Etapa 23 (314). 30 de
junio de 2012, sábado. San Marcial.
Brétignoles sur
Mer-Saint Gilles/Croix de Vie-Saint Hilaire de Riez-Les
Becs-Salines-Saint Jean de Monts-Notre Dame de Monts.
Amanecer en la duna.
La mañana me ofrece un
gran nubarrón por el horizonte. Confío en que no llegue hasta aquí
o que, al menos, pase sin descargar. Hoy recibiré la sorpresa de
encontrar otra playa nudista anunciada pero que no está declarada
como autorizada, es la de Salines. Es una lástima que, cuando llego,
no me apetezca mucho darme un baño. Me despierto a las seis. Aunque no
me levanto, me siento sin salir del saco y protegido del viento por
la duna. Luego me levanto y orino la tercera vez, ésta sobre la
segunda meada y borro con el pie la huella dejada en la arena. Los
que estaban acampados ayer bajaron por un lugar a la playa y dudé si
quedarme a dormir cerca de donde ellos bajaron.
Saint Gilles / Croix de Vie.
Menos mal que no lo hice. A la mujer con su perro le cuento lo que estoy haciendo. Le pregunto por qué las casetas de la playa no están en la arena y las han situado más altas que el paseo marítimo y al otro lado.
Me dice que la marea alta llega hasta el paseo y cuando el mar viene un poco fuerte, supera el paseo marítimo. De esta manera las casetas están más a resguardo. Me dice que son privadas y el que quiera usarlas debe pedir, pagar y le dan la llave. Más adelante veré otras casetas iguales que las de la foto, pero enclavadas en la arena seca. Por lo visto allí sube menos la marea alta.
Una mujer empieza a sacar mesas a su terraza, pero me dice que tardará un rato en poner en marcha la cafetera. Detrás de la primera línea de playa, pasadas las casetas, hay una duna muy consolidada, repleta de plantas propias de arena dunar. Saco foto de la duna y del pueblo, con iglesia en la mitad, que tardaré un rato en visitar, pero intuyo algún obstáculo para llegar hasta allí, pues veo altos mástiles en el espacio intermedio.
No entraré en la iglesia hasta las doce. Casi dentro de cuatro horas y media. Otro hombre me dice que es mejor que vaya al otro lado del pueblo, que está más al interior y, como es pronto, prefiero continuar y desayunar en Saint Hilaire. Esta decisión está sesgada por mi confusión, ya que hay un canal y un puerto por el que no me queda otro remedio que pasar y, aparentemente retroceder, y acabaré llegando al lugar que me recomendaba el hombre para desayunar y del que yo iba dispuesto a no hacer caso. Todo mi programa va a cambiar y la estructura de esta ciudad se va a aclarar cuando me encuentro con J.J. y su pareja.
Saint Gilles / Croix de Vie.
Menos mal que no lo hice. A la mujer con su perro le cuento lo que estoy haciendo. Le pregunto por qué las casetas de la playa no están en la arena y las han situado más altas que el paseo marítimo y al otro lado.
Me dice que la marea alta llega hasta el paseo y cuando el mar viene un poco fuerte, supera el paseo marítimo. De esta manera las casetas están más a resguardo. Me dice que son privadas y el que quiera usarlas debe pedir, pagar y le dan la llave. Más adelante veré otras casetas iguales que las de la foto, pero enclavadas en la arena seca. Por lo visto allí sube menos la marea alta.
Una mujer empieza a sacar mesas a su terraza, pero me dice que tardará un rato en poner en marcha la cafetera. Detrás de la primera línea de playa, pasadas las casetas, hay una duna muy consolidada, repleta de plantas propias de arena dunar. Saco foto de la duna y del pueblo, con iglesia en la mitad, que tardaré un rato en visitar, pero intuyo algún obstáculo para llegar hasta allí, pues veo altos mástiles en el espacio intermedio.
No entraré en la iglesia hasta las doce. Casi dentro de cuatro horas y media. Otro hombre me dice que es mejor que vaya al otro lado del pueblo, que está más al interior y, como es pronto, prefiero continuar y desayunar en Saint Hilaire. Esta decisión está sesgada por mi confusión, ya que hay un canal y un puerto por el que no me queda otro remedio que pasar y, aparentemente retroceder, y acabaré llegando al lugar que me recomendaba el hombre para desayunar y del que yo iba dispuesto a no hacer caso. Todo mi programa va a cambiar y la estructura de esta ciudad se va a aclarar cuando me encuentro con J.J. y su pareja.
Beatrice y Jean
Jaime. Felipe II y los Moriscos.
