martes, 5 de mayo de 2015

Etapa 01 (292) Irun-Bidart


ETAPA 01 (292) 08 de junio de 2012, viernes.
Irun-Hendaye-Sokoa-Ziburu-Saint Jean de Luz (Donibane Lohizune)-Bidart

Preparativos de salida
Como salgo tarde, hoy no será un gran recorrido. Conviene empezar poco a poco hasta conseguir una media de 40 km al día. El día no es muy brillante y empezará a llover en la playa de Hondarraitz cuando esté comiendo la tortilla de patatas que me he preparado y la lluvia, aunque ligera, me obligará a marcharme antes de lo previsto. Entre hacer la tortilla y despedirme de amigos me dan las 11:30, hora en que inicio la marcha por mi calle, hacia el puente internacional.


Un poco de inmigración
Ayer en el Foro Ciudadano Irunés, mi amiga Marilén me dio buenas noticias sobre Mustafá, el contrato para hacer limpieza, y las posibilidades de encontrar empleo en un barco pesquero de Hondarribia. Mustafá es un joven senegalés que hace siete años que no puede ir a ver a su familia. Además de mujer y algún hijo mayor, dejó en Senegal un bebé de meses, para intentar salir de la pobreza. Europa, a pesar de que la sociedad de consumo y el sistema capitalista han demostrado no ser válidos para organizar el mundo en base a criterios humanos, sigue ofreciendo opulencia a través de los medios de comunicación. Los integrantes de estos pueblos mal desarrollados, con dirigentes que miran más por su bienestar personal que por el de los ciudadanos para los que gobiernan, lo arriesgan todo por intentar vivir con dignidad.
En casa preparo la tortilla de patata, que comeré en dos tiempos. La mitad, en la playa de Hendaia y la otra mitad, para cenar, en Bidart. Aunque tenga que ir algo más cargado, no está de más empezar haciendo economías, ahora que puedo. La tortilla me ha quedado hermosa y jugosa y así el frigorífico ha quedado vacío y abierto. Pongo el dial a cero grados y retiro los hielos desprendidos del congelador. No vaya a ser que haya inundaciones y perjudique a mis buenos vecinos de abajo.


Adioses y despedidas
Son la 9:00 buena hora para felicitar a mi hermana Sagrario en el día de su cumpleaños. Me dice que ya le han cantado el “zorionak” los niños, mis nietos, sus sobrinos nietos. Bajo y compro algo de fruta y una txapata (un pan metido en harina). En casa dejo preparados los bocadillos y la fruta a mano. Esto hará que salga con algo más de peso que lo deseado y recomendable. Menos mal que sólo será el primer día.
En la escalera me despido de algunos de mis vecinos y de Ana, la señora de la limpieza, a la que encuentro limpiando el portal. Todos me desean buen viaje. Voy haciendo un recorrido final que ilustro con algunas fotos. En la primera me despido de Natalia, en Multiópticas, que me obsequia con una funda para que mis gafas vayan mejor protegidas. Ya conté, cuando narré mi viaje por el Sur de la península, cómo un encuentro en las playas del Cabo de Gata me llevó a cambiar de óptica.
 

También me despido de Manolo en su Kiosko 33, donde todos los días pone al tanto, a todo irunés que se precie, de las noticias del día. Manolo es compañero en el Foro Ciudadano Irunés. Pretendemos allí mayor participación de la ciudadanía para la mejora de nuestra ciudad. Me veo con Mariano, paso por la farmacia, de donde ya voy pertrechado con Paracetamol, por si acaso lo necesito, y con la Indapamida obligatoria diaria que regula mi presión arterial.


Me acerco a KZgunea, el lugar donde, junto a la Biblioteca municipal y el Koldo Mitxelena, me conecto a Internet. Están Lidia y Johana, mujeres encantadoras y buenas profesionales que me ayudaron mucho para confeccionar este blog en los tiempos en que yo era muy novato. En Eroski, Jenny está de tarde, así que no me puedo despedir de ella. Es otra caminante impenitente a la que le encanta que le cuente anécdotas de mis viajes. Saludo también a la hija de Maite. Conocí a su madre en un viaje de Imserso a Albufeira (Algarve portugués). Ella tiene un bar en la plaza de Urdanibia. En la misma plaza me despido de Mariaje, de Caja Laboral, que con tanta amabilidad me atiende cuando necesito hacer alguna operación bancaria. Y es así como me dirijo hacia la frontera, siguiendo la ruta del canal Dumboa que me va llevando hacia el Bidasoa, con su vocación de río trilingüe.
Este camino que inicio hoy es mi paseo habitual cuando doy la vuelta a los puentes. Normalmente tardo en volver a casa algo más de una hora, sin contar las paradas obligatorias ante encuentros con conocidos. También es la ruta inicial cuando voy a la playa de Hendaia. A menudo, también, voy por la avenida de Iparralde, desde el Paseo de Colón, hasta el puente internacional.

El pantalán de Santiagotarrak 
y otros deportes
Esta parte, junto al canal, es la más grata. Paso junto al estadio Gal, donde juega el Unión (Real Unión), y a Santiagotarrak ambas organizaciones que se preocupan mucho por la salud y el deporte de los jóvenes irundarras. Mientras muchos caminantes hacen su recorrido diario, en el pantalán, donde embarcan los remeros, veo a alguien que ha bajado y se mece con la suave corriente del río.
 

Este pantalán sube o baja según el momento de la marea. En la época de mareas extremas, cuando las mareas están muy bajas, se corre el riesgo de que se parta, pues los limos donde se apoya están construidos de forma irregular y, a pesar de que la petición de que se drague el río se ha hecho por activa y por pasiva, al depender de costas, y dragar ser una opción poco deseada por los grupos ecologistas, pues en los limos se acumula el alimento de aves autóctonas y de paso, el dragado no avanza. Llegará el día en que nos quedaremos sin pantalán y entonces vendrán los lamentos. Creo que lo correcto sería, si es que está demostrado que no hay que dragar todo el río, tema que sería muy discutible y más en las épocas de crecida de los ríos, donde se pueden producir y ya se han producido inundaciones, dragar al menos el área próxima al pantalán. Pero doctores tiene la santa madre…

En Ficoba, en su restaurante, Iñigo Lavado y su buena cocina, intenta nuevas formas para atraer a su clientela. El Singular Food es una de ellas. El voladizo rojo que alberga un bonito comedor, sólo se abre para grandes acontecimientos con muchos comensales. Siempre he salido satisfecho de su gastronomía y del buen servicio. En la foto se aprecia bien, en rojo sobre gris, el restaurante en voladizo que comento.

