Etapa 35 (326). 12 de
julio de 2012, jueves.
Saint
Pierre Quiberon-Plouharnel-plage
Kerminihy-Étel-Belz-Plouhinec-Riantec-Lanester-Lorient.
Amanecer en
albergue.
Me levanto a las siete
y cuarto, me ducho con agua caliente y sin jabón y acabo con
templada, casi fría. Escribo el diario, pero no consigo terminar el
día de ayer. ¡Fue tan intenso! A las 8:10 horas voy hacia el
comedor y echo las sábanas y la funda de la almohada en el
contenedor de la ropa sucia dispuesta para lavar.
Desayuno en el
albergue. Pía Schönbrunner.
Entro en el comedor.
Cojo los cubiertos y la taza necesarios para desayunar. Y me acerco a
la mesa que me han asignado. No hay más que una preparada para una
persona. Tiene mantequilla y tres cuenquitos de mermelada. Cojo
cuatro trozos de pan y uno me lo como con el queso Emmental. Hoy no
hay zumo. El yogur es natural sin azúcar y raspo medio azucarillo
con el otro medio. De primero, a falta de zumo, como una pera muy
jugosa y una naranja que también está buena. Preparo seis rebanadas
de pan con los tres trozos que me quedaban, los embadurno de
mantequilla, le pongo la mermelada por encima, y reservo el último
para el segundo café con leche. Mientras preparo todo, llega Pía,
la austriaca que habla castellano. La otra chica de rasgos
orientales, con la que bailé ayer noche el baile bretón por
parejas, come en otra mesa, pero Pía prefiere hablar castellano
conmigo, pues quiere hablarme de su tesis doctoral. La presentó, la
calificaron con un 2 (1 es excelente) y está contenta. Autora: Pía
Schönbrunner y su Título: “Los conceptos espirituales de los
mayas en Guatemala”. Un día entro y leo algo en Internet sobre
ella. Me intereso por lo que me cuenta. Pía quiso contactar con
todos los guías espirituales de la comunidad guatemalteca, pero se
tuvo que contentar con los cuatro que le atendieron e informaron y un
quinto que, siendo foráneo, se había empapado de su cultura.
Podríamos haber estado horas y horas con el tema, pero yo no he
leído la tesis y poco le puedo aportar, así que a las 9:30 horas
decido marcharme. Me despido de la recepcionista y también de
Nicholas, que se ha quedado rezagado con cara de inapetente en el
comedor. Como en las veces que nos vimos ayer, nos damos dos palmadas
con la derecha. Nicholas es el niño que necesitaba silla sobre silla
para llegar a la mesa en el comedor. También me despido de la
monitora que agradece que le haga caso al niño, y luego del resto del
grupo, que ya espera a que les venga a buscar la furgoneta para
marchar. Se acabaron las vacaciones para ellos. La primera monitora,
con la que hablé en la habitación vecina de Belle-Île, y que era
responsable de niñas, me desea buena finalización de mi viaje
(todavía no he caminado más que la mitad de días) y yo a ella le
digo “buen trabajo” Después de pasar por el retrete y con el
botellín lleno de agua, me encamino hacia la playa.
La Grande Plage.
Lluvia a ratos.
Cuando me asomo, ya
están tres grupos en la arena con sus monitores haciendo ejercicios
de calentamiento. No sé si para surf, kite-surf o char a voile. Los
jóvenes ponen toda la atención en lo que les dicen sus
instructores. Qué diferente es la actitud cuando lo que se enseña
es algo lúdico y se tiene interés en aprender. Pronto va a empezar
a llover y esta va a ser la constante de esta mañana. No sé lo que
hacen los que se ejercitan en la playa, pero yo salgo de ella, paso
la duna y me cobijo bajo un grupo de árboles bajos como el que veis
en la foto en la derecha. Me he vuelto para dar el último adiós al
albergue juvenil que acabo de dejar.
En la foto se ven unas gotas de lluvia que han quedado en mi objetivo. Tras diez minutos agachado y en mala postura, baja la intensidad de la lluvia y me animo a continuar. Iré por los senderos del interior que, de vez en cuando se asoman al mar por la duna baja. Sin la fuerza del aire que viene de Poniente, el agua cala menos. Me llama la atención la cantidad de madrigueras de conejo que encuentro. En este tramo no voy a ver ninguno, lo mismo que me ocurre en las cartas de los restaurantes. ¡Jamás encuentro “lapin”!, ni con setas, ni con caracoles. Veré muchos, pero no voy a conseguir comer conejo en toda Francia.
El próximo año, tendré que esperar a llegar a Bélgica y en Brujas comeré el segundo mejor conejo, aparte de los que preparaba mi madre, de mi vida. El mejor lo comí a mi paso por Barcelona, tras la reinauguración del Velódromo. Tenía setas y caracoles y una salsa exquisita.
Durante un rato voy paseando por el lado interior de la duna sin encontrar caminos, como en campo a través, hasta que encuentro nuevos senderos que parece que se van estabilizando. Ya estoy llegando a la altura de Plouharnel y en la playa veo tres surfistas en la orilla. En foto que saco hacia el interior, se ven Plouharnel y Carnac, que se me van escorando hacia el Este, y yo sigo hacia el Norte. Durante un rato el sendero se acerca a la valla de separación de la duna.
Sopla más aire pero si no llueve no me importa nada y sigo. Uno de kite-surf ejercita desde la arena el manejo de su cometa que, en el mar, le va a permitir volar. Cuanto más sople el viento, más alto será el vuelo. Ejercitarlo en dique seco es más fácil que en el mar.
Luego ya se complicará en el agua. A tramos, vuelvo a perder senderos y me encuentro en tierra de nadie. Surgen nuevos senderos que se dirigen a la playa, pero yo no quiero ir por allí. Para pasar menos frío prefiero seguir protegido por el lado interior de la duna. Sólo saldré cuando no me quede más remedio. Cuando vuelvo a encontrar buen camino, de vez en cuando me anuncian los letreros la llegada del siguiente sendero que me ofrece llevarme a la playa. Cuando me apetece subo la duna y veo la playa y el mar. Ahora veo varios conejos que corren y se esconden en sus madrigueras.
En la foto se ven unas gotas de lluvia que han quedado en mi objetivo. Tras diez minutos agachado y en mala postura, baja la intensidad de la lluvia y me animo a continuar. Iré por los senderos del interior que, de vez en cuando se asoman al mar por la duna baja. Sin la fuerza del aire que viene de Poniente, el agua cala menos. Me llama la atención la cantidad de madrigueras de conejo que encuentro. En este tramo no voy a ver ninguno, lo mismo que me ocurre en las cartas de los restaurantes. ¡Jamás encuentro “lapin”!, ni con setas, ni con caracoles. Veré muchos, pero no voy a conseguir comer conejo en toda Francia.