Como había intuido,
encuentro un río que es también puerto y que, hacia el Noroeste, no
tiene puente alguno. “¿Y por dónde paso?”, pregunto a J.J. y
como él y Beatrice, que lleva el perro, van en esa misma dirección,
me acompañan y me cuentan historias de nuestros Austria. Para mí
es un lujo ir con esta pareja guía tan ilustrada sobre temas de la
ciudad y de una historia que afectó a la Península Ibérica, a
Europa y al mundo. La historia me la cuenta Juan Jaime y es una
lección gratuita que agradezco. Se remonta a los Moriscos y lo que
repercutió en ellos su expulsión de España decretada por Felipe
II. No sé si algún monarca posterior ha pedido perdón alguna vez
por la fechoría de aquél Austria, el más poderoso rey de todo el
planeta. Una oportunidad que tiene el actual, que ya es el VI, de
corregir, aunque él ya sea Borbón y la fechoría de los Austria le
quede lejana. Me cuenta J.J. que los moriscos del Sur escaparon a
Marruecos, y los del Norte, a Francia. Éste fue uno de los lugares
elegidos, algunos se refugiaron en Les Sables d’Olonne y otros en La
Rochelle. También lo hicieron en otros lugares que no menciona. Dice
que aquí se concentraron en Croix de Vie, que se mezclaron entre sí,
pero en guetos separados. Hoy en día, aún se gastan algunas bromas
relacionadas con esta situación de mezcolanza. Son bromas, no
rencillas, que parten de los moriscos puros y se refieren a no pasar
por las zonas en que se asentaron los que se mezclaron y que, por
tanto, consideraban impuros. Supongo que es algo parecido a las castas
que siguen bajo discriminación en la India. Menos mal que en Europa, al
menos en Francia, parece que se resolvió el problema hace muchos
años. Tengo la suerte de que Juan Jaime me lo cuenta casi todo en
castellano, no sin alguna dificultad para él. Aquí la comunidad se
llamó El Marrocco. También me habla de la expulsión de los judíos,
pero eso ya no sé cómo cuadra en la historia de los moriscos. J.J.
es escocés, pero con abuela argentina y le apetece que le hable del
País Vasco, como un todo, sin las fronteras administrativas de
Francia y España. Relativizo la uniformidad que pretende. Hablo de
la Coca-Cola como un ejemplo de producto que se consume en todo el
mundo. Es un universo que ha superado fronteras. El mayor imperium de colonización USA. También hablamos de
lo interesante que es conservar las culturas minoritarias. De la
dificultad de conservar la lengua en comunidades bilingües en esta
época de crisis, donde todo se encarece, por equipos de traductores, y la impresión en los dos idiomas. Es difícil que se mantenga sin
recortes. Y me estoy dejando mil detalles de la conversación, que
han hecho de esta casualidad, un encuentro significativo en mi viaje.
Beatrice también me ha dicho de donde procede pero, con tanta información, no he retenido su dato. Parece que su relación de pareja no se remonta a muchos años atrás, como si ambos ya hubieran tenido otra pareja anterior. Llegamos hasta el final del puerto, a una especie de esclusa, y nos despedimos, tras mostrar mi agradecimiento por toda la información histórica que me han dado, y la ayuda para poder pasar al otro lado. ¡Qué ajeno estaba yo a toda esta tragedia derivada de la expulsión de los Moriscos! Saco una foto del lugar en marea baja y paso al otro lado de la ciudad. Los barcos apoyan su panza sobre el limo.
Beatrice también me ha dicho de donde procede pero, con tanta información, no he retenido su dato. Parece que su relación de pareja no se remonta a muchos años atrás, como si ambos ya hubieran tenido otra pareja anterior. Llegamos hasta el final del puerto, a una especie de esclusa, y nos despedimos, tras mostrar mi agradecimiento por toda la información histórica que me han dado, y la ayuda para poder pasar al otro lado. ¡Qué ajeno estaba yo a toda esta tragedia derivada de la expulsión de los Moriscos! Saco una foto del lugar en marea baja y paso al otro lado de la ciudad. Los barcos apoyan su panza sobre el limo.
K F du Port.
Desayuno.
Estoy escribiendo en el
Café du Port, tras el desayuno. Todo está reciente en mi mente,
pero son tantos los datos recibidos en un momento que me cuesta
asimilar y recordar al escribir. Antes de entrar al café, he
encontrado el indicador de pista cyclable a Saint Hilaire de Riez y
ha empezado a chispear. Entro en el K F y pido un gran café con
leche y dos croissants. Pago 4,80 € y, a punto de terminar de
escribir, van a dar las once. En el ínterin ha caído un gran
chaparrón. Me había librado del primer nubarrón de la mañana y
ahora éste, que ha descargado con tanta fuerza, me ha pillado a
cubierto. ¡Que siga la “chance” (suerte)!