 También Ficoba (Feria Internacional de la Costa Vasca) queda a un lado y me acerco a la pista de patinaje (Patinetes, skate, bicis y patines, se rifan el espacio donde confraternizan niños y jóvenes de los dos lados y donde es habitual escuchar los tres idiomas de la comunidad rodante). Mis dos nietos mayores, que sólo son bilingües, también suelen disfrutar de esta pista. Hoy, día de labor, apenas tiene usuarios puesto que todavía estamos en periodo escolar tanto aquí como en Hendaia.
 

El puente Internacional. 
Nazioarteko zubia.
Llego al puente internacional para pasar a Hendaia. Hasta ahora siempre entrábamos en Francia pero, desde que está Bildu gobernando en Diputación, ya no ocurre tal cosa. El cartel anunciador de cambio de país, indica continuación por el mismo y que entramos en Lapurdi, cuya capital es Baiona, ciudad que mañana visitaré. Ya lo hice en 2006, cuando fui en tren para iniciar el Camino de Santiago. Allí cogí un autobús que hacía prácticamente un recorrido escolar a Saint Palais (Donapaleu), donde me apeé para comenzar mi camino iniciático. Del mismo modo, si miras para atrás, verás que los franceses no entran en España, sino en Gipuzkoa, cuya capital es Donostia-San Sebastián. Durante mis viajes no me cansaré de corregir a quien considera que Bilbao es la capital de todo el País Vasco. Estas señales de Bildu no son ajenas al deseo de que Iparralde y Hegoalde (y en Hegoalde, el sur, está incluida Navarra), sean algún día una nación. Tanto ellos como el PNV están muy atentos a lo que pueda ocurrir en Cataluña que, a la postre, no pide otra cosa que autogobernarse con las mismas competencias que tenemos los vascos. Retrocedo hacia el puente viejo más próximo al del Topo. En algún tiempo, mi familia utilizábamos los servicios odontológicos de Hendaia, por razones de economía. Los dentistas donostiarras estaban por las nubes. Solíamos coger el Topo en Donostia y al llegar a la parada del Puente Internacional, debíamos apearnos y pasar el control de pasaportes y D.N.I. en este edificio. El Topo avanzaba vacío y, una vez pasado el trámite policial, lo volvíamos a coger, pasábamos el puente montados en él y volvíamos a apearnos unos segundos después en la última parada, ya en Francia. Esta foto me da oportunidad de recordar que, no hace tanto tiempo, no existía la Unión Europea. En la actualidad, se ha aprovechado el edificio como Centro de Interpretación del Bidasoa, donde se explica algo del salmón, de algún batracio, de la flora  otra fauna y también como información del Camino de Santiago.

Algo sobre nudismo y libertad
Abandono, por tanto, mi vuelta a los puentes, que me llevaría del puente de Hendaia al de Behobia, por el bidegorri (camino de bicicletas), aunque el primer tramo hay que hacerlo por carretera y luego conectar con el bidegorri propiamente dicho porque, desde ese lugar de conexión hasta el puente, la rivera del río está ocupada por propiedades privadas, que hacen del Bidasoa, que debiera ser público, como ocurre en nuestro lado hasta Santesteban-Donestebe, un espacio exclusivo. Aunque tengo cosas que hacer en el centro de la villa de Hendaye, hoy también abandono la carretera que me llevaría hacia la estación del ferrocarril (Gare SNCF), para poder hacer mi recorrido habitual. Cuando voy a la playa de Hondarraitz, a la zona nudista de las Gemelas, su Les Deux Gimeaux. (No sé por qué los franceses tienen necesidad de decir las dos gemelas, ni las tres trillizas. Misterios del idioma galo que, para nosotros, implicaría redundancia). A menudo voy con intención de bañarme desnudo allí, en un espacio final no autorizado, pero sí tolerado. Parece ser que los guipuzcoanos apostamos (apostaron) fuerte para que se permitiera allí un nudismo prohibido en el período franquista dentro de nuestras fronteras. Con esta permisividad parecía que cruzar la frontera tenía un plus añadido de ejercicio de libertad, pudiendo hacerse allí lo que aquí nos estaba vedado. También había que cruzar la frontera para ver a Brigitte Bardot desnuda en el cine.Dios creó a la mujer, era la película más controvertida y deseada en alguna época.

La bahía de Txingudi I
Bueno, que me estoy yendo por los cerros de Úbeda. Pues, como decía, cuando voy a la playa de Hendaya, suelo ir por la bahía del Txingudi, que es un espacio que se forma en la desembocadura del Bidasoa (La Bidassoa), río que separa Hendaye de Hondarribia. Su otro lado es una recta que nos hace intuir, que no ver, la pista de despegue y aterrizaje de los aviones, mal denominado a mi entender, como Aeropuerto de San Sebastián. Por el lado francés es más sinuoso y curvo. A un lado de los puentes han quedado atrás las islas irunesas de Galera, Santiagoaurrea (las más vírgenes y propicias para el asentamiento de aves) y la de Irukanale, que dispone de terrenos de cultivo. Los horticultores deben pasar en barca con la marea alta. Una vez ya en el otro lado de los puentes, en el lado francés, dejo atrás las marismas de Plaiaundi, uno de los lugares clave en el programa migratorio de las aves que vienen del Norte de Europa, y que todavía alberga espacios deportivos. La calidad de este enclave se puede seguir en la revista Txingudi, de la cual acabo de recibir el nº 57. Existe un comité transfronterizo de Cooperación, el Proyecto Txinbadia. Continúo por la bahía de Txingudi. Dos pistas, una para caminantes y otra para bicicletas (vélo), nos van acercando hacia el pequeño puerto de Caneta, muy abrigado, puesto que está muy alejado de mar abierto.

