Etapa 16 (307). 23 de
junio de 2012, sábado.
Rochefort sur Mer-Saint
Laurent de la Prée-Fauras-Yves-La Marquillet.
Amanecer en Roca
Fuerte sobre el Mar.
Traducir el nombre de
la ciudad no tiene mucho sentido, pero en esto me entretengo. La
noche ha transcurrido con una temperatura algo justa como para dormir
sólo con una sábana y demasiado calurosa como para hacerlo con
manta, así que la manta ha permanecido plegada y no he pasado calor.
Me he levantado sólo una vez a orinar y no lo vuelvo a hacer hasta que me levanto a las seis. Pero me parece temprano y me vuelvo a acostar. Después es Alain el que va al retrete y al regresar para acostarse de nuevo, le saludo. Me levanto a las 6:30 horas, cago, afeito, lavo, tomo la pastilla y me visto. Escribo lo que me quedó por escribir de ayer. Señalo en el mapa el itinerario recorrido en la etapa 15. Medio mes desde que salí de Irun. Echando una línea en paralelo, hoy estoy algo más bajo, más al sur, que anteayer, cuando me bañaba en la Forêt des Saumonards. Hoy superaré aquella cota, durmiendo un poco más al Norte que el Fort Boyard. Me había planteado llegar hoy a La Rochelle, pero pronto veré que, tal como voy, el cálculo ha sido descabellado.
Me he levantado sólo una vez a orinar y no lo vuelvo a hacer hasta que me levanto a las seis. Pero me parece temprano y me vuelvo a acostar. Después es Alain el que va al retrete y al regresar para acostarse de nuevo, le saludo. Me levanto a las 6:30 horas, cago, afeito, lavo, tomo la pastilla y me visto. Escribo lo que me quedó por escribir de ayer. Señalo en el mapa el itinerario recorrido en la etapa 15. Medio mes desde que salí de Irun. Echando una línea en paralelo, hoy estoy algo más bajo, más al sur, que anteayer, cuando me bañaba en la Forêt des Saumonards. Hoy superaré aquella cota, durmiendo un poco más al Norte que el Fort Boyard. Me había planteado llegar hoy a La Rochelle, pero pronto veré que, tal como voy, el cálculo ha sido descabellado.
Desayuno en el
albergue. Patricia se escapa.
Dejo de escribir a las
7:15 y espero a que sea la hora del desayuno y abran el comedor. Me
gustaría saber dónde está la playa de Sauveterre, pero nadie me
sabrá responder. Como no supe localizar en su día esta playa
nudista autorizada, la posicioné en esta zona para que no se me
escapara pero, finalmente, me la encontraré en Vandée, tras conocer
a los Martin y poco antes del encuentro con Annick. Pero, de momento,
estoy hacia la mitad de Charente, en el río La Charente, que da
nombre a la región. Cuando llego al comedor, ya están desayunando
Patricia y Alain. La señora que atiende me pregunta lo que quiero
beber y me calienta un gran tazón de leche. Luego le echo algo de
café encima. Sin ninguna duda, me siento frente a Patricia, con dos
panecillos, mantequilla, dos mermeladas y una terrina de dulce de
manzana. Lo primero, bebo un vaso de zumo (polvos de naranja con
agua). Confirmo los estudios de Patricia: Naturópata. No hay tiempo
para conversar, puesto que tiene que coger el autobús si quiere
llegar a la clase de las 8:30 horas. Alain se ha puesto en la última
mesa, lo más lejos que ha podido de nosotros.
Despedida del
albergue. Alain.
Ya en la habitación,
los dos retiramos las sábanas y el cubre-almohadas y los dejamos
tirados en el suelo, como dicen las instrucciones. Parece que Alain
muestra ahora algo más de interés sobre mi viaje. Pero no
hablaremos mucho, no quiero perder tiempo. Me despido y voy donde la
encargada del comedor, la que ha atendido los desayunos. También
devuelvo la tarjeta a la encargada de mañana, que tiene el brazo en
cabestrillo, y ambas muestran interés por mi viaje y me hacen
preguntas. Me despido de todos y salgo por el camino de Charente.
Hoy es mejor que ayer,
más fácil, basta con seguir el río. Voy con el jersey negro
chorreando y de vez en cuando aprovecho para escurrir los extremos
empapados. Dejando atrás el Museo de la Marina, paso dos entrantes
de río, que sirven de puerto marítimo, aunque el Quai más grande,
el puerto de plaisance (deportivo), está más adelante.
La oficina de Turismo, sólo abre los domingos. Por un arco del triunfo, la Porte de l’Arsenal, llego a la plaza del mercado. Voy con el jersey goteando. Me fijo en los puestos que ofrecen pescado y marisco. Comparo nuestros nombres con los suyos: “langoustine” (cigala), “bouquet” (langostino), “crabe” (buey de mar), “araignée de mer” (centollo). Por la parte de atrás de este edificio están montando un gran mercadillo por el que luego pasaré. Al fondo estarán las frutas y hortalizas.
De momento, estoy visitando la planta baja del Palacio de Congresos, que está muy bien, tanto los puestos de carne como los de pescado. Subo las escaleras. Lo primero que encuentro en el primer piso es la Sala Pierre Loti, del que leí su libro “Viaje por Japón” y ojeé su “Ramuntxo”, un mamotreto para leer con calma. Pero, viniendo de Hendaya, donde murió, me interesa Pierre Loti. La sala está cerrada. Consulto con un empleado que, tras buscar la llave, me la abre.
Hoy no hay nada programado en esta sala, así que está vacía, con las mesas y las sillas preparadas para cuando haya un acontecimiento. Todo es blanco y azul. Saco una foto de la sala y agradezco al encargado la deferencia. Luego sabré que Pierre Loti nació en esta ciudad. Aunque lo que leí no me entusiasmó, esta coincidencia tiene un significado en mi viaje pues, el día en que lo inicié saqué foto de la casa en que murió en Hendaye. Así que me digo, siempre con mi mente en positivo: “vengo de la muerte a la vida”.
De Hendaye, donde Pierre Loti murió, a Rochefort-sur-Mer, donde nació. Venir de donde murió a donde nació es un modo de resucitarlo. Hago el buen propósito de leer “Ramuntxo” pero han pasado tres años y aún no lo he cumplido. Completaría el placer que recibí con la lectura de “À la recherche…”, de Proust y de “Los Miserables”, de Víctor Hugo. Sería bueno poderlo leer en los dos idiomas, en paralelo.
Con ese sentido de venir de la muerte a la vida, puedo dar idea del significado de renacimiento que conlleva mi viaje que, ya con tres países, parece que va tomando carácter de más europeo. El señor que me ha abierto la sala, me va a indicar por dónde debo ir para ver la casa natal de Pierre Loti. Ahora la cierra, pero primero tiene que atender a una señora que acaba de llegar con dos jóvenes. Uno está aún en secundaria, pero el otro tiene 18 años y está estudiando para militar naval. Este joven me dice cómo llegar a la casa y así no tengo que esperar al encargado, a quien de lejos, le digo adiós con la mano. Salgo al exterior, saco foto del edificio con doble función de mercado y palacio congresual, y asciendo hacia la calle Pierre Loti. Cuando llego a la casa natal de Pierre Loti, está cerrada. Saco una foto de la fachada y de la placa anunciadora.
Llego, retrocediendo, a los puestos de la fruta, y me entretengo en ver que la nectarina está a 2 €. Me parece algo cara, aunque al que compre dos kilos o más el precio se le reduce. Lo mismo ocurre con los meloncitos que cuestan 1,70 € la unidad, pero se rebaja a 1,25 € si te llevas 4 piezas. Así te costarían 5 €. Una forma de beneficiar a las familias numerosas y perjudicarnos a los solitarios. Otra manera de fomentar la comuna. Esta oferta comercial tiene algo de fraternal, aunque la fraternidad no sea el objetivo, sino alcanzar mayor cantidad de ventas.
Lo que me ha parecido bien de precio ha sido el tomate a 1 € el kilo. Luego, para despedirme de la ciudad, voy al Liceo Pierre Loti, que se encuentra en calle transversal. Una señora me acompaña. Parece que va en bata de casa. Me desea suerte en mi viaje. Me indica la mejor manera de salir hacia La Rochelle. El liceo está muy próximo a otra Oficina de Información, ésta sí abierta, y cojo un mapa que me parece más explicativo que el que llevo. Lo recorto a mi medida, pero luego me doy cuenta de que es el mismo. Este mapa inútil lo abandonaré en Fouras, donde comeré. La chica que me ha atendido, no sabe decirme nada de la playa nudista de Sauveterre. Creo que para ir al Norte, aún tengo que cruzar de nuevo La Charente, pero no ocurrirá así. Sin embargo, las carreteras me van a jugar una mala pasada.