El próximo año, tendré que esperar a llegar a Bélgica y en Brujas comeré el segundo mejor conejo, aparte de los que preparaba mi madre, de mi vida. El mejor lo comí a mi paso por Barcelona, tras la reinauguración del Velódromo. Tenía setas y caracoles y una salsa exquisita.
Durante un rato voy paseando por el lado interior de la duna sin encontrar caminos, como en campo a través, hasta que encuentro nuevos senderos que parece que se van estabilizando. Ya estoy llegando a la altura de Plouharnel y en la playa veo tres surfistas en la orilla. En foto que saco hacia el interior, se ven Plouharnel y Carnac, que se me van escorando hacia el Este, y yo sigo hacia el Norte. Durante un rato el sendero se acerca a la valla de separación de la duna.
Sopla más aire pero si no llueve no me importa nada y sigo. Uno de kite-surf ejercita desde la arena el manejo de su cometa que, en el mar, le va a permitir volar. Cuanto más sople el viento, más alto será el vuelo. Ejercitarlo en dique seco es más fácil que en el mar.
Luego ya se complicará en el agua. A tramos, vuelvo a perder senderos y me encuentro en tierra de nadie. Surgen nuevos senderos que se dirigen a la playa, pero yo no quiero ir por allí. Para pasar menos frío prefiero seguir protegido por el lado interior de la duna. Sólo saldré cuando no me quede más remedio. Cuando vuelvo a encontrar buen camino, de vez en cuando me anuncian los letreros la llegada del siguiente sendero que me ofrece llevarme a la playa. Cuando me apetece subo la duna y veo la playa y el mar. Ahora veo varios conejos que corren y se esconden en sus madrigueras.
La Guérite. Playa y
Escuela de Ecosurf.
Una gran bandada de
estorninos revolotea como una mancha gris que surca el cielo. Unas
veces es una mancha gris clara, otras, intermedia, y otras gris
marengo.
Por fin llego a un lugar donde veo que paran coches. Unos se van y otros vienen y aparcan en un aparcamiento oficial de escuela de surf. Cojo el camino que me lleva allí. Más al fondo se ve una mole construida que es el Mur de l’Atlantique al que no me voy a acercar y que en uno de mis mapas indica como Musée de la Chouannerie. Tampoco me voy a acercar a la Chapelle de Sainte Barbe. Ya tengo barba, e ir hasta allí me parecería una barbaridad. Ya estoy en paralelo a la altura de Plouharnel. Es curioso que, después de dos jornadas, esté en el mismo sitio que anteayer. 48 horas para andar solamente dos kilómetros. Me acerco al aparcamiento y veo que se trata de la Escuela de Ecosurf. Uno de los monitores me dice el nombre de la playa: La Guérite. No se cree que pueda venir andando desde la frontera del País Vasco. Junto a un coche, un madurito, sin ningún pudor, se baja el calzoncillo, nos enseña el culete y se pone el bañador, o quizás sea una parte del traje de neopreno. Todos los que hemos querido se lo hemos podido ver. “¡Châpeau!” No va a ser el único culo que vea esta mañana. Ahora me acerco a la playa. Tiene bandera europea. Un monitor entrena a un grupo de chavalillos corriendo por la playa. Corren de frente, de lateral de un lado, de lateral del otro y de espalda. Una niña, baja de estatura y quizás también menor de edad que el resto del grupo, se ha ido quedando rezagada. Ha ido haciendo los mismos ejercicios que sus compañeros y se entusiasma corriendo de espalda. Ni se entera de que los demás ya están haciendo otro ejercicio. Como la niña está mirando hacia mí, le hago gestos para que se gire y mire hacia delante, pero ni se entera. Dos de sus compañeros vienen hacia ella y le dan un buen susto. Es una broma de poca transcendencia, pero a mí me hace gracia.
Un joven ha bajado también a la playa y acelero para alcanzarle. Cuando llego a su altura, le saludo y vamos charlando un rato. Me acompañará casi hasta la costa de Penthiére. Una boya amarilla en la orilla me sirve para recordar que la isla que se ve al fondo es Île de Groix. Será una isla que no visitaré. Ya he cubierto el cupo de islas que me había propuesto visitar hasta llegar a Finisterre. Creo que llegaré mañana. El paso por el Finisterre francés, menos occidental que el gallego, me va a permitir darme cuenta de que llegar a Bélgica este año va a ser algo descabellado y tendré que rebajar el proyecto y dejar que finalice en Mont Saint Michel, inicio de Normandía, por este verano. Como veréis, esto tampoco será factible. Pero centrémonos en este paseo por la playa, pues hacía muchos días que no caminaba acompañado. ¿Desde Guillaume, el futuro gendarme? Sí. Hace tres días. ¡Cómo cunde el tiempo!
Por suerte ha dejado de llover y hablamos del camino que estoy haciendo. Si el monitor de surf no, éste parece que sí se lo ha creído. Cuando llegamos cerca de la Pointe de Grâves, nos despedimos. El muchacho se queda allí y yo continúo. Ya en la duna leo: Dunas de Quiberon-Plouhinec. Son 25 Km. de dunas protegidas para que no se degraden. (Estoy escribiendo desde unos apuntes cuya tinta se ha corrido con la lluvia y casi un día después de lo acontecido). En Penthiére vuelvo a ir caminando por la playa. Empiezo a recuperar sensaciones similares a las de la costa de Gironde. Ese sentirme solo en el mundo, con una playa extensa sólo para mí.
Por fin llego a un lugar donde veo que paran coches. Unos se van y otros vienen y aparcan en un aparcamiento oficial de escuela de surf. Cojo el camino que me lleva allí. Más al fondo se ve una mole construida que es el Mur de l’Atlantique al que no me voy a acercar y que en uno de mis mapas indica como Musée de la Chouannerie. Tampoco me voy a acercar a la Chapelle de Sainte Barbe. Ya tengo barba, e ir hasta allí me parecería una barbaridad. Ya estoy en paralelo a la altura de Plouharnel. Es curioso que, después de dos jornadas, esté en el mismo sitio que anteayer. 48 horas para andar solamente dos kilómetros. Me acerco al aparcamiento y veo que se trata de la Escuela de Ecosurf. Uno de los monitores me dice el nombre de la playa: La Guérite. No se cree que pueda venir andando desde la frontera del País Vasco. Junto a un coche, un madurito, sin ningún pudor, se baja el calzoncillo, nos enseña el culete y se pone el bañador, o quizás sea una parte del traje de neopreno. Todos los que hemos querido se lo hemos podido ver. “¡Châpeau!” No va a ser el único culo que vea esta mañana. Ahora me acerco a la playa. Tiene bandera europea. Un monitor entrena a un grupo de chavalillos corriendo por la playa. Corren de frente, de lateral de un lado, de lateral del otro y de espalda. Una niña, baja de estatura y quizás también menor de edad que el resto del grupo, se ha ido quedando rezagada. Ha ido haciendo los mismos ejercicios que sus compañeros y se entusiasma corriendo de espalda. Ni se entera de que los demás ya están haciendo otro ejercicio. Como la niña está mirando hacia mí, le hago gestos para que se gire y mire hacia delante, pero ni se entera. Dos de sus compañeros vienen hacia ella y le dan un buen susto. Es una broma de poca transcendencia, pero a mí me hace gracia.
