martes, 5 de mayo de 2015

Etapa 18 (309) La Rochelle-L'Houmeau


Etapa 18 (309). 25 de junio de 2012, lunes.
La Rochelle-Pont de Ré-Plage de Sablanceaux-Saint Marie de Ré-Saint Marie la Noue-La Flotte-Riverdoux-Pont de Ré-L’Houmeau.

Así como en la isla de Oléron dormí dos noches, el recorrido por Île de Ré será más corto y peor que el día de la música. Pero no vamos a adelantar acontecimientos. Primero tengo que llegar a la isla y me va a costar. Ayer, al sacar el equipaje, vi que se había salido mucho Aloe-Vera del tubo. ¡Lástima! Lo rebañé como pude. Confío en que no se me vuelva a escapar.

Amanecer en el albergue de La Rochelle.
Me despierto para las seis y media. Me levanto y voy a orinar. Llevo la máquina de afeitar para hacer allí todo, pero no hay enchufe, así que me afeito en nuestro servicio privado para seis. También me ducho con el jaboncillo que me dieron en Le Château y que ayer empecé. Dejo todo desordenado pero sobre mi cama y bajo a escribir entre las dos pantallas de ordenador. A las 7:15 horas, ya voy a desayunar. ¡Unos días muy tarde y otros tan pronto! Me pongo al lado de una chica pero, para cuando me siento, ya se ha ido. La veo hablando con un argelino que estudia Materiaux, algo relacionado con metales, fundición, o algo así. Desayuno tres vasos de polvos ricos de naranja, 2 lonchas de mortadela, 2 de salchichón y un tranchete de queso con pan. Luego hago rebanadas de pan con mantequilla y mermelada. Un plátano y un kiwi. Mermelada de plátano y yogur de plátano. ¡Me voy a aplatanar! Acompañado de dos cafés con leche. El argelino conoce, al menos de nombre, Djanet, Gardaia, e Ilizi, mi periplo argelino con el mejor guía del mundo, Txema Elósegi. Terminado el desayuno, escribo en un rincón. Cuando llega el escocés, le saludo y me voy. No me daba cuenta de que también estaba desayunando el francés y aprovecho para decirle que cuando llegue a un albergue deje señal de que su cama está ocupada, que ayer casi se acuesta en la suya el escocés y no lo hizo porque yo se lo dije. Me despido del francés. En recepción pido ayuda para responder la encuesta. Algunas preguntas no las entiendo. Me dice que ganó Italia a penaltis, 4-2. 
 
Cuando voy a marchar, entra el alemán y me puedo despedir a duras penas de él, pues su novia, mimosa, se arrulla aplastada a sus pectorales. Bajo a la salida y estoy a punto de marcharme, cuando pasa el de Brest y, como sigue sin gafas, me cuesta reconocerle. Lo mismo que me ha pasado en el comedor. Le pregunto qué hay de interés en su ciudad y me dice que se parece mucho a La Rochelle. Que tiene lo mismo, gran puerto, bonitas plazas y mejor comunicación interna. Poco después de las nueve saco foto del albergue y me voy.


Paseo matutino por La Rochelle.
También sale el escocés con intención de comprar un adaptador para algo. Inicia camino en la misma dirección que yo, pero parece que no desea compañía. Le dejo seguir solo. Empiezo por donde ayer, por camino conocido, y voy más seguro. Voy sin prisas, admirando lo que ya vi ayer. Saco una foto similar con torres y el paseo empedrado.

Veo el puente levadizo elevándose pero, para cuando llegue, ya estará en suelo firme. Cerca del puente levadizo me vuelvo a encontrar con el escocés. Todavía no ha encontrado lo que quiere comprar, aunque sabe ya dónde debe ir. Paso el puente y le dejo allí haciendo sus fotos con sus aparatos y viendo como le han salido en el mismo momento en su ordenador portátil. Yo, las mías, no sé ni cuándo las podré ver. Por lo menos hasta agosto. Para mí verlas, después de tanto tiempo, supone una grata sorpresa. El puente lo han elevado porque tenía que pasar un velero de altos mástiles. Los paseantes han tenido que esperar. Para cuando llego, está terminando de pasar un grupo de alumnos de un colegio. Al final va un profesor y le pregunto si es una experiencia de escuela abierta. Me dice que van de visita al Museo Naval. Me dice que está cerca. Es un barco varado en el que figura ese nombre. Cuando le digo que vengo del País Vasco a pie, alucina, pero me tiene que dejar y seguir con el grupo. Paso el puente levadizo y no doy la misma vuelta que ayer por el puerto, pues me meto por cerca de las torres. Ahora voy en compañía de una chica que va a trabajar. La abordo en la siguiente pasarela más estrecha que hay a continuación. Aconsejan que no se pase montado en bici, pero casi ningún ciclista cumple la recomendación. Como tampoco yo ayer, que oriné en unos arbustos de un jardín. Me pedían 30 céntimos por orinar en una toilette. A la chica le gusta el viaje que estoy haciendo. Me dice que vaya hacia un parque y nos despedimos, pues ella tiene que ir hacia el puerto. Me da cuatro besos.