La oficina de Turismo, sólo abre los domingos. Por un arco del triunfo, la Porte de l’Arsenal, llego a la plaza del mercado. Voy con el jersey goteando. Me fijo en los puestos que ofrecen pescado y marisco. Comparo nuestros nombres con los suyos: “langoustine” (cigala), “bouquet” (langostino), “crabe” (buey de mar), “araignée de mer” (centollo). Por la parte de atrás de este edificio están montando un gran mercadillo por el que luego pasaré. Al fondo estarán las frutas y hortalizas.
De momento, estoy visitando la planta baja del Palacio de Congresos, que está muy bien, tanto los puestos de carne como los de pescado. Subo las escaleras. Lo primero que encuentro en el primer piso es la Sala Pierre Loti, del que leí su libro “Viaje por Japón” y ojeé su “Ramuntxo”, un mamotreto para leer con calma. Pero, viniendo de Hendaya, donde murió, me interesa Pierre Loti. La sala está cerrada. Consulto con un empleado que, tras buscar la llave, me la abre.
Hoy no hay nada programado en esta sala, así que está vacía, con las mesas y las sillas preparadas para cuando haya un acontecimiento. Todo es blanco y azul. Saco una foto de la sala y agradezco al encargado la deferencia. Luego sabré que Pierre Loti nació en esta ciudad. Aunque lo que leí no me entusiasmó, esta coincidencia tiene un significado en mi viaje pues, el día en que lo inicié saqué foto de la casa en que murió en Hendaye. Así que me digo, siempre con mi mente en positivo: “vengo de la muerte a la vida”.
De Hendaye, donde Pierre Loti murió, a Rochefort-sur-Mer, donde nació. Venir de donde murió a donde nació es un modo de resucitarlo. Hago el buen propósito de leer “Ramuntxo” pero han pasado tres años y aún no lo he cumplido. Completaría el placer que recibí con la lectura de “À la recherche…”, de Proust y de “Los Miserables”, de Víctor Hugo. Sería bueno poderlo leer en los dos idiomas, en paralelo.
Con ese sentido de venir de la muerte a la vida, puedo dar idea del significado de renacimiento que conlleva mi viaje que, ya con tres países, parece que va tomando carácter de más europeo. El señor que me ha abierto la sala, me va a indicar por dónde debo ir para ver la casa natal de Pierre Loti. Ahora la cierra, pero primero tiene que atender a una señora que acaba de llegar con dos jóvenes. Uno está aún en secundaria, pero el otro tiene 18 años y está estudiando para militar naval. Este joven me dice cómo llegar a la casa y así no tengo que esperar al encargado, a quien de lejos, le digo adiós con la mano. Salgo al exterior, saco foto del edificio con doble función de mercado y palacio congresual, y asciendo hacia la calle Pierre Loti. Cuando llego a la casa natal de Pierre Loti, está cerrada. Saco una foto de la fachada y de la placa anunciadora.
Llego, retrocediendo, a los puestos de la fruta, y me entretengo en ver que la nectarina está a 2 €. Me parece algo cara, aunque al que compre dos kilos o más el precio se le reduce. Lo mismo ocurre con los meloncitos que cuestan 1,70 € la unidad, pero se rebaja a 1,25 € si te llevas 4 piezas. Así te costarían 5 €. Una forma de beneficiar a las familias numerosas y perjudicarnos a los solitarios. Otra manera de fomentar la comuna. Esta oferta comercial tiene algo de fraternal, aunque la fraternidad no sea el objetivo, sino alcanzar mayor cantidad de ventas.
Lo que me ha parecido bien de precio ha sido el tomate a 1 € el kilo. Luego, para despedirme de la ciudad, voy al Liceo Pierre Loti, que se encuentra en calle transversal. Una señora me acompaña. Parece que va en bata de casa. Me desea suerte en mi viaje. Me indica la mejor manera de salir hacia La Rochelle. El liceo está muy próximo a otra Oficina de Información, ésta sí abierta, y cojo un mapa que me parece más explicativo que el que llevo. Lo recorto a mi medida, pero luego me doy cuenta de que es el mismo. Este mapa inútil lo abandonaré en Fouras, donde comeré. La chica que me ha atendido, no sabe decirme nada de la playa nudista de Sauveterre. Creo que para ir al Norte, aún tengo que cruzar de nuevo La Charente, pero no ocurrirá así. Sin embargo, las carreteras me van a jugar una mala pasada.
Hacia
Saint-Laurent-de-la-Prée. Carreteras complicadas y una vaca.
Sigo la calle, la doblo
y encuentro un concesionario de venta de automóviles. Dos hombres
hablan. Les pregunto. El joven no, pero el gordito sabe algo de
castellano. Me pregunta por qué tengo interés en las matrículas de
los coches. Le explico que siempre que me topo con una reciente, la
más actual, me entretengo en construir alguna palabra. Mi pregunta
va dirigida a saber en qué letras llevan las actuales matrículas.
Yo voy con CG, pero el joven me dice que ya se han acabado las CH y
que van en CI. Esto último no va a ser cierto, porque jamás veré
ni CI, CO, CU, aunque si haya habido AA, AE, BA, BE, CA y CE. El
motivo lo desconozco, y esta pareja no me lo aclara. El madurito
muestra interés en mi viaje y me invita a beber algo. Se lo
agradezco, pero debo seguir camino. Me he entretenido mucho esta
mañana en Rochefort. Enseguida pasa un CH tan rápido que no me da
tiempo a ver bien la matrícula. Así no vale para mi juego. Luego
pasa el CG929JH, que tampoco da juego para mi juego. Llego así al
borde de la autopista. Pongo mil ojos, toda mi atención, para no
entrar en ella, pero acabo entrando. He visto las señales de
S.Laurent y Fouras sobre fondo blanco, lo que me hace suponer que voy bien por
allí. He pasado por debajo de la autopista pero, cuando llevo unos
200 metros caminando por el arcén, me doy cuenta de que estoy dentro
de ella, sin escapatoria posible. Así que vuelvo atrás y llego de
nuevo a la boca de entrada de la autopista. Cojo otra carretera que
ahora indica Breuil-Magné que, según mi mapa está al lado Este de
la carretera y nunca se me hubiera podido ocurrir que fuera esa la carretera
que me convenía si yo voy al Oeste pero, cosas más raras se han
visto. Pronto empiezo a ver señales de vélo, de pista cyclable. Me
quito la camiseta de manga larga y el jersey mojado lo coloco encima
de la mochila. El cielo, aunque mantiene nubes blancas, ya se va
despejando. El camino es de asfalto y empiezo a ver matorral con arañones en el
lateral. Ayer también vi alguno, pero todavía están ácidos, muy
verdes. “¿Madurarán para agosto, setiembre?”, me pregunto.
Estos días he visto dos erizos aplastados en la carretera, uno en la isla de Oléron y ayer, no recuerdo dónde. En un momento, la señal que me traía por carretera estrecha de asfalto, parece que vira hacia camino de tierra. La miro dos veces, pero acabo siguiéndola. Prefiero tierra que asfalto. Pero, tras dar un gran rodeo más próximo al agua, acabo volviendo a la asfaltada que llevaba, aunque 500 metros después. Pienso que mi interpretación de la señal ha sido incorrecta. Pero de momento sigo adelante. Una vaca intenta beber. Por el lugar en que se encuentra, tiene que hacer juegos malabares para llegar al agua. Tiene las patas delanteras incrustadas en el barro hasta las rodillas, pero lo que no puedo asegurar es si las tiene totalmente hundidas o está arrodillada.
Me mira con cara temerosa y no espero para ver cómo sale del atolladero. No siento ganas de ver, impotente, sufrir al animal. Saco foto porque me ha gustado su postura y su reflejo en el agua. Como no le voy a poder ayudar a salir, y no quiero asistir a su agonía en caso de que se quede atrapada por el barro, avanzo por camino lateral a lo que pienso puede ser el estuario de La Charente poco antes de salir al mar.