Un joven ha bajado también a la playa y acelero para alcanzarle. Cuando llego a su altura, le saludo y vamos charlando un rato. Me acompañará casi hasta la costa de Penthiére. Una boya amarilla en la orilla me sirve para recordar que la isla que se ve al fondo es Île de Groix. Será una isla que no visitaré. Ya he cubierto el cupo de islas que me había propuesto visitar hasta llegar a Finisterre. Creo que llegaré mañana. El paso por el Finisterre francés, menos occidental que el gallego, me va a permitir darme cuenta de que llegar a Bélgica este año va a ser algo descabellado y tendré que rebajar el proyecto y dejar que finalice en Mont Saint Michel, inicio de Normandía, por este verano. Como veréis, esto tampoco será factible. Pero centrémonos en este paseo por la playa, pues hacía muchos días que no caminaba acompañado. ¿Desde Guillaume, el futuro gendarme? Sí. Hace tres días. ¡Cómo cunde el tiempo!
Por suerte ha dejado de llover y hablamos del camino que estoy haciendo. Si el monitor de surf no, éste parece que sí se lo ha creído. Cuando llegamos cerca de la Pointe de Grâves, nos despedimos. El muchacho se queda allí y yo continúo. Ya en la duna leo: Dunas de Quiberon-Plouhinec. Son 25 Km. de dunas protegidas para que no se degraden. (Estoy escribiendo desde unos apuntes cuya tinta se ha corrido con la lluvia y casi un día después de lo acontecido). En Penthiére vuelvo a ir caminando por la playa. Empiezo a recuperar sensaciones similares a las de la costa de Gironde. Ese sentirme solo en el mundo, con una playa extensa sólo para mí.
Buscando la playa
nudista de Kerminihy.
Llego a la playa de
Port Kerhouet, que ya pertenece a Erdeven. Un coche furgón de la
Gendarmerie, llega por una carretera estrecha, da el giro en una zona
de aparcamiento y se vuelve por donde ha venido.
Llego a la Pointe de Porh Linerec y a la playa de Kerouriec/La Roche Séche. A una de estas playas ha llegado una pareja de hombres maduritos que se cambian junto al coche, pero toman tal cantidad de precauciones para que no se les vea el pajarito al vestirme que me mondo de la risa.
Uno se mete dentro del coche para cambiarse con mayor incomodidad y, el otro, que lo iba a hacer a la vista, se coloca detrás de su coche y se permite el lujo de enseñarme el trasero. “¡Bonito culo!”, me dan ganas de decirle. ¿Cómo reaccionarían si me desnudara y fuera en bolas por el camino? No lo voy a hacer, entre otras cosas por el mal tiempo y porque no me apetece, pero se lo merecían. Es el segundo culo que veo esta mañana. ¡Qué enfermedad tan incurable es el pudor! Cuando yo, siendo pequeño, me mostraba así de pudoroso, mi madre me solía decir: “¿vergüenza?, hay que tenerla para hacer cosas feas” y en ese “feas” entraban todos los verbos adecuados a mi edad: robar, mentir, blasfemar, desobedecer, pegar, no ir a misa, etcétera. Hoy, por suerte, he superado tanta tontería relacionada con la desnudez. Desnudos vinimos y desnudos nos iremos, “como los hijos de la mar”, que diría Machado. Llego a una especie de río proveniente de marisma que llega a la playa con voluntad de desembocar en el mar. Está ocupado por algunas gaviotas de cabeza negra, entretenidas en buscar su alimento. Sigo adelante y, por fin, veo el anuncio de Kerminihy a 2,4 kilómetros. Después de andar 200 o 300 metros me encuentro con la primera bajada a la playa. Es la nº 8 y saco foto de una larguísima playa de buena y fina arena.
Llego a la Pointe de Porh Linerec y a la playa de Kerouriec/La Roche Séche. A una de estas playas ha llegado una pareja de hombres maduritos que se cambian junto al coche, pero toman tal cantidad de precauciones para que no se les vea el pajarito al vestirme que me mondo de la risa.
Uno se mete dentro del coche para cambiarse con mayor incomodidad y, el otro, que lo iba a hacer a la vista, se coloca detrás de su coche y se permite el lujo de enseñarme el trasero. “¡Bonito culo!”, me dan ganas de decirle. ¿Cómo reaccionarían si me desnudara y fuera en bolas por el camino? No lo voy a hacer, entre otras cosas por el mal tiempo y porque no me apetece, pero se lo merecían. Es el segundo culo que veo esta mañana. ¡Qué enfermedad tan incurable es el pudor! Cuando yo, siendo pequeño, me mostraba así de pudoroso, mi madre me solía decir: “¿vergüenza?, hay que tenerla para hacer cosas feas” y en ese “feas” entraban todos los verbos adecuados a mi edad: robar, mentir, blasfemar, desobedecer, pegar, no ir a misa, etcétera. Hoy, por suerte, he superado tanta tontería relacionada con la desnudez. Desnudos vinimos y desnudos nos iremos, “como los hijos de la mar”, que diría Machado. Llego a una especie de río proveniente de marisma que llega a la playa con voluntad de desembocar en el mar. Está ocupado por algunas gaviotas de cabeza negra, entretenidas en buscar su alimento. Sigo adelante y, por fin, veo el anuncio de Kerminihy a 2,4 kilómetros. Después de andar 200 o 300 metros me encuentro con la primera bajada a la playa. Es la nº 8 y saco foto de una larguísima playa de buena y fina arena.
Kerminihy.
Esta playa, que he
abordado desde su inicio en el Sur, llega justo hasta la desembocadura de la
ría de Étel. Como es natural en un día como el de hoy, está
totalmente vacía de gente. Hace un buen rato que ha dejado de
llover, pero el sol no acaba de romper el mar de nubes. A punto de
llegar a la zona nudista, veo una bici aparcada en el camino, así
que entro de nuevo a la playa por la entrada nº 7.
