martes, 5 de mayo de 2015

Etapa 09 (300) Plage Garonne-La Porge Ocean/Le Gressier


Etapa 09 (300). 16 de junio de 2012, sábado.
Plage Garonne-Le Truc Vert-Le Grand Crohot-La Jenny-Le Porge-Océan/Le Gressier.


Otra noche sin lluvia. 
Amanecer en playa Garonne.
El angosto espacio que he elegido para dormir, entre la cabaña de madera y las estacas protectoras de la duna, no me ha permitido pasar una noche cómoda, pero no debo quejarme, pues ha sido mi elección. Tenía toda la playa para mí. Al ser tan estrecho, ha sido dificultoso tanto para cambiar de postura como para levantarme a orinar. 

Me despierto a las 5:30 horas, pero aguanto sin levantarme hasta las seis. Me recibe la mañana con un filetito de luna. El oeste está muy negro. Antes de recoger el saco y guardarlo en la mochila, saco foto del lugar, para ilustrar lo que cuento. Con todo recogido, veo que también pliegan sus cañas los pescadores. Cuando pasan por mi lado, me dicen: “No hemos pescado nada en toda la noche”. Debo dosificar el agua, pues tengo pocos puntos señalados en el terreno por el que más tarde caminaré.


Bebo sólo un traguito con la pastilla y subo al mismo lugar en que escribí ayer. Dejo las mochilas sobre una mesa. Escribo. Un buscador de tesoros tempranero peina, con su detector de metales, la arena de la playa. No parece que se vaya a hacer rico esta mañana, pero lo intenta. Según veo en el mapa, estoy a la altura de la mitad de la bahía de Arcachon. No sobrepasaré en paralelo, hasta bien avanzada la tarde, la gran urbe de Bordeaux.

Valerie monta su chiringuito con su ayudante.
Cuando llevo un buen rato escribiendo, se presenta en su coche Valerie. Viene con intención de montar su chiringuito. Es el primer día de la temporada y no quiere perder la oportunidad de este sábado que se presenta tan prometedor. Ayer ya me fijé en un aparato con motor y pensé que era algún artilugio para limpiar la playa. Valerie me dice que es el generador eléctrico, que le permite tener luz y las bebidas y alimentos frescos. Lo pone en marcha y me pide que le ayude a poner el toldo. Ella sola no lo puede hacer. Me agrada ser útil a alguien y que me lo haya pedido con tanta naturalidad, como si no tuviese duda alguna en que no me iba a negar. Lo más dificultoso de la operación ha sido encajar el centro sobre un trapo que cubría el mástil central. El último gancho lo pongo yo sin ayuda de la escalera. Termino de escribir y recojo todo. Valerie coloca las hamacas y compensa mi ayuda regalándome un botellín de agua. Como tiene que ir hacia el norte para traer más material, me ofrece asiento para llevarme en su coche pero, agradeciendo, rechazo su oferta. Mi paseo es a pie, salvo imponderables, como ocurrió ayer al coger el barco para pasar de Arcachon a Cap Ferret.
 
Me despido de ella y voy caminando por la orilla. Poco después me adelanta veloz y saco una foto con el coche conducido por Valerie a lo lejos. Pronto dobla hacia interior, así que corta habría sido su ayuda. Tendrá que hacer mínimamente dos viajes. Este paisaje que fotografío va a ser una constante en los tres días por la costa de La Gironde: un mar con fuertes olas rompientes a mi izquierda, a Poniente; una duna suave a la derecha, a Levante, que no me permite ver nada del paisaje interior; y, al fondo, hacia el Norte, una conjunción de mar, playa y duna. Con la ruptura de las olas se genera una bruma que no me permite ver lo que viene a continuación, aunque, con el mapa delante, ya sé que lo que viene es más playa y más de lo mismo.

Plage le Truc Vert.
Voy caminando unos kilómetros por la arena dura y húmeda de la bajamar. Se camina muy bien descalzo. La ola rompe diferente a lo que suele ser habitual en el Cantábrico Sur. Forma como surtidores intermedios producidos por el choque de la ola que viene con la que regresa. Es probable que sea porque ya se ha completado la bajada de la marea y está a punto de iniciarse el ciclo de la subida. 

