Etapa 14 (305). 21 de
junio de 2012, jueves.
Le Château
d’Oléron-Les Allards-La Perrotine-Boyardville-Forêt de
Saumonards-Sautelle-Saint Pierre d’Oléron-Dolus d’Oléron-Le
Viaduc.
Amanecer en Les
Flots Bleus.
He dormido muy bien, a
pesar de que, a medianoche, he tenido que desprenderme de la mantita,
pues daba un calor sofocante. También, a pesar de que me ha
despertado mi propio ronquido. Sólo me he levantado una vez a
orinar. No tiro de la bomba. Como no he cerrado las cortinas, es el
propio amanecer el que me despierta. Pero la intensidad de la luz no
evita que me vuelva a adormecer y no me levanto hasta las 7:15 horas.
Recojo las perchas metálicas que había distribuido por el espacio
para que se me terminara de secar la ropa que quedó húmeda de ayer.
Me afeito, lavo y tomo la pastilla. “Jeudi”, digo para mis
adentros. No me sale decir: “jueves”. “Jeudi” me sale
automáticamente. Parece que algunas cosas sencillas las pienso ya en
francés. Me ducho, regulando muy bien la temperatura. Acierto a la
primera y eso que es un sistema desconocido para mí. La ducha
dispone de dos mamparas fijas y el espacio justo para que pase un flaco
sin ropa. Como no son puertas correderas, procuro que el agua
salpique lo menos posible. Uso mi propio jabón y me llevo una de las
pastillas sin usar para otra ocasión. Estoy dudando en pasar un día tranquilo en la isla y así poder ir a la playa nudista
sin mochila. ¡A ver cómo me sale la gestión! Bajo, saludo al
dueño, y lo planteo. Le pregunto si me va a mantener el precio, pero
el señor me dice: “je sui desolé” pues esta noche tiene todas
las habitaciones reservadas. Parece decir que bastante suerte he
tenido encontrando libre la de esta noche.
Desayuno sin salir
de Les Flots Bleus.
No le veo muy “desolé”
al caballero, y se lo digo. Me responde que ya he aprovechado bien
“la chance” esta noche pasada durmiendo por 37 €. Observo que
esta expresión “desolé” es algo similar a nuestro “lo
siento”, cuando realmente no se siente ninguna pena por lo que
acontece al otro. A veces, tal como sea la expresión de quien lo
dice, parece más un “te jodes” que un sentimiento de pesar.
Negocio la posibilidad de por 42 € y me dice que no y repite que
esta noche está todo completo. Para más INRI me dice que no está
día para playa y que va a bajar la temperatura. “¡Voyons!” me
digo, con la confianza de que el día levantará. Subo a la
habitación, bajo mis mochilas, devuelvo la llave y pido el desayuno.
Me atiende el propio dueño y saca seis trozos de pan, tres
mantequillas y tres confituras: albaricoque, frambuesa y fresa. Las
voy comiendo en el orden de la que menos a la que más me gusta:
fresa, frambuesa y albaricoque. No quiere que le pague los 6 € con
Visa pero insisto y así lo hago. Podía habérmelo ofrecido ayer y
hubiera pagado todo como media pensión.
“Que el sábado gane el mejor”, le digo como despedida y, tras el adiós, me acompaña para enseñarme el lugar en que hay una escalera que me permitirá continuar hacia Saumonards por la costa Este.
“Que el sábado gane el mejor”, le digo como despedida y, tras el adiós, me acompaña para enseñarme el lugar en que hay una escalera que me permitirá continuar hacia Saumonards por la costa Este.
Paseo por
Le Château d’Oléron.
Con el cielo cubierto
de nubes, salgo al puerto y saco una foto con las murallas del
castillo al fondo.
Siguiendo por la escalera indicada, asciendo a la parte interior del castillo. A esta hora no hay nadie por el lugar y compruebo que, no habiendo llovido esta noche, habría sido un buen sitio para dormir. No veo ningún lugar que me hubiera permitido cobijarme bajo techo. En todo caso un portón en la zona de las tres banderas. Pero he dormido bien y lo pasado, pasado está. Lo voy a tener en cuenta sólo en el caso de que al regreso me cuadre volver a este lugar. Mientras estaba en el hotel, no he sentido ganas pero, ahora, me entra el apretón. Mas el retrete está precintado con una cinta en aspa. Saco foto de la explanada de la ciudadela y entro al “centre ville”.
En el centro de la ciudad, veo que hoy es día de mercadillo. Lo están preparando. Llegando al complejo polideportivo, veo hortensias. Normalmente suelen ser azules o rosas, dependiendo del abono que se les eche, pero el rosa habitual suele ser muy clarito. Este macizo de hortensias me sorprende por la intensidad de rosa que ofrece. Casi rojo. No puedo irme sin hacerle una foto.
A estas horas, ya se ve movimiento de niños que van al colegio, a la escuela. Me paro con un grupito de adolescentes que están sentados en un pretil esperando que den las campanadas de las nueve. Cuatro chicas y un chico a los que fotografío y con los que hablo. Cuando les cuento el viaje que estoy haciendo, muestran mucho interés y me hacen preguntas: “¿dónde comes?, ¿dónde duermes?, ¿cuántos kilómetros al día? Es una gozada ver sus caras, ¡cómo alucinan! Van a dar las nueve, así que he podido estar con ellos menos de un cuarto de hora, pero ha sido un tiempo corto pero fructífero. Por la tarde tendré un encuentro similar en Dolus, con chavalillos de más edad. Hoy es el día de la Música y lo comprobaré por la tarde. Suenan las campanadas, se va el grupo de cinco y yo me encamino hacia el mercado.
Veo una especie de quiosco pero que desconozco su finalidad. Es moderno, más bajo que los habituales y no sé si servirá para ofrecer conciertos musicales con pocos componentes, pues me parece un espacio demasiado reducido como para una banda de música. Hay movimiento en la plaza por el montaje del mercadillo ambulante. El edificio del mercado es clásico y vetusto pero, para sacarle más juego, han colocado unas cubiertas curvas adicionales, donde se vende bajo techo lo mismo frutas y verduras, que ropas confeccionadas.
Dentro del mercado me fijo en un puesto de ostras. Me parecen precios inferiores a los que pude ver ayer viniendo de Marennes y observo que las ostras más alargadas son más baratas que las otras. Quiero suponer que todas son ostras de la zona. Las ofrecen apetitosas y el limón está al lado pero, como no voy a comprar, me abstengo de probar. ¡Ya tendré momento y tiempo!

Cuando llego al último vendedor de marisco, le pregunto: “¿Por qué pones en los langostinos 5 € los 500 gramos?” y me responde que es cosa de marketing, pues parece que se vende mejor así que poniendo a 10 € el kilo. Estrategia de vendedor.
Ya sólo me resta sacar una foto a la iglesia, que está cerrada, e ir saliendo del pueblo. Ha sido visita interesante. Me voy contento de la estancia en conjunto. Una mujer me dice por dónde salir para continuar por la costa Este.
