martes, 5 de mayo de 2015

Etapa 19 (310) L'Houmeau-Saint Michel en l'Herm


Etapa 19 (310). 26 de junio de 2012, martes.
L’Houmeau-Marsilly-Esnandes-Charron-Saint Michel en l’Herm.


Amanecer en porche privado en L’Houmeau. Port du Plomb.

Me despierto para las 6:15 horas. Tomo la pastilla, recojo todo y para las seis y media ya estoy en marcha.

Ha dejado de lloviznar y saco foto del lugar donde he dormido. Me encamino hacia el Port du Plomb, donde llego en menos de diez minutos. Nada más llegar, veo una cabaña para pescadores y usuarios del puerto donde habría podido dormir mejor y más tranquilo, sin circulación de coches. Si ayer hubiera dispuesto de un poco más de tiempo, quizás la habría encontrado, pero es mejor no volver a los lamentos.


Saco foto de la cabaña y otra del puerto con un puente levadizo que me trae el recuerdo de alguno de los de Van Gogh. 
 
A la derecha, un lago desagua en el puerto. Los patos salvajes vuelan y escapan tan rápidos como los de ayer, pero una garceta ni se inmuta. Continúa paseando por las poco profundas aguas y pescando con su pico su comida: gusanos y pececillos.

Por acantilado hacia Marsilly.
El camino continúa muy cerca del acantilado pero, los que velan por la seguridad del ciudadano, indican: “Falaise dangereuse” (acantilado peligroso). ¡Gracias, oh dioses vigilantes! Veo al fondo del camino una figura que aparece y desaparece entre la hierba.
 
Alguien que se agacha y se levanta y pienso que puede ser alguien que está cogiendo caracoles, pues estarán buscando la luz después de haber dejado de llover. Antes de llegar a donde está el hombre, un hermoso caracol atraviesa el camino. Lo cojo y, cuando llego se lo doy a él, que lo guarda en su bolsa junto a los que ya ha recogido. Le cuento mi camino y me pregunta los años, “67”, le digo y él responde, "79". Le digo que está genial para tener esa edad. Él también me había echado otra flor. Son gratis, no cuestan nada y mejor si son sentidas. No tenemos ninguna necesidad de adulación. Me despido y sigo camino. Aún encontraré dos o tres personas caminantes tempraneras. Las playas que voy viendo siguen siendo de piedras y en el camino me encuentro con construcciones militares del tipo búnker que aparecen adaptadas como terrazas con escaleras exteriores y vallas para deleite y descanso de paseantes. Saco foto de una de ellas, que ilustra muy bien lo que digo, poco después de haber dejado atrás al recolector de caracoles. De algo feo e inútil, han conseguido hacer adaptaciones como miradores para apreciar el paisaje. En Normandía me hincharé el próximo verano de ver búnkeres obsoletos inútiles y sin provecho. Estos están en lugares estratégicos, pero yo no subo a ninguno. Creo que ayer ya vi alguno entre el puente de Ré y L’Houmeau. De vez en cuando se producen fallas hacia el interior, y el camino me da la opción de bajar y subir escaleras o la de hacer un rodeo. Bajar y subir escalera es la opción más corta y rápida, pero mis lumbares me agradecen más llanear dando el rodeo.
 

Llegando ya a la costa de Marsilly, un pescador me dice: “te vi ayer caminando de La Rochelle hacia Île de Ré”. Está pescando desde arriba del acantilado. Fotografío un inmenso trigal que llega hasta el borde. Como no voy por allí, sino que el camino a pasado a interior, no lo puedo apreciar, pero casi estoy seguro de que no deja resquicio para camino entre el trigal y el mar. ¡Cuánto más bello habría sido el paseo por el borde! He visto varios conejos al pasar, pero en cuanto me ven me rehúyen. Parece que intuyen mis ganas de comer conejo. No está en los menús de verano o, al menos, yo no estoy encontrando en ellos “lapin” y eso que lo busco. El más rico lo comeré el próximo verano en Brujas, aunque nunca olvidaré el más exquisito, el que cené en 2009, recién reinaugurado el Velódromo de Barcelona: conil con setas y caracoles. Tras ver al recolector, además de conejo, ahora también me apetecen unos caracoles (“escargot”). Será genial si consigo comer conejo con caracoles. También he pasado por campos de golf. En uno, un empleado hace reparaciones en un hoyo. Todavía no hay clientes golfistas, estarán aun de parranda.