Los barcos están más seguros en el puerto
Y ya que hablamos de puertos abrigados, me viene a la mente algo relacionado y que también tiene que ver con mi viaje. Se trata de un letrero que no estaba en estas fechas que narro, pues se puso en 2014. Está situado en el muro de San Bartolomé de Donostia y frontal a la oficina permanente y exposición de Donostia-2016 en la calle Easo. En el cartel aparece un barco y el texto es el siguiente: “Los barcos donde más seguros están es en puerto, pero no se construyeron para eso”. El que no se arriesga no cruza la mar. La vida misma es riesgo y ¡ay de quien no se arriesgue! Como en Diputación, también en estos momentos en el Ayuntamiento de Donostia gobierna Bildu. No es casual. ¿Pasará lo mismo cuando en el estado gobierne Podemos? En el mismo muro, parecido al de “los barcos…” se puede leer otro gran cartel: “Lo importante no es siempre el destino, sino el viaje”. También lema muy acorde con mi intención al caminar. Para mí, lo que me importa es estar a bien conmigo mismo y disfrutar y compartir ese bienestar con quienes me encuentre, dentro de un entorno, en un paisaje, como un proceso, un todo continuo.

Prólogo de Interdit y Dangereux
Volvamos al inicio. Acabo de pasar el puente que separa y une. Aunque necesito hacer una gestión en Telecom y comprar sellos en Correos (La Poste) y podría continuar hacia el centro de la ciudad (centre-ville), prefiero la otra opción, que supone cruzar las vías del Topo (Trenecillo de vía estrecha que conecta Hendaia con Donostia y permite seguir hasta Lasarte-Oria o transbordar a la línea de Bilbao) y las de SNCF (La Sociedad Nacional de Caminos de Hierro).
 

Las barreras del Topo bajan automáticamente, impidiendo el paso, cada vez que pasa uno de estos trenes, y además acompañan en cada bajada con señales acústicas. Pero las del ferrocarril francés siempre permanecen bajadas y disponen de dos puertecillas que avisan del peligro de cruzar las vías; un anuncio a cada lado. También hay otra opción que está más orientada hacia los vehículos que, tras cruzar por las vías del Topo en superficie, desciende para pasar por debajo al otro lado de las vías de los trenes franceses. Hay acera en el lado izquierdo, pero está mal cuidada, con gran cantidad de hierbajos y con tapas metálicas que cubren sus infraestructuras, tapas que están rotas y oxidadas, siendo más peligroso ir por la acera que por la carretera. Además, es menos recomendable este paso por el gran tamaño de los camiones que por esta vía circulan que, si se quedaran sin frenos, el peligro sería mayor para el caminante. Por esa razón, los muchísimos caminantes de ambos lados que usamos este paseo inigualable, casi siempre hacíamos uso del paso en superficie, vigilando bien si venía o no un tren. En un momento determinado apareció un cartel en que se amenazaba con una multa por pasar y no quedaba muy claro si la prohibición era sólo para hacerlo por arriba o también por debajo de las vías. Ante la amenaza, a partir de entonces, yo opté por ir por abajo, puesto que la prohibición estaba expuesta a ser interpretada de las dos maneras. Siguió habiendo gente que hacía caso omiso de la señal y seguía pasando por la superficie de las vías del tren. No sé si se llegó a poner alguna multa o no. Sólo se escucharon rumores de que así había ocurrido. Al unísono se ponía en el paseo de peatones y bicis una valla metálica que cerraba el paso y que sistemáticamente era cortada, puesto que ni los caminantes, ni los ciclistas, franceses y españoles, estábamos dispuestos a perder tan magnífico camino. Así estaban las cosas cuando inicié este paseo por las costas más occidentales francesas. Ofrezco foto de la reja metálica que nos obligaba a bajar al río si queríamos pasar. La otra opción era descender desde la carretera que va paralela por arriba, corriendo riesgos por lo empinado del desnivel. Me enfadaba mucho este proceder de esta Francia que presume tanto de los años de experiencia democrática, que mantiene tan mal los espacios públicos y que, en la mayoría de casos, como a lo largo de mi viaje me hincharé de comprobar, se limita a poner letreros de Interdit y Dangereux. Entiendo que, para curarse en salud, en los lugares peligrosos se ponga que lo son. De esa forma la responsabilidad recae en quien no lo tenga en cuenta. Pero, cuando llegas a una zona de acantilados preciosos, como son los de Seine-Maritime, y te encuentras con la señal de prohibición, se le parte el alma al caminante que quiere apreciar su belleza desde la altura. Un ejemplo ilustrativo: Unos kilómetros antes de llegar a Caen, con los acantilados más bonitos que nunca había visto, me encontré ambas señales. Estaba ya harto e hice caso omiso de ellas. Prohibían bajar desde una iglesia a la playa. Miraba, y veía a un grupo de jóvenes que jugaban a futbol en la arena y pensé: “si ellos han bajado, yo también”. El camino estaba en perfectas condiciones. Hasta había una plancha metálica, especie de rejilla, que estaba como recién puesta, perfecta, probablemente en previsión de que por la vaguada bajaran en invierno ríos por las lluvias torrenciales. Bajé a la playa sin correr ningún peligro. Esto me corroboró en la idea de que en Francia se ponen prohibiciones que no tienen sentido. ¿Saben los franceses que los barcos están más seguros en puerto, pero que es mejor que salgan a la mar? Para no decir sólo lo malo, en Hendaya, en una parte del Bidasoa que no tenía bidegorri, se ha hecho un paseo flotante sobre los limos del río. Una obra hecha con dinero europeo y un paseo del que hacemos uso franceses y numerosos paseantes iruneses y de otros lares. Se comenta que este paseo nunca se habría podido hacer en el País Vasco, que los que velan por el ecosistema no hubieran permitido jamás horadar y cubrir los limos de los que se alimentan tantas aves. Pero este es tema para otro debate. Parece que era más fácil hacerlo así que expropiar a propietarios que no cumplen las leyes que protegen las costas marítimas y fluviales y se apropian de lo que es de todos. No es lo malo que ellos lo intenten. Lo peor es que los munícipes, y la Ley de Costas, que debieran vigilar, no lo hagan y lo autoricen. ¡Vaya democracia! Libertad sí, pero sólo para el poderoso. 