Antes, un hombre me ha pasado, conduciendo su coche, por el camino asfaltado, que yo creía sólo para peatones y ciclistas, y poco después lo he visto aparcado. Ahora veo al pescador entre las hierbas. Le pregunto si voy bien, y me dice que sí y que no me preocupe porque el río me volverá a llevar a mi sitio. Como así va a ocurrir. Me quejo: ¡Señales que nos hacen andar innecesariamente! Otra vez aparecen las casetas elevadas con reteles, salabardos, que ayer dejé de ver, al no ir por la costa.
Al otro lado de un nuevo entrante de la ría, vuelvo a ver más casetas de pescadores con red colgando, pero la propia geografía me obliga a continuar hacia el interior. Tenía razón el pescador. Camino hasta que el ramal de agua se acaba. Ha sido como un afluente breve y he vuelto a salir a la carreterita asfaltada que traía antes de coger el camino.
En este lado, la señal no ofrece dudas: Debo seguir por la vía asfaltada. No me arrepiento. Si no me hubiera salido de ella, no habría visto ni a la vaca, ni el estuario tan nítido. Un chico me dice que hasta las dos no se producirá la bajamar. “Y a las 20:00 horas será la pleamar”, me completa. ¡A ver si por la tarde me puedo dar un baño! Enseguida me entran las dudas: “¿Voy a Yves o a Fouras?”. Quedará Yves para la aventura de la tarde-noche.
Estos días he visto dos erizos aplastados en la carretera, uno en la isla de Oléron y ayer, no recuerdo dónde. En un momento, la señal que me traía por carretera estrecha de asfalto, parece que vira hacia camino de tierra. La miro dos veces, pero acabo siguiéndola. Prefiero tierra que asfalto. Pero, tras dar un gran rodeo más próximo al agua, acabo volviendo a la asfaltada que llevaba, aunque 500 metros después. Pienso que mi interpretación de la señal ha sido incorrecta. Pero de momento sigo adelante. Una vaca intenta beber. Por el lugar en que se encuentra, tiene que hacer juegos malabares para llegar al agua. Tiene las patas delanteras incrustadas en el barro hasta las rodillas, pero lo que no puedo asegurar es si las tiene totalmente hundidas o está arrodillada.
Me mira con cara temerosa y no espero para ver cómo sale del atolladero. No siento ganas de ver, impotente, sufrir al animal. Saco foto porque me ha gustado su postura y su reflejo en el agua. Como no le voy a poder ayudar a salir, y no quiero asistir a su agonía en caso de que se quede atrapada por el barro, avanzo por camino lateral a lo que pienso puede ser el estuario de La Charente poco antes de salir al mar.
Antes, un hombre me ha pasado, conduciendo su coche, por el camino asfaltado, que yo creía sólo para peatones y ciclistas, y poco después lo he visto aparcado. Ahora veo al pescador entre las hierbas. Le pregunto si voy bien, y me dice que sí y que no me preocupe porque el río me volverá a llevar a mi sitio. Como así va a ocurrir. Me quejo: ¡Señales que nos hacen andar innecesariamente! Otra vez aparecen las casetas elevadas con reteles, salabardos, que ayer dejé de ver, al no ir por la costa.
Al otro lado de un nuevo entrante de la ría, vuelvo a ver más casetas de pescadores con red colgando, pero la propia geografía me obliga a continuar hacia el interior. Tenía razón el pescador. Camino hasta que el ramal de agua se acaba. Ha sido como un afluente breve y he vuelto a salir a la carreterita asfaltada que traía antes de coger el camino.
En este lado, la señal no ofrece dudas: Debo seguir por la vía asfaltada. No me arrepiento. Si no me hubiera salido de ella, no habría visto ni a la vaca, ni el estuario tan nítido. Un chico me dice que hasta las dos no se producirá la bajamar. “Y a las 20:00 horas será la pleamar”, me completa. ¡A ver si por la tarde me puedo dar un baño! Enseguida me entran las dudas: “¿Voy a Yves o a Fouras?”. Quedará Yves para la aventura de la tarde-noche.
Yves-Saint-Laurent.
Tomo la decisión de ir
a Fouras pero, para ir allí, primero debo pasar por Saint-Laurent y
es cuando me viene, por la proximidad de ambos pueblos, la idea de
relacionarlo con el famoso creativo de moda Yves-Saint-Laurent. Lo
curioso del caso es que, cuando llegue a Tréguier, sabré que fue
allí donde nació Saint Yves, pero también el filósofo Renan, y
que se armó una trifulca porque los católicos no aceptaron el
reconocimiento del filósofo como hijo predilecto del pueblo. Para
compensarlo, construyeron el Calvaire de La Reparation. Lo que
demuestra que las religiones siempre han sido guerreras y poco
respetuosas de otras opciones. Pero esta historia ya la contaré
cuando llegue el momento, allá por el mes de agosto. Otra razón de
ir hacia Fouras es la de visitar esta tarde Fort Boyard que, tras
verlo desde la isla de Oléron, se va consolidando mi deseo de
verlo. Con estos pensamientos, enseguida llego a Saint-Laurent. Un
nuevo canal, pero lo que me llama la atención ahora es la forma de
recoger paja para el ganado. Al fondo, al otro lado del canal
estrecho, veo que la recogida de la paja la han hecho en fardos
cuadrangulares, pero en primer término se me ofrece una meta de
hechura muy peculiar. ¿Qué os parece? Es perfecta en su espiral.
“¿Cuánto tiempo llevará allí, desde cuándo la hicieron?”, me
pregunto. Me llama la atención, también, el vasto campo de habas.
Una urraca se carcajea.
Saint-Laurent-de la
Prée. Minusválidos.
Llego a Saint-Laurent y
lo primero que hago es sacar foto de la iglesia. Un menú me tienta,
pero no son más que las doce y media. Sigo adelante. Saliendo del
pueblo hacia Fouras, veo coches y personas concentradas, algunos ya
se están marchando. Me acerco a la zona de donde proviene el gentío.
Pregunto y una señora me responde que van a colocar la primera
piedra para la construcción de una empresa de jardinería en la que
se puedan emplear personas con minusvalía.
Me recuerda a Goroldi, la jardinería de Gureak y, como me interesa, me acerco. ¡Lástima que el lunch ya se haya terminado! Los encargados del catering ya han retirado todo el sobrante y las mesas lucen sus manteles blancos, por los que no parece que hayan pasado los vándalos ni los alanos, y sólo consigo un vaso de refresco. La "piedra" que van a enterrar mañana bajo los cimientos, permanece expuesta y yo la fotografío. Es un sencillo mosaico en el que aparecen las letras AE y la marca IMPRO, pero no logro saber cuál es su significado. Han venido autoridades. Un chico minusválido ayuda a los de catering a recoger, mientras otro canta la insufrible “A mi manera”, de Julio Iglesias. Tras beber el zumo y agradecer, abandono el lugar. No he tenido oportunidad de lucir ni mi viaje, ni mi último empleo con personas con deficiencia mental antes de jubilarme.
Me recuerda a Goroldi, la jardinería de Gureak y, como me interesa, me acerco. ¡Lástima que el lunch ya se haya terminado! Los encargados del catering ya han retirado todo el sobrante y las mesas lucen sus manteles blancos, por los que no parece que hayan pasado los vándalos ni los alanos, y sólo consigo un vaso de refresco. La "piedra" que van a enterrar mañana bajo los cimientos, permanece expuesta y yo la fotografío. Es un sencillo mosaico en el que aparecen las letras AE y la marca IMPRO, pero no logro saber cuál es su significado. Han venido autoridades. Un chico minusválido ayuda a los de catering a recoger, mientras otro canta la insufrible “A mi manera”, de Julio Iglesias. Tras beber el zumo y agradecer, abandono el lugar. No he tenido oportunidad de lucir ni mi viaje, ni mi último empleo con personas con deficiencia mental antes de jubilarme.
Fouras. Comida en La
Maritime.
Antes de una hora, ya
llego a Fouras. Como todavía no han cerrado el mercado, entro para
verlo. Me parece un hermoso y luminoso mercado. Está acristalado
pero tiene un fallo en la luminosidad. El techado de los puestos es
opaco y la luz que penetra por los cristales se atenúa con esta
opacidad. Es una pena que se pierda así la luz natural. Saco una
foto para el recuerdo y salgo a comer a La Maritime. Son las dos
menos cuarto. Como bonito con verduritas y un pescado que se deshace
en láminas, acompañado de un pastel de arroz y verduras que, quizá,
sea lo mejor de la comida. Con una copita de vino, pago con Visa
16,70 €.
