martes, 5 de mayo de 2015

Etapa 02 (293) Bidart-La Digue (Tarnos)


Etapa 02 (293) 9 de junio, sábado.
Bidart (plage du Centre)-Biarritz-Anglet-Bayonne-Tarnos-plage de La Digue.


Primera mala noche con frío.
He probado todas las posturas y no he encontrado buen acomodo. El lugar era complicado como para que me vinieran a robar las mochilas, así que ese no ha sido un motivo de preocupación. Aunque no haya dormido bien, me levanto descansado y con ganas de seguir la marcha. Me levanto a las seis y para las 6:15 h ya estoy desayunando. Como la fruta que sobró de ayer y, con la salsa que soltó la tortilla, los ajos han aparecido pringados de huevo esta mañana. El papel lo guardo por si me hace falta. No hago uso de la ducha. Se asoman a la playa dos surfistas que, para cuando estoy subiendo las escaleras de bajada a la playa, ya están en el agua bogando sobre la tabla con potentes brazadas.

Una mirada brumosa hacia atrás.
Trepo hacia la montaña donde ayer vi cómo se asomaba una pareja. En la cima hay un cartel que advierte del peligro de asomarse, por lo cual han puesto unos parapetos que no conviene rebasar. Yo, todavía con espíritu desobediente, no hago caso y me asomo. Basta con tener un poco de cuidado y estar atento al lugar que se pisa. El desnivel es grande y puedo descender en un santiamén al lugar donde he dormido. En la foto se ve dicho lugar pisoteado. Está  al lado del murete de contención inclinado de piedras grises, junto a las tres rocas blanquecinas. Se puede observar, por la lisura de la arena, la marca que dejó la última marea alta. Mirando hacia Donibane Lohizune, se ve que el mar está potente y nos ofrece un paisaje con bruma.
 
La Rhune, Les Trois Couronnes (Aiako Arriak 806 m) y Jaizkibel (543 m) no son más que pura niebla. Tras este vistazo hacia atrás, abandono la plage du Centre de Bidart y me acerco a una ermita que, aquí en Francia, me tendré que ir acostumbrando a llamarlas “chapelle”, capilla. No sé a que santo está dedicada, así que se quedará sin nombre. Entre la chapelle y donde yo saco la foto, hay un crucero, como el cruceiro típico del Camino de Santiago y que también me iré acostumbrando al nombre de “calvaire”, calvario.


Dificultades para llegar y pasar del Pavillon Royal a la plage d’Ilbarritz.
Tras la visita a la ermita, cojo un camino que me va alejando de Bidart. Quiero retornar a la costa, hacia las playas, pero no logro encontrar el sendero que me reconduzca hacia el sentier litoral. Me encuentro en el dilema de continuar sin perder altura aunque el sendero va escorándose más hacia el interior o descender a la siguiente vaguada que me situará más cerca de la siguiente playa. Tomo esta segunda opción, desciendo hasta un lugar que viene indicado como el de Erretegia, asador, y encuentro que el sentier litoral me manda para España.
 
No fue esa mi intención cuando salí ayer y hoy todavía camino con idea de llegar, algún día, a Bélgica. Dos chicos que están en la carretera me dicen que ascienda por la misma. Arriba encuentro a una chica que ha sacado a su perro a pasear y, por el camino que ella me indica, llego al sentier litoral pero, como está mal señalizado, me vuelve a sacar de nuevo a la carretera. Aprovecho para sacar foto desde el otro lado de la vaguada que acabo de abandonar.

 
Poco después encuentro anuncio de playa y un pescador me dice que, continuando el camino, encontraré el sendero. Me encuentro con dos chicos. Uno al menos es navarro y me asegura que no intente pasar por el borde del mar porque, la marea está alta, hay oleaje fuerte, y el golpe de la ola no me va a permitir el paso por las rocas. Es así como llego a la plage Pavillon Royal y, en la parte más Norte de la playa, encuentro las rocas anunciadas con el mar bastante crecido. Leo anuncio de Interdit, pero veo que puedo pasar sin dificultad. Me entra el apretón y aprovecho para descargar entre rocas. Cubro mi detritus con arena. ¡Alimento para los animalillos del subsuelo!, que la marea alta se encargará de igualar.
 