Hacia le Pont de Ré.
Cojo buen camino por un parque boscoso, pero un hombre me reorienta hacia plaza Verdún. Veo en el plano de la ciudad que la plaza me aleja de mi destino y, en cuanto el camino me lo permite, enderezo corrigiendo el error. Me vuelvo a meter en el parque. En otra duda, un señor mayor me dice que voy bien, pero que está lejos. “Vengo andando desde el País Vasco. Se echa las manos a la cabeza y dice: “mon Dieu” (Dios mío), “¿y quieres llegar a Bélgica?” Salgo en un lugar en el que todo lo que queda es seguir una calle. Veo dos mujeres añosas y camino un rato con ellas a su ritmo. Las abordo preguntando, si las casas a las que estamos llegando, se puede decir que están “à banlieue” (en las afueras) de La Rochelle. Me responden que sí, que es correcto, puesto que el centro de la ciudad ya quedó muy atrás. Les gusta mi viaje y me aseguran que, siguiendo por donde voy llegaré al puente que me pasará a la isla. Me dicen que la rivière, el estuario último, se llama La Boutonne y, sin que nada escrito me lo confirme, no dudo de que sea cierto y así lo escribo. En un momento determinado veo un indicador que dice Pasarela y pienso que pueden llamar pasarela al puente y me voy en esa dirección, pero una mujer con cascos que espera en parada de autobús me dice, muy amable, que siga por donde iba.
 
En el momento en que el camino y las señales me mandan hacia la derecha, tengo la intuición de que, siguiendo adelante, también voy a llegar al mar y en posición más ventajosa para sacar una bonita foto del arranque del puente. Pregunto a dos que están sentados en otra parada de autobús pero que me da la impresión de que no van a coger autobús alguno, y me confirman que sí, que siga, pero que coja la salida para París (?). Paso por zona industrial, bastante degradada. En un lugar, donde hay grandes bombonas verticales de no sé qué gas, un camión de muchos caballos, de la empresa Locnacelle, de Île de France, parece que se encabrita, con sus ruedas delanteras elevadas hacia delante. Eleva también, con su brazo grúa, a dos o tres hombres. Parece que en la cabina abierta, con cartolas, estén suficientemente seguros. Yo no me fiaría mucho. La impresión que me da el camión es como si se le hubieran encabritado los caballos y, las ruedas, como si fueran sus patas delanteras equinas.


Cuando llego cerca del mar, donde el agua muestra también alto grado de contaminación, me topo con una visión casi completa del puente, que es lo que quería lograr. Luego continúo hacia él, acercándome, y saco una foto más próxima al punto de arranque. Cojo el carril de peatones, mientras que el de bicicletas lo dirigen hacia el otro lado del puente.
 

Ya en el puente, me fijo en que las sujeciones de la barandilla no tienen todos los puntos amarrados. ¿Fue fallo de diseño? ¿Es suficiente así? El caso es que de cada cuatro agujeros se ahorran un tornillo, una tuerca y una arandela.
 


No me entretengo en ir mirando uno por uno, ni lo que ocurre en el otro lado. Pero para muestra basta un botón. El que quiera que mire mi foto. Antes de llegar a la mitad del puente, ya veo una playita de arena dorada justo debajo, en la parte final del puente y que corresponde a la zona más Sur de la isla. Cuando estoy en la cima, saco foto del otro lado de la isla, por donde regresaré por la tarde.
 


Y, ya debajo del puente, nada más llegar a la isla, otra visión del puente desde casi el arranque hasta el continente. No sé qué largura tiene este puente en relación con el que lleva a la isla de Oléron, pero a mí me ha costado tres minutos más pasarlo.