Me encuentro con muchos pescadores que han acabado su pesca nocturna con poco éxito. Uno de ellos, con el que me cruzo el penúltimo, me desea feliz llegada a Bélgica, pero no me dice “courage”. Llego donde una pareja que está buscando algo. ¿Un pendiente, una lentilla…? Ofrezco mi ayuda. Me dicen que buscan "coquillage", conchas. Saludo y continúo adelante. Encuentro un espantapájaros que, siendo el lugar que es, lo bautizo como espantagaviotas. También hay un chiringuito rústico sin nadie. Identifico el lugar como Le Truc Vert. Es probable que sea un lugar en el que se practique surf y otros deportes de mar.


Le Grand Crohot. 
Desayuno en La Baine. 
Olivier, camarero hispano-francés.
Esta playa sigue perteneciendo a Cap Ferret y, de lejos, veo que tiene chiringuito con sombrillas y que, aunque recogidas, parece que está en funcionamiento. Son las 10:10 horas. Puedo hablar algo de castellano con el camarero, pues la abuela de Olivier es natural de Valladolid. Su segundo apellido es Cabezas, por su abuelo materno. Olivier me permite desayunar con el pan de Carrefour que me sobró ayer. Él me pone la mantequilla. Pone un poco de café en un vaso de plástico, mayor que el reglamentario y me calienta todo en el microondas. Compro también una ensalada preparada, por si al llegar a La Jenny no encuentro nada abierto. Más tarde, Olivier me dice que en Lacanau podré cenar. Pero a ese lugar no llegaré hasta mañana.
 
Me regala un mapa. Lo he conseguido en el sitio más inesperado. Una preocupación menos. Será éste el mapa que utilizo y con el que me desenvolveré a lo largo de estas tres jornadas girondinas. El móvil ya está con la batería muy baja. Sara me sigue dando comunicando y hablo con Vera, que hoy tiene comida con amigas. Yo estoy bien y ellos también. Hecha la llamada, pongo el móvil a cargar. El cielo que veía tan negro por la mañana se ha vuelto azul. Parece que me va a permitir disfrutar de nudismo en La Jenny. Olivier me da una bolsa para llevar lo comprado y, su jefe, nos saca una foto a los dos con La Baine de fondo. Le digo que la colgaré en Internet cuando escriba el blog. Olivier, aprovechando la ley de Memoria Histórica de Zapatero, goza de la doble nacionalidad. Esta ley se ofreció a los descendientes de los que tuvieron que emigrar durante el franquismo, fuera por razones económicas o políticas. A fin de año se termina el plazo para poder acogerse. Me dice que el PP teme que muchos sudamericanos se agencien abuelos españoles. El problema no es tanto la ley, sino la realidad laboral del país. Esta falta de trabajo es la que deja caer la ley en saco roto. Por mucha doble nacionalidad que se tenga, si no hay oferta de empleo suficiente, todo se queda en papel mojado. Pido el móvil y el jefe de Olivier me lo da. No se ha cargado más que la mitad. Le doy al camarero el nombre de mi blog con la vuelta a la península, por si lo quiere ojear. No sé si el de la Francia Atlántica llevará o no el mismo nombre. El desayuno y la compra me cuesta 8 €. Será el único pago que voy a hacer en este día. Con los deberes hechos, me despido de Olivier y su jefe y para las doce del mediodía ya estoy en marcha.


Baños con sol en la playa nudista de La Jenny.
Salgo con sol hacia La Jenny. El suelo de arena dura sigue estando magnífico para caminar. Veo a lo lejos a una pareja que va en la misma dirección que yo y sé que les voy a alcanzar. Me favorece que ellos se van parando de vez en cuando y yo sigo mi marcha con regularidad. Cuando les alcanzo, están entretenidos observando la huella que deja el pincho de unos bastones y, por la distancia entre pincho y pincho, están calculando la zancada y la velocidad que lleva el veloz caminante. Este tema, y la discusión y cálculos que vamos haciendo, es suficiente para ir charlando un rato los tres juntos. Caminamos hasta que llegamos a un árbol arrastrado por el mar y que está anclado en la arena. Es el lugar de referencia que tienen ellos para dar la vuelta. No hay nada más que destacar en este último tramo de paseo solitario que hago desde el árbol caído y antes de llegar a La Jenny. Con esa sensación de estar solo en el mundo, caminando por la playa, con el mar a Poniente y la duna a Levante y con la bruma de fondo. Según me voy acercando, ya empiezo a ver a algunas personas desnudas. 
 