Anse de l’Aiguillon.
Es como una “bassin” y se podría traducir como bahía del Aguijón. En la parte Norte desemboca el río La Sevre Niortaise que, en su último trecho, antes de llegar al mar, hace de frontera entre Charente y Vendée, por donde caminaré al atardecer. En esta bahía, vuelven a aparecer instalaciones ostrícolas. El pescador que me controla en mi viaje me ha dicho que algunas tienen restaurante para degustación, donde también podría desayunar.


Otro hombre que va con un perro me dice que sólo se degusta y no sirven desayuno. Que si quiero desayunar, debo abandonar la costa y subir a Marsilly, donde sólo hay un restaurante. Es ahora donde saco foto del trigal que he comentado antes. Se ve el Anse entre bruma. Todavía tardaré un cuarto de hora en llegar al pueblo.

Marsilly. Morgane y su madre. Ecofrais.
Cuando llego, lo primero que hago es sacar foto de la iglesia que, a las 8:30 horas está cerrada. No encuentro el bar por ninguna parte. Me cuesta encontrarlo. La cámara me está diciendo hace rato que me falta batería, pero me ha dejado fotografiar la iglesia. Por fin encuentro el restaurante, Le Relais de la Poste, pero todavía está cerrado. La puerta de atrás no tiene echada la llave y, por una media puerta abatible, permite entrar a la zona de barra del bar. Una niña se asoma y una señora que va detrás de ella me dice que abren a las nueve. Me dice que compre en la panadería y que para ello debo seguir de la iglesia adelante. Como falta media hora para que abran el bar, me lo tomo con calma.
 

No encuentro panadería y pregunto a una chica que va con auriculares. Me dice que no sabe, pero luego la encontraré cerca del supermercado que también hace de panadería-pastelería. De momento, me quedo con su falta de información. Retrocedo y encuentro a Morgane, una niña a la que su madre lleva a la escuela. Morgane tiene cuatro años, una semana mayor que mi nieto Gari. Con ese referente, he calculado bien su edad. Puesto que la panadería está de camino a la escuela, les acompaño. Cuando llegamos, saco una foto de la zona de la escuela cuando madre e hija se encaminan a ella, en zona de arbolado con un tilo florido en primer término. Un guardia municipal controla el paso de cebra y da prioridad a los escolares sobre los coches. Se ve que el guardia hace este trabajo todos los días laborables, pues saluda y le saludan tanto alumnos como padres. La panadería está cerrada, así que entro en el centro comercial Ecofrais, de donde veo salir gente con pan. Como no veo croissant, compro una bandejita de rosas de caramelo que, cuando las mezcle con el café con leche me van a saber a cereales caramelizados. Pago 3,80 € que, con las 2,60 del café con leche, me va a resultar un desayuno bastante caro, 6,40 €.

Le Relais de la Poste.
Cuando vuelvo al Le Relais de la Poste, todavía no han abierto. Me acerco a la puerta, por la que antes me he colado, pero ahora esté cerrada con llave. Cuando estoy volviendo a la puerta principal, veo venir a la señora de antes. Abre y me hace pasar al bar. A la entrada hay una gran mesa frontal a la calle. Mientras la señora está abriendo la gran puerta de entrada, yo me coloco en una esquina de la mesa. Entra mucha luz de la calle. Aunque le digo que hay luz suficiente, ella no apaga la artificial. Hablo con un joven que, me parece, puede ser el cocinero y al que meto en conversación con la excusa de Sitting-bull (Toro sentado) una imagen que tienen sobre el mostrador de un indio incrustado en una cabeza de toro. Él saca también un vaquero a la calle. Parece que estoy en el Oeste americano, pero no, se trata del Oeste Francés. Desayuno y escribo mi diario. Luego hablo con el marido de la que ha abierto. Ambos son los dueños del local. El hombre se muestra muy receptivo a lo que le cuento del viaje. He enchufado la cámara y puesto la batería a cargar y para antes de las doce ya está a tope. Desenchufo y saco una foto del local desde el exterior. Vemos al vaquero y el cartel interior de neón rosado, pero no a Toro sentado. Os aseguro que me estaba haciendo compañía mientras escribía. Pongo a cargar el móvil, del que sólo quedaban dos rayas. Me pongo una señal para no olvidarlo. El patrón, que es el que controla la barra del bar, pela patatas con pelador, pero las trocea con cuchillo. Le digo que yo no me acostumbro a pelar con pelador y todo lo hago con el cuchillo. A primera hora de la mañana, casi nada más abrir el bar, he cagado, y a última, orino. Muchos de los clientes que han ido entrando por la mañana, saludan con besos a los propietarios y a otros clientes. Yo, sin besos, también entro en el circuito de saludos, algunos clientes me dan la mano al entrar. Me encuentro cómodo en este local. ¡Qué diferencia de atención y trato a la del Charentes de Angoulins-sur-Mer! El patrón me ha dado un plano de la siguiente provincia, Vendée, pero no informa mucho más del Sur que lo que me informa al Norte de Charente el que ya tengo. Me ha dicho por donde salir de Marsilly para seguir por la costa. Son las 12:30 horas y el bar se está animando. Ahora ya están entrando comensales al interior. Pregunto a la señora y me dice que la fórmula es la de que yo me sirvo lo que quiero de lo que ofrecen a la vista y ellos me sirven el segundo plato. Es mi primera experiencia de este tipo, así que soy demasiado tímido en lo que me sirvo de primero.
 