En la pared del fondo del voladizo, bajo la que está la terraza de Le Maritime, muy cerca de mi mesa, hay una larga mesa donde un familión con niños come ostras. El encargado de abrirlas no da abasto. Las abre pero no le veo comer ni una. Mientras éstas llegan a los comensales, comen gambas, pues no hay que ser un experto para saber pelarlas. La camarera que me atiende sabe algo de castellano, porque estuvo un tiempo en México. Me dice que el fuerte (Fort Boyard) no se visita. El barco sólo lo rodea, explican historia y lo que se ve del exterior y se regresa al lugar de salida, la Pointe de la Fumée. Me añade el coste, unos 15 € y que hay barco cada media hora, que es lo que dura el viaje turístico. El familión con niños ya se ha ido. Parece que lo que estaban celebrando era un aperitivo, no una comida. Se habrán ido a comer a su casa.
Escribo hasta cerca de las 15:45 horas. Tras orinar, saco foto del voladizo donde he comido, frente al restaurante. Las mesas unidas, donde se comían ostras y gambas, ya han sido colocadas de forma individual. Me llama el que me ha cobrado, porque me he dejado el mapa. Pero no lo quiero, puesto que es el que tengo repetido. Con uno basta y sobra. Ahora, ya cerrado, saco foto frontal del mercado que he visitado al llegar. El reloj muestra la hora exacta de mi marcha del lugar.
En la pared del fondo del voladizo, bajo la que está la terraza de Le Maritime, muy cerca de mi mesa, hay una larga mesa donde un familión con niños come ostras. El encargado de abrirlas no da abasto. Las abre pero no le veo comer ni una. Mientras éstas llegan a los comensales, comen gambas, pues no hay que ser un experto para saber pelarlas. La camarera que me atiende sabe algo de castellano, porque estuvo un tiempo en México. Me dice que el fuerte (Fort Boyard) no se visita. El barco sólo lo rodea, explican historia y lo que se ve del exterior y se regresa al lugar de salida, la Pointe de la Fumée. Me añade el coste, unos 15 € y que hay barco cada media hora, que es lo que dura el viaje turístico. El familión con niños ya se ha ido. Parece que lo que estaban celebrando era un aperitivo, no una comida. Se habrán ido a comer a su casa.
Escribo hasta cerca de las 15:45 horas. Tras orinar, saco foto del voladizo donde he comido, frente al restaurante. Las mesas unidas, donde se comían ostras y gambas, ya han sido colocadas de forma individual. Me llama el que me ha cobrado, porque me he dejado el mapa. Pero no lo quiero, puesto que es el que tengo repetido. Con uno basta y sobra. Ahora, ya cerrado, saco foto frontal del mercado que he visitado al llegar. El reloj muestra la hora exacta de mi marcha del lugar.
De Fouras a Pointe de la Fumée.
Fort Vauban.
Fort Vauban.
Continúo la calle en
dirección al mar y enseguida me encuentro con el Fort Vauban. Es la
primera vez que me encuentro con este nombre pero, a lo largo de este
viaje, como veréis, acabaré harto de él. Mi hartazgo puede venir
de mi poco amor por todo lo militar. Soy más partidario de la paz y
de practicar el amor y no la guerra.
Sin embargo, la especialidad de Vauban fue la construcción de fortalezas para defender puertos marinos de los ataques del enemigo. Igual que yo, vais a tener la oportunidad de ver unos cuantos de estos fuertes. Doy un paseo por el exterior pues está enclavado en bonito sitio. Un sitio difícil de ser sitiado. Tras sacar la primera foto, continúo camino hacia el Noroeste. No tengo ganas de recibir una lección de historia. Compruebo que hay una puerta abierta, a la que se accede por una pasarela, pero no tengo ganas de visitar su interior, así que me limito a sacar foto con un cañón y un ancla que, en realidad, no es más que la mitad. Veo vista de la costa y una pareja me indica dónde está la Pointe de la Fumée. Llego al Casino donde una pareja toca sus instrumentos. Él manipula bien una especie de piano con doble teclado y ella hace más cosas, algunas a la vez: flauta travesera, voz, pom-pom, con el pie y baila. Confirma que las mujeres, no así los hombres, pueden hacer dos o más cosas a la vez. Cuando llego, acaban de ser aplaudidos por la última canción que apenas he vislumbrado. Tardan en arrancar con la siguiente. A él, los enchufes del teclado, le están trayendo de cabeza. Por fin da con lo que fallaba y reinician la canción. Como la canción es muy rítmica, yo enseguida me muevo al son que tocan, pero los demás franceses que escuchan, no mueven sus culos de sus asientos. Los dos artistas sí se mueven y, además, ella se muestra invitadora y sensual. Acabada la canción, me voy, no me gustaría perder el último barco a Fort Boyard.
Sin embargo, la especialidad de Vauban fue la construcción de fortalezas para defender puertos marinos de los ataques del enemigo. Igual que yo, vais a tener la oportunidad de ver unos cuantos de estos fuertes. Doy un paseo por el exterior pues está enclavado en bonito sitio. Un sitio difícil de ser sitiado. Tras sacar la primera foto, continúo camino hacia el Noroeste. No tengo ganas de recibir una lección de historia. Compruebo que hay una puerta abierta, a la que se accede por una pasarela, pero no tengo ganas de visitar su interior, así que me limito a sacar foto con un cañón y un ancla que, en realidad, no es más que la mitad. Veo vista de la costa y una pareja me indica dónde está la Pointe de la Fumée. Llego al Casino donde una pareja toca sus instrumentos. Él manipula bien una especie de piano con doble teclado y ella hace más cosas, algunas a la vez: flauta travesera, voz, pom-pom, con el pie y baila. Confirma que las mujeres, no así los hombres, pueden hacer dos o más cosas a la vez. Cuando llego, acaban de ser aplaudidos por la última canción que apenas he vislumbrado. Tardan en arrancar con la siguiente. A él, los enchufes del teclado, le están trayendo de cabeza. Por fin da con lo que fallaba y reinician la canción. Como la canción es muy rítmica, yo enseguida me muevo al son que tocan, pero los demás franceses que escuchan, no mueven sus culos de sus asientos. Los dos artistas sí se mueven y, además, ella se muestra invitadora y sensual. Acabada la canción, me voy, no me gustaría perder el último barco a Fort Boyard.
La boda de Leti y
Frank.
Abandono el arbolado,
donde he escuchado la música, y sigo por el paseo marítimo. Veo una
flecha naranja fosforito que indica Leti y Frank. Sigo la flecha que
me lleva hasta una escalera que desciende desde el paseo marítimo
hasta la playa. Arriba, en el arranque de la escalera, un matrimonio
mayor se resiste a bajar, quizá sean abuelos de los novios. Parece
que el lugar elegido para celebrar la boda de sus nietos no sea el
idóneo para ellos. Otra invitada me explica que va a ser una
ceremonia laica. A mí, el lugar me parece divertido para una boda
bajo palio, con una cobertura endeble, como endeble es la seguridad
de que el matrimonio perdure tras las mieles de los primeros años.
Me parece también divertido ver a algunos invitados, alguno de los
más jóvenes, con chaqueta oscura y pantalón corto blanco. Me
recuerda la canción: “La farola del palacio se está muriendo de
risa, por ver a los estudiantes con corbata y sin camisa…” Bajo
el entoldado hay una pareja mixta, que parecen los maestros de
ceremonia, tratando de entretener a los invitados. Puede que el
novio, Frank, sea el que está con ella. Todo apunta a que la novia
se estuviera retrasando. Como no quiero perder más tiempo, aunque
desde que he huído de Vauban, todo me está invitando a entretenerme
y divertirme, salgo a la carretera. La invitada que me ha explicado
lo de la boda laica, también me ha dicho: “Ahora vendrá la novia
con su papá, quien se la ofrecerá a quien va a ser su marido.” Es
como si el padre, dueño de su hija, diera así permiso a su yerno
para que pueda hacer uso de ella. Como si realizara un trueque, una
venta, un cambio de dueño. Falta saber el precio.