Siguiendo por la escalera indicada, asciendo a la parte interior del castillo. A esta hora no hay nadie por el lugar y compruebo que, no habiendo llovido esta noche, habría sido un buen sitio para dormir. No veo ningún lugar que me hubiera permitido cobijarme bajo techo. En todo caso un portón en la zona de las tres banderas. Pero he dormido bien y lo pasado, pasado está. Lo voy a tener en cuenta sólo en el caso de que al regreso me cuadre volver a este lugar. Mientras estaba en el hotel, no he sentido ganas pero, ahora, me entra el apretón. Mas el retrete está precintado con una cinta en aspa. Saco foto de la explanada de la ciudadela y entro al “centre ville”.
En el centro de la ciudad, veo que hoy es día de mercadillo. Lo están preparando. Llegando al complejo polideportivo, veo hortensias. Normalmente suelen ser azules o rosas, dependiendo del abono que se les eche, pero el rosa habitual suele ser muy clarito. Este macizo de hortensias me sorprende por la intensidad de rosa que ofrece. Casi rojo. No puedo irme sin hacerle una foto.
A estas horas, ya se ve movimiento de niños que van al colegio, a la escuela. Me paro con un grupito de adolescentes que están sentados en un pretil esperando que den las campanadas de las nueve. Cuatro chicas y un chico a los que fotografío y con los que hablo. Cuando les cuento el viaje que estoy haciendo, muestran mucho interés y me hacen preguntas: “¿dónde comes?, ¿dónde duermes?, ¿cuántos kilómetros al día? Es una gozada ver sus caras, ¡cómo alucinan! Van a dar las nueve, así que he podido estar con ellos menos de un cuarto de hora, pero ha sido un tiempo corto pero fructífero. Por la tarde tendré un encuentro similar en Dolus, con chavalillos de más edad. Hoy es el día de la Música y lo comprobaré por la tarde. Suenan las campanadas, se va el grupo de cinco y yo me encamino hacia el mercado.
Veo una especie de quiosco pero que desconozco su finalidad. Es moderno, más bajo que los habituales y no sé si servirá para ofrecer conciertos musicales con pocos componentes, pues me parece un espacio demasiado reducido como para una banda de música. Hay movimiento en la plaza por el montaje del mercadillo ambulante. El edificio del mercado es clásico y vetusto pero, para sacarle más juego, han colocado unas cubiertas curvas adicionales, donde se vende bajo techo lo mismo frutas y verduras, que ropas confeccionadas.
Dentro del mercado me fijo en un puesto de ostras. Me parecen precios inferiores a los que pude ver ayer viniendo de Marennes y observo que las ostras más alargadas son más baratas que las otras. Quiero suponer que todas son ostras de la zona. Las ofrecen apetitosas y el limón está al lado pero, como no voy a comprar, me abstengo de probar. ¡Ya tendré momento y tiempo!
Cuando llego al último vendedor de marisco, le pregunto: “¿Por qué pones en los langostinos 5 € los 500 gramos?” y me responde que es cosa de marketing, pues parece que se vende mejor así que poniendo a 10 € el kilo. Estrategia de vendedor.
Ya sólo me resta sacar una foto a la iglesia, que está cerrada, e ir saliendo del pueblo. Ha sido visita interesante. Me voy contento de la estancia en conjunto. Una mujer me dice por dónde salir para continuar por la costa Este.
Tren a Saint-Trojan, Site de Vacances.
Salgo por una zona verde bonita y ajardinada. Desde allí saco la foto de despedida de Le Château d’Oléron, alejándome de la torre de la iglesia.
Sin salir del todo del pueblo, llego a un lugar con casas de madera de un azul verdoso, donde se anuncia “voiage en petit train” y me informan que el destino de este trenecillo es Saint-Trojan-les-Bains, un parque forestal en el sur de la isla. El recorrido que hace el tren es de ida y vuelta. Como mi intención es llegar al menos a la playa nudista de Saumonards, no muestro interés en la oferta. Quizás me lo plantee al regreso, antes de llegar al viaducto.
A las nueve y media ya estoy saliendo definitivamente de Le Château. La ciudadela va quedando a mi derecha. Me equivoco de camino, retrocedo, y ya sigo por la carretera, pues camino no hay. La ruta, que soporta muy pocos vehículos, va alejada del mar. No me importa mucho porque ya sé que son terrenos de marisqueo, poco gratos para caminar y sin posibilidades de darme un baño agradable. Saco foto a un canal que distribuye agua marina para alimento de las piscinas ostrícolas. Poco más adelante me encuentro un lugar que pone “Site de Vacances”, lugar de Vacaciones que depende del Ministerio de Educación. Es un encuentro providencial, pues estoy aguantando el apretón a duras penas. No hay nadie en recepción. Veo un retrete, cierro, descargo mochilas y descargo el interior de mi cuerpo que queda vacío y más ligero.
Al salir, fotografío un conjunto de bicicletas que da idea de que es un centro en uso. Cuando estoy en ello, aparece una chica que me dice que no tengo permiso para entrar en estas instalaciones del Ministerio y que no puedo hacer fotos. Le digo que en ningún lugar he visto señal de “interdit” y le añado que vengo a pie desde el País Vasco y que me interesa todo lo que veo. Ahora muestra un talante más amable.
Su actitud recriminatoria inicial pasa a ser más informativa. Me explica que el lugar funciona como Colonia de Verano, en la temporada de estío y, durante el período escolar, como escuela abierta para que los alumnos contacten con la naturaleza. Para las diez ya estoy de nuevo en marcha. Paso por una torre aislada. ¿Pudo ser un molino? Normalmente estas torres tienen techado en forma de cucurucho pero, en ésta, me sorprende ver un tejado circular a dos aguas; como dos semicírculos inclinados.
Les Viviers d'Oléron
Pronto llego a otra gran piscina ostrícola con sus instalaciones, donde leo Les Viviers d’Oléron. El agua parece tranquila, pero está en movimiento. La espuma que flota puede ser consecuencia del proceso de depuración. A pesar de que el Port Ostréicole d’Arceau y todo el tinglado complementario, no permite seguir por la costa, pronto salgo a zona de marisqueo, donde compruebo cómo la marea bajísima deja a las embarcaciones echando la siesta.
Son vehículos que no llevan a ninguna parte si les falta el agua y las mareas tienen sus horarios que, en esta naturaleza marina, no queda otro remedio que respetar. Un cartel indica que estoy en la reserva natural nacional de Moèze-Oléron. Hasta mañana no visitaré Moèze, pues está en paralelo, pero en el continente.
Por la carretera sin arcén, y aunque apenas hay circulación, debo andar con cuidado. Normalmente los conductores se van al centro de la calzada si no viene nadie de frente, pero yo también facilito la operación metiéndome en la hierba cuando el cruce ocurre. Facilito algo que me conviene por mi propia seguridad. El viento me empuja por detrás y me ayuda a caminar
La Pomme d’amour.
