Etapa 10 (301). 17 de
junio de 2012, domingo.
La Porge Océan/Le
Gressier-Lacanau Océan-Carcans-Hourtin.
Reflexiones en la
tienda de campaña.
Al dormir en tienda,
esta noche no he visto ni estrellas, ni luna, ni mi Osa querida. Tampoco las hubiera
podido ver, estando encapotado el cielo. Ha llovido durante un rato,
y he temido que el agua filtrara hasta dentro de la tienda de
campaña. He notado algo de humedad y frío en los pies del saco de
dormir, pero he comprobado que ha sido una falsa alarma. No había entrado agua. De
madrugada, vuelven a caer algunas gotas. La música machacona anula
el ruido monótono del romper de las olas oceánicas. ¡Una lástima!
Sin lluvia ni música, habría sido una tarde noche perfecta.
Ayer me ofrecieron fumar porro pero, si no fumo tabaco y nunca he
fumado porro, ni sentido la necesidad de hacerlo, ¿tiene sentido que
lo haga ahora? ¡A la vejez, viruelas! Creo que trajeron demasiada bebida para divertirse amigos que se llevan tan bien y se quieren
tanto. Creo que no había necesidad. Se lo habrían pasado igual de
bien, o mejor, sin ella. Cierto que algunos de los que llegaron
a última hora ni se conocían. Me gustó cómo se repartieron las
tareas en el grupo. Asumieron que el que dormía la mona tumbado en
la arena no era útil para el grupo en ese estado y prescindieron de
él. Cuando yo llegué ya estaba muerto por la resaca de la noche
anterior. Muerto y enterrado, con el cuerpo cubierto de arena y sólo
con la cabeza fuera. Durante la tarde salió de la arena pero, metido
en su saco, siguió durmiendo la mona. También dormía Samantha,
pero eso estaba justificado por su avanzado estado de gestación. Confío en
que las fotos de ayer tarde reflejen la realidad del campamento, el
clima de amistad. Pero siempre les faltará el olor a leña quemada,
que hacía que la zona pareciera un campamento de gitanos. Hoy va a
ser un día con pocas fotos.
Amanecer y despedida
de los que quedan vivos del grupo. “La transmisión”.
Me he despertado a las
seis y media y para las siete ya estoy preparado para marchar. No sé
lo que debo hacer con la tienda y la limpio lo mejor que puedo. Salgo
de la tienda y orino. Voy con las pastillas hacia el grupo.
Mientras, Damien, con una amiga, se arrastra por la arena, como si fuera a llegar así hasta Dunkerke. Me acerco a Hugo, Astrid y otra pareja, cuyo nombre no recuerdo. Los cuatro están en la primera foto de la mañana. Jenny, que trabaja en sanidad, mira mis pastillas y, aunque no la marca que las comercializa, dice que es el mismo producto que se utiliza en Francia. Pone sus dedos en mi muñeca y me dice que tengo el corazón de un hombre joven. ¡Gracias Jenny, por tu información! Me despido de ella, pues se va a acostar sobre colchoneta azul, bajo lona también azul. Ayer despejamos este espacio y juntamos las mochilas entre lona blanca y la azul. Deseo a Samantha una “hora corta” para la venida de Milo y explico a Hugo el significado de “hora corta”. Se puede traducir que es el deseo de un parto rápido y sin dolor. Hugo lo transmite a sus compañeros. Saco una foto a los cuatro adoptando una posición similar a los músicos de Bremen, o como si fuera un castellet mínimalista. Hugo y su amigo se ponen debajo a cuatro patas. Sobre ellos sube la otra chica y, cuando lo hace Astrid, el castillo se desmorona. Todos caen y ríen, en una risa incontenible, imposible de controlar, tras toda una noche sin dormir. He sacado la foto antes de que todo se desmorone. Tienen sus caras pintadas y, al despedirme, tratan de pringármela a mí aprovechando los besos de despedida. Hugo me dice: “eres la transmisión”. Lo que interpreto que quiere decir es que me considera el enlace entre los adultos y los jóvenes, un enlace que está bastante deteriorado en estos tiempos. Quizás sea algo que siempre ha ocurrido. La desconexión intergeneracional.
