Etapa 11 (302). 18 de
junio de 2012, lunes.
Hourtin
plage-Le Pin Sec-Montalivet-Le Gurp-Soulac sur Mer-Le Verdon sur Mer.
Si la tarde que arribé
a Arcachon tuve la fortuna de llegar justo para coger el último
barco, la suerte de hoy será la de no haber llegado a tiempo y ver
cómo el transbordador más tardío se me escapa delante de mis
propias narices. ¡Hasta mañana en Royan no seré consciente de la
suerte que he tenido!
Amanecer en Secours de Hourtin sur Mer.
Me despierto a las seis
y cuarto. Me levanto, orino en la arena, hacia la duna, tomo la
pastilla, me visto, cargo el equipaje y para las seis y media ya
estoy en marcha.
La ducha que había previsto ha sido un fiasco. Se ve que la cebolleta la tienen dentro y también los mandos están a buen recaudo. ¡Mi gozo en un pozo! Ahora la salida del lugar la hago con mayor racionalidad. No paso por encima de las cadenas, sino que veo que es una puerta que se abre y tiene un enganche como en algunas langas que cierran caminos para que no escape el ganado. El alambre encaja perfectamente en el pivote. Saco una foto del pabellón en que he dormido y de las cadenas-puerta que abro al salir y que ayer remonté. Junto al camino se ve el hueco que ayer dudé como bueno para dormir.
Nueva foto con el sol a punto de aparecer por encima de la duna protectora. Bajo las escaleras descalzo y así continúo mucho tiempo hasta Montalivet. A esta primera hora de la mañana voy con los dos jerseys y no sobran. Empiezan a abrirse resquicios de azul en el cielo, pero las nubes negras, todavía amenazantes, soltarán algunas chispitas de lluvia por el camino.
La ducha que había previsto ha sido un fiasco. Se ve que la cebolleta la tienen dentro y también los mandos están a buen recaudo. ¡Mi gozo en un pozo! Ahora la salida del lugar la hago con mayor racionalidad. No paso por encima de las cadenas, sino que veo que es una puerta que se abre y tiene un enganche como en algunas langas que cierran caminos para que no escape el ganado. El alambre encaja perfectamente en el pivote. Saco una foto del pabellón en que he dormido y de las cadenas-puerta que abro al salir y que ayer remonté. Junto al camino se ve el hueco que ayer dudé como bueno para dormir.
Nueva foto con el sol a punto de aparecer por encima de la duna protectora. Bajo las escaleras descalzo y así continúo mucho tiempo hasta Montalivet. A esta primera hora de la mañana voy con los dos jerseys y no sobran. Empiezan a abrirse resquicios de azul en el cielo, pero las nubes negras, todavía amenazantes, soltarán algunas chispitas de lluvia por el camino.
Caminando hacia la
plage Pin Sec.
No hay que ser muy
sagaz para traducirlo por playa del Pino Seco. Para las siete menos
cuarto ya estoy llegando. La playa me ofrece la misma bella monotonía
de los dos días anteriores. Estoy cómodo en este “más de lo
mismo”. Lástima que el frío no me anime a ponerme en bolas. Hoy
me tengo que conformar con ir descalzo. “A pie nudo”, como el
camino a Santiago que hizo mi amigo suizo Aurel Hausheer.
También me vienen al recuerdo los 33 kilómetros y medio desnudo por la playa del Coto de Doñana, en Huelva. Allí alternaba camino hacia delante con tramos yendo de espalda y en la misma dirección. Al no haber nadie con quien poderme chocar, fue una experiencia grata que hoy no repito.
Pasando la playa Pin Sec y dirigiéndome hacia la plage Sud, la del Sur de Montalivet, llego a unos restos de búnkeres que grabo en mi cámara digital. Son los únicos elementos que rompen la monotonía del paisaje y si no hubieran estado, mejor. Nos habríamos evitado una guerra. Cuando llegue a Normandía, serán peste. Ya han dado las siete y media.
