Etapa 12 (303). 19 de
junio de 2012, martes.
Le Verdon (Pointe de
Grave)-barco-CHARENTE-Royan-Saint Palais sur Mer-La Grande Côte-La
Palmyre-La Baie de Bonne Anse-Phare de la Coubre.
Hoy va a ser el día
más variado de todos los que llevo caminando por Francia, quizás el
que más de los 66 días que voy a caminar este año, cuando llegue a
Saint Brieuc, en Bretaña. Acabada La Gironde, entro en Charente. Entre
policía y ciber, pasaré la mañana, una mañana muy bien
aprovechada. Aunque el tiempo no es brillante, irá mejorando y a la
hora de comer, hasta hará calor. Se van a ir produciendo encuentros
cortos, pero que irán dando sabor a mi camino y que, después de
tantos días con mucho tiempo en solitario, hoy mi cuerpo explotará
en afán comunicativo. Voy a tener la suerte de llegar a una playa
nudista inesperada, que no figura en ninguna de mis listas. Tras
pasar el puerto de Palmyre, va a cambiar el signo del día y voy a
volver a las andadas. Se ve que al caminante le cuesta aprender que
hay cosas que no debe hacer. Por acortar hacia el faro de la Coubre,
y para evitar rodear por el camping, me meteré en marisma fangosa y
casi me engullirá el pantano. Saldré como pueda, embarrado y con
olor a ciénaga. La primera nota inhumana me la dará un militar que
parece que me quiera poner a prueba, como si no se fiara de lo que le
he dicho: “vengo andando desde el País Vasco”. Como si esas
proezas fueran privativas de los militares. ¡Que son muy hombres!
Aunque, con ese comportamiento, más que hombría demuestra ser un
niñato. Me orientará para el lado contrario de la información que
le solicito y me engañará sobre lugar para cenar. Ya liberado de la
mierda que llevo en la orilla del mar, la noche acabará siendo placentera,
aunque no lo parezca, durmiendo en una amplia "toilette" adaptada para
minusválidos. Hoy no hay ningún minusválido, que la vaya a
necesitar, en el Camping. Como he dicho, una jornada en que se
mezclará lo mejor con lo peor de mi viaje.
Amanecer en la
Pointe de Grave.
En la oscuridad no he
visto cielo estrellado. Se me ofrece una mañana con cielo cubierto
pero he tenido suerte de que por la noche no haya descargado agua. Me
levanto, tomo la pastilla, y me sale “mardi” al leer la M del
pastillero. No leo martes. Sin recoger, asciendo a media duna para fotografiar el
lugar donde he dormido. También el árbol protector, la trasera del
monumento conmemorativo de la amistad franco-americana y, en el
puerto, ya me está esperando el transbordador La Gironde.
Remonto la duna y descubro el bulto del inglés dormido. Me parece buena la elección que hizo ayer noche del sitio para dormir. Como no sé si tiene intención de coger o no el mismo barco que yo, me abstengo de acercarme a despertarle. Otra cosa habría hecho en el caso de que ayer hubiéramos concretado algo. Saco foto. La playa de Saint Nicolas no se ve, oculta por la duna, en la que ya se observan los primeros rayos solares que provienen, ¡cómo no!, del Este. También se puede ver un buen tramo de la playa por la que he caminado estos tres últimos días.
Una vez recogidas todas mis pertenencias, saco la tercera foto del lugar. Se trata del monumento pero en su parte frontal.
Se trata de un monumento militar con bastante poca gracia y demasiado texto. Destacan las palabras: reconstrucción, Lafayette y amistad.
Antes de abandonar el lugar definitivamente, salgo a la explanada, donde veo otro monumento en cuatro tiempos, como si el viento fuera empujando bloques que se van hundiendo en el mar. Para evitar la fuerza del sol, lo oculto tras un matorral y unos arbustos. Esta es la zona más norteña de La Gironde.
Remonto la duna y descubro el bulto del inglés dormido. Me parece buena la elección que hizo ayer noche del sitio para dormir. Como no sé si tiene intención de coger o no el mismo barco que yo, me abstengo de acercarme a despertarle. Otra cosa habría hecho en el caso de que ayer hubiéramos concretado algo. Saco foto. La playa de Saint Nicolas no se ve, oculta por la duna, en la que ya se observan los primeros rayos solares que provienen, ¡cómo no!, del Este. También se puede ver un buen tramo de la playa por la que he caminado estos tres últimos días.
Una vez recogidas todas mis pertenencias, saco la tercera foto del lugar. Se trata del monumento pero en su parte frontal.
Se trata de un monumento militar con bastante poca gracia y demasiado texto. Destacan las palabras: reconstrucción, Lafayette y amistad.
Antes de abandonar el lugar definitivamente, salgo a la explanada, donde veo otro monumento en cuatro tiempos, como si el viento fuera empujando bloques que se van hundiendo en el mar. Para evitar la fuerza del sol, lo oculto tras un matorral y unos arbustos. Esta es la zona más norteña de La Gironde.
Hacia el
transbordador.
Orino en la toilette y
me voy acercando a la caseta de información. El de la bici duerme
bajo el árbol y, en la caseta, tres personas. El perro ladra
amenazador y los dos españoles se incorporan. La sevillana dice:
“tenemos intención de coger el siguiente barco”, van a seguir
durmiendo un poco más. Saco una foto del lugar donde se ven los
sacos de dormir. El tercer ocupante ni se inmuta, si es que hay un tercero y
no lo he confundido con el equipaje.
Me acerco a la taquilla, pero aún está cerrada. Hay un coche esperando y ahora llega el segundo, que espera a la par que el primero. “Media hora antes”, indica un cartel, pero será más tarde cuando abran. Un taquillero me dice que salga y espere fuera. Llega Laurence y empuja con el pie una piedra del camino y la acerca a un poste. El encargado que me informó ayer de la hora de salida del barco, hace labores múltiples y recoge el cordaje de amarre de La Gironde, con sede en Bordeaux. Es el propio taquillero el que abre las puertas y se va a la taquilla, donde atiende a dos bandas, peatones y conductores. Llego antes que los coches. Pago 3,20 € y voy siguiendo la señalización para los peatones. Antes de montar, saco foto del barco. Llego a la sala de espera, con toilettes pero sin enchufe, así que no puedo afeitarme.
Me acerco a la taquilla, pero aún está cerrada. Hay un coche esperando y ahora llega el segundo, que espera a la par que el primero. “Media hora antes”, indica un cartel, pero será más tarde cuando abran. Un taquillero me dice que salga y espere fuera. Llega Laurence y empuja con el pie una piedra del camino y la acerca a un poste. El encargado que me informó ayer de la hora de salida del barco, hace labores múltiples y recoge el cordaje de amarre de La Gironde, con sede en Bordeaux. Es el propio taquillero el que abre las puertas y se va a la taquilla, donde atiende a dos bandas, peatones y conductores. Llego antes que los coches. Pago 3,20 € y voy siguiendo la señalización para los peatones. Antes de montar, saco foto del barco. Llego a la sala de espera, con toilettes pero sin enchufe, así que no puedo afeitarme.
Atravesando el
estuario de La Gironde.
A las siete, entro en
el barco. Los empleados cumplen con sus tareas, revisan el barco y
sueltan el amarre. Dentro del barco, las toilettes están cerradas y
el bar abierto. Bar que está atendido por Laurence. Le pido café
con leche, corto de café y con mucha leche. Se equivoca, y me sirve
café, que será para ella pero, se vuelve a equivocar, y me saca un
café con leche, con mucho café. Lo tira por el fregadero. Se
ve que no ha despertado y está algo espesa. Por fin me saca café corto en taza grande
y una jarrita de leche que vaciaré toda en la taza. Le pido un
caracol, pero no entiendo qué nombre le da. Tampoco pongo mucha
atención para aprenderlo. Normalmente la bollería que ofrecen está
a la vista y basta señalar con el dedo. En caso de que no esté
visible, siempre queda el recurso de decir: “croissant”. Ya
llegará el momento de aprender a decir “raisins” (pasas). Pago
4,20 €, desayuno y le cuento mi viaje. Me voy a una mesa para
escribir el diario y me siento orientado en la dirección de marcha
del barco. Ha salido muy puntual y tarda veinte minutos en llegar a
Royan que, poco a poco, voy viendo más cerca. Pliego y ya seguiré
escribiendo en la Police. Me despido de Laurence, mientras ella ya se
encarga de contar mi experiencia a compañeros y viajeros. Me dice:
“bon courage”.
C
H A R E N T E
Esta región recibe su
nombre del río que desemboca en el mar en Rochefort-sur-Mer, a donde
llegaré en unos días.
Royan. Preguntando
se va a Roma.
En la foto que saco
antes de atracar en Royan, puedo destacar tres cosas: la noria, para
tener una visión aérea y completa de la ciudad, que a esta hora no
gira; el Palacio de Congresos y; al fondo, una iglesia de estructura
muy moderna, a la que luego me acercaré. Nada más bajar del barco,
llego al Palacio de Congresos. Más tarde sabré que en este edificio
puedo entrar a navegar en Internet. ¡Como si hoy no hubiese navegado
ya suficiente!
Tengo la certeza que no estoy en España y en Royan no son del PP, pues son las únicas letras que le faltan al letrero anunciador, que al leerlo desde mi posición, me hace sentirme algo tartaja. Pone: AALLAAIISS CCOONNGGRREESS. Menos mal que uno está despierto y es suficientemente habilidoso como para abreviar y entender. Pregunto a un señor y me orienta hacia el Hôtel de Ville. Paso bordeando la primera playa. Es muy urbana y parece que la marea alta la dejará con muy poca arena seca.
En la bajamar, como ocurre ahora, es una playa profunda, idónea para baños matutinos, pero a esta hora a mi me apetece muy poco el baño. Después, entre calles, me voy acercando a la iglesia, que tiene visos de catedral. No puedo entrar porque está cerrada. Luego me confirma la dirección del ayuntamiento una niña que está esperando al autobús para ir al “collège” (colegio). Entra a las 8:30 y va con tiempo, pues aún no son las ocho. Un joven me da la referencia de “Maison rouge” (casa roja), pero en realidad luego pienso que me ha dicho “Maison rossée” (casa rosada), aunque no estemos en Buenos Aires. Pero a pesar de tantas indicaciones, me voy perdiendo. Un conductor de furgoneta me dice que remonte la carretera y que tire a la derecha. Una mujer me dice que no, que a la izquierda. Por fin llego a un palacio enrejado. Antes he pasado por la Biblioteca, donde un cartel indica que los martes sólo funciona por la tarde. A partir de las cuatro.