Mientras, Damien, con una amiga, se arrastra por la arena, como si fuera a llegar así hasta Dunkerke. Me acerco a Hugo, Astrid y otra pareja, cuyo nombre no recuerdo. Los cuatro están en la primera foto de la mañana. Jenny, que trabaja en sanidad, mira mis pastillas y, aunque no la marca que las comercializa, dice que es el mismo producto que se utiliza en Francia. Pone sus dedos en mi muñeca y me dice que tengo el corazón de un hombre joven. ¡Gracias Jenny, por tu información! Me despido de ella, pues se va a acostar sobre colchoneta azul, bajo lona también azul. Ayer despejamos este espacio y juntamos las mochilas entre lona blanca y la azul. Deseo a Samantha una “hora corta” para la venida de Milo y explico a Hugo el significado de “hora corta”. Se puede traducir que es el deseo de un parto rápido y sin dolor. Hugo lo transmite a sus compañeros. Saco una foto a los cuatro adoptando una posición similar a los músicos de Bremen, o como si fuera un castellet mínimalista. Hugo y su amigo se ponen debajo a cuatro patas. Sobre ellos sube la otra chica y, cuando lo hace Astrid, el castillo se desmorona. Todos caen y ríen, en una risa incontenible, imposible de controlar, tras toda una noche sin dormir. He sacado la foto antes de que todo se desmorone. Tienen sus caras pintadas y, al despedirme, tratan de pringármela a mí aprovechando los besos de despedida. Hugo me dice: “eres la transmisión”. Lo que interpreto que quiere decir es que me considera el enlace entre los adultos y los jóvenes, un enlace que está bastante deteriorado en estos tiempos. Quizás sea algo que siempre ha ocurrido. La desconexión intergeneracional.
Me agrada sentirme en
ese papel de conector. Ayer, al inicio de la conversación, hablamos
de Victor Hugo y Los Miserables, cuyo espectáculo había visto con
Mi amiga Luisa en Barcelona y cuya novela tengo intención de leer.
Ante la tragedia que es la novela del francés, me pareció un
despropósito que alguien hiciera un musical tan espectacular. Cuando
lea la novela, se confirmará esta primera impresión. Hablamos de
Jean Valjean, pero no conseguía recordar el nombre de la madre, para mí el personaje
más trágico. Ellos me rememoran a Cosette y yo consigo recuperar el
de Fantine, la que más sufre en la obra. El colmo del sufrimiento
entre tanto personaje sufriente. Al igual que escribí a Damien la
dirección de mi blog en el abanico de una concha, lo hago ahora en
otra y se la doy a Hugo. Ya de lejos, me despido de todos agitando la
mano en alto y continúo mi caminar con cierta emoción en mis
vísceras. Realmente no ha sido tiempo perdido el que he dedicado a
estar con este grupo de jóvenes con el que me he entendido en el
lenguaje universal de los sentimientos.
Tras la despedida del
grupo de jóvenes, camino por la orilla hasta llegar a un pescador.
Allí saco la última foto de la mañana. Sigo adelante y encuentro a
otros dos pescadores, pero están en la arena seca, ya casi en la duna.
Tienen las cañas cruzadas, como en aspa. Las dos orientadas hacia el
cielo. Una en dirección al mar y la otra hacia la duna. Se me ocurre
un chiste y trato de transmitirlo. Tiene que ver con mi padre, que
era igual de aficionado a la pesca como a la caza. Les digo que
mientras una caña pesca, la otra caza. Una vez, en Alsasua, mi padre
fue a pescar cangrejos al cauce de León (no estamos lejos de Le
Lion) y volvió a casa con un zorro que se había muerto ahogado. Se
podía pensar que había intentado beber agua, había caído al cauce
y las paredes de cemento no le habían permitido volver a subir. Así
que mi padre, que fue de pesca, volvió con caza. Ya he dicho el
chiste, pero ahora trato de que lo entiendan.
Poca gracia puede tener un chiste que necesita ser explicado, pero me esfuerzo y lo consigo a medias. No sé decir zorro en francés, así que hago un dibujo en la arena, podría parecer un lobo, pero uno de los franceses lo interpreta como nutria. Oigo que dice “loutre”. ¡Qué más da nutria que zorro! Ha sido una pena no saber bien francés. Podríamos haber hecho unas risas los tres. El fin de la historia del zorro pescado por mi padre fue, que lo llevó a casa, dejó un olor pestilente durante unos días, se ve que llevaba unos cuantos más muerto y en remojo. Mi madre era una magnífica cocinera y hacía una salsa que iba divinamente como acompañamiento de la caza, así que, llegado el fin de semana, mi padre, con su cuadrilla de amigos, se lo trapiñaron y no dejaron ningún resto para que lo probáramos. De todas formas, con el olor que había dejado en la casa y que duraría unos cuantos días más, tampoco teníamos el deseo de catar tan nauseabundo manjar. Por otro lado, la confusión zorro, lobo, nutria y la dificultad que he tenido con los franceses para contar la anécdota, no es ajena a otra circunstancia cuya protagonista fue mi madre. Como he dicho, era buena cocinera, y solía preparar guisos de encargo, que luego se comían en el bar o en el comedor, que estaban por debajo del piso en que vivíamos. Un día, un amigo de la familia, le pidió que guisara un zorro (otro) que había cazado. A mi madre, algo experta en reconocer especies animales, aquello no le pareció zorro y, al dudarlo, el amigo le dijo: “¿Si quieres te traigo las zarpas?” Mi madre le dijo que no: “Vais a ser vosotros quienes lo vais a comer”. Llegó el día. El guisado estaba exquisito pero había fallado algún comensal y sobró, así que nos quedó algo para que probáramos la familia. Nos pareció exquisito aquel zorro. A los pocos días, supimos que había desaparecido el perrico de los frailes y así, haciéndole confesar al amigo supimos que, aquel bocado que nos supo tan rico, era de perro. Fue la primera vez que comí perro en mi vida. Tras contarles algo del paseo que estoy haciendo por las costas francesas, me despido de los dos pescadores y doy unos pasos adelante, pero me vuelvo para sacarles foto y a las cañas en aspa. La cámara fotográfica no va. Se le ha acabado la batería. Por eso he dicho, al fotografiar al pescador esta mañana, un poco antes de este encuentro, que he sacado la última foto de la mañana. No podré sacar más hasta que cargue la batería en Lacanau-Océan.