También me vienen al recuerdo los 33 kilómetros y medio desnudo por la playa del Coto de Doñana, en Huelva. Allí alternaba camino hacia delante con tramos yendo de espalda y en la misma dirección. Al no haber nadie con quien poderme chocar, fue una experiencia grata que hoy no repito.
Pasando la playa Pin Sec y dirigiéndome hacia la plage Sud, la del Sur de Montalivet, llego a unos restos de búnkeres que grabo en mi cámara digital. Son los únicos elementos que rompen la monotonía del paisaje y si no hubieran estado, mejor. Nos habríamos evitado una guerra. Cuando llegue a Normandía, serán peste. Ya han dado las siete y media.
Entre Pin Sec y plage Sud.
A las ocho y media
llego a otra playa que no aparece en mi mapa. Creo que voy a tardar
mucho en llegar a algún sitio a hora apropiada para poder desayunar,
así que me decido a comer una barrita de cereales y terminar los
frutos secos que llevo a mano. En la parte alta de la mochila,
todavía tengo algunos más en reserva. En la playa, una papelera
que, con el viento que sopla, levanta e hincha su bolsa negra hacia
el cielo. Me temo que la fuerza del viento la acabará arrancando de
sus enganches. El poco peso de la piel del último plátano que estoy
comiendo, si la echo dentro, acabará volando por los aires. La
echaré más adelante, en el siguiente búnker que encuentre, para
que se la coman las gaviotas. Hoy también las gaviotas vuelan como
ayer. Si cada vez que me las encuentro volaran hacia el Sur, las
perdería pronto de vista, pero casi nunca actúan así y me las
vuelvo a encontrar, las mismas, varias veces. Hoy también se asustan
antes de que llegue, pero los grupos son menos numerosos y más
escasos.
Tras dos horas y media caminando en solitario sin más compañía que las gaviotas, encuentro a una mujer con un perro. A falta de pelota le lanza una especie de hélice rosada. Luego en la duna, entre las hierbas, veo una cabeza. Parece que trabaja. También me fijo en unas huellas recientes de algún corredor. De lejos se ve población y encuentro un tronco de árbol, que es una nota diferente en el camino. Es el trozo de la conjunción entre el tronco y la raíz, y el mar se ha encargado de pulirlo. No creo que le crezca ninguna ramita verde. Ya acercándome a la urbanización, veo una especie de castillete, pero al acercarme compruebo que es la atalaya del socorrista. “¿Será la playa Sud?”, me pregunto, pero no quiero subir al puesto de socorrista para cerciorarme. Un hombre mayor pasea y me saluda.
Tras dos horas y media caminando en solitario sin más compañía que las gaviotas, encuentro a una mujer con un perro. A falta de pelota le lanza una especie de hélice rosada. Luego en la duna, entre las hierbas, veo una cabeza. Parece que trabaja. También me fijo en unas huellas recientes de algún corredor. De lejos se ve población y encuentro un tronco de árbol, que es una nota diferente en el camino. Es el trozo de la conjunción entre el tronco y la raíz, y el mar se ha encargado de pulirlo. No creo que le crezca ninguna ramita verde. Ya acercándome a la urbanización, veo una especie de castillete, pero al acercarme compruebo que es la atalaya del socorrista. “¿Será la playa Sud?”, me pregunto, pero no quiero subir al puesto de socorrista para cerciorarme. Un hombre mayor pasea y me saluda.
Montalivet-les-Bains.
