martes, 5 de mayo de 2015

Etapa 10 (301) La Porge Ocean/Le Gressier-Hourtin


Etapa 10 (301). 17 de junio de 2012, domingo.
La Porge Océan/Le Gressier-Lacanau Océan-Carcans-Hourtin.


Reflexiones en la tienda de campaña.
Al dormir en tienda, esta noche no he visto ni estrellas, ni luna, ni mi Osa querida. Tampoco las hubiera podido ver, estando encapotado el cielo. Ha llovido durante un rato, y he temido que el agua filtrara hasta dentro de la tienda de campaña. He notado algo de humedad y frío en los pies del saco de dormir, pero he comprobado que ha sido una falsa alarma. No había entrado agua. De madrugada, vuelven a caer algunas gotas. La música machacona anula el ruido monótono del romper de las olas oceánicas. ¡Una lástima! Sin lluvia ni música, habría sido una tarde noche perfecta. Ayer me ofrecieron fumar porro pero, si no fumo tabaco y nunca he fumado porro, ni sentido la necesidad de hacerlo, ¿tiene sentido que lo haga ahora? ¡A la vejez, viruelas! Creo que trajeron demasiada bebida para divertirse amigos que se llevan tan bien y se quieren tanto. Creo que no había necesidad. Se lo habrían pasado igual de bien, o mejor, sin ella. Cierto que algunos de los que llegaron a última hora ni se conocían. Me gustó cómo se repartieron las tareas en el grupo. Asumieron que el que dormía la mona tumbado en la arena no era útil para el grupo en ese estado y prescindieron de él. Cuando yo llegué ya estaba muerto por la resaca de la noche anterior. Muerto y enterrado, con el cuerpo cubierto de arena y sólo con la cabeza fuera. Durante la tarde salió de la arena pero, metido en su saco, siguió durmiendo la mona. También dormía Samantha, pero eso estaba justificado por su avanzado estado de gestación. Confío en que las fotos de ayer tarde reflejen la realidad del campamento, el clima de amistad. Pero siempre les faltará el olor a leña quemada, que hacía que la zona pareciera un campamento de gitanos. Hoy va a ser un día con pocas fotos.

Amanecer y despedida de los que quedan vivos del grupo. “La transmisión”.
Me he despertado a las seis y media y para las siete ya estoy preparado para marchar. No sé lo que debo hacer con la tienda y la limpio lo mejor que puedo. Salgo de la tienda y orino. Voy con las pastillas hacia el grupo.
 

Mientras, Damien, con una amiga, se arrastra por la arena, como si fuera a llegar así hasta Dunkerke. Me acerco a Hugo, Astrid y otra pareja, cuyo nombre no recuerdo. Los cuatro están en la primera foto de la mañana. Jenny, que trabaja en sanidad, mira mis pastillas y, aunque no la marca que las comercializa, dice que es el mismo producto que se utiliza en Francia. Pone sus dedos en mi muñeca y me dice que tengo el corazón de un hombre joven. ¡Gracias Jenny, por tu información! Me despido de ella, pues se va a acostar sobre colchoneta azul, bajo lona también azul. Ayer despejamos este espacio y juntamos las mochilas entre lona blanca y la azul. Deseo a Samantha una “hora corta” para la venida de Milo y explico a Hugo el significado de “hora corta”. Se puede traducir que es el deseo de un parto rápido y sin dolor. Hugo lo transmite a sus compañeros. Saco una foto a los cuatro adoptando una posición similar a los músicos de Bremen, o como si fuera un castellet mínimalista. Hugo y su amigo se ponen debajo a cuatro patas. Sobre ellos sube la otra chica y, cuando lo hace Astrid, el castillo se desmorona. Todos caen y ríen, en una risa incontenible, imposible de controlar, tras toda una noche sin dormir. He sacado la foto antes de que todo se desmorone. Tienen sus caras pintadas y, al despedirme, tratan de pringármela a mí aprovechando los besos de despedida. Hugo me dice: “eres la transmisión”. Lo que interpreto que quiere decir es que me considera el enlace entre los adultos y los jóvenes, un enlace que está bastante deteriorado en estos tiempos. Quizás sea algo que siempre ha ocurrido. La desconexión intergeneracional.
Me agrada sentirme en ese papel de conector. Ayer, al inicio de la conversación, hablamos de Victor Hugo y Los Miserables, cuyo espectáculo había visto con Mi amiga Luisa en Barcelona y cuya novela tengo intención de leer. Ante la tragedia que es la novela del francés, me pareció un despropósito que alguien hiciera un musical tan espectacular. Cuando lea la novela, se confirmará esta primera impresión. Hablamos de Jean Valjean, pero no conseguía recordar el nombre de la madre, para mí el personaje más trágico. Ellos me rememoran a Cosette y yo consigo recuperar el de Fantine, la que más sufre en la obra. El colmo del sufrimiento entre tanto personaje sufriente. Al igual que escribí a Damien la dirección de mi blog en el abanico de una concha, lo hago ahora en otra y se la doy a Hugo. Ya de lejos, me despido de todos agitando la mano en alto y continúo mi caminar con cierta emoción en mis vísceras. Realmente no ha sido tiempo perdido el que he dedicado a estar con este grupo de jóvenes con el que me he entendido en el lenguaje universal de los sentimientos.