Tardaré aún un rato
en llegar a unas casetas de madera adornadas con pintura colorista
muy llamativa. Inicialmente eran cabañas para pescadores pero, con
el tiempo, algunas se han reconvertido en lugares para exponer
artesanía al arrimo de los que vienen aquí a comprar ostras. Puedes
comprar unas cuantas docenas de ostras riquísimas, como luego
comprobaré, y encontrar una perla que puede haberse convertido en un
objeto de arte en la Pomme d’amour.
Una manzana de amor que, seguro, no tiene gusano dentro. O, si lo tiene, será un gusano de oro. Esta cabaña llena de los productos realizados por la feliz artesana que encuentro dentro, es la primera de todo el conjunto. Entro en la exposición y la veo, de blanco, hablando con una amiga a la que aprecia y agradece su compañía. No parece que vayan a venir hoy muchos clientes por aquí. Entro y pregunto: “¿Quién es la manzana que da amor?” y la de azul la señala y dice: “elle”. La artesana se muestra coqueta.
Su aspecto físico desparrama sosiego. Miro sus “bijoux” (joyas) y, aunque no muestro intención de comprar nada, me tratan con amabilidad. Posan para mi foto, me despido y me voy agradecido. Saliendo, encuentro a una pareja que acaba de comprar una caja de ostras. Van a París. Les pregunto, “¿cuánto os durarán?”. “Mañana nos las comemos todas”, es su jugosa respuesta. Parece que ya se relamen sólo de pensar en comérselas.
Una manzana de amor que, seguro, no tiene gusano dentro. O, si lo tiene, será un gusano de oro. Esta cabaña llena de los productos realizados por la feliz artesana que encuentro dentro, es la primera de todo el conjunto. Entro en la exposición y la veo, de blanco, hablando con una amiga a la que aprecia y agradece su compañía. No parece que vayan a venir hoy muchos clientes por aquí. Entro y pregunto: “¿Quién es la manzana que da amor?” y la de azul la señala y dice: “elle”. La artesana se muestra coqueta.
Su aspecto físico desparrama sosiego. Miro sus “bijoux” (joyas) y, aunque no muestro intención de comprar nada, me tratan con amabilidad. Posan para mi foto, me despido y me voy agradecido. Saliendo, encuentro a una pareja que acaba de comprar una caja de ostras. Van a París. Les pregunto, “¿cuánto os durarán?”. “Mañana nos las comemos todas”, es su jugosa respuesta. Parece que ya se relamen sólo de pensar en comérselas.
Del Port Ostréicole d’Arceau
a Les Allards.
Una caseta de color
azul, ofrece exposición de pintura. Me asomo, pero no entro. No
quiero entretenerme demasiado aquí. En otra caseta de color granate,
se puede leer “La cabane”, pero un cartel en la puerta negra
cuelga con el indicador: “fermé”.
Llego a un canal en el que pone Port Ostréicole d’Arceau y la carretera me lleva hacia el interior, en dirección a Les Allards. Hace mucho viento y un hombre que pasa en bici sujetando su gorra en la mano me grita algo que yo traduzco como “cascada”. Me sorprende, pues el lugar, tan llano, me parece poco propicio como para encontrar por aquí alguna cascada. Luego me voy dando cuenta que lo que me ha dicho es que sujete bien mi visera porque el viento me la puede hacer volar. Lo entendido como “cascade” (cascada) era en realidad “casquette” (gorra). Amarro bien mi visera a mi mano. Enseguida entro en Les Allards. Un cernícalo vuela quieto contra el viento. Aletea sin moverse un ápice de su lugar. Qué conexión tan perfecta entre el movimiento de sus alas y la velocidad del viento. Me parece otro milagro de la natura. Allí pregunto a unos obreros de la construcción a qué comuna pertenece Les Allards y me dicen que a la de Dolus. Pasaré por allí al regreso y disfrutaré de música de jazz y de la charla con unos jóvenes, en este Día de la Música.
Pregunto a los obreros, pero no saben decirme el significado de la palabra “allard”. Yo, que vivo en Irun, la asocio con los alardes militares de las fiestas irunesas y hondarribiarras, pero no logro que nadie me lo confirme. Tampoco un hombre, al que encuentro en el espacio ajardinado de su casa, me aclara nada. No cree que por aquí hubiera ninguna batalla militar, con victoria, para alardear. Pero muestra curiosidad por mi viaje y se sorprende con lo que le cuento. Dejando atrás Les Allards, sin poder aclarar nada, vuelvo a salir a carretera. Paso el Canal d’Arceau. Veo al fondo un bosque y pienso que puede ser La Forêt des Saumonards y que ya estaré llegando a Boyardville, pero aún tendré que pasar por otro espacio urbano, La Perrotine. El día continúa muy nublado, pero confío en que luzca el sol cuando llegue a la playa. Desde la propia carretera me fijo en otra gran piscina depuradora ostrícola, pero ésta con la particularidad de que la adorna una pareja de cisnes blancos. No sé si estos palmípedos son del agrado de los que viven de las ostras. Hurgando en los pozos poco profundos de estos pozos escarbados en la tierra, ¿no se comerán el sembrado de ostras? Nadie me va a aclarar tampoco esta parte de mis dudas. Un señor que pasa en bici me explica que para llegar a Boyardville debo pasar por medio de la forêt y es así como llego a la Perrotine.
Llego a un canal en el que pone Port Ostréicole d’Arceau y la carretera me lleva hacia el interior, en dirección a Les Allards. Hace mucho viento y un hombre que pasa en bici sujetando su gorra en la mano me grita algo que yo traduzco como “cascada”. Me sorprende, pues el lugar, tan llano, me parece poco propicio como para encontrar por aquí alguna cascada. Luego me voy dando cuenta que lo que me ha dicho es que sujete bien mi visera porque el viento me la puede hacer volar. Lo entendido como “cascade” (cascada) era en realidad “casquette” (gorra). Amarro bien mi visera a mi mano. Enseguida entro en Les Allards. Un cernícalo vuela quieto contra el viento. Aletea sin moverse un ápice de su lugar. Qué conexión tan perfecta entre el movimiento de sus alas y la velocidad del viento. Me parece otro milagro de la natura. Allí pregunto a unos obreros de la construcción a qué comuna pertenece Les Allards y me dicen que a la de Dolus. Pasaré por allí al regreso y disfrutaré de música de jazz y de la charla con unos jóvenes, en este Día de la Música.