Llego a un muro de
contención y temo que me voy a encontrar con la salida de algún
río, aunque no hay indicación de tal cosa en mi mapa, y decido
subir al siguiente puesto de socorro. Por lo menos quiero saber dónde
estoy. Pero allí no encuentro a nadie y leo un cartel que sólo
pone: “No sourveillance”, no vigilada, y las claves de la playa. Aprovecho para
descargar mi saco de mierda en las toilettes e ir más ligero de
equipaje, pero se me olvida mirar si hay enchufe para afeitarme. El
suelo está encharcado, no porque lo hayan fregado recientemente,
sino porque lo han hecho a manguerazo limpio. Después me acerco al
Café des Dunes. Un café con leche me cobran 3,20 €. Me parece
carísimo. Me pongo a escribir. Mientras lo hago, veo oferta de
mejillones. Los veo pasar por delante para otros clientes y me
encapricho. Pido una copa de vino blanco y pago 11 € con Visa. En
el recibo no pone Café des Dunes, sino CAHUI. Me atienden camarera y
camarero. Ella me dice que, cuando pase el estuario de La Gironde,
entro en la región de La Charente y que por ella seguiré hasta
llegar a La Rochelle. Les enseño el diario. Tras comer los “moules
frites” (mejillones con patatas fritas) y escribir el diario, ya es
la una y media. Salgo hacia la playa.
Playa nudista de
Montalivet.
Enseguida de bajar a la
playa, empiezo a ver los primeros nudistas. Aunque ya lo tenía
anotado en el primer mapa, no lo había hecho en el que me dio Damian
en Le Grand Crohot, por lo que llegar a esta playa nudista ha
supuesto una grata sorpresa para mí. No me doy cuenta de ello hasta
llegar a Le Verdon, al anochecer. Grata sorpresa. Sin embargo, esta
parte norte de la costa de La Gironde, es la que menos me está
gustando. Principalmente porque el mar en la marea alta se tropieza
con la duna, la escarba y afloran las rocas que la sustentan. Algunos
opinan que esta duna horadada convierte al paisaje en algo más
salvaje. En la siguiente zona el nudismo es más generalizado. Se ven
muchas parejas adultas y mayores. Me desnudo en zona más protegida y
no demasiado próxima a la duna con roca pelada, donde la humedad es
mayor. Tras el baño, subo al chiringuito que está arriba, donde una
chica escribe una lista con precios en tres idiomas: francés, inglés
y alemán. El castellano no tiene cabida. Me pongo a escribir el
diario. Ella se piensa que escribo poesía. Le cuento mi viaje, y
ella muestra algún interés. Me desean buena continuación y yo que
les vaya bien en la campaña veraniega que ya comienza. “Que
tengáis éxito”. Tras ver el panorama que ofrece la arena y el mar
desde arriba, bajo de nuevo a la playa. Me tumbo y tengo la primera
eyaculación espontánea de los once días que llevo de viaje. Soy
discreto. Nadie se entera. Ha sido una eyaculación sin masturbación
y constato que, con la edad, va reduciéndose mi producción seminal,
y expulso escasas gotas de esperma. El orgasmo ha sido corto pero
placentero. Tras nuevo baño y estar otro rato tumbado al sol, cargo
con las mochilas y arranco sin vestirme. He estado poco más de dos
horas, pero me gustaría llegar al barco a Le Verdon. Van a dar las
cinco de la tarde.
Hacia Le Gurp.
Como decía, voy
desnudo hasta llegar a los búnkeres coloristas. Están llenos de
graffiti y alegran con esa nota de color el paisaje. Los prefiero
coloreados que al natural. Así parecen más pacíficos, menos
guerreros. Veo textiles y me pongo el calzoncillo. A continuación
comienza la playa de Le Gurp. Me lo dice un chico que está haciendo
ensayos para volar con su cometa de kite-surf. En cuanto le dejo, me
vuelvo a quitar el calzoncillo, pues vuelvo a ver gente desnuda. Así
seguiré hasta que, entrando en Soulac-sur-Mer, vea un muro de
contención que han tenido que hacer para que el mar no se lleve toda
la playa y la duna.
