martes, 5 de mayo de 2015

Etapa 26 (317) Saint Gildas (Préfailles)-La Plage de Mr. Hulot (Saint Marc sur Mer)


Etapa 26 (317). 03 de julio de 2012, martes.
Saint Gildas (Préfailles)-La Plaine sur Mer- Saint Michel Chef Chef-Saint Brevin-Saint Nazaire-Saint Marc sur Mer-La Plage de Mr. Hulot.

Amanecer en un búnker de la Pointe de Saint Gildas.
Si ahora estoy en la Pointe, el próximo verano, en el Norte de Bretaña, tendré la ocasión de conocer la isla de Saint Gildas, que se sitúa frente a Port Blanc, a la que iré caminando aprovechando la bajamar y con una guía de excepción, Annick, a la que conocí en una playa de Vendée a la altura de Brem-sur-Mer y que os he presentado en la etapa 22.
 

Me despierto a las seis y media. Orino. Es la cuarta vez en la noche. Coloco la mochila grande contra la pared y me vuelvo a meter en el saco. Ahora la mochila me sirve de apoyo para la espalda. Cruzo los tobillos, como hacíamos en Pilates y me vuelvo a dormir sentado. Me despierto con mi propio ronquido. Para las siete menos cuarto, ya he tomado la pastilla, comido dos albaricoques, que será lo único que coma hasta llegar a Chef-Chef, y donde comeré los tres restantes.

Saco foto de mi cama antes de recoger, donde se ve la boca de disparo del cañón ametrallador, con su gran ángulo de tiro, y el hierro peligroso del encofrado que pende del techo. Salgo del búnker. Es más fácil de lo que pensaba. Algunos vecinos, no se si del camping o del hotel, ya pululan por la orilla del mar y por los caminos dándose sus paseos. Quizás sea éste el mayor atractivo del lugar, llanear sin peligro y sin gran esfuerzo. Al salir, saco foto del búnker en su fachada principal externa, la más peligrosa para ponerse delante en especial en tiempos de guerra. Hoy, aunque estoy algo guerrero, he convertido este elemento, preparado para la guerra, en otro muy distinto, un dormitorio de paz y libertad. Para antes de las siete ya estoy en marcha.

Playa y Puerto de Préfailles. 
Circuit des Peintres.
Antes de que pasen cinco minutos, ya estoy en la playa y el puerto de Cravette que, como La Pointe de Saint Gildas, el faro y el hotel, también pertenecen a Préfailles. Como muestra del Circuito de Pintores que comentaba ayer, hoy saco foto en el mismo puerto de un cuadro que allí se expone pintado por Jean Riou, (1921) en 1995, su título: Escuela de Vela. No lo puedo asegurar puesto que es una lámina impresa, pero creo que parecía que el original pudiera ser una acuarela. 

Sigo adelante. El Port de Giraud no lo veo, pero puede que sea el lugar en que he cagado en las toilettes, haciendo equilibrios en placa turca, y algo incómodo por no estar del todo bien mi pierna izquierda. Mirando al mar, un hombre está fumando. Me confirma el significado de “ker”. Me dice que tiene pronunciación “kier” y que Préfailles, suena “Prefaill” ya que en bretón esa “ai” no es la “e” francesa. Ker, significa casa, en bretón.
 

Un ciclista sube de la playa y me dice que lo que veo más adelante pertenece ya a La Plaine-sur-Mer y que lo que viene a continuación ya es Saint-Michel-Chef-Chef. Veo unas aves en el agua. No sé si son de la familia de los ánades, pero me inclino más por pensar que son una especie de gaviotas. 

Todas tienen la cabeza negra y, la mayoría, la cola del mismo color, pero hay unas pocas que tienen la cola blanca. Tras la foto, saco otra de una playa con base de piedra horizontal. Es como si la acción del mar y la del hombre la hubieran alisado. Un artilugio se observa en la orilla, quizá sea como aviso a navegantes pero, lo que más me interesa de esta foto es que, casi perdido en el fondo, en la neblina, se puede observar, en la desembocadura del Loira, el puente que me pasará luego a Saint Nazaire.