Dejo el diario al día y escribo alguna postal. Una para Vera y familia, otra para Gureak y la tercera para Ignacio y Mari Carmen, por ser hoy la fiesta de San Marcial y ellos ser ITV (Iruneses de Toda la Vida). Escritas las postales, me pongo en marcha y olvido la iglesia que quería visitar. Me dirijo hacia el puente que me pasa a otro lado. Con tanto puente para un lado y para otro, vuelvo a estar algo confuso. Saco foto del puente y una pareja me da dos opciones. Una por interior y otra por la costa.
Aunque recibo la sensación de que, por donde me dicen, estoy retrocediendo, les voy a hacer caso. Pero me acuerdo de la iglesia de La Croix y retrocedo. Van a ser las doce cuando la fotografío en su fachada con “clocher” (campanario). En el reloj son las ll:55 horas. Lo que más me sorprende de su interior es el púlpito. Lo que suele ser de madera oscura aquí se presenta de mármol blanco luminoso pero muy barroco y con demasiadas figuras. También el vocero, el techo que evitaba que la arenga sacerdotal se elevara a las sordas alturas y se dirigiera hacia los feligreses, para acojonarlos más. Desentona con el resto de la iglesia en que, como de pueblo marinero que es, también cuelga un barco de su nave central.
Lo más curioso son las redes que lo rodean, como si los pescadores que las utilizan para pescar el alimento de cada día, o la fuente de sus ingresos, hubieran caído, como feligreses, en las redes tendidas por la iglesia para su captura. “¡No os vais a escapar de mi red!”, parece que dicen esas redes. En el exterior de la iglesia se celebra un mercado, pero la lluvia no les habrá beneficiado nada. Para sacar la foto he tenido que subir a un murete florido.
A punto de cerrar la biblioteca, entro y la bibliotecaria me dice que no tiene Internet y que la “Mediatheque” (Mediateca) está en Saint Hilaire. Voy a la oficina de Turismo, donde una chica, sorprendida de mi viaje, me echa el sello en mi diario. En él, la ciudad figura como un solo nombre: Saint Gilles Croix du Vie. Me dice que la Mediateca de Saint Hilaire abre a las dos de la tarde.
Sería interesante comer rápido para estar allí puntual, pero primero hay que llegar al pueblo. Me acerco a la “gare”, donde están estacionados dos trenes cortos en ambas direcciones. En la parte frontal, la que como una bala rompe el aire, aparece el indicador Pays de la Loire, lo que me da una idea de que este Ter es regional y cubre las dos provincias costeras: Vendée y Loire Atlantique. Son trenes cortos de doble unidad.
Quiero sacar foto del estuario de salida al mar de éste que no sé si sólo es puerto o puerto y río, pero no lo logro. Al menos se ve un buen trozo del dique, o malecón, que lo separa del mar. Ahora ha subido la marea y los barcos ya flotan sobre las aguas marinas. He pasado un buen rato en esta ciudad y me voy con la sensación de no haber perdido el tiempo. Llego a un cruce en que la señal verde ya ha desaparecido. Pregunto. Me dicen que faltan dos kilómetros, pero no ando ni cinco minutos y ya estoy en Saint Hilaire.
Dejo el diario al día y escribo alguna postal. Una para Vera y familia, otra para Gureak y la tercera para Ignacio y Mari Carmen, por ser hoy la fiesta de San Marcial y ellos ser ITV (Iruneses de Toda la Vida). Escritas las postales, me pongo en marcha y olvido la iglesia que quería visitar. Me dirijo hacia el puente que me pasa a otro lado. Con tanto puente para un lado y para otro, vuelvo a estar algo confuso. Saco foto del puente y una pareja me da dos opciones. Una por interior y otra por la costa.
Aunque recibo la sensación de que, por donde me dicen, estoy retrocediendo, les voy a hacer caso. Pero me acuerdo de la iglesia de La Croix y retrocedo. Van a ser las doce cuando la fotografío en su fachada con “clocher” (campanario). En el reloj son las ll:55 horas. Lo que más me sorprende de su interior es el púlpito. Lo que suele ser de madera oscura aquí se presenta de mármol blanco luminoso pero muy barroco y con demasiadas figuras. También el vocero, el techo que evitaba que la arenga sacerdotal se elevara a las sordas alturas y se dirigiera hacia los feligreses, para acojonarlos más. Desentona con el resto de la iglesia en que, como de pueblo marinero que es, también cuelga un barco de su nave central.