Explicado mi viaje a la informadora, me voy marchando por un callejón. Nada más llegar a la carretera, aparece el padre de la novia conduciendo un flamante coche blanco descapotable, en el que viene su hija, la novia, el regalo para el que va a ser su yerno. Detrás, probablemente, la madre de la novia y la niña que llevará la cola del vestido que, me imagino, será larga y lo más apropiada para bajar la estrecha escalinata a la playa, aunque luego la alfombra sea roja… No tengo ninguna duda de que, con ese vestido blanco y el velo de tul ilusión, los zapatos serán también blancos y de alto tacón. ¿Traspasarán los tacones el espacio alfombrado y se incrustarán en la arena? No voy a retroceder para comprobarlo. Saco foto al coche y a sus ocupantes y les deseo felicidad: “feliz día Leti”, le digo. El coche, conducido por el padrino, continúa para hacer un cambio de sentido, de tal forma que la novia baje directamente al callejón sin tener que rodearlo. Les vuelvo a ver tras el giro.
Explicado mi viaje a la informadora, me voy marchando por un callejón. Nada más llegar a la carretera, aparece el padre de la novia conduciendo un flamante coche blanco descapotable, en el que viene su hija, la novia, el regalo para el que va a ser su yerno. Detrás, probablemente, la madre de la novia y la niña que llevará la cola del vestido que, me imagino, será larga y lo más apropiada para bajar la estrecha escalinata a la playa, aunque luego la alfombra sea roja… No tengo ninguna duda de que, con ese vestido blanco y el velo de tul ilusión, los zapatos serán también blancos y de alto tacón. ¿Traspasarán los tacones el espacio alfombrado y se incrustarán en la arena? No voy a retroceder para comprobarlo. Saco foto al coche y a sus ocupantes y les deseo felicidad: “feliz día Leti”, le digo. El coche, conducido por el padrino, continúa para hacer un cambio de sentido, de tal forma que la novia baje directamente al callejón sin tener que rodearlo. Les vuelvo a ver tras el giro.
La Pointe de la
Fumée.
Sin barco para Fort Boyard.
Sin barco para Fort Boyard.
El camino por paseo
marítimo, ya no me ofrece ningún acontecimiento especial para
entretenerme así que, en 20 minutos, ya me he alejado suficiente del
centro poblacional de Fouras, como para tener una visión panorámica
de lo que he dejado atrás, Fouras y el Fort Vauban.
Diez minutos más y ya estoy en la Pointe de la Fumée. El último tramo lo he hecho ya con el mar a los dos lados. En un puesto de venta de recuerdos y postales, una mujer me informa que el último barco a Fort Boyard ha salido a las 14:15 y, hoy sábado, ya no habrá ninguno más.
“¡Otra vez será!”, me digo para mi coleto. Le pregunto por dónde continuar para ir hacia Yves y me dice que vaya por el nuevo mar que me ha ido apareciendo a la derecha. Me añade que esa zona de la costa también forma parte de Fouras. Como a la isla de Aix no quiero ir, ni me preocupo de preguntar si hay o no barco.
Diez minutos más y ya estoy en la Pointe de la Fumée. El último tramo lo he hecho ya con el mar a los dos lados. En un puesto de venta de recuerdos y postales, una mujer me informa que el último barco a Fort Boyard ha salido a las 14:15 y, hoy sábado, ya no habrá ninguno más.
“¡Otra vez será!”, me digo para mi coleto. Le pregunto por dónde continuar para ir hacia Yves y me dice que vaya por el nuevo mar que me ha ido apareciendo a la derecha. Me añade que esa zona de la costa también forma parte de Fouras. Como a la isla de Aix no quiero ir, ni me preocupo de preguntar si hay o no barco.
Alejándome de la
Pointe de la Fumée, saco una foto de despedida, donde se ve el
embarcadero para las visitas a l’île d’Aix y a Fort Boyard. En
este momento ha atracado un barco y están descendiendo los viajeros
navegantes y también está a punto de llegar otro.
Se puede suponer que vuelven de la isla de Aix, puesto que el paseo alrededor del fuerte hace tiempo que acabó si, como me dijeron, sólo duraba media hora el viaje. Avanzo por paseo marítimo y saco otra foto hacia el Norte, donde se aprecian casas que bordean la playa y la torre de la iglesia me parece que ya la he visto desde el centre-ville. Si la boda se celebraba en la playa del Oeste de Fouras, ahora voy a ver la playa del Norte. Antes de llegar a ella, la orilla marina es propia de marisqueo, algo que me agrada poco para caminar, así que continúo por paseo marítimo. Vislumbro más que veo, en la lejanía, el puente por el que pasaré pasado mañana a la isla de Ré. Un puente muy similar en largura al que crucé para la isla d’Oléron. Pronto llego a los primeros edificios de este lado. Me encapricho de uno de ellos que tiene aspecto y vocación de palacio. Veo otras casas solariegas de alcurnia y dejo sin fotografiar la iglesia.
Se puede suponer que vuelven de la isla de Aix, puesto que el paseo alrededor del fuerte hace tiempo que acabó si, como me dijeron, sólo duraba media hora el viaje. Avanzo por paseo marítimo y saco otra foto hacia el Norte, donde se aprecian casas que bordean la playa y la torre de la iglesia me parece que ya la he visto desde el centre-ville. Si la boda se celebraba en la playa del Oeste de Fouras, ahora voy a ver la playa del Norte. Antes de llegar a ella, la orilla marina es propia de marisqueo, algo que me agrada poco para caminar, así que continúo por paseo marítimo. Vislumbro más que veo, en la lejanía, el puente por el que pasaré pasado mañana a la isla de Ré. Un puente muy similar en largura al que crucé para la isla d’Oléron. Pronto llego a los primeros edificios de este lado. Me encapricho de uno de ellos que tiene aspecto y vocación de palacio. Veo otras casas solariegas de alcurnia y dejo sin fotografiar la iglesia.
Recogen
“haricot de la mer”.
Estando ya muy próximo
a la playa Norte, veo unas mujeres bajo el pretil que cogen algo.
Pregunto, y la más joven me responde que son les “haricots de la
mer”, alubias de mar. Me las enseñan y tienen un parecido a la
vaina redonda, pero éstas se comen como encurtido. Desde arriba me
parecen hinojo de mar, que también probaré un día no muy lejano,
incorporado a una ensalada. Les saco una foto con las plantas marinas
y continúo mi camino. Como podéis ver en la foto, la rasa
inter-mareal ofrece buena producción de alubias de mar. No serán los
únicos recolectores que vea en mi devenir por estas costas
francesas.
Reportaje
fotográfico de otra boda.
Hoy parece un día en
que dan ganas de casarse. Cuando me estoy acercando a las casas que
hacen como un semicírculo a la playa del Norte, paso por un parque, donde
una pareja de novios inmortaliza el magno día en que se han casado.
El fotógrafo elige los lugares que considera idóneos para lucirse,
es el guía de lo que deben hacer los recién casados, les dice cómo
colocarse, ahora que ya se han librado de las fotos con familiares y
amigos. Toda esta película me la hago yo, aunque es muy probable que
se casaran hace tiempo, hayan regresado de su viaje de novios y hoy,
libres de los nervios del día de la boda, más relajados, puedan
obtener fotos más naturales y bonitas. Luego podrán destrozar el traje y el vestido si quieren.
Tampoco puedo asegurar que no sea la misma Leti de antes, sin gafas oscuras, ni que él no sea Frank aunque, visto el look de los invitados de la otra playa, en buena lógica, Frank debiera casarse con pantalón corto blanco. Bueno, creo que ya basta de lucubraciones. Dejo el parque y me acerco a la playa donde, en dos secuencias, trato de plasmar una curiosa escena familiar.
Tampoco puedo asegurar que no sea la misma Leti de antes, sin gafas oscuras, ni que él no sea Frank aunque, visto el look de los invitados de la otra playa, en buena lógica, Frank debiera casarse con pantalón corto blanco. Bueno, creo que ya basta de lucubraciones. Dejo el parque y me acerco a la playa donde, en dos secuencias, trato de plasmar una curiosa escena familiar.
Escena familiar en
la playa.
Matrimonio joven con
dos niños. La mayor es niña, el bebé no tengo razones como para saber su
sexo.
En la primera, la madre entretiene a la hija con juguetes y juegos de arena, mientras el padre se encuentra tumbado prono junto a su bebé, quizá con la pretensión de que se duerma. En la segunda secuencia es la niña la que mueve ficha, abandona a su madre y quiere que su papaíto también le haga caso. Se puede presumir que está en la fase de celos del hermanito, que le roba parte de la atención que ella disfrutaba en exclusiva. Como no hablo con los padres, no podré saber lo que hay de cierto en lo que digo.