Tengo la certeza que no estoy en España y en Royan no son del PP, pues son las únicas letras que le faltan al letrero anunciador, que al leerlo desde mi posición, me hace sentirme algo tartaja. Pone: AALLAAIISS CCOONNGGRREESS. Menos mal que uno está despierto y es suficientemente habilidoso como para abreviar y entender. Pregunto a un señor y me orienta hacia el Hôtel de Ville. Paso bordeando la primera playa. Es muy urbana y parece que la marea alta la dejará con muy poca arena seca.
En la bajamar, como ocurre ahora, es una playa profunda, idónea para baños matutinos, pero a esta hora a mi me apetece muy poco el baño. Después, entre calles, me voy acercando a la iglesia, que tiene visos de catedral. No puedo entrar porque está cerrada. Luego me confirma la dirección del ayuntamiento una niña que está esperando al autobús para ir al “collège” (colegio). Entra a las 8:30 y va con tiempo, pues aún no son las ocho. Un joven me da la referencia de “Maison rouge” (casa roja), pero en realidad luego pienso que me ha dicho “Maison rossée” (casa rosada), aunque no estemos en Buenos Aires. Pero a pesar de tantas indicaciones, me voy perdiendo. Un conductor de furgoneta me dice que remonte la carretera y que tire a la derecha. Una mujer me dice que no, que a la izquierda. Por fin llego a un palacio enrejado. Antes he pasado por la Biblioteca, donde un cartel indica que los martes sólo funciona por la tarde. A partir de las cuatro.
Ayuntamiento y
Policía urbana.
Es así como llego al
Hôtel de Ville hacia las 8:15 horas. Es un hermoso edificio aislado
y rodeado de vallas y con verjas protectoras. No se ve más movimiento
que el ondear de las banderas, la de Royan y la tricolor francesa.
Entro en el recinto y me escoro hacia el edificio de la izquierda,
donde estaré luego con algunos policías municipales que me
ayudarán. Hablo con un empleado que hace labores de jardinería.
Tiene deformada la cara y un defecto en la visión, pero ello no le
arredra para hacer bien su trabajo, ni le resta capacidad y deseos de comunicar. Me dice que si
quiero navegar por Internet, el lugar está en el Palacio de
Congresos. ¡Tantas vueltas para ir al lugar de donde vengo! Pero,
siguiendo el lema de que “lo importante no es el destino, sino lo
que uno se encuentra en el camino”, yo también pienso en positivo.
Entro en el edificio de la Policía local. Me informan que el
ayuntamiento abre a las nueve. En espera de que dé la hora, solicito
que me dejen un espacio allí, para escribir el diario. Me ofrecen la
posibilidad de asiento, pero sin mesa, y elijo escribir de pie en el
mostrador. Escribo, mientras se transmiten mi noticia unos a otros.
Es la novedad de la mañana. Por si acaso, no les digo que he dormido
en la duna del otro margen, el Sur, del río bordelés. Cuando estoy
terminando de ponerme al día, poco antes de las nueve, oigo cómo el
policía que me ha atendido, hace una llamada telefónica, pero no le
dan respuesta. Me asomo a la ventanilla para que sepa que me estoy
dando cuenta de que intenta conseguir información que me interesa.
Hace una segunda llamada y sale para decirme que vaya al Palais de
Congres y pregunte por el Ciber Attlantis. Me dice que no abren hasta
las diez. A las 9:15 horas dejo de escribir, agradezco las atenciones
recibidas y me dirijo hacia el lugar donde voy a poder entrar en Internet. Ahora ya sé a dónde
voy, y voy con tiempo, porque todavía tendré que buscar donde está
el Ciber indicado.
Palacio de
Congresos:
Ciber Attlantis.
Ciber Attlantis.
Salgo y vuelvo a hablar
con el jardinero. Ahora está segando la hierba del arriate central
de la puerta de entrada a la Mairie. Le agradezco la información que
me ha dado y que coincide con lo que me ha dicho la policía, le
enseño el diario y le leo una parte de lo que he escrito esta
mañana. Me dice: “Además de caminante, eres poeta”. Le
agradezco su piropo y dejo que siga con su tarea, que ya le he hecho
interrumpir por segunda vez. Confío en que no tenga cerca a un
patrono exigente vigilando. Abandono el Hôtel de Ville y, siguiendo
por la misma calle, me acerco al Palacio de Congresos. Por el camino
voy mirando matrículas de coches, con muy poco éxito. Doy vuelta al
edificio y entro por una puerta lateral. Me dicen que baje unas
escaleras y que tire a la derecha. Como tengo tiempo de sobra hasta
que den las diez, entro en las toilettes, orino, y me afeito. Sólo
me ha faltado encontrar una ducha para completar el aseo. Localizo el
Ciber Attlantis. Mi objetivo es que me dejen navegar gratis, como
ocurrió en Bayona. Aprovecho que hay una mesa y silla, y me siento a
escribir. Sentado, escribo más cómodo que en la policía local.
Hacia las 9:55 horas aparece Karine y, poco después, Delphine.
Desconozco qué servicio van a cubrir. Llega un ciudadano para
informarse sobre un curso de iniciación a Internet. Oigo, pero no
escucho la respuesta. Cuando van a dar las diez, me asomo a una
puerta y entro. Karine me dice que todavía no es la hora. Mi
intención era que supiera que pretendo entrar para algo. A las diez
en punto, sale Delphine y abre la puerta de al lado. Karine habla de
nuevo con el hombre que le ha hecho la pregunta sobre Internet y le
remiten a recepción del Palacio de Congresos, donde, al salir, me
echarán en el diario el sello de la Oficina Municipal de Turismo.
Explico a Karine lo que quiero, Karine explica a Delphine. Las normas
dicen que debo ser socio o que puedo hacerme socio. Mi argumento: estoy de
paso, no tiene sentido. Delphine hace una llamada telefónica y le
responden autorizándome a navegar por Internet. Paso al otro
espacio, donde compruebo que hay una buena dotación de ordenadores,
para el uso de los cuales los ciudadanos pagan una cuota anual o
mensual. No parece que sea una cuota cara y es sin límite de tiempo.
No parece que acuda demasiada gente y no hay restricción de
usuarios. Aunque una cuota podría funcionar como elemento
disuasorio. Yo, en todo lo que veo, comparo con las distintas
fórmulas que tenemos en Irun, que es mi referente principal, en los
centros culturales de Donostia y el Koldo Mitxelena que, en la misma
capital, es de ámbito provincial. Todas estas opciones son
gratuitas en Gipuzkoa. Ahora en Attlantis hay poca gente, pero no sé
lo que pasará en horas punta. Delphine mete su clave y me lo deja
listo en Google, para que lo tenga fácil para iniciar. Con todo tengo
problemillas para leer un anexo y, al volver, tengo que empezar de
nuevo. Borro muchos correos, los poco interesantes, sin leer y voy
guardando en papelera sólo los entrañables. También leo sobre el
veneno que nos metió Danone durante 20 años con Activias y
compañía, engordando desmesuradamente a nuestros pequeñuelos y a
otros, no tan pequeños. Cuando termino de revisar mis correos, a las
once, vuelvo a la otra puerta para agradecer.
Hablamos de July Delpy y de su última película Skilab. También de mi viaje y me voy confortado por sus buenos deseos. Aunque hubiera preferido el sello del Ciber Attlantis, como ya he dicho, en recepción me ponen el de Turismo. Al salir, saco foto al Palacio de Congresos, donde se confirma la falta de la “P”.
Hablamos de July Delpy y de su última película Skilab. También de mi viaje y me voy confortado por sus buenos deseos. Aunque hubiera preferido el sello del Ciber Attlantis, como ya he dicho, en recepción me ponen el de Turismo. Al salir, saco foto al Palacio de Congresos, donde se confirma la falta de la “P”.
Saliendo de Royan.
Artilugios de pesca con nasa.
Artilugios de pesca con nasa.
Al principio voy por
sitio conocido. A ratos, el paseo tiene un embaldosado peculiar.
Tiene la forma de vieiras y podría considerarse que es una forma de
indicar por ahí se va a Compostela. Sacaré una foto más adelante.
De momento, lo que más destaca son las artes de pesca de orilla, con
una especie de nasa, redes colgantes, con un elevador, para pescar en
la marea alta. Ahora no tengo ocasión de ver su funcionamiento
porque estoy caminando en horas en que el mar se encuentra alejado de
la costa. Pero ya llegará el momento. De bajar las redes en este
momento, quedarían sobre las rocas emergentes.
Un poco más adelante, van dos hombres caminando, uno de 63 y otro de 68 años. Yo ya he cumplido los 67. Nos acompañamos un trecho y les voy contando mi viaje. Ellos se paran pronto, pues deben regresar y me dicen que en kilómetro y medio encontraré algún restaurante en Saint Palais-sur-Mer. Calculo que va a ser un poco temprano para comer pero, al final, se ajustará bastante bien a los horarios convenientes franceses. Si te descuidas un poco, enseguida te responden: “desolé, la cuisine est fermé” (lo siento, la cocina está cerrada), en muchas ocasiones, con poco sentimiento de desolación.
Un poco más adelante, van dos hombres caminando, uno de 63 y otro de 68 años. Yo ya he cumplido los 67. Nos acompañamos un trecho y les voy contando mi viaje. Ellos se paran pronto, pues deben regresar y me dicen que en kilómetro y medio encontraré algún restaurante en Saint Palais-sur-Mer. Calculo que va a ser un poco temprano para comer pero, al final, se ajustará bastante bien a los horarios convenientes franceses. Si te descuidas un poco, enseguida te responden: “desolé, la cuisine est fermé” (lo siento, la cocina está cerrada), en muchas ocasiones, con poco sentimiento de desolación.
Llegando la hora de
comer
Alterno playas y más
nasas. A medida que avanzo, las playas se van ampliando hacia la
orilla, pues la marea sigue bajando. La siguiente, que fotografío a
playa pasada, ofrece al fondo el paseo y el lugar en que se han
quedado mis dos acompañantes. Una nueva playa, también urbana, está
atrapada por rocas en los dos extremos.
