Etapa 30 (321). 07 de
julio de 2012, sábado. San Fermín.
Camoël-Arzal-Muzillac-Ambon-Damgan-Penerf-(barco)-Pen
Cadenic-Le Tour du Parc.
Además de San Fermín,
hoy es el cumpleaños de mi prima Isabelita. La jornada de hoy va a
ir de menos a más. Apenas voy a hacer alguna asomada al mar, en dos
puntos en que más que mar son ríos. Es en el segundo, en el paso de
la riviére de Penerf, cuando ya voy a tener un comportamiento genial del barquero que me va a pasar a Pen Cadenic y, más tarde,
el precioso encuentro en Le Tour du Parc.
Amanecer en Camoël.
Me despierta en sueños
alguna de las últimas campanada del reloj de la iglesia, podrían ser las 5:30 de la
mañana, pero no logran desvelarme y me vuelvo a dormir. Sólo me he
levantado una vez a orinar en toda la noche. Me cubro con la primera
toalla que encuentro tanteando y salgo al pasillo y, a oscuras, llego
al retrete. Allí enciendo la luz, orino, regreso sin dudas por
pasillo ya conocido, y no entro en habitación ajena, como hizo aquel
alemán, o inglés, en el Puerto de Pollensa, en mi recorrido por las
costas de Mallorca. Da la impresión de que, en el entorno de estas
seis habitaciones, yo soy el único cliente que duerme en el hotel.
Tras levantarme definitivamente a las 7:15 horas, voy a darme una
ducha. Me enjabono con una pastilla ya usada por alguien que
encuentro en el lavabo. Regulo la temperatura y doy un masaje
caliente a la zona lumbar. Le va a venir bien. Una vez eliminado el
jabón, termino la ducha con agua templada tirando a fría. En la
habitación anoto gastos y retomo el diario, pero la mesa está en
rincón oscuro y me obliga a poner la silla en la esquina para poder
ver algo. Como dije que bajaría sobre las ocho, para las 8:05 ya
estoy en el bar.
Desayuno en Riva
Gauche.
Encuentro, preparados en
una mesa, tres trozos de pan, mantequilla, un cruasán, y una copa
vacía para verter en ella el zumo. Busco, pero no encuentro a nadie.
Unto en el pan la mantequilla y espero. Finalmente aparece el
camarero. Me da el zumo. En la barra, puedo leer en un cartel: “Ici
c’est comme le F.C. Nantes! On ne marque pas! On encaisse!” La
explicación que me da el camarero es que el equipo de futbol del
Nantes va mal en la liga. Pero no sé la razón de esta crítica al
Nantes, en relación con el hotel Rive Gauche. Quizás, con lo de
encajar, el hotel advierte al cliente que no se marche sin pagar.
Pero yo percibo que es un significado más amable: Aquí acogemos bien a los clientes. Pido al camarero un café crème, pero es la primera vez que me sacan
leche fría. La vierto en el café y le pido que me lo caliente. Así,
consigo una jarrita de leche de propina. Le doy las tres mantequillas
que me han sobrado y él me da a cambio un resto de “confiture”
casera de albaricoque. He hecho un buen cambio, pues la mermelada
está muy rica. Con ella, embadurno el cruasán y termino un desayuno
muy completo, aunque sea incomparable con los desayunos de bufete de
otros hoteles. Comienza bien el día. La camarera de ayer me dio
horarios y precios para un paseo por las islas que están dentro del
golfo de Morbihan, que es el que da nombre a la provincia. Da opción
a hacer un paseo con parada en una de las dos islas grandes y otro
que sólo es un “tour” sin paradas, con salida y llegada a Vannes
que, a la postre, será el que elegiré cuando llegue. Todo va a
depender de mi hora de llegada a Vannes. Trataré de hacerlo mañana
pues, a partir del día 8, suben los precios. Subo a la habitación.
He recogido la cámara de fotos ya cargada y puesto a cargar el
móvil, así que ahora lo desenchufo también cargado.
Tras recoger todo, bajo para seguir escribiendo en el bar, donde tengo mejor luz. A estas horas, apenas hay clientes que vengan a molestar. Sólo entran dos mientras escribo. Cago en el retrete del bar y son las nueve y media cuando me despido y salgo hacia Arzal.
Tras recoger todo, bajo para seguir escribiendo en el bar, donde tengo mejor luz. A estas horas, apenas hay clientes que vengan a molestar. Sólo entran dos mientras escribo. Cago en el retrete del bar y son las nueve y media cuando me despido y salgo hacia Arzal.
Camino de Arzal,
puente y esclusa.
Sin salir del casco
urbano y todavía con el pincho de la iglesia de fondo, saco foto a
un crucero con superficie ajardinada repleta de flores y un gran seto
de separación por detrás. Llamo crucero a lo que encuentro como
cruz sola y calvario cuando al menos hay tres cruces. No sé si es lo
correcto. Hay bastante circulación en la carretera. Antes de un
cuarto de hora, llego a un cruce.
Una vaca con patas de jirafa se me acerca, se arrima un poco más hasta una alambrada que pienso está electrificada, da otro trotecillo y sus compañeras le imitan y también se aproximan. Saco foto a las reses, primero a la vaca grande, en solitario y luego a sus congéneres. En la carretera leo un anuncio: “Le clignotant c’est important” (el intermitente es importante). Según las camareras del Genets D’Or, tiene que ver con la seguridad en la carretera. Desconocía el significado de “clignotant”.
Una ardilla cruza la carretera. Es la primera que veo en el mes que llevo caminando. Después de un rato, ya por la carretera que va directamente al paso sobre el entrante de mar, veo un par de casas típicamente bretonas. Están en una revuelta. La primera me ofrece sus tres ventanas del piso de arriba ensambladas en el hueco que deja el tejado de paja bien recortado.
De los cuatro vanos de la parte baja, no acabo de saber cual es la puerta de acceso al jardín que está tan bien cuidado. Probablemente, la entrada principal esté por el otro lado, tras pasar el gran portón de entrada al recinto. La otra fachada que fotografío, me gusta por su sencillez. Sólo dos ventanales rompen la monotonía de sus piedras irregulares.
Ventanas que muestran visillos de ganchillo y cortinas para atenuar la luz que pasa a su interior. No veo sentido a la posición de la chimenea sobre la ventana más alta, salvo que el fogón esté en un extremo de la habitación y el humo y el tiro se reconduzcan de forma inclinada. Es así como llego a Le Barrage, un barrio que todavía pertenece a Camoël. Ya estoy llegando al mar en un entrante que puede ser marino o también estuario de algún río. Pero en mi mapa no veo ningún río que coincida por estos andurriales. Un indicador invita a visitar la Riba Gauche. No seré yo quien vaya hacia Penestin. Al llegar a esta zona, se ensancha la carretera y se ven barcos a ambos lados. A la izquierda se empieza a ver una costa rocosa muy bonita. Un hombre que va por camino lateral saca fotos y yo también me animo a bajar.