Quartier Protestant.
No anoto lo que como y ahora, cuando lo paso al ordenador, no tengo ningún recurso para acordarme, pero sí conservo el recuerdo de que salí satisfecho del Relais de la Poste de Marsilly y que lo recomiendo. En especial por el trato humano. He pagado con Visa 15 €. Sin salir todavía del pueblo, paso por el Quartier Protestant. Están reconstruyendo una casa que ofrece un pozo en su exterior, incrustado al muro. Otros muros parece que los quieren dejar tal como estaban, para que se aprecie la diferencia entre lo rehabilitado y lo reconstruido. Con la foto, abandono el barrio protestante. Calculo que he estado más de cinco horas y media muy gratas en este pueblo.

Saliendo de Marsilly. 
Amapolas, Frederique y Gilles.
Sin salir todavía del pueblo, veo una pita que me agrada en un jardín y la fotografío para el recuerdo. Lo que más me llama la atención es que los pinchos finales de sus muy sanas hojas carnosas están protegidos con tapones de corcho para que nadie se pinche con ellos. Pasan dos ciclistas con cartolas abultadas. El primero, sigue adelante y la segunda para y me pide información sobre pista cyclable a partir de Bayona, pues hasta allí ya conoce. No puedo concretar y menos tan lejos del País Vasco, pero le doy alguna de mis impresiones sobre estas pistas conocidas durante mi viaje.
 

Ya estoy de nuevo en la costa. Veo de lejos a dos enamorados que se hacen cariñitos. Al llegar a ellos les digo: “¡Ah, les amoureuses!” Ellos se ríen. Ella me pregunta si soy español. Ha acertado y sigo adelante. Por el camino, ocupándolo con tres perros, van Frederique y Gilles, ambos se definen como ciudadanos del mundo, aunque los dos son bretones de nacimiento. Frederique toca la gaita. Ella la define como cornamusa. A Gilles le hablo de Jules el Jim, de Truffaut, pero pronto me doy cuenta de la confusión entre Gilles y Jules. Jules es Julián y puede que Gilles se aproxime más a Guillaume Tell. Voy en compañía de ellos un rato hasta que llegamos a sus autocaravanas. Les voy contando mi viaje. Como otros muchos, me preguntan los años que tengo. Les enseño el diario y también los pocos dibujos que voy haciendo. Llegamos a sus rulotes, pues cada uno tiene la suya. Les escribo en un papel el nombre de mi blog: viajedejavi.blogspot.com y les digo que viajedejavi casi es un palíndromo. Ellos me dan sus e-mail, pero tendremos una escasa comunicación en los años siguientes. 
 
Ella me recuerda a Eli Badiola, amiga y compañera en el Libro-forum de Irun, tal como me la imagino en sus años hippies. Frederique me ofrece algo de beber, café… Como me insiste y tiene fruta le acepto un kiwi, que me sabe riquísimo. Así me despido de ellos. ¡Hasta que el mundo nos vuelva a encontrar!

Anse de l’Aiguillon.
Poco después de dejar a esta pareja de amigos con sus perros, encuentro en el camino este arriate de amapolas. El sendero va por abajo, pero también permite ir por arriba y así la brisa del mar es más agradable. El camino me lleva a carretera y ya estoy viendo el mar. Tres personas van por una pasarela hacia su caseta de pescar, la que dispone de un gran retel.
 