Esta es la estructura de playa más generalizada por la que voy disfrutando desde su paseo marítimo costero. Los usuarios de la zona o foráneos, en la etapa estival, pueden optar por cualquiera de ellas, sin desplazarse demasiado. Ahora parecen amplias pero, con la marea alta, habría que ver el resultado. Llego a otra caseta con artilugio de pesca, en una zona en que están reparando el solar de baldosas en forma de vieira, que ahora fotografío. Son grandes reteles o, como decimos en el país vasco, salabardos, aunque generalmente los nuestros son más pequeños. Un obrero con útiles de construcción que encuentro en uno de los espacios en reparación, me explica que es la forma en que pescan en la marea alta. Desde la caseta controlan si hay pez atrapado en el redil y, cuando esto ocurre, lo izan dando vueltas a la polea. Ya, desde encima de la caseta, recogen el regalo que les ha propiciado el océano.
Los pequeños golfos que son estas playas, me llevan de interior a cabo y de cabo a interior. Es decir, de la arena seca al mar. Pero en ninguna de estas ocasiones bajo a la playa. Unas veces el cabo es puntiagudo y en ocasiones se alarga, haciendo que mi paseo se aproxime más al mar. Podríamos decir que parecen Rías Baixas en chiquitín. Todavía sin salir de las afueras de Royan, paso por una casa singular que no me resisto a fotografiar. Quizás sea demasiado clara, demasiado blanca y con pocos contrastes pero, aún así, me parece curiosa en su factura. Y eso que no he visto la factura, que supongo elevada, que pagó su propietario. El recorrido, con tanto recoveco costero, es muy bonito pero para cuando llego a las construcciones que la costa me ofrece a lo lejos, tardo muchísimo en alcanzarlas.
Me parece que no voy a llegar a Saint Palais a tiempo para comer. Cuando los dos hombres me han dado la distancia de kilómetro y medio, es probable que se refirieran por carretera de interior. Nada que ver con la realidad costera.
Esta es la estructura de playa más generalizada por la que voy disfrutando desde su paseo marítimo costero. Los usuarios de la zona o foráneos, en la etapa estival, pueden optar por cualquiera de ellas, sin desplazarse demasiado. Ahora parecen amplias pero, con la marea alta, habría que ver el resultado. Llego a otra caseta con artilugio de pesca, en una zona en que están reparando el solar de baldosas en forma de vieira, que ahora fotografío. Son grandes reteles o, como decimos en el país vasco, salabardos, aunque generalmente los nuestros son más pequeños. Un obrero con útiles de construcción que encuentro en uno de los espacios en reparación, me explica que es la forma en que pescan en la marea alta. Desde la caseta controlan si hay pez atrapado en el redil y, cuando esto ocurre, lo izan dando vueltas a la polea. Ya, desde encima de la caseta, recogen el regalo que les ha propiciado el océano.
Los pequeños golfos que son estas playas, me llevan de interior a cabo y de cabo a interior. Es decir, de la arena seca al mar. Pero en ninguna de estas ocasiones bajo a la playa. Unas veces el cabo es puntiagudo y en ocasiones se alarga, haciendo que mi paseo se aproxime más al mar. Podríamos decir que parecen Rías Baixas en chiquitín. Todavía sin salir de las afueras de Royan, paso por una casa singular que no me resisto a fotografiar. Quizás sea demasiado clara, demasiado blanca y con pocos contrastes pero, aún así, me parece curiosa en su factura. Y eso que no he visto la factura, que supongo elevada, que pagó su propietario. El recorrido, con tanto recoveco costero, es muy bonito pero para cuando llego a las construcciones que la costa me ofrece a lo lejos, tardo muchísimo en alcanzarlas.
Me parece que no voy a llegar a Saint Palais a tiempo para comer. Cuando los dos hombres me han dado la distancia de kilómetro y medio, es probable que se refirieran por carretera de interior. Nada que ver con la realidad costera.
En uno de los cabos,
cambio de piso. El camino ofrece una gran roca a la que invita a
bajar. Abandono el paseo marítimo y camino por la gran roca. Otra
gente también pasea por ella y busca zoología marina, restos de
conchas y de crustáceos. A pesar de la grandeza de esta roca, debido
a la acción del mar, los cambios climáticos y el paso del tiempo,
se ha ido agrietando, formando fallas más o menos profundas. Pegado al
muro puedo continuar el camino. Voy recorriendo la parte superior de
las distintas rocas que van tocando a la playa de arena por su parte
más profunda. Doblado el cabo, puedo disfrutar de la vista de la
playa de Pontaillac, con su casino y su caserío urbano. En la
orilla, dos personas pasean, otra entra y la cuarta sale del agua
cubierta con su toalla. Son los clásicos que se bañan todo el año,
haga la temperatura que haga. Más ahora que el verano ya está a la
vuelta de la esquina. He sacado foto de la roca desde el paseo y
ahora saco otra de las rocas que van hacia la playa.
El camino invitador para bajar a la gran roca, al ver las siguientes, me hace pensar que no podré bajar a la playa al final, cuando las rocas se acaban, pero eso no podré asegurarlo hasta llegar al final, cuando la roca se aproxime a la arena seca. No me arriesgo y, así, no lo podré confirmar. Es en esta playa de Pontaillac donde termina Royan. Entro en Pontaillac, continúo por el paseo marítimo, paso por muy cerca del Casino y continúo hasta el extremo contrario.
Una vez que llego a las casetas nasa del otro lado, saco foto para ofrecer una visión más completa de esta playa urbana que ni he pisado. En la orilla siguen los dos paseantes. Doblando el cabo de bocana Norte, encuentro a dos personas que van a comer al aire libre y preparan lo que sea en un infiernillo de butano. La sartén humea. No parece que sean pescadores, más bien trabajadores en su receso de mediodía. Aprovechan su tiempo libre en la naturaleza, pero comiendo caliente. No sé si el ATM, que lleva uno de ellos en la espalda, puede dar pista de la empresa en que trabajan.
El camino invitador para bajar a la gran roca, al ver las siguientes, me hace pensar que no podré bajar a la playa al final, cuando las rocas se acaban, pero eso no podré asegurarlo hasta llegar al final, cuando la roca se aproxime a la arena seca. No me arriesgo y, así, no lo podré confirmar. Es en esta playa de Pontaillac donde termina Royan. Entro en Pontaillac, continúo por el paseo marítimo, paso por muy cerca del Casino y continúo hasta el extremo contrario.
Una vez que llego a las casetas nasa del otro lado, saco foto para ofrecer una visión más completa de esta playa urbana que ni he pisado. En la orilla siguen los dos paseantes. Doblando el cabo de bocana Norte, encuentro a dos personas que van a comer al aire libre y preparan lo que sea en un infiernillo de butano. La sartén humea. No parece que sean pescadores, más bien trabajadores en su receso de mediodía. Aprovechan su tiempo libre en la naturaleza, pero comiendo caliente. No sé si el ATM, que lleva uno de ellos en la espalda, puede dar pista de la empresa en que trabajan.
Vaux-sur-Mer.
Nathalie.
Es el nombre que recibe
la siguiente zona. Paso por una playa más angosta. La fotografío al
llegar, pero luego me doy cuenta que ofrece mejor perspectiva cuando
estoy más cerca, donde también se ven mejor las casetas elevadas de
pesca.
Cuando ya estoy al otro lado de la playa, el paseo marítimo se convierte en una pista más sencilla, de cemento, que me va aproximando a otra playa, la de Nauzan.
Paso por una casa, en cuyo jardín hay un precioso tamarindo florecido en tonalidades rosáceas, que no me dejo sin fotografiar. Uno de los tramos, me lleva al servicio de Salvamento y hablo con uno de los socorristas. Le pregunto cómo continuar y me dice que, si no quiero retroceder, que baje a la playa, pise la arena y suba por unas escaleras que, desde donde estoy, no puedo ver. Hago lo que el muchacho me dice y continúo paseo. Ya estoy de nuevo por paseo marítimo junto al mar y me encuentro con Nathalie, que va con paraguas abierto, y su perro malas pulgas, Kiki, que asusta a más de un viandante y, sobre todo, a Marie Paule y Christiane. Nathalie se ve obligada a pedir disculpas. ¡Qué coñazo tener que ir pidiendo disculpas por algo que hace un ajeno y, encima, animal! Cuento a Nathalie cómo va mi caminada y mi filosofía de viaje, el acierto al haber perdido ayer el último barco y lo bien que me han tratado hoy en la Police local y en el Ciber Attlantis. Si ayer hubiera cogido el barco, mi percepción de Royan habría sido muy distinta. Me despido de Nathalie, acelero y alcanzo a las otras dos.
Cuando ya estoy al otro lado de la playa, el paseo marítimo se convierte en una pista más sencilla, de cemento, que me va aproximando a otra playa, la de Nauzan.
Paso por una casa, en cuyo jardín hay un precioso tamarindo florecido en tonalidades rosáceas, que no me dejo sin fotografiar. Uno de los tramos, me lleva al servicio de Salvamento y hablo con uno de los socorristas. Le pregunto cómo continuar y me dice que, si no quiero retroceder, que baje a la playa, pise la arena y suba por unas escaleras que, desde donde estoy, no puedo ver. Hago lo que el muchacho me dice y continúo paseo. Ya estoy de nuevo por paseo marítimo junto al mar y me encuentro con Nathalie, que va con paraguas abierto, y su perro malas pulgas, Kiki, que asusta a más de un viandante y, sobre todo, a Marie Paule y Christiane. Nathalie se ve obligada a pedir disculpas. ¡Qué coñazo tener que ir pidiendo disculpas por algo que hace un ajeno y, encima, animal! Cuento a Nathalie cómo va mi caminada y mi filosofía de viaje, el acierto al haber perdido ayer el último barco y lo bien que me han tratado hoy en la Police local y en el Ciber Attlantis. Si ayer hubiera cogido el barco, mi percepción de Royan habría sido muy distinta. Me despido de Nathalie, acelero y alcanzo a las otras dos.
Un rato en compañía
de Christiane y Marie Paule.