La Plaine-sur-Mer. 
Playa de Thoureau.
Ya se ha terminado Préfailles y llego a La Plaine. Estos dos municipios y Saint Michel-Chef-Chef, conforman una comunidad con el mismo equipo de recogida de basuras, no sé si también de saneamiento integral, incluido el suministro y depuración de las aguas, como ocurre con la Mancomunidad del Txingudi entre Hondarribia e Irun. 
 
Todos los propietarios de las villas tienen asignado un cubo que sacan a la calle los días que pasa el equipo de recogida. Una carretera se me atraviesa. Va en dirección al puerto, donde ya comienza la larga playa de Thoureau. Saco foto de las embarcaciones que, con la marea alta, hoy flotan en el agua. No sé lo que ocurrirá en la bajamar. Sin bajar a la playa, sigo caminando por la acera.

 Tras más de media hora de caminar sin perder de vista la arena, encuentro esta magnífica explosión azulenca de lavanda (espliego) que me agrada y la inmortalizo. Luego, mirando hacia atrás sin ira, pero comprobando que el cielo sigue igual de encapotado y dándome la impresión de que hoy tampoco voy a ver el sol, saco foto de otro pequeño puerto, con menos embarcaciones que el anterior. 
 
Me agrada el conjunto de casitas, tierra y mar. No se ven edificios estridentes que afeen el paisaje. En el paseo marítimo, se ven ahora algunas mansiones, indicativas de un pasado con poderío económico, que permitían a algunas familias de interior tener su casa en la playa. Los tiempos han cambiado y alguna, como ésta, se alquila. Alguna de estas mansiones ofrecen el nombre de “Ker” y algo más. “Todos “Ker”emos más…”, canto, no sin ironía, en honor de los potentados venidos a menos.


Saint-Michel-Chef-Chef.
No sé en qué momento ha acabado La Plaine y empezado Saint Michel. Incluso, no hay certeza de a cuál de ellos pertenecía la mansión fotografiada. Intuyo que el puerto al que llego sobre las nueve es el de Saint Michel. Aquí, con la marea bajando, los barcos tumban ya su panza sobre el limo. Encuentro a un hombre que me dice: “acércate a la rotonda”, me lo dice en castellano, “y sube al pueblo, que está a un par de kilómetros”. Se ve que enseguida ha intuido que soy del “autre côté” (del otro lado… de la frontera). Cuando llego a la rond-point, no me da la gana de hacerle caso. Otra cosa sería si me pillara de paso, pero dos kilómetros con ida y vuelta se convierten en cuatro y no me ha dicho qué interés puede tener el pueblo. No quiero perder el sentier litoral y, en un bordillo, paro a comer los tres últimos albaricoques que me quedaron de los que compré ayer. Dejando allí las mochilas, bajo a orinar a unos aseos que no sé si son públicos o para uso de los de la urbanización. De nuevo con la carga a mis espaldas, llego a la siguiente playa, que también pertenece a Saint Michel y que se llama Plage du Redois. En el paseo me encuentro con una topógrafa, mientras su compañero viene de la playa. Están haciendo un estudio, pero no me explican con qué finalidad. Ella se asombra al decirle que vengo caminando desde el País Vasco. Me despido y continúo mi camino.
 