Desde Le Gurp, la playa que para algunos es más salvaje y para mí una muestra de deterioro, ya me venía dando muestras de que podía pasar esto que ahora me encuentro. Habría que conocer las razones para hacer necesaria la construcción de este muro tan potente. Supongo que será un problema de corrientes marinas, ya que no parece que pueda achacarse a que hayan quitado posidonia. No he visto ni muestra de esta alga que era plaga en Baleares el pasado verano. Supongo que los expertos lo sabrán, pero no he encontrado a ninguno por el camino. Saco foto del muro para que quede constancia de lo que digo.
Desde Le Gurp, la playa que para algunos es más salvaje y para mí una muestra de deterioro, ya me venía dando muestras de que podía pasar esto que ahora me encuentro. Habría que conocer las razones para hacer necesaria la construcción de este muro tan potente. Supongo que será un problema de corrientes marinas, ya que no parece que pueda achacarse a que hayan quitado posidonia. No he visto ni muestra de esta alga que era plaga en Baleares el pasado verano. Supongo que los expertos lo sabrán, pero no he encontrado a ninguno por el camino. Saco foto del muro para que quede constancia de lo que digo.
Si antes he visto el
grueso muro de contención, construido con gruesas piedras, ahora me
encuentro con una zona que, entre el mar y la duna, han tenido que
elevar una montaña de arena para crear una zona falsa de playa que
sirva de solario. No subo a verlo, pero las figuras y cabezas
femeninas que veo desde la orilla al pasar me dan fe de ello. En la
cima, una bonita casa se enseñorea del lugar entre la pineda.
Sigo a paseo marítimo con poca gracia. Me sorprende ver una bandera azul sin playa de calidad que lo justifique. Creía que para obtener la bandera azul no bastaba sólo con tener limpieza en las aguas. Al llegar allí, me visto y voy buscando pista cyclable. Una mujer me orienta mal y otra me reconduce. En otro momento en que pierdo la pista, voy hacia la costa y la vuelvo a encontrar.
A veces va paralela a las vías de un tren que parece obsoleto. Algo parecido a lo que ocurrió en el Bidasoa con el tren Txikito. Pero aquí los raíles se mantienen.
Sigo a paseo marítimo con poca gracia. Me sorprende ver una bandera azul sin playa de calidad que lo justifique. Creía que para obtener la bandera azul no bastaba sólo con tener limpieza en las aguas. Al llegar allí, me visto y voy buscando pista cyclable. Una mujer me orienta mal y otra me reconduce. En otro momento en que pierdo la pista, voy hacia la costa y la vuelvo a encontrar.
A veces va paralela a las vías de un tren que parece obsoleto. Algo parecido a lo que ocurrió en el Bidasoa con el tren Txikito. Pero aquí los raíles se mantienen.
Le Verdon para cruzar a Royan.
Empiezo a ver señales
de Point de Grave, pero yo busco Le Verdon.
Nadie me ha dicho que el barco para pasar el estuario de La Gironde y llegar a Royan, hay que cogerlo en Pointe de Grave. Como no he sacado el siguiente mapa, tampoco sé que mi inicio en La Charente, será a partir de Royan. Esta circunstancia me jugará una mala pasada, ya que cuando llega un cruce con dos direcciones, una a Pointe de Grave y la otra a Le Verdon, yo elijo esta última, cuando la referencia buena para el barco era la otra. Creo que voy bien de tiempo como para llegar a las 19:55 horas, pero no me doy cuenta de que me estoy alejando de mi punto de destino.
Llego a un cruce por una carretera sin indicadores y no sé para dónde ir. Nadie en la calle para preguntar. Oigo voces en una casa y llamo para que me lo aclaren. El dueño de la casa se acerca a la puerta, pero el perro con sus ladridos insistentes no nos deja hablar. Al fin consigo entender al hombre. Me dice que la carretera correcta es la que he cogido, que pase la vía del tren y que tire a la derecha. Vuelvo a ver indicador Pointe de Grave y Royan, y sigo sin enterarme que es por allí por donde debo coger el barco. En el siguiente cruce pregunto a dos chicos que están en la terraza de un bar, me indican la dirección y me dicen: “destino Royan”. Intento que me acerque a la estación marítima, diciéndole a un chico que está aparcando su coche. Pero no se brinda a llevarme. Habría sido demasiada suerte... o desgracia.