Caminando hacia Lacanau. 
Chiste de pescadores.
Tras la despedida del grupo de jóvenes, camino por la orilla hasta llegar a un pescador. Allí saco la última foto de la mañana. Sigo adelante y encuentro a otros dos pescadores, pero están en la arena seca, ya casi en la duna. Tienen las cañas cruzadas, como en aspa. Las dos orientadas hacia el cielo. Una en dirección al mar y la otra hacia la duna. Se me ocurre un chiste y trato de transmitirlo. Tiene que ver con mi padre, que era igual de aficionado a la pesca como a la caza. Les digo que mientras una caña pesca, la otra caza. Una vez, en Alsasua, mi padre fue a pescar cangrejos al cauce de León (no estamos lejos de Le Lion) y volvió a casa con un zorro que se había muerto ahogado. Se podía pensar que había intentado beber agua, había caído al cauce y las paredes de cemento no le habían permitido volver a subir. Así que mi padre, que fue de pesca, volvió con caza. Ya he dicho el chiste, pero ahora trato de que lo entiendan.
 

Poca gracia puede tener un chiste que necesita ser explicado, pero me esfuerzo y lo consigo a medias. No sé decir zorro en francés, así que hago un dibujo en la arena, podría parecer un lobo, pero uno de los franceses lo interpreta como nutria. Oigo que dice “loutre”. ¡Qué más da nutria que zorro! Ha sido una pena no saber bien francés. Podríamos haber hecho unas risas los tres. El fin de la historia del zorro pescado por mi padre fue, que lo llevó a casa, dejó un olor pestilente durante unos días, se ve que llevaba unos cuantos más muerto y en remojo. Mi madre era una magnífica cocinera y hacía una salsa que iba divinamente como acompañamiento de la caza, así que, llegado el fin de semana, mi padre, con su cuadrilla de amigos, se lo trapiñaron y no dejaron ningún resto para que lo probáramos. De todas formas, con el olor que había dejado en la casa y que duraría unos cuantos días más, tampoco teníamos el deseo de catar tan nauseabundo manjar. Por otro lado, la confusión zorro, lobo, nutria y la dificultad que he tenido con los franceses para contar la anécdota, no es ajena a otra circunstancia cuya protagonista fue mi madre. Como he dicho, era buena cocinera, y solía preparar guisos de encargo, que luego se comían en el bar o en el comedor, que estaban por debajo del piso en que vivíamos. Un día, un amigo de la familia, le pidió que guisara un zorro (otro) que había cazado. A mi madre, algo experta en reconocer especies animales, aquello no le pareció zorro y, al dudarlo, el amigo le dijo: “¿Si quieres te traigo las zarpas?” Mi madre le dijo que no: “Vais a ser vosotros quienes lo vais a comer”. Llegó el día. El guisado estaba exquisito pero había fallado algún comensal y sobró, así que nos quedó algo para que probáramos la familia. Nos pareció exquisito aquel zorro. A los pocos días, supimos que había desaparecido el perrico de los frailes y así, haciéndole confesar al amigo supimos que, aquel bocado que nos supo tan rico, era de perro. Fue la primera vez que comí perro en mi vida. Tras contarles algo del paseo que estoy haciendo por las costas francesas, me despido de los dos pescadores y doy unos pasos adelante, pero me vuelvo para sacarles foto y a las cañas en aspa. La cámara fotográfica no va. Se le ha acabado la batería. Por eso he dicho, al fotografiar al pescador esta mañana, un poco antes de este encuentro, que he sacado la última foto de la mañana. No podré sacar más hasta que cargue la batería en Lacanau-Océan.