Île de Ré. Corralitos.
Enseguida me descalzo. Cuántas ganas tenía de remojar los pies en el mar. Aunque ayer y hoy me los he lavado bien, enseguida se ponen negros con las sandalias. Me encamino por el Sur hacia el Oeste.
 
Una pareja, que me he cruzado cuando llegaba a la parte final del puente, me ha asegurado que es la parte más bonita de la isla. Hay algas en la orilla y veo posibilidad de baño en bolas a un par de kilómetros. Aparecen piedras y salgo a paseo marítimo. La playa se estropea y vuelve a ofrecer el aspecto de costa marisquera. Orino en toilette pública y veo un restaurante que está cerrado. Sigo caminando por la playa, pero ahora ya calzado y paralelo a pareja. Voy pisando algas que me mojan mucho. Finalizando la playa compruebo que lo que creía arena, son piedras blanquecinas y una mujer con perro me dice que, si busco restauran, debo seguir 5 Km. hasta Santa María de Ré.
 

Me armo de valor y calculo que llegaré hacia la una y media. Voy pisando piedras planas muy irregulares, pero acabo saliendo a camino por la duna. Topo con dos patos salvajes, pero son más rápidos en volar que yo en sacar la cámara fotográfica. Buscando caminos por los que ir pisando mejor, llego a un lugar al que llaman “écluse” (esclusa) de l’Île de Ré. Aquí también, como en Cádiz, veo que preparan trampas para que se queden atrapados los peces en la bajamar. Son pequeños corralitos. Los primeros los vi entre Sanlucar de Barrameda y Chipiona allá por el 2008. Al fondo, en medio del mar, hay un faro que, aunque en mi mapa no aparece, es probable que cumpla la función de controlar los flujos navieros para salir al mar océano, entre las dos islas: Oléron y Ré. Un faro similar al que había frente a Royan y Le Verdon, a la salida de La Gironde. Aquél figuraba en el mapa, ¿tendrá éste menos solera?

Me encuentro a un hombre y dos mujeres. Cuando les digo que vengo andando desde el País Vasco, dicen: “oh la la”. Se dan la vuelta, con buenos deseos para mí. No han mostrado ningún interés en ver la esclusa, ni el faro.

Buscando comida:
“Sigue adelante”.
Voy saliendo de la costa y entrando por caminos que me llevan a zonas de cultivos. Saco foto a dos viñedos. Habrá que esperar unos meses para que me ofrezcan sus racimos de fruta para comer.
 

Llego a un lugar que ofrece balneario. Leo: Thalassa. Me acerco para ver el menú y los precios me parecen más que caros, desorbitados. Una mujer que está fuera del edificio me dice que si ese menú me parece caro, aún lo será más el del hotel y me recomienda que me acerque a Sainte Marie. Por fin, consigo llegar a la plaza de la iglesia, pero al pasar por un local de jóvenes, tres chicos me dicen que me quede con ellos. Me dicen que me pueden dar algo de carne. Veo todo muy destartalado y me dispongo a poner una excusa para escapar. Les agradezco su buena voluntad y me orientan al restaurante, hacia otra plaza. 


Otro chico me explica por donde debo ir mirando en un plano público municipal. Saco foto de la iglesia de Sainte Marie de Ré. Intento seguir el itinerario bien, pasando de nuevo por donde los jóvenes invitadores, en el momento en que llega un cuarto en bicicleta. Sigo a un punto en que creo que ya debo de estar cerca, y una chica que para su coche me dice que debo ir a la playa, a 5 kilómetros. Me dice también que siga la calle y a diez minutos encontraré algo para comer. Llego a un hipermercado y dudo si comprar allí, pero hoy me he propuesto comer de fundamento. Una chica que habla castellano me dice que, aunque voy a encontrar obras en la carretera, que siga adelante. Me para un chico con su coche y me invita a subir. Le digo que el camino lo estoy haciendo a pie y le agradezco su buena disposición. Por fin llego.