Poca gracia puede tener un chiste que necesita ser explicado, pero me esfuerzo y lo consigo a medias. No sé decir zorro en francés, así que hago un dibujo en la arena, podría parecer un lobo, pero uno de los franceses lo interpreta como nutria. Oigo que dice “loutre”. ¡Qué más da nutria que zorro! Ha sido una pena no saber bien francés. Podríamos haber hecho unas risas los tres. El fin de la historia del zorro pescado por mi padre fue, que lo llevó a casa, dejó un olor pestilente durante unos días, se ve que llevaba unos cuantos más muerto y en remojo. Mi madre era una magnífica cocinera y hacía una salsa que iba divinamente como acompañamiento de la caza, así que, llegado el fin de semana, mi padre, con su cuadrilla de amigos, se lo trapiñaron y no dejaron ningún resto para que lo probáramos. De todas formas, con el olor que había dejado en la casa y que duraría unos cuantos días más, tampoco teníamos el deseo de catar tan nauseabundo manjar. Por otro lado, la confusión zorro, lobo, nutria y la dificultad que he tenido con los franceses para contar la anécdota, no es ajena a otra circunstancia cuya protagonista fue mi madre. Como he dicho, era buena cocinera, y solía preparar guisos de encargo, que luego se comían en el bar o en el comedor, que estaban por debajo del piso en que vivíamos. Un día, un amigo de la familia, le pidió que guisara un zorro (otro) que había cazado. A mi madre, algo experta en reconocer especies animales, aquello no le pareció zorro y, al dudarlo, el amigo le dijo: “¿Si quieres te traigo las zarpas?” Mi madre le dijo que no: “Vais a ser vosotros quienes lo vais a comer”. Llegó el día. El guisado estaba exquisito pero había fallado algún comensal y sobró, así que nos quedó algo para que probáramos la familia. Nos pareció exquisito aquel zorro. A los pocos días, supimos que había desaparecido el perrico de los frailes y así, haciéndole confesar al amigo supimos que, aquel bocado que nos supo tan rico, era de perro. Fue la primera vez que comí perro en mi vida. Tras contarles algo del paseo que estoy haciendo por las costas francesas, me despido de los dos pescadores y doy unos pasos adelante, pero me vuelvo para sacarles foto y a las cañas en aspa. La cámara fotográfica no va. Se le ha acabado la batería. Por eso he dicho, al fotografiar al pescador esta mañana, un poco antes de este encuentro, que he sacado la última foto de la mañana. No podré sacar más hasta que cargue la batería en Lacanau-Océan.
Acercamiento a
Lacanau-Océan. 15 limícolas.
Como sigo caminando por
la playa y no subo ni una sola vez a la duna, no puedo comprobar lo
que aparece en mi mapa. Desde donde he partido esta mañana hasta
Hourtin-Plage, donde dormiré esta noche, voy paralelo a estanques de
interior. El más próximo, el que está a la par de donde voy ahora,
es l’Étang de Lacanau, aunque el núcleo de población más
costero está en paralelo con el extremo norte del lago. Luego
vendrán algunos “marais”, palabra que los franceses usan para
pantano o marisma, y otro lago más pequeño, l’Étang de Cousseau.
No será hasta por la tarde, que iré paralelo a un grandísimo lago
que, en su parte Sur lo llaman l’Étang de Carcans y al Norte
recibe el nombre de l’Étang d’Hourtin. Así lo voy viendo en el
mapa y empiezo a recordar que, cuando pasé bordeando los lagos de
Aureilhan y Biscarrosse-Parentis, había multitud de “moustiques”
(mosquitos), así que me hago el propósito de superar el del Norte y
dormir pasado Hourtin-Plage. Como se verá, lo voy a conseguir.