Vuelvo al tema. En el último trimestre de 2014 se ha puesto un ascensor que conecta la superficie con el camino para peatones y bicicletas. Sube y baja de continuo, pues el uso es grande. Con este ascensor ya se hace innecesario pasar por las vías de los dos trenes, aunque parece ser que algunos lo siguen haciendo. Según me dijeron, ahora la multa disuasoria es de mayor calado. Sin conocer sus razones, me parece bien que los multen por no hacer uso del camino alternativo actual. Creo también que esta obra es mejorable y supondría menos coste de energía eléctrica.
 
Entiendo que se quiera saber el número de viajes (subidas y bajadas) que el ascensor hace, con el fin de demostrar que no era un capricho sino una necesidad y que se da buen uso de él pero, para el día en que se estropee o precise hacer algún mantenimiento, sería muy deseable que a un lado se haga una escalera que conecte con la plataforma y, al otro, se haga una larga rampa con poca inclinación, puesto que hay espacio para ello. El ascensor quedaría bien para ser usado por personas con dificultades en la deambulación y la rampa y las escaleras para ciclistas y los demás peatones.
 
Yo lo sugerí mientras estaban haciendo la obra, pero mi petición no parece que haya sido escuchada por los que tienen poder decisorio. Todo va despacio en Francia. Esperemos. Cuando esto escribo, ya a primeros de 2015, la valla metálica pasó a la historia y, con el ascensor y el enlace de los dos caminos en perfecto estado, somos muchos los caminantes, de uno y otro côté, los que disfrutamos de un paseo saludable por un entorno precioso. Me alegro de ser uno de los que lo podemos disfrutar. Lástima por el tiempo perdido y por los que pasaron a la historia y ya no podrán caminar por él.


Fallos en la logística
He llegado al puerto de Caneta y subo hacia el centro de la ciudad. Paso junto al primer puente que sobrevuela por encima de las vías. Por debajo pasé en tren en 2006, camino de Bayonne, cuando inicié en Saint Palais mi camino a Santiago, y en TGV en Navidades de ese mismo año para ir a disfrutarlas en Londres, con mi hermana que vive en Navarra y a casa de mi otra hermana que vive allí, en la capital británica. También volveré por aquí al finalizar este viaje que ahora acabo de iniciar. Dejando atrás el puente, me encuentro con la oficina de Telecom. Compré una tarjeta de Lebara Mobile y precisaba alguna aclaración. Ahora quiero comprar otra tarjeta para llamar de cabina. La chica que me atiende me dice que ya no quedan cabinas telefónicas en Francia, y que sólo podré llamar por móvil. Yo llevo el móvil ya cargado con la nueva tarjeta, y lo usaré cuando no encuentre cabinas, pero lo llevo más que nada para que me llamen si es necesario. El número nuevo del móvil sólo lo he dado a la familia y a mis amigos Arantza y Martín. 

Un cliente le dice a la chica que hay muchas cabinas y que él también las usa. Ella vende móviles y preferiría que no hubiera cabinas. Así vendería más. Me dice que esas otras tarjetas las venden en La Poste. También quería comprar sellos para ir poniéndolos en las postales que vaya mandando por el camino, pero La Poste ha cerrado a las doce y no me apetece esperar a la hora de apertura que será a las 13:30. Cuando llegue a Ziburu-Sokoa ya habrán cerrado la oficina de correos, así que hoy no voy a hacer ningún gasto en Francia. El susto me lo llevaré mañana.


Oficina de Turismo frente al mar.
Por el monumento a los caídos en las dos guerras mundiales, desciendo a la bahía y respiro aires impregnados de laurel. Paso por el voladizo que compartimos ciclistas y peatones y me escoro para no dar con mi cabeza en el tronco de uno de los laureles. Algún patinador distraído ya ha probado con su testa la dureza del tronco. En 2015 lo talan. Recupero la belleza de esta bahía del Txingudi. El islote central fue despojado de arbustos para que las aves pudieran alimentarse de moluscos, gusanos y otros animalillos, que son su preciado alimento. Paso por el campo de fútbol, el parque de los juegos infantiles. Ahí tengo lugar apropiado para orinar y coger agua. Estoy circunvalando la bahía de Txingudi, lugar propicio para el avistamiento de aves y, al otro lado de la carretera, veo el restaurante l’Odyssée. Confío en que este viaje que inicio hacia el Norte de Europa, no sea tan accidentado como el de Ulises, aunque quisiera que fuese igual o más interesante que el narrado por Homero y que al retorno a Irun, mi Ítaca, me encuentre sano y pleno de nuevas experiencias.
 

Estoy pasando bajo higueras y moreras. Al poco de entrar en zona urbana, llego a la Oficina de Turismo. Allí me han atendido muy bien cuantas veces fui para aprovisionarme de mapas. Es de humanos ser agradecido. Quería mostrar mi gratitud y dar señales de que sus desvelos se empiezan a materializar con el inicio de mi camino. Pero llego pasada la una y la oficina está cerrada, así que saco foto de la fachada y bajo a la playa.

Playa de Hondarraitz
Me descalzo y voy caminando por la orilla. Cuando llego a la zona final, la nudista tolerada, encuentro en la parte sembrada de retama a Mariano. Está con un joven, Javier como yo, y otro hondarribitarra. Ya desnudo, me doy un baño rápido. Al estar la marea muy baja, las rocas afloran y el baño no resulta cómodo. Me seco al aire, sin usar la toalla, mientras charlo con el trío.
 

El de Hondarribia se va, Mariano prepara los bocadillos para él y su amigo y comemos los tres; yo, mi tortilla metida rebosante en media txapata y dos albaricoques. Medio kilo menos de peso que llevaré esta tarde. En el ínterin, ha llegado otro nudista que encontré en la Isla de Santa Clara en la jornada que organizó la Asociación de Nudistas del País Vasco, que es cuando conocí a José Mari Cristobal y a su mujer, Alicia. Nos solemos ver en la playa nudista de la Zurriola de Donostia. José Mari acaba de fallecer en el primer trimestre de 2015.