El espacio acotado de las dunas que vienen a continuación se llama Las Terres Rouges. Decido bajar a la playa. Aunque la primera parte es de rocas y con pesquerías de salabardos volantes, enseguida veo que hay arena buena para caminar en la bajamar. De momento, no me descalzo. Esta playa es muy larga y, a medida que sigue bajando la marea, va perdiendo personalidad. Un par de pescadores llegan a la orilla con sus dos grandes salabardos. Allí, un chico intenta volar con su kite-surf, pero con poco éxito. Quizás haga menos viento que el que necesita. El resto de la playa nos lo repartimos entre el caminante y uno que monta una vela con tres ruedas y que corre por la arena empujado por el viento. A este deporte lo llaman "char-à-voile". Parece que para su vehículo sí es suficiente el viento. Muerta en la arena, encuentro una enorme medusa, a la que fotografío junto a mi pie y pierna para que se aprecien sus dimensiones. Como referencia, calzo un 40 de sandalia. La vela rodante va dejando marcas de sus ruedas por toda la playa pero la huella que deja la rueda central es de menor intensidad. Es normal, ya que el mayor peso del deportista descansa en las otras dos. Encuentro a un grupo de caminantes con bastones que están haciendo un gran recorrido. Coincido con ellos cuando me he tenido que descalzar para cruzar un riachuelo de desagüe de una balsa estancada en la marea alta. En la playa se han formado como dos orillas.

Saint-Brevin-les-Pins.
Llego por la playa y desayuno en Saint Brevin-Ocean. Va a ser un desayuno tardío para lo que yo acostumbro, pero como ya he entretenido el estómago con los albaricoques, no me preocupa. El local se llama 7 Beaufort y pago 3,90 € por cruasán y café creme. La señora que atiende bar y terraza y dedica a cada cliente el tiempo que considera necesario, me da un plano para que pueda llegar al auberge de jeneusse. En realidad, ya sé que no está en funcionamiento como tal, pero no se lo digo, puesto que quiero pasar por allí y saber qué ha pasado para que haya salido de la red de albergues franceses. En el plano lo localizamos y veo que no me va a ser demasiado complicado llegar a él. Escribo y voy al retrete a las doce y media. Cago y veo que no hay papel. ¡Menos mal que uno es previsor y lleva servilletas en los bolsillos! Al salir del WC se lo digo a la señora, para que ponga un rollo. He escrito postal a Londres y la echo muy cerca en una oficina de correos de La Poste.

Auberge de Jeneusse obsoleto.
Salgo por la calle que me ha dicho la señora, que va paralela al paseo marítimo y, como estaba previsto, sin apenas dificultad, llego al albergue juvenil. El cartel continúa en la entrada, pero no veo a nadie para preguntar. Saco foto del edificio y me acerco al paseo marítimo. Tres chicos, que parecen ser de fuera, comen algo sentados en el pretil de la playa.
 
Como no son del lugar, no me pueden aclarar nada sobre el albergue. Me tendré que ir de vacío, sin la información que me habría gustado obtener. Saco foto de la playa y de lo que me queda para llegar al puente que me permitirá sobrevolar el Loira y llegar a Saint Nazaire. La comida y una serpiente especial me entretendrán por el camino.

Comida en Le Río.
Continúo por el paseo paralelo a la larguísima playa de Los Pinos. En realidad, este mar ya será cada vez menos salino en la medida en que sus aguas se van mezclando con la dulce que proviene del centro del país, traída por La Loire. Tras andar un rato, una señora me recomienda que, para comer, que me meta hacia el interior en la siguiente calle. Ella está en el paseo con dos niños. Después me reorienta un matrimonio y acabo saliendo al borde de la playa. He hecho un bucle innecesario para acabar volviendo a Le Río. Para lo que pago, no como demasiado bien, pero no me quejo. Ensalada del chef (en honor al Chef-Chef que he dejado atrás), un pescado que no puedo ni adivinar qué es, y una ración de quesos del tipo Camenbert. He acompañado con un “pichet”, una frasca de tinto de 25 Cl. La cuenta me sube a 21,10 € y la pago con Visa. Para un seguimiento de mis viajes, se puede recurrir a la relación de cargos bancarios que me remite mi Caja cada mes. Pero habría muchos claros debidos a todos los sitios por donde paso y no consumo y, si consumo, son pagos menores o no me permiten pagar con Visa. Me ha subido tanto y eso que he podido a ajustarme al menú ofertado de 17,50, si no, habría pagado más. La diferencia de 3,60 ha sido lo que me ha costado el vino. Cuando termino de comer, me pregunto: “¿he comido bien?” y me respondo afirmativamente. ¡Para qué me voy a amargar! Voy al baño, orino y me marcho a las 14:40 horas. La verdad es que la comida no ha estado tan mal. Aunque no haya podido adivinar qué pescado he comido, no era tan deplorable. No me ha dado arcadas. Se dejaba comer. Quizás lo peor ha sido el precio pagado pero, ¿para qué quiero el dinero? Ya haré economías cuando vuelva a mi casa. “¡Mi casa…!”, diría E.T. el extraterrestre.