Un austriaco sale del agua y va hacia donde está su mujer, tumbada en la zona más calurosa de la playa. En las tres horas que yo estaré en La Jenny, ella no se bañará ni una sola vez. Yo me desnudo junto a unas tablas de surf y cerca de las dos banderas azules. Hace una temperatura deliciosa.

Los vigilantes de la playa hacen su trabajo desde la cima de la duna. Tienen puesta la bandera amarilla. Me baño y, para secarme, paseo hacia el Norte. Una pareja: Ella juega con su perro lanzándole una pelota pero, cuando el perro la recoge, en lugar de llevársela a ella, va donde él para que se la lance. Parece que lo quiere provocar. Se ve que el perro quiere que lance él la pelota, porque se la manda más lejos. El perro, listo, consigue su propósito. Me río de sus argucias y del resultado. Regreso a mi sitio y me tumbo. Ahora, ya refrescado por el baño, el aire del mar resulta algo fresco y tengo que frenarlo colocando mis mochilas en lugar estratégico.

La Jenny. Comiendo cerca de la duna.
Tras otro baño y estar un rato descansando, subo hacia la duna con intención de comer. Es zona más protegida del aire. Por la pista de arena que desciende y asciende la duna, hay gente que sube y baja, la mayoría desnudos. Luego investigaré adónde lleva ese camino. Como a gusto la ensaladilla, aunque está escasa de surimi y de salsa. Ha llegado un chico que se ha quedado justo en la bajada, junto a la duna. Entre él y yo hay un quitavientos, pero la pareja propietaria se ha ido a pasear. Los austriacos ya se han ido y otra pareja que cogía conchas en la orilla, también. Ha llegado un matrimonio joven con dos niños, pero se han puesto más cerca de la orilla. Llevan tabla de surf y uno de los niños no se quitará la camiseta en todo el rato. Luego ha llegado otro chico, que muy bien podría ser tío de las criaturas, también con tabla de surf. No sé para qué han traído las tablas, pues ni siquiera las han mojado. Me acerco al que se ha quedado en la cuesta y me informa que arriba, en la duna, no hay bar, pero que puedo coger agua. No le he entendido bien la palabra, pero al subir creo que eso es lo que me ha querido decir. El agua mana de una manguera y es potable.
 
Por el interior de La Jenny. 
El otro lado de la duna. Helipuerto.
Ya comido y con un plátano de postre, abandono mochila y toalla en la arena seca y, cargado con la mochilita roja a la espalda, desnudo y descalzo, asciendo la duna. Lo primero que veo es una prohibición: Peligro Helico. Prohibir el paso en estos casos, en que te puede caer encima un helicóptero, me parece correcto. Cumplo la advertencia, por la cuenta que me trae, pero saco una foto para ilustrar lo que digo con la señal y la pista de madera que conduce a un presumible helipuerto. Continúo caminando hacia el pinar, de donde viene y va gente vestida y desnuda. Pido a un matrimonio que me saque foto para recuerdo de mi estancia en La Jenny. Me la saca él, pero cuando las vea en el ordenador en casa, compruebo que no quedó grabada. Así que me quedo sin el recuerdo y sin podérosla ofrecer. Llegando al aparcamiento de bicicletas, sin llegar a entrar en el bosque, me doy la vuelta.

Damian, el socorrista, cura mis pies.
Regreso al puesto de socorro. Toco la bocina: Mec, mec y me atiende Damian. Tiene parientes en Zaragoza y Guadalajara. Me examina los pies y como apenas tiene material para hacer leves curas, me da agua oxigenada y me pone una tirita sobre la rozadura en el talón del pie izquierdo (que, cuando escriba mañana en el Hotel Oyat, aún se me mantiene). Damian me desea suerte en el viaje. Cuando me vaya le saludaré con la mano desde mi orilla hacia su puesto de vigía.

Dibujando con pincel en mi diario.
Bajo de la duna a la playa. Hay una nueva pareja cercana a donde estoy yo. Con los pinceles de tinta china y agua, hago un esbozo del lugar. Esta pintura en blanco y negro refleja bien la realidad paisajística que estoy viviendo: mar, playa, duna y bruma. Cometo el error de dibujar personas, ¡y la cago! Tengo que meter muchas más horas dibujando el cuerpo humano para que, en pequeño, me salga algo más decente. Enseño el dibujo a mis vecinos. Han aparecido algunas nubes, pero no amenazan lluvia. Trataré de eliminar el elemento humano con el fotoshop. Me gustaba más antes que ahora. Lo mejor es cómo me ha quedado el mar y la duna, sin olvidar la duna del fondo.