La marea está bajísima y supongo que no podrán pescar hasta que suba. Pienso que será que tienen que ir preparando el material para tener todo listo para cuando esto ocurra. Hay más casetas y pasarelas a continuación. No voy a quedarme para ver cómo pescan y sigo adelante.
 
Pronto llego a un espacio libre y tengo una amplia visión de lo grande que es esta bahía en la que desemboca el río La Sèvre Niortaise, que en su parte final separa Charente de Vendée. Mi intención es llegar a la parte final que se ve enfrente, más cercana ahora que lo que estará más tarde. Se trata de la Pointe de l’Aiguillon. No puedo ir directamente por el fango y el temor de que la marea en su ascenso me arrastre, así que no tengo más opción que hacer todo el rodeo del anse o bahía.

Hacia Esnandes. 
Le Petit Chemin de la Roche.
Llegando a Esnandes, me encuentro con dos mujeres. “Se pronuncia Enand, eliminando la “s” primera”, me dicen. Iban delante de mí y las he alcanzado. Alucinan con mi viaje, me hacen algunas preguntas técnicas y también preguntan por mi edad. Nos separamos y me desean buen viaje. Nada más dejar a las dos mujeres, me meto por un pequeño camino, el de la Roche. Es más fresco que el que traía, ya que va entre dos filas de árboles y matorral. Este fresco y grato camino va a durar poco, pues unas escaleras me van a obligar a bajar. Llego a un punto en que, tras las escaleras, desaparece el camino y no me va a quedar más remedio que continuar hacia Charron por carretera.

Maison de la Baie du Marais Poitevin y Musee de la Mytilicultura.
Me acerco a la iglesia de Esnandes, que es una especie de fortaleza o castillo, pero antes me paro en una oficina de enfrente, donde me ofrecen información. Es la casa de la bahía que indico en el encabezamiento de este apartado. Pregunto a la azafata que la atiende y me explica que la palabreja Mytilicultura se refiere al cultivo de mejillones, sus mules. 


Como me dice que a dos kilómetros de la Pointe de l’Aiguillon hay un lugar donde me lo pueden explicar in situ, y tengo intención de llegar allí, ni me molesto en visitar lo que allí me pueden ofrecer a nivel teórico. Agradezco la información y me voy a ver la iglesia.

Esnandes. Iglesia fortaleza.
Saco cuatro fotografías para que se aprecie que este edificio más parece fortaleza o castillo adaptado a iglesia, que una iglesia propiamente dicha.
 

Sin embargo la portada tiene los elementos propios de una de estilo gótico. No puedo enterarme de a qué siglo corresponde. El recorrido almenado de la terraza ofrece más la apariencia de un castillo medieval, también la torre, aunque ahora camuflada por un reloj moderno, sin esfera. Entro dentro de la iglesia, que dispone de alta y estrecha nave central. La sensación de estrechez es mayor, puesto que aún mantiene el púlpito sencillo, quizás por ser un buen trabajo de ebanistería y a la misma altura, en el otro lado, otro elemento de similar calidad en madera pero con funciones, quizás, de baptisterio. No lo puedo asegurar. El resto de la iglesia ofrece un conjunto muy austero y ausente de imágenes.


Incluso en el altar mayor, sólo vemos un cuadro que me parece representa la Ascensión, pero que no puedo asegurar que no sea una Asunción. No veo ningún motivo marinero. Ningún barco colgando. Ya marchándome hacia la plaza del pueblo, veo un puesto ambulante de venta de carne, en el que compran algunas mujeres. Lo fotografiaré luego, cuando después de que me pasen por la carretera, llegue a Charron.



De Esnandes a Charron.
Entre estos dos pueblos cruzaré el canal du Cure. Que en realidad es un subcanal que parte del que viene de La Sèvre Niortaise y desemboca en La Rochelle. Por la carretera pasa el camión ambulante hacia Charron y el conductor carnicero me saluda. Parece que ya casi somos de la familia.

 
Desde la carretera veo un gran campo de girasoles. Hermosas flores amarillas me contemplan. Yo los veo tras un espacio con margaritones y amapolas. Poco tiempo después entro en Charron. Saco foto de la iglesia, de su fachada exterior, y entro en ella. Me sorprendo viendo arcos a la pata coja. 





Una columna sostiene dos arcadas. Aquí vuelve a aparecer el motivo marinero, un barco colgando del techo de la única nave que tiene la iglesia. Es muy austera.