Este hombre, llega, se desnuda, deja ropa agrupada cerca de donde estamos, se pone el bañador y se va hacia el extremo más occidental de la playa. Es algo habitual en quienes llegan en vehículo a esta playa. Los que venimos andando, como yo, no necesitamos añadir kilómetros a los que ya hemos hecho. Y menos hoy, en que el objetivo es avanzar lo más que pueda hacia el norte. Como el día se está ofreciendo inseguro, sólo hay otro nudista más en la playa.


Cuando estoy acabando de comer, empiezan a caer unas gotitas de agua que, justamente puntean la toalla lila ligera, que he extendido sobre la retama y la arena, en la que estoy sentado. Sólo son unas gotas, pero han sido las suficientes como para animarme a levantar el campamento, vestirme y ponerme en marcha.


Dominio d’Abadie.
Si quiero seguir hacia el norte, sin retroceder, no me queda otra opción que ascender por un camino muy deteriorado que pasa junto a la cueva que horada el saliente más hacia levante de la playa, ya muy próximo a Las Gemelas. En esta cueva he entrado varias veces con mis nietos mayores. No es muy profunda y dispone de doble ramal cuyas dos bocas finales se asoman al mar, o a las rocas, dependiendo del nivel de la marea. No se precisa linterna, ya que pronto el ojo se acostumbra a la penumbra y se puede percibir la luz proveniente del fondo.
 
Cuando estoy arriba, veo el castillo y, en cuanto tengo ocasión, sacó una foto del Château d’Abadie. Aunque hoy no es momento para visitas, recomiendo hacer una guiada al castillo, donde habitaban Antoine d’Abadie y su esposa, con espacios comunes y otros separados para que el científico pudiera realizar sus actividades investigadoras. Su esposa también tenía sus aficiones. Juntos, pero no revueltos. El castillo está impregnado de ambientes que recuerdan los viajes que Antoine hizo en su vida.
 

También saco foto de la casa dedicada a albergue para particulares que lo soliciten, siempre que esté justificado por una actividad de estudio, artística o de otro tipo. Esta casa, en su exterior, tiene un bonito granado, especialmente bello cuando está a rebosar de flores y frutos. Al otro lado del camino, hay un pequeño edificio auxiliar que proporciona toilettes.
 

Aprovecho para orinar y para coger agua que complete mi botellín. Hay que saber dónde se oculta el grifo que permite que mane agua del tubito metálico. Yo lo conozco porque no es la primera vez que como allí solo, con amigos o con mis nietos mayores.

Les Deux Gimeaux.
Bajo hacia el mar con intención de asomarme al acantilado y sacar una foto próxima de los dos islotes.

 
 Ahora, con la marea baja, están visualmente bien aferrados a tierra. Pero ese aferramiento también ocurre con la marea alta, aunque no se vea. Cuando está alta la marea, ambas gemelas parecen la parte flotante de dos icebergs terrícolas. Continúo caminando por el acantilado y se va haciendo más visible esta pequeña playa. En la distancia podemos ver el último cabo de Hegoalde, el de Hondarribia, el Cabo de Higer (Higuer en castellano).



Un rato entre búnkeres.
Rodeando la pequeña playa por encima del acantilado, ¿por qué nosotros llamamos acantilado a lo que los franceses llaman falaise y los portugueses falésia, vuelvo a tener otra, la última, perspectiva de Las Gemelas, siempre cambiantes. Para ello he tenido que continuar por un sendero entre vegetación exuberante.
 

Todo este entorno es magnífico y muy grato para pasear. Un korrikalari hace sus ejercicios vespertinos corriendo y nos saludamos. 

Es así como llego al primer búnker. Sobre la terraza del mismo está señalada una rosa de los vientos que, al tener las piedras sueltas, cada cual las coloca como les parece y, según sea el momento en que llegues, te puedes encontrar el Norte en el Este y el Sur en el Oeste, pero no hace falta ser muy experto para dejarse desorientar.
 
Cuando llego, una pareja está encima de la terraza. El chico hace un cambio en las piedras, tratando de recomponer el desaguisado. Tras saludar a la pareja, decido entrar en el búnker. La escalera es accesible, aunque a veces sea poco recomendable bajar puesto que, aunque la naturaleza es amplia y generosa en rincones ocultos por la vegetación, hay quien prefiere sentirse arropado como en casa y hacer sus necesidades entre sus recios muros.
 
A veces, según la época del año, los primeros espacios interiores suelen estar embarrados. No es el caso de hoy. 








Ya dentro del búnker, saco una foto de la bocana, que nos da una idea de la gran área de recorrido que permitía disparar al cañón ametrallador. Hoy, dentro del búnker, ni hay cañón, ni alguien que tenga ganas de disparar a nada, ni a nadie.
 
Tras salir, subo a la terraza. La pareja ya ha colocado cada piedra de la rosa de los vientos en su sitio y me despido de ella. El camino sigue bueno y el paisaje está precioso con unos helechos sanos de verdes intensos. Voy por interior y en la costa quedan otros búnkeres más deteriorados y algunos límites geodésicos y me vuelvo a encontrar con el que entrena corriendo. Es natural de Urrugne pero, ahora, aprovechando que vive más cerca de la costa, disfruta de estos magníficos caminos, que le animan para hacer un poco más de ejercicio y mantener su cuerpo en forma. Salud y estética de una tacada.

La bahía de Loia.
El korrikalari me pregunta si sé cómo acceder a la siguiente bahía y le respondo que sí. Me despido de él, y continúo en dirección a la bahía de Loia. Cuando llego al lugar en que me tengo que apartar del camino, comprendo por qué me lo preguntaba. 


Han puesto una valla con la indicación Interdit, porque el camino está peligroso. Al evitar el paso de la gente no mantienen el desbroce del sendero, con lo cual llegará un momento en que las zarzas y el matorral se irán comiendo el acceso y perderemos la oportunidad de disfrutar de este bonito entorno natural.
 