De La Jenny a le Porge-Océan/Le Gressier.
Sin vestirme, bajo a la orilla a la vez que un hombre con bastones, que está de regreso. Quizás sea el de las huellas de esta mañana. Pero es parco en palabras y, aunque da la impresión de que camina lentamente, va más rápido que yo. Le he preguntado: “¿Dónde vas?” y me ha respondido: “Lejos”. Seguro que yo voy más lejos que él, pero no me da la gana decírselo. Así, que le dejo que siga en solitario. Al cabo de un rato, me doy cuenta de que puede ser una experiencia nueva seguir pisando sus huellas y empiezo a intentarlo. Eso me obliga a dar la zancada más larga que lo habitual en mí pero, poco a poco, acabo adaptándome y casi avanzo a la misma velocidad que él. Está bien, porque piso sobre pisado y yo no me hundo más. El problema es que, para cuando llego a alguna de sus pisadas, la ola ya ha llegado antes y ha borrado la huella. Es entonces cuando yo me hundo el doble. Después de ir haciendo este juego durante unos veinte minutos, el de los bastones se escora hacia la duna y ya me abstengo de seguir por donde él se va. En este tramo, sólo veré algún nudista por las dunas y a cuatro chicos a lo lejos, bañándose desnudos. Para cuando llego, el primero ya ha salido, ha ido a su sitio, se ha puesto el calzoncillo y vuelto a la orilla. Sus tres amigos se han acercado a la orilla para recuperar la zona, pues el agua les había arrastrado hacia el Sur. Pero no han llegado a salir y sólo veré sus tres culitos peleando con la resaca. Por fin llego a Le Porge-Océan / Le Gressier. Los vigilantes de playa están entre las banderas azules, que enmarcan la zona controlada, y subidos en su plataforma. Uno baja de su atalaya y mira mi mapa. Me dice que Lacanau está a unos 6 kilómetros.
Le Porge-Océan / Le Gressier. 
Una cuadrilla de amigos.
Después de dejar a los socorristas y cuando llevo recorridos unos dos kilómetros, veo en la zona de arena seca a un grupo y varias tiendas diseminadas por entorno. Alguno baja de la duna y el resto están tumbados, sentados o de pie formando un círculo informal. En la lejanía, me hace pensar en una acampada de niños con sus monitores.
 

Me acerco con curiosidad y veo un mostrador donde hay comida y bebida. Me dicen que coja lo que quiera. Como acabo de comer, no tengo necesidad de coger nada. Hugo insiste para que me quede, pues están celebrando el 30 cumpleaños de JP (Jean Philippe). Me parece que aceptar la invitación me puede aportar otra experiencia interesante del camino, así que doy mi conformidad al ofrecimiento. Hugo y Samantha, muy pesada y sin encontrar mejor postura que la de estar tumbada, esperan su primer hijo en dos semanas, le van a llamar Milo. 
 
Él estudió Educación Especial y ella es Animadora Sociocultural. Preparan proyectos. Uno de ellos lo desarrollaron en Marruecos con niños de Familias Desestructuradas. Ese tipo de trabajo que ahora hacen, le está permitiendo trabajar hasta pocos días antes del nacimiento de su bebé. Otro padre joven está con su hija, a la que arrastran en una especie de trineo. Su mujer no ha venido a la acampada festiva.
 
Astrid y otro amigo son los que arrastran a la niña. Será esta chica la que luego me dejará su tienda de campaña, pues ellos piensan pasar toda la noche en vela. Esperan a gran cantidad de gente que vendrá a felicitar a JP. Astrid se muestra muy sensible hacia mi experiencia de caminante. Ha detectado mi preocupación por cómo iba a dormir y no ha parado hasta darme la solución: su tienda. En el supuesto de que lloviera, ellos tienen un gran toldo donde protegerse. En otro más pequeño, está a cubierto todo el equipaje del grupo: mochilas y otros materiales.
 