 


Al salir vuelvo a ver, por tercera vez, el puesto de venta ambulante de productos cárnicos y charcutería. Una señora está haciendo su compra. Otra espera su turno. Se ve que el carnicero no se mueve en balde por estas carreteras. Como en Esnandes, aquí también tiene sus clientas.



La Taverne y la Biblioteca de Charron.
Entro en el bar La Taverne, donde pido “pression” (cerveza de barril) y pago 2,50 €. El dueño aclara mis dudas del mapa y me dice que los dos que llevo son correctos. Me dice qué carretera debo seguir para llegar a la Pointe de l’Aiguillon. A lo mejor vuelvo a ver allí al vendedor ambulante. Probablemente no, por la hora y por el cambio de provincia. Son las 17:40 horas cuando termino de beber la cerveza y salgo hacia el puente que me va a meter en Vendée. Nada más salir del bar, me doy de bruces con la biblioteca. Entro y la bibliotecaria, que está con otra mujer, me dice que tiene un ordenador pero no hay servicio público ni conexión a Internet. Como no puedo entrar en mi correo, hablamos de mi viaje. Me hacen algunas preguntas pertinentes, otra como la edad, que yo no considero impertinente y la bibliotecaria me insiste que para donde voy no encontraré nada de restauración, nada para cenar, ni lugares hosteleros para dormir. Me viene bien la información y me convenzo de que tendré que echar mano de mis reservas de comida energética. Voy animoso y soñando con las arenas doradas de la Pointe de l’Aiguillon, que ya he visto desde Esnandes. Confío en que no sean un espejismo y al llegar allí compruebe que son piedras blancas. También confío en que irá subiendo la marea y al llegar allí pueda darme un rico baño. Una cosa es lo que pienso y algo muy distinto lo que va a ocurrir, pues ni hoy ni mañana llegaré a la punta soñada. Tras este rato de charla en la biblioteca, me despido de las dos mujeres y salgo hacia Vendée.


Casa para Jubilados y Pont de Brault.
Nada más salir de Charron encuentro dos indicadores que orientan por un camino hacia la derecha de la carretera. Tanto Le Chateau, esta vez sin ^ sobre la “a” (Parece que hay una nueva normativa en la gramática de la Academia de la Lengua Francesa, en que tienden a eliminar esto que se ha llamado acento circunflejo), como La Maisonnée, son lugares para “la retraite” (jubilados) y dudo si acercarme o no para ver lo que ofrecen. El letrero de arriba parece orientado a ancianos minusválidos y sería como un geriátrico, pero el otro ¿podría ser el equivalente a un hogar de ocio para jubilados? Como no voy, nunca sabré lo que me hubieran podido ofrecer. Continúo adelante, pues ya empiezo a obsesionarme con pasar a la siguiente provincia y salir de nuevo al mar. Hoy va camino de ser otro día sin baño marino. Añoro las playas de Las Landas y de La Gironde.


Llevo un rato andando y el puente no acaba de aparecer, así que pregunto a un niño que va en bici. Me da una perfecta respuesta impropia de su edad aunque, en lugar de mencionar alguno de los pueblos que están al Norte, me dice “dirección Vendée”. Es el nombre de la siguiente provincia y no viene en las señales de tráfico. Me congratulo de saber lo del cambio de provincia. Poco a poco empiezo a hacerme experto en geografía gala. También, en cuanto pase el puente de Brault, la bibliotecaria me ha dicho que empieza la pista cyclable. Por fin llego al río y al puente sobre La Sèvre Niortaise. El paso de vehículos está regulado por semáforos y en el centro hay un tinglado que me hace pensar en esclusa o puente levadizo, pero no puedo confirmarlo. Quizás el semáforo sea para avisar y retener a los vehículos cuando el puente se haya abierto para dar paso a alguna embarcación fluvial.


V E N D É E

Acabo llegar al Pays de la Loire, cuyas provincias costeras son Vendée y Loire Atlantique. Hay quienes consideran Loire Atlantique como perteneciente ya a Bretaña. De hecho, la palabra "ker" va a empezar a hacérseme familiar.