Lo más curioso son las redes que lo rodean, como si los pescadores que las utilizan para pescar el alimento de cada día, o la fuente de sus ingresos, hubieran caído, como feligreses, en las redes tendidas por la iglesia para su captura. “¡No os vais a escapar de mi red!”, parece que dicen esas redes. En el exterior de la iglesia se celebra un mercado, pero la lluvia no les habrá beneficiado nada. Para sacar la foto he tenido que subir a un murete florido.
A punto de cerrar la biblioteca, entro y la bibliotecaria me dice que no tiene Internet y que la “Mediatheque” (Mediateca) está en Saint Hilaire. Voy a la oficina de Turismo, donde una chica, sorprendida de mi viaje, me echa el sello en mi diario. En él, la ciudad figura como un solo nombre: Saint Gilles Croix du Vie. Me dice que la Mediateca de Saint Hilaire abre a las dos de la tarde.
Sería interesante comer rápido para estar allí puntual, pero primero hay que llegar al pueblo. Me acerco a la “gare”, donde están estacionados dos trenes cortos en ambas direcciones. En la parte frontal, la que como una bala rompe el aire, aparece el indicador Pays de la Loire, lo que me da una idea de que este Ter es regional y cubre las dos provincias costeras: Vendée y Loire Atlantique. Son trenes cortos de doble unidad.
Quiero sacar foto del estuario de salida al mar de éste que no sé si sólo es puerto o puerto y río, pero no lo logro. Al menos se ve un buen trozo del dique, o malecón, que lo separa del mar. Ahora ha subido la marea y los barcos ya flotan sobre las aguas marinas. He pasado un buen rato en esta ciudad y me voy con la sensación de no haber perdido el tiempo. Llego a un cruce en que la señal verde ya ha desaparecido. Pregunto. Me dicen que faltan dos kilómetros, pero no ando ni cinco minutos y ya estoy en Saint Hilaire.
Saint Hilaire de
Riez. Le Tiki’s.
Entro en el centro
ciudad después de un rato y que, de alguna manera, justifica los dos
Km. anunciados. Una mujer está arrancando su coche y me informa en
qué lugar de la plaza está la Mediateca. Saco una foto de la plaza
con la iglesia al fondo. Para no alejarme del lugar, elijo el primer
restaurante y allí me quedo. La camarera se enrolla y consigue que
me quede. Como una ensalada tibia de molleja de “canard” (pato)
que está rica y completa, pues además de la lechuga y el tomate,
lleva medio huevo, nueces y panes fritos. De segundo como un filete
“bleu” con patatas fritas y salsa de “échalot” (la cebolla
que nosotros llamamos chalota) al vino y un pequeño bol de puré de
“petit pois” (guisantes). Dejo los dos platos limpios, tras
haberlos rebañado con pan, y digo a la camarera: “ne pas bon”
(no está bueno) y felicito al cocinero. Ella se ha reído al ver el
contraste de mi afirmación negativa y lo limpios que han quedado los
platos. De postre me sacan dos profiteroles, uno está relleno de
chocolate y el otro de crema y cubierto de caramelo, y que están
también muy ricos. Todo regado por un pichet de tinto de 25 cm3. A
las mollejas de pato las llaman "Gésiers" y al filete poco hecho
(bleu), "Bavette". “No te acostará sin saber una cosa más”, dice
el refrán. Pago con Visa 17,50 € y a las dos me voy hacia la mediateca. ¡A ver si todo el plan me sale bien!
La Mediatheque de
Saint Hilaire.
En la puerta hay un
grupo de jóvenes que prepara la instalación para un concierto
musical que van a ofrecer más tarde. Confío en que tarden un poco y
no interfieran mi concentración. Allí les dejo organizando el
escenario y toda la parafernalia electrónica para lograr una
perfecta acústica. El concierto va a ser gratuito. Entro y pregunto,
a los usuarios que manejan el ordenador, por la persona encargada. Me
mandan al primer piso.