Sainte Marie la Noue. Comida en L’Escale.
Me atienden bastante mal. Poco después llega una pareja de cincuentones, que tienen aspecto de ser homosexuales y, aunque no tengo nada contra ellos, sus amaneramientos y mohines me resultan insufribles. Trato de mirar a otro lado. Para colmo les atienden antes que a mí. Cuando me cogen la comanda, ya no quedan ni “crudités” (verdura cruda), ni chuletillas de “agneau” (cordero). La última verdura se la está comiendo el alto. Ofrecen dorada y el listillo me dice que los franceses llaman dorada a la lubina. Cuando me traen el pescado veo que es dorada, lo que yo llamo dorada y se lo digo. ¡Listillo! Pido el mismo postre que han traído a uno de ellos, pero no me lo traen y lo tengo que reclamar dos veces. La chica me pide excusas. Por fin me lo sirven: merengue con crema y caramelo. Se deja comer. Pago con Visa 13 €. Tomando la decisión de comer aquí, no he hecho buena escala. Los clientes se van. Los camareros limpian. Yo escribo. El camarero toma una cerveza. No recuerdo a qué hora recojo todo y me voy a ir. Entonces le digo que vengo andando desde el País Vasco. Llevo días en que, cuando digo esto, matizo: “bueno, todo el camino no” y comienzo a excluir los pasos en barco: Arcachon-Cap Ferret, Le Verdon-Royan y ahora añado el transbordador colgante de Rochefort. La camarera que tardó tanto con el postre, alucina. Empiezo a notar síntomas de prelumbago, ¡espero que no me dé un ataque después de tantos años! Le digo al camarero que quiero conocer el lado Norte de la isla y le pregunto itinerario a seguir para volver al puente. Me dice que coja dirección La Flotte. Saliendo de la Noue veo un plano que no me aclara nada. No acabo de aclararme si Santa María de Ré y la Noue (dudo si no es la Neue), son lo mismo o dos lugares distintos. En mi mapa no aparece. Los únicos santos son: Santa María y San Martín. ¿Serán dos burgos y un solo ayuntamiento?

Caminando hacia La Flotte.
Salgo por carretera sin arcén, pero con poca circulación. Paso por la Escuela Francesa de Equitación y, aunque hay muchos caballos, la carretera pasa muy alejada de ellos, así que creo que no merece la pena sacar foto tan lejana y no quiero acercarme. Empiezan a aparecer caminos para peatones y ciclistas. Llego a una rotonda y me escoro al otro lado para ver qué pone. Dos mujeres que vienen en bici me quieren preguntar algo, pero les hago esperar hasta que yo vea la señal y me aclare. Las flechas están pensadas sólo para coches. Leo la dirección de La Flotte y ahora ya sé hacia dónde ir. Vuelvo donde las ciclistas y hablo con ellas. Una es chilena aunque vive en Francia desde el golpe de estado de Pinochet, y detecta que yo soy español. Hablamos en castellano. Dice que en aquella época era muy fácil venir a Europa y encontrar trabajo. No como ahora. Se vino en el 73. 
 
Le pregunto si era allendista, pero parece que no quiere pronunciarse sobre su ideología y yo no insisto. Nos despedimos. Antes de llegar al paseo marítimo, me la volveré a encontrar. Será un simple saludo.

La Flotte. 
Iglesia, paseo, puerto y helado.
Me acerco a la iglesia y la fotografío. Entro y saco otra foto. La nave central parece poco más ancha que las laterales. Grandes lámparas cuelgan de la bóveda. Aquí el barco cuelga de la nave lateral derecha. No sé si debido a los efluvios religiosos, salgo en dirección equivocada. Para mí la iglesia no me resulta una buena consejera y me equivoca el camino que debo seguir.
 

Un joven me reorienta. No se cree que venga caminando desde la frontera. Me río de su incredulidad y le voy dando información para hacérselo más creíble. Quiero creer que le he convencido. Me acompaña hasta que me deja en el paseo marítimo. A este lado, con la marea baja, se ve la playa propia de lugar de marisqueo y los barcos están echando la siesta.
 
 Ya me empiezo a acostumbrar a verlos así. En el propio paseo, mucho veraneante y mucha oferta turística de terrazas y souvenir. La gente camina sin prisas. Por él, llego al puerto. Un grupo de niños, demasiados para ser dos familias, así que pienso que están de excursión con sus maestros. Hoy todavía es día de escuela.
 

El puerto es deportivo. Hay algunos veleros. Veo gente comiendo helados. Me animo a comprar uno doble de pasas al ron y limón. No es que haga mucho calor, pero lo relamo sólo por el gusto de ir comiéndolo por el camino. Está rico, pero lo que más a gusto como es el barquillo. Parece un crujiente artesanal.