Acercamiento a Lacanau-Océan. 15 limícolas.
Como sigo caminando por la playa y no subo ni una sola vez a la duna, no puedo comprobar lo que aparece en mi mapa. Desde donde he partido esta mañana hasta Hourtin-Plage, donde dormiré esta noche, voy paralelo a estanques de interior. El más próximo, el que está a la par de donde voy ahora, es l’Étang de Lacanau, aunque el núcleo de población más costero está en paralelo con el extremo norte del lago. Luego vendrán algunos “marais”, palabra que los franceses usan para pantano o marisma, y otro lago más pequeño, l’Étang de Cousseau. No será hasta por la tarde, que iré paralelo a un grandísimo lago que, en su parte Sur lo llaman l’Étang de Carcans y al Norte recibe el nombre de l’Étang d’Hourtin. Así lo voy viendo en el mapa y empiezo a recordar que, cuando pasé bordeando los lagos de Aureilhan y Biscarrosse-Parentis, había multitud de “moustiques” (mosquitos), así que me hago el propósito de superar el del Norte y dormir pasado Hourtin-Plage. Como se verá, lo voy a conseguir. Pronto empiezo a ver en la lejanía el siguiente núcleo poblacional y, por la hora que es, pienso que será el de Lacanau. El indicativo Le Lion, que aparece en mi mapa, ni me he enterado de cuándo lo he pasado. Supongo que no había nada significativo en la playa y, como no me he asomado a la duna… Como del campamento acogedor he salido sobre las 7:45 y voy a llegar a Lacanau pasadas las nueve, calculo que los 6 kilómetros que me indicó el socorrista de Le Porge Océan, han quedado algo cortos. Había alguno más. El firme de la orilla está magnífico para caminar por la arena y la parada con los pescadores ha sido más breve que el tiempo que he tardado en contarlo, al embrollarlo con historias de mi madre y mi padre. Cuando voy por la orilla, corren 15 correlimos. Cuando he conseguido contarlos, y en varias ocasiones me ha salido el mismo número, me digo para mí: “doce parejas y tres viudas” y yo mismo me río la gracia. Pero también podrían ser doce parejas y un bígamo, pues desconozco como se produce el apareo de estos limícolas. El número permite muchas combinaciones, todas posibles.