Pronto empiezo a ver en la lejanía el siguiente núcleo poblacional
y, por la hora que es, pienso que será el de Lacanau. El indicativo
Le Lion, que aparece en mi mapa, ni me he enterado de cuándo lo he
pasado. Supongo que no había nada significativo en la playa y, como
no me he asomado a la duna… Como del campamento acogedor he salido
sobre las 7:45 y voy a llegar a Lacanau pasadas las nueve, calculo
que los 6 kilómetros que me indicó el socorrista de Le Porge Océan,
han quedado algo cortos. Había alguno más. El firme de la orilla está magnífico
para caminar por la arena y la parada con los pescadores ha sido más
breve que el tiempo que he tardado en contarlo, al embrollarlo con
historias de mi madre y mi padre. Cuando voy por la orilla, corren 15
correlimos. Cuando he conseguido contarlos, y en varias ocasiones me
ha salido el mismo número, me digo para mí: “doce parejas y tres
viudas” y yo mismo me río la gracia. Pero también podrían ser
doce parejas y un bígamo, pues desconozco como se produce el apareo
de estos limícolas. El número permite muchas combinaciones, todas
posibles.
Lacanau-Océan.
Desayuno en el Hotel Oyat.
Empiezo a avistar casas
y otras construcciones. Saludo al pasar a tres mujeres que van por la
arena. Luego, ya más cerca, pregunto a otra mujer, solitaria, quien
me dice que si quiero desayunar, no suba hasta el final de la playa,
donde hay un edificio más alto, por encima de la duna. Veo
restaurante I’imprévu y me hace gracia esta palabra que es un
adjetivo que complementa mi filosofía de viaje: lo imprevisto. Pero
lo imprevisto está hoy cerrado para mí, y para el resto. Justo al
lado, veo gente desayunando, pero se trata de clientes del Hotel Oyat
que, según me explicará el pater familias de una de cuatro
miembros, “oyat” es el nombre de una planta que arraiga en la
duna y que, con sus raíces, hace que la duna se mantenga y no se
desmorone. Según me dice, echa un filamento profundo. Quizás sea
esta la planta protegida que me comentaba Jokin, quizás la que tuve
tan cerca durmiendo en la zona militar, al inicio de La Gironde, nada
más salir de Las Landas por Biscarrosse, y que fotografié al
amanecer. ¿Podría ser la grama? Pregunto a la camarera si puedo desayunar y lo consulta con
el encargado. Él me dice que puedo hacer un desayuno de café con
algo o, algo más completo por 9 €. Me decido por esta última
opción. Lo pago en metálico. Descargo las mochilas y me coloco en
mesa interior. Pongo la máquina de fotos a cargar. Estará cargando
casi tres horas. Salgo a desayunar a la terraza. Desayuno: dos vasos
de zumo, York (París o Bayonne), huevo duro, un quesito redondo (de
piel roja desmontable) y un panecillo. Un bol de yogur con frutos secos:
dos dátiles, dos higos y dos albaricoques desecados. Dos croissants
y un tercero con mermeladas: albaricoque, ciruela y cereza. Tres
pastelitos con chocolate y pasas. Bebo dos tazas muy grandes de café
con leche (café-crème). Quedo satisfecho. He acertado inclinándome
por el desayuno de bufé. Me pongo a escribir el diario. Tengo mucho
que contar de lo acontecido ayer, sobre todo entre la tarde y la
noche. También la despedida de esta mañana. Los camareros están
poniendo las mesas para la hora del almuerzo, que ya se acerca. Ponen
todas menos la mía y no me meten ninguna prisa. Cago en el interin.
A las 11:30 horas llegan más camareros pues para las doce empiezan ya a
servir comidas. Durante el desayuno, a una camarera le he hablado de
mi viaje. Me ha tocado hacer larga cola cuando he ido por el segundo
café con leche. La expendedora es lentísima. A las 12:30 horas la
cámara ya está cargada. Sobre las once, he hablado con Vera. “¿Otra
vez?”, me dice. Me explica por qué no puedo conectar con Sara. Ha
cambiado de compañía y tardarán unos días en hacerle la nueva
conexión. Todo va bien. Le cuento algo de mi estancia de ayer con
los jóvenes treintañeros. Aprovecho: ¡Para un día que duermo en
tienda de campaña y no al raso! Para que los camareros puedan
completar la preparación de las mesas del comedor, me retiro a la
mesa de interior en que había dejado las mochilas y cargando la
cámara, y allí sigo escribiendo. Enchufo ahora el móvil hasta lo
que dé de sí el tiempo que esté allí. Orino y sigo escribiendo.
Se acerca el encargado para decirme que, cuando salga, lo haga por
otra puerta, pues la que conecta con el comedor, durante la hora del
almuerzo, la van a cerrar. Después se acerca el dueño del hotel,
quien me da ideas de dónde parar cuando llegue al Norte, al estuario
y la desembocadura del río La Gironde. Me dice también que la costa
tiene más de 80 km, unos cien. En realidad, tal como va este camino,
me da igual que tenga cien kilómetros o doscientos. Hoy seguiré en
la costa girondina y creo que mañana también. Ha sido una lástima
que en la toilette no haya encontrado ningún enchufe para afeitarme.
Orino, cago de nuevo y a las 13:15 ya estoy en marcha, saliendo por
donde me han indicado.
Paseando por
Lacanau-Océan. Construcciones curiosas.
Como he desayunado tan
bien, ha sido un desayuno tan completo, la preocupación por la hora
de la comida se ha disipado. Espero encontrar lugar para cenar.