Cuando estoy llegando al puerto, oigo cómo se están cerrando las compuertas del transbordador y el barco empieza a hacer la maniobra de zarpar. Hay una cabina de viajes de recreo, pero está vacía, sin nadie a quien poder preguntar. La verja, también cerrada, tampoco me deja pasar. Dentro del recinto, veo a un hombre que va por una pasarela. Le pregunto y me dice que mañana, el primero, sale a las 7:15 horas. Cuando llego a la puerta por la que deberé entrar mañana, hablo con él. Le digo cómo, por unos minutos, he perdido el último de hoy. Con el espíritu positivo que me caracteriza, pienso que a lo mejor ha sido un acierto perderlo. Mañana por la mañana sabré que estoy en lo cierto.
Nadie me ha dicho que el barco para pasar el estuario de La Gironde y llegar a Royan, hay que cogerlo en Pointe de Grave. Como no he sacado el siguiente mapa, tampoco sé que mi inicio en La Charente, será a partir de Royan. Esta circunstancia me jugará una mala pasada, ya que cuando llega un cruce con dos direcciones, una a Pointe de Grave y la otra a Le Verdon, yo elijo esta última, cuando la referencia buena para el barco era la otra. Creo que voy bien de tiempo como para llegar a las 19:55 horas, pero no me doy cuenta de que me estoy alejando de mi punto de destino.
Llego a un cruce por una carretera sin indicadores y no sé para dónde ir. Nadie en la calle para preguntar. Oigo voces en una casa y llamo para que me lo aclaren. El dueño de la casa se acerca a la puerta, pero el perro con sus ladridos insistentes no nos deja hablar. Al fin consigo entender al hombre. Me dice que la carretera correcta es la que he cogido, que pase la vía del tren y que tire a la derecha. Vuelvo a ver indicador Pointe de Grave y Royan, y sigo sin enterarme que es por allí por donde debo coger el barco. En el siguiente cruce pregunto a dos chicos que están en la terraza de un bar, me indican la dirección y me dicen: “destino Royan”. Intento que me acerque a la estación marítima, diciéndole a un chico que está aparcando su coche. Pero no se brinda a llevarme. Habría sido demasiada suerte... o desgracia.
Cuando estoy llegando al puerto, oigo cómo se están cerrando las compuertas del transbordador y el barco empieza a hacer la maniobra de zarpar. Hay una cabina de viajes de recreo, pero está vacía, sin nadie a quien poder preguntar. La verja, también cerrada, tampoco me deja pasar. Dentro del recinto, veo a un hombre que va por una pasarela. Le pregunto y me dice que mañana, el primero, sale a las 7:15 horas. Cuando llego a la puerta por la que deberé entrar mañana, hablo con él. Le digo cómo, por unos minutos, he perdido el último de hoy. Con el espíritu positivo que me caracteriza, pienso que a lo mejor ha sido un acierto perderlo. Mañana por la mañana sabré que estoy en lo cierto.
En busca de sitio
para dormir.
En el punto en que
estoy, la opción de ir hacia el estuario de La Gironde es más
complicada que la de ir hacia la costa marina. Me voy hacia la duna
del Norte. Desde la duna saco foto del puerto en que mañana cogeré
el barco. Por la duna busco un lugar protegido del aire que me
permita dormir con ciertas garantías. Veo retretes que me vendrán
bien mañana. Veo un monumento de los militares franceses en homenaje
a los americanos que les ayudaron en la reconstrucción de otro punto de defensa de
Lafayette destruido por los alemanes y que mañana me enteraré mejor
de lo que pone y fotografiaré con mejor luz. Subido a la duna, veo
que estoy en la última playa de la costa de La Gironda, la de Saint
Nicolas. Saco foto. El mismo paisaje de estos días pasados, pero con
la duna a la izquierda, hacia el sur. Todo al revés. Tras ver otro posible sitio
para dormir, oculto a la vista de una torre de control, bajo a la
playa. A esta hora ya no me apetece darme un baño y, de regreso a la
carretera que va bordeando el estuario, encuentro un sitio que me
parece mejor, protegido del viento por toda la duna, para dormir esta
noche. También está más próximo a las "toilettes", en el caso de
que llueva.