La serpiente esquelética de HUANG YONG PING. Marise.
Salgo de Le Río y, por el paseo marítimo continúo hacia el puente de Saint Nazaire. Cada cierto trecho, en una cadencia regular, una escalera o una rampa, descienden a la playa. Como la playa es tan inmensamente larga, interminable, el paseo resulta bastante monótono. Pronto voy a tener compañera de viaje por un rato. Se trata de Marise que, en su día, estudió idiomas: inglés y castellano. Le explico las razones por las que prefiero decir castellano que español. Le digo que en la península, además de portugués y castellano, se hablan otras lenguas, como el gallego, el catalán, el vasco, y algunos dialectos derivados de los mismos o del castellano. El castellano de Marisa está algo oxidado, le sale a trompicones y, a veces, se pasa al inglés. “Para que te pases al inglés, prefiero que me hables en francés”, le digo. Pero tengo que ser comprensivo con el esfuerzo que está haciendo. Si sigue un rato más hablando conmigo, es casi seguro que vuelve a recuperar el castellano. Yo, aunque con las mochilas, voy en camiseta, y ella lleva un impermeable rojo que no transpira y me transmite la sensación de que tiene que ir achicharrada. Me dice que con estos cambios climáticos no puede acertar con la ropa que se pone para salir por la mañana. 

 
Hablando de mi viaje, nos vamos acercando a una estructura metálica que emerge en la orilla entre las olas del mar. Me dice que es diseño de un escultor chino y que ha sido creada para instalarla en ese lugar. Dependiendo de las mareas, habrá veces en que estará casi totalmente sumergida y, otras, quieta en el aire. Me gusta el momento en que a mí me coincide pasar por aquí. Se trata de una serpiente que amenaza con sus colmillos venenosos a los que la contemplamos desde la playa. 

Sobre todo, esto se observa más en la segunda fotografía, con su cabeza en primer término. En la primera se ve el final del puente sobre el Loira, ya del lado de Saint Nazaire. No sé si estará permitido el baño cerca de la serpiente, ni si su estructura puede ser un peligro para los bañistas, pero a mí me produce más terror que la película Tiburón. El artista chino que la ha diseñado es Huang Yong Ping y lo podemos saber gracias a los folletos informativos que ofrece una señora que está situada frente a la obra de arte. Marise se despide de mí y regresa por donde hemos venido. Sin moverme del lugar, saco foto al puente que me espera a lo lejos y que no es tan diferente al esqueleto de la serpiente que me dispongo a abandonar.


El puente sobre el Loira.
Si los puentes para pasar a Île d’Oléron y a Île de Ré, los puedo considerar ya como un aperitivo de éste, todavía me quedará el mayor, el Puente de Normandía, sobre el Sena, pero ése ya quedará para el siguiente verano de 2013. Continúo caminando y pronto se acaba el paseo hacia el Norte y se escora hacia el Este. Voy a ir un buen rato con el puente a la vista. El puerto de Saint Nazaire se llama Port de Mindin, pero no sé la razón de tener ese nombre anotado en mis apuntes. 

El camino para ciclistas y peatones, me obliga a cambiar de lado, pues es el lado derecho el único que tiene acera. Una acera que me parece demasiado estrecha. Hay veces que mi sandalia pega con el murete que la separa del arcén. No me preocupa porque queda margen suficiente entre caminante y vehículos. Mi amigo Jokin Elkoroberezibar me contaba que sintió mareo al pasar el puente, pues el puente se le movía.
 