Me voy acercando a las esclusas y veo en la orilla varios cisnes, que tengo dificultades para fotografiar. El viento mueve el matorral y me quedo sin ninguno.
Lo mismo me pasa con otras aves que se alimentan de pececillos, los cormoranes, y se me vuelan antes que les inmortalice en un posado, cada uno sobre una boya flotante en la superficie marina. Habría sido una foto preciosa.
Cuando vuelvo hacia la carretera no puedo cruzar. Una prohibición escrita es la que trata de impedírmelo, pero hago caso omiso de lo que pone, elevo las piernas sobre una valla baja, camino unos tres metros y la puerta del otro lado no está cerrada. Nada más cruzarla, suena una alarma tipo sirena y pienso que he sido yo quien ha provocado el sonido.
Pero no. Los dos primeros coches, que venían con intención de pasar el puente levadizo, se paran porque se va a producir su elevación. La sirena les ha advertido de que va a pasar algún barco que no puede hacerlo por debajo. Entonces me percato de que acabo de pasar por el sitio en que el puente se está partiendo en dos.
He acertado en hacerlo a tiempo pues, si hubiera tardado un poco más, tendría que estar esperando hasta que la maniobra finalice, como les pasa a los conductores de los vehículos que han tenido menos fortuna que yo. Veo que viene un velero de alto mástil y, alguno más por detrás. No espero a que pasen. He sacado foto con el puente de la esclusa inclinándose y me voy alejando del lugar. Tras caminar un rato vuelvo a sacar foto de lejos, todavía con la calzada del puente en vertical. Ahora son tres los coches que esperan de este lado y dos los conductores que charlan. Se ve que están habituados y que se lo toman con filosofía.
Una vaca con patas de jirafa se me acerca, se arrima un poco más hasta una alambrada que pienso está electrificada, da otro trotecillo y sus compañeras le imitan y también se aproximan. Saco foto a las reses, primero a la vaca grande, en solitario y luego a sus congéneres. En la carretera leo un anuncio: “Le clignotant c’est important” (el intermitente es importante). Según las camareras del Genets D’Or, tiene que ver con la seguridad en la carretera. Desconocía el significado de “clignotant”.
Una ardilla cruza la carretera. Es la primera que veo en el mes que llevo caminando. Después de un rato, ya por la carretera que va directamente al paso sobre el entrante de mar, veo un par de casas típicamente bretonas. Están en una revuelta. La primera me ofrece sus tres ventanas del piso de arriba ensambladas en el hueco que deja el tejado de paja bien recortado.
De los cuatro vanos de la parte baja, no acabo de saber cual es la puerta de acceso al jardín que está tan bien cuidado. Probablemente, la entrada principal esté por el otro lado, tras pasar el gran portón de entrada al recinto. La otra fachada que fotografío, me gusta por su sencillez. Sólo dos ventanales rompen la monotonía de sus piedras irregulares.
Ventanas que muestran visillos de ganchillo y cortinas para atenuar la luz que pasa a su interior. No veo sentido a la posición de la chimenea sobre la ventana más alta, salvo que el fogón esté en un extremo de la habitación y el humo y el tiro se reconduzcan de forma inclinada. Es así como llego a Le Barrage, un barrio que todavía pertenece a Camoël. Ya estoy llegando al mar en un entrante que puede ser marino o también estuario de algún río. Pero en mi mapa no veo ningún río que coincida por estos andurriales. Un indicador invita a visitar la Riba Gauche. No seré yo quien vaya hacia Penestin. Al llegar a esta zona, se ensancha la carretera y se ven barcos a ambos lados. A la izquierda se empieza a ver una costa rocosa muy bonita. Un hombre que va por camino lateral saca fotos y yo también me animo a bajar.
Me voy acercando a las esclusas y veo en la orilla varios cisnes, que tengo dificultades para fotografiar. El viento mueve el matorral y me quedo sin ninguno.
Lo mismo me pasa con otras aves que se alimentan de pececillos, los cormoranes, y se me vuelan antes que les inmortalice en un posado, cada uno sobre una boya flotante en la superficie marina. Habría sido una foto preciosa.
Cuando vuelvo hacia la carretera no puedo cruzar. Una prohibición escrita es la que trata de impedírmelo, pero hago caso omiso de lo que pone, elevo las piernas sobre una valla baja, camino unos tres metros y la puerta del otro lado no está cerrada. Nada más cruzarla, suena una alarma tipo sirena y pienso que he sido yo quien ha provocado el sonido.
Pero no. Los dos primeros coches, que venían con intención de pasar el puente levadizo, se paran porque se va a producir su elevación. La sirena les ha advertido de que va a pasar algún barco que no puede hacerlo por debajo. Entonces me percato de que acabo de pasar por el sitio en que el puente se está partiendo en dos.
He acertado en hacerlo a tiempo pues, si hubiera tardado un poco más, tendría que estar esperando hasta que la maniobra finalice, como les pasa a los conductores de los vehículos que han tenido menos fortuna que yo. Veo que viene un velero de alto mástil y, alguno más por detrás. No espero a que pasen. He sacado foto con el puente de la esclusa inclinándose y me voy alejando del lugar. Tras caminar un rato vuelvo a sacar foto de lejos, todavía con la calzada del puente en vertical. Ahora son tres los coches que esperan de este lado y dos los conductores que charlan. Se ve que están habituados y que se lo toman con filosofía.
Arzal.
Ya en Arzal, lo que más
me llama la atención al entrar es ver otra casa en construcción. En
realidad, por estar ya pintada de color teja, da la impresión de que
ya estuviera hecha hace tiempo, pero que ahora están renovando toda
la estructura que soporta la cubierta.
Ofrece el mismo sistema de entrecruzado de madera de las que voy viendo hacer por el camino. En este caso, parece que se complican menos con el sistema de viguería empleado. Me parece mucho más sencillo. Quizás no vaya a ser mucho el peso que va a soportar. Me agrada ver estas casas en esqueleto. Una señora viene de comprar pan. Le cuento, y alucina con mi viaje. Me dice que vaya hacia Muzillac para comer, que considera mejor que Billiers. Pero la primera opción me mete más hacia interior y yo prefiero la segunda, pues me aleja menos de la costa. Me despido de la señora. Saco foto de la iglesia y, de refilón, de la “mairie”. En el ayuntamiento se va a celebrar en unos veinte minutos, a las diez, una boda. Por allí pululan los invitados. Aunque la boda va a ser civil, los invitados van tan guapos como si fuera eclesiástica.