Pregunto a los obreros, pero no saben decirme el significado de la palabra “allard”. Yo, que vivo en Irun, la asocio con los alardes militares de las fiestas irunesas y hondarribiarras, pero no logro que nadie me lo confirme. Tampoco un hombre, al que encuentro en el espacio ajardinado de su casa, me aclara nada. No cree que por aquí hubiera ninguna batalla militar, con victoria, para alardear. Pero muestra curiosidad por mi viaje y se sorprende con lo que le cuento. Dejando atrás Les Allards, sin poder aclarar nada, vuelvo a salir a carretera. Paso el Canal d’Arceau. Veo al fondo un bosque y pienso que puede ser La Forêt des Saumonards y que ya estaré llegando a Boyardville, pero aún tendré que pasar por otro espacio urbano, La Perrotine. El día continúa muy nublado, pero confío en que luzca el sol cuando llegue a la playa. Desde la propia carretera me fijo en otra gran piscina depuradora ostrícola, pero ésta con la particularidad de que la adorna una pareja de cisnes blancos. No sé si estos palmípedos son del agrado de los que viven de las ostras. Hurgando en los pozos poco profundos de estos pozos escarbados en la tierra, ¿no se comerán el sembrado de ostras? Nadie me va a aclarar tampoco esta parte de mis dudas. Un señor que pasa en bici me explica que para llegar a Boyardville debo pasar por medio de la forêt y es así como llego a la Perrotine.
La Perrotine.
Abandonando de nuevo la
carretera, llego a un canal navegable por el que camino a la par por un
sendero muy agradable desde el que se accede a las barcas. Cada
embarcación tiene un pasillo metálico inclinado que salva el
desnivel entre el camino y el agua de la ría. Veo al fondo casas,
que pertenecen a La Perrotine y un puente. Del puente, hacia donde
vengo, sólo varan barcas a este lado del canal. El otro lado es
inviable, sólo tiene acceso a la marisma.
Una vez pasado el puente, veo que hay embarcaciones amarradas a ambos lados del canal. Algunas son pequeñas motoras y se ve algún velero que, por su alto mástil, es imposible que lo puedan varar al otro lado del puente. Saco foto desde el puente. Ya estoy en La Perrotine. Me acerco a la Oficina de Turismo, pero está cerrada. No porque hayan dado ya las doce del mediodía, sino porque cierran los jueves. Ningún coche empieza por CG y no puedo construir palabra alguna, pero veo uno más antiguo con AP y me recuerda a Alianza Popular, madre genitora del actual PP.
Me viene la imagen de Juana Bengoetxea, concejala en Irun de esa formación, donde la encuentro desubicada y, me parece que, defendiendo cosas con las que no comulga y que, aún siendo una mujer de derechas, a disgusto con las medidas antisociales de su propio partido. No creo que tarde mucho en salir de la política municipal. Como no me creo un vidente, ¡ya se verá! Junto al más joven de su equipo, Santiago, son políticos que no me caen nada bien. Creo que un político debe ser crítico con la sociedad y tratar de transformarla. Un hombre, que trabaja en un restaurante próximo a Turismo, me dice que para llegar a la playa nudista todavía me queda mucho, tres kilómetros. Le digo que vengo andando desde el País Vasco. Me dice: “entonces, la tienes enseguida”.
Una vez pasado el puente, veo que hay embarcaciones amarradas a ambos lados del canal. Algunas son pequeñas motoras y se ve algún velero que, por su alto mástil, es imposible que lo puedan varar al otro lado del puente. Saco foto desde el puente. Ya estoy en La Perrotine. Me acerco a la Oficina de Turismo, pero está cerrada. No porque hayan dado ya las doce del mediodía, sino porque cierran los jueves. Ningún coche empieza por CG y no puedo construir palabra alguna, pero veo uno más antiguo con AP y me recuerda a Alianza Popular, madre genitora del actual PP.
Me viene la imagen de Juana Bengoetxea, concejala en Irun de esa formación, donde la encuentro desubicada y, me parece que, defendiendo cosas con las que no comulga y que, aún siendo una mujer de derechas, a disgusto con las medidas antisociales de su propio partido. No creo que tarde mucho en salir de la política municipal. Como no me creo un vidente, ¡ya se verá! Junto al más joven de su equipo, Santiago, son políticos que no me caen nada bien. Creo que un político debe ser crítico con la sociedad y tratar de transformarla. Un hombre, que trabaja en un restaurante próximo a Turismo, me dice que para llegar a la playa nudista todavía me queda mucho, tres kilómetros. Le digo que vengo andando desde el País Vasco. Me dice: “entonces, la tienes enseguida”.
Tolosarras.
Un trío en cabina telefónica bajo la lluvia.
Un trío en cabina telefónica bajo la lluvia.
Voy saliendo de La
Perrotine y, aunque por carretera, el espacio boscoso por el que
estoy atravesando es muy bonito. Un cartel me informa que estoy en La
Forêt des Saumonards que estaba buscando. Sin tan siquiera ver
camino que lleve hacia la playa, el cielo se pone muy oscuro y
empiezan a caer unas gotas que, pronto, van a ser goterones y acaba
en lluvia intensa. Corro. Estoy llegando a una rotonda y veo una
cabina telefónica. Vuelvo a correr pero, al llegar, veo que la cabina está
ocupada ya por una pareja. A pesar de que con ellos casi está
completo el espacio, se achican para que pase y entre con mis
mochilas. Ellos no llevan equipaje y han dejado sus bicicletas fuera.
El espacio es angosto y tenemos la suerte de que enseguida deja de
llover. Ha sido un chaparrón de verano. Mientras estamos dentro y saludo
en francés, ellos han notado que no soy galo y enseguida se aclara
que los tres somos vascos. Son de Tolosa: Begoña y José Luis. Están
de vacaciones y hoy tocaba recorrido por el norte de la isla de
Oléron. Ellos también suelen practicar nudismo y me dicen que la
zona oficial es por el Sudoeste, por donde yo la situé inicialmente
en mi mapa, pero que por aquí también se tolera. Se confirma lo que
me dijeron los de La Grande-Côte, rubricado por el del restaurante
de La Perrotine. Los dos conocen a Ana y Jesus, los padrinos de mi
hija mayor, y les darán recuerdos de mi parte cuando vuelvan a
Tolosa, la antigua capital foral de Gipuzkoa. Salgo de la cabina y
les saco una foto dentro con el gran mapa de la Île d’Oléron, que
es más ilustrativo que el minúsculo que yo llevo. Ellos no tienen
problemas para llevar más peso que yo. Me cuentan una anécdota que le ocurrió a José
Luis en Monserrat y que viene a cuento con nuestra situación de hoy.
En un espacio similar al de esta cabina, coincidió José Luis con
otro hombre. Como el otro no hablaba, él dio el primer paso para
conversar. Resultó que era mudo. ¡Carcajada! Nos despedimos y les
doy mi blog por si quieren hurgar en mi viaje peninsular.
Tras la lluvia,
bonito día de playa.
Ellos cogen sus bicis y
continúan por la carretera y yo sigo por un ramal que me lleva a
camino ancho que me va acercando hacia el mar. Es así como salgo a
una playa con cielo azul y algunas, pocas, nubes blancas. Tras la
tempestad, ha llegado la calma. En la duna hay un restaurante y oigo
y veo a un hombre que silba.
Paso a una playa de arena blanca y fina. Llegando a la orilla, un pescador me saluda y advierte que tenga cuidado con las corrientes que aquí son muy traicioneras. Descargo las mochilas en la arena, me desnudo y me doy un rico baño en unas aguas calmas que desdicen la advertencia del pescador francés.