Hace muchos años hicimos una visita guiada a esta pequeña bahía de la mano de Mikel Estonba. En ella disfrutamos viendo la rasa intermareal y conociendo a los animalillos que en ella habitan. Por primera vez supe lo que era un cohombro, con apariencia tan repelente para nosotros y tan degustado y exquisito para los japoneses, que lo consideran un manjar de los dioses.


Compruebo que el camino de descenso a la bahía no es el mejor de los caminos, pero bajando con cuidado no es tan peligroso como lo pintan. Bastaría con advertir sobre su dificultad, pero no deberían prohibirlo. ¡Cuántos caminos oficiales de montaña, por los que se hacen recorridos bien señalizados, tienen pasos de mayor dificultad! Una cosa es advertir, curarse en salud y cargar la responsabilidad en el caminante que se arriesga ante un posible accidente, y otra bien distinta, prohibir pasos que, hechos con cuidado, son factibles y preciosos.
 

Ya es la segunda prohibición del día, y no será la última, a lo largo de estos 66 días de camino que me esperan hasta Saint Brieuc. Y no he hecho más que empezar. Llegaré a la conclusión de que a mis vecinos franceses, que viven en el país de la “liberté”, les encanta prohibir. En el momento de iniciar la bajada me encuentro con un surfista, que viene de regreso. Al decirle que he salido hoy con intención de ir andando a Bélgica, me pide señas de mi blog. Me dice que un día le preguntó al guarda y éste le respondió que podía bajar “bajo su responsabilidad”. Hay gente que se cae y reclama daños y perjuicios, y poniendo peligro y prohibiendo, las autoridades eluden cualquier responsabilidad. Yo creo que con esta medida y no arreglando los caminos que llevan a lugares bonitos, incumplen el deseo de disfrute de la población con gustos más saludables. Cuando estoy en la playa de Loia, me paseo por la arena donde, algún náufrago solitario ha escrito su S.O.S. Quizá su deseo no sea tanto el de su salvación personal como el de ¡Salvemos Loia! 
 

Como ya he visto al pasar sobre el Bidasoa y, luego en la playa de Hondarraitz, aquí también la marea está baja y lo que suele ser islote en la bahía de Loia, hoy es presqu’île (península), un nuevo nombre que deberé aprender. Una foto hacia poniente nos ofrece el camino que, en marea baja, nos puede acercar a Las Gemelas y a la larga playa de Hendaia. Como luego veré desde arriba, también hay posibilidad de continuar hacia el Norte por la playa, pero prefiero desandar lo andado por este camino desaconsejado, salir al exterior del camino y fotografiar la entrada con las prohibiciones, que no he fotografiado al llegar.





El triángulo que se usa como señal de peligro, ofrece como razón para su Interdit: Desprendimientos. Del papel de la derecha, ya no recuerdo cual era su leyenda.


Una vez arriba, continúo camino hacia La Corniche.

 
Los Niños de la Guerra.
El camino empieza a descender. Tras hacer un sube y baja, llego a una zona umbría y acabo asomándome a un lugar donde en 2007 había un tronco caído que servía como asiento. Hoy veo que lo han perfeccionado y casi parece un sofá. Hasta este lugar llegué dando un paseo con mis amigos Carlos Iglesias e Iñaki Guevara. Ambos habían venido a Irun invitados por el cineclub Cinema Paradiso, presentaron su película “Un franco 14 pesetas” en el Amaia, cenamos en la Cofradía de Pescadores de Hondarribia, pernoctaron dos noches en el Hotel Alcazar y, tras este paseo matutino, dedicamos la tarde a visitar en el barrio de Alaberga (Rentería) a varios de los llamados “Niños de la Guerra”, pues la siguiente película que estaba preparando Carlos, que se llamaría “Ispansi”, versaría sobre un viaje que hicieron los niños de la república refugiados en Moscú, escapando hacia los Urales, en su huída del ataque de los nazis. 
 
Estas entrevistas proporcionaron datos al director que le llevaron a modificar en algo su guión. Carlos entrevistaba, Iñaki tomaba notas y a mi se me permitió estar presente y escuchar. Alguna de las entrevistas me llegó a emocionar por la grandeza moral del entrevistado. La mayoría de ellos tenían edades superiores a los ochenta años y estaban agradecidos al buen comportamiento que tuvieron los rusos con ellos. Casi todos pudieron estudiar o trabajar. Aprendieron oficios nuevos.
 

Una de las mujeres entrevistadas hizo dos carreras. La mayoría volvió en la primera oportunidad que hubo. Una de las mujeres no lo hizo hasta más recientemente, cuando murió su marido ruso y ella ya se había jubilado. Yo había hecho un trabajo previo y había concertado las entrevistas, por lo que ya era persona conocida para los “Niños de la Guerra”. Volví a ver a Carlos Iglesias en Madrid en verano de 2008, cuando yo iba a iniciar mi periplo peninsular a pie: Algarve (Portugal)-Alicante, como ya conté y ofrecí una foto en la que aparecían él y otro amigo mío, Txema Elósegui. La podéis ver en viajedejavi.sur.blogspot.com

Estratos de la costa hacia la carretera de La Corniche.
Un poco más adelante me vuelvo a asomar al acantilado. Se puede ver la arena que es continuación de la playa de la bahía de Loia, con otra visión de la península formada por la rasa intermareal. A continuación, los estratos de la costa se hacen visibles en su caída hacia el mar.
 

Tienen su encanto, aunque nada que ver con la espectacularidad del flysch de Zumaia. Sigo un camino que va sobre el acantilado y acabo llegando, todavía por terreno conocido, a unos edificios que se utilizan como Site de Vacances (Lugar de Vacaciones). Es como un gran hotel, con amplios terrenos verdes de esparcimiento vallados y, en el exterior, ya junto al mar, y por tanto de uso público, se ve una gran piscina natural que, con la marea alta, se vuelve a llenar de agua salina. Las mareas renuevan el agua. A partir de ahora, seguiré viendo el mar, pero el camino va paralelo a la carretera de La Corniche, por donde seguiré caminando hasta llegar a Saint Jean de Luz (Donibane Lohizune).