Enseguida veo indicador de dirección Billiers y, haciendo caso omiso a lo recomendado por la señora del pan, hacia allí me dirijo. Pasan dos niños en bicicleta. El mayor me dice que son unos diez kilómetros los que me faltan para llegar a Billiers. Me lo confirma una señora que sale conduciendo su coche. Paso por otra casa que me gusta, aunque sea un híbrido de casa bretona pero que, en este caso, han sabido dar más luminosidad a un espacio superior abuhardillado. Lo que más me gusta de la casa son dos arriates de plantas con hortensias muy coloristas. Sus tonos van del azul suave al intenso y del rosa al rojo, pasando por algunas tonalidades lilas.
Tras sacar la foto, voy abandonando Arzal, aunque, todavía en sus campos voy a sacar la última foto de su entorno con unas vacas que vuelven a ser de la raza color canela. Todas han debido estar comiendo en el prado y ahora, tumbadas, cualquiera sabe lo que estarán rumiando. Por si acaso, ni me acerco. Cuando las estoy fotografiando, la primera se levanta. Parece que sea la encargada de la manada, de vigilar sin castigar, sin que se entere Michel Foucault. No sé por qué razón, me acuerdo de mi madre. Será que está cercana la fecha de su cumpleaños. No me gustaría que me medicaran si alguna vez me llega una depresión. Prefiero asumir la realidad, que animarme falsamente y sin tener motivos para estar con buen ánimo. Pienso en el testamento vital y en cómo y cuándo decir que mi vida se acabó. Dejarlo dicho con antelación. Tengo la documentación y algo avanzado, pero nunca lo remato. Luego pienso en mi padre, que falleció antes de los 62 años, edad que ya superé. También en las circunstancias que nos separaron y que me dejaron huérfano antes de tiempo. Lloro lágrimas imposibles de contener. Dejo que la emoción fluya. No van a ser muchas las lágrimas, ¿será porque bebo poco agua? A lo mejor bebo poco para no tener que llorar.
Ofrece el mismo sistema de entrecruzado de madera de las que voy viendo hacer por el camino. En este caso, parece que se complican menos con el sistema de viguería empleado. Me parece mucho más sencillo. Quizás no vaya a ser mucho el peso que va a soportar. Me agrada ver estas casas en esqueleto. Una señora viene de comprar pan. Le cuento, y alucina con mi viaje. Me dice que vaya hacia Muzillac para comer, que considera mejor que Billiers. Pero la primera opción me mete más hacia interior y yo prefiero la segunda, pues me aleja menos de la costa. Me despido de la señora. Saco foto de la iglesia y, de refilón, de la “mairie”. En el ayuntamiento se va a celebrar en unos veinte minutos, a las diez, una boda. Por allí pululan los invitados. Aunque la boda va a ser civil, los invitados van tan guapos como si fuera eclesiástica.
Enseguida veo indicador de dirección Billiers y, haciendo caso omiso a lo recomendado por la señora del pan, hacia allí me dirijo. Pasan dos niños en bicicleta. El mayor me dice que son unos diez kilómetros los que me faltan para llegar a Billiers. Me lo confirma una señora que sale conduciendo su coche. Paso por otra casa que me gusta, aunque sea un híbrido de casa bretona pero que, en este caso, han sabido dar más luminosidad a un espacio superior abuhardillado. Lo que más me gusta de la casa son dos arriates de plantas con hortensias muy coloristas. Sus tonos van del azul suave al intenso y del rosa al rojo, pasando por algunas tonalidades lilas.
Tras sacar la foto, voy abandonando Arzal, aunque, todavía en sus campos voy a sacar la última foto de su entorno con unas vacas que vuelven a ser de la raza color canela. Todas han debido estar comiendo en el prado y ahora, tumbadas, cualquiera sabe lo que estarán rumiando. Por si acaso, ni me acerco. Cuando las estoy fotografiando, la primera se levanta. Parece que sea la encargada de la manada, de vigilar sin castigar, sin que se entere Michel Foucault. No sé por qué razón, me acuerdo de mi madre. Será que está cercana la fecha de su cumpleaños. No me gustaría que me medicaran si alguna vez me llega una depresión. Prefiero asumir la realidad, que animarme falsamente y sin tener motivos para estar con buen ánimo. Pienso en el testamento vital y en cómo y cuándo decir que mi vida se acabó. Dejarlo dicho con antelación. Tengo la documentación y algo avanzado, pero nunca lo remato. Luego pienso en mi padre, que falleció antes de los 62 años, edad que ya superé. También en las circunstancias que nos separaron y que me dejaron huérfano antes de tiempo. Lloro lágrimas imposibles de contener. Dejo que la emoción fluya. No van a ser muchas las lágrimas, ¿será porque bebo poco agua? A lo mejor bebo poco para no tener que llorar.
Latifundio entre
Arzal y Billiers.
Veo varias “fermes”.
Ahora en Francia, he pasado del baserri, al caserío, al cortijo, a
la masía, a la casa de payés, a la granja francesa. Distintas
formas de decir casi lo mismo. Aquí, igual que allí, se pueden ver grandes
extensiones sembradas de trigo, de patata, de maíz. De lejos veo
postes eólicos, pero tardaré en llegar a ellos. Me encuentro con un
horno de pan restaurado muy próximo al camino. Tiene su encanto.
Paso por una ferme que se llama Ker David y llego a un aglomerado de cuatro casas que se llama Bourgerelle. Por su nombre, me parece un barrio femenino. Empieza a llover. Se trata de una lluvia que me resulta grata, pues es suave y, a la vez, sale el sol. La lluvia ideal. Luego, ya sin lluvia, el sol aprieta. En una curva de la carretera, veo unas casas que me gustan mucho y forman un grupo muy armónico.
Unas tienen el tejado de paja y otras de pizarra. Saco dos fotos y, al pasar, un perrucho me ladra. No sé lo que le grito para que se calle. Sale el dueño, que me dice algo en francés y yo lo interpreto como “perro ladrador poco mordedor” pero, a lo mejor me ha dicho, “a caballo regalado no le mires el diente”. Cuando le digo que vengo andando desde el País Vasco, al hombre se le ilumina la cara y quiere que pase a su casa, e invitarme a lo que sea: una bebida, agua.