Las dos llevan el
paraguas plegado. Sin ningún esfuerzo, me permiten que me enrolle
con ellas. Se dejan abordar, aunque pareciera que llevan
conversación interesante. Bien es cierto que la pueden continuar
luego o mañana, pero a mí ya no me van a ver el pelo,
probablemente, en la vida. Invito a que tiren los paraguas al mar, o
“a la merde”, les digo sonriente. Todo el rato en que vamos a
continuar juntos, el tema, monotema, va a ser mi viaje. Va a ser el
segundo tramo del día, el más largo, en que voy a hacer el camino
acompañado. Esto es siempre algo grato a este caminante solitario.
Hablando de algunos aspectos de mi viaje, pues han mostrado interés
en saber algo de él, llegamos a la playa de Nauzan, bajamos a la
arena y subimos al paseo marítimo. Me despido de mis chicas
maduritas acompañantes, pues ellas viven por allí. Conocen y me
recomiendan La Nauzanne, que está a pie de paseo. Durante la mañana,
después de salir del ciber, ha caído una fina lluvia que, no yendo
a más, resultaba agradable. Luego ha parado y, ahora, al llegar a
Nauzan, hace un calor excesivo. El celaje ha mejorado y han aparecido
bastantes claros entre las nubes. Me he tenido que quitar la camiseta
de manga larga.
Nauzan. Comiendo en
La Nauzanne.
Esta playa pertenece ya
a Saint-Palais-sur-Mer. He llegado al paseo de la playa una vez
pasada la una y me voy hacia el restaurante. La Nauzanne me ofrece
terraza pero, aunque ha mejorado el día, prefiero comer más
protegido en interior. Suficiente tiempo estoy al aire libre al cabo
del día. Me siento junto a mesa individual y como espagueti boloñesa
(que no serán ni spaghetti, ni tallarín, sino lazos) y con lo que
más disfruto es con la ensalada de tomate. Me la sirven con aceite y
vinagre batido. Garrafa de agua y pan. Veo las cuatro enormes copas
de helado que piden mis vecinos, y me dan envidia, pero me
reprimo. Voy al retrete y descargo, para hacer sitio a lo nuevo que
acabo de engullir. Salgo y pago con Visa 13,80 €. La tarjeta va bien al
segundo intento, ya que en el primero he confundido el código. Sería
terrible que se me olvidara. Me quedo escribiendo hasta las 14:45,
hora en que me voy.
Saint-Palais-sur-Mer.
Atrapado por la roca.
Atrapado por la roca.
Aunque en Nauzan ya
estaba en Saint Palais (no confundir con el del País Vasco, donde
comencé esta aventura en 2006), ahora es como si estuviera entrando
en el propiamente dicho. ¡Qué cambio de paseo el de hoy!, ¡qué
diferente al de los días pasados en Las Landas y en La Gironde!
Sólo por el hecho de ser distinto, paseo a gusto por estos lares. Más entradas y salidas al mar. En el siguiente cabo, veo que el paseo baja a las rocas y yo, ni corto ni perezoso, continúo por él. Se camina bien y confío en que al terminar las rocas pueda bajar a la arena. Cuando llego al final de las rocas me doy cuenta de que no hay una bajada aceptable. Podría bajar bien, pero si no llevara las mochilas.
Por otro lado, al pie de la roca hay como un riachuelo cuya profundidad desconozco. No estoy dispuesto a volver atrás, así que me decido. Me desnudo, meto la ropa en la mochila y tiro las dos a la arena, al otro lado, en el lugar en que está un hombre observando mi maniobra. Ya sin ningún estorbo, desciendo la roca y llego al riachuelo que, una vez abajo, compruebo que no habría precisado desnudarse tanto, pero “después de visto, todo el mundo es listo”. Llego donde el hombre, le digo que vengo andando desde el País Vasco, me visto, y continúo mi camino, ahora por la playa. Llego al paseo marítimo y disfruto de este pueblo marítimo que con el añadido sur-Mer evita el equívoco con el de Donapaleu vasco. Desde el otro lado de la villa, saco foto de la roca de mis peripecias, que está enfrente.
Sólo por el hecho de ser distinto, paseo a gusto por estos lares. Más entradas y salidas al mar. En el siguiente cabo, veo que el paseo baja a las rocas y yo, ni corto ni perezoso, continúo por él. Se camina bien y confío en que al terminar las rocas pueda bajar a la arena. Cuando llego al final de las rocas me doy cuenta de que no hay una bajada aceptable. Podría bajar bien, pero si no llevara las mochilas.
Por otro lado, al pie de la roca hay como un riachuelo cuya profundidad desconozco. No estoy dispuesto a volver atrás, así que me decido. Me desnudo, meto la ropa en la mochila y tiro las dos a la arena, al otro lado, en el lugar en que está un hombre observando mi maniobra. Ya sin ningún estorbo, desciendo la roca y llego al riachuelo que, una vez abajo, compruebo que no habría precisado desnudarse tanto, pero “después de visto, todo el mundo es listo”. Llego donde el hombre, le digo que vengo andando desde el País Vasco, me visto, y continúo mi camino, ahora por la playa. Llego al paseo marítimo y disfruto de este pueblo marítimo que con el añadido sur-Mer evita el equívoco con el de Donapaleu vasco. Desde el otro lado de la villa, saco foto de la roca de mis peripecias, que está enfrente.
Jeanine, Nicole y
Paulette.
Sentadas en un banco y
mirando al mar me encuentro a las tres amigas longevas. Al llegar yo
se levantan, pero no sé en qué dirección van. Al ver que hacen mi
camino, me incluyo en el grupo y les digo que les acompaño. En
realidad, ya van suficientemente acompañadas y son ellas la que me
hacen compañía a mí. Me reciben bien y me dejo querer. Yo también
me esmero en hacerles reír.
Me dicen sus nombres: Jeanine, Nicole y Paulette. “¿Diminutivo, como Cosette?”, le digo. Ella asiente y sigo: “Jean Valjean y Fantine” (los personajes principales de la obra cumbre de Víctor Hugo). Les digo que este año tengo intención de leer los Miserables y que he terminado la lectura de “À la recherche du temp perdu” (En busca del tiempo perdido), de Proust, en mi versión en siete volúmenes. Esta es una forma de mostrar que me gusta la literatura francesa, aunque ciertamente no haya leído mucho. Siendo joven, leí una novela de Víctor Hugo, “Los trabajadores del mar”, que me gustó, pero no volví a leer nada más escrito por ese autor. Cuando lea “Los Miserables” voy a "flipar". Entre las tres, que muestran interés, me hacen muchas preguntas sobre mi viaje: dónde duermo, si es caro o barato y demás. En un bonito entrante de mar, con puentecillo y bajada privada a la playa, les saco una foto. Mis tres nuevas amigas son las que están en primer término. Por detrás pasa un hombre, cuya pareja viene en quinto lugar con su chaqueta oscura en la mano. Volveré a encontrarme con esa pareja más adelante. La última de la foto, la que está en el puente, es ajena a esta historia. Llegamos a un lugar en que el camino se bifurca y allí nos despedimos. Hasta siempre Paulette, Jeanine y Nicole.
Me dicen sus nombres: Jeanine, Nicole y Paulette. “¿Diminutivo, como Cosette?”, le digo. Ella asiente y sigo: “Jean Valjean y Fantine” (los personajes principales de la obra cumbre de Víctor Hugo). Les digo que este año tengo intención de leer los Miserables y que he terminado la lectura de “À la recherche du temp perdu” (En busca del tiempo perdido), de Proust, en mi versión en siete volúmenes. Esta es una forma de mostrar que me gusta la literatura francesa, aunque ciertamente no haya leído mucho. Siendo joven, leí una novela de Víctor Hugo, “Los trabajadores del mar”, que me gustó, pero no volví a leer nada más escrito por ese autor. Cuando lea “Los Miserables” voy a "flipar". Entre las tres, que muestran interés, me hacen muchas preguntas sobre mi viaje: dónde duermo, si es caro o barato y demás. En un bonito entrante de mar, con puentecillo y bajada privada a la playa, les saco una foto. Mis tres nuevas amigas son las que están en primer término. Por detrás pasa un hombre, cuya pareja viene en quinto lugar con su chaqueta oscura en la mano. Volveré a encontrarme con esa pareja más adelante. La última de la foto, la que está en el puente, es ajena a esta historia. Llegamos a un lugar en que el camino se bifurca y allí nos despedimos. Hasta siempre Paulette, Jeanine y Nicole.
Danielle y Jean
Louis.
Poco después de que me
abandone el trío, me encuentro a este matrimonio, que también
camina en la misma dirección que yo. Ambos trabajan con horario de
mañana y dedican las tardes a pasear. Jean Louis trabaja en la
enseñanza, con niños, y me dice que tanto a los pequeños, como a
los de secundaria, les dan las vacaciones el 5 de julio. Me sirve el
dato, pues antes de esa fecha, tendré menos problemas para encontrar
plaza en los “auberges de jeneusse” (albergues juveniles). Traigo
tarjeta de alberguista “Hostelling”. No sabe cuándo dan las vacaciones a
los universitarios y quizás ése sea el colectivo que más me debe
preocupar. Le comento que los albergues me parecen caros para el
servicio que dan, normalmente en dormitorios colectivos y con
servicios y duchas a compartir.
Estamos llegando a la La Grande-Côte y creo que aquí hay uno de los albergues pero, por lugar y horario, hoy no me va a cuadrar dormir en él. También comento que mi viaje me sale muy caro y lo puedo hacer gracias a que, muchas noches consigo ahorrar los 50 € que me pueda costar una cama, durmiendo en la playa u otros sitios al aire libre, “à la belle étoile”, como dicen los franceses.
No da tiempo a que Danielle cuente nada de ella y su trabajo, pues doblan a la derecha para continuar su recorrido, y me despido de la pareja. Todavía estamos en terreno de Saint-Palais-sur-Mer. Poco después, finaliza el paseo por la “corniche” y empieza la pista cyclable. Por la carretera veo una matrícula reciente CG741BF y se me ocurre “ciego-bufo” y, aunque mi viaje sea realmente divertido, no voy, para nada, ciego por el mundo. He ido pasando por lugares que me van gustando y fotografío: nueva caseta de pesca en rocas, una playa paralela a la pista, por donde somos bastantes los que circulamos, mientras en la playa a penas se ve a nadie
Estamos llegando a la La Grande-Côte y creo que aquí hay uno de los albergues pero, por lugar y horario, hoy no me va a cuadrar dormir en él. También comento que mi viaje me sale muy caro y lo puedo hacer gracias a que, muchas noches consigo ahorrar los 50 € que me pueda costar una cama, durmiendo en la playa u otros sitios al aire libre, “à la belle étoile”, como dicen los franceses.