Lacanau-Océan. Desayuno en el Hotel Oyat.
Empiezo a avistar casas y otras construcciones. Saludo al pasar a tres mujeres que van por la arena. Luego, ya más cerca, pregunto a otra mujer, solitaria, quien me dice que si quiero desayunar, no suba hasta el final de la playa, donde hay un edificio más alto, por encima de la duna. Veo restaurante I’imprévu y me hace gracia esta palabra que es un adjetivo que complementa mi filosofía de viaje: lo imprevisto. Pero lo imprevisto está hoy cerrado para mí, y para el resto. Justo al lado, veo gente desayunando, pero se trata de clientes del Hotel Oyat que, según me explicará el pater familias de una de cuatro miembros, “oyat” es el nombre de una planta que arraiga en la duna y que, con sus raíces, hace que la duna se mantenga y no se desmorone. Según me dice, echa un filamento profundo. Quizás sea esta la planta protegida que me comentaba Jokin, quizás la que tuve tan cerca durmiendo en la zona militar, al inicio de La Gironde, nada más salir de Las Landas por Biscarrosse, y que fotografié al amanecer. ¿Podría ser la grama? Pregunto a la camarera si puedo desayunar y lo consulta con el encargado. Él me dice que puedo hacer un desayuno de café con algo o, algo más completo por 9 €. Me decido por esta última opción. Lo pago en metálico. Descargo las mochilas y me coloco en mesa interior. Pongo la máquina de fotos a cargar. Estará cargando casi tres horas. Salgo a desayunar a la terraza. Desayuno: dos vasos de zumo, York (París o Bayonne), huevo duro, un quesito redondo (de piel roja desmontable) y un panecillo. Un bol de yogur con frutos secos: dos dátiles, dos higos y dos albaricoques desecados. Dos croissants y un tercero con mermeladas: albaricoque, ciruela y cereza. Tres pastelitos con chocolate y pasas. Bebo dos tazas muy grandes de café con leche (café-crème). Quedo satisfecho. He acertado inclinándome por el desayuno de bufé. Me pongo a escribir el diario. Tengo mucho que contar de lo acontecido ayer, sobre todo entre la tarde y la noche. También la despedida de esta mañana. Los camareros están poniendo las mesas para la hora del almuerzo, que ya se acerca. Ponen todas menos la mía y no me meten ninguna prisa. Cago en el interin. A las 11:30 horas llegan más camareros pues para las doce empiezan ya a servir comidas. Durante el desayuno, a una camarera le he hablado de mi viaje. Me ha tocado hacer larga cola cuando he ido por el segundo café con leche. La expendedora es lentísima. A las 12:30 horas la cámara ya está cargada. Sobre las once, he hablado con Vera. “¿Otra vez?”, me dice. Me explica por qué no puedo conectar con Sara. Ha cambiado de compañía y tardarán unos días en hacerle la nueva conexión. Todo va bien. Le cuento algo de mi estancia de ayer con los jóvenes treintañeros. Aprovecho: ¡Para un día que duermo en tienda de campaña y no al raso! Para que los camareros puedan completar la preparación de las mesas del comedor, me retiro a la mesa de interior en que había dejado las mochilas y cargando la cámara, y allí sigo escribiendo. Enchufo ahora el móvil hasta lo que dé de sí el tiempo que esté allí. Orino y sigo escribiendo. Se acerca el encargado para decirme que, cuando salga, lo haga por otra puerta, pues la que conecta con el comedor, durante la hora del almuerzo, la van a cerrar. Después se acerca el dueño del hotel, quien me da ideas de dónde parar cuando llegue al Norte, al estuario y la desembocadura del río La Gironde. Me dice también que la costa tiene más de 80 km, unos cien. En realidad, tal como va este camino, me da igual que tenga cien kilómetros o doscientos. Hoy seguiré en la costa girondina y creo que mañana también. Ha sido una lástima que en la toilette no haya encontrado ningún enchufe para afeitarme. Orino, cago de nuevo y a las 13:15 ya estoy en marcha, saliendo por donde me han indicado.

Paseando por Lacanau-Océan. Construcciones curiosas.
Como he desayunado tan bien, ha sido un desayuno tan completo, la preocupación por la hora de la comida se ha disipado. Espero encontrar lugar para cenar. Además de dar copioso alimento al cuerpo, usar los aseos, conectar con la familia y alimentar el espíritu con la escritura del diario, que me volverá a dar satisfacción al leerlo cuando lo transcriba, como está ocurriendo ahora, el comportamiento del servicio del hotel ha sido magnífico y digno de agradecer. Con el móvil suficientemente cargado, salgo por recepción, donde me despido del encargado. Es el que me ha dado la primera información cuando he llegado y se lo agradezco. Salgo entre el Hotel Oyat y el Restaurante l’Imprévu. Lacanau es una villa de atractivo turístico, con todos los tópicos de estos lugares, con oferta hostelera, tiendas y tenderetes por las calles. Bajando por la calle peatonal, saco una foto hacia atrás, donde lo único que puedo constatar es que l’Oyat tiene dos estrellas aunque, en mi opinión, ha sido un lugar merecedor de cinco. 

Todo el paseo está lleno de tiendas de souvenirs, ropas, terrazas de cafeterías y restaurantes… Todo ello con poca personalidad.
Continuamente hay bajadas hacia la playa y llego a una casa particular, de ladrillo, que destaca como una joya pintoresca del lugar. Su estructura de casa para ricos hacendados es lo que más me llama la atención.
 