Además de dar copioso alimento al cuerpo, usar los aseos, conectar
con la familia y alimentar el espíritu con la escritura del diario,
que me volverá a dar satisfacción al leerlo cuando lo transcriba,
como está ocurriendo ahora, el comportamiento del servicio del hotel
ha sido magnífico y digno de agradecer. Con el móvil suficientemente
cargado, salgo por recepción, donde me despido del encargado. Es el
que me ha dado la primera información cuando he llegado y se lo
agradezco. Salgo entre el Hotel Oyat y el Restaurante l’Imprévu.
Lacanau es una villa de atractivo turístico, con todos los tópicos
de estos lugares, con oferta hostelera, tiendas y tenderetes por las
calles. Bajando por la calle peatonal, saco una foto hacia atrás,
donde lo único que puedo constatar es que l’Oyat tiene dos
estrellas aunque, en mi opinión, ha sido un lugar merecedor de
cinco.
Todo el paseo está lleno de tiendas de souvenirs, ropas, terrazas de cafeterías y restaurantes… Todo ello con poca personalidad.
Continuamente hay bajadas hacia la playa y llego a una casa particular, de ladrillo, que destaca como una joya pintoresca del lugar. Su estructura de casa para ricos hacendados es lo que más me llama la atención.
Siguiendo, un poco más adelante, encuentro otro restaurante caprichoso, con fachada de madera, le Café Maritime. Además de la terraza a pie de paseo, donde hay clientes comiendo, tiene otras amplias terrazas en los dos pisos superiores. No puedo sustraerme a sacar foto de estos dos edificios, que me parecen los más singulares del lugar, ahora que ya tengo la batería cargada. El paseo marítimo se va acabando y, por una de las últimas bajadas, desciendo a la playa.
Todo el paseo está lleno de tiendas de souvenirs, ropas, terrazas de cafeterías y restaurantes… Todo ello con poca personalidad.
Continuamente hay bajadas hacia la playa y llego a una casa particular, de ladrillo, que destaca como una joya pintoresca del lugar. Su estructura de casa para ricos hacendados es lo que más me llama la atención.
Siguiendo, un poco más adelante, encuentro otro restaurante caprichoso, con fachada de madera, le Café Maritime. Además de la terraza a pie de paseo, donde hay clientes comiendo, tiene otras amplias terrazas en los dos pisos superiores. No puedo sustraerme a sacar foto de estos dos edificios, que me parecen los más singulares del lugar, ahora que ya tengo la batería cargada. El paseo marítimo se va acabando y, por una de las últimas bajadas, desciendo a la playa.
Hacia la Plage Nord.
Esta playa de Lacanau
tiene la estructura de playa urbana, toda textil. Me acerco a una
caseta de socorristas. Los que vigilan, desde su asiento elevado, son
chica y chico. Pronto llego a una zona en que no hay nadie y la playa
empieza a ofrecer visos de que pueda ser nudista o, al menos, se
pueda practicar nudismo. Veo de lejos a alguien desnudo y también la
pareja, que va por delante de mí, se detiene y se desnuda. Así que
yo, otro poco más adelante, también hago lo mismo. Una bonita
manera de poner colofón a tan magnífica mañana. Me baño varias
veces y camino por la orilla para secarme. De vez en cuando me tumbo.
Un chico con traje de neopreno ha salido del agua con su champero, ha
subido hacia la duna y en la arena seca se ha desnudado. Luego se ha
metido por detrás de la duna y reaparecerá en bañador por el Norte
de la playa. Ahora, de regreso a su sitio, se vuelve a desnudar. Yo
estoy sentado al sol y apoyo mi espalda en la mochila. Se está
genial. Imitando a mi vecino, también hago algún ejercicio de
Pilates. Agarro una botella de plástico que el airecillo empujaba
desde la arena seca hacia el mar. Los vecinos se van y dejo la
botella sujeta con un palito para que el viento no se la vuele de nuevo, pero resulta que el palito es de él y se lo va a llevar, así
que deja la botella apoyada en el poste. Para que no se vuele, la
entierro un poco y la tapo con arena. Es entonces cuando les digo que
estoy recorriendo la costa atlántica francesa y les cuento la fiesta
de ayer. Para hacerme entender, canto “Feliz aniversaire…”, con
la misma música que usamos para cantar “Cumpleaños feliz”. La
mujer comprende que no voy a encontrar papelera para echar la botella
en muchos kilómetros, así que se la lleva ella. Ellos se van. Yo
también he disfrutado de playa más de hora y cuarto y, aunque estoy
muy a gusto, considero conveniente continuar adelante.
Doce kilómetros en
bolas pero con mochilas por vestimenta.