No da tiempo a que Danielle cuente nada de ella y su trabajo, pues doblan a la derecha para continuar su recorrido, y me despido de la pareja. Todavía estamos en terreno de Saint-Palais-sur-Mer. Poco después, finaliza el paseo por la “corniche” y empieza la pista cyclable. Por la carretera veo una matrícula reciente CG741BF y se me ocurre “ciego-bufo” y, aunque mi viaje sea realmente divertido, no voy, para nada, ciego por el mundo. He ido pasando por lugares que me van gustando y fotografío: nueva caseta de pesca en rocas, una playa paralela a la pista, por donde somos bastantes los que circulamos, mientras en la playa a penas se ve a nadie
Paso cerca de un prado
y me doy cuenta que en la cima, entre árboles, está el faro del
lugar. Ha sido una visión fortuita que no quiero dejar sin plasmar
en imagen.
Poco después llego a un gran caserón, que más parece un palacio y que, quizás, esté reconvertido en hotel, aunque no veo ninguna señal para asegurarlo. Hay espacios en remodelación y, en la puerta de acceso a la terraza, se ve un león dorado veneciano. En la escalinata, una mujer apoyada en la balaustrada, conversa con dos obreros de la construcción.
Siguiendo por la pista, llego a un lugar en el que, en una gran campa, hay muchos coches y rulotes aparcadas, también autocaravanas. Sin tener muchos argumentos, quizá por la apariencia de raza gitana de alguno de los niños, especialmente de la niña que está de pie, es por lo que lo califico de campamento de gitanos. Encima de una gran carpa, se ve un letrero que dice: “Misión Evangélica”. Me recuerda tiempos pretéritos de mi infancia, hace tiempo superados, y me sorprende más verlo en esta aconfesional Francia. Quizá el colectivo que acude a estas misiones esté así de retrasado debido a sus creencias. No parece que estos gitanos sean muy pobres.
Pero no me voy a entretener más con este tema y continúo por la pista. Estoy a punto de dar alcance a la pareja que ha coincidido en la foto de las tres amigas, y lo logro. La pareja apenas da juego. Sé que estoy en La Grande-Côte porque así es el nombre del bar-restaurante por el que ahora paso.
En un banco están sentados un hombre y dos mujeres, quienes me dicen que La Grande-Côte pertenece a Saint-Palais y que Palmyre también. Me informan que es el nombre de la playa que viene a continuación y que llega a Palmyre, que es una playa muy larga. Califican de gran playa a ésta porque, en relación a las que estoy viendo en Charente, realmente lo es. No sería el caso si la comparáramos con las de Las Landas y la girondina, recientemente abandonada. El señor del banco, me ha dicho que no deje de visitar Palmyre.
Poco después llego a un gran caserón, que más parece un palacio y que, quizás, esté reconvertido en hotel, aunque no veo ninguna señal para asegurarlo. Hay espacios en remodelación y, en la puerta de acceso a la terraza, se ve un león dorado veneciano. En la escalinata, una mujer apoyada en la balaustrada, conversa con dos obreros de la construcción.
Siguiendo por la pista, llego a un lugar en el que, en una gran campa, hay muchos coches y rulotes aparcadas, también autocaravanas. Sin tener muchos argumentos, quizá por la apariencia de raza gitana de alguno de los niños, especialmente de la niña que está de pie, es por lo que lo califico de campamento de gitanos. Encima de una gran carpa, se ve un letrero que dice: “Misión Evangélica”. Me recuerda tiempos pretéritos de mi infancia, hace tiempo superados, y me sorprende más verlo en esta aconfesional Francia. Quizá el colectivo que acude a estas misiones esté así de retrasado debido a sus creencias. No parece que estos gitanos sean muy pobres.
Pero no me voy a entretener más con este tema y continúo por la pista. Estoy a punto de dar alcance a la pareja que ha coincidido en la foto de las tres amigas, y lo logro. La pareja apenas da juego. Sé que estoy en La Grande-Côte porque así es el nombre del bar-restaurante por el que ahora paso.
En un banco están sentados un hombre y dos mujeres, quienes me dicen que La Grande-Côte pertenece a Saint-Palais y que Palmyre también. Me informan que es el nombre de la playa que viene a continuación y que llega a Palmyre, que es una playa muy larga. Califican de gran playa a ésta porque, en relación a las que estoy viendo en Charente, realmente lo es. No sería el caso si la comparáramos con las de Las Landas y la girondina, recientemente abandonada. El señor del banco, me ha dicho que no deje de visitar Palmyre.
La Grande-Côte: Por
la pista paralela a playa con dunas.
Durante un rato voy por
camino, hasta que comienza de nuevo la pista cyclable. Saco foto de
la playa larga anunciada, en la que se ven, algo alejados, unos
grandes búnkeres hundidos en el agua. No bajo a la playa, pues en
esta zona hay bastante gente, y pienso que más adelante puedo
encontrar zona más solitaria para mi baño. Ya, de nuevo en la
pista, aparecen pintadas en la calzada señales numéricas, que voy
viendo invertidas y en orden descendente: 116-115-114… Cuando llego
al 100, pienso que la siguiente va a ser el 99 pero, se produce un
cambio de letras y el siguiente número que veo es el 142 y, de
nuevo, van en orden descendente. Se ve que son referencias de
distintos circuitos para ciclistas. Pronto dejo de ver el mar, pues
una alta duna, que supera en altura la pista, me impide ver la
playa. En un punto determinado aparece un indicador de “pista
difícil”. Pregunto a un ciclista que viene hacia mí y me confirma
que lo es, que es difícil pues es un subir y bajar continuo y con
mucha pendiente. Con los piñones que llevan las bicis de ahora, me
parece que calificar de difícil este tobogán, me parece excesivo
pero, como yo no soy experto ciclista, me abstengo de contradecir a
quien lo es y lo experimenta. Esta expresión de difícil me trae el
recuerdo de los que me calificaron como peligrosa la costa de La
Gironde.
Dos bicis candadas a
un poste y camino a la duna.
Siguiendo el tobogán
difícil, llego a dos bicis candadas. Como veo un camino que sube a
la duna, me dan la pista de que puede ser buen lugar para bajar a la
playa y practicar nudismo. Sin embargo, no lo hago, pues ascender por
la arena dunar suele ser duro. Ya tengo la experiencia de la dune de
Pilat, decido buscar acceso más suave a la playa. Cuando lo
encuentro, me adentro y sigo sendero y, al asomarme al mar, veo abajo
los búnkeres que al inicio de la playa había localizado a lo lejos.
Más adentrado en el mar, hay un artilugio que no sé qué finalidad
puede tener. Aparece en las dos fotografías siguientes.
Baño prohibido en
búnkeres.
Nudismo intolerable.
Nudismo intolerable.
Bajo a la zona y espero a
que una pareja joven, que ha dejado sus toallas abandonadas, se aleje
camino de Palmyre, para desnudarme y meterme en el agua junto a los
búnkeres. El sitio es bonito y el mar está tranquilo. La propia
estructura en bloque de cemento, frena la ola que apenas irrumpe en la
arena. Me habría gustado rodear nadando estos vestigios guerreros,
pero la señal de prohibición de nadar alrededor, que veo en dos de
ellos, me quita libertad para hacerlo. Cuando se aleje paseando una
pareja que ya he visto a lo lejos, saldré del agua pero, en el
ínterin, llega una mujer y luego una pareja de mayores que dejan sus
toallas allí cerca y se bañan con bañador. Como no voy a estar
tanto tiempo en el agua, decido salir exponiéndome a que me digan
algo. Ninguno dice nada. Me seco al aire y me tumbo desnudo al sol en la parte baja de
la duna. ¡Qué ajeno estoy a que, pocos metros más adelante, hay
playa nudista tolerada! Me enteraré más tarde.
Tengo oportunidad de cagar y taparlo con la arena dunar, detrás de donde estoy con mis pertenencias, y vuelvo a bajar para tumbarme. ¡Qué bien se está al sol! Me abstengo de darme un segundo baño. Mientras descanso, pasa por la orilla un jinete a caballo. Puesto que es mujer quien lo cabalga, ¿se podría decir jineta?, ¿cabría confusión con la parienta de una garduña, o de una hurona? Sabiendo que los bovinos y los equinos son idóneos portadores del tétanos, ¿entra dentro de lo permisible que circulen libremente por donde transitan descalzos los humanos? Me parece un atentado contra la salubridad pública. De lejos veo que camina por la orilla un grupo de cinco jovencitos. A estos parece que los caballos no les molestan, pero los nudistas sí. Antes de llegar a mi altura, aunque a mucha distancia, me increpan por estar desnudo. Al pasar a mi altura, aunque yo continúo tumbado en la duna y ellos pasan lejos por la orilla, no les hago ni caso y ya no dicen nada pero, cuando ya han pasado, me visto y me voy. Estoy harto de intolerantes. Podría haber continuado andando por la playa, pero vuelvo a la pista por donde he venido, más o menos. En el mar, más al fondo, se ve el faro de Cordouan, que controla la entrada y salida del estuario de La Gironde.
Tengo oportunidad de cagar y taparlo con la arena dunar, detrás de donde estoy con mis pertenencias, y vuelvo a bajar para tumbarme. ¡Qué bien se está al sol! Me abstengo de darme un segundo baño. Mientras descanso, pasa por la orilla un jinete a caballo. Puesto que es mujer quien lo cabalga, ¿se podría decir jineta?, ¿cabría confusión con la parienta de una garduña, o de una hurona? Sabiendo que los bovinos y los equinos son idóneos portadores del tétanos, ¿entra dentro de lo permisible que circulen libremente por donde transitan descalzos los humanos? Me parece un atentado contra la salubridad pública. De lejos veo que camina por la orilla un grupo de cinco jovencitos. A estos parece que los caballos no les molestan, pero los nudistas sí. Antes de llegar a mi altura, aunque a mucha distancia, me increpan por estar desnudo. Al pasar a mi altura, aunque yo continúo tumbado en la duna y ellos pasan lejos por la orilla, no les hago ni caso y ya no dicen nada pero, cuando ya han pasado, me visto y me voy. Estoy harto de intolerantes. Podría haber continuado andando por la playa, pero vuelvo a la pista por donde he venido, más o menos. En el mar, más al fondo, se ve el faro de Cordouan, que controla la entrada y salida del estuario de La Gironde.