Grandes extensiones de cultivos.
Cruzado el puente, a mano izquierda, aparece ya el camino y las señales que veo me hacen pensar que las distancias crecen. Leo más de 30 Km. a l’Aiguillon sur Mer. Todo ello por caminos que no figuran en el mapa que me han dado en el Restaurante de Marsilly. Esta información me va a obligar a cambiar el programa de hoy. Sé que en lo que queda de tarde no voy a llegar a l’Aiguillon. Son las 18:45 horas cuando empiezo a caminar por la nueva provincia. Caminaré cinco jornadas por ella. Va a ser rica en encuentros y voy a conocer la playa nudista autorizada de Sauveterre, ¡tan soñada!, ¡tan ilocalizable! Cambian las formas de indicar los caminos. Entro en zona muy agrícola. Fotografío un amplio campo de verdura, pero no logro saber si lo que se cultiva allí son vainas, “haricots vertes”. Entre las plantas muy crecidas hay una furgoneta pero no veo a mano a nadie a quien preguntar. También pienso que pueden ser sembrados de girasol más tardío, al que aún no le ha salido la flor. Los expertos dirán: “¡mira éste, se las da de listillo y no distingue una vaina de un girasol!”. Pues tienen razón. Reconozco mi ignorancia. Lo primero que me está ofreciendo Vendée son grandes extensiones de cultivos diversos, instalaciones a lo grande y pequeñas casas agrupadas o aisladas con vocación agropecuaria, la “ferme” (granja) gala.
 

Veo más cultivos de girasoles, donde muy pocas plantas están en flor, así que mis dudas anteriores podrían inclinarse a que la primera extensión que me ha hecho dudar también era de girasol. También observo matorrales que prometen buena cosecha de arañones. Si en mi Navarra maduran en setiembre, dudo de que en el Norte estén comestibles para agosto, cuando llegue. Si llego. Las moras también están verdes y, por ahora, sólo he podido comer alguna roja ya madura de árboles de morera. Llego a unos corrales de corderos y ovejas. Saco una foto en la que se les ve dentro de su recinto. Están comiendo hierba. Alguna oveja me mira. Lo que más me sorprende es que los dos depósitos que debieran tener agua, están vacíos y los óvidos tendrán que aguantar su sed hasta que el granjero los vuelva a llenar. ¿Las habré defraudado? ¿Pensaban que yo era el aguador? Más de la misma familia están a cubierto bajo un amplio hangar. Más adelante veo un prado con muchas vacas.

Un mapa repleto de canalizaciones.
Tanto el Norte de Charente Maritime, como este Sur de Vendée, se muestran en mis mapas como una red repleta de canales. Asemeja un panal de abejas. Se ve que sacan el máximo provecho a las aguas dulces de La Sèvre Niortaise. Pero no sólo sirven para el regadío de sus tierras y sus cultivos, o para dar de beber a su ganado ovino o bovino, también algunos son navegables. Es así como llego a uno en que se ven amarradas varias embarcaciones. Las dos primeras, veleros con altos mástiles. Me asomo al embarcadero en el que leo “acceso prohibido”. Una escalera metálica me lleva a pensar que pueda emplearse este lugar como de baño en piscina natural. Habría que esperar a la subida de la marea y ver si el agua se clarifica, ahora es de un color chocolate poco apetecible.
 

Veo más girasoles. Un hombre y una mujer traen cosas de un barco y las meten en su coche. Más girasoles. En otro canal lo que veo es a una pareja de cisnes con sus “patitos feos”, que me parecen preciosos. Cuento siete u ocho y los fotografío. Combino carreteras y caminos. Pasan algunos coches, pocos camiones y alguna maquina agrícola. Un tractor con mucha parafernalia aérea, va a salir de su granja a la carretera. Espera a que yo pase y luego se dirige hacia donde yo venía. En otra granja hay algo cubierto por plástico. No sé lo que contiene.
 
En el prado hay infinidad de rodillos de hierba prensada. Supongo que es hierba para alimentar el ganado. También pienso que pueda ser pienso para el ganado lo que está cubierto por el plástico. Puede ser una forma más económica de conservarlo que envolver con plástico los fardos cilíndricos individuales, como he visto y veré en otros lugares. Estos dos enormes almacenes de hierba que ahora fotografío, están aplastados en sus extremos por ruedas neumáticas ya muy rodadas que ahora cumplen una función bien distinta que nada tiene que ver con para la que fueron diseñadas. No podríamos llamar a esto reciclaje, sino reutilización para otros usos.

El canal de Luçon.
Va avanzando la tarde. Ya son más de las ocho y estoy lejos de ver alguna señal que me indique que estoy llegando a un pueblo. Paso otro canal que me hace pensar en el de Luçon. Ver tanta agua y en el anterior tan poca, me obliga a pensar que estos canales retienen sus aguas por medio de exclusas. Esto se va a confirmar al llegar al canal de Luçon, pues el camino me llevará hasta la exclusa reguladora de agua. Espero a que llegue una chica que viene en bici y que arrastra un carro con comida para ganadería. Me dice que el canal por el que he pasado no es el de Luçon, sino que es el siguiente. Un niño hace carreras, él solo, con su bicicleta. Él mismo se marca los retos y se jalea.