No tengo foto, pero
parece una imagen bastante impresentable. Es lo que hay. Si quiero
hacer nudismo y avanzar, debo acarrear el equipaje. En Lacanau he
perdido la tirita que me puso el socorrista, así que aprovecho para
que cuando la olita rompe en la orilla, me bañe el talón y, con el
yodo, el mar me cure de forma natural. Después de andar un rato, me
paro para darme otro baño. Un hombre me alcanza. Viene desnudo y con
la toalla enrollada en el brazo. Tendrá una edad de unos 70 años y
se le ve que está disfrutando tanto como yo de poder ir desnudo. Le
hablo de la libertad, pero se muestra parco en palabras. Como no es
cuestión de forzar, le dejo que siga adelante. Me ha dicho que aún
me quedan 100 kilómetros para llegar a Le Verdon-sur-Mer y coger el
transbordador. Le respondo que ya no pueden ser tantos. Pero él ha
insistido en su afirmación. Tras el baño y sin esperar a secarme,
cojo las mochilas y voy tras sus huellas. Mientras él siga desnudo,
yo también. Así sabré el límite. Pero tras andar poco más de un
kilómetro a la zaga de él, el hombre mayor se para, extiende la
toalla en la arena y allí se tumba. Ya empiezo a ver los primeros
nudistas de la playa de Carcans.
Carcans plage.
Empiezo a ver
bastantes nudistas. Después de dos chicas que se están bañando,
una desnuda, descargo las mochilas y me baño. Quizás las he puesto
demasiado cerca de la orilla, y la marea ya lleva un buen rato
subiendo. A las 17:30 horas, todavía veré alguna ola que sigue
llegando a la arena seca. En esta zona nudista de la playa de
Carcans, también estaré aproximadamente una hora. Sigo disfrutando
de este buen tiempo que me produce bienestar. Me tumbo poco y paseo
más. Un chico de coleta se ha desnudado en la duna y está al par de
las dos chicas. Aguanta poco rato y continúa hacia el Sur por la
orilla. Tarda en volver, pero da la sensación de que no ha
encontrado lo que quería. Paseando por la orilla y disfrutando de la
sensación placentera de caminar sin el peso de las mochilas,
retrocedo hasta los últimos nudistas. Regreso, me pongo sólo el
calzoncillo, y sigo por la orilla. En ese momento, una pareja joven
también se va. Les pregunto sobre la distancia a Montalivet y me
responden que uno 40 km. Les hablo de mi viaje, les gusta y me desean
suerte. Mi objetivo es Bélgica, pero llegaré a donde llegue.
Lo importante es el camino y los encuentros. Continúo por la playa sin ver nada del étang de Carcans y Hourtin.
Estoy temiendo que voy a tener que dormir en las dunas, expuesto a
los mosquitos del lago. En el celaje se empiezan a ver algunas nubes
dispersas, pero no parece amenazar lluvia. Si no llego a lugar
civilizado, tendré que echar mano a las barritas energéticas y a
los frutos secos para cenar. Pero, como me he saltado la comida, me
gustaría hacer una cena formal. Al terminar la playa de Carcans,
tras despedirme de la pareja, cuando ya empiezo a ver los primeros
nudistas de la zona Norte, yo también guardo mi calzoncillo en mi
mochilita delantera, para tenerlo a mano, en caso de llegar de nuevo
a zona textil. De un grupo me llegan voces de desaprobación, pero yo
hago caso omiso, como si no me enterara.
Solo en el mundo,
pero con gaviotas.
Ahora tendré ocasión
de volver a disfrutar de este paisaje tan magnífico en su monotonía,
tan igual y diverso, desnudo y solo en el mundo. Esto es lo que me
ofrece este paseo en bolas entre Carcans y Hourtin, como ayer me
ocurrió en la zona de La Jenny. Me siento un privilegiado. Con esta
preciosa monotonía, el cansancio que ya se va acumulando de todo el
camino de la jornada y la incertidumbre de a donde voy a llegar,
recibo la sensación de estar haciendo un camino singular. ¡Qué
feliz soy! Salvo el tiempo que he estado en el hotel y el paseo
marítimo de Lacanau, el resto de la jornada voy caminando
descalzo. La monotonía del paisaje no me ofrece ningún otro tema
para fotografiar. Hubiera sido más de lo mismo que fotografié en La
Jenny. Paro a las siete y me doy un nuevo baño. Sin secarme, arranco
de nuevo con la idea de darme otro baño más tarde pero, aunque el
día continúa siendo extraordinario y con buena temperatura, empiezo
a dar prioridad a llegar a Hourtin a cenar. Así que no me voy a
bañar más. En los últimos kilómetros, la marea ya ha comenzado a
descender y el piso de arena húmeda ha vuelto a ser idóneo para
caminar descalzo por la orilla. Las gaviotas se preparan para
pernoctar sobre la arena, pero no llevan una estrategia adecuada.