Siguiendo, un poco más adelante, encuentro otro restaurante caprichoso, con fachada de madera, le Café Maritime. Además de la terraza a pie de paseo, donde hay clientes comiendo, tiene otras amplias terrazas en los dos pisos superiores. No puedo sustraerme a sacar foto de estos dos edificios, que me parecen los más singulares del lugar, ahora que ya tengo la batería cargada. El paseo marítimo se va acabando y, por una de las últimas bajadas, desciendo a la playa.

Hacia la Plage Nord.
Esta playa de Lacanau tiene la estructura de playa urbana, toda textil. Me acerco a una caseta de socorristas. Los que vigilan, desde su asiento elevado, son chica y chico. Pronto llego a una zona en que no hay nadie y la playa empieza a ofrecer visos de que pueda ser nudista o, al menos, se pueda practicar nudismo. Veo de lejos a alguien desnudo y también la pareja, que va por delante de mí, se detiene y se desnuda. Así que yo, otro poco más adelante, también hago lo mismo. Una bonita manera de poner colofón a tan magnífica mañana. Me baño varias veces y camino por la orilla para secarme. De vez en cuando me tumbo. Un chico con traje de neopreno ha salido del agua con su champero, ha subido hacia la duna y en la arena seca se ha desnudado. Luego se ha metido por detrás de la duna y reaparecerá en bañador por el Norte de la playa. Ahora, de regreso a su sitio, se vuelve a desnudar. Yo estoy sentado al sol y apoyo mi espalda en la mochila. Se está genial. Imitando a mi vecino, también hago algún ejercicio de Pilates. Agarro una botella de plástico que el airecillo empujaba desde la arena seca hacia el mar. Los vecinos se van y dejo la botella sujeta con un palito para que el viento no se la vuele de nuevo, pero resulta que el palito es de él y se lo va a llevar, así que deja la botella apoyada en el poste. Para que no se vuele, la entierro un poco y la tapo con arena. Es entonces cuando les digo que estoy recorriendo la costa atlántica francesa y les cuento la fiesta de ayer. Para hacerme entender, canto “Feliz aniversaire…”, con la misma música que usamos para cantar “Cumpleaños feliz”. La mujer comprende que no voy a encontrar papelera para echar la botella en muchos kilómetros, así que se la lleva ella. Ellos se van. Yo también he disfrutado de playa más de hora y cuarto y, aunque estoy muy a gusto, considero conveniente continuar adelante.

Doce kilómetros en bolas pero con mochilas por vestimenta.
No tengo foto, pero parece una imagen bastante impresentable. Es lo que hay. Si quiero hacer nudismo y avanzar, debo acarrear el equipaje. En Lacanau he perdido la tirita que me puso el socorrista, así que aprovecho para que cuando la olita rompe en la orilla, me bañe el talón y, con el yodo, el mar me cure de forma natural. Después de andar un rato, me paro para darme otro baño. Un hombre me alcanza. Viene desnudo y con la toalla enrollada en el brazo. Tendrá una edad de unos 70 años y se le ve que está disfrutando tanto como yo de poder ir desnudo. Le hablo de la libertad, pero se muestra parco en palabras. Como no es cuestión de forzar, le dejo que siga adelante. Me ha dicho que aún me quedan 100 kilómetros para llegar a Le Verdon-sur-Mer y coger el transbordador. Le respondo que ya no pueden ser tantos. Pero él ha insistido en su afirmación. Tras el baño y sin esperar a secarme, cojo las mochilas y voy tras sus huellas. Mientras él siga desnudo, yo también. Así sabré el límite. Pero tras andar poco más de un kilómetro a la zaga de él, el hombre mayor se para, extiende la toalla en la arena y allí se tumba. Ya empiezo a ver los primeros nudistas de la playa de Carcans.