Quizás el día en que pasó él, fuera más ventoso. El caso es que yo lo paso sin ningún contratiempo. Jokin, con su experiencia, siempre será un referente en mi camino de este año. A partir del próximo, seré yo su referente. Yo, sin sentir la sensación de mareo, entiendo que el paso no es nada agradable. Saco dos fotos hacia la bocana de salida del Loira al mar. La Loire, como la mayoría de los ríos franceses, es en femenino. La razón es que nuestros ríos son rivières para ellos. La primera parte del puente, antes de iniciar el ascenso, es muy larga y quizás ésta se la razón de que, en conjunto, sea más largo que los dos que ya pasé en Charante. De frente, hay dos carriles, para los vehículos que vienen de Saint Nazaire. Pero puedo ver que esto puede cambiar en función de horarios y de afluencia. En este momento vienen en un coche furgón un conductor y un compañero que va recomponiendo unos pivotes plásticos que, el viento y el aire empujado por algún otro vehículo, ha ido desplazando de su lugar. Después le veré retirándolos, cuando pasen en dirección Saint Nazaire. Esto es lo que me lleva a pensar en que unas veces son dos carriles de entrada y uno de salida y otras, a la inversa. Podrían haber previsto cuatro carriles desde el principio, ¿no? Pero no tengo ni idea de en qué año se construyó este puente. ¿Habrá quedado ya obsoleto? Recorrer la primera parte, hasta la primera torre de la zona central del puente, me cuesta más de 20 minutos. De allí saco la primera foto, con la zona industrial y hacia el mar. En ese momento, pasa un barco por debajo. La parte central la recorro en 5 minutos y desde allí saco la segunda y última foto desde arriba, con el fuego que emana de las instalaciones petrolíferas y de obtención de gas, grúas y dársenas de carga y descarga. 
 
La última parte la recorro con mayor rapidez. Dicen que, cuesta abajo, hasta la mierda corre. Tardaré unos 15 minutos. En cuanto llego a tierra firme y habiendo visto desde arriba que por el otro lado hay carretera, me animo a salir de lugar tan estresante y salto a tierra, paso por debajo de la estructura metálica del puente y salgo a otra carretera menor y con muchos baches, que me ofrezca la señal “centre ville”.

La fea zona industrial de Saint Nazaire.
Pero tendré que esperar pues estoy lejos de la ciudad y me queda mucha zona industrial. Saco foto con la salida del Loira al mar y con el puente que va quedando atrás. Un hombre me dice que continúe hasta la segunda rotonda. Es un conductor de autobuses interurbanos, que estaba a la espera, junto a otros, de que le llegara su hora de partida. Hay más conductoras que conductores. Se ve que en esta profesión, típica de hombres, las mujeres se están abriendo camino. Tengo tantos argumentos para aplaudirlo como para deplorarlo. Esta zona industrial ofrece pocos atractivos. En un pabellón bastante destartalado leo la palabra Biblioteca. Me acerco y entro. Dos señoras, aunque una va a ser la que llevará la voz cantante, me dicen que es la biblioteca de la empresa. En ese momento no hay nadie más que ellas, probablemente porque sea en momentos en que los obreros estén trabajando. La utilizan al salir de su jornada laboral. Me desean suerte en mi viaje y “bon courage”.