Naturismo tolerado a
50 metros.
Tras andar medio
kilómetro por la pista cyclable, cuál no será mi sorpresa cuando
me parece ver de lejos a alguien que cruza al otro lado y va desnudo.
Enseguida encuentro una señal que indica, “a 50 metros,
naturismo”. No tengo ganas de ahondar más en el eufemismo de este
término. Pareciera que los naturistas fueran personas respetables y
los nudistas seamos unos guarros perversos. El naturismo implica
también una forma de alimentación que yo no comparto y sólo
comulgo con ellos en nuestro común gusto por estar desnudos en la
naturaleza. Por tanto, yo me considero nudista, no naturista. Pero
hoy trataré de disfrutar en este espacio reservado para ellos, que
creo lo es también para nosotros. Creo que también los textiles
tienen derecho a estar y bañarse en este lugar. No me gustan los
exclusivismos de ningún tipo. No entiendo por qué algunos nudistas
son tan intransigentes y les molesta. Sólo lo entiendo como una
reacción a la repetida intransigencia de los textiles que no han
sabido, o podido, superar su pudor. Después de la señal que aparece
en la pista cyclable, me meto en el primer camino ancho que veo a la
izquierda. Ya entre los pinos compruebo que hay gente desnuda y, en
cuanto llego a la playa, veo que el nudismo es asumido por la
mayoría. Casi todo el mundo lo practica. De haberlo sabido antes,
habría venido caminando desnudo desde la playa de los búnkeres.
Pero ya es tarde para lamentarlo y lo que quiero es disfrutar de la
oportunidad que se me ofrece ahora. Elijo un sitio, dejo ropa y
mochilas y me baño. Ahora más a gusto, puesto que no temo que me
llamen la atención. El mar sigue igual de tranquilo, como una balsa. Cuando
salgo del agua, digo al francés más cercano que me sorprende que no
esté en la lista de playas naturistas. Le comento que mañana tengo
intención de llegar a La Tremblade, que aparece como de nudismo
autorizado, y me asegura que va a hacer buen tiempo y me desea que lo
disfrute. Llega un amigo al que estaba esperando, se viste y se van.
No me ha dado tiempo a conversar con él sobre mi viaje. A este
nudista, le cubría una gran parte del cuerpo, una enorme mancha
morada. No tenía aspecto de ser soriasis, sino algo que ya trajera
de nacimiento. Como, normalmente, las anomalías se tienden a
ocultar, me ha gustado mucho que no tenga ningún complejo y no le
importe que le vean desnudo con la peculiaridad rosada de su piel. ¡Chapeau!
Paseo por la playa y observo cierto trasiego de cuerpos desnudos por
entre los pinos. Me doy un segundo baño y, una vez seco, me visto y
me voy por el pinar para continuar la numeración descendente
invertida por la pista cyclable.
Palmyre y sus
flamencos rosas.
La pista cyclable me
saca a la carretera y me trae hacia la Palmyre de interior. Un plano
me informa que debo tirar a la izquierda, hacia el club Mediterranée,
si quiero volver al mar y la costa. Pero, sin llegar a tomar esta
decisión, compruebo que al lado derecho de la carretera hay un
parque zoológico, al que no tengo ninguna intención de entrar pero
que, desde el mismo arcén de la carretera, puedo ver la parte
acuática con una cascada artificial y profusión de flamencos
rosados. El espectáculo, visto desde fuera, ya tiene el
suficientemente atractivo como para disfrutarlo sin tener necesidad
de pagar. Saco una foto y hablo con un matrimonio joven que está con
una niña. Alucinan con mi viaje. Paso de nuevo la carretera y
pregunto a una mujer. No sé lo que me entiende, que me orienta hacia
atrás. Aunque no estoy viendo el mar, menos mal que todavía
conservo el sentido de orientación. Parece que es un preludio de lo
que luego me va a hacer un militar cerca del faro de la Coubre. La
mujer, que estaba desorientada, se reubica y se da cuenta de que se ha
equivocado. Ahora me manda bien en dirección al puerto de Palmyre.
En realidad, el fallo no ha sido culpa de la mujer, sino mío, por
haber hecho mal la pregunta. He preguntado por “plage”, en lugar
de “côte o port” y ella me mandaba a la playa más cercana, que
es la que estaba a la entrada del pueblo, por la que no sé por qué
razón no he venido. Quizás porque ya había estado bañándome en
dos lugares próximos de la misma playa y tenía la certeza de que no
iba a encontrar otro espacio en que poder hacer nudismo.
El bosque de Palmyre
con sus circuitos elevados de aventura.
Caminando hacia el club
Mediterráneo y el puerto, paso por una zona con hermoso arbolado. En
él se puede observar que han construido un circuito, que llaman de
aventura, para hacer un recorrido a media altura entre los
árboles, con pasarelas, lianas, y poder hacer algo el Tarzán,
aunque parece que faltan los monos.
Estos juegos cogen una amplia zona de la pineda. Se ven plataformas, tubos que comunican un pino con otro, escalas y mil artilugios. Parece que niños, adolescentes, jóvenes y algún adulto, se lo pueden pasar bien aquí, jugando a creerse el rey de la selva. También se ven redes de escalada que, de alguna manera, imitan ejercicios que hace tiempo inventaron los militares para entrenar a sus soldados para la guerra. Es curioso cómo los humanos somos capaces de cambiar el sentido de algo guerrero en algo más pacífico. También mucha de la tecnología actual (móviles y ordenadores), proviene de experimentos creados inicialmente por los militares para cubrir necesidades de guerra. Me parece mejor este paisaje transformado que estoy viendo, que muchos de los videojuegos que, en espacio cerrado, están diseñados para matar o destruir. Al menos éstos suponen ejercicio físico y, además, están en plena naturaleza. Como un añadido a lo que digo y, como una consecuencia de los desastres de la guerra, la práctica de Pilates, también procede de la necesidad de que los lisiados de guerra estadounidenses pudieran hacer ejercicios físicos, aunque les faltaran las piernas. Pilates creo ejercicios que se pudieran hacer tumbados. Para ello, toda la fuerza corporal había que llevarla a la zona pélvica. Como decía mi profesora, Koro, teníamos que estar con la certeza de tener puesto al unísono un supositorio y un tampax. Lo primero era fácil, pero lo segundo, resultaba un poco complicado para un hombre. Menos mal que nos podíamos abstraer algo de la realidad, y ejercitar la continencia urinaria. Saco fotos. El lugar está abierto, pero a estas horas no se observa dentro movimiento alguno, como si no hubiera ningún usuario. Orino y paso al otro lado.
Estos juegos cogen una amplia zona de la pineda. Se ven plataformas, tubos que comunican un pino con otro, escalas y mil artilugios. Parece que niños, adolescentes, jóvenes y algún adulto, se lo pueden pasar bien aquí, jugando a creerse el rey de la selva. También se ven redes de escalada que, de alguna manera, imitan ejercicios que hace tiempo inventaron los militares para entrenar a sus soldados para la guerra. Es curioso cómo los humanos somos capaces de cambiar el sentido de algo guerrero en algo más pacífico. También mucha de la tecnología actual (móviles y ordenadores), proviene de experimentos creados inicialmente por los militares para cubrir necesidades de guerra. Me parece mejor este paisaje transformado que estoy viendo, que muchos de los videojuegos que, en espacio cerrado, están diseñados para matar o destruir. Al menos éstos suponen ejercicio físico y, además, están en plena naturaleza. Como un añadido a lo que digo y, como una consecuencia de los desastres de la guerra, la práctica de Pilates, también procede de la necesidad de que los lisiados de guerra estadounidenses pudieran hacer ejercicios físicos, aunque les faltaran las piernas. Pilates creo ejercicios que se pudieran hacer tumbados. Para ello, toda la fuerza corporal había que llevarla a la zona pélvica. Como decía mi profesora, Koro, teníamos que estar con la certeza de tener puesto al unísono un supositorio y un tampax. Lo primero era fácil, pero lo segundo, resultaba un poco complicado para un hombre. Menos mal que nos podíamos abstraer algo de la realidad, y ejercitar la continencia urinaria. Saco fotos. El lugar está abierto, pero a estas horas no se observa dentro movimiento alguno, como si no hubiera ningún usuario. Orino y paso al otro lado.
El puerto de
Palmyre.
Baie de Bonne-Anse.
Baie de Bonne-Anse.
Enseguida llego a la
zona del puerto y busco oferta hostelera. No veo el club marítimo
anunciado: Club Mediterranée. Veo lugar de alquiler de bicicletas
pero, a esta hora ya está cerrado. Tampoco me importa, pues alquilar
una bicicleta me supondría tener que retroceder para devolverla y
sería un tiempo perdido.
Bueno, a lo mejor no tan perdido pero a mí, que no me gusta andar en bicicleta, así me lo parece. A lo mejor, cuando llegue a Holanda, me replanteo el tema. Son las siete y en la terraza de La Paillote ya están cenando y lo mismo ocurre en otras terrazas. Es demasiado pronto para hacer mi cena y sigo hacia delante. Llego al puerto propiamente dicho. No se trata de un puerto pesquero, sino deportivo.
Uno de los veleros me saluda de lejos con su “hasta luego” y la caseta de alquiler de barcos, que me da la espalda, también esta cerrada. Avanzo por el puerto y llego a la altura de la bocana de salida al mar. He sacado dos fotos y aún sacaré una tercera. Lo más curioso de este puerto es que la salida al mar debe ser complicada cuando la marea está muy baja. Está rodeado de arenales, unos vienen del Sur y otros del Norte, y superar la bocana no asegura tener expedito el paso y poder seguir navegando.
Un poco más adelante, esta bahía de Bonne-Anse me va a crear problemas. He preguntado a dos mujeres si las montañitas de arena que conforman la bahía, son artificiales, es decir, pienso que es una bahía falsificada. Me dicen que no, que es natural, y que el mar interior que forma, también lo es. Uno de los ramales areníferos proviene de la playa de Palmyre y La Grande-Côte y el otro de los que vienen de La Tremblade y de la isla de Oleron. Llego a la Escuela de Surf y ya no puedo continuar. No entiendo qué surf se puede hacer en un lugar en que no hay olas, aunque no sé si el surf lo practicarán en mar abierto, al otro lado del arenal, hacia la Pointe de la Coubre.