Le agradezco, pero le digo que ya llevo agua suficiente. Le añado que quiero llegar a Billiers a buena hora para comer allí. Me despido del hombre y el perro no dice nada. Enseguida la carretera me va acercando a los molinos eólicos. Los fotografío de lejos y llevo a ver tres o cuatro más. Luego fotografiaré uno de más cerca, cuando la carretera me aproxime.
Sigue siendo poco grato el ruido continuo que emiten al pasar cerca de ellos. Por la carretera cruza un conejo. Llego a un cruce que me ofrece Muzillac (con Billiers en la siguiente desviación), hacia el Norte, y Coetsurho y Le Moustoir, hacia el Sur. Como estoy ya muy cerca del mar, aprovecho para ir a estos dos mínimos núcleos de población. Ya se ve cerca el mar. Avisto una carretera muy local, veo por una ventana a una señora que está cocinando y hablo con ella. Yo estoy algo equivocado con la carretera en que creo estar. Enseguida lo voy a ver todo más claro. Le digo a la señora que se le va a quemar la comida y ella apaga el fuego y retira la olla y otro cazo. Esta mujer me resuelve el plan de la comida. Me dice que en Billiers es fácil que ni encuentre restaurante y que, además, de Billiers no podré continuar a Cromenach, pues hay canales y ríos que no me dejarán pasar y no hay carretera ni caminos. Ellos, para ir allí, deben subir a Muzillac.
Paso por una ferme que se llama Ker David y llego a un aglomerado de cuatro casas que se llama Bourgerelle. Por su nombre, me parece un barrio femenino. Empieza a llover. Se trata de una lluvia que me resulta grata, pues es suave y, a la vez, sale el sol. La lluvia ideal. Luego, ya sin lluvia, el sol aprieta. En una curva de la carretera, veo unas casas que me gustan mucho y forman un grupo muy armónico.
Unas tienen el tejado de paja y otras de pizarra. Saco dos fotos y, al pasar, un perrucho me ladra. No sé lo que le grito para que se calle. Sale el dueño, que me dice algo en francés y yo lo interpreto como “perro ladrador poco mordedor” pero, a lo mejor me ha dicho, “a caballo regalado no le mires el diente”. Cuando le digo que vengo andando desde el País Vasco, al hombre se le ilumina la cara y quiere que pase a su casa, e invitarme a lo que sea: una bebida, agua.
Le agradezco, pero le digo que ya llevo agua suficiente. Le añado que quiero llegar a Billiers a buena hora para comer allí. Me despido del hombre y el perro no dice nada. Enseguida la carretera me va acercando a los molinos eólicos. Los fotografío de lejos y llevo a ver tres o cuatro más. Luego fotografiaré uno de más cerca, cuando la carretera me aproxime.
Sigue siendo poco grato el ruido continuo que emiten al pasar cerca de ellos. Por la carretera cruza un conejo. Llego a un cruce que me ofrece Muzillac (con Billiers en la siguiente desviación), hacia el Norte, y Coetsurho y Le Moustoir, hacia el Sur. Como estoy ya muy cerca del mar, aprovecho para ir a estos dos mínimos núcleos de población. Ya se ve cerca el mar. Avisto una carretera muy local, veo por una ventana a una señora que está cocinando y hablo con ella. Yo estoy algo equivocado con la carretera en que creo estar. Enseguida lo voy a ver todo más claro. Le digo a la señora que se le va a quemar la comida y ella apaga el fuego y retira la olla y otro cazo. Esta mujer me resuelve el plan de la comida. Me dice que en Billiers es fácil que ni encuentre restaurante y que, además, de Billiers no podré continuar a Cromenach, pues hay canales y ríos que no me dejarán pasar y no hay carretera ni caminos. Ellos, para ir allí, deben subir a Muzillac.
Coetsurho-Muzillac.
Con esta información,
olvido Billiers y me dirijo a Muzillac. Basta con no desviarme en el
próximo cruce. Visto en el mapa, estoy haciendo los dos catetos de
un triángulo y podía haber caminado de Arzal a Muzillac
directamente, haciendo la hipotenusa. Era lo que me había
recomendado la señora del pan. Lo que nunca voy a saber es si ha
sido un acierto en cuanto a paisaje.
No sé si, porque estoy adelgazando o porque los calzoncillos siguen cediendo, pero lo cierto es que se me caen y tengo que subírmelos muy a menudo. Otras veces, sin saber por qué, se me aguantan bien en su sitio. Luego llego a un trigal ya granado y lo fotografío con el pueblo de Billiers al fondo.
No sé si, porque estoy adelgazando o porque los calzoncillos siguen cediendo, pero lo cierto es que se me caen y tengo que subírmelos muy a menudo. Otras veces, sin saber por qué, se me aguantan bien en su sitio. Luego llego a un trigal ya granado y lo fotografío con el pueblo de Billiers al fondo.
La carretera hace un
recodo y comienza un camino. Aprovecho para escorarme por él y echar
una meada. Cuando estoy terminando, me doy cuenta que en la cuneta
del camino, sentados en la hierba, han parado a descansar y a comer
una pareja de ciclistas que vienen en bicicleta desde Lucerna. Una
bici está de pie en la hierba y la otra tumbada. La última parece
más cansada que la primera. Cristine, de verde y sonriente y Werner
parece más asfixiado y se cubre la cabeza con la camiseta. Hablamos.
Van en dirección Belle Île en Mer. Quieren ver algo más del
entorno y completar las tres semanas que están a punto de finalizar.
Después retornarán a Suiza. Aunque Lucerna y Lausana no tienen nada
que ver, les hablo de mi amigo suizo Aurel. Y de Werner, el marido de
una amiga de mi exmujer, que vive en Dusseldorf, que sólo coincide
con él en el nombre. Hablar por no callar. Yo, llegaré a Belle Île
en Mer el próximo día 10 y retornaré en barco a Quiberon al día
siguiente. Me despido de la pareja y, dejando el camino, vuelvo a la
carretera.
Muzillac. Les Genets
d’Or.
Entrando en Muzillac,
veo su grafía bretona: Musilheg. Esa agrupación “lh” sonaría
“ll” y sería equivalente a lo que hacemos en Euskara con “il”
(ill) o con “in” (iñ). Entro en la plaza y llego a la oficina de
Turismo. Allí me recomiendan dos restaurantes y elijo el más
barato. Se trata de un hotel que ofrece el primer plato habitual de
entremeses “hors-d’oeuvre”. De segundo elijo tagliaterre, que
van a ser tallarines con albóndigas. El plato va a ser potente,
bueno para un caminante, pero algo artificial, demasiado
salpimentado y hubiera estado más rico sin el curry. Acabo con queso y
postre.