El dolmen de Saint Nazaire.
Llego a un indicador de Centre Ville y a una desviación por obras, que me obliga a pasar un puente por encima de las vías del ferrocarril. Poco a poco me voy acercando a ciudad más amable. Veo indicador de dolmen, así que preguntando, consigo llegar a él. Un grupito de jóvenes se esconde al ver que voy a sacar foto de las piedras. Me gusta este dolmen por su sencillez. Dos piedras verticales y una horizontal y ya tenemos un dolmen. Es como un arco de triunfo muy primitivo y no recuerda una cámara de culto a los muertos, como los dos de ayer. Al lado hay una piedra vertical. ¿Se podría llamar menhir? De todas formas, debido a su sencillez, el lugar urbano en que está enclavado, y la pulcritud de las piedras, recibo la sensación de haber presenciado un falso dolmen. Lo siento por los que tengan certeza de su autenticidad.
Casa de la Juventud.
Paso cerca de la Casa de Justicia y saco foto de unas bolas redondas que, cual planetas caídos del firmamento, están sujetas al suelo. Parecen de mármol y están muy bien pulidas. Como están en espacios de tierra que parece lista como para plantar árboles, pienso en semillas grandotas que algún día germinarán. Me fijo también en el embaldosado y me viene la imagen de mi ciudad. ¿Aquí también estarán de continuo corrigiendo errores de construcción? Pregunto a un joven por la Mediateca. Me responde: “aquel edificio blanco y rojo, a dos manzanas”. Cuando llego, allí no hay mediateca, sólo es un lugar donde dan información a la juventud. Aprovecho para preguntar a la chica que me atiende por el albergue de Saint Brevin y preguntarle si hay alguna alternativa en Saint Nazaire. Me dice que no. Le planteo la posibilidad de uso de ordenador. No pone ninguna pega. Hay tres libres y me pone en marcha uno. Como no va, pone en marcha el contiguo, y éste ya funciona bien. Como ayer ya entré en La Bernerie, hoy tengo poco que leer y menos que borrar. 

Escribo a la familia que estoy en Saint Nazaire. Cuento el paso por el puente sobre el Loira. Voy a las toilettes. Mi intestino sigue bien regulado, aunque hoy ya sea la tercera vez que evacuo. Escribo las dos últimas postales de las diez que compré. Van para Vizcaya: una para mi prima Lourdes y la otra para mi amiga Virginia.
 

Las echo camino del puerto en un buzón de la calle. La chica de la Casa de la Juventud me ha orientado hacia allí como el sitio mejor de la ciudad.

Se me olvida acercarme al puerto.
Llego a lugar próximo al puerto. Hay construcciones clásicas de piedra combinada con madera y cierto colorido que le dan unos tiestos con palmeras y cactus que prometen crecer. Otro edificio es como una mole obsoleta de cemento armado, pero que contrasta bien con el conjunto.
 
Si eso es el puerto de Mindin, es todo lo que veo de él. Me meto en Carrefour y compro una galletas de cereales, que es lo que encuentro más parecido a las barritas energéticas. Pago 3,11 € por las galletas. En la ciudad veo un CH-313-AF y me sale “Chafó”, como si se hubiera chafado el día, pues me resisto a que lo chafado sea mi viaje. Busco otra palabra más acorde, y no la encuentro. Al salir de Carrefour, me dirijo hacia la playa y me olvido del barrio portuario de pescadores recomendado. ¡Mea culpa!


Dirección Pornichet por la costa.
Como voy por el borde del mar, la salida del pueblo es relativamente fácil, pero el referente Pornichet me va a servir cuando tenga que salir a la carretera. Son las siete de la tarde cuando paso por la playa de Saint Nazaire. Todavía es una mezcla de playa y de río, aunque la arena parece desmentir la posible agua desalada que aporta otros nutrientes. 


Mirando hacia el Sur, hay que ver lo lejísimos que ha quedado ya la Pointe de Saint Gildas. No todos los días, la estructura geográfica del camino te permite ver el punto de partida de la jornada. Aprovecho y disfruto hoy de esa oportunidad que se me ofrece gratuitamente. Voy también pensando en que estaría bien dormir hoy en Pornichet y abordar mañana la zona que me parece que va a ser complicada de Le Marais Salants de Gérande. Pero, enseguida, un indicador de que a Pornichet me faltan 9 Km. para llegar, me desanima del proyecto. Un chico que alucina con mi viaje me confirma la distancia. Llegaría a las nueve y media y me quedaría sin posibilidad de cena. El “chemin” litoral, que aquí ya no es “sentier”, pasa junto a otra playa que, con la marea alta, no dispone de nada de arena. Vuelven a aparecer las pesquerías con sus salabardos.