Observo que hay un entrante con duna y una zona de agua estancada, que me parece poco saludable. No veo a nadie protegido del viento por la duna, aunque no lo puedo asegurar. Estando solo en la playa y con día sin sol, no me apetece el baño y decido subir de nuevo al camino. Veo que alguien viene haciendo el mismo recorrido que yo. Cuando por la nº 6 salgo al camino, saludo a Kyla. Fotografío el búnker de la playa de Kerminihy y me voy caminando con ella.
Observo que hay un entrante con duna y una zona de agua estancada, que me parece poco saludable. No veo a nadie protegido del viento por la duna, aunque no lo puedo asegurar. Estando solo en la playa y con día sin sol, no me apetece el baño y decido subir de nuevo al camino. Veo que alguien viene haciendo el mismo recorrido que yo. Cuando por la nº 6 salgo al camino, saludo a Kyla. Fotografío el búnker de la playa de Kerminihy y me voy caminando con ella.
Kyla.
Le saludo y vamos andando hasta llegar a Étel. Ella se interesa por mis motivaciones
para caminar. Tiene un mapa muy detallado de la zona y me lo quiere
dar, pero a ella también le va a hacer falta para regresar al
camping donde pasa unos días de vacaciones. Ya lleva hecho un largo
recorrido y de Étel quiere regresar haciendo un bucle para no
repetir el mismo camino. Kyla es canadiense, de Vancouver, vive en
París, vino a la capital con un contrato de trabajo sobre
oceanografía, pero el contrató se acabó. Ahora se está reciclando
para poder trabajar de panadera y pastelera a su regreso a Canadá.
Le motiva el aspecto de manualidad de esta nueva profesión que
pretende aprender. En febrero hará un curso de dos semanas de
perfeccionamiento. Mientras tanto sobrevive como puede.
Le hablo de mi curso de cocina y nutrición y compartimos ideas. El camino no nos lleva a la desembocadura de la ría, sino que, en forma circular, nos va orientando hacia Étel y el puente que me permitirá, por interior, cruzar al otro lado. Saco dos fotos de una piscina natural que se alimenta del agua de la ría y que se va renovando con la marea alta de cada día.
Uniendo las dos fotos se puede dar una idea de su dimensión. En ellas se ve una parte del pueblo de Étel y a un grupo de aprendices de windsurf. Llegando a la confluencia de dos calles, nos situamos Kyla y yo en el lugar que corresponde a su mapa. Ya estoy en la calle que me lleva al puente por el que podré pasar al otro lado de la ría. También sobre el río Sach y a Belz, donde pretendo comer. Étel en bretón se escribe An Intel. Me despido de Kyla, pues ya ha picado algo y quiere llegar al camping y comer allí. Nos deseamos suerte en nuestros proyectos, profesional el suyo, viajero el mío. Este encuentro con Kyla es como una premonición del que tendré el próximo verano de 2013 con otra canadiense francófona, la actriz Suzanne Clement, en Berck-sur-Mer, donde rodaba una película con otras dos actrices francesas. La última en que había participado, a las órdenes de Xavier Dolan, fue “Mommy”, con la que obtuvieron el Premio Especial del Jurado, en Cannes. En ella, Suzanne interpretaba el papel de Kyla, la vecina de la pareja protagonista. Suzanne ha interpretado alguna película más de Xavier Dolan, un director emergente, que está demostrando saber hacer buen cine.
Le hablo de mi curso de cocina y nutrición y compartimos ideas. El camino no nos lleva a la desembocadura de la ría, sino que, en forma circular, nos va orientando hacia Étel y el puente que me permitirá, por interior, cruzar al otro lado. Saco dos fotos de una piscina natural que se alimenta del agua de la ría y que se va renovando con la marea alta de cada día.
Uniendo las dos fotos se puede dar una idea de su dimensión. En ellas se ve una parte del pueblo de Étel y a un grupo de aprendices de windsurf. Llegando a la confluencia de dos calles, nos situamos Kyla y yo en el lugar que corresponde a su mapa. Ya estoy en la calle que me lleva al puente por el que podré pasar al otro lado de la ría. También sobre el río Sach y a Belz, donde pretendo comer. Étel en bretón se escribe An Intel. Me despido de Kyla, pues ya ha picado algo y quiere llegar al camping y comer allí. Nos deseamos suerte en nuestros proyectos, profesional el suyo, viajero el mío. Este encuentro con Kyla es como una premonición del que tendré el próximo verano de 2013 con otra canadiense francófona, la actriz Suzanne Clement, en Berck-sur-Mer, donde rodaba una película con otras dos actrices francesas. La última en que había participado, a las órdenes de Xavier Dolan, fue “Mommy”, con la que obtuvieron el Premio Especial del Jurado, en Cannes. En ella, Suzanne interpretaba el papel de Kyla, la vecina de la pareja protagonista. Suzanne ha interpretado alguna película más de Xavier Dolan, un director emergente, que está demostrando saber hacer buen cine.
De Étel a Belz.
Valerie.
Ya llevo un rato en
este pueblo de Étel. Antes acompañado y ahora solo. No veo ningún
lugar para comer, pero no me importa, ya que es un poco pronto para
hacerlo. Poco más de las doce y media. Saco foto de la iglesia de
Étel. Ofrece una fachada en blanco y gris y es algo diferente a las
que vengo viendo hasta ahora. No voy a verla por dentro. Es probable
que a esta hora esté cerrada. Avanzo entre calles buscando la salida
del pueblo hacia Belz y llego a un lugar en que se remansa el río.