Cuando estoy en el primer piso, oigo los primeros acordes, ¡oh maldición!, pero sólo ha sido una prueba y no va a perdurar el machaque musical. Hay dos chicas a elegir y una me acompaña a uno de los ordenadores que, aunque ya está en Google, no consigo que funcione. Llega su compañera y me pone en marcha el otro ordenador, con el que ya no tendré más pegas que las derivadas del diferente teclado que tienen los franceses en relación con el nuestro. Me ha respondido María Eugenia, la actual senadora por el PNV, que tras estar de concejala y de presidenta en Argoiak, ahora nos representa en el Senado de Madrid. Elkar me avisa de que, si no compro algún libro hoy, perderé los puntos que he acumulado. ¡Qué le vamos a hacer! Me costaría más el viaje que el beneficio que voy a obtener. Recibo un e-mail insufrible de Patricia Marés, mezclando churras con merinas, enredando a su Dios inventado y necesario para ella, con los problemas que debemos resolver los humanos. Y otro, en una línea similar, de Arturo. Tampoco el de Senderos le va a la zaga. Parece que todos los católicos del mundo se hayan puesto de acuerdo para hacerme creer en algo de lo que ya me liberé hace tiempo, uno de los primeros pasos que tuve que dar para la conquista de mi libertad. No creer en que haya otra vida después de la que vivimos, también me aporta tranquilidad y sosiego.
Los borro de un plumazo, y también de la papelera, y escribo a mi familia diciendo dónde estoy. No he estado ni una hora, agradezco y me voy. Salgo para sacar foto más cercana de la iglesia y regreso a la fachada de la Mediateca para fotografiar al grupo de jóvenes musicales. Todavía no ha empezado el concierto. Un gran cartel anuncia exposición de diseño de Rock, que parece relacionado con este grupo, y que finaliza hoy, 30 de junio. También una tercera foto del lugar donde he comido, y saludo a la camarera.
Cuando estoy en el primer piso, oigo los primeros acordes, ¡oh maldición!, pero sólo ha sido una prueba y no va a perdurar el machaque musical. Hay dos chicas a elegir y una me acompaña a uno de los ordenadores que, aunque ya está en Google, no consigo que funcione. Llega su compañera y me pone en marcha el otro ordenador, con el que ya no tendré más pegas que las derivadas del diferente teclado que tienen los franceses en relación con el nuestro. Me ha respondido María Eugenia, la actual senadora por el PNV, que tras estar de concejala y de presidenta en Argoiak, ahora nos representa en el Senado de Madrid. Elkar me avisa de que, si no compro algún libro hoy, perderé los puntos que he acumulado. ¡Qué le vamos a hacer! Me costaría más el viaje que el beneficio que voy a obtener. Recibo un e-mail insufrible de Patricia Marés, mezclando churras con merinas, enredando a su Dios inventado y necesario para ella, con los problemas que debemos resolver los humanos. Y otro, en una línea similar, de Arturo. Tampoco el de Senderos le va a la zaga. Parece que todos los católicos del mundo se hayan puesto de acuerdo para hacerme creer en algo de lo que ya me liberé hace tiempo, uno de los primeros pasos que tuve que dar para la conquista de mi libertad. No creer en que haya otra vida después de la que vivimos, también me aporta tranquilidad y sosiego.
Los borro de un plumazo, y también de la papelera, y escribo a mi familia diciendo dónde estoy. No he estado ni una hora, agradezco y me voy. Salgo para sacar foto más cercana de la iglesia y regreso a la fachada de la Mediateca para fotografiar al grupo de jóvenes musicales. Todavía no ha empezado el concierto. Un gran cartel anuncia exposición de diseño de Rock, que parece relacionado con este grupo, y que finaliza hoy, 30 de junio. También una tercera foto del lugar donde he comido, y saludo a la camarera.
Hacia Les Becs y una
playa naturista: Salines.
He pedido ayuda a uno
de los chavalillos de la plaza quien me dice que vaya hacia las vías
del tren, que me llevará hacia la pista cyclable. Voy bien por allí,
hasta que decido salir a la playa. Tras la lluvia, el día no acaba
de levantar. No se camina bien por la orilla, ya que se acaba de
iniciar la bajamar y voy combinando las pisadas, alternando arena
seca, húmeda y algas, que ofrecen alternativa a pisar las piedras.
Al cabo de un rato decido salir al “sentier litoral”. Este
sendero me lleva paralelo a la playa, pero se inicia ascendente.
Continúa cuesta abajo y me doy cuenta de que, este sube y baja, lo van
marcando las ondas de las dunas. Decido volver a la playa, donde
corre un airecillo fresco y acabo llegando a un pueblo que creo puede
ser ya Saint Jean, pero que resultará ser Les Becs (Los Picos). Hoy
se celebra aquí una exhibición de “cascadeur” que parece una
prueba de fuerza de camioneros especialistas acróbatas, para todo el
fin de semana. Luego voy hacia Saint Jean y en la carretera veo
indicador de que faltan 6 kilómetros. Una pareja viene por la pista
para ciclistas y me recomiendan que vaya por la playa, que sólo hay
dos kilómetros. Nada más dejar a la pareja, veo anuncio en la
carretera de Playa Naturista. Ya en la playa, otro cartel indica lo
mismo, y la dirección en que se puede practicar naturismo. Casi por
azar me la he encontrado y me hubiera desnudado si no se hubiese
puesto de nuevo a llover. ¡Ha sido mala suerte! Es una llovizna
suave pero suficiente para que no apetezca darme un baño. Cuando
vuelvo al camino, pregunto a un hombre que regresa. Me dice que la
playa está bien y que es mixta. “Todas la playas de España lo
son”, le digo, y cada uno sigue en dirección contraria.