En la primera, la madre entretiene a la hija con juguetes y juegos de arena, mientras el padre se encuentra tumbado prono junto a su bebé, quizá con la pretensión de que se duerma. En la segunda secuencia es la niña la que mueve ficha, abandona a su madre y quiere que su papaíto también le haga caso. Se puede presumir que está en la fase de celos del hermanito, que le roba parte de la atención que ella disfrutaba en exclusiva. Como no hablo con los padres, no podré saber lo que hay de cierto en lo que digo.
De Fouras a Yves.
Tiro al plato con riesgo.
Continúo el paseo
marítimo hasta que finaliza la playa. A continuación me encuentro
con una gran bahía pero la playa ha perdido arena y es prácticamente
de piedras, “caillou”. “¿El personaje Caillou de los cuentos,
podría traducirse al castellano como Pedrito?”, me pregunto. La
playa va en ascenso hacia el interior, formando un pretil protector
de las tierras que están a nivel más bajo.
Sobre la loma va el camino que, al correr aire y ser el suelo de tierra y piedra, conforma un grato recorrido al caminante. Es sólo peatonal, no está preparado para bicis, pues éstas han sido desviadas antes hacia pista cyclable. Voy muy a gusto, bien comido y relajado, pensando ya en buscar un lugar apropiado para dormir esta noche “à la belle etoile”. Veo pescar desde caseta. Levantar la red con doble manivela. Pero la red sube vacía. Parece que los pescadores han sido más lentos en la manipulación que el pez que pretendían atrapar. Ahora, la nueva playa me ofrece unos tocones de madera. No entiendo su finalidad. Pudiera pensarse que allí hubiese habido alguna construcción que se ha perdido. No encuentro a nadie para poder preguntar. ¿Podrían ser una estructura firme para poner para-vientos? Continúo por el borde entre la playa de cantos rodados y la tierra baja, que no parece marisma. Pronto empiezo a oír como unos golpes secos, pero no sé a qué atribuirlos. Trato de adivinar cuál es el lugar de dónde provienen.
Me parecen producto de trabajo, de algún martillo neumático, o algo similar, pero su discontinuidad me desconcierta. Sólo, cuando ya estoy más cerca, compruebo que son ruidos provocados por tiradores de tiro al plato. A pesar de mi paulatina pérdida de visión, veo cómo algún plato se rompe en pedazos al primer disparo. Aunque sabiendo de dónde procede el ruido y a pesar de no ser de mi agrado, voy tranquilo por mi camino pues me parece que estoy a distancia suficiente como para no sufrir riesgos. Los platos además salen disparados hacia los laterales pero alguno, que parece ha salido más al centro, y algún perdigón o algún trozo de baquelita, se me pierde por la barba y me da en la visera que, de alguna manera, también me protege. Saco foto. Son cinco los tiradores. Les hago señas para que no tiren en mi dirección y, como me vuelve a caer algo encima, acelero y corro para escapar de la molestia. Pronto deja de caerme cascajo desde el cielo.
Sobre la loma va el camino que, al correr aire y ser el suelo de tierra y piedra, conforma un grato recorrido al caminante. Es sólo peatonal, no está preparado para bicis, pues éstas han sido desviadas antes hacia pista cyclable. Voy muy a gusto, bien comido y relajado, pensando ya en buscar un lugar apropiado para dormir esta noche “à la belle etoile”. Veo pescar desde caseta. Levantar la red con doble manivela. Pero la red sube vacía. Parece que los pescadores han sido más lentos en la manipulación que el pez que pretendían atrapar. Ahora, la nueva playa me ofrece unos tocones de madera. No entiendo su finalidad. Pudiera pensarse que allí hubiese habido alguna construcción que se ha perdido. No encuentro a nadie para poder preguntar. ¿Podrían ser una estructura firme para poner para-vientos? Continúo por el borde entre la playa de cantos rodados y la tierra baja, que no parece marisma. Pronto empiezo a oír como unos golpes secos, pero no sé a qué atribuirlos. Trato de adivinar cuál es el lugar de dónde provienen.
Me parecen producto de trabajo, de algún martillo neumático, o algo similar, pero su discontinuidad me desconcierta. Sólo, cuando ya estoy más cerca, compruebo que son ruidos provocados por tiradores de tiro al plato. A pesar de mi paulatina pérdida de visión, veo cómo algún plato se rompe en pedazos al primer disparo. Aunque sabiendo de dónde procede el ruido y a pesar de no ser de mi agrado, voy tranquilo por mi camino pues me parece que estoy a distancia suficiente como para no sufrir riesgos. Los platos además salen disparados hacia los laterales pero alguno, que parece ha salido más al centro, y algún perdigón o algún trozo de baquelita, se me pierde por la barba y me da en la visera que, de alguna manera, también me protege. Saco foto. Son cinco los tiradores. Les hago señas para que no tiren en mi dirección y, como me vuelve a caer algo encima, acelero y corro para escapar de la molestia. Pronto deja de caerme cascajo desde el cielo.
Pescadores
rastreros.
Dejo de preocuparme del
peligro que me viene de tierra y me fijo en el mar. Un pescador con
cedazo, algo menor que el que cuelga de las casetas, rastrea a media
altura de la orilla. El agua no le cubre ni las rodillas. Dos
chavales están algo distantes de él. Uno, el mayor, lleva algo
neumático. Probablemente sea donde deposita los peces que pesca su
padre, el pescador. El hijo pequeño está sumergido, aunque el agua
no le cubre, asoma sólo la cabeza. Tampoco a este grupo veré pescar
nada. Se acaba la loma por donde voy y ya no puedo continuar.
Retrocedo y pregunto a un chico que va en coche. Me dice que puedo
pasar a Yves por un túnel que va por debajo de la autopista.
Habiba y Noémie.
Cuando estoy en
carretera con la referencia del túnel, paran su coche dos francesas.
La madre, Habiba, es oriunda de Argelia, aunque no conoce Djanet. Su
hija Noémie, nació en Francia. Ahora son ellas las que me hacen una
pregunta que no sé responder. Quieren saber dónde está el Parque
Natural Observatorio de Aves. Cuando ven que soy español, es Noémie
quien lleva la voz cantante en la conversación. Le explico mi viaje
y la intención que tengo ahora de buscar un lugar para dormir esta
noche. Alucinan con mi viaje y les habría encantado seguir conmigo
más tiempo. Me ofrecen la posibilidad de llevarme a su casa, pues
viven en Rochefort, pero yo no tengo ganas de retroceder y perder una
jornada. Agradezco y nos despedimos. ¿Encontrarán el observatorio
de aves?
Yves. Camioneros
lituanos.
Paso el túnel
anunciado. En la autopista hay un cartel anunciador: Hotel L’air
Marine con restaurante. Entro en un pueblo, Yves, que parece vacío.
Me dirijo por interior hacia un hotel que pudiera ser el mismo que se
anuncia en la autopista. Poco antes de llegar veo a dos camioneros
lituanos y una mujer, probablemente hija del señor mayor.
Uno de los camioneros, el más joven, se encarga de la barbacoa, a la que está prestando mucha atención para que no se le queme demasiado por alguno de los lados. Gira los pinchos morunos constantemente. Cuando llego y me dicen de dónde son, mi respuesta es rápida: “Capital Vilnius”. Parece que el que asa no es hijo del hombre mayor y no especulo más sobre parentescos. Les dejo y me voy hacia el hotel. Sin entrar, veo que el precio más bajo por dormir es de 50 €, aunque probablemente esté incluido el desayuno. Así que sin ver oferta de cena y sin preguntar más, vuelvo por donde los lituanos. Ahora ha aparecido el tercer camionero. Le cuentan mi viaje. Les digo que el hotel me parece caro. Hablando, en un descuido, se han quemado un poco los pinchos más próximos al mango. El hombre mayor, parece que se enfada. Como no me ofrecen comida y no quiero provocar que se vean obligados a hacerlo, me despido y sigo adelante.