Unas compuertas lo retienen y más que un río parece un lago. Por carretera menor, llego a Belz. Tampoco veo restaurantes en el pueblo y la carretera me desvía unos 200 metros hasta una crepería que no me resulta nada atractiva pero, como no hay otra cosa y al siguiente pueblo, Plouhinec, me va a costar llegar, con el riesgo de “la cocina está cerrada”, decido entrar. Alguien me dice que hay pizzería al llegar a la carretera principal hacia Lorient. No soy partidario ni de pizza ni de crepe pero cuando no hay más, prefiero la pizza. Llego y leo: “Pizza a importer”. Aunque hacen pizzas para llevar, también me la puedo comer allí. No quiero correr el riesgo de quedarme sin comer. Pido a Valerie una pizza y una cerveza (9+2,50) 11,50 € que pago con Visa. Veo cómo Valerie va integrando los ingredientes en la masa plana y cuando me la da para comer, compruebo que esta más que buena, riquísima. Pero una pizza me resulta demasiado grande para mí y los dos últimos triángulos, me los como aplastados uno al otro como si fueran un sándwich. Menos mal que voy empujando con la cerveza. No quiero demorarme porque cierran la pizzería a las 13:30 horas. Pero Valerie se queda conmigo hasta las 13:45 interesada en las historias que le estoy contando de mi viaje. También han llegado un joven y otro madurito y también han pedido pizza. El mayor me da la lata con que Ronaldo es mejor que Messi y me pedía el nombre de mis jugadores de fútbol favoritos. ¡Es un pesado! Quien me ha dado la cerveza ha sido el hermano de Valerie. Él no está haciendo nada en la pizzería, sólo entretiene a la clientela. Me dice que por la tarde a él le toca trabajar más. El negocio es familiar y ellos son así sus propios patronos. Yo diría que son sus propios obreros, puesto que son los que curran. La única diferencia es que si ellos trabajan bien, se llevan los beneficios y, si no tienen clientela, las pérdidas. Es lo que tiene el trabajo por cuenta propia. No valen los conceptos del trabajo asalariado. Al hermano de Valerie no le va ni el fútbol, ni el ciclismo. Prefiere la vela. “En Brest habrá concentración de veleros en unos días”, me dice. No creo que llegue a tiempo para verlo. No sabe decirme cual es el recorrido del Tour de France. Me gustaría saberlo para ver si me interesa coincidir o no en alguna etapa, como me ocurrió en Barcelona en 2009. Aunque llovió por la mañana, yo llegue a la capital condal antes que el primero. El hermano se va para las 13:30 y yo me quedo con su hermana el último cuarto de hora. Hablamos de política. Yo manejo mi tesis sobre el comunismo que nunca existió y que se rechazó como poco útil para el progreso social. Cualquiera diría que el capitalismo y la sociedad de consumo, son la panacea para la felicidad. Me despido de Valerie. Ella cierra su establecimiento y yo me voy hacia el Pont Lorois.
Unas compuertas lo retienen y más que un río parece un lago. Por carretera menor, llego a Belz. Tampoco veo restaurantes en el pueblo y la carretera me desvía unos 200 metros hasta una crepería que no me resulta nada atractiva pero, como no hay otra cosa y al siguiente pueblo, Plouhinec, me va a costar llegar, con el riesgo de “la cocina está cerrada”, decido entrar. Alguien me dice que hay pizzería al llegar a la carretera principal hacia Lorient. No soy partidario ni de pizza ni de crepe pero cuando no hay más, prefiero la pizza. Llego y leo: “Pizza a importer”. Aunque hacen pizzas para llevar, también me la puedo comer allí. No quiero correr el riesgo de quedarme sin comer. Pido a Valerie una pizza y una cerveza (9+2,50) 11,50 € que pago con Visa. Veo cómo Valerie va integrando los ingredientes en la masa plana y cuando me la da para comer, compruebo que esta más que buena, riquísima. Pero una pizza me resulta demasiado grande para mí y los dos últimos triángulos, me los como aplastados uno al otro como si fueran un sándwich. Menos mal que voy empujando con la cerveza. No quiero demorarme porque cierran la pizzería a las 13:30 horas. Pero Valerie se queda conmigo hasta las 13:45 interesada en las historias que le estoy contando de mi viaje. También han llegado un joven y otro madurito y también han pedido pizza. El mayor me da la lata con que Ronaldo es mejor que Messi y me pedía el nombre de mis jugadores de fútbol favoritos. ¡Es un pesado! Quien me ha dado la cerveza ha sido el hermano de Valerie. Él no está haciendo nada en la pizzería, sólo entretiene a la clientela. Me dice que por la tarde a él le toca trabajar más. El negocio es familiar y ellos son así sus propios patronos. Yo diría que son sus propios obreros, puesto que son los que curran. La única diferencia es que si ellos trabajan bien, se llevan los beneficios y, si no tienen clientela, las pérdidas. Es lo que tiene el trabajo por cuenta propia. No valen los conceptos del trabajo asalariado. Al hermano de Valerie no le va ni el fútbol, ni el ciclismo. Prefiere la vela. “En Brest habrá concentración de veleros en unos días”, me dice. No creo que llegue a tiempo para verlo. No sabe decirme cual es el recorrido del Tour de France. Me gustaría saberlo para ver si me interesa coincidir o no en alguna etapa, como me ocurrió en Barcelona en 2009. Aunque llovió por la mañana, yo llegue a la capital condal antes que el primero. El hermano se va para las 13:30 y yo me quedo con su hermana el último cuarto de hora. Hablamos de política. Yo manejo mi tesis sobre el comunismo que nunca existió y que se rechazó como poco útil para el progreso social. Cualquiera diría que el capitalismo y la sociedad de consumo, son la panacea para la felicidad. Me despido de Valerie. Ella cierra su establecimiento y yo me voy hacia el Pont Lorois.
De Belz
a Plouhinec. Pont Lorois.
Belz, con la “tz”
vasca, Beltz, equivale a negro. Pero yo, después de comer, no
veo el panorama tan negro, aunque el nubarrón que amenaza sobre el
puente, colabore a vaticinar lo peor. En la pizzería me han dicho
que hay 35 Km. para llegar a Lorient, pero ahora veo indicador de 25.
¿La diferencia dependerá de que coja la arteria principal o las
secundarias? Antes de pasar el puente, me fijo en unos invernaderos.
Tal como veo el panorama desde la carretera ascendente, me parece una zona muy arriesgada en caso de crecida de la ría de Étel. Supongo que antes de instalarlos aquí, habrán hecho un estudio de caudal, las crecidas en épocas de lluvia y deshielo, y las subidas del mar con las mareas extremas. En el invernadero se cultivan plantas ornamentales y flores. Con este pensamiento, sigo la carretera y paso el puente Lorois.
Podéis mirar las vigas y los tirantes, pero no miréis al cielo, no sea que a la nube negra le dé por descargar en forma de gotas espesas. Cuando estoy en el extremo contrario y antes de perder altura, saco fotos del tipo “Panorama desde el puente”, donde se aprecia la anchura que por aquí adquiere la Ría d’Étel.
Me paso a la acera del otro lado, y lo fotografío también, así tenemos una visión hacia el inicio y otra hacia la desembocadura. No sabría decir cual es cual, aunque me atrevería a decir que es en ese orden, porque en la segunda veo más barcos en el agua. El primer tramo de la carretera tiene exceso de circulación y, aunque el arcén es amplio, en cuanto tengo oportunidad me olvido de la carretera que me ofrece 25 Km. y voy hacia la que en poco rato me llevará a Plouhinec.