Probablemente el peligro anunciado se produzca si me adentro hacia el Fort Boyarde que ya estoy viendo hacia el Norte, así como la Île d’Aix. A la Pointe de la Fumée, algo más a la derecha, no llegaré hasta pasado mañana. Salgo del agua y paseo por la orilla hacia el Noroeste.
En la parte alta de la playa hay un pabellón a cubierto y unos veleros que se ven alineados en la distancia. Destacan sus altos mástiles. Es muy probable que por esa zona esté el espacio naturista tolerado. No llego hasta allí. No merece la pena acercarse a comprobarlo porque, la última lluvia, habrá espantado a los nudistas más valientes. Para estar allí solo, estoy también muy bien aquí.

Saco foto de mi sombra gentil para que quede constancia de que estoy en playa nudista y porque no tengo a nadie a mi lado para que me fotografíe de cuerpo presente. Cuando llego a la curva en mi paseo, no veo a nudistas pero sí a dos pescadores con caña. Cuando dejo de ver mi mochila, retrocedo. Me quedo sin ver la playa que va a continuación, hacia Saint-Georges-d’Oléron. El día está quedando esplendido. Ya seco, me visto y me voy hacia el restaurante que antes he avistado.
Paso a una playa de arena blanca y fina. Llegando a la orilla, un pescador me saluda y advierte que tenga cuidado con las corrientes que aquí son muy traicioneras. Descargo las mochilas en la arena, me desnudo y me doy un rico baño en unas aguas calmas que desdicen la advertencia del pescador francés.
Probablemente el peligro anunciado se produzca si me adentro hacia el Fort Boyarde que ya estoy viendo hacia el Norte, así como la Île d’Aix. A la Pointe de la Fumée, algo más a la derecha, no llegaré hasta pasado mañana. Salgo del agua y paseo por la orilla hacia el Noroeste.
En la parte alta de la playa hay un pabellón a cubierto y unos veleros que se ven alineados en la distancia. Destacan sus altos mástiles. Es muy probable que por esa zona esté el espacio naturista tolerado. No llego hasta allí. No merece la pena acercarse a comprobarlo porque, la última lluvia, habrá espantado a los nudistas más valientes. Para estar allí solo, estoy también muy bien aquí.
Saco foto de mi sombra gentil para que quede constancia de que estoy en playa nudista y porque no tengo a nadie a mi lado para que me fotografíe de cuerpo presente. Cuando llego a la curva en mi paseo, no veo a nudistas pero sí a dos pescadores con caña. Cuando dejo de ver mi mochila, retrocedo. Me quedo sin ver la playa que va a continuación, hacia Saint-Georges-d’Oléron. El día está quedando esplendido. Ya seco, me visto y me voy hacia el restaurante que antes he avistado.
De 13:00 a 16:00 comiendo en
Le Café de la Plage y escribiendo.
Dicen que, después de
visto, todo el mundo es listo. Pues, como ya lo había visto, voy
derechito hacia Le Café de la Plage. Es el único lugar hostelero de
la zona, así que hace de café, de bar y de restaurante. Cuando
llego, acaban de sacar una barca con seis ostras a dos chicas que
están en mesa colindante a la que he elegido yo para comer. La de
Bayonne, levanta la tapa de una ostra y me la enseña. Está muy apetitosa. No tiene
nada que ver con las que comí ayer en Ronce y se asemeja más al
recuerdo que yo tenía de las ostras. La de Bayonne, me recomienda
también los “moules” (mejillones). En la carta también aparece
un pescado, pero hoy decido hacer la primera comida de capricho.
Huîtres et moules. De postre pido “crème brulé” (crema quemada), una especie de crema catalana. Me animo a pedir una jarrita
de tinto por la que me piden 3,50 €. Así festejo la entrada en el
verano, con un pago con Visa de 25,50 €, y también me entero de que
estoy en terreno de Saint-Georges-d’Oléron. Las vecinas, además
de las ostras, han comido: una costillas y la otra merluza al horno.
Escribo. Hablo con las dos chicas y también con la camarera, que
tiene una niña preciosa. Pido agua. Relleno mi botellín por tener
para la vuelta y termino de beber la jarra restante mientras sigo
escribiendo. Reservo el último traguito de vino para el final.
Son las cuatro cuando me pongo en marcha. Desde que he entrado en la playa hasta que me voy ahora, han pasado tres ricas horas, placenteras. Al salir, la niña, Camille, ya ha despertado de la siesta y está en su ratito mimoso. Me despido de la barman, que me ha aclarado nombres del fuerte y me desea buen viaje. Vuelvo por la cabina telefónica acogedora, donde me he encontrado con los de Tolosa. Saco nueva foto, ahora vacía, y me dirijo hacia Sauzelle. Creía que el camino me iba a llevar a Boyardville, pero no ocurrirá así.
Son las cuatro cuando me pongo en marcha. Desde que he entrado en la playa hasta que me voy ahora, han pasado tres ricas horas, placenteras. Al salir, la niña, Camille, ya ha despertado de la siesta y está en su ratito mimoso. Me despido de la barman, que me ha aclarado nombres del fuerte y me desea buen viaje. Vuelvo por la cabina telefónica acogedora, donde me he encontrado con los de Tolosa. Saco nueva foto, ahora vacía, y me dirijo hacia Sauzelle. Creía que el camino me iba a llevar a Boyardville, pero no ocurrirá así.
Hacia Sauzelle y
Saint-Pierre-d’Oléron.
Día de la Música.
Día de la Música.
El bosque está
precioso. Ofrece un camino muy majo que creo me llevará a
Boyardville. Será un espejismo, pues ese pueblo no lo veré. Me va a
quedar la duda de si La Perrotine y Boyardville no son la misma cosa.
Espero que alguien me lo aclare. Por la mañana el paso del puente me ha llevado hacia el bosque y la playa y, por la tarde, el bosque me va llevando hacia Sauzelle. En cualquier caso, Boyardville no lo veré. Tampoco pasado mañana podré ver el Fort Boyard. Salgo del bosque por una carretera que no tiene arcén, la hierba para escapar de los coches es peor que la de la mañana y, para estropearlo más, el viento sopla de cara. Tiene tanta fuerza que casi me tira, aunque no tanta como en el norte de Córcega en el verano de 2014. Y muchísimo menos que en Dinamarca en 2015, con tres días de un viento de más de 80 km/hora.
La visera me la pongo hacia atrás, en previsión de que me la vuele el viento, caiga a una piscina ostrera y no la pueda recuperar. He sacado foto del camino que me va llevando hacia Sauzelle y ahora, desde la carretera, saco foto de piscina ostrícola donde se aprecian las olitas que levanta el viento.
Cuando llego a Sauzelle, estoy desorientado. Dudo si ir hacia Saint Georges o a Saint Pierre, Finalmente me decantaré por bajar al Sur. Los Pedro vencen a los Jorge. Parece que Pedro, con sus llaves y su martirio, fue más real que el Jorge con su dragón, inventado por los ingleses. Y que me perdone mi primo Jorge.