Terminadas las rocas, encuentro nuevo cartel de Interdit, que fotografiaré desde la playa de Ilbarritz. Este último tramo me ha llevado casi una hora. Esta playa, Ilbarritz, alberga un recinto privado con edificio de piedra y superficie al aire libre entoldada. Me acerco al puesto de socorro, "poste de secours", que está subiendo una escalera, y no tengo a quien preguntar para continuar. Está cerrado a cal y canto.
 

En la playa, dos tractores hacen tareas de limpieza. Uno de ellos arrastra la cribadora. Me parece una dotación excesiva para una playa tan pequeña. ¿Será porque en las inmediaciones hay un campo de golf? Quizá, gente tan exclusiva tenga mayores exigencias de confort. No estaré mucho tiempo en este lugar. Me van entrando ganas de desayunar y veo que no voy a tener ocasión de hacerlo hasta llegar a Biarritz.

Acercamiento a Biarritz (Miarritz).
Nada más salir de la plage d’Ilbarritz, por el camino que va por el borde del acantilado y que sigue perteneciendo a Bidart, ya veo a lo lejos los primeros edificios de Biarritz. Cuando lo visité con mi prima y mis amigas navarras en las Navidades pasadas, asomado al borde del acantilado, ya me veía en verano apareciendo por el paseo marítimo del Sur. 
Pero una cosa son los deseos, las intuiciones, y otra la realidad. La fuerte marea y el oleaje no me van a permitir realizar mi plan soñado. Si la playa de Ilbarritz pertenecía a Bidart, la siguiente, La Milady, ya está en terrenos de Biarritz pero, aquella gran playa que yo había visto desde arriba, en Navidad, hoy está desaparecida, es inexistente.
Está prohibido el paso por el paseo marítimo porque saltan las olas, pero me da la impresión de que no saltando también está vallado y prohibido. No me va a quedar más remedio que hacer un camino por interior. En este recorrido tendré compañía femenina y un rato de conversación para refrescar mi francés anquilosado. Es con ella, una chica que me anima en mi proyecto, como llego a lugar conocido. Tras media hora de recorrido urbano, ya puedo bajar al paseo. Pero abajo vuelvo a tener dificultades para avanzar, pues han instalado un recinto ferial. Hay casetas y está vallado. Una inglesa me dice por qué escaleras me conviene bajar. Ya en el paseo marítimo, saco una foto del embate de las olas contra el pretil, para dejar constancia de que mi abandono del paseo estaba fundamentado. No hay ni rastro de playa. Ya a lo lejos, el final del paseo, se me ofrece un cabo con un edificio peculiar.  

Biarritz, palacete peculiar.
Llaneando me voy acercando al edificio que parece palacio y que está enclavado en roca protectora; roca de arenisca que recibe el embate de las olas del mar abierto. Un pequeño islote protege a su vez la gran roca en estratos. No sé qué funciones cumple este edificio pero, la estructura que lo soporta, parece que es también fuerte como para no sufrir por el embate de algún vehículo con conductor ebrio o despistado. No sé si es un solo edificio o si son dos. Al menos, son dos los accesos. La primera parte del mismo tiene puerta a ras del suelo y a la zona de apariencia de palacete se accede por escalinata desde el otro lado. 


Nada más salir del entorno palaciego, el mar ofrece entrantes y salientes. El primero finaliza ciego, contra rocas, y el segundo presenta playa concurrida y con actividades variadas. Es en este espacio donde desayunaré. Al fondo, la roca de la Virgen.

Biarritz, desayuno en La Santa María. Evolution-2.
Aterrizo en un bar que está escondido del paseo. Es necesario acercarse a la costa, al borde de las rocas y escalinata de acceso al mar, para verlo. 