Bueno, a lo mejor no tan perdido pero a mí, que no me gusta andar en bicicleta, así me lo parece. A lo mejor, cuando llegue a Holanda, me replanteo el tema. Son las siete y en la terraza de La Paillote ya están cenando y lo mismo ocurre en otras terrazas. Es demasiado pronto para hacer mi cena y sigo hacia delante. Llego al puerto propiamente dicho. No se trata de un puerto pesquero, sino deportivo.
Uno de los veleros me saluda de lejos con su “hasta luego” y la caseta de alquiler de barcos, que me da la espalda, también esta cerrada. Avanzo por el puerto y llego a la altura de la bocana de salida al mar. He sacado dos fotos y aún sacaré una tercera. Lo más curioso de este puerto es que la salida al mar debe ser complicada cuando la marea está muy baja. Está rodeado de arenales, unos vienen del Sur y otros del Norte, y superar la bocana no asegura tener expedito el paso y poder seguir navegando.
Un poco más adelante, esta bahía de Bonne-Anse me va a crear problemas. He preguntado a dos mujeres si las montañitas de arena que conforman la bahía, son artificiales, es decir, pienso que es una bahía falsificada. Me dicen que no, que es natural, y que el mar interior que forma, también lo es. Uno de los ramales areníferos proviene de la playa de Palmyre y La Grande-Côte y el otro de los que vienen de La Tremblade y de la isla de Oleron. Llego a la Escuela de Surf y ya no puedo continuar. No entiendo qué surf se puede hacer en un lugar en que no hay olas, aunque no sé si el surf lo practicarán en mar abierto, al otro lado del arenal, hacia la Pointe de la Coubre.
Sin miedo al peligro.
Marisma y ciénaga en aguas pantanosas.
No sé cómo no acabo
engullido en estas arenas movedizas. De la Escuela de Surf, al no
poder continuar por la orilla, me veo obligado a volver a la pista
cyclable. Un indicador dice: “Côte Sauvage” y compruebo que esta
costa, de salvaje no tiene nada. Es como si estuviera en un pequeño
Mar Menor, con sus aguas apaciguadas, el mar que rebauticé como de
la tranquilidad cuando pase por allí, por Murcia, en 2008. Parece
que lo que digo es cierto, pero si la costa no me parece salvaje, el
salvaje acabo siendo yo. Me vendrán imágenes de aquellas películas
filmadas en África, donde el chico, o la chica, eran rescatados in
extremis de las fauces de las arenas movedizas cuando ya iban a ser
tragados por la tierra y donde, finalmente, caía el malo sin
remisión posible y todos los espectadores nos alegrábamos y
relajábamos de la tensión sufrida. Pero, ¿quién se va alegrar de mi
salvación si nadie me va a ver? Avanzo por la pista y veo una salida
hacia el mar, en que pone “Plage Municipal”. Ofrece una arena
apilada y removida recientemente. Esta playa sí que parece
artificial. Allí está una pareja de edad (“âgé”). Se levantan
y acercan al verme llegar. Les pregunto si puedo ir directamente al
faro siguiendo por la orilla. No lo saben y no pueden responderme. Me
despido de ellos y continúo por la orilla. Cuando llego a un lugar
en que la arena se está volviendo barro o fango, me meto por camino
de tierra, que es en lo que se está convirtiendo lo que era pista
cyclable. Luego, el camino de tierra, se va volviendo arenoso. Unas
veces se anda bien por el centro y otras mejor pisando alguna de las
plantas laterales de la parte derecha. Cuando llego a un recodo del
camino, la opción más racional es ir hacia un camping que está más
al interior, pero me obliga a retroceder. Decido intentar seguir en
línea recta hacia el faro de la Coubre, que ya voy viendo hace rato.
Ya no hay camino, y me aventuro a seguir pisando hierba. Luego la
hierba se va recubriendo de algas secas que crean como una alfombra
mullida por encima. Cuando llego a un regato, me animo a seguirlo
hacia el mar, con la esperanza que me lleve de nuevo a la orilla,
pero olvidándome del fango antes pisado. El problema es que se
empiezan a formar pequeñas charcas y me veo obligado a saltar al
otro lado del primer regato. Ahora camino hacia interior, pero
aparecen nuevas charcas y, por fin, llego a un río fangoso de mayor
calado. Imposible pasar al otro lado. Empiezo a seguir el río hacia
el interior. Va con poco agua, pues parece que la marea está baja.
Nuevos regatos me obligan a hacer un nuevo rodeo. Las sandalias
arregladas por Pierre, ya están empapadas en agua y barro y, cuando
al pisar se me hunde un pie hasta la rodilla y veo que el otro
también va a seguir el mismo camino, doy un brusco giro y consigo
sacarlo entero y sin que se me haya quedado la sandalia sepultada en
el fondo. Con la brusquedad del movimiento me caigo de culo en el
lodazal y salgo de rodillas, como puedo, del atolladero. Me quito las
sandalias para evitar que, en otro movimiento como éste, se las
acabe tragando la tierra. Muy cerca de mí, aunque al otro lado del
río que no lleva apenas agua, aparecen dos chicos corriendo. Pasan
cerca del río, lo que por lo menos me hace pensar que está cercana
la tierra firme. O no me han visto o no se han percatado del peligro
en que estaba metido. Yo tampoco pido ayuda, así que se van
continuando su entrenamiento. Se ve que tengo certeza de que voy a
salir bien parado de este error que he cometido. La última acción
me ha vuelto a dejar cerca del río, donde veo unas estacas que creo
me pueden ayudar a pasar al otro lado. Son tres o cuatro estacas que
parecen estar clavadas en el limo con alguna intención. Desciendo al
lecho. Piso la primera y se hunde. Desentierro otra y la clavo,
obteniendo el resultado apetecido. Ya me queda poco para terminar de
atravesar el río y veo fácil llegar al camino. Camino firme, al que
llego lleno de fango, piernas, brazos y pantalón, con un olor a
ciénaga que no hay hijo de madre que lo soporte. Si me hubiese
cagado de miedo, no despediría peor olor. Llego asqueroso, pero
¡estoy salvado! Ya en el camino, con ayuda de hierbas, me limpio lo
que puedo y, lo que queda, se irá secando mientras sigo caminando.
De momento voy con las sandalias empapadas y embarradas. Si las viera
Pierre, me diría “tíralas y cómprate otras”, pero para mí
tienen todavía un incalculable valor. Las piernas van negras de
barro. También llevo manchado el bolsillo y la entrepierna del
pantalón beige. Tengo pena de no haber sacado ninguna foto del
fangal, pero está justificado. Bastante he tenido con salir sano y
salvo.
Después de la
tempestad viene la calma.
“¿Todos los veranos
tiene que ocurrirme alguna fechoría de este estilo?”, me pregunto.
En 2006 fue la argoma, en 2007, la jara, en 2008, la aulaga, todas me
cerraron caminos. En 2009, el acantilado de Los Muertos y el colofón
de Sant Antoni de Calonge, donde me rompí el peroné. 2010 fue año
de corto recorrido, aunque con el peroné rehabilitado. Y, en 2011,
estuve metido en un matorral más de una hora intentando llegar a
Bethlem, en Mallorca. Espero que este verano, con esta fechoría, ya
habré pagado el canon anual. “¿Aprenderé algún día?”, me
vuelvo a preguntar. A pesar de las malas pintas que llevo, veo un
coche y me acerco a ellos. Les pregunto si saben si hay alguna fuente
por allí. No saben y me quieren limpiar con agua de beber. Les digo
que me harían falta un montón de garrafas y algún bidón. No les
dejo ni que lo intenten y me dicen que el mar está a kilómetro y
medio, hacia el faro.
Continúo por carretera y, en una de las rectas, saco foto del faro. Parece que está cerca, pero aún tendré otro escollo, esta vez militar, para llegar. En la foto, se ve a la derecha un recinto vallado que a mi me da la sensación de que es un camping pero, tras la respuesta del militar, acabaré dudando. Siguiendo la carretera me cruzo con los corredores que he visto estando todavía dentro del fangal. Les pregunto si no me han visto antes y, o no me explico bien, o no me entienden, o se hacen los longuis, así que siguen adelante y yo a buscar en el mar mi tabla de salvación.
Continúo por carretera y, en una de las rectas, saco foto del faro. Parece que está cerca, pero aún tendré otro escollo, esta vez militar, para llegar. En la foto, se ve a la derecha un recinto vallado que a mi me da la sensación de que es un camping pero, tras la respuesta del militar, acabaré dudando. Siguiendo la carretera me cruzo con los corredores que he visto estando todavía dentro del fangal. Les pregunto si no me han visto antes y, o no me explico bien, o no me entienden, o se hacen los longuis, así que siguen adelante y yo a buscar en el mar mi tabla de salvación.
Militares en
maniobras.
Llego a un restaurante.
Está cerrado, pero no sé si por descanso semanal o porque aún no
ha llegado el verano y la temporada de abrirlo. Al estar cerrado,
pienso que el camping también puede estar sin funcionar. Me voy
haciendo a la idea de que me voy a quedar hoy sin cena. Me acerco a
seis militares, que están haciendo ejercicios de estrategia militar,
lo que solemos llamar "de maniobras". Luego veré a un gran grupo que
corre, como practicando la resistencia física. De momento, con las
pintas que llevo, una de las féminas me ofrece botella de litro y
medio de agua. Les digo que agua para beber ya tengo. Se la enseño y
les parece insuficiente. Por ello insisten. Yo les doy el argumento
del peso, pues creo que saben que litro y medio equivale a kilo y
medio de peso añadido al que ya llevo encima. Parece que lo
entienden. Les digo que vengo andando desde el País Vasco y que
tengo intención de llegar a Bélgica. Hay uno que parece el cabo y
le digo lo que me ha pasado en el fangar y que quiero ir al mar para
lavarme. Como de donde estamos no puedo ver el faro, a pesar de lo
altísimo que es, y ya sé que del faro tengo cerca el mar, le
pregunto “¿qué dirección debo tomar para ir al faro?” No
quiero pensar que lo hace a posta. A lo mejor, al decirle que vengo
del País Vasco a pie, él no se lo ha tragado. Quizás, para ponerme
a prueba. No lo sé. El caso es que me manda en la dirección contraria, por la
que he venido. También me dice que el restaurante está cerrado y
que por allí no voy a tener ningún sitio para cenar. “Si quieres
cenar, debes volver a Palmyre”, me dice. Como lo de cenar me
importa menos y lo que me urge es lavarme, y viendo que está jugando
conmigo al despiste, decido ir en el sentido contrario al que él me ha
indicado, asciendo una pequeña duna y ya, desde esa atalaya, el faro
de la Coubre se me vuelve a presentar cercano y en toda su magnitud.