Carcans plage.
Empiezo a ver bastantes nudistas. Después de dos chicas que se están bañando, una desnuda, descargo las mochilas y me baño. Quizás las he puesto demasiado cerca de la orilla, y la marea ya lleva un buen rato subiendo. A las 17:30 horas, todavía veré alguna ola que sigue llegando a la arena seca. En esta zona nudista de la playa de Carcans, también estaré aproximadamente una hora. Sigo disfrutando de este buen tiempo que me produce bienestar. Me tumbo poco y paseo más. Un chico de coleta se ha desnudado en la duna y está al par de las dos chicas. Aguanta poco rato y continúa hacia el Sur por la orilla. Tarda en volver, pero da la sensación de que no ha encontrado lo que quería. Paseando por la orilla y disfrutando de la sensación placentera de caminar sin el peso de las mochilas, retrocedo hasta los últimos nudistas. Regreso, me pongo sólo el calzoncillo, y sigo por la orilla. En ese momento, una pareja joven también se va. Les pregunto sobre la distancia a Montalivet y me responden que uno 40 km. Les hablo de mi viaje, les gusta y me desean suerte. Mi objetivo es Bélgica, pero llegaré a donde llegue. Lo importante es el camino y los encuentros. Continúo por la playa sin ver nada del étang de Carcans y Hourtin. Estoy temiendo que voy a tener que dormir en las dunas, expuesto a los mosquitos del lago. En el celaje se empiezan a ver algunas nubes dispersas, pero no parece amenazar lluvia. Si no llego a lugar civilizado, tendré que echar mano a las barritas energéticas y a los frutos secos para cenar. Pero, como me he saltado la comida, me gustaría hacer una cena formal. Al terminar la playa de Carcans, tras despedirme de la pareja, cuando ya empiezo a ver los primeros nudistas de la zona Norte, yo también guardo mi calzoncillo en mi mochilita delantera, para tenerlo a mano, en caso de llegar de nuevo a zona textil. De un grupo me llegan voces de desaprobación, pero yo hago caso omiso, como si no me enterara.

Solo en el mundo, pero con gaviotas.
Ahora tendré ocasión de volver a disfrutar de este paisaje tan magnífico en su monotonía, tan igual y diverso, desnudo y solo en el mundo. Esto es lo que me ofrece este paseo en bolas entre Carcans y Hourtin, como ayer me ocurrió en la zona de La Jenny. Me siento un privilegiado. Con esta preciosa monotonía, el cansancio que ya se va acumulando de todo el camino de la jornada y la incertidumbre de a donde voy a llegar, recibo la sensación de estar haciendo un camino singular. ¡Qué feliz soy! Salvo el tiempo que he estado en el hotel y el paseo marítimo de Lacanau, el resto de la jornada voy caminando descalzo. La monotonía del paisaje no me ofrece ningún otro tema para fotografiar. Hubiera sido más de lo mismo que fotografié en La Jenny. Paro a las siete y me doy un nuevo baño. Sin secarme, arranco de nuevo con la idea de darme otro baño más tarde pero, aunque el día continúa siendo extraordinario y con buena temperatura, empiezo a dar prioridad a llegar a Hourtin a cenar. Así que no me voy a bañar más. En los últimos kilómetros, la marea ya ha comenzado a descender y el piso de arena húmeda ha vuelto a ser idóneo para caminar descalzo por la orilla. Las gaviotas se preparan para pernoctar sobre la arena, pero no llevan una estrategia adecuada. Cuando me estoy acercando a ellas, vuelan más hacia el Norte, cuando debieran hacerlo a la inversa, hacia el Sur. La siguiente vez que me las encuentro, ya son menos y, así, hasta que ya ni se molesten en huir y quedan en la arena seca. El primer grupo arranca y deja abandonada a la ciega y sorda, que no volará hasta que la tenga casi a mi lado. Como huyen hacia el Norte, los grupos que hoy me voy a ir encontrando, cada vez son más numerosos. Hasta que estoy llegando a Hourtin, donde se van a encontrar al enemigo por los dos lados, no volarán hacia el Sur.

Hourtin plage.
Tras más de dos horas y media casi en solitario, llego a un lugar con surfistas. Están con sus trajes de neopreno. Uno está en la orilla, tumbado, como sin fuerzas. Un compañero se encuentra agachado a su lado y dos más salen del agua con sus tablas. Se ve en las dunas dos caminos que las superan pero no sé cual de ellos me conviene coger. Los dos surfistas caminan ligeros hacia allí y yo acelero para darles alcance y que me orienten. Se despiden y uno va hacia el camino más alejado y yo corro para hablar con el que va a salir por el primero. Me dice que, si quiero un sitio para cenar, es mejor que suba por el otro, pues ése, por el que va, lleva hacia la escuela de surf y allí todo está contratado y pagado previamente. Ha sido amable en su explicación y seguimos nuestro camino. Continúo hacia la siguiente salida de la duna. Llego a la cima de la escalera de madera. Una pareja de jóvenes me confirman el lugar en donde estoy y me nombran las opciones que tengo para cenar. Me hablan de un asiático. Les digo que vengo andando del País Vasco y que necesito algo más potente, con legumbres. Es entonces cuando me recomiendan Chez Marie, “sin ninguna duda, es lo que te conviene”, me dicen. Chez Marie está ya a la vista. Cuando finaliza el paseo, me visto y calzo y voy más presentable al restaurante recomendado.