La playa de Kervilles.
El camino pasa por la playa de Kervilles. Otro Ker propio de Bretaña. Saco foto del faro que, con marea baja, no baña el mar, pero sí cuando yo paso. Muy cerquita de la playa, también me acerca a una construcción cuadrada y pequeña, típica de las ciudades fortificadas. Me recuerda a la ciudadela de Brouage. ¿Os acordáis? ¿Entre Oléron y Rochefort?
 
El camino es formidable pero me cabrea que haya tantos fallos en su estructura y que no lo arreglen. Después del castillete, otra playa me ofrece en la lejanía la posición de Pornichet pero, para este momento, ya lo he dado por olvidado. Mañana será otro día. Me voy cabreando por momentos, pues el camino roto me obliga a salir a la carretera y volver de nuevo, sin seguridad de continuidad.

Este camino está roto en varios de sus tramos y, mientras no lo arreglen, debieran habilitar otro bien señalado. Hoy me va a ocurrir en dos o tres ocasiones: de camino a carretera, vuelta y otra y otra vez. Me desespero con tantas indicaciones y contraindicaciones. A otra hora del día no me habría importado tanto, pero sí ahora que quiero llegar a cenar a algún sitio.

 
Para evitar este camino inseguro, bajo dos veces a la playa, pero no hay continuidad. Veo un indicador: Site de Gavi, donde entre arbolado se ofrece una bonita playa. Más adelante, con una vista más extensa, veo a un grupo con atuendo blanco y negro, que realiza ejercicios como de yoga, judo o artes marciales. Son las ocho y cuarto y estoy lejos de civilización. Ya no pasa nadie, ninguno de los que antes me he cruzado, de los que van corriendo. Quizás sea una hora demasiado tardía para entrenar.


Saint-Marc-sur-Mer. 
Le Tati-Yon, más mejillón.
Por fin llego a algo con estructura poblacional, con brasería, pero donde sólo me ofrecen bebida. Se trata de Saint-Marc-sur-Mer y la playa de Porce, y que están enmarcadas en la comunidad de Saint Nazaire y de la que no saldré hasta mañana, cuando llegue a Pornichet. Un camino particular me retrae de bajar directo al centro ciudad. Otro, en el que no pone nada, me lleva a una casa y también es privado. Por fin, pregunto a un chico moreno y me indica que, poco más adelante, tengo bajada. Antes de llegar al centro, una chica asiática, con auriculares, me dice que un poco más adelante, hay más restaurantes. Quiero entrar antes de las nueve y lo consigo. Pero en el primero que he elegido, las mesas que veo libres están reservadas y me mandan al de enfrente. Se trata del Tati-Yon. De las 7 u 8 ensaladas que ofrecen, elijo la única que se ajusta a mi gusto. Es una que no lleva jamón (aquí no hay Jabugo), ni queso (huyo del de cabra), ni salmón (que se lo coman los escandinavos) y pido “moules marinière”, pero sin “frites” (empiezo a estar harto de patatas fritas). El dueño me oferta, a cambio, “haricots” (vainas verdes) y acepto el cambio. Me las comeré muy a gusto. Luego me las intentan cobrar como extra, protesto, y lo restan, corrigiendo el error. Pero si cuela, cuela. Con una copa de vino blanco, la cuenta se me queda en 15,50 €, que pago con Visa. A pesar de pedir los mejillones a la marinera, le echan algo de leche o nata, aunque menos que en Casa de Campo. Voy a acabar aborreciéndolos y no llevo más que 25 días en Francia. Yo que presumo de buen comedor, de comer de todo. La cebolla, el perejil y el cilantro quedan casi crudos y, junto con el caldo, allí se quedan, en el perolo. No unto nada. Son las vainas lo que más me hacen disfrutar en la cena. Pago y me voy. Ahora lo que más me urge es encontrar un lugar adecuado para dormir.

Buscando cama.
Me asomo a la playa de Mr. Hulot. Mañana le saludaré. Es de arena y rocas, muy coqueta. Se ve gente guapa, muy veraniega y hay mucho ambiente en las terrazas. También mucha tontería. Como si fuera sólo para élites la vida nocturna que allí se desarrolla. 
 