Mari Carmen y José Ignacio. Andoain. Abbaye des Châteliers.
Tras pasar el puerto y acabar de comer el helado, veo a dos personas y les pregunto si este camino que llevamos me conducirá hacia el puente. No lo saben, pero suponen que sí. Están de vacaciones y son de Andoain (Gipuzkoa). Se llaman José Ignacio y Mari Carmen y han salido a dar un paseo con intención de visitar lo que queda de una abadía. Les pregunto si no les importa ir en compañía hasta allí y continúo un rato con ellos. José Ignacio tiene 61 años y ella me parece algo menor. Él no sabe cuando podrá jubilarse, pero tiene intención de, nada más dejar de trabajar, hacer el Camino de Santiago. Tenemos algo en común, pues quiere hacer algo similar a lo que hice yo. Le cuento que aquél camino se está convirtiendo para mí en la vuelta a Europa por la costa. La pareja ya llevaba dos años queriendo hacer sus vacaciones en la isla de Ré. Cuando lo pensaron tuvieron la operación de uno de sus hijos veinteañeros y el pasado verano, fue José Ignacio el que tuvo un problema de salud, que no retuve. Por fin este año lo han conseguido y están pasando en la isla una semana.

Les cuento algo de cómo va mi camino y les doy la referencia de mi blog. Prometen hacer algún comentario, pero hasta ahora no he vuelto a tener noticias suyas. Llegamos a la desviación que les llevará a la abadía, después de contarles el encuentro con los de Tolosa en la cabina telefónica de Oléron, pero decido continuar con ellos, para verla yo también. Pasamos por una casa previa a la abadía, donde una gallina pasea con sus siete polluelos.
 
Al llegar a una higuera, pregunto a unos franceses a ver si están robando huevos (“oeufs”), pero no tengo el nivel suficiente como para hacer una pregunta coherente y se marchan sin entenderme. Ni yo mismo sé ahora cual era la broma que quería gastar. Finalmente llegamos a la vista de la abadía. Me despido de la pareja y mientras ellos se encaminan hacia las ruinas, yo saco la foto de la Abadía des Châteliers y regreso deshaciendo el último tramo.
 
Una higuera milagrosa: 
produce aves en vez de higos.
Cuando llego a la higuera, ya vista al venir, me fijo que entre las hojas y apoyadas en las ramas hay unas cuantas gallinas y gallos. Saco foto de una higuera que, en lugar de higos daba unos frutos avícolas. En ella se ve un par de gallinas pero, por los kikirikís y los cacareos, se podía intuir que había no pocos plumíferos dentro. Cuando he querido hacer la gracia a los franceses, probablemente llevaban en la mano alguna cáscara de huevo rota. Sería como un fruto de la higuera dejado caer por alguna de sus moradoras. Tendría que ser de ellas, pues todavía no he tenido noticia de un gallo que ponga huevos.

De la abadía hacia Rivedoux-plage. Una fortaleza junto al mar.
Más adelante encuentro un fuerte, que no sé si será diseño de Vauban. Al menos no es tan rimbombante como los vistos hasta hora y nada que ver con lo que veré en Belle Île en Mer. Ya me habían dicho los de Andoain que lo iba a ver. No puedo entrar en él, puesto que, además de una alambrada, han puesto dentro un alambre de espino rizada en rulos. Es imposible que nadie se arriesgue a penetrarla. Es zona militar, pero no parece que esté en uso. Quizás esté tan protegida como medida de prevención de accidentes, pues no parece que hoy día sea un enclave de estrategia militar. En vez de tenerlo así yo lo rehabilitaría y convertiría en otro lugar de atracción turística para hacer caminar a la gente entre La Flotte y Rivedoux. Abadía, Fuerte de la Preé y algo más, dando rienda suelta a la imaginación, podrían servir para organizar un bonito recorrido de aulas de naturaleza para escolares y jubilados. Los franceses sabrán qué hacer. Pero lo que más me interesa de la foto que hago es la presencia del puente que une la isla con el continente. También me sirve para saber que aún me queda un buen tramo para llegar a él y, a la izquierda, está cercano el lugar donde voy a dormir esta noche. Con la niebla y el día tan gris, da la sensación de un puente vahído.