En la playa sólo queda un para-vientos con dos personas vestidas bajo las sombrillas. Son las cinco y media y saco una foto para el recuerdo con el cartel delimitador, los nudistas vestidos y Saint Joan de Monts, que ya se vislumbra no muy lejano. Detrás de mí, un grupo de cuatro pasea hacia el Sur. Esta playa de Salines que, al ser publificada oficialmente indica que las autoridades la consideran apta para naturismo, no figura en la lista de playas autorizadas para tal uso. Otro fallo más en la fiabilidad de las listas que ofrece Internet.
En la playa sólo queda un para-vientos con dos personas vestidas bajo las sombrillas. Son las cinco y media y saco una foto para el recuerdo con el cartel delimitador, los nudistas vestidos y Saint Joan de Monts, que ya se vislumbra no muy lejano. Detrás de mí, un grupo de cuatro pasea hacia el Sur. Esta playa de Salines que, al ser publificada oficialmente indica que las autoridades la consideran apta para naturismo, no figura en la lista de playas autorizadas para tal uso. Otro fallo más en la fiabilidad de las listas que ofrece Internet.
Saint Jean de Monts.
Hipocresía con las dunas.
Hipocresía con las dunas.
Sigo por la playa hasta
la primera rampa y, por donde salgo, veo otra muestra de lo hipócrita
que puede ser esta sociedad que se jacta de civilizada. Han hecho
unas construcciones mastodónticas y un impresionante paseo marítimo.
Para ello, se han cargado la duna. Como una forma de curar sus culpas, han
habilitado pequeños espacios indicativos de lo que fue y ya no es la
duna. Han hecho como una especie de jardines con la gracia, o
desgracia, de una duna ajardinada y puesto unos letreritos de que en
otoño harán el plantado, o sembrado de plantas propias de las
dunas. Me parece tan fuerte la hipocresía que lo comento con un
hombre y llegamos a compartir en su justa medida esta visión. Quién
se habrá beneficiado especulando con estos terrenos vírgenes que
ahora han afeado con estos edificios tan enormes y feos. Ofrezco en
mi reportaje fotográfico el embarcadero, que mantiene cierta
rusticidad, al igual que la duna correspondiente, y dos muestras de
lo que critico, una al inicio del paseo marítimo, con piedras de
cantos rodados y otra al final. Lo único que se mantiene flotantes
son los accesos a las viviendas pero el propio paseo marítimo ha
deteriorado totalmente la duna.
Me empeño en comprar unos plátanos y no cojo ni bolsa. Compro dos en una tienda de las que tienen de todo. Pago 53 céntimos. Me los como y echo las mondas en la primera papelera que encuentro. Luego, en Le Belen, tomo un descafeinado con leche por 2,80 €. Y eso que era corto de leche y en calle transversal. Es el precio que debo pagar al ser servido por una camarera muy guapa. ¡Guapísima! Mis vecinos no me ayudan a aclararme con Les Becs, algo que ni aparece en mi mapa, y sí me aclara algo el de la barra. Son las 19:15 horas cuando sale el sol y me voy de Saint Jean de Monts.
Me empeño en comprar unos plátanos y no cojo ni bolsa. Compro dos en una tienda de las que tienen de todo. Pago 53 céntimos. Me los como y echo las mondas en la primera papelera que encuentro. Luego, en Le Belen, tomo un descafeinado con leche por 2,80 €. Y eso que era corto de leche y en calle transversal. Es el precio que debo pagar al ser servido por una camarera muy guapa. ¡Guapísima! Mis vecinos no me ayudan a aclararme con Les Becs, algo que ni aparece en mi mapa, y sí me aclara algo el de la barra. Son las 19:15 horas cuando sale el sol y me voy de Saint Jean de Monts.
Dirección Notre
Dame de Monts.