No se trata ni de La Niña, ni de La Pinta, sino de La Santa María, así como suena, en castellano. Como ya he comido fruta, me limito a pedir un gran vaso de leche caliente que me cobrarán 2 €. Sigo haciendo economías. Tampoco ofertaban algo más apetitoso. Estoy cómodo en el lugar. Observo las actividades que unos monitores coordinan para disfrute de la chavalería. Evolution-2, se denomina el grupo. Mientras, los papás observan y se divierten viendo divertirse a su prole.

 

Los ejercicios presentan un desarrollo secuencial: Subida a pie al acantilado, bajada a roca, lanzamiento al mar, natación y ayuda si fuera necesario, mientras otros se lanzan en tirolina, que también finaliza en el agua. Se trata de jugar en y con el mar. En esta ensenada se muestra menos bravío. También hay en el agua una lancha neumática y una tabla de surf para que los monitores se puedan desplazar al lugar donde se necesita su ayuda. Ellos se lo pasan bien y yo también descansando y observando.
 
Tan bien estoy, que hasta me apetece hacer un dibujito del lugar, con la Roche de la Vierge al fondo. Un pequeño apunte que plasmo en el propio diario con la nueva técnica de pincel de tinta china y pincel de agua, algo muy cómodo y fácil de transportar. En Navidades ya estuve en esta Roca de la Virgen, con mi prima Lourdes y otras amigas de mi pueblo. Hoy ni me acerco a la pasarela.


Dibujando La Roca de la Virgen.
Mientras estoy dibujando, dos niñas se acercan a la pequeña rotonda donde me he refugiado. Sus padres parece que las han confinado allí y ellas muestran algún deseo de jugar conmigo. Dejo de dibujar y escribo el diario. Como no les hago caso, me mueven la mesa para que los renglones me salgan torcidos. Alguna ola más fuerte que las anteriores se lleva material de los monitores y los surfistas, mientras otros lo recuperan del mar. Uno me pregunta si tengo un martillo. ¡Lo que me faltaba! Las camareras me llenan el botellín del agua fresquita que mana de grifo parejo al de la cerveza de barril a presión. “Pression”, dicen ellos, para pedir una caña de cerveza. Me desean buen viaje y una de ellas me pide que le mande una postal. Como si no tuviera suficiente familia ni amigos a los que escribir.


Biarritz con aspiración a eurociudad.
Tras más de dos horas, entre mirar y pintar, me voy alejando del lugar. En la playa, alguien fotografía la aventura marítima. Hoy en día, parece que lo que no se graba en imágenes no existe. Disfrutamos haciendo actividades, algunas de riesgo, pero enseñarlo a los demás forma parte de la actividad. Es una forma de demostrar a otros que lo hicimos. Una forma de cultivar nuestro propio ego. Yo también participo de esa mentalidad.
 
También saco fotos por lo mismo, para poderos ofrecer ahora y disfrutar ofreciéndolo. Es como si en este momento estuviera haciendo de nuevo el mismo viaje, ahora virtual, y a veces hasta me sorprendo con situaciones que ya había olvidado. Es así como mi blog, que me supone un esfuerzo, es generoso, lo doy gratuito, sin percibir nada a cambio, aunque agradezco algún comentario, bien sea crítico o agradecido, me gratifica sólo por el hecho de recordarlo y contarlo. Pero volvamos a donde estábamos. La playa no tiene mucha orilla, pero sí suficiente profundidad y hoy está prácticamente copada con los de Evolution-2. Dispone de un recinto con arcadas y cómodas escalinatas de acceso. Espero a que empiece otra tanda de tirolina, para ver el ejercicio desde otra perspectiva. Saco una foto de despedida y me dispongo a marchar hacia el centro de esta ciudad que, junto con Donostia-San Sebastián, y con Irun como enlace estratégico, aspiran a constituir lo que se ha llamado la eurociudad. Tendrán que pasar todavía unos cuantos años…