Le Sentier Litoral. El mar hace estragos en la costa.
Salgo de la zona de vacaciones y llego a la carretera. Es carretera sin arcén, pero hay un sendero peatonal por el lado izquierdo, entre la carretera y el acantilado. Es la ruta que llaman de La Corniche (La Cornisa). Aunque demasiado próximo a los vehículos, este sendero es digno de agradecer. No hubiera estado mal que en Córcega hicieran algo parecido, sobre todo en las carreteras cuyas costas están ocupadas por viviendas privadas que se apoderan del espacio público, el de todos.



Tras caminar un rato, pronto veré que el mar no va a permitir disfrutar del sendero en su plenitud. En la foto presento un lugar que, debido a algún desprendimiento por el embate de las olas marinas, al sendero se le ha cambiado la trayectoria y entra en el terreno del arcén viario. Unos pivotes de plástico, aferrados al asfalto al par de la raya discontinua, protegen de los vehículos a los que vamos andando, formando un paso entre la carretera y los quitamiedos que, en este lugar, producen más miedo al que camina que el que quitan a los motoristas en su improbable desliz. El miedo a que una moto derrape y aplaste al caminante contra el quitamiedos. Aunque criticable, pues lo correcto hubiera sido arreglar el desaguisado marino y no arramplar con el espacio viario, al menos lo que no ha ocurrido aquí es ver otro letrero de Interdit. Por la carretera pasan un CF-KZ y luego un CF-VM. Mi idea es seguir construyendo palabras con las cuatro letras que el sistema de matriculación francés ofrece. Un ejercicio sólo útil para cuando obligatoriamente, como ocurre ahora, deba salir a la carretera. El sistema nuestro es de tres letras y no utiliza vocales, así que construyo las palabras añadiendo vocales a las consonantes ofrecidas. No siempre puedo hacerlo. De momento, lo que sé es que los franceses, en la actualidad, matriculan con dos letras, tres números y dos letras, y admiten algunas vocales. Ya veré lo que puedo construir. Luego veo un CF 612 YV y no se me ocurre nada. Me supongo que en unos días ya se culminará con el CF 999 ZZ. Ya en el último tramo de carretera puedo divisar al fondo edificios junto a la playa de Donibane Lohizune.


El faro de Sokoa
Cuando llego a Sokoa y me encuentro con el faro, la casualidad me brinda la oportunidad de conocer a quien fuera su farero o, al menos, su guardián. Aunque ahora tiene 73 años, ha venido a la llamada del recuerdo. Añoranzas del pasado. ¡Tantos años viniendo para tenerlo siempre a punto! Saco foto lo más completa que puedo y, sin salirme del entorno, veo a lo lejos una torre que vigila la bocana Sur de la bahía de San Juan de Luz, aunque está en terreno de Sokoa-Ziburu. A pesar de la lejanía, saco una foto de la torre con un precioso arbusto central que contrasta con su color verde amarillento. Al fondo, la ciudad marinera de Saint Jean de Luz. Luego, desde la playa y puerto de Sokoa, sacaré una foto más ilustrativa de la torre.
 
Bajando del faro, en una calle poco interesante, lo que más me llama la atención son las montañas del fondo: La Rhune y Les Trois Couronnes, nuestras Peñas de Aia (Aiako Arria).





Sokoa-Ziburu. Cementerio. 
Mi tía Joaquina.
Bajo a la playa de Sokoa. Las fotos las saco hacia los dos lados de la playa. En la primera vemos de nuevo el castillo, aquí ya en su completa dimensión, no sólo la torre, y en la otra ya se aprecia a lo lejos Donibane.

 
Un dique de rocas delimita al norte con la salida de un río, que divide en dos las playas de Sokoa y Ziburu. Paso sobre el puente que une las dos poblaciones y que ahora forman una única comunidad. El río se llama Untxin y, tras cruzarlo, me voy acercando al cementerio.
 

En Ciboure murió hace años mi tía abuela Joaquina, hermana de mi abuela, y supongo que será aquí, en este cimetière, donde esté enterrada, pero no tengo datos ni a nadie a quien preguntar, así que no me parece oportuno entretenerme en buscar su tumba. Creo recordar que emigró allí para hacer de criada.
 

Entro en la Oficina de Turismo y la chica que está en información me dice que la oficina de La Poste ha cerrado a las cinco. Son las 17:30 horas. También me dice que puedo comprar carta telefónica en el Estanco, pero no me urge y prefiero comprarla junto con los sellos y pagarlo todo con Visa, para no malgastar el dinero que llevo en efectivo. Lo intentaré mañana en Biarritz y me llevaré el susto.
 
A lo largo del camino he visto muchos setos con madreselvas y flores de la pasión enseñoreándose de los arbustos que las soportan. Estas últimas, todavía no han echado su fruto color naranja.
 

Cuando está maduro, suelo comer los rubíes de su interior. ¡Habrá que esperar!  Dejando atrás el cementerio, pronto acaba el término municipal y voy entrando en terrenos de San Juan de Luz.
 

Saint-Jean-de-Luz, 
San Juan de Luz, 
Donibane Lohizun.
Algo que se veía de lejos sencillo, pues parecía que la bahía iba a continuar por la playa central de la ciudad, se va complicando con el puerto interior, que obliga a dar un gran rodeo.

 

Llego a la bocana del puerto que conecta con la bahía. Puedo contemplar el faro de bocana del otro lado, el más próximo a la playa, y continúo por la acera, hasta llegar a ver con mayor cercanía el puerto que es pesquero y deportivo. Posee construcciones recias y otras típicas de puertos pesqueros vascos, no en vano seguimos en el País Vasco, aunque algunos lo llamen Aquitania y otros Pirineos Atlánticos.
 
Unas redes secándose en el suelo dan idea de que estos barcos y sus tripulantes aún siguen pescando. Una vez estén secas las redes, alguien las revisará para coserlas en caso de necesidad para la próxima pesca.




Doy un paseo por el puerto y observo un edificio que, por su campanario en lo alto, da idea de que pudo ser un antiguo convento. 