Entenderá que opte por él. Nuestro común tío Pedro, fue mi padrino y Pierre es el cordonnier de Parentis, al que no puedo olvidar en este viaje. Estoy caminando con las sandalias que me arregló gratis él. Llego a un cruce en donde no me cuadran las direcciones. Mi desorientación se resuelve poniendo mi mapa al revés. Ahora ya lo veo más claro. En Sauzelle hay otro puesto de venta de ostras.
Los precios quizás sean algo más bajos que el día anterior. También se ofrecen mejillones a 3,80 € el kilo. Saliendo de Sauzelle me llama la atención la puerta de entrada de una casa. No tanto la puerta del 474 de la calle, como los arbustos en arco que han conseguido dominar sus dueños para sentir señorío, puesto que así entran y salen de su casa como bajo palio. Ya fuera del pueblo, en la campiña, observo un rebaño de vacas.
Se pierden pastando entre la hierba. Les saco una foto, pero luego veo a otro grupo que ya se ha tumbado al sol y se está dedicando a rumiar. Lo que más me llama la atención es el ternerillo que está en primer término. Qué ajeno está a que lo estoy inmortalizando para la posteridad.
La madre vaca se ha espantado en cuanto me ha visto, pero el ternero sigue rumiando el mejor de sus sueños. Ni se entera. Está todo espatarrado. ¡Qué ternura, qué felicidad!
Espero que alguien me lo aclare. Por la mañana el paso del puente me ha llevado hacia el bosque y la playa y, por la tarde, el bosque me va llevando hacia Sauzelle. En cualquier caso, Boyardville no lo veré. Tampoco pasado mañana podré ver el Fort Boyard. Salgo del bosque por una carretera que no tiene arcén, la hierba para escapar de los coches es peor que la de la mañana y, para estropearlo más, el viento sopla de cara. Tiene tanta fuerza que casi me tira, aunque no tanta como en el norte de Córcega en el verano de 2014. Y muchísimo menos que en Dinamarca en 2015, con tres días de un viento de más de 80 km/hora.
La visera me la pongo hacia atrás, en previsión de que me la vuele el viento, caiga a una piscina ostrera y no la pueda recuperar. He sacado foto del camino que me va llevando hacia Sauzelle y ahora, desde la carretera, saco foto de piscina ostrícola donde se aprecian las olitas que levanta el viento.
Cuando llego a Sauzelle, estoy desorientado. Dudo si ir hacia Saint Georges o a Saint Pierre, Finalmente me decantaré por bajar al Sur. Los Pedro vencen a los Jorge. Parece que Pedro, con sus llaves y su martirio, fue más real que el Jorge con su dragón, inventado por los ingleses. Y que me perdone mi primo Jorge.
Entenderá que opte por él. Nuestro común tío Pedro, fue mi padrino y Pierre es el cordonnier de Parentis, al que no puedo olvidar en este viaje. Estoy caminando con las sandalias que me arregló gratis él. Llego a un cruce en donde no me cuadran las direcciones. Mi desorientación se resuelve poniendo mi mapa al revés. Ahora ya lo veo más claro. En Sauzelle hay otro puesto de venta de ostras.
Los precios quizás sean algo más bajos que el día anterior. También se ofrecen mejillones a 3,80 € el kilo. Saliendo de Sauzelle me llama la atención la puerta de entrada de una casa. No tanto la puerta del 474 de la calle, como los arbustos en arco que han conseguido dominar sus dueños para sentir señorío, puesto que así entran y salen de su casa como bajo palio. Ya fuera del pueblo, en la campiña, observo un rebaño de vacas.
Se pierden pastando entre la hierba. Les saco una foto, pero luego veo a otro grupo que ya se ha tumbado al sol y se está dedicando a rumiar. Lo que más me llama la atención es el ternerillo que está en primer término. Qué ajeno está a que lo estoy inmortalizando para la posteridad.
La madre vaca se ha espantado en cuanto me ha visto, pero el ternero sigue rumiando el mejor de sus sueños. Ni se entera. Está todo espatarrado. ¡Qué ternura, qué felicidad!
No podría asegurar si
la manada bovina está en Sauzelle, y entonces pertenecerían a Saint
Georges, o si ya estaba en terrenos de Saint Pierre.
Entrando en el pueblo, paso por el cementerio y veo una torre, de las que no sé si fue molino, y que tiene techo cónico, como si fuera un cucurucho y parece que fuera de madera. Quizás haya perdido sus tejas de pizarra y sólo queda el rastrel, los listones que soportaban el tejado. En el pueblo hay mucho ambiente, con público por tiendas y plazas. Me informan de que hoy es el día de la Música. Veo la torre de una iglesia. Me escoro a la derecha al ver anuncio de la Mediatheque. Unas chicas me orientan.
En la entrada unos chicos hacen piruetas con sus skates. La puerta está cerrada. Cierran los jueves. Lo mismo que me ha pasado en Turismo de La Perrotine. ¡Qué se le va a hacer! Regreso por donde están las jóvenes. Luego veo el edificio del mercado.
Es de una sola planta y está aislado. Normal que por la tarde esté cerrado. Paseo por una de sus calles, la principal, y al fondo se ve la torre de la iglesia completa. De cerca tendré dificultad para fotografiarla.

Avanzo, entro en la iglesia y saco foto de la nave central que me parece más limpia que las laterales.

Me parece curioso el artesonado sobre el altar mayor, y me gusta que no tenga lámpara baja en la nave principal, como las que hay en las laterales. El Crucificado preside y Pedro, el santo que da nombre al pueblo, está ausente en el altar mayor. Salgo al exterior y saco foto de la fachada principal. Me alejo para sacar su altísima torre, pero no lo consigo en su totalidad.

En una pastelería se me antoja
un “gâteau” y me lo compro (3,15 €). La chica que me lo vende
alucina con mi viaje y me pregunta: “¿Cuántos días hace que
saliste del País Vasco?” y mi respuesta: “dos semanas”. Pago y
me voy. Comiendo el pastel, me acerco a la plaza. En la
terraza de un bar hay un cantante con guitarra. Sin descargar
mochilas, me pongo a bailar siguiendo el ritmo de la música.
Termino el pastel, termina la canción, me chupo los dedos y le doy la mano, en agradecimiento, al cantante. Es francés, aunque canta en inglés. Le digo de dónde vengo y a dónde voy. Me desea buen viaje.
Que hoy es el día de la música me lo han dicho las dos chicas comensales vecinas en Le Café de la Plage. Continúo por otra calle que, a esta hora, está semidesértica. Al fondo se ve la torre de otra iglesia a la que no entraré. A lo mejor en ésta, el altar mayor esté presidido por San Pedro. Cuando llego a la plaza veo que han montado una carpa donde un grupo de adolescentes cantan. Lo hacen muy bien. Dos chicos, solistas, están en la parte delantera del estrado. La mujer que les dirige, de espaldas al fotógrafo, es muy marchosa y marca muy bien el ritmo, los tiempos. Los músicos, delante del grupo, son pocos pero suficientes. Suena bien y el conjunto resulta bonito. Y gratis, ¡qué más vamos a pedir! Me voy contento de Saint Pierre d’Oléron con un buen sabor de boca y de sones en el oído. En la esquina de la plaza hay dos mujeres. Una habla castellano y me dice por dónde debo continuar para llegar a Dolus.