Biarritz. La Poste. El primer susto.
Tras preguntar dónde está La Poste (Correos), consigo llegar al edificio. Antes de entrar saco una foto de la plaza, con su iglesia y su quiosco de música. Entro en las oficinas y la chica que me atiende lo hace muy bien. Hasta se reprocha por su falta de entendederas. Los sellos vienen en sobres de a cuatro, o sea que 25 sobres completarían los 100 sellos que le he pedido. Ella se empeña en darme 25 y separa 6 x 4 = 24 + 1, pero le insisto que lo que quiero son 100 sellos (25 x 4). De ahí su autorreproche. Luego le pido un sello de 0,60 € para mi amigo Jokin, de Hendaia y una tarjeta para hacer llamadas de cabina telefónica de 15 €. Sacada la cuenta, son 92,60 € y presento mi tarjeta Visa. Tras varios intentos, la operación no se puede finalizar. La tarjeta está algo deteriorada, pero hasta ahora me ha funcionado bien dentro de nuestras fronteras. También me funcionó en el pago que hice en Telecom, en Hendaye, y así se lo hago saber. Pero, por muchas explicaciones que dé, ahora no va. Lo han intentado limpiando la banda magnética, poniendo la clave, sin ponerla… Todo en vano. Me dicen que saque el dinero de un cajero, pero es lo que trato de evitar y, además, si no me va la Visa allí, tampoco me irá en el cajero. Es lo que pienso pero que, si las cosas van mal dadas, habrá que probar. Como no me urge la compra y, aunque tengo dinero en efectivo no quiero gastarlo en esta operación, dejo allí todo lo comprado, pido disculpas, y me voy de La Poste. Compraré un sello para felicitar a mi sobrino Mikel, pero en otro lugar. 
 
No obtener sellos ni tarjeta telefónica no es nada grave, lo malo y es por lo que me llevo el gran susto, es ¿qué hago yo en Francia dos meses sin dinero ni posibilidad de obtenerlo? Tendré que seguir viaje hasta que se me acaben los euros que llevo encima y darme la vuelta con el billete de tren una vez cogido hasta Hendaia. Van a dar las doce. Probablemente la hora en que cierren correos y, siendo sábado, no lo abrirán por la tarde, pienso. Con estas dudas salgo de La Poste más dolido que si me hubieran apaleado. ¡Esta carta Visa me va a arruinar el viaje!
 
Pero, a pesar del panorama poco alentador, me voy reponiendo del susto. Ha sido el disgusto del día, pero hay que ser optimista, ¡ya buscaré solución! Me acerco a la playa Miramar que está delante del Casino. En Navidades ya comprobé que el paseo marítimo de esta playa no tiene continuidad por la costa, así que tras sacar una foto de la playa y con el faro en la punta del cabo, retorno a la plaza, saco una foto del quiosco redondo, que antes lo había fotografiado de lejos y me dispongo a continuar camino hacia Anglet.

Comida en Anglet. Kostaldea. La Visa va bien.
Paso por la parte trasera del Casino y sigo caminando con intención de reencontrar el sentier litoral. Pero aquí no lo hay, y un señor me recomienda que baje al paseo marítimo y me dice que en Anglet hay tres kilómetros y medio de paseo de madera que va respetando las dunas por encima. Ya lo veré. De momento, me parece buena hora para intentar comer. Voy por acera paralela a carretera, muy por encima y alejado de la costa. En seguida he pasado de Biarritz a Anglet. Llego a la terraza del Kostaldea y pregunto si el menú que ofertan lo puedo pagar con Visa. Me responden afirmativamente y me siento a comer. Pido el plato combinado, que es lo más barato, y nada para beber, por lo que me sacan la jarra de agua. Hay que decir "garrafa". Hago una comida frugal porque, aunque admitan Visa, a lo mejor no funciona la tarjeta y el desembolso en efectivo será el menor posible. Me sirven un plato con tocineta, txistorra, lomo, patata prensada circular frita, huevo frito y, lo mejor, ensalada de lechuga, pepino, tomate y cebolla. Voy a pagar con mucho temor. Al primer intento, la tarjeta dice nones, pero en el segundo funciona, ¡menos mal! He pagado 12 €. Otro día volveré a intentarlo en La Poste.