 









 En el quiosco de la música, un grupo de alumnas y profesoras desarrollan una tarea didáctica. Algunas niñas ya se saben la respuesta y se ofrecen a responder solicitándolo con su brazo en alto. Este lugar, donde cada vez se oye menos música, es un lugar adecuado para este tipo de actividad y para protegerse de la lluvia en múltiples ocasiones. Suele llover en el País Vasco. Por algo lo tenemos tan verde.
 

Paso muy cerca del campanario de la iglesia, donde se indica la hora. Son las 17:41 en mi reloj.  


Siguiendo la calle, enseguida salgo al paseo marítimo y, acabando la playa, saco una foto hacia el cerro de Santa Bárbara.


 


La bahía se protege del embate de las olas con los muros que sostienen al castillo de Sokoa, que ya queda lejos, y por otro muro paralelo que también las frena. Será desde Santa Bárbara de donde saco una bonita foto de la bahía de Donibane Lohizune, con su playa y los edificios que la circundan. Es así como me despido de San Juan de Luz y continúo por el sentier litoral.



Entre Saint Jean de Luz y Bidart.
Al otro lado del cerro de Santa Bárbara, me encuentro con una costa agreste y sin playas. No será hasta media hora más tarde cuando encuentro una playa que sería propicia para tomar un baño pero no me apetece. Estoy buscando la playa de Bidart en la que hice nudismo por primera vez en grupo. Fuimos dos familias con los hijos, cuatro niñas y un niño, y nos acompañaron dos amigas.
 
Me da la impresión de que esta playa no puede ser aquella, puesto que accedimos desde otra más ancha y, por lo que he visto, aquí no había playa de esas dimensiones. A veces el recuerdo que se tiene no coincide con lo que se vuelve a ver, en ocasiones derivado del flujo de las mareas. Por tanto, no bajo a esta playa y continúo hacia la población de Bidart. He pasado las playas de Erromardie y la de Cenitz, que todavía pertenecen a San Juan de Luz.
 
Llego a Bidart, y subo a una ermita que, creo recordar, es la de Saint Joseph. Está cerrada. Busco un lugar discreto para orinar.
 

Bajo a la playa con intención de pasar a la siguiente por un espigón pero, en medio, hay un río que me obliga a salir a la carretera y, como no encuentro la playa que busco, acabo llegando a la del centro, Plage du Centre, que es donde como el resto de mi tortilla de patata y donde dormiré. Una pareja que iba por la carretera en un tramo del camino, iba encontrándose conmigo, que iba por el sentier litoral, y nos íbamos acercando y alejando. Así unos cuatro reencuentros. Ellos haciendo menos kilómetros, pero tardando más tiempo. Ellos llevaban conversación y yo, solo, era el único que observaba nuestros distintos caminos.

Tarde-noche en Bidart.
Traigo la bolsa de la cena colgando de la mochila. Al andar se bambolea. Mañana caminaré sin peso extra. En el extremo Norte hay una montaña árida de la que un cartel me anuncia peligro de desprendimientos. Por tanto me coloco próximo a ella pero no en su ladera. Es la parte final de la playa. Mañana desde la cima la montaña sacaré una foto donde se aprecia el lugar donde he dormido. En la playa hay surfistas y txamperos. Una pareja llega a la arena y se pone a cenar. Dos jóvenes y un adulto se asoman al sitio donde estoy yo, ven un resto de tabla de surf pequeña, la cogen y se la llevan. Yo como el bocata, la manzana y dos albaricoques que ya rezumaban por excesivamente maduros. Preparo esterilla y saco. Los extiendo y llamo a mi hija Sara y coge el teléfono Jokin, mi nieto menor. Mi hija me dice que no le gusta que duerma en la playa. ¡Con el frío que hace! La llamada ha sido breve. Un minuto y 5 segundos. Sólo tenía finalidad de que supieran donde estoy y que estoy bien. Me dice también que han celebrado el cumpleaños de mi hermana, la tía Sagrario. El sol se pone y se verá un horizonte rojo al amerizar entre nubes. La cama no está perfectamente horizontal, así que no es muy buena. La he hecho por encima de la marca que acaba de dejar la última marea, que ya ha comenzado a bajar. Mañana, si está marea baja cuando me despierte, miraré si, al otro lado de la montaña, hay paso a alguna otra playa. Si no, me olvidaré de buscar la playa nudista que buscaba. Una pareja se asoma por la cima de la montaña árida. Me dan una pista para que yo me pueda asomar mañana por allí. Me doy gel de Aloe-Vera para aliviar los pies de la caminada del primer día y me acuesto. Habré andado unos 36 km. Todavía estamos a primeros de junio y paso frío por la noche. Mi saco no es adecuado para temperaturas tan bajas. Con todo, el frío es menor que el que pasé en la playa de Laga, la primera noche a la intemperie que dormí en 2006 en mi Camino a Santiago. Me levanté con frío varias veces durante la noche. Hoy, sólo me levanto una vez para orinar. La Osa Mayor, que me observa desde la distancia sideral, se va desplazando hacia el mar en su periplo nocturno. Rola hacia el Norte.

Balance de la primera jornada.
Teniendo en cuenta lo tarde que he salido de Irun y que es el primer día, creo que he avanzado lo suficiente. Hoy los encuentros sólo han sido los provocados y con gente conocida. El encuentro con Mariano y su amigo en la playa nudista de Hendaia puede entrar dentro de los encuentros previsibles. El encuentro con el que fuera farero de Sokoa y el paso por el cementerio donde intuyo está enterrada mi tía Joaquina, pueden ser las notas más destacadas de la jornada. En San Juan de Luz estuve en las últimas Navidades con mi prima Lourdes y otras amigas de Altsasu. Fuimos a ver la iluminación navideña de 2011 y apenas vimos nada de particular. Pero a pesar de haber estado, en el recorrido que he hecho hoy por la ciudad, no he visto nada más reconocible que el paseo marítimo, al que justamente nos asomamos entonces. Vamos, como si nunca hubiera estado allí. Sólo ha sido novedoso el camino desde que he cogido el sendero paralelo a la carretera de La Corniche. No ha sido mala jornada para empezar.

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