Sigo el paseo por donde
indican que Notre Dame está a 11 Km. pero, al llegar al final veo un
embarcadero que sale hacia el mar y que la leyenda dice: Reconstrucción de "l’estacade”. La explicación me la da una
pareja que está allí al lado: “Ahí se efectúan los embarques de
los pescadores y de los que van a la Isla de Yeu”, isla que ni he
visto de lejos, ni he tratado de buscarla en alta mar, que se encontraba a Poniente y que ya va quedando hacia el
Sur.
Es después de la foto del embarcadero cuando saco el final del desaguisado dunar. Con todo, esta última reconstrucción de la duna me gusta más que la vista al inicio. Intento salir por sendero litoral. Voy bien mientras el suelo es de tablas enlazadas pero, cuando empieza la arena seca y blanda, decido bajar a la orilla de la playa. La marea ha bajado mucho y camino muy bien por arena dura. Por delante va una pareja a la que alcanzo cuando llegamos a la zona reservada al deporte de kite-surf. Me aseguran que yendo por la playa, la distancia a Notre Dame se reduce considerablemente y queda en unos seis kilómetros. Calculo que llegaré hacia las nueve y no ando descaminado en mi previsión.
Son las ocho de la tarde cuando veo a una mujer que corre en la misma dirección que voy yo y llega a una gran pirámide de arena construida por su marido y sus hijos, niña y niño. Es de grandes dimensiones aunque, a los que hemos tenido el privilegio de ver las de Gizeh en directo, no nos debiera sorprender. Ahora están haciendo, a distancia, dos más pequeñas: “Keops, Kefren y Mikerinos”, les digo cuando me acerco. Hablamos. Los niños hacen preguntas a sus padres, pero ella no quiere perder detalle del viaje que les estoy contando. El padre de las criaturas también se sorprende. Me despido. Sigo playa adelante. Voy comiendo el resto de la pizza de la noche anterior y que todavía se deja comer. Me la como a palo seco. Sin nada que destacar y llego a Notre Dame antes de la hora prevista.
Es después de la foto del embarcadero cuando saco el final del desaguisado dunar. Con todo, esta última reconstrucción de la duna me gusta más que la vista al inicio. Intento salir por sendero litoral. Voy bien mientras el suelo es de tablas enlazadas pero, cuando empieza la arena seca y blanda, decido bajar a la orilla de la playa. La marea ha bajado mucho y camino muy bien por arena dura. Por delante va una pareja a la que alcanzo cuando llegamos a la zona reservada al deporte de kite-surf. Me aseguran que yendo por la playa, la distancia a Notre Dame se reduce considerablemente y queda en unos seis kilómetros. Calculo que llegaré hacia las nueve y no ando descaminado en mi previsión.
Son las ocho de la tarde cuando veo a una mujer que corre en la misma dirección que voy yo y llega a una gran pirámide de arena construida por su marido y sus hijos, niña y niño. Es de grandes dimensiones aunque, a los que hemos tenido el privilegio de ver las de Gizeh en directo, no nos debiera sorprender. Ahora están haciendo, a distancia, dos más pequeñas: “Keops, Kefren y Mikerinos”, les digo cuando me acerco. Hablamos. Los niños hacen preguntas a sus padres, pero ella no quiere perder detalle del viaje que les estoy contando. El padre de las criaturas también se sorprende. Me despido. Sigo playa adelante. Voy comiendo el resto de la pizza de la noche anterior y que todavía se deja comer. Me la como a palo seco. Sin nada que destacar y llego a Notre Dame antes de la hora prevista.
Notre Dame de Monts.
La Pérgola.
Veo un bar de bebidas y
varios más en la playa y fuera de ella. Hoy se me antoja sopa de
pescado, aunque tal como la hacen los franceses me parece demasiado
espesa y no me entusiasma. Como la suelen sacar muy caliente y
espesa, a veces permite añadir agua de la garrafa y me resulta más
grata. Entro en La Pérgola. El camarero va a estar todo el rato muy
atento. Incluso cuando busco el retrete para ir a orinar. La sopa me la sirven como en l’Houmeau, con queso rallado y la
salsa espesa naranja. Como sacan panes fritos, pruebo la salsa, me
parece picante y la dejo. El queso prefiero comerlo directamente, sin
pasar por la sopa. No me gusta la consistencia que añade a una sopa
ya de por sí consistente. Como ya he comido el resto de pizza, no
pido segundo plato y sí postre. El arroz con leche me lo sacan con
mucha parafernalia y está más rico que el de Talmont.