Restaurante Chez Marie.
No hay legumbres, no hay lentejas y la cena que hago no se parece en nada a lo que había pensado. Medio tomate asado con hierbas aromáticas, muy rico, al que he añadido la hoja de roble y me he confeccionado una ensalada, este tomate acompañaba al filete, que he pedido “vuelta y vuelta”, pues todavía no he aprendido a que los franceses lo llaman “bleu”. Algo que ya corregiré en lo sucesivo. El filete es gordito y, poco hecho, me lo como muy a gusto. Lleva por encima mantequilla especiada, también muchas patatas fritas y me como hasta los gordos del filete. Pido una copa de vino rojo (tinto). Con la garrafa de agua que me han sacado, lleno mi botella y bebo el resto. Tiro al contenedor amarillo el envase del agua que me diera Valerie en playa Garonne. Una pareja que cena detrás, capta algo de lo que cuento al camarero. Ella sabe algo de castellano y hacemos una mezcolanza de los dos idiomas. Cree que el último barco que sale de Le Verdon es a las seis. Buen dato para mañana. El camarero me dice que lo va a mirar en Internet. Luego me dice que los dos últimos son a las 18:25 y 19:55 pero mañana comprobaré que el último no existe, quizás sí, pero ya entrado el verano. Pago 15 € con Visa y me voy. Tras ver mi diario, la pareja vecina se ha ido, pues mañana lunes es día de trabajo para ellos. El camarero me ha dicho que esta noche puede llover y le pregunto por un sitio para dormir. No sabe. Hay televisión, pero pocas personas siguen con interés el partido de futbol.

Buscando cama. Polacos e hispanos: “Los españoles os rascáis los huevos”.
Salgo al exterior y, efectivamente, las nubes que vienen del mar presentan un cariz amenazante. Habrá que buscar algo a cubierto para dormir. Voy por el paseo hacia la playa y oigo hablar en castellano a un grupo de cuatro hombres. Me paro a hablar con ellos y les cuento a grandes rasgos mi viaje. Les pregunto si me recomiendan algún sitio que esté a cubierto para dormir y que si ellos tienen sitio les puedo pagar algo. Dos son polacos, otro mexicano y, el cuarto, de Alicante. En un gesto reflejo, debido a los barros que me di el pasado verano en Baleares, me arrasco por la zona pélvica, y el alicantino les dice: “si se arrasca los huevos al hablar, español, seguro”. Uno de los polacos y el mexicano viven con sus respectivas familias. Los otros dos son solteros y comparten casa con otros compañeros. Los cuatro tienen trabajo y se conocen porque van a las clases que imparte el municipio para que mejoren su francés. Lo hacen en un lugar similar a lo que aquí, en España, es la EPA o la CEPA que son centros que se dedican a la Educación Permanente de Adultos. Como no me dan respuesta a lo que les demando, me despido de ellos, para ir a buscar algo antes de que oscurezca. Es entonces cuando el polaco soltero me ofrece una cerveza. Agradezco, pero no acepto, pues la prioridad es buscar el sitio donde dormir. El núcleo principal de población de Hourtin está situado al Norte y el Este del lago del mismo nombre. ¡Huyamos del lago! 