Anglet. Un paseo que no es tan ecológico como me lo habían contado. L’Adour.
Bajo hacia el paseo marítimo de Anglet. No encuentro la pasarela de madera sobre dunas que me había dicho el informante. El paseo que veo es de cemento y me parece una hipocresía llamarlo paseo ya que, junto a la playa hay un pequeño espacio protegido pero, al otro lado, la desprotección de la duna es total, puesto que han plantado un campo de golf. Sólo al otro lado del golf, lo vuelven a proteger.
 
¡Cuánto tendrían que aprender estos franceses de los portugueses de Gaia, donde tienen un precioso camino de madera de 15 kilómetros, que va por encima de las dunas! Siguiendo por la costa hasta el final, llego a la desembocadura del Adour. Surfistas se cambian en la playa poniéndose el neopreno sobre el calzoncillo. Sólo uno se lo quita quedándose un rato con el culete al aire. Algo similar ocurre en las duchas al aire libre. Ninguno pasa de bajarse la parte del pectoral y mangas hasta la cintura.

Siguiendo el río Adour hasta Bayonne.
Para pasar al otro lado del río, que delimita el País Vasco de Las Landas, no hay ningún puente hasta Baiona. Así que, como no encuentre un alma caritativa que me cruce en barca, no me va a quedar más remedio que ir ascendiendo el Adour hasta la capital de Lapurdi. Confío en que merezca la pena el paseo. Enseguida llego a un faro que también cumple funciones de telecomunicación. Está en la vera de Anglet. En estos momentos no puedo prever que acabaré durmiendo esta jornada enfrente, en la plage de la Digue, perteneciente a Tarnos, ya en Les Landes. Tardaré hora y media en llegar al puente rojo. Un puente moderno que no atravesaré puesto que, ya que estoy tan cerca de la capital vasca, aprovecharé para pasear por ella. Siguiendo el estuario del Adour, aunque el camino me acerca y me aleja del río, llego a Balade du Lazaret, que es un bonito bosque. Dos personas me dicen que Balade es equivalente a Promenade, es decir, paseo. Llego a un puerto. Indicado con el nombre de Biarritz. ¡Dónde quedó Biarritz, para que éste sea su puerto! Pero mi desconocimiento del perímetro municipal no es argumento suficiente para que no sea cierto. 

Después de avanzar por él, debo retroceder porque me encuentro cerrada la puerta del lado Este. Una chica me indica el lugar por donde puedo salir. Es ahora cuando llego al puente nuevo, rojo. Lo paso por debajo y lo fotografío del otro lado, cuando ya lo he pasado. Parece una nave espacial. Luego veré el antiguo.

Una tarde en la capital labortana. 
La Catedral.
Si ayer salí de territorio guipuzcoano, cuya capital es Donostia-San Sebastián, ahora llego a territorio de Lapurdi, cuya capital es Baiona. En unos jardines, se disponen a posar para foto los miembros de una familia. Lo que celebran es una boda y los dos contrayentes ya están en el centro del grupo. Llega un padre rezagado con su niña en brazos. Aquí parece que pisar los jardines no es delito o, al menos, no lo es si hay razón que lo justifique. ¡No se casa uno todos los años!

Me acerco a una gran plaza donde hay un bonito quiosco de música. Alrededor de ella se exponen fotografías de lugares emblemáticos. No podía faltar una de Donostia. Ya en el centro de la plaza, me sitúo frente a una calle en que, al fondo, se me ofrecen los pinchos de las dos torres de la catedral. En 2006 la pude ver, de lejos, al pasar en el autobús que me trasladaría de Baiona a Donapaleu, para iniciar este periplo que, de peninsular, se va convirtiendo en europeo.