Así, sin más contratiempos, en menos de una hora, ya estoy en Plouhinec. He tenido suerte. No ha llovido en el trayecto y aquí sigue sin llover. Entro en la Oficina de Turismo. Pregunto por Mediateca y me remiten a Biblioteca. Como al pasar por ella ya he visto que los jueves sólo funciona por la mañana, se lo digo. No tengo otra opción, pero me sirve para darme cuenta de que esta mañana me he olvidado de afeitarme y de tomar la pastilla. En Turismo no me afeito, como es natural, pero sí tomo la pastilla olvidada. Este desfase no es bueno para la regulación de la hipertensión, pero tampoco catastrófico.
Plouhinec es Plehenec en bretón. Saco foto de la fachada exterior de la iglesia. Es gótica con nave central y de crucero. Entro en su interior. La cuarta puerta que empujo es la única que está abierta. Es amplia, alta y muy luminosa. Sus vidrieras permiten la entrada de mucha luz natural y eso que tenemos un día gris, muy gris. Saco foto de la nave central y me fijo en que ya he visto en varias ocasiones otras con lámparas como las que aquí cuelgan de la techumbre.
Saco también foto del confesionario, que me sirve para reflexionar sobre lo que las confesiones supusieron para mí en la época de mi adolescencia y juventud, cuando fui crédulo a la fuerza. Este confesionario es casi hasta bonito, con buena talla y cortinas de un amarillo ocre muy atractivo. ¿Todavía se sigue confesando aquí la gente? Cuando yo dejé mi credulidad ya se hacían confesiones comunitarias. No había que decir los pecados a nadie. Todo quedaba entre el pecador y Dios.

Abandono la iglesia igual que abandoné la religión y en la calle encuentro la diligencia, que es contraria a la pereza. Un carromato cubierto con lona y acristalado de plexiglás, es conducido por un carretero y empujado por un caballo percherón. Un grupo de personas realizan así su visita turística.
En caso de que llueva van bien protegidos, pero tiene poco sentido una visita turística en un vehículo que no deja ver bien lo que se desea ver bien. Cuando paso por La Canbuse, en la terraza no hay nadie, lo que me hace pensar que, de haber querido comer en esta brasserie, hubiera tenido problemas. He hecho bien en adelantar la hora y en haber comido la rica pizza.
Aún paso por otro lugar al que llego después de ser bendecido por el incienso de los altares. Llego purificado a una funeraria. Aquí no dan de comer. Todos los servicios son “post mortem” y, de momento, no tengo ninguna gana de fiambre (ni de comer, ni de convertirme en tal). Tampoco quiero que me transporten dentro de un ataúd y las lápidas que ofrecen me parecen tan grises como las nubes de las que trato de huir, aunque las disfracen con delfines juguetones. Es con estos pensamientos maquiavélicos como voy saliendo de esta breve visita a Plouhinec.
Tal como veo el panorama desde la carretera ascendente, me parece una zona muy arriesgada en caso de crecida de la ría de Étel. Supongo que antes de instalarlos aquí, habrán hecho un estudio de caudal, las crecidas en épocas de lluvia y deshielo, y las subidas del mar con las mareas extremas. En el invernadero se cultivan plantas ornamentales y flores. Con este pensamiento, sigo la carretera y paso el puente Lorois.
Podéis mirar las vigas y los tirantes, pero no miréis al cielo, no sea que a la nube negra le dé por descargar en forma de gotas espesas. Cuando estoy en el extremo contrario y antes de perder altura, saco fotos del tipo “Panorama desde el puente”, donde se aprecia la anchura que por aquí adquiere la Ría d’Étel.
Me paso a la acera del otro lado, y lo fotografío también, así tenemos una visión hacia el inicio y otra hacia la desembocadura. No sabría decir cual es cual, aunque me atrevería a decir que es en ese orden, porque en la segunda veo más barcos en el agua. El primer tramo de la carretera tiene exceso de circulación y, aunque el arcén es amplio, en cuanto tengo oportunidad me olvido de la carretera que me ofrece 25 Km. y voy hacia la que en poco rato me llevará a Plouhinec.
Así, sin más contratiempos, en menos de una hora, ya estoy en Plouhinec. He tenido suerte. No ha llovido en el trayecto y aquí sigue sin llover. Entro en la Oficina de Turismo. Pregunto por Mediateca y me remiten a Biblioteca. Como al pasar por ella ya he visto que los jueves sólo funciona por la mañana, se lo digo. No tengo otra opción, pero me sirve para darme cuenta de que esta mañana me he olvidado de afeitarme y de tomar la pastilla. En Turismo no me afeito, como es natural, pero sí tomo la pastilla olvidada. Este desfase no es bueno para la regulación de la hipertensión, pero tampoco catastrófico.
Plouhinec es Plehenec en bretón. Saco foto de la fachada exterior de la iglesia. Es gótica con nave central y de crucero. Entro en su interior. La cuarta puerta que empujo es la única que está abierta. Es amplia, alta y muy luminosa. Sus vidrieras permiten la entrada de mucha luz natural y eso que tenemos un día gris, muy gris. Saco foto de la nave central y me fijo en que ya he visto en varias ocasiones otras con lámparas como las que aquí cuelgan de la techumbre.
Saco también foto del confesionario, que me sirve para reflexionar sobre lo que las confesiones supusieron para mí en la época de mi adolescencia y juventud, cuando fui crédulo a la fuerza. Este confesionario es casi hasta bonito, con buena talla y cortinas de un amarillo ocre muy atractivo. ¿Todavía se sigue confesando aquí la gente? Cuando yo dejé mi credulidad ya se hacían confesiones comunitarias. No había que decir los pecados a nadie. Todo quedaba entre el pecador y Dios.
Abandono la iglesia igual que abandoné la religión y en la calle encuentro la diligencia, que es contraria a la pereza. Un carromato cubierto con lona y acristalado de plexiglás, es conducido por un carretero y empujado por un caballo percherón. Un grupo de personas realizan así su visita turística.
En caso de que llueva van bien protegidos, pero tiene poco sentido una visita turística en un vehículo que no deja ver bien lo que se desea ver bien. Cuando paso por La Canbuse, en la terraza no hay nadie, lo que me hace pensar que, de haber querido comer en esta brasserie, hubiera tenido problemas. He hecho bien en adelantar la hora y en haber comido la rica pizza.
Aún paso por otro lugar al que llego después de ser bendecido por el incienso de los altares. Llego purificado a una funeraria. Aquí no dan de comer. Todos los servicios son “post mortem” y, de momento, no tengo ninguna gana de fiambre (ni de comer, ni de convertirme en tal). Tampoco quiero que me transporten dentro de un ataúd y las lápidas que ofrecen me parecen tan grises como las nubes de las que trato de huir, aunque las disfracen con delfines juguetones. Es con estos pensamientos maquiavélicos como voy saliendo de esta breve visita a Plouhinec.