Cuando me estoy acercando a ellas, vuelan más hacia el Norte, cuando
debieran hacerlo a la inversa, hacia el Sur. La siguiente vez que me
las encuentro, ya son menos y, así, hasta que ya ni se molesten en
huir y quedan en la arena seca. El primer grupo arranca y deja
abandonada a la ciega y sorda, que no volará hasta que la tenga casi
a mi lado. Como huyen hacia el Norte, los grupos que hoy me voy a ir
encontrando, cada vez son más numerosos. Hasta que estoy llegando a
Hourtin, donde se van a encontrar al enemigo por los dos lados, no
volarán hacia el Sur.
Hourtin plage.
Tras más de dos horas
y media casi en solitario, llego a un lugar con surfistas. Están con
sus trajes de neopreno. Uno está en la orilla, tumbado, como sin
fuerzas. Un compañero se encuentra agachado a su lado y dos más
salen del agua con sus tablas. Se ve en las dunas dos caminos que las
superan pero no sé cual de ellos me conviene coger. Los dos
surfistas caminan ligeros hacia allí y yo acelero para darles
alcance y que me orienten. Se despiden y uno va hacia el camino más
alejado y yo corro para hablar con el que va a salir por el primero.
Me dice que, si quiero un sitio para cenar, es mejor que suba por el
otro, pues ése, por el que va, lleva hacia la escuela de surf y allí
todo está contratado y pagado previamente. Ha sido amable en su
explicación y seguimos nuestro camino. Continúo hacia la siguiente
salida de la duna. Llego a la cima de la escalera de madera. Una
pareja de jóvenes me confirman el lugar en donde estoy y me nombran
las opciones que tengo para cenar. Me hablan de un asiático. Les
digo que vengo andando del País Vasco y que necesito algo más
potente, con legumbres. Es entonces cuando me recomiendan Chez Marie,
“sin ninguna duda, es lo que te conviene”, me dicen. Chez Marie
está ya a la vista. Cuando finaliza el paseo, me visto y calzo y voy
más presentable al restaurante recomendado.
Restaurante Chez
Marie.
No hay legumbres, no
hay lentejas y la cena que hago no se parece en nada a lo que había
pensado. Medio tomate asado con hierbas aromáticas, muy rico, al que
he añadido la hoja de roble y me he confeccionado una ensalada, este
tomate acompañaba al filete, que he pedido “vuelta y vuelta”,
pues todavía no he aprendido a que los franceses lo llaman “bleu”.
Algo que ya corregiré en lo sucesivo. El filete es gordito y, poco
hecho, me lo como muy a gusto. Lleva por encima mantequilla
especiada, también muchas patatas fritas y me como hasta los gordos
del filete. Pido una copa de vino rojo (tinto). Con la garrafa de
agua que me han sacado, lleno mi botella y bebo el resto. Tiro
al contenedor amarillo el envase del agua que me diera Valerie en
playa Garonne. Una pareja que cena detrás, capta algo de lo que
cuento al camarero. Ella sabe algo de castellano y hacemos una
mezcolanza de los dos idiomas. Cree que el último barco que sale de
Le Verdon es a las seis. Buen dato para mañana. El camarero me dice
que lo va a mirar en Internet. Luego me dice que los dos últimos son
a las 18:25 y 19:55 pero mañana comprobaré que el último no
existe, quizás sí, pero ya entrado el verano. Pago 15 € con Visa
y me voy. Tras ver mi diario, la pareja vecina se ha ido, pues mañana
lunes es día de trabajo para ellos. El camarero me ha dicho que esta
noche puede llover y le pregunto por un sitio para dormir. No sabe.
Hay televisión, pero pocas personas siguen con interés el partido de
futbol.
Buscando cama.
Polacos e hispanos: “Los españoles os rascáis los huevos”.
Salgo al exterior y,
efectivamente, las nubes que vienen del mar presentan un cariz
amenazante. Habrá que buscar algo a cubierto para dormir. Voy por el
paseo hacia la playa y oigo hablar en castellano a un grupo de cuatro
hombres. Me paro a hablar con ellos y les cuento a grandes rasgos mi
viaje. Les pregunto si me recomiendan algún sitio que esté a
cubierto para dormir y que si ellos tienen sitio les puedo pagar
algo. Dos son polacos, otro mexicano y, el cuarto, de Alicante. En un
gesto reflejo, debido a los barros que me di el pasado verano en
Baleares, me arrasco por la zona pélvica, y el alicantino les dice:
“si se arrasca los huevos al hablar, español, seguro”. Uno de
los polacos y el mexicano viven con sus respectivas familias. Los
otros dos son solteros y comparten casa con otros compañeros. Los
cuatro tienen trabajo y se conocen porque van a las clases que
imparte el municipio para que mejoren su francés. Lo hacen en un
lugar similar a lo que aquí, en España, es la EPA o la CEPA que son
centros que se dedican a la Educación Permanente de Adultos. Como no
me dan respuesta a lo que les demando, me despido de ellos, para ir a
buscar algo antes de que oscurezca. Es entonces cuando el polaco
soltero me ofrece una cerveza. Agradezco, pero no acepto, pues la
prioridad es buscar el sitio donde dormir. El núcleo principal de
población de Hourtin está situado al Norte y el Este del lago del
mismo nombre. ¡Huyamos del lago!