Uno de los camioneros, el más joven, se encarga de la barbacoa, a la que está prestando mucha atención para que no se le queme demasiado por alguno de los lados. Gira los pinchos morunos constantemente. Cuando llego y me dicen de dónde son, mi respuesta es rápida: “Capital Vilnius”. Parece que el que asa no es hijo del hombre mayor y no especulo más sobre parentescos. Les dejo y me voy hacia el hotel. Sin entrar, veo que el precio más bajo por dormir es de 50 €, aunque probablemente esté incluido el desayuno. Así que sin ver oferta de cena y sin preguntar más, vuelvo por donde los lituanos. Ahora ha aparecido el tercer camionero. Le cuentan mi viaje. Les digo que el hotel me parece caro. Hablando, en un descuido, se han quemado un poco los pinchos más próximos al mango. El hombre mayor, parece que se enfada. Como no me ofrecen comida y no quiero provocar que se vean obligados a hacerlo, me despido y sigo adelante.
Buscando cena y
cama.
Primer intento.
Primer intento.
Llego a la iglesia de
Yves, que no sé si estará dedicada a Saint Yves, y saco una foto de
exterior, pues por dentro es imposible, ya que está cerrada. Me
encuentro con un hombre y una mujer jóvenes. Ella va con 5-6 trozos
de tarta de chocolate que lleva a sus dos hijas que están dentro del
coche. Me dicen que a unos kilómetros hay camping. Al decirles que
no llevo tienda, recuerdan que en una casa, que me señalan a lo
lejos, hay chambres d’hôtel. Ellos se van y yo sigo adelante, pero
no encuentro letrero alguno que indique alquiler de habitaciones.
Entro en una casa y tampoco veo a nadie para preguntar. Sigo adelante
hasta que me topo con las vías del tren, así que retrocedo. En la
última casa del otro lado, hablo con un hombre joven con dos niñas
de las edades de mis nietos mayores. Él no conoce que por allí haya
alguien que alquile camas. Me explica que tendré otras opciones si
continúo hacia Le Marquillet, donde está “la mairie”, el
ayuntamiento de Yves. Me indica por dónde ir y hacia allí me
dirijo.
Le Marquillet.
Futbol y boda.
Por el camino encuentro
muchos juncales y algún carrizo. Por la vía pasa un tren. Es un
tren muy breve, sólo lleva una unidad, un vagón de pasajeros. La
autopista se ha ido alejando pero, ahora, vuelve a estar cerca y se
oye el ruido del paso de vehículos, sobre todo molesta el de los
camiones. Llego a la Commune d’Yves, Le Marquillet. Veo que hay un
buen espacio cubierto, pero está dentro de un entorno dedicado a la
monta de caballos. En un polideportivo se ha acondicionado un espacio
para dar un banquete de boda. En el exterior, en el campo, unos
chavales han jugado un partido de futbol y van a hacer una merienda
tipo barbacoa para celebrar que quedaron campeones de su categoría.
Tienen 15 años. Están acompañados de sus familiares. Han puesto
dos toldos sobre dos mesas corridas y alquilado el local donde,
después de comer algo, van a ver el partido de la tele. Hoy juegan
Francia contra España y calculan que, como son muchos, la sala
estará llena y yo no podré verlo con ellos. Marcho del entorno
futbolístico y voy hacia el banquete. Intento que me hagan un
bocadillo pero me dicen que no puede ser, que no está el patrón y
el encargado no está por la labor. La comida que han traido es
de catering y es la justa. No sobrará nada y, si sobra, “se la
comerán ellos”, pienso para mi coleto. He visto a la novia con un
moño muy sofisticado. Demasiado pelo para despeinar esta noche.
Buscando cama y
cena. Segundo intento. Casi me cena un perro.
Cuando vuelvo hacia el
ayuntamiento, una pareja sale de una casa hacia su coche. Les planteo
el problema y me dicen en qué casa alquilan habitaciones. Si no
soluciono mi dormida, ya he echado un vistazo a la mairie, y no me ha
parecido mal para dormir, en caso de no encontrar nada mejor. Llego a
la casa, la última a la izquierda. No veo a nadie. Llamo y nadie me
responde. Levanto un hierro doblado, que evita que la puerta se abra
sola, la abro y entro. Ya dentro del entorno ajardinado, me acerco a
la puerta de la casa y toco el timbre. Segunda y tercera vez, sin
resultado. Paseo por los laterales del edificio y, finalmente,
aparece una mujer muy gruesa, aunque todavía lozana y fresca, con un
perro que se avalanza sobre mí. No parece que tenga muy buenas
intenciones. La dueña no puede sujetarlo. Ella tira de la rienda
pero, con su fuerza, acaba saliéndosele el collar. Ya libre de
ataduras, y del bozal. Por fin, me deja en paz y se va, quizás donde esté el hijo de la
dueña, al que no veré. Ya sin perro a la vista y sin sus ladridos,
podemos hablar. Me pide 40 € por dormir más 2,55 € de tasas.
Levantarse a las siete para darme el desayuno le parece muy temprano
y en el pueblo no hay panadería. Le digo que me haga precio sin “le
petit dejeneur”, pero esas variaciones no entran en su esquema de
alojamiento y desayuno. Como además, ni siquiera me ofrece la
posibilidad de cenar un bocadillo, y en lo que he visto del pueblo no
puedo comprar nada para comer, doy las gracias y, aunque estoy
cansado, me voy. Antes me ha dicho que en la tele puedo ver el
partido, pero no tiene gracia verlo solo. Menos hoy en que, según
parece, vamos a ganar a Francia.
Buscando cama por la
campiña. Tercer intento.
Deshago el camino hasta
el linde donde anunciaban “Aire de camping”. En la siguiente
curva, donde aparece la señal de carretera cortada, un chico en su
coche sale del lugar. Me dice que a unos dos kilómetros encontraré
sitio donde alquilan habitaciones. “Si quieres, te llevo”, me
dice. Él me habla en inglés y no tiene vínculo alguno con los
alberguistas. Sigo adelante y, en poco más de un kilómetro, llego a
lo que creo es el lugar de la oferta. Es una “ferme”, casa de
campo con ganado; enseguida me llega el olor a estiercol, pero todas
las puertas están cerradas a cal y canto. No veo a nadie y entro en
los espacios privados por si encuentro a alguien en las cuadras. Veo
aperos de labranza y útiles para ordeñar vacas y hacer quesos y
otros derivados de la leche. Me voy y retrocedo a otra casa que se me
había quedado oculta al pasar. Ofrece un gran ventanal y veo sentada
de espaldas en sofá una cabeza cana. No sé si hace labores de punto
o está viendo la tele. No tiene pinta de ser casa que alquile nada
y, al marcharme, veo en el recinto que he abandonado a alguien que,
de refilón, me ha parecido una mujer. Al acercarme, me encuentro con
un hombre que va con su coche hacia donde voy a continuar camino. Me
dice que aquí no hay habitaciones libres, pero se ofrece a llevarme.
Con mi afan de hacer el recorrido por Francia todo a pie, agradezco y
rechazo la oferta, pero luego me arrepiento. ¡A veces soy así de
gilipollas!
A fin de cuentas, luego o mañana, tendré que volver a pasar por aquí para regresar a la costa, lo que supone duplicar el camino. Pero ya no tiene remedio. Es inútil lamentarse. El nuevo lugar, se me hace más lejos de lo calculado. Veo muchos canales que sirven agua para riego de estos terrenos inmensos. Una vaca con su ternerillo me mira curiosa. Hay más terneros a la vista y más vacas. Saco foto. Por fin llego a un camping que tiene poca vida. Me equivoco de camino y me acerco donde una pareja recién llegada está acabando de montar su tienda. Me dicen en qué lugar está el “accueil”, recepción. Cuando llego a la casa, todas las puertas están cerradas. La rodeo y, tras una ventana veo a una niña con un ordenador.
Cuando estoy terminando el rodeo, encuentro a un hombre simpático pero con poco poder de decisión. Me escucha, pero tiene que recurrir a la opinión de su mujer. Después de haberle dicho a él que en el hotel la habitación me pedían 50 y que me parecía mucho, la mujer me pide 47 €. Después de llegar hasta aquí, tampoco me ofrecen nada para cenar, ni un bocadillo y, además, no tienen tele y el partido ya ha empezado hace un rato. Me despido y me voy por donde he venido. Vuelvo a dar la vuelta a la casa y el hombre me está esperando. “40 €”, me dice. “¿Y sandwich?”, le respondo y, como me dice que no, le estrecho la mano y me voy definitivamente. Saliendo al camino saco foto de esta ferme que tampoco me ha resultado hospitalaria. Son las 9:30 horas cuando estoy regresando al punto de partida. Ahora ya conozco el camino, así que será el tiempo que tarde en volver.