Acercamiento a
Riantec.
Viendo el panorama que
se me presenta en el mapa para llegar a Lorient, con su rada
complicada, creo que lo mejor será olvidarme de Port-Louis e ir
ascendiendo hacia el Norte. Parece que hay un barco que cruza la rada
de Lorient, pero no sé horarios y no quiero más riesgos. Deseo
llegar al albergue de Lorient a hora adecuada. Si hubiese querido ir
al albergue de Île de Groix, me habría convenido acercarme a
Port-Louis, pero no es el caso. Necesito un descanso de islas. Según
veo en el mapa, me va a convenir ir a Riantec, subir a la carretera
principal, la D-9, pasar puente sobre la rada, bajar a Lanester y
entrar a la ciudad preguntando por el albergue juvenil. Saliendo de
Plouhinec, empieza de nuevo a chispear. Un kilómetro antes de llegar
a Riantec, arrecia la lluvia y me veo obligado a cobijarme bajo las
copas de unos árboles tupidos. Lo malo de ello es que, como suele
decirse, “debajo de hoja dos veces se moja”. Cuando disminuye la
lluvia, vuelvo a la carretera, que también va ganando en movimiento
circulatorio. Voy incómodo y, aunque ya llueve menos, no me
encuentro con ganas de parar, ni de ver, ni de fotografiar nada.
Tengo claro que no quiero ir a Port-Louis, pero me surgen dudas sobre
Locmiquélic, el lugar de paso en barco a la ciudad de Lorient. Es
probable que con esta fórmula hubiera podido llegar a dormir al
albergue. Como no me decido por ello, tendré mi tercera experiencia
de dormir en patio de escuela. Tampoco me decido por Locmiquélic, a
pesar de que un padre, que lleva en brazos a su criatura, a punto de
meterse en su casa porque sigue lloviendo, me confirma que sí, que
ir allí me conviene. Como ya he decidido que no, cuando llego a la
desviación para Locmiquélic, la dejo a mi izquierda y continúo
tranquilo. Este error lo pagaré con creces, haciendo un recorrido
extra innecesario. Pero es tarde para lamentaciones. Muchas cosas han
influido en mi decisión: el gran tamaño de letra de Lorient en el
Norte de mi mapa, la lluvia, el desconocer la dificultad de caminar
por autopista (o autovía), el no ver bien (por no ponerme las
gafas), una línea fina que indica carretera de paso entre Lanester y
Lorient, han sido las que han funcionado en mi contra. A partir de
que he dejado la dirección Locmiquélic, desaparecen todas las
señales de dirección hacia Lorient. No las encontraré hasta que
llegue a la “autorroute” principal. En una parada de autobús, un
señor, que no parece esté en sus cabales, y dos jovencitas con sus
escuetas y pacatas respuestas, me ayudan a saber que la referencia
Hennebont también me sirve, pues este pueblo está siguiendo esta
carretera, que cruza la autopista, y continúa hacia el Norte. Cuando
llegue a la carretera principal, deberé olvidarla. Llego a un centro
comercial y una mujer me confirma que voy bien, en dirección
Lorient. Los cruces esperados no acaban de llegar, sigue lloviendo y
yo empezando a empaparme. Llegan desviaciones que no me vienen a
cuento. Por fin veo la desviación Lanester. Lo interpreto mal y creo
que no me interesa cuando, en realidad, era la dirección idónea. Lo
sabré dentro de un rato, cuando hable con un taxista. Vuelta a
pensar en Hennebont y sin referencia Lorient. Ha sido un fallo que
junto a Lanester no hayan puesto la de Lorient. La habría cogido sin
duda alguna. Tras dos rotondas, también desaparece del todo
Hennebont. Y, sin poner para nada Lorient, empiezan a aparecer las
señales de Oeste, Este, Centro. Ya estoy de lleno en la autopista y
no tengo opción a salir. Encuentro a un taxista que está en
camisa fuera de su taxi, pues ahora sólo chispea ligeramente. Le
pregunto. No se cree mi viaje: “N’est pas vrai” (no es verdad),
me dice. Pero le enseño mi diario, mis dibujos y el mapa y parece
que le convenzo. Ha sido una suerte que me lo haya encontrado aquí,
pues la única opción válida es seguir a Hennebont. Me dice:
“Retrocede hasta la segunda rotonda, unos dos kilómetros (por lo
que tardo, van a ser casi 3) y coge por Lanester. Luego pasa por un puente
la Rada de Lorient.” Agradezco al taxista su ayuda y hago lo que me
dice. Tengo suerte porque, en este tramo, va a parar de llover.
Puente sobre La Rade
de Lorient.
Lorient es en bretón
An Oriant. Por fin veo el puente indicado. Lo que más destaca es su
estructura obsoleta. No sé si se trata de una estructura poco
funcional pero que sirvió en algún tiempo, o si es algo que se
construyó en su momento y nunca funcionó. Saco foto lejana del
puente.
Cuando me acerco, intento sacar una foto de todo el pilar con su gemelo al otro lado de la rada. No guarda una relación perfecta el uno con el otro. Hay una ligera inclinación que dejaría desplazada la carretera que los pudiera conectar. Mis dudas ahí quedan. Tras este paréntesis, empieza de nuevo a llover y va a continuar hasta que llegue a Lorient.

Saco foto desde el puente cuando ya casi he cruzado al otro lado de la Rada. Se configura así un gran puerto entre fluvial y marítimo. Todavía me va a costar entrar en el centro de Lanester. Llego a un centro para jóvenes, por si fuera el albergue que busco, pero estos de Lanester no tienen ni idea de lo que se cuece en Lorient, y de su albergue, menos. La chica me dice: “corre, ahora tienes bus” y alucina cuando le digo que vengo andando desde la frontera, desde el País Vasco. Poco a poco llego al paseo marítimo de la rada, un lugar muy bonito, lleno de grandes árboles y con muchos bancos para descansar y contemplar el paisaje que ofrece la rada.
Una rada que en su parte fangosa verdusca contiene unos palos que hacen recordar zona marisquera y que si no pones mucha atención recuerda a la estructura de los enormes cementerios de la Segunda Guerra Mundial, con su ordenado crucerío. Aquí no hay cruces, pero el orden se mantiene. Al fondo ya veo el puente que me pasará definitivamente de Lanester a Lorient. Con esta foto se acaba mi reportaje fotográfico del día. Ahora un rato de zozobra para localizar el auberge de jeneusse.