Me acerco hacia la catedral y, cuando me voy echando hacia atrás en una zona ajardinada, para poder sacar enteras las dos torres, tarea que casi me resulta imposible, me doy cuenta de que me he metido en terrenos de la Mediatheque, circunstancia que aprovecho para echar un vistazo a Internet.

Baiona. Un rato en la mediateca.
Para entrar me dan la clave que aquí va a ser jaldabe69/1945. Pero, tras entrar, tendré dificultad con el D.N.I. y la letra mayúscula. Dejaré de tener problemas cuando los números los ponga con el teclado numérico. He recibido muchos ánimos de amigos deseándome un feliz viaje. He borrado el que me enviaba Carlos Iglesias. Lo había mandado en inglés y no soy capaz de descifrar su contenido. Vera me ha mandado fotos del día de Irati. Me dice que no tiene intención de leer mi blog. Lo mismo me dice mi hermana Sagrario y me pide que mande las cuentas de correo en CCO, nadie tiene necesidad de saber a cuántas personas mando los mensajes genéricos. Tiene toda la razón, pero no veo otra forma para enviar, cuando el envío es múltiple, y seleccionar uno a uno desde mi archivo, resulta costosísimo. Si no en dinero, es costoso en tiempo. No dispongo de tanto, pues me gustaría pasar Tarnos y dormir en la playa de Las Landas. Digo a la familia que ya estoy en Baiona.

 Tengo suerte de que un chico, que está en el ordenador contiguo al mío, me ayuda. La encargada que había mostrado buena disposición para ayudarme, ya había tirado la toalla. Gracias a él he conseguido entrar. El chico se tiene que marchar antes de que yo termine, pues ya se le han acabado los 45 minutos de que dispone. A mi me da tiempo para revisar los correos, eliminarlos y dejar alguno en la papelera para cuando regrese. Me han escrito los de Manilva disculpándose. No sé si les habrá gustado lo que pongo de ellos en el blog, tanto por su comportamiento en Benalnatura, como lo que hablamos en Almayate. Dicen que este año volverán y me preguntan si iré yo. Eso demuestra que María no ha leído bien mi correo. Al salir, cuento a la encargada mi proyecto de verano y agradezco el que me haya permitido hacer uso del ordenador. 
En la puerta de salida están dos chicas y dos chicos. Una de ellas sabe algo de castellano. Se sorprenden cuando les digo que mi intención es llegar a Bélgica andando por la costa atlántica francesa. Les enseño el dibujito a aguada que he hecho esta mañana. Ven también la catedral del Buen Pastor donostiarra y me dicen que las torres de la suya son más altas. Me despido de ellas. Me voy acercando al puente viejo y por él paso el Adour.


Una vez en el otro lado, pregunto a un hombre si por el camino que voy llegaré a la playa de Tarnos, pero él es portugués, lleva en Francia doce años y está deseando volver a Portugal donde le esperan unas tierras que tiene intención de cultivar. Dos mujeres que es enrollan muy bien conmigo me confirman que voy bien y que no tendré pérdida. Las dudas me sobrevienen sólo cuando el camino me obliga a alejarme algo del río.






L A S      L A N D A S





Entrando en Les Landes.
Aunque ya he pasado al otro lado del Adour, continúo en el País Vasco. Sólo en el tramo final, cuando ya estoy muy próximo a la costa, entraré en Las Landas. Tarnos quedará al Norte y no lo veré. Solamente algún letrero indicador de dirección. Cuando llego a una encrucijada y me encuentro con tres hombres, les pregunto. Uno de ellos es portugués, de Gaia. ¡Qué casualidad! Esta misma tarde he hecho un comentario elogioso de su paseo saludable costero de 15 kilómetros y cuidadoso de las dunas. Se lo comento y comparo el paseo de Gaia con el de Anglet. Le digo que hacer un paseo en Anglet, que pretende ser cuidadoso con la naturaleza y el entorno, y permitir que el campo de golf se apropie de dunas naturales para convertirlas en espacio privado, me parece una gran hipocresía. El portugués y sus dos compañeros, me dicen que me falta media hora, unos 3 kilómetros, para llegar a la playa. Ya estoy en Las Landas.