Hablo con Damien, que es un amante de Portugal y lo idealiza. Sólo estuvo una vez, e hizo un recorrido corto por la zona central costera, entre Porto y Lisboa. Hablamos galoportuñol. Él es el que se encarga de la música que se transmite a partir de un ordenador. Para tener luz, han traído un pequeño generador de electricidad. Escribo en una concha mi blog de Portugal, para que lo pueda ver, y se lo doy a Damien, que quiere volver y hacer otro recorrido por aquella costa que tanto le gustó. Le he hablado de Setúbal, Aveiro, Peniche… Hablo con JP, al que felicito: “Zorionak” y le explico el significado. Luego, juegan a una especie de brilé que consiste en matar con el balón. El padre se aparta con su hija y comienzan a hacer un gran castillo de arena.

Fiesta de cumpleaños de JP.
A una hora determinada, deciden espabilar un fuego que tenían tapado y todavía humeante. Mientras unos van a recoger leña seca, otros traen troncos y los trocean con sierra. Algunos se han ido a comprar. A medida que va cayendo la tarde, van apareciendo nuevos amigos. Hay quien trae a alguna chica que no conoce ni al homenajeado. Yo también me impongo alguna tarea, puesto que no quiero ser un invitado de piedra. Junto a Caroline, me encargo de cortar las berenjenas, los champiñones, el calabacín y los pimientos rojos y verdes. Cuando ya está todo troceado, comenzamos a ensartarlos para componer los pinchos morunos. Luego no los probaré pues, para cuando sale la primera tanda, yo estaré montando la tienda que me ha dejado Astrid quien, además de dejármela, me ayuda a meter las varillas, pues ella es la experta y conoce bien su tienda de campaña. Mientras preparamos los pinchos, me dan a probar una salchicha que más bien me ha sabido a choricillo picante. Durante la cena, hablo con el nuevo DJ. Después con otro que anda algo solitario quien, después de haber bebido un pastiche y una cerveza, me ofrece otro pastiche a mí. Lo abandono cuando se aparta para ir a fumar. Como un pincho moruno y un par de trozos de salchicha. También bebo una cerveza; la segunda. Aunque se han limpiado bien las sartenes, y yo he contribuido también a ello, es inevitable que, con el bocado de comida, no venga algún grano de arena. El “vine rouge” (vino tinto) lo tienen en una gran bolsa que hay que estrangular. Para cuando la bolsa empiece a manar, ya estaré en la piltra. Comienzo a conversar con un brasileiro y con Audrey, quienes muestran interés en mi filosofía viajera.
La fiesta continúa, 
pero la lluvia me aparta de ella.
Cuando más a gusto estoy hablando junto a Audrey, empieza a llover con cierta intensidad. No son todavía las diez de la noche, pero esas gotas son suficientes para que me retire a la tienda de Astrid. En previsión de la falta de luz, ya había dejado todo dispuesto y el saco con la cremallera abierta. La arena mojada se me ha pegado a los pies y no puedo evitar meterla en el saco de dormir. Hago una rudimentaria y mala almohada, por no quitarme el jersey, que hará que no duerma tan bien como hubiera deseado. Me doy masaje con el gel de Aloe-Vera. Antes no lo he observado, pero ahora noto que el suelo tiene una pequeña inclinación. La almohada y la inclinación, no compensan la despreocupación por no tener que vigilar el equipaje. Tampoco me dejará dormir bien la música alta. Pero, tumbado, al menos he descansado y recuperado mis fuerzas. Sólo me levanto una vez a orinar y salgo de la tienda para hacerlo. La fiesta todavía no se ha apagado y, al amanecer, continuará.

Balance del primer día completo en la costa girondina.
Por la mañana y por la tarde he participado en trabajos que habitualmente no suelo hacer. Ha sido la novedad de la jornada. Primero, ayudando a poner el toldo a Valerie en la plage Garonne y, al atardecer, cortando verduras para hacer los pinchos morunos para la fiesta de cumpleaños de Jean Philippe. También hoy he hecho mi primer dibujo importante en el diario. Un dibujo que refleja cómo me encuentro de bien en este lugar infinito, con esa playa interminable en la costa atlántica de La Gironde. He disfrutado de un buen rato de nudismo en La Jenny. Es la primera playa nudista autorizada de Francia de la que puedo decir que he sacado el máximo partido. El encuentro con el grupo de jóvenes ha sido grato y, si no hubiese aparecido la lluvia, no sé cómo habría terminado con ellos. Ha sido otra isla en mi viaje en solitario. Me alegra haber compartido este rato con otras gentes y tener algo más que agradecer: comida y techo. La cena ha sido un regalo de todos y el techo una generosidad de Astrid. Gracias a todos por este día.

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