Cuando me acerco, intento sacar una foto de todo el pilar con su gemelo al otro lado de la rada. No guarda una relación perfecta el uno con el otro. Hay una ligera inclinación que dejaría desplazada la carretera que los pudiera conectar. Mis dudas ahí quedan. Tras este paréntesis, empieza de nuevo a llover y va a continuar hasta que llegue a Lorient.
Saco foto desde el puente cuando ya casi he cruzado al otro lado de la Rada. Se configura así un gran puerto entre fluvial y marítimo. Todavía me va a costar entrar en el centro de Lanester. Llego a un centro para jóvenes, por si fuera el albergue que busco, pero estos de Lanester no tienen ni idea de lo que se cuece en Lorient, y de su albergue, menos. La chica me dice: “corre, ahora tienes bus” y alucina cuando le digo que vengo andando desde la frontera, desde el País Vasco. Poco a poco llego al paseo marítimo de la rada, un lugar muy bonito, lleno de grandes árboles y con muchos bancos para descansar y contemplar el paisaje que ofrece la rada.
Una rada que en su parte fangosa verdusca contiene unos palos que hacen recordar zona marisquera y que si no pones mucha atención recuerda a la estructura de los enormes cementerios de la Segunda Guerra Mundial, con su ordenado crucerío. Aquí no hay cruces, pero el orden se mantiene. Al fondo ya veo el puente que me pasará definitivamente de Lanester a Lorient. Con esta foto se acaba mi reportaje fotográfico del día. Ahora un rato de zozobra para localizar el auberge de jeneusse.
Lorient. Buscando
albergue.
Cuando paso el último
puente, lo hago sin gana de más fotos. Así entro en la gran ciudad.
Ya han pasado las ocho y media y me temo que, aunque localice el
albergue, al llegar ya estará cerrada la recepción. Pero lo
intento. A todos los que voy preguntando, les suena a chino. Piensan
que en Lorient no hay albergue. Tampoco conocen dónde está la calle
Víctor Schoelcher. ¿No podrán haber puesto apellido más
complicado? ¡Lástima! Por fin doy con un hombre que lo conoce y
sabe dónde está. Él no me puede acompañar, ni siquiera un tramo,
pues tiene que ir a algún sitio concreto y yo le estoy
entreteniendo. Como ve mi indefensión, para un coche para que me
lleve. Pero el primer intento resulta fallido. El hombre me acompaña más que
lo que puede y me deja orientado pero, en un cruce interpreto mal, me
desoriento y tomo una decisión errónea. Pregunto a otro y me
desorienta aún más. Acabo bajando hacia unas vías obsoletas que
parecen estar fuera ya de la ciudad. Si hubiese seguido la
orientación Larmor-Plage, es probable que hubiera llegado, aunque
fuera tarde (pero eso lo sabré mañana cuando hable con otra
Valerie, la panadera, durante el desayuno matutino), pero no tiro a
la derecha y sigo adelante. He visto al pasar un patio de escuela y
leído: École Elementaire Publique Merville. Bueno, total que estoy
en unas vías de tren. Retrocedo por las vías y llego al inicio de
la calle. No veo nombre de la rue y decido volver a la calle en que
he visto el patio de la escuela.
Escuela Elemental
Pública Merville.
Me parece buen sitio
para dormir a cubierto, hoy no está un día como para dejarse
atrapar por la lluvia, pero las puertas están cerradas. Barajo todas
las opciones que el lugar me ofrece: un voladizo junto a unos
retretes, un invernadero con plantas, que deja poco margen en el
centro y, por fin veo que, por detrás, se puede acceder al patio
cubierto que yo había visto desde la puerta. Hay un coche aparcado
dentro, al lado contrario de los servicios para niños y niñas
cuando están en el recreo, y otros en el patio al aire libre. Sólo
me preocupa que me puedan ver los dueños del primero cuando vengan a
cogerlo. Estamos en extremos contrarios. Es algo más ventoso, pero
estaré junto a los servicios. Me vendrá bien durante la noche,
cuando me levante a orinar. El WC más próximo es el de las chicas y
va a ser el que voy a usar. Tiendo en las espalderas la ropa mojada
por la lluvia. Algo, poco, se secará por la noche, mientras dure el
viento que, que va a desaparecer de madrugada. Duermo relativamente
bien, para ser en suelo duro de cemento. Como la colchoneta se me
desinfla, la hincho cada vez que me levanto a orinar. Hoy no habrá
foco alguno que se encienda cada vez que me levanto. Me levanto tres
veces. No tiro de la bomba hasta que me voy por la mañana. Cojo agua
fresquita y rica. Preparo la cama. Esterilla y saco están algo
húmedos, pero no me crea problemas. Duermo en calzoncillos y me
pongo el jersey negro. En el patio hay un foco potente orientado
hacia mi rincón. Me hace algo más visible pero me tapo la cabeza
con la capucha del saco, que me protege de la luz y así no me
molesta. Tampoco me molestan las voces que me llegan de la calle, ni
el ruido de los coches. Noche tranquila, en definitiva. Sueño con el
que fuera mi jefe, Morlán, que trata de justificarse conmigo por
haberse casado por segunda vez. No sé la razón de este sueño, pues
él es muy dueño de hacer lo que quiera y pueda con su vida. ¡Jamás
se me ocurriría recriminar al mejor jefe que tuve en toda mi larga
vida laboral! Por buscar una explicación que me afecte ¿Estoy
poniendo barreras a que yo pueda hacer lo mismo? ¿Un segundo
matrimonio? ¡Dios me libre!
Balance de una
jornada larga y poco brillante.
Quizás lo más
interesante del día haya sido la charla en el desayuno con Pía, la
austriaca, y su tesis doctoral, y el encuentro a mediodía con Kyla,
oceanógrafa reconvertida en panadera-pastelera. Kyla me ha traído
el recuerdo de Suzanne Clement pero a toro pasado, cuando escribo el
blog, puesto que a Suzanne la conoceré en 2013. Quizás sea premonitorio ela coincidencia del nombre del que será el de su personaje en la próxima película de Xabier Dolan. Ha sido una pena que
el día haya estado tan malo que ni en la Grande Plage, donde me
podría haber dado un baño desnudo, ni en la nudista oficial de
Kerminihy, he podido disfrutar de nudismo. Buena la pizza y la
conversación con Valerie. Ha sido curiosa la charla corta con su
hermano y su visión del negocio familiar. También que no le gusten
los deportes de masas y mucho la vela. A falta de albergue, he tenido
suerte de encontrar cobijo en la tercera escuela del viaje. Es de
agradecer el interés del hombre que conocía dónde está el
albergue, pero no estaba disponible para acompañarme.
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