Me acompaña un chico durante un rato y me insiste que me quede, que el día de la música es de mucha fiesta en el pueblo. Me dice que él con su cuadrilla van a hacer una gran juerga, razón por la que va a un Supermercado para comprar cerveza. Le digo que hoy me gustaría llegar a dormir al Viaduc. No es precisamente una borrachera de cerveza lo que más me pide el cuerpo. A él ya se le notaba “pelín” alegre. Continúo hacia el Sur donde veo otra torre con tejado cónico y adaptado para vivienda.
No sé de qué servicios dispondrá, pero supongo serán complementarios al edificio próximo. En una rotonda hay una vid o parra baja, metálica, que nos recuerda que, además de en zona ostrera y marisquera, estamos en zona vitivinícola. Por la carretera veo un CG871FB (Ciego-efebo). Saliendo de Saint Pierre, la carretera mejora algo. Hay un poco más de arcén. Será otro espejismo. Cansa ir tan atento a la carretera y hoy creo que he dado un largo paseo, aunque me es difícil calcular en kilómetros.
Entrando en el pueblo, paso por el cementerio y veo una torre, de las que no sé si fue molino, y que tiene techo cónico, como si fuera un cucurucho y parece que fuera de madera. Quizás haya perdido sus tejas de pizarra y sólo queda el rastrel, los listones que soportaban el tejado. En el pueblo hay mucho ambiente, con público por tiendas y plazas. Me informan de que hoy es el día de la Música. Veo la torre de una iglesia. Me escoro a la derecha al ver anuncio de la Mediatheque. Unas chicas me orientan.
En la entrada unos chicos hacen piruetas con sus skates. La puerta está cerrada. Cierran los jueves. Lo mismo que me ha pasado en Turismo de La Perrotine. ¡Qué se le va a hacer! Regreso por donde están las jóvenes. Luego veo el edificio del mercado.
Es de una sola planta y está aislado. Normal que por la tarde esté cerrado. Paseo por una de sus calles, la principal, y al fondo se ve la torre de la iglesia completa. De cerca tendré dificultad para fotografiarla.
Avanzo, entro en la iglesia y saco foto de la nave central que me parece más limpia que las laterales.
Me parece curioso el artesonado sobre el altar mayor, y me gusta que no tenga lámpara baja en la nave principal, como las que hay en las laterales. El Crucificado preside y Pedro, el santo que da nombre al pueblo, está ausente en el altar mayor. Salgo al exterior y saco foto de la fachada principal. Me alejo para sacar su altísima torre, pero no lo consigo en su totalidad.
Termino el pastel, termina la canción, me chupo los dedos y le doy la mano, en agradecimiento, al cantante. Es francés, aunque canta en inglés. Le digo de dónde vengo y a dónde voy. Me desea buen viaje.
Que hoy es el día de la música me lo han dicho las dos chicas comensales vecinas en Le Café de la Plage. Continúo por otra calle que, a esta hora, está semidesértica. Al fondo se ve la torre de otra iglesia a la que no entraré. A lo mejor en ésta, el altar mayor esté presidido por San Pedro. Cuando llego a la plaza veo que han montado una carpa donde un grupo de adolescentes cantan. Lo hacen muy bien. Dos chicos, solistas, están en la parte delantera del estrado. La mujer que les dirige, de espaldas al fotógrafo, es muy marchosa y marca muy bien el ritmo, los tiempos. Los músicos, delante del grupo, son pocos pero suficientes. Suena bien y el conjunto resulta bonito. Y gratis, ¡qué más vamos a pedir! Me voy contento de Saint Pierre d’Oléron con un buen sabor de boca y de sones en el oído. En la esquina de la plaza hay dos mujeres. Una habla castellano y me dice por dónde debo continuar para llegar a Dolus.
Me acompaña un chico durante un rato y me insiste que me quede, que el día de la música es de mucha fiesta en el pueblo. Me dice que él con su cuadrilla van a hacer una gran juerga, razón por la que va a un Supermercado para comprar cerveza. Le digo que hoy me gustaría llegar a dormir al Viaduc. No es precisamente una borrachera de cerveza lo que más me pide el cuerpo. A él ya se le notaba “pelín” alegre. Continúo hacia el Sur donde veo otra torre con tejado cónico y adaptado para vivienda.
No sé de qué servicios dispondrá, pero supongo serán complementarios al edificio próximo. En una rotonda hay una vid o parra baja, metálica, que nos recuerda que, además de en zona ostrera y marisquera, estamos en zona vitivinícola. Por la carretera veo un CG871FB (Ciego-efebo). Saliendo de Saint Pierre, la carretera mejora algo. Hay un poco más de arcén. Será otro espejismo. Cansa ir tan atento a la carretera y hoy creo que he dado un largo paseo, aunque me es difícil calcular en kilómetros.
Con estos pensamientos
y el bonito recuerdo que me ha dejado la música, he venido cantando
el estribillo de la última canción escuchada al coro de
adolescentes y jóvenes. Al pasar por la rotonda, veo otra torre
hacia el Oeste que, con sol entre nubes, produce un contraluz que
convierte a una farola en una varita mágica. En esta ocasión, la
torre presenta un tejado en chaflán. Como si fuera una boina
ladeada.
Cuando llego a la plaza de Dolus-d’Oléron, un grupo ofrece un concierto de jazz bajo una carpa. Con éste completaré el Día de la Música. En la parte más próxima al escenario, unos niños se mueven al ritmo que cada uno siente y le pide el cuerpo. Yo no voy a ser menos niño y ofrezco similar comportamiento. También hay un grupo de adolescentes. Un chico se me acerca haciéndose el graciosillo pero, al ver que respondo en un francés algo raro, recula.
Voy hacia el centro y bailo. Se acerca alguno más del grupo y le digo que vengo caminando desde la frontera del País Vasco. Se interesan. Les pido que me saquen foto con el grupo y uno de ellos se brinda a hacerlo. La obra de jazz que están interpretando es de las interminables. Pregunto a los adolescentes cuantos kilómetros me faltan para llegar al viaducto. Uno aventura veinte y yo digo que no pueden ser tantos. Llega uno que tiene el castellano como segunda lengua y que también participa hoy con su música de guitarra. Les digo que voy con intención de llegar a Bélgica (ya en Bretaña me daré cuenta que es un imposible para hacerlo en dos meses). Entonces me abruman a preguntas. Les enseño mi diario, los dibujos y el material con que los hago. Estaría más rato con ellos, pero es mejor que me vaya. Intentaré dormir cerca del viaducto para así pasarlo por la mañana, temprano, con poca circulación de vehículos. Me despido de tan agradable grupo y sigo adelante. Son más de las 7:30 horas. Se está haciendo tarde.