Luçon está en Vendée, algo más al Norte Saint Michel en l’Herm. Saco una foto del canal en dirección a Luçon, en cuanto llego a él. Es un canal más ancho, con más agua y con algún pequeño malecón pétreo. Entre dos de estos malecones, hay una barca y en tierra una caravana y una piscina hinchable. Supongo un lugar de vacación económico, con niños y largo canal navegable gracias a las exclusas. El camino a borde del canal me hace andar más de lo debido. Avanzo por un lado, retrocedo por el otro, para ajustarme a la realidad que me obligan las diversas canalizaciones. A este paso no voy a llegar nunca a Saint Michel. Por fin llego a la exclusa. La fotografío y ahora parece que sí, que el camino toma un rumbo más orientado a mi destino de hoy. A pesar de ello, van a dar las nueve y media y aún estoy lejos de llegar. Ya me voy haciendo a la idea de que hoy sí que me voy a quedar sin cena formal.

Acercamiento a Saint-Michel-en-l’Herm.
Cada grupo de casas, de granjas, recibe su nombre. Las últimas, son Clara y la Pequeña Clara. Me hace recordar aquella preciosa película de Eric Rohmer que ganó un festival de Cine de San Sebastián, “La genou de Claire”. Los que no sabíamos francés teníamos que estar casi todo el tiempo leyendo subtítulos, pues el cine de Rohmer era muy literario, pero a mí me gustaba mucho. Incluso cuando el contenido conversacional era tan banal como en “El rayo verde”, con las obsesiones alimenticias de su protagonista femenina. Lástima que lo perdiéramos. Sería bonito que organizaran una retrospectiva sobre toda su obra. Pasada la granja de la Pequeña Clara, ya se empieza a vislumbrar un pueblo en lontananza. Destaca, ¡cómo no!, la punta del “clocher” (campanario) de una iglesia.

Grupo de jóvenes trabajadores finalizada la tarea.
Entro en un recinto que parece que no tiene perro guardián, pues ya estoy pensando en buscar un sitio para dormir. Tras un recodo, veo una rulote donde varios jóvenes trabajadores que parece que han terminado su jornada laboral, se están bebiendo su botellín de cerveza. Me dicen que en Saint Michel encontraré restaurante y hotel. Que ellos no tienen nada que ofrecerme para cenar ni para dormir, pero que me pueden dar una cerveza. En vista de que no me ofrecen lo que deseo, agradezco su cerveza pero me voy sin tomarla. Me urge más llegar a destino. En la carretera anuncian Saint Michel a siete kilómetros. Parece que estoy en la carretera roja, pero me dicen que no, que estoy más al Sur. Me señalan dónde en mi mapa. Los jóvenes han alucinado con mi viaje a pie. Una furgoneta saluda cuando me pasa, supongo que serán algunos del grupo de jóvenes. Llegando al pueblo también me saludará desde su coche el que llevaba la voz cantante y que me ha ofrecido la cerveza. No hace ni mención de parar y a lo mejor me hubiera podido ayudar a buscar algún sitio para cenar. Pero me estoy adelantando. Todavía en la carretera, paso por un gran cobertizo con paja en el suelo. Mientras voy pensando en que no estaría mal dormir en un pajar, se va quedando atrás sin decidirme. Luego veo un trigal que también me atrae.

Saint Michel en l’Herm.
Me estoy acercando a la iglesia, pero el camino me está obligando a dar un gran rodeo. Se empeña en alejarme. Por fin llego al pueblo. Ya han pasado de las diez. Hay un hotel y un restaurante con habitaciones, que suele ser una mejor opción. Lo primero que voy a intentar es cenar, pero ya están todos los restaurantes del pueblo cerrados. El del primer hotel también. Veo precio por una habitación y si hubiera la más sencilla tendría que pagar 40 € y el desayuno (6,50) sería aparte. Sigo calle adelante y es entonces cuando pasa el joven que me ofreció cerveza. Como ya he dicho, saluda pero no para. Un chaval, al que podría preguntar, sentado y en pantalón corto, habla por móvil, totalmente desinhibido y con un volumen de voz muy alto. Todo el que sepa francés se entera de la conversación, pero por la calle ya no se ve ni un alma. Como el joven no calla, le hago una seña y digo “¿restaurante?” y me señala que por donde voy no hay y que retroceda. El chico se lo cuenta a su interlocutor.