Se ven casas clásicas, otras de diseño y en la infraestructura comunitaria, mucha madera y acero inoxidable. La playa, tan urbana, no se ajusta a las características que a mí me gustan para dormir. Llego a la iglesia y, aunque es tarde, está rodeada de árboles y por la fachada principal es imposible fotografiarla, voy a la zona del ábside y de allí obtengo la foto. Veo el arranque del sendero litoral, así que ya sé por dónde continuaré mañana. Sentados en un banco veo a dos gemelos, son jóvenes y me saludan. Paso por terrazas de restaurantes que ya han cerrado y valoro las posibilidades que tienen para meterme y dormir en ellas; las rechazo por no tener techo y la noche sigue tan amenazante como el día. Por la zona de la iglesia, veo una escuela con el portón abierto. Ya está decidido: ¡Aquí me quedo!

Dormida en la mesa de ping-pong de la escuela de Saint-Marc-sur-Mer.
La escuela es pequeña, podría ser para párvulos, pero no creo que los pequeños jueguen al tenis de mesa. La mesa verde está bajo un cobertizo así que, en caso de lluvia, estaré a cubierto. Un gato me mira, pero ni maúlla, ni dice nada. Ni siquiera una sonrisita, como haría el de Cheshire. Para que la lluvia no caiga a la mesa y haga un reguero que me moje y con el fin de que no se me vea desde el exterior, la empujo hacia dentro. Ahora, apenas hay ángulo de visión desde la verja de entrada. Es una lástima que un foco de luz muy alto, aunque alejado, mande su haz hacia el lado más oculto y protegido de la mesa de ping-pong, donde yo pensaba poner la cabeza. No me preocupo pues, si me molesta, siempre tendré el recurso de taparme con el propio saco. Dejo la mochila sobre la alacena contigua, sin darme cuenta de que tiene algo de grasa. Me mancharé las manos las dos veces que me levanto a orinar por la noche. Se me olvida darme masaje de Aloe-Vera. Antes de acostarme, he orinado junto al desagüe de las aguas pluviales del tejado. Es buen lugar para orinar de madrugada. No contaba con el sistema de iluminación automático pues, cuando me levanto por primera vez, todo el patio queda iluminado. ¡Tierra trágame! Me recuerda la noche infernal de la casa de payeses de Menorca. ¡Qué mal lo pasé! Cada vez que se detecta cualquier movimiento en el patio, la luz se enciende sin más. Orino, y menos mal que dura poco tiempo encendida. Si tengo que orinar otra vez, lo tendré que hacer en lugar menos apropiado y sin salir del cobertizo. Durante la noche, se enciende otra vez sin intervención mía. Quizá el gato se haya paseado por el patio. Hoy no he visto el sol y, por la noche, la tejavana no me permite ver ni luna, ni estrellas, ni demás constelaciones. ¡Todo no se puede tener! Durmiendo en mesa de ping-pong, temo que voy a dormir soñando con que me persigue y ataca la serpiente de Yong-Ping, pero no ocurrirá tal cosa. Demasiado juego de palabras para un día y una noche: Chef-Chef, Tati-Yon, Yong-Ping, Ping-pong.

Balance de una jornada en que he llegado al Loira.
La ciudad más importante de hoy ha sido Saint Nazaire. No había ocurrido desde La Rochelle. No ha sido ningún problema pues apenas la he visto, ni siquiera el puerto tan recomendado. El paseo ha sido tranquilo y grato y no me he cabreado hasta llegar a la parte final del día, cuando los nazarenos me han demostrado que les gusta que los caminantes suframos y cuando el sendero se estropea, no ponen en marcha su servicio de mantenimiento para repararlo. ¡Sí, Jesús Nazareno, hemos venido al mundo a sufrir! He cenado mejor que comido, y más barato. Un bonito paseo con Marise, con buen final ante la serpiente del artista chino, que me ha gustado. El paso del puente sobre el Loira ha sido fácil pero poco grato por la proximidad de los vehículos que venían de Saint Nazaire.

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