El camarero me recomienda que no deje de visitar mañana la Isla de Noirmoutier y, en especial, Le Bois de la Chaize. Pago con Visa 19,50 € pero no recuerdo si la cena fue regada con vino o no. Seguramente que bebería uno bueno, pues si no sería muy cara cena para una sopa y un postre. En el lavabo me doy cuenta de que los grifos están conectados al revés pero al querer decírselo al camarero, veo que está ocupado cobrando a un grupo de chicas. Se lo digo a la camarera y como no me entiende, le acompaño. Ella deja correr el grifo con la señal azul, teóricamente de agua fría. Está tan convencida de que está bien que mete un dedo para tocarla y reacciona como si se hubiera dado el gran quemazo del siglo. Creo que algo caliente estaría, pero no para hacer tanto aspaviento aunque, probablemente, habría gran distancia entre la temperatura esperada y la real. Lo mejor ha sido que, tras quemarse, lo que no entendía de mi mal francés, ahora lo acaba de entender.
El camarero me recomienda que no deje de visitar mañana la Isla de Noirmoutier y, en especial, Le Bois de la Chaize. Pago con Visa 19,50 € pero no recuerdo si la cena fue regada con vino o no. Seguramente que bebería uno bueno, pues si no sería muy cara cena para una sopa y un postre. En el lavabo me doy cuenta de que los grifos están conectados al revés pero al querer decírselo al camarero, veo que está ocupado cobrando a un grupo de chicas. Se lo digo a la camarera y como no me entiende, le acompaño. Ella deja correr el grifo con la señal azul, teóricamente de agua fría. Está tan convencida de que está bien que mete un dedo para tocarla y reacciona como si se hubiera dado el gran quemazo del siglo. Creo que algo caliente estaría, pero no para hacer tanto aspaviento aunque, probablemente, habría gran distancia entre la temperatura esperada y la real. Lo mejor ha sido que, tras quemarse, lo que no entendía de mi mal francés, ahora lo acaba de entender.
Buscando duna
dormitorio.
Son las diez de la
noche cuando salgo al paseo con intención de buscar un lugar
apropiado para dormir. La primera posibilidad me la ofrecen unos
jardines de arena, cuyos setos protegen del viento. Ya en la playa,
me acerco a la Escuela de Vela y otros deportes náuticos. Todas las
puertas están cerradas a cal y canto y el exterior tiene poco
voladizo para que me tape suficiente en caso de lluvia. La parte más
protegida, que dispone de panel de madera y está frontal al mar,
resulta que son las toilettes públicas. Cuando estoy terminando de
rodear el edificio veo que, detrás de unas tablas de surf amarradas
en vertical, hay una falsa pared elaborada con troncos cilíndricos
uniformes que, en su parte final, junto a las tablas de los
surfistas, están desarraigadas de la arena y hacen una especie de
abanico. En ese hueco final, donde la duna tiene una gran
inclinación, es el lugar en que monto mi cama. Previamente aliso el
suelo para estar lo más horizontal posible. Los troncos me protegen
del aire del Oeste, que hoy también viene un poco del Sur. Mañana
sacaré la foto. En caso de que llueva por la noche, siempre tengo la
opción de protegerme en el escaso voladizo de las toilettes. Entre
el poco viento del mar y la mucha arena fina deslizante de la duna,
amaneceré mañana rebozado como una croqueta. La esterilla y mi
almohada, también quedarán cubiertas. No voy a tener problemas
porque voy a pasar la noche sin sacar la cabeza de dentro del saco.
En el hueco guardo la mochila grande con la pequeña dentro. Me
levanto dos veces a orinar y hace fresco. Siento el aire más frío
porque, al salir del calorcito del saco, maximizado por mi
respiración interna, la distancia térmica es mayor. La luna se está
llenando y la Osa Mayor se me ofrece algo escorada hacia el Noroeste.
Puedo decir que duermo bien, tranquilo, convencido de que no voy a
tener ningún contratiempo y satisfecho, sobre todo si la comparo con
la noche de viento de ayer en la duna. Ayer, para más Inri, cambió
de dirección. Hoy, al menos, no ha rolado el viento.
Balance de un día
en que he avanzado más que ayer.
Lo más destacado ha
sido la lección de Historia, con Felipe II y los Moriscos, que me ha
dado J. J. en Saint Gilles Croix de Vie. Beatrice no ha tenido mucha
opción para intervenir. Bien comido en Saint Hilaire y cenado en
Notre Dame, ha sido una lástima que mi paso por la playa nudista
inesperada de Salines, haya coincidido con lluvia. Otro día más sin
disfrutar de baño. No me ha gustado cómo han destrozado impunemente
la duna de Saint Jean de Monts y la hipocresía de las imitaciones de
duna a replantar en octubre. Todo el día recordando a los nuevos
amigos de ayer: Jacqueline, Romeu y Annick.
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