Rivedoux.
Poco después de abandonar el Fuerte de la Preé, se acaba el camino, y no tengo más remedio que salir a la carretera. Anuncian carretera en obras a lo largo de Rivedoux. Voy algo equivocado con la posición de este pueblo, puesto que en mi mapa, por razón de espacio, lo sitúan al sur del puente, cuando en realidad está en el Noroeste de la isla. Llego a una playa que en su primera parte no me ofrece ningún atractivo. Continúa después del dique del puerto. Saco foto de la playa que voy dejando atrás y continúo hacia el puerto: Port de Rivedoux.
 
Antes de llegar al dique portuario, lo fotografío, no así el puerto propiamente dicho. La razón es que, visto desde el malecón, el Pont de l’Île de Ré apenas se vislumbra. Cada vez es más potente la niebla que lo va cubriendo. Aunque desaparezca de mi vista, no voy a tener duda alguna de que sigue allí. Tras pasar el malecón, veo una larguísima playa antes de llegar al puente. Calculo que me va a costar tanto como cruzarlo, más de media hora, pero la playa la recorro raudo y tardo menos de lo previsto. Cae una ligera lluvia que pronto para. Camino por la vía peatonal del lado derecho de la carretera pues ya sé que es a ese lado por donde me obligará a ir el puente.

Puente de la Isla de Ré(greso)
Faltan más tornillos completos.
Cuando estoy cerca de la base, veo a unos chavales metidos en unos matorrales. Están obteniendo palos con los que hacen que juegan al golf. Veo letrero de 3 kilómetros de longitud del puente. Saco foto del puente con la playita donde me he descalzado al llegar pero, con esta niebla, no me apetece baño. Otro día más sin poder bañarme en el mar. Me pongo en marcha por el puente, y calculo viendo las señales de -2 y -1 Km.


Tardo 31 minutos, dos menos que esta mañana, así que casi consigo hacer de media 6 Km./hora. Me fijo de nuevo en los tornillos, tuercas y arandelas que sujetan la baranda, pues les he dicho a Mari Carmen y José Ignacio que se fijen mañana por el otro lado cuando lo pasen en bici. Lo que yo echaba en falta al venir se multiplica. Ahora veo que falta otro mirando de isla a continente y, además, el del lado del mar es más pequeño. En el primer tramo, veo un tornillo sin arandela y la tuerca pequeña. Una vez llegado al final, atajo y voy por el peatonal que va por debajo del puente. Desde allí vuelvo a sacar foto del mismo y, enseguida estoy en el otro lado, siguiendo hacia el Norte, hacia Vendée, donde llegaré mañana.


Será mi último día de Charente. Aún no he salido de terrenos de La Rochelle, y continuaré ahí esta noche, aunque duerma en L’Houmeau.

Del Puente de Ré a L’Houmeau.
Son las ocho menos cuarto y ya debo ir pensando en cena y cama. Tras dejar el puente, saco foto del bonito acantilado que se me ofrece a la vista.
 
También veo un buen camino sobre la cima. El camino se vuelve confuso, el asfalto me empieza a alejar de la costa y pronto bajo para caminar por la orilla, pero no es buen camino y acabaré subiendo de nuevo. La playa es de piedra y, como la marea no ha subido hasta arriba, puedo pasar por un paso complicado con alguna prevención para que no me moje la ola. Es cuando saco la penúltima foto de la jornada.
 

Voy en dirección a un camión o rulote, pues no distingo en la distancia, pero como las piedras hacen camino poco grato, asciendo el acantilado de nuevo aprovechando un lugar escalonado que me parece propicio. Cuando llego a un paseo marítimo, me sorprende un pretil tosco, cuyas piedras se sujetan gracias a un entramado de red metálica. Es curioso, original, tanto como poco práctico, ya que delimita, pero es incómodo para sentarse en él. Última foto del día y ya son las ocho y cuarto.