Clochards.
De regreso, en una
caseta, veo señal de Información. En otra, veo a un grupo que, de
lejos, me da la sensación de que son indigentes, los clásicos
clochards franceses, personas que prefieren vivir en la calle porque
son poco amigos de el exceso de normas de la sociedad organizada. No
les gusta ser explotados laborales y prefieren vivir en libertad. En
estos momentos yo también practico esa filosofía, pero bien
respaldado por una pensión que me permite cubrir mis necesidades y
poder hacer este viaje, un buen ejercicio de libertad. Me saludan,
saludo y me dedico a buscar un lugar para cenar.
Cena en la Brasserie
du Port.
La mujer que me
atiende, habla un poco de castellano. En la mesa de al lado se sienta
a cenar un matrimonio joven con un niño que empieza a emitir sus
primeros balbuceos. Un lenguaje internacional, común a la mayoría de
niños del mundo. Recuerdo a mis cuatro nietos cuando tenían esa
misma edad. Lo comento con los padres. A ellos también se les cae la
baba de placer observando a su bebé. En la cocina me preparan un puré que
podía ser muy mejorable, pero me lo como. El filetón que me sacan
está perfecto, hecho por fuera y crudo por dentro, que ha compensado
el flojo puré. De postre, como la ensalada que iba con la
carne. Acompaño con una copa de tinto y pago con Visa 18,50 €.
Pregunto a la dueña del lugar si tiene cama para esta noche y me
dice que no. Tampoco hay ningún otro establecimiento para dormir en
el entorno cercano. Puesto que aún es temprano para meterme en el
saco, me quedo un rato escribiendo en la "brasserie". Una mujer, que
está cenando con su marido, y que ha escuchado mi pregunta, me
ofrece la posibilidad de acercarme a Le Verdon. Se lo agradezco, pero
le digo que no me conviene alejarme del puerto, pues el barco de la
mañana zarpa temprano. Otro hombre, que sólo habla francés y que
parece no querer hacer ningún esfuerzo por entender mis razones,
ofrece la posibilidad de llevarme a un hotel, por el que ya he pasado
al venir, con precio mínimo de 50 € por la habitación. Tampoco
acepto su oferta. Los clientes se van marchando y todos me desean
feliz continuación. Ayudo a la mujer a retirar mis cubiertos, puesto
que ya se disponen a cerrar. Termino de escribir y cargo con mi
equipaje hacia la duna.
Camino de la duna.
Los dos "clochards" son españoles.
Al pasar por
Información, compruebo que los dos que parecían tan indigentes como
yo, son españoles. Están con perro. Ya lo había visto antes. Hablo
con ellos. Ella es sevillana, y acaba de hacer el Camino de Santiago
por la costa. El hombre que está con ella no dice de qué lugar de
la península procede. El perro está tan silencioso, y el lugar tan
oscuro, que no le veo. Mañana me ladrará a las 6:45 horas. Hay dos
personas más. Uno, que ha dejado su bici contra un árbol, y otro
joven inglés. Me invitan a quedarme a pasar la noche con ellos, pero
el espacio es escaso para cuatro, así que no voy a añadir problemas
con un quinto (que ya hace mucho tiempo se licenció). Agradezco y
les digo que prefiero dormir en la playa. La sevillana me dice que
Royan es una ciudad grande y muy peligrosa. “Será por eso que he
perdido el barco anterior”, pienso. Me despido y me voy.