El que fuera mi amigo francés, Antoine, solía decir cuál era el orden correcto de lo que nosotros conocemos como postre: queso, postre dulce, fruta y leche. Unos años estuvo viviendo en Anglet, por donde pasé el segundo día de mi viaje. Bebo un pichet de vino rojo (tinto) y pago con Visa 10,50 €. ¡Ay Antoine, amigo a pesar de todo! Quizás la comida de hoy haya sido la más completa.
El que fuera mi amigo francés, Antoine, solía decir cuál era el orden correcto de lo que nosotros conocemos como postre: queso, postre dulce, fruta y leche. Unos años estuvo viviendo en Anglet, por donde pasé el segundo día de mi viaje. Bebo un pichet de vino rojo (tinto) y pago con Visa 10,50 €. ¡Ay Antoine, amigo a pesar de todo! Quizás la comida de hoy haya sido la más completa.
Son las 15:45 horas
cuando parto en dirección a Damgan. Pero, sin salir del pueblo, me
acerco a la iglesia. Tiene una fachada singular con plano mal
recortado y entro. Se está celebrando una boda. Interiormente la
iglesia es también austera y la celebración no la adorna tanto como
suele ocurrir en otras bodas más rimbombantes. Un ramo de flores en
la parte trasera indica la excepcionalidad del día para los
contrayentes. El ramo está formado por unas cuantas calas, claveles
chinos y hortensias. Me gusta esta austeridad y la incorporo a mi
cámara. Cuando he entrado, los invitados me miran como a un intruso. En
el altar están solos los novios y el oficiante que, en el rito del
matrimonio, es el menos importante. Los que importan son los que se
dan el “sí, quiero”. Es como una condena para toda la eternidad
que les vaya a tocar vivir. Otra condena a añadir a la de la
hipoteca, si es que han comprado piso con dinero prestado del banco. ¡Cadena
perpetua! La foto la saco desde atrás, pero tengo que volver a salir
por la misma puerta por la que he entrado.
Me ha extrañado una boda a hora tan singular. Son las 15:45. Quizás no sea tan de extrañar, teniendo en cuenta lo temprano que cenan algunos franceses. Cuando estoy fuera de la iglesia, una mujer me orienta hacia Damgan. Pero me vuelvo y ahora saco foto de una iglesia preciosa con un ábside espectacular que no se parece en nada a la fotografía que he sacado al llegar. Mejora también por el espacio ajardinado y el precioso arriate colorista de hortensias.
Me ha extrañado una boda a hora tan singular. Son las 15:45. Quizás no sea tan de extrañar, teniendo en cuenta lo temprano que cenan algunos franceses. Cuando estoy fuera de la iglesia, una mujer me orienta hacia Damgan. Pero me vuelvo y ahora saco foto de una iglesia preciosa con un ábside espectacular que no se parece en nada a la fotografía que he sacado al llegar. Mejora también por el espacio ajardinado y el precioso arriate colorista de hortensias.
Dirección Damgan.
Le Moulin de Pen Mur.
Le Moulin de Pen Mur.
Acabo de ver un
indicador que pone Pen Mur y la señora me ha dicho “très joli”
(muy bonito). Me dirijo hacia el molino. Está en un paraje boscoso,
pero no voy a conseguir localizarlo.
Lo recorre un río, el Saint Eloí. Yo tuve un tío, hermano de mi padre, que se llamaba así, Eloy, y se pronunciaba igual, en castellano, pero al oírlo en francés, que suena “eluá”, se me hace rarísimo, como Paúl Eluard. Paso por cerca de un gran arco que no es triunfal o, a lo mejor me equivoco y era del triunfo en la prehistoria. Dudo si adentrarme en el bosque siguiendo la carretera o hacerlo por un camino a la izquierda.
Al coger el camino, voy por un paraje precioso con río que paso por puentes varios pero que, a la postre, me va a sacar a la carretera hacia Damgan, sin ver la ermita del santo patrón de los moldeadores y fundidores de metal, San Eloy. Fue mi patrón laboral durante 24 años. Dos jóvenes pescadores me dicen cuál es la carretera y la dirección que debo continuar, pues aquí, en terreno interior, sin ver el mar, estoy bastante desorientado.
Lo recorre un río, el Saint Eloí. Yo tuve un tío, hermano de mi padre, que se llamaba así, Eloy, y se pronunciaba igual, en castellano, pero al oírlo en francés, que suena “eluá”, se me hace rarísimo, como Paúl Eluard. Paso por cerca de un gran arco que no es triunfal o, a lo mejor me equivoco y era del triunfo en la prehistoria. Dudo si adentrarme en el bosque siguiendo la carretera o hacerlo por un camino a la izquierda.
Al coger el camino, voy por un paraje precioso con río que paso por puentes varios pero que, a la postre, me va a sacar a la carretera hacia Damgan, sin ver la ermita del santo patrón de los moldeadores y fundidores de metal, San Eloy. Fue mi patrón laboral durante 24 años. Dos jóvenes pescadores me dicen cuál es la carretera y la dirección que debo continuar, pues aquí, en terreno interior, sin ver el mar, estoy bastante desorientado.
Saint
Antoine de Pénesclus. Saint Eloí.
También fotografío al santo que da nombre a la ermita. No puedo enterarme qué proezas, qué milagros, se le anotan en su haber. Pero estoy equivocado. La imagen no es la de san Antonio de Pénesclus, sino la de san Eloy (Eloí).
Saliendo de la Chapelle, la fotografío desde su fachada principal, con su pincho. A lo mejor una de las imágenes que se encastran en el encalado, sea la de Saint Antoine de Pénesclus. Cuando salgo a la carretera, me encuentro con un hombre al que pregunto si tengo alguna posibilidad de ver el molino de Pen Mur. Me responde que por arriba no. Si quiero verlo debo retroceder. Como ya sé hasta donde, me abstengo de intentar verlo. Una chica con perro, también me dice que debo retroceder bastante, aunque me propone otro camino, hacia el nacimiento del río que va por bastante debajo de la carretera. Prefiero quedarme con el buen sabor de boca del paisaje que he visto junto al río san Eloí.
Comienza a llover y me
cobijo bajo un toldo de una empresa que vende plantas ornamentales.