La Cabane du Pertuis. Sopa y mejillones.
Por el camino, llego a La Cabane de Pertuis. Una pareja está cenando, aunque para las nueve ya se irá. Más escondida hay otra que me parece que hablan inglés, pero quizás sean holandeses. Me siento a escribir pero, como apenas tardan en traerme la sopa que he pedido, no escribo casi nada. La holandesa, doy por hecho que lo es, mira al cielo suspirando por que mejore. La sopa está rica y la acompañan dos trozos de pan tostado. No hay ningún tropiezo en ella, todo su contenido sólido está muy triturado. En cuencos aparte: uno de queso rallado y otro con una salsa que me parece picante y que dejo sin comer, no vaya a ser que despierte mi dormida almorrana al salir. Los mejillones están ricos y me divierto haciendo cuatro abanicos con sus cáscaras. Un tamaño para cada fila. Me da pena que la cebolla esté casi cruda. Su hubiera cocido más me la comería con el caldo como si fuera sopa de cebolla. También pienso que si la cebolla se cociera bien, los mejillones se habrían pasado de cocción y creo que es mejor así. También que si la cebolla estuviera cortada más fina, se habría podido cocer. Pero pensando en mi hipertensión, creo que es mejor no meter tanta sal y apenas unto el caldo. No como postre y pago con Visa 19,50 €. Al camarero le digo que él tiene cama para dormir pero que yo todavía me la tengo que buscar. Me dice que La Cabane pertenece a L’Houmeau y que en el pueblo alquilan habitaciones. Agradezco la información y me voy.

L’Houmeau. Buscando cama.
Salgo con intención de buscar algo a cubierto, por si le da por llover esta noche. Encuentro uno posible pero demasiado estrecho y busco algo mejor. Llego a un lugar donde se cultivan ostras. Está algo sucio y prefiero el primero, pero sigo buscando. Otro posible, tiene coches y da la impresión de estar habitado. Cuando voy a entrar en un recinto privado, con rejas abiertas de par en par, aparecen dos chicas y dos chicos. Disimulo. Como les oigo hablar inglés, sigo adelante. Según se van yendo, sigo disimulando. Cuando desparecen, retrocedo y entro. Parece que la casa está en construcción. Podría ser un buen sitio bajo tejavana, pero la casa de enfrente tiene un gran ventanal desde donde me pueden controlar. Veo una cabeza cana y retrocedo. Definitivamente, regreso al primer sitio elegido. Me parece que la casa alta tiene un acceso particular por escaleras y el porche es un buen lugar para dormir, aunque tiene demasiadas puertas: tres y una cuarta oculta por contenedores de basura vacíos. Al lado derecho hay una pequeña acera estrecha que es donde, finalmente, me acomodaré. Va a ser muy incómoda para darme la infinidad de vueltas que voy a dar esta noche dentro del saco. Sufriré cierto dolor, pues se va afianzando el temido lumbago. Cuando más me duele es cuando estoy en horizontal decúbito supino. Paso la noche deseando que corran las horas. Como he bebido bastante agua y además cenado sopa, me levanto tres veces a orinar. Lo hago alejado de mi almohada, no vaya a ser que se forme río y me moje la cama, algo inclinada. Durante la noche no veo ni una estrella. Hacia las cinco de la mañana empieza a caer un ligero xiri-miri. ¡Qué dolor al girarme! Aguanto boca arriba mientras estoy despierto, pero procuro no dormirme en esa posición, ya que es cuando más ronco, y no me gustaría despertar a mis anfitriones con mis ronquidos. En toda la noche, no he oído ningún ruido proveniente del interior de la casa, aunque me ha parecido que pudiera haber algún caballo en la cuadra. Se me olvida darme gel. Durante la primera parte de la noche, han pasado algunos coches, pocos, por la carretera próxima. Como estoy en un metido y con tejado, ningún conductor me ha visto. Los focos no llegan hasta mí, pues la carretera va en paralelo.

Balance de jornada continente-isla-continente.
No se han cumplido las expectativas, el buen recuerdo que yo guardaba de esta isla. Probablemente, en aquel viaje, estuvimos en la parte más occidental de la isla, a la que hoy no he llegado. Tampoco el tiempo ha sido brillante y todo contribuye. La cena ha sido mejor que la comida y me ha servido para saber cómo condimentan en Francia las sopas de pescado. Quizá lo más bonito, tras la despedida de mis compañeros de habitación, que tampoco han dado demasiado juego, ha sido el encuentro con la chica que iba a trabajar y sus cuatro besos y buenos deseos para mi continuación de viaje. También mis encuentros puntuales antes del puente, en especial el de las dos mujeres mayores. Me ha dado pena pasar otro día más sin poder bañarme en el mar de la isla. Mañana me arrepentiré de no haber caminado un poco más. Hubiera encontrado mejor sitio, menos duro y más solitario, para dormir. Pero basta de lamentaciones.

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