectos. También la única silla que tenemos para
compartir. El amplio espacio útil entre servicios y camas no da
apenas juego y menos mal que hoy no somos cuatro los que vamos a
pernoctar. Cuando haya cuatro personas, habrá que hacer turnos con
mesa y sillas. Antes he preguntado a Alain si estaba haciendo algún
viaje y me ha respondido que no. A la izquierda está el retrete y a
la derecha el lavabo y la ducha, que tiene una gran regadera
panorámica y permite regular bastante bien la temperatura. Cuando
entro en la habitación, tras hablar con la familia, Alain ya está
durmiendo. No ha bajado las persianas de las ventanas. ¡Mejor!, así
mañana me despertaré con el amanecer. Compruebo que el sistema de
bajarlas es sencillo y eficaz, pero las dejo como están. Tampoco es
cosa de empezar a hacer ruido a estas horas. La habitación está en
la planta baja y da a un espacio de hierba y arbustos poco
transitado. Dormiremos cómodos y sin molestias externas.
Balance de la
jornada Oléron-Rochefort-sur-Mer.
Hoy ha sido un día sin
mar, salvo el poco que he visto desde el puente a primera hora de la
mañana. De los pueblos visitados, lo más interesante ha sido la
citadelle de Brouage y, en menor medida, el paseo por Marennes, el
cementerio de Moèze y el ayuntamiento y la iglesia de Soubise. En
cuanto al camino, las inmensas extensiones de cultivos de cereal,
maíz y colza. La comida ha sido de trámite, aunque haya rebañado
el plato. Los encuentros más bonitos han sido: el de Patricia que, lástima
que tuviera que estudiar, y el de la encargada del puente colgante
que, muy atenta, me ha resuelto el problema del albergue. Si no se lo
comento, me lo habría pasado y, al llegar al centre ville, hubiera
tenido que retroceder. El propio puente colgante, también ha sido otra
sorpresa. No sabría decir cuál es mejor, si éste o el de
Portugalete, que siempre hemos cantado: “el mejor puente colgante”.
Quizás éste de aquí, sea más familiar, probablemente porque así
lo concibe la mujer marchosa que lo controla. Confío en que mañana
sea un día en que pueda volver a bañarme en el mar. A Guérande
llegaré el 4 de Julio, así que como hasta el 7 no regresa Patricia,
me quedaré sin verla.
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