A fin de cuentas, luego o mañana, tendré que volver a pasar por aquí para regresar a la costa, lo que supone duplicar el camino. Pero ya no tiene remedio. Es inútil lamentarse. El nuevo lugar, se me hace más lejos de lo calculado. Veo muchos canales que sirven agua para riego de estos terrenos inmensos. Una vaca con su ternerillo me mira curiosa. Hay más terneros a la vista y más vacas. Saco foto. Por fin llego a un camping que tiene poca vida. Me equivoco de camino y me acerco donde una pareja recién llegada está acabando de montar su tienda. Me dicen en qué lugar está el “accueil”, recepción. Cuando llego a la casa, todas las puertas están cerradas. La rodeo y, tras una ventana veo a una niña con un ordenador.
Cuando estoy terminando el rodeo, encuentro a un hombre simpático pero con poco poder de decisión. Me escucha, pero tiene que recurrir a la opinión de su mujer. Después de haberle dicho a él que en el hotel la habitación me pedían 50 y que me parecía mucho, la mujer me pide 47 €. Después de llegar hasta aquí, tampoco me ofrecen nada para cenar, ni un bocadillo y, además, no tienen tele y el partido ya ha empezado hace un rato. Me despido y me voy por donde he venido. Vuelvo a dar la vuelta a la casa y el hombre me está esperando. “40 €”, me dice. “¿Y sandwich?”, le respondo y, como me dice que no, le estrecho la mano y me voy definitivamente. Saliendo al camino saco foto de esta ferme que tampoco me ha resultado hospitalaria. Son las 9:30 horas cuando estoy regresando al punto de partida. Ahora ya conozco el camino, así que será el tiempo que tarde en volver.
Puesta de sol en la
campiña.
El sol ya se está
escondiendo por Poniente, como siempre, pero unas nubes ya lo están
ocultando antes de llegar al ocaso definitivo del día de hoy. Paso por donde las vacas con sus
ternerillos. Ahora son dos los ternerillos que me miran, pero no les
saco foto. Me arrepiento, pues daban una estampa preciosa. Luego paso por el conjunto de la “ferme” por la que
antes he merodeado y todavía hay buena luz como para echarle una
foto al conjunto.
Detrás de los árboles y arbustos de la izquierda está la casa con el ventanal grande que antes me había quedado oculta. Ahora ya no me entretengo a preguntar, estoy decidido a ver lo que queda del partido. Al menos, lo voy a intentar. Todavía fotografío al sol entre árboles. Será la última foto de la jornada. Ya cerca del recinto de los futboleros, el sol se oculta definitivamente.
Detrás de los árboles y arbustos de la izquierda está la casa con el ventanal grande que antes me había quedado oculta. Ahora ya no me entretengo a preguntar, estoy decidido a ver lo que queda del partido. Al menos, lo voy a intentar. Todavía fotografío al sol entre árboles. Será la última foto de la jornada. Ya cerca del recinto de los futboleros, el sol se oculta definitivamente.
Tentempié y
victoria de España.
Voy donde los
futbolistas. Hay algunos viendo el partido, pero muchos que no le
hacen ni caso. Me quedo en las mesas de entrada hablando con el
organizador y me ofrece pan con salchichas y un traguito de vino.
¡Lástima que las salchichas ya están frías! Aunque ellos las iban
a tirar, para mí no han dejado de ser un regalo que agradezco. He
hecho un bocadillito con la salchicha achorizada y me lo como con
ganas. A él y a su mujer les he contado mi odisea buscando lugar
para dormir. Han dicho a un chaval que me traiga plato y cubiertos,
pero no los he necesitado, sólo el vasito de vino. Me dicen que
España va ganando 1-0 por gol metido por Xabi Alonso, el tolosarra
que jugó en la Real Sociedad y ahora milita en el Madrid, tras su periplo inglés. Pido
permiso para ver lo que queda del partido y así entro en el recinto
bajo techo. Hay mucho sitio. Dejo la mochila en un rincón, cojo la
mochilita y veo el partido de pie, sólo la última media hora.
Cuando el árbitro pita penalty contra Francia, uno protesta. Le
digo: “si eso no es penalty…” y parece que recula. Ha sido un
penalty bien pitado y Xabi Alonso se encarga de meter el 2-0
definitivo, echando el balón al lado contrario de donde se ha tirado
el portero. “¡Gol perfecto!”, “¡Gol vasco!”, les digo. Los
franceses, después del mal partido que hizo Francia contra Suecia,
ya se habían preparado para esta derrota, así que ahora la aceptan
sin más problemas. Yo he tratado de estar correcto y hasta he
aplaudido un paradón del portero galo en el último cuarto. Ha
habido poco peligro en el área española. Hablo con una madre de
futbolista que me enseña fotos de Fort Boyard en su móvil. Me
ofrece fotos del interior del fuerte, así que se desmorona la
información recibida hoy de que sólo se ve el exterior. Supongo que
lo corriente es dar el rodeo en barco, pero veo que también hay
posibilidad de visitarlo por dentro. Al menos, el que hizo estas
fotos estuvo dentro. También me enseña fotos del faro de Cordouan,
en la desembocadura de La Gironde. Las mujeres que están detrás de
la barra, me ofrecen un triángulo de tarta de manzana, que está muy
rica. “¿Quién la ha hecho?”, pregunto para agradecer y
alabarla, pero ha sido una tarta comprada que ha sobrado de la cena. Doy
las gracias y me responden algo similar a “de nada”. Un chaval
que conoce algo de castellano intenta traducirme y acaba diciéndome
que es como “de rien”. Todos empiezan a recoger sus cosas, las
sillas y en poco tiempo el espacio ha quedado espedito. “¿Y dónde
dormirás?”, me preguntan. “Creo que en la Mairie”, les digo y
no les parece mala elección. Durante el partido y al salir hacia el
ayuntamiento, los de la boda pululan por el entorno. A los del
caterig que no me ofrecieron ni bocata, les digo lo que he acabado
cenando y me voy.
Durmiendo en el
ayuntamiento de Le Marquillet.
Vuelvo a la Mairie de
Yves. Elijo dormir en la parte delantera, en el rellano sobre los
escalones de acceso. Tiene una barandilla protectora. El suelo es
duro y me planteo dormir sobre la hierba, pero declino la opción.
Arriba estoy más visible, pero me veo menos vulnerable. Hay dos
farolas encendidas, una muy alejada, que no me molesta, y la otra, la
más cercana, la consigo contrarrestar poniendo mi mochila en la
trayectoria de su haz de luz y mi cara. Pasan coches provenientes de
alguno de los festejos. Quizá de la boda. Paran dos coches en la
plaza, el primero ni me entero cuándo ha llegado. El otro si. El
segundo se va a las 5:30 horas, cuando está amaneciendo. Duermo a
ratos. El suelo duro lo voy aceptando cada vez peor. ¿Cuándo
volveré a dormir en la playa? Esta noche me dolía la zona lumbar.
He hecho un poco de Pilates dentro del saco de dormir. Sólo me
levanto una vez a orinar. En uno de los despertares, he visto la Osa
Mayor justo a la par de la visera de la mairie. Una de las estrellas
del carro ya se metía entre el mástil y el trapo de la tricolor
francesa.
Balance de una
jornada de bodas.
El recorrido de este
sábado ha sido de los menos bonitos de lo que llevo de viaje. El
Fort Vauban no iba a contribuir a mejorarlo pero, lo acontecido en el
camino ha sido lo suficientemente variopinto como para compensarlo.
La música con canto y danza en la zona del Casino, las dos bodas,
las recolectoras de vainas de mar, los pescadores que no pescaban, la
colocación de la primera piedra de un nuevo trabajo para personas
con minusvalía, el encuentro con los camioneros lituanos (¿llegaré
algún día a Vilnius?), la buena acogida final de los futbolistas
con el 2-0 de España cuyo último gol he podido ver, y hasta los
disparos de escopeta de los del tiro al plato, de los que he salido
ileso, han sido puntos de inflexión interesantes en mi camino.
Además de encuentros puntuales que también han tenido su gracia: el
del concesionario de coches, el rato en Le Maritime, las
argelino-galas y otros reorientadores puntuales. El viaje sigue
mereciendo la pena, a pesar de que he perdido demasiado tiempo por la
tarde-noche buscando sitio para dormir y que casi me come un perro.
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