A dormir en zona de seguridad.
Vuelvo hacia la zona de la playa y veo a la izquierda, casi enfrente de Chez Marie, un espacio con porche y duchas que es la escuela de surf. No me desagrada el lugar y volveré en caso de no encontrar sitio mejor. Quizás su mayor inconveniente sea su ubicación, ya que está en entorno algo urbano. Siguiendo el camino hacia la playa y sin llegar a la escalera de madera por la que he ascendido antes, veo a la derecha un edificio, también de madera, que me invita a investigar. Veo que dispone de un hueco cubierto en el que podría caber pero, sería conveniente esperar a que regresaran todos los que quedan en la playa, ya que está muy próximo al camino principal colindante. Llega del interior una chica con una toalla que se dirige a la playa. Parece que va con intención de darse un baño tardío pero, en el camino, al llegar a la escalera, se cruza con dos surfistas. Uno que sube y continúa por donde yo estoy y otro que se va con ella. La bajada por la escalera los va engullendo, hasta que desaparecen sus cabezas. Yo también me acerco a la escalera de madera para ver la playa, recuperar a la pareja y ver la poca gente que ya queda en la arena y el agua. Orino en la arena, en la zona alta de la duna, muy cerca de las duchas. Al pasar, la chica me ha dicho que los socorristas ya se han ido, que a las seis ya han terminado su tarea vigía y que tras dejar todo limpio para el día siguiente, no volverán al lugar hasta mañana. Con esta perspectiva y tras comprobar que “no hay moros por la costa” (expresión castiza para decir que nadie me ve), retrocedo al puesto de socorro, paso las dos mochilas por encima de las cadenas y me cuelo por el medio a la fachada trasera del otro lado. Es un lugar perfecto, con espacio a cubierto suficiente para tumbarme y que si llueve y no sopla el viento del Norte, no me mojaré. Lo podéis comprobar en la foto que saco poco antes de las diez de la noche. El lugar que elijo es el rincón del fondo a la izquierda, que me parece el más protegido si el aire viene de Poniente. También la duna, algo más alta hacia el Norte y que han tenido que deteriorar y rebajar para hacer más visible el campo de vigilancia, me quitará algo del viento que pueda venir del Norte. También veo una ducha y me parece que será ideal para darme un buen lavado mañana. Funciona, puesto que veo el suelo de madera que todavía está húmedo tras haberla usado a lo largo de la jornada. Hago la mejor almohada que puedo, dejando cartera y monedero bajo las sandalias. Me doy gel Aloe-Vera y mañana cambiaré de sandalias y me pondré las arregladas por Pierre, el cordonnier de Parentis. ¡Qué buen recuerdo para soñar esta noche! Me acuesto y duermo. A medianoche comienza a soplar el viento y me levanto somnoliento y desnudo para orinar sobre la zona húmeda de la ducha. Cuando me levante por la mañana me daré cuenta que debía haber orinado en la arena, habría sido más higiénico. Me disculpo por el sueño y me tranquilizo pensando que a mucha gente, al ducharse, le sobreviene la micción. Creo que no seré el único que ha meado en ese lugar. La segunda vez que me levanto a orinar, lo hago más por calentar el culo que, a lo largo de la noche, se me ha quedado frío y no reacciona al calor. Aprovecho para ponerme el jersey. Durante la noche, antes de la madrugada, he visto estrellas, pero ninguna de las pocas que yo conozco. Después el firmamento se me ofrece encapotado. Por lo menos, la noche ha aguantado sin llover y el viento no ha sido excesivo ni molesto. Pequeño inconveniente el del frío.

Balance de la 10ª jornada.
La despedida de los amigos que me han dicho adiós por la mañana, ha tenido emoción y me ha gustado el papel de “transmisor” asignado por Hugo. Nombre que dio ayer pie a que habláramos de “Los Miserables”. Al andar tanto tiempo desnudo por la playa y con el disfrute de tantos baños, puedo decir que ha sido uno de los días más placenteros. Bien atendido en el Hotel Oyat, donde me he aseado y tan bien he desayunado que no he tenido necesidad de comer a mediodía. He cenado a gusto carne en Chez Marie y el encuentro con los polacos y los hispanos ha dado menos juego que el que hubiera sido previsible y deseable. Quizás si me hubiera quedado más tiempo con ellos, aceptando la cerveza… Al no dominar el idioma no he podido contar bien mi chiste a los pescadores de caña, pero me ha servido para rememorar a mis progenitores. Algo que no voy a desdeñar. Al quedarme sin batería la cámara, he sacado pocas fotos pero, la realidad es que no ha importado mucho ya que la mayor parte del tiempo el paisaje ha sido de playa y más playa, mar y dunas.

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