martes, 5 de mayo de 2015

Etapa 04 (295) Seignosse-Saint Girons


Etapa 04 (295). 11 de junio de 2012, lunes.
Seignosse-Vieux Boucau-Messanges-Moliets-León-Saint Girons-Saint Girons plage.


Amanecer en Seignosse.
Me despierto antes de las 6:30 horas y quito el alambre para abrir la puerta y poder ver la hora que es. Orino desde la puerta sobre la arena. Pliego el alambre en acordeón y lo dejo junto al destornillador y el tirafondo, que luego me harán falta para cerrar al salir. Pongo la tabla para que sujete la puerta, pero esta mañana es innecesaria, ya que el viento que ayer soplaba del sudoeste hoy lo hace del nordeste. Tras tomar mi pastilla contra la hipertensión, recojo todo. Barro como hice ayer para sacar la arena de la tarima, pero hoy resulta más difícil, ya que la arena se ha mojado y me cuesta hacerla salir, sobre todo de la zona que está detrás de la puerta. Cierro la puerta porque ya clarea el día y así evitar que el viento siga empujando la lluvia hacia dentro de la cabaña. Va a ser imposible que se seque y la arena húmeda quedará para vergüenza mía cuando lleguen mis benefactores. Recojo mis bártulos y, cuando abro de nuevo la puerta para abandonar el lugar, observo que la lluvia vuelve a arreciar. No me queda otro remedio que esperar a que escampe, si no quiero ya empezar la jornada empapado. Sin dejar de llover del todo, salgo, pongo el tirafondo, lo aprieto bien con el destornillador e introduzco la herramienta por el hueco de la ventana, tal como me habían dicho mis acogedores amigos. 
 
Oigo cómo cae el destornillador, no sé si sobre el suelo o sobre el alambre que he dejado bajo la ventana, para que ellos los encuentren al llegar. Espero que vengan provistos de otro destornillador, si no lo van a tener crudo para entrar y seguir con la obra. He dejado el flexómetro que ellos tenían sobre el gran jergón, una muestra más de que les di la suficiente confianza como para que no pensaran que les iba a robar nada. Son las 6:45 horas. Todavía lloviznando, salgo de la playa y asciendo la duna que separa el mar de la zona urbana del pueblo de Seignosse. Aquí empieza la carretera de asfalto. No se han preocupado de preservar la duna intacta. Se han preocupado menos de lo apariencial y más de lo práctico. Saco una foto en la bajada hacia la carretera que me irá llevando hacia Vieux Boucau. Es la única visión de Seignosse que ofrezco, después de pasar tantas horas aquí.


Los pinos de Les Landes. Le chemin de vélo.
Ya se empieza a ver movimiento de coches cuyos conductores se dirigen al trabajo. Enseguida veo indicador de “voi verte”, nuestra vía verde o el bidegorri, que es un camino libre de coches y que debemos compartir ciclistas y peatones. Tal como se ve en la señalización del asfalto, la bici debe circular por su derecha y el peatón por la izquierda, de tal forma que se puedan ver frontalmente los caminantes y los que pedalean, con espacio suficiente para maniobrar y evitar choques inoportunos e indeseados. Con esta buena señalización se facilita al peatón toda la ayuda que necesita. No tengo mayor dificultad que seguirla y me llevará a buen destino. Eso espero, puesto que no me gustaría que tardara mucho en llegar al lugar de mi desayuno. Todo el camino me va indicando Soustons como referente. Primero, a 9 kilómetros. El segundo será León, que ahora aparece a una distancia de 25. Casi todo el recorrido la carretera va a mi izquierda, más o menos alejada de la vía verde. Saliendo de Seignosse encuentro, en una rotonda, a dos trabajadores de jardinería. Les muestro mi extrañeza porque, lloviendo como ha llovido esta noche, tengan los aspersores en marcha. No sé cómo lo he preguntado, pero el caso es que me responden en castellano: “Sí, ha llovido, pero no ha empapado lo suficiente y la tierra está seca.” “Vosotros sabréis”, les digo, y sigo mi camino adelante. 
 
Ya estoy entrando en el bosque de pinos aunque, de vez en cuando, aislado, también veo algún alcornoque. De cuando en cuando vuelven a caer algunas gotas de lluvia, como ayer. Sólo me cruzo con dos bicis. Una, que lleva faltriqueras, me hace pensar en algún peregrino a Santiago y otro, por la velocidad a que va, pienso más en un ciclista entrenando para alguna carrera. Llego a un cruce con distancia similar a destino próximo. Soustons plage me obliga a retroceder y, tras la experiencia de ayer en la playa de Ondres, no me anima a que me vuelva a quedar sin lugar para desayunar, así que tomo la opción de Vieux Boucau.

L’Estandate. Pierre. Desayuno en Vieux Boucau.
Nada más tomar la decisión, vislumbro entre la floresta tres fluorescentes naranjas y es así como llego a la terraza del restaurante l’Estandate, donde Pierre me servirá el desayuno. Está a la entrada de un camping que ya pertenece a Vieux Boucau. Para contrastar con el día gris, las sillas ofrecen una visión colorista, más animadora. Desayuno un descafeinado con leche y un croissant por 2,25 €. Estoy un rato hablando con Pierre, que se muestra paciente y con deseos de que mejore la pronunciación de las “e” abiertas. Creo que va a ser empeño poco menos que imposible, pero él se esfuerza, más que yo. Entre el poco francés que yo hablo y el castellano que él conoce, logramos componer una aceptable comunicación. No hay clientes y, aunque tenga tarea en el interior, me dedica la atención necesaria. Se lo agradezco. Primero he cagado, me he lavado, pero no me puedo afeitar porque no veo enchufe en el lavabo. Luego me dedico a poner al día mi diario.
  

Me levanto para preguntar a Pierre si he escrito bien el nombre de Thierry. Aprovecho que ha llegado un cliente y pregunto, por saber si conocen al amigo de Thierry. Ninguno de los dos sabe que nadie estuviera construyendo una cabaña en la playa. Como el cliente recién llegado no muestra ningún interés en mi pregunta, me siento para continuar con mi diario. A las 11:45 horas orino y Pierre me llena el botellín de agua fresquita. Me despido de él agradecido y saco una foto de la terraza con Pierre en la barra que atiende. Recojo las mochilas y continúo mi camino.

La señora que compra pan.
Al poco de salir de l’Estandate, deja de llover y sale el sol. Otra alegría. En el primer cruce, encuentro a una señora que viene de comprar el pan. Tengo así un rato de compañía por la vía verde. Me dice que