Un empleado me pregunta si quiero comprar algo y le respondo que sólo
me resguardo de la lluvia. Se va con otro, quizá sea un cliente,
hacia los invernaderos. Parece que amaina y salgo, pero vuelve a
arreciar y me meto en Carrefour. Me acabo de dar cuenta de que
todavía me quedaba una barrita energética apachurrada en un
bolsillo de la mochilita. Me sirve de muestra para enseñarle lo que
quiero a una cajera. Cuando se queda sin clientes me acompaña al
lugar donde está expuesto este tipo de productos. Me decido por su
marca blanca y, ¡oh casualidad!, ya no les queda de plátano. Así
que cojo unas de manzana y albaricoque y otras de cacahuete y pago
por ellas 2,18 €. Casi le doy un euro de más, creyendo que una de
2 € era de 1 €. Le pido que me cambie la moneda de 2 € en dos
de 1 €, pero tarda en enterarse de lo que quiero.
Cuando salgo de Carrefour, ya ha dejado de llover y voy bien por carretera, pero en una rotonda empiezo a temblar, pues me temo que me va a meter en autopista. La carretera pasa por debajo de ella sin más problemas. La carretera lleva mucha circulación, pero hay arcén y, a ratos, pista cyclable. Llego a un lugar en el que anuncian fiesta para esta noche en Kervoyal que, aunque el pueblo queda lejos, en la entrada está su anunciado molino. A falta del de Pen Mur, es el que fotografío al pasar, desde la carretera.
Cuando salgo de Carrefour, ya ha dejado de llover y voy bien por carretera, pero en una rotonda empiezo a temblar, pues me temo que me va a meter en autopista. La carretera pasa por debajo de ella sin más problemas. La carretera lleva mucha circulación, pero hay arcén y, a ratos, pista cyclable. Llego a un lugar en el que anuncian fiesta para esta noche en Kervoyal que, aunque el pueblo queda lejos, en la entrada está su anunciado molino. A falta del de Pen Mur, es el que fotografío al pasar, desde la carretera.
Damgan.
Lo pronuncian Damgón.
Ya a la entrada veo una fuente baja y seca. Está recientemente
rehabilitada, pero se les ha olvidado rehabilitar el agua. ¡Estos
franceses! El ayuntamiento también me parece curioso, a juego con la
Torre del agua, que tampoco sé si tendrá o no agua, pero que no voy
a ir a comprobarlo. Tiene gracia que la “a” de la “Mairie”,
sea un corazón invertido. Desentona del conjunto la puerta
acristalada, pero supongo que la han puesto para evitar que entre el
frío de la calle cuando la abren y así se protegen con la segunda
puerta.
Saco foto a la fuente y al ayuntamiento y me dirijo a la iglesia, que no tiene nada de particular y que no consigo fotografiarla entera. Para que me entre el pincho con la veleta, debo echar marcha atrás y ya no puedo retroceder más. La tengo que cortar por la base. Ahora tengo que continuar hacia Penerf y un chico me dice que tengo que pasar un puente.
Con esta información voy pensando que, cuando acabe este territorio que es un intermedio entre continente e isla, me voy a encontrar un puente que me pasará al otro lado de la rivière de Penerf. Es así como salgo al mar y a la playa de Damgan.
Saco foto a la fuente y al ayuntamiento y me dirijo a la iglesia, que no tiene nada de particular y que no consigo fotografiarla entera. Para que me entre el pincho con la veleta, debo echar marcha atrás y ya no puedo retroceder más. La tengo que cortar por la base. Ahora tengo que continuar hacia Penerf y un chico me dice que tengo que pasar un puente.
Con esta información voy pensando que, cuando acabe este territorio que es un intermedio entre continente e isla, me voy a encontrar un puente que me pasará al otro lado de la rivière de Penerf. Es así como salgo al mar y a la playa de Damgan.
Tras la lluvia y a
pesar del calor, la playa está poco apetecible y, además, lo que
quiero es saber cuanto antes cómo resuelvo el problema del siguiente
paso con el puente. Camino junto al pretil que separa playa de acera
y carretera. A lo lejos ya se ve algo de Penerf.
Pronto la playa que llevaba a la izquierda desaparece y a mano derecha no se ve más que marisma y, a lo lejos, ya se ve el río Penerf ya próximo a la desembocadura, esto es, su estuario más marino. Son las seis y media y aún falta un buen trecho.
Sopla un viento fino, que yo lo afronto en camiseta de manga corta, pero protegido por las dos mochilas. Parezco un chicarrón del Norte. No acaba de aparecer ningún puente, ni tampoco un embarcadero, pero sí se ve el Penerf que ya parece más un lago que un río. Me aferro a la idea del puente y pienso que pueda haber entre esta punta y la otra un puente del estilo de los de Oléron o Ré.
Por fin llego a la hermosa desembocadura del Penerf y a la taquilla donde se cogen los billetes para el barco que transporta de punta a punta, de Pen a Pen, leeré luego.
Pronto la playa que llevaba a la izquierda desaparece y a mano derecha no se ve más que marisma y, a lo lejos, ya se ve el río Penerf ya próximo a la desembocadura, esto es, su estuario más marino. Son las seis y media y aún falta un buen trecho.
Sopla un viento fino, que yo lo afronto en camiseta de manga corta, pero protegido por las dos mochilas. Parezco un chicarrón del Norte. No acaba de aparecer ningún puente, ni tampoco un embarcadero, pero sí se ve el Penerf que ya parece más un lago que un río. Me aferro a la idea del puente y pienso que pueda haber entre esta punta y la otra un puente del estilo de los de Oléron o Ré.
Por fin llego a la hermosa desembocadura del Penerf y a la taquilla donde se cogen los billetes para el barco que transporta de punta a punta, de Pen a Pen, leeré luego.
Penerf. El último
barco se fue.
Ya son las siete y diez
y aquí no hay ningún barco. Hablo con un chico que se encarga del
asunto y me dice que el último, el de las siete, ya se ha ido, y que
no tengo otro hasta mañana. “¿Qué hago aquí hasta mañana,
dónde duermo?” Le digo también que vengo andando desde el País
Vasco.
Le llega al alma, coge su talki-walki y llama al piloto de la navette para que retroceda y me venga a buscar. Un detalle que agradezco. Me dice que me costará 2 € y le pido cambios de 20 € para no tener problemas luego. Mientras regresa el que conduce, aprovecho para sacar fotos a una pequeña y coqueta capillita que hay allí mismo. Lo hago de dos posiciones, más alejada la última con otra casita de las mismas características que forman un conjunto muy equilibrado y con un cañón que les defiende y que apunta a la bahía.