Plage de La Digue.
Llego a la playa y no veo nada que me permita pasar la noche a cubierto y lo cierto es que el cielo no se muestra muy seguro. No me extrañaría que lloviera. De hecho, ya comienza a chispear. Tras las dunas veo una construcción rara y, cuando me estoy acercando, veo otra. Voy pisando grama que, quiero suponer, es la especie protegida que me comentaba mi amigo Jokin, quien inició este camino hace unos años y ya, tramo a tramo, va camino del Norte. La casa a la que llego es un albergue para surfistas y no tienen nada de sitio para hospedarme allí. Me orientan hacia un restaurante, que está en el tramo final del estuario del Adour, y que todavía no lo han adecentado para ponerlo en marcha. No saben si lo harán o no pero, de momento, no está siendo utilizado. Es en la terraza, bastante sucia, donde estoy escribiendo el diario.

Noche en el Restaurante La Madrague.
De la escuela de surf, voy hacia el río. Hay un bar, pero está cerrado. Por tercera vez paso junto a una autocaravana. Los que la habitan son polacos. Les hablo de lo que conocí cuando visité su país, pero la comunicación resulta dificultosa y les deseo que sean felices. “¡Happy!”, les digo y me voy. Dos chicos mal vestidos y que también tienen una autocaravana me insisten en que el restaurante está cerrado. Les digo que de acuerdo, pero no les descubro que lo que pretendo es buscar un sitio para dormir a resguardo de la lluvia. No me inspiran confianza y pongo medios para que no me desplumen al segundo día de viaje. Llego a la amplia terraza y adecento el lugar donde pienso dormir. Hay un mostrador desvencijado, pero el suelo está muy sucio. Limpio una mesa y una silla y me preparo una cena muy frugal. Un diente de ajo con el pan que me sobró que quedaba en el congelador. ¡Qué malo! Si, al menos, hubiera tenido un poco de aceite, vinagre y sal… Habría resultado más apetitoso. Pero me lo como todo. Menos mal que tengo frutos secos y la barrita de cereales. Este año no me va a pasar lo mismo que en la primera jornada de Menorca. Me parece que el mostrador semicircular me va a proteger del viento y me retendrá algo de la humedad del río, así que decido moverlo un poco, para poder pasar, y adecentar el sucio suelo. Esta mañana, al tomar la pastilla contra la hipertensión, se me ha caído una. Es ahora cuando la recupero y me pongo a escribir el diario. Dejo de escribir a las 21:30 horas. Tumbo la mesa para que me haga de escudo protector tapando el hueco roto del mostrador y coloco las mochilas en zona protegida, aunque parece poco probable que nadie se acerque para robarme. Cuando salgo para orinar, veo a la mujer de otra autocaravana aparcada en la explanada. Al verme, ella se retira. Me acuesto. Hoy junto al río, aunque estuviera el día despejado, sería imposible ver la puesta del sol y, bajo techo, imposible ver el firmamento. Ayer sí, hoy no, mañana se verá. Ha empezado a caer agua a cántaros. Esta terraza me ha venido como una bendición del cielo.

Balance de la segunda jornada.
Quizás lo más destacado del día ha sido el susto recibido en La Poste al no marchar bien la tarjeta Visa. Pero el susto ha durado un breve lapso de tiempo puesto que, donde he comido, la “carta Visa”, como dicen ellos, ha funcionado bien. El poder hacer uso de Internet en servicio público ha sido una experiencia interesante que trataré de repetir en otros lugares. Buen comportamiento de mi convecino de la Mediateca que se ha mostrado ayudador. Es casual que dos preguntas hayan sido hechas a dos portugueses. Tampoco es de desdeñar haber encontrado La Mandrágora para dormir y no ha sido ningún narcótico.

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