¡Gracias por tu ayuda militarote! Con gente como tú Francia va
lista. Si lo que quería saber era si este vasco iba a mostrar la
estrategia adecuada para llegar a destino, creo que se lo he
demostrado. Pero todavía tendré un nuevo encuentro con él y se
mostrará igual de pertinaz en su incapacidad para ayudarme.
Phare de la Coubre.
Tras el Purgatorio, el Lavatorio.
Tras el Purgatorio, el Lavatorio.
La duna me ofrece un
camino que me lleva por el faro a la playa. No son las 20:30 cuando
saco foto del faro. Una reja me dificulta el paso, pero consigo
atravesar la duna. Me desnudo en la playa y voy al agua con las
sandalias puestas. Me meto al agua con ellas. Como no hay forma de
quitarles todo el fango que llevan, decido lanzarlas a la orilla,
luego me ocuparé de ellas. Ahora dedico todo mi esfuerzo a quitar el fango de mis piernas, y compruebo que se desprende algo mejor. Sólo me
mojo hasta la cintura pues, aunque no son todavía las nueve, ya
empieza a hacer fresquete. Quito lo que puedo del lodo cenagoso del
pantalón. No me importa que se me moje algo el calzoncillo. ¡Ya se
secará! Viniendo de La Tremblade, veo que corren otros militares,
soldados haciendo todavía sus maniobras. Me visto y retorno otra
vez hacia los militares.
Militares cenando.
Cuando llego, el grupo
ya es más numeroso. Todos están con panes, preparando su bocata o
bebiendo algo. Ninguno me ofrece nada. El que creo está al mando, el
mismo de antes, el que se destaca del grupo, me insiste en que no voy
a tener lugar para cenar y que la opción es retroceder 4 kilómetros.
“¿Y el camping?”, le pregunto. Él insiste en que no hay ningún
camping. El restaurante sigue cerrado, pero en el recinto vallado veo
una rampa de hierba y a una chica que desciende por ella con un pan
en la mano. Me acerco a la valla y le llamo. Se acerca y me acerco.
La valla me da una pequeña descarga eléctrica que no me asusta,
pero que tampoco me agrada. Me separo de ella. Pregunto a la chica de
dónde ha sacado el pan y me dice que en el camping hay pizzería y
venden pollos. Agradezco la información. Paso muy enfadado junto al
militar. “Si no sabes, no digas lo que no sabes”. No sé que
gracia le encuentra a fastidiar por fastidiar. A una de las chicas
del primer grupo, creo que ha sido la que me ha ofrecido el agua, le
digo: “Tienes un mal jefe”.
Cena en la pizzería
del Parc Caravaning de la Côte Sauvage.
Entro en el camping.
Como es lógico, a estas horas, no hay nadie en recepción. Pregunto
dónde está la pizzería a dos clientes que están próximos. Me
orientan y voy derecho a ella. Tras el mostrador acristalado no hay
nadie atendiendo y, de lo que veo en él, nada me apetece. Llega el
encargado. Es un chico alto cuya mujer es vasca. Me quiere vender
pizza, pero yo insisto, porque lo he visto anunciado, en que me de
medio pollo, aunque esté frío. Me acuerdo del pollo frío con
champán que estuvo de moda en alguna época; no sé si ahora…
Acaba llamando por móvil a su mujer para que me convenza por
teléfono. El hecho de que ella sea vasco-francesa y yo del “otre
côté”, no quiere decir nada en el sentido de que nos vayamos a
entender. Una llamada sin sentido.
Digo a su mujer que no
se preocupe, que algo cenaré. Acabo pidiendo la pizza vegetal y una
ensalada de atún y huevo. El aceite, vinagre y la sal me la
presentan batida en un cuenquito. El vinagre me parece muy fuerte. Me
da la impresión de que los franceses no usan vinagre de Módena y
abusan del de Jerez, que le da mal gusto y peor si se abusa. Escribo
hasta que me traen la cena. Los bordes vacíos de la pizza los
utilizo como pan para acompañar la ensalada. Los mosquitos me están
acribillando las piernas. Es probable que se estén ensañando más
porque aún les sabe a ciénaga. Parece que las ciénagas de las
marismas es su hábitat preferido y se creen que en mis piernas están
en su casa. Espero que no me suban por la entrepierna y me hinchen
los cojones…, o la próstata, que sería peor. Después del mal
trago del final de la tarde, entre la ciénaga y el militar, y lo
bien que se va encarrilando la noche, estoy feliz. Confío en que los
mosquitos no me la estropeen. Como dice el refrán: “Mas vale tener
buen humor, que en los cojones un tumor”. Pido la cuenta, pero no
puedo con Visa y tengo que pagar en efectivo los 15 €. Pregunto al
encargado si puedo dormir bajo techo. Me acompaña a un lugar para
dormir bajo la copa de unos árboles, pero no hay certeza de que no
vaya a llover esta noche, así que decidimos cambiar y acabo
metiéndome en un aseo para minusválidos. Se lo va a decir al guarda
de seguridad nocturno, para que no me cree problemas y va a
asegurarse de que, en estos momentos, no hay ningún minusválido
como cliente en el camping. Me añade que además hay muy poca
caravana acampada. Vamos, que el camping está casi vacío. Ya he
hablado con el encargado mientras cenaba y le he contado algo de mi
viaje. Él me iba trayendo noticias futbolísticas. No me ha cobrado
el Sprite. Ha sido otro de sus regalos.
Campeonato Europeo
de Futbol.
Mientras ceno se está
jugando el primer tiempo del Suecia-Francia. Francia está jugando
muy mal, pero los primeros 45 minutos acaban 0-0. Ninguno ha sido
capaz de meter ni un gol. Acabada la cena, voy a ver el segundo
tiempo. Veo sólo una parte de la segunda parte (“La parte
contratante de la primera parte no es la parte contratante de la
segunda…” Me vienen los Hermanos Marx al magín). La gente apenas
pone atención y yo acabo en la primera fila ante el televisor. Estoy
fresco, tras las peripecias, como si no hubiese madrugado, ni andado
un porrón de kilómetros en el día de hoy. En realidad, por la
mañana, he caminado poco. El mayor recorrido lo he hecho por la
tarde, desde Nauzan. La Gironde se me presenta como la prehistoria de
mi viaje, y resulta que esta mañana todavía estaba allí, en la
duna, tras la playa de Saint Nicolas. Todo porque la jornada de hoy
ha sido muy intensa. Parece que el de hoy ha sido un día de 48
horas. Termina el partido. Suecia gana 2-0 y los franceses están muy
decepcionados con su equipo. Pero lo que no sabía es que ganar no
servía a Suecia para nada, puesto que Francia ya estaba clasificada
para la siguiente ronda como segunda del grupo D, junto a Inglaterra
que lo hace como primera. Aunque nada dice el periódico de los otros
grupos, como el siguiente partido que va a jugar Francia lo va a
hacer contra España, deduzco que la roja se clasificó primera. Con
los deberes futbolísticos hechos, me despido agradecido del
encargado, recojo la mochila que había dejado abandonada en la zona
oscura, entre los árboles, y me voy a mi “cómodo” dormitorio,
feliz.
Un confortable aseo
para minusválidos como dormitorio.
Es un aseo completo.
Entre la pared de la ducha y la del lavabo, tengo la medida de mi
cuerpo gentil. Antes de meterme en el saco, vuelvo a lavar mis pies y
doy un nuevo repaso a mis sandalias, que todavía despiden un barro
grisáceo. Confío en que esta noche no se produzca ningún escape de
agua, pues tengo la cabeza bajo la ducha y los pies bajo el lavabo.
El colchón es de una baldosa un poco dura, atenuada por la
esterilla. En este sentido, prefiero la arena, pero hoy no me voy a
quejar. A pesar del deseo de joderme del militar, estoy a buen
recaudo. He encendido la luz, y ahora la apago. Me levanto a orinar
por la noche, pero no tiro la bomba. Aunque no estoy escondido,
tampoco quiero provocar. No se oyen ruidos. Se ve que los otros
clientes utilizan otros aseos que tienen más cercanos. El encargado
de la Pizzería y yo, hemos elegido bien estos aseos apartados. Antes
de acostarme he matado algunos mosquitos y por la noche vienen otros
al funeral, pero no me molestan demasiado. Al levantarme a orinar, he
aprovechado para poner a cargar el móvil. No lo olvidaré, pues
mañana me afeitaré completo y no hay más que un enchufe.
Resumen del primer
día en Charente.
A destacar entre lo
mejor, la buena recepción de la policía local de Royan y del Ciber
Attlantis. Entre lo peor, el comportamiento del mando militar que no
sé a qué juego jugaba o si las maniobras le habían trastornado la
inteligencia, si es que la tenía. Eso en cuanto a comportamiento de
otros. Yo tampoco salgo muy bien parado de todas las bobadas que he
hecho en la ciénaga marismeña. Confío en que, algún día, aprenda
a hacerlo mejor. Han sido bonitos los encuentros con la gente que me
ha acompañado en el camino. ¿Por qué coincido más con mujeres que
con hombres? He disfrutado en el paseo y haciendo nudismo, pero ha
sido mejor cuando he estado en la playa naturista autorizada, que
cuando lo he hecho en la zona de búnkeres hundidos. Curiosos los
artilugios de pesca, a los que ya me voy acostumbrando. De novedosos
van a pasar a ser multitud según continúe por estas costas. He
comido bien en Nauzan y, por lo inesperada, la cena me ha sabido a
gloria y eso que soy antipizzas. Donde fueres, acepta lo que te
ofrecieren (Una deformación de “donde fueres, haz lo que vieres”).
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