En puertas del cementerio.
Abandono el lugar y voy hacia el cementerio. Hay dos coches aparcados que mañana, cuando me vaya, continuarán en la misma posición. Saco foto del exterior del lugar. Compruebo que, salvo el suelo duro de cemento, no va a ser mal lugar para dormir. Hay un espacio de asientos a cubierto, también toilettes, y silencio. ¡Qué más puedo pedir! El cobertizo con bancos en ángulo es una parada ¿de autobús? Otra vez suelo duro, como la noche pasada. Espero a que anochezca comiendo dos barritas energéticas, dátiles, avellanas, almendras, pasas y cerezas secas. Hablo por teléfono con mi yerno Josu, le digo dónde estoy, ya en Vendée, aunque sin salir a la costa. No veo en el mapa ningún pueblo que suene un poco conocido, quizás Les Sables d’Olonne, de donde estoy a dos días. Me dice que todo va bien por Donostia y que el sábado se van de vacaciones. Orino en la toilette, preparo la cama extendiendo la esterilla y orientándola para que me moleste menos la luz de las farolas. Pero no lo sabré hasta que a las diez y media las enciendan. Me oculto de la más cercana, pero para las once ya las apagan. ¡Mejor!, aunque me pregunto: “¿para qué las habrán encendido?”. Me meto en el saco y estoy un rato boca arriba. El espacio es menos angosto que el de ayer y el banco corrido me sirve de apoyo en los movimientos nocturnos, en los giros. Estoy preocupado porque cada día me duele más el lado izquierdo. Pienso que más que lumbago pueda ser ciática. Me duele cada vez que me doy la vuelta. Como mejor estoy es en decúbito supino y con las piernas dobladas por las rodillas. Pero en esa posición, como en Pilates, también me duelen los talones. Recupero la mochila que había escondido bajo el banco y la arrimo contra la pared para que me haga de apoyo en mi espalda. Estoy mejor, pero es una lástima que, cuando debo descansar, el descanso no sea placentero. Estoy mejor y más relajado caminando.

Sueño repetitivo.
A lo largo de la noche, hay momentos en que me relajo. Un sueño repetitivo no me ayuda demasiado, pero menos es nada. Sueño con que llego a un lugar en el que camino como si estuviera en una tela de araña. Voy avanzando pero siempre estoy en el mismo sitio. Me despierto sin salir del sueño y compruebo que es verdad, que no me he movido. Vuelvo al lugar y avanzo quieto. Y lo mismo se repite varias veces. Quizás tenga otra interpretación y sea más relacionado con mi estado físico preocupante, pero yo lo interpreto como que lo importante no es tanto llegar como estar en el camino. La tela de araña me retiene y no me deja avanzar. ¿Tendría que parar y recuperar mi salud? Al haber poca iluminación, el cielo se ve estrellado, aunque no consigo ver la “Grande Ourse” (Osa Mayor). A la luna la he visto cuando me he levantado, hoy una sola vez, a orinar. Está por la mitad, en cuarto creciente. He orinado descalzo. Los coches que pasan por la carretera, están alejados de mi sitio y no molestan. He echado los restos de las barritas al contenedor del cementerio. ¿Sus inquilinos también harán reciclaje? Por si acaso, he cerrado la puerta del “cimitier” (campo santo). Ya lo hice por primera vez en 2006 cuando dormí en Zumaya, delante de Arritokietako Andramaria.

Balance de la última jornada en Charente Maritime.
Lo mejor han sido mis casi seis horas en terreno de Marsilly. Lo bien que me he sentido acogido en el Café de la Poste. Lo peor, lo mal que descanso esta noche. El recorrido no ha sido demasiado brillante y salir a la costa no ha supuesto salir a la playa. Un nuevo día sin baño en el mar. A ver si Vendée me ofrece mejores playas. El encuentro con Frederique y Gilles, también ha sido curioso, pero no va a dar el juego epistolar que he pensado. Una pena que en la biblioteca de Charron no hubiera Internet. También ha sido una pena que los jóvenes trabajadores que me han ofrecido cerveza, no tuvieran más que ofrecerme: cama y comida a buen precio. Curioso el encuentro en tres tiempos con el carnicero ambulante. La duda de los dos centros para jubilados. Vendrán días mejores.

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