Como veo que a lo lejos viene un barco, me acerco raudo al embarcadero, para montar sin dilación, pero también para plasmar tan impagable acontecimiento. Sobre la cabina se lee “de Pen a Pen” que supongo que es una forma de abreviar Penerf y Pen Cadenic. En el lateral pone: “Le passeur de Pen a Pen”, que completa la frase frontal. El chico que me ha dado los cambios me confirma que ese es el transbordador y dónde debo montar. Monto sin llegar a atracar y el joven, que me recibe a mí solo, me cobra sólo 1,50 €. El hecho de venir andando ha facilitado las cosas. Se confirma que lo mío es llegar justo o tarde a los barcos. Hoy ha sido otro día de acierto, por lo acontecido y por lo que va a ocurrir dentro de un rato.
Le llega al alma, coge su talki-walki y llama al piloto de la navette para que retroceda y me venga a buscar. Un detalle que agradezco. Me dice que me costará 2 € y le pido cambios de 20 € para no tener problemas luego. Mientras regresa el que conduce, aprovecho para sacar fotos a una pequeña y coqueta capillita que hay allí mismo. Lo hago de dos posiciones, más alejada la última con otra casita de las mismas características que forman un conjunto muy equilibrado y con un cañón que les defiende y que apunta a la bahía.
Como veo que a lo lejos viene un barco, me acerco raudo al embarcadero, para montar sin dilación, pero también para plasmar tan impagable acontecimiento. Sobre la cabina se lee “de Pen a Pen” que supongo que es una forma de abreviar Penerf y Pen Cadenic. En el lateral pone: “Le passeur de Pen a Pen”, que completa la frase frontal. El chico que me ha dado los cambios me confirma que ese es el transbordador y dónde debo montar. Monto sin llegar a atracar y el joven, que me recibe a mí solo, me cobra sólo 1,50 €. El hecho de venir andando ha facilitado las cosas. Se confirma que lo mío es llegar justo o tarde a los barcos. Hoy ha sido otro día de acierto, por lo acontecido y por lo que va a ocurrir dentro de un rato.
A bordo de Pen a
Pen.
Ya montado y pagado el
pasaje, como sopla mucho viento, me cobijo tras la cabina del
passeur. Es otro joven que todo el día se pasa haciendo este
trayecto. Lo costea el municipio, pero no sé cuál, o si los dos
ayuntamientos de Damgan y La Tour du Parc, o si también apoquinan
otros municipios colindantes. Lo que es, por lo que cobran, no sacan
ni para el combustible. El viento me penetra a pesar del cobijo.
Filtra por todas partes. No me quiero poner más ropa encima porque luego, al
llegar a tierra firme, me voy a achicharrar.
Llegamos a Pen Cadenic, donde el passeur se quedará hasta mañana, que es domingo. Atraca el barco y el chaval ya da por terminada su jornada laboral, con su tiempo extra concedido al caminante de propina. Me despido de él agradecido.
Llegamos a Pen Cadenic, donde el passeur se quedará hasta mañana, que es domingo. Atraca el barco y el chaval ya da por terminada su jornada laboral, con su tiempo extra concedido al caminante de propina. Me despido de él agradecido.
De Pen Cadenic a La
Tour du Parc.
No tengo ni idea de
hacia donde tirar. Pregunto a un hombre por la dirección Sarzeau,
que no debo confundir con Surzur, pero que parece que el primero me
acerca más al golfo de Morbihan. Tampoco tengo certeza de que eso
sea lo que más me conviene. Ya veré dónde duermo hoy, y mañana se
verá hacia dónde tiro. Mañana me marearán con St. Armel. Ya estoy
caminando por carretera de Pen Cadenic hacia La Tour du Parc.
Cena de vecinos en
La Tour du Parc.
Al llegar, veo que de
una casa sale, con atuendo bretón, la amiga de la mujer de Benito.
Por dentro del patio veo a otra señora, mayor que ella y más gruesa, con similar atuendo. Esa si será
la mujer de Benito. ¿Quién es Benito? El que está encargado de
mantener el fuego de la barbacoa y de asar los embutidos que se
van a hacer en ella. En cuanto llego pregunto a otra mujer, Huguette,
si me dejan sacar una foto a la mujer bretona que está en la puerta
y, es así como ella deja su mochila en el suelo y posa para mi foto.
Para mí, y para el reportaje fotográfico, esto es, todos vosotros
que me leéis. Aquí la inserto. Me preguntan, y les digo desde donde
vengo a pie. Les digo que la pondré en mi blog, en Internet. Ninguna
pega. Huguette está conmovida con mi viaje. Le digo que voy hacia
Sarzeau y ella, que conoce bien el lugar en que me estoy moviendo,
intuye que no voy a llegar a cenar a ningún sitio. Sin consultar con
nadie me invita a la cena que, con comida que ha traído cada uno de
los vecinos, van a celebrar en la gran carpa que tienen instalada en
el patio-jardín junto a su casa. Acepto la invitación sin dudarlo.
Huguette va a buscar un plato, cubierto y copa para mí y los añade
a la mesa que veo al fondo. Un minusválido en silla especial, que
también le sirve de taca-taca, me mira sonriente. Benito asa en la
barbacoa choricillos y gruesas láminas de bacón entreverado. Hay un
vecino que se muestra dispuesto a ayudarle, pero él prefiere hacerlo
solo. Poco a poco van llegando el resto de vecinos y se van sentando
en la mesa. Yo me he sentado en el extremo, sin nadie a mi izquierda.
Es mi sitio preferido, debido a mi ligera sordera del oído
izquierdo. Ni que Huguette hubiese sido adivina o algo bruja. Las que
van a faltar son las dos mujeres que se han vestido con el atuendo
austero bretón y que han ido a otra fiesta. He visto cómo montaban
en un coche y partían cuando yo entraba en la casa. Ahora sé que la
otra, una señora mayor y más gruesa, era la mujer de Benito. En la
cabecera se sienta Pierre, el marido de Huguette. En la barbacoa, he
hablado antes con Benito, que es español inmigrado y que, de no
practicarlo, va olvidando bastante su idioma de origen. Pero le
agrada poder refrescarlo un poco conmigo. A mi lado se sienta un
vecino que ha llegado tarde y no retengo ya su nombre. Con tres ya
tengo bastante como para no olvidar esta cena de invitado y para
retener en mi memoria que he sido bien aceptado por el resto. Aunque
la invitación a partido como idea de Huguette, que conoce bien al
grupo vecinal, me siento invitado por todos. Yo como también sin
ningún temor de todo lo que todos han aportado al festín. Van
pasando para ir picando unos croissant pequeños de York (jamón París), unos
trocitos de choricillos tipo salchicha que ha ido asando Benito.