A dormir en zona de
seguridad.
Vuelvo hacia la zona de
la playa y veo a la izquierda, casi enfrente de Chez Marie, un
espacio con porche y duchas que es la escuela de surf. No me
desagrada el lugar y volveré en caso de no encontrar sitio mejor.
Quizás su mayor inconveniente sea su ubicación, ya que está en
entorno algo urbano. Siguiendo el camino hacia la playa y sin llegar
a la escalera de madera por la que he ascendido antes, veo a la
derecha un edificio, también de madera, que me invita a investigar.
Veo que dispone de un hueco cubierto en el que podría caber pero,
sería conveniente esperar a que regresaran todos los que quedan en
la playa, ya que está muy próximo al camino principal colindante.
Llega del interior una chica con una toalla que se dirige a la
playa. Parece que va con intención de darse un baño tardío pero,
en el camino, al llegar a la escalera, se cruza con dos surfistas.
Uno que sube y continúa por donde yo estoy y otro que se va con
ella. La bajada por la escalera los va engullendo, hasta que
desaparecen sus cabezas. Yo también me acerco a la escalera de
madera para ver la playa, recuperar a la pareja y ver la poca gente
que ya queda en la arena y el agua. Orino en la arena, en la zona
alta de la duna, muy cerca de las duchas. Al pasar, la chica me ha
dicho que los socorristas ya se han ido, que a las seis ya han
terminado su tarea vigía y que tras dejar todo limpio para el día
siguiente, no volverán al lugar hasta mañana. Con esta perspectiva
y tras comprobar que “no hay moros por la costa” (expresión
castiza para decir que nadie me ve), retrocedo al puesto de socorro,
paso las dos mochilas por encima de las cadenas y me cuelo por el
medio a la fachada trasera del otro lado. Es un lugar perfecto, con
espacio a cubierto suficiente para tumbarme y que si llueve y no
sopla el viento del Norte, no me mojaré. Lo podéis comprobar en la
foto que saco poco antes de las diez de la noche. El lugar que elijo
es el rincón del fondo a la izquierda, que me parece el más
protegido si el aire viene de Poniente. También la duna, algo más
alta hacia el Norte y que han tenido que deteriorar y rebajar para
hacer más visible el campo de vigilancia, me quitará algo del
viento que pueda venir del Norte. También veo una ducha y me parece
que será ideal para darme un buen lavado mañana. Funciona, puesto
que veo el suelo de madera que todavía está húmedo tras haberla
usado a lo largo de la jornada. Hago la mejor almohada que puedo,
dejando cartera y monedero bajo las sandalias. Me doy gel Aloe-Vera y
mañana cambiaré de sandalias y me pondré las arregladas por
Pierre, el cordonnier de Parentis. ¡Qué buen recuerdo para soñar
esta noche! Me acuesto y duermo. A medianoche comienza a soplar el
viento y me levanto somnoliento y desnudo para orinar sobre la zona
húmeda de la ducha. Cuando me levante por la mañana me daré cuenta
que debía haber orinado en la arena, habría sido más higiénico.
Me disculpo por el sueño y me tranquilizo pensando que a mucha
gente, al ducharse, le sobreviene la micción. Creo que no seré el
único que ha meado en ese lugar. La segunda vez que me levanto a
orinar, lo hago más por calentar el culo que, a lo largo de la
noche, se me ha quedado frío y no reacciona al calor. Aprovecho para
ponerme el jersey. Durante la noche, antes de la madrugada, he visto
estrellas, pero ninguna de las pocas que yo conozco. Después el
firmamento se me ofrece encapotado. Por lo menos, la noche ha
aguantado sin llover y el viento no ha sido excesivo ni molesto.
Pequeño inconveniente el del frío.
Balance de la 10ª
jornada.
La despedida de los
amigos que me han dicho adiós por la mañana, ha tenido emoción y
me ha gustado el papel de “transmisor” asignado por Hugo. Nombre
que dio ayer pie a que habláramos de “Los Miserables”. Al andar
tanto tiempo desnudo por la playa y con el disfrute de tantos baños,
puedo decir que ha sido uno de los días más placenteros. Bien
atendido en el Hotel Oyat, donde me he aseado y tan bien he
desayunado que no he tenido necesidad de comer a mediodía. He cenado
a gusto carne en Chez Marie y el encuentro con los polacos y los
hispanos ha dado menos juego que el que hubiera sido previsible y deseable.
Quizás si me hubiera quedado más tiempo con ellos, aceptando la
cerveza… Al no dominar el idioma no he podido contar bien mi chiste
a los pescadores de caña, pero me ha servido para rememorar a mis
progenitores. Algo que no voy a desdeñar. Al quedarme sin batería
la cámara, he sacado pocas fotos pero, la realidad es que no ha
importado mucho ya que la mayor parte del tiempo el paisaje ha sido
de playa y más playa, mar y dunas.
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