Cuando llego a la plaza de Dolus-d’Oléron, un grupo ofrece un concierto de jazz bajo una carpa. Con éste completaré el Día de la Música. En la parte más próxima al escenario, unos niños se mueven al ritmo que cada uno siente y le pide el cuerpo. Yo no voy a ser menos niño y ofrezco similar comportamiento. También hay un grupo de adolescentes. Un chico se me acerca haciéndose el graciosillo pero, al ver que respondo en un francés algo raro, recula.
Voy hacia el centro y bailo. Se acerca alguno más del grupo y le digo que vengo caminando desde la frontera del País Vasco. Se interesan. Les pido que me saquen foto con el grupo y uno de ellos se brinda a hacerlo. La obra de jazz que están interpretando es de las interminables. Pregunto a los adolescentes cuantos kilómetros me faltan para llegar al viaducto. Uno aventura veinte y yo digo que no pueden ser tantos. Llega uno que tiene el castellano como segunda lengua y que también participa hoy con su música de guitarra. Les digo que voy con intención de llegar a Bélgica (ya en Bretaña me daré cuenta que es un imposible para hacerlo en dos meses). Entonces me abruman a preguntas. Les enseño mi diario, los dibujos y el material con que los hago. Estaría más rato con ellos, pero es mejor que me vaya. Intentaré dormir cerca del viaducto para así pasarlo por la mañana, temprano, con poca circulación de vehículos. Me despido de tan agradable grupo y sigo adelante. Son más de las 7:30 horas. Se está haciendo tarde.
De Dolus al Viaduc.
Sin salir de Dolus,
encuentro una nueva torre que ofrece también techumbre cónica. Está
muy bien restaurada y parece que también puede estar siendo
utilizada como vivienda. Su entorno ajardinado está muy bien
cuidado. Después vendrán otras muchas rotondas que están bien para
que los vehículos se dirijan a las diversas alternativas que ofrecen
las carreteras, pero que complican al caminante. Tras algunas dudas y
muchos descartes, acabo llegando al restaurante en que bebí la
cerveza ayer nada más llegar a la isla. Llego a las nueve de la
tarde. Hoy el bar está cerrado. Me da el apretón y cago en las
rocas. Me acerco a una playita que me ofrece arena seca para dormir,
pero veo que las últimas mareas han subido hasta muy arriba y no
quiero correr riesgos innecesarios.
Para ilustrar la opción rechazada, saco foto de la pequeña playa. También doy una vuelta por las mesas donde ayer estaba la familia de negros africanos. Me pongo el jersey fino, pues empieza a refrescar. Decido dormir en la terraza del bar, aunque el voladizo que ofrece es mínimo. Menos mal que el cielo no amenaza lluvia. Leo mensaje de Sara. Es un buen indicador de que ya tiene línea con la nueva compañía telefónica. Como dos barritas energéticas y frutos secos. Llamo a mi amigo Martín y escribo. Los vehículos van y vienen por el viaducto, pero no molestan debido a la lejanía de la carretera. Un coche llega a la explanada. Baja una pareja. Probablemente van a mear. También ha bajado un perro. Se vuelven a montar. Llaman al perrucho y se van los tres. De nuevo en soledad. Se ven las luces de los coches por el viaducto. A media noche aparece otro coche. También bajan y se van enseguida. Durante la noche, sólo una vez me entran ganas de orinar. Ni me levanto. Saco la pilila por la cremallera del saco y meo en el sumidero que recoge las aguas pluviales. Tengo que retirar la esterilla que lo tapaba parcialmente. Algunas gotas van a caer; va a ser inevitable. No duermo bien por el duro suelo de cemento y los vehículos que no molestaban al inicio de la noche, con el silencio espectral nocturno, serán algo molestos. La noche está limpia y veo estrellas pero, por la posición en que estoy y el edificio que me oculta mucho cielo, no consigo ver la Osa Mayor.
Para ilustrar la opción rechazada, saco foto de la pequeña playa. También doy una vuelta por las mesas donde ayer estaba la familia de negros africanos. Me pongo el jersey fino, pues empieza a refrescar. Decido dormir en la terraza del bar, aunque el voladizo que ofrece es mínimo. Menos mal que el cielo no amenaza lluvia. Leo mensaje de Sara. Es un buen indicador de que ya tiene línea con la nueva compañía telefónica. Como dos barritas energéticas y frutos secos. Llamo a mi amigo Martín y escribo. Los vehículos van y vienen por el viaducto, pero no molestan debido a la lejanía de la carretera. Un coche llega a la explanada. Baja una pareja. Probablemente van a mear. También ha bajado un perro. Se vuelven a montar. Llaman al perrucho y se van los tres. De nuevo en soledad. Se ven las luces de los coches por el viaducto. A media noche aparece otro coche. También bajan y se van enseguida. Durante la noche, sólo una vez me entran ganas de orinar. Ni me levanto. Saco la pilila por la cremallera del saco y meo en el sumidero que recoge las aguas pluviales. Tengo que retirar la esterilla que lo tapaba parcialmente. Algunas gotas van a caer; va a ser inevitable. No duermo bien por el duro suelo de cemento y los vehículos que no molestaban al inicio de la noche, con el silencio espectral nocturno, serán algo molestos. La noche está limpia y veo estrellas pero, por la posición en que estoy y el edificio que me oculta mucho cielo, no consigo ver la Osa Mayor.
Balance de un día
aislado en l’Île d’Oléron.
Una jornada sin
contratiempos. Lo más bonito ha sido los encuentros con los
chavalillos en Le Château y en Dolus, también en la artesanía de
La Manzana de Amor y con la gente del Café de la Playa, junto al
Bosque de los Salmoneros, y su Camille preciosa, he estado muy a
gusto. También la casualidad de coincidir con el matrimonio de
Tolosa, guareciéndonos en la cabina telefónica bajo la lluvia. ¿Se
puede considerar casualidad, cuando ellos han tenido que pedalear de
lo lindo para llegar a ese lugar, y con todos los kilómetros que he
hecho yo para llegar al mismo sitio que ellos? Hemos puesto mucho de
nuestra parte para que se lo adjudiquemos exclusivamente al azar. El
salir de Le Château ya desayunado ha sido otro acierto. Si no,
habría tenido que desayunar muy tarde. Esta mañana el dueño de Les
Flots Bleus estaba de mejor talante. Ha sido un acierto que no
tuviera habitación para esta noche. Han sido de agradecer algunas
ayudas puntuales, el ciclista que me ha dicho que cuidara de mi
visera, el del restaurante de La Perrotine que me ha informado de
cómo ir a la playa nudista. Hasta la lluvia, que ha propiciado el
encuentro del trío vasco. Tampoco puedo obviar el gusto por la
música escuchada, que me ha permitido mover un poco más el
esqueleto. ¡Vive le jour de la musique!
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