Están ricos mientras se mantienen calientes. Me hacen muchas
preguntas sobre el viaje y sobre mi familia. Lo entienden mejor
cuando les digo que estoy separado. Una mujer que pinta al óleo se
muestra muy crítica conmigo. Parece que no le agrada que, gracias a
mi separación conyugal, pueda estar haciendo este magnífico viaje.
Les hablo de mis hijas, yernos y nietos. Cuando me preguntan por
dónde voy a dormir, les digo que en cualquier sitio, pues llevo saco
y esterilla y, si me dejan, puedo hacerlo bajo la carpa cuando
finalice la cena. La lona me ofrece el techo necesario en caso de que
llueva.
Luego, se ve que han hablado Pierre y Huguette, me ofrecen la posibilidad de dormir en el bajo de la casa pues, en el garaje, tienen una pequeña habitación de emergencia y un baño. Ocupa la base de todo el área de la casa. En la primera parte está el garaje, con el trastero y el baño, luego hay una zona intermedia que bien pudiera hacer las veces de cocina para los días de lluvia y el garaje se habilita como comedor y, al fondo, está la habitación con cama de matrimonio y que pido que no la hagan pues dormiré en el saco. Pero todo esto ha venido después de la cena. Saco foto de la mesa y sus comensales bajo la carpa. Pruebo la sangría bretona, que la hacen con la mezcla de varios tipos de vinos blancos y un culín de un aguardiente oscuro, que se asemeja en fuerza a cualquiera de nuestros licores, al aguardiente y al orujo. Ya no recuerdo qué comí en el resto de la cena y sí que hubo algún rico pastel casero. Me abstuve de café por si me afectaba al sueño. Poco a poco, como han llegado, se van marchando los vecinos, despidiéndose de mí y deseándome buena continuación de viaje, y nos quedamos los tres solos. Pierre me explica que va a dejar el portón de la calle sin cerrar del todo, para que mañana pueda partir a la hora que quiera. Durante la cena ya me han ido dando idea de la dirección que debo coger para pasar en barco Saint Armel. Me enseñan todos los entresijos de la casa, para que no quede nada encendido inútilmente. Agradezco al matrimonio su invitación y les pido señas para que les ponga al corriente del fin de mi viaje. Pierre nació en Belle-Île-en-Mer. Me dan el correo electrónico de Pierre y lo anoto mal, por lo que, cuando me venga rechazado, sabré que he perdido posibilidad de contacto. Me las ingeniaré hasta que consiga las señas y les pueda felicitar la siguiente Navidad con uno de mis dibujos. Recibiré a cambio una gran postal en la que firman, si no todos, la mayor parte de los vecinos comensales de esta noche. Y es así como, magníficamente, termina el día de San Fermín, mi primer día en Morbihan.
Luego, se ve que han hablado Pierre y Huguette, me ofrecen la posibilidad de dormir en el bajo de la casa pues, en el garaje, tienen una pequeña habitación de emergencia y un baño. Ocupa la base de todo el área de la casa. En la primera parte está el garaje, con el trastero y el baño, luego hay una zona intermedia que bien pudiera hacer las veces de cocina para los días de lluvia y el garaje se habilita como comedor y, al fondo, está la habitación con cama de matrimonio y que pido que no la hagan pues dormiré en el saco. Pero todo esto ha venido después de la cena. Saco foto de la mesa y sus comensales bajo la carpa. Pruebo la sangría bretona, que la hacen con la mezcla de varios tipos de vinos blancos y un culín de un aguardiente oscuro, que se asemeja en fuerza a cualquiera de nuestros licores, al aguardiente y al orujo. Ya no recuerdo qué comí en el resto de la cena y sí que hubo algún rico pastel casero. Me abstuve de café por si me afectaba al sueño. Poco a poco, como han llegado, se van marchando los vecinos, despidiéndose de mí y deseándome buena continuación de viaje, y nos quedamos los tres solos. Pierre me explica que va a dejar el portón de la calle sin cerrar del todo, para que mañana pueda partir a la hora que quiera. Durante la cena ya me han ido dando idea de la dirección que debo coger para pasar en barco Saint Armel. Me enseñan todos los entresijos de la casa, para que no quede nada encendido inútilmente. Agradezco al matrimonio su invitación y les pido señas para que les ponga al corriente del fin de mi viaje. Pierre nació en Belle-Île-en-Mer. Me dan el correo electrónico de Pierre y lo anoto mal, por lo que, cuando me venga rechazado, sabré que he perdido posibilidad de contacto. Me las ingeniaré hasta que consiga las señas y les pueda felicitar la siguiente Navidad con uno de mis dibujos. Recibiré a cambio una gran postal en la que firman, si no todos, la mayor parte de los vecinos comensales de esta noche. Y es así como, magníficamente, termina el día de San Fermín, mi primer día en Morbihan.
Durmiendo gratis en
cama de matrimonio.
Retiro la colcha,
extiendo mi toalla cubriendo el cojín que va a hacer de almohada y
echo por encima el saco de dormir, donde meto los pies entre el fondo
y el inicio de la cremallera, que va a quedar abierta del todo.
Durante la noche, de vez en cuando tendré que sacar los brazos por
exceso de calor.
Balance de la
primera jornada en Morbihan.
Ha sido un día sin
baño en la playa, en el que en tres ocasiones me he acercado al mar, la segunda,
sin ni siquiera verlo. Ni los lugares, ni el día tristón, han sido propicios
para el baño. Toda la jornada ha transcurrido sin sobresaltos.
Quizás la esclusa de paso a Arzal me podía haber deparado un susto,
pero no ha ocurrido así. Los encuentros animales, vegetales y
minerales, tampoco han sido muy sorprendentes y, en cuanto a los
personales, tampoco la coincidencia de las dos bodas. Bonitas algunas
casas, construidas o en reconstrucción. También la última foto de
la iglesia de Muzillac. Precioso el paseo por el bosque y el río de
San Eloy, aunque no haya llegado a su ermita. Curioso lo relacionado
con Saint Antoine y mi amigo Antonio. Pero lo mejor se ha producido
al finalizar el día. La llegada a Penerf cuando ya se había
marchado el último barco, la agilidad en la toma de decisiones del
joven del puerto y la buena disposición del joven piloto para
regresar, recogerme y llevarme a Pen-Cadenic, han sido preludio del
colofón de la noche con la invitación a cena y cama de Huguette,
Pierre y sus amigos. Poder hablar castellano con Benito, también ha sido motivo de regocijo. Un día más para no olvidar.
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