Cama a pie de duna.
Voy pensando en mi
francés. Cada día voy mejorando algo en entendimiento y expresión. Se van añadiendo nuevas
palabras a mi vocabulario, nombres comunes que van surgiendo con
mayor fluidez. Para el verbo querer, estaba recurriendo al amar y
poco a poco voy usando más el “vouloir”. “Je veut aller”
(quiero ir). Ahora las frases las construyo algo mejor, aunque hay
aún un gran margen de mejora. Vayamos poco a poco. Hasta hace unos
días, al preguntar por el final de la playa de La Gironde, nombraba
la palabra desembocadura de una forma algo descriptiva: “la sortie
de la riviere a la mer”. Aprendí que bastaba con decir una sola
palabra: “estuaire” (estuario), algo también común a Galicia y
Portugal, donde dicen “esteiro”. Tras dejar de pensar en el
idioma, ahora voy a lo práctico, lo que requiere el momento. Me
acerco a los servicios. Al detectar movimiento cercano, la luz se
enciende automáticamente. Tras hacer uso de ellos, me doy cuanta que
me debo alejar de ellos pues, cada vez que me mueva o levante a
orinar, voy a entrar en el área del detector y todo se va a
iluminar. Lo que menos me conviene es dar pistas para que alguien me
localice. Paso el monumento a Lafayette y compruebo que la duna quita
el viento. Poco más adelante veo un espacio ligeramente inclinado
junto a un árbol que, por detrás, tiene arbustos. La duna me
protege del viento que viene del mar y, los arbustos y el árbol, del
que pueda venir del estuario. Preparo la cama, meto la mochilita en
la mochila y me hará de cabecera, junto con una almohada que me sale
algo mejor que la de ayer. Cuando ya estoy a punto de dormir, aparece
el inglés que pasa a mi lado y remonta la duna. Mañana lo
fotografiaré dormido en el lugar que ha elegido. Cuando he usado la
luz de los servicios, he comprobado que tarda mucho tiempo en
apagarse. Ahora que los ha usado el inglés, vuelvo a comprobarlo. Un
tiempo excesivo. No me importa, puesto que el haz de luz se queda a
más de cien metros de donde estoy. No me molesta. No duermo ni bien
ni mal y sólo me levanto una vez para orinar. Lo hago cerca, para
evitar que se ilumine todo si voy a los servicios. Ya no orinaré más
veces hasta que me despierte a las 6:15 horas, tras haber descansado.
Balance de la última
jornada en La Gironde.
Hoy ha sido un día en
que he visto más temprano el sol de amanecer. Ya en la orilla, era
grato ver cómo, al superar la duna, se iba iluminando el blanco de
las olas al reventar. Ha sido una lástima que hiciera tanto frío.
Los mejillones y la estancia en la nudista de Montalivet, ha sido lo
más gratificante de este día en que había olvidado la condición
nudista de esta playa. Esta última parte de La Gironde me ha resultado menos
grata que todo lo que llevo andado desde el Sur, desde Cap Ferret.
Parece que llevo un montón de días por esta larguísima playa y, en
realidad, no han sido más que tres. Sería como triplicar mi
andadura por la playa del Coto de Doñana, y ya me pareció muy
larga. De la última parte debo destacar la confusión creada por mi
escasa documentación. El no saber que no estaba en Le Verdon, sino en
la Pointe de Grave, el lugar donde tenía que coger el barco, me ha
hecho perder el último transbordador de la jornada. Mañana, al
emplear este tiempo matinal en dar espacio a la logística,
comprobaré que perder el barco ha sido un acierto. Nada que destacar
de las últimas horas, salvo el filete de La Brasserie du Port y el
encuentro con la chica de Sevilla y sus tres acompañantes que,
finalmente, serían dos, quizás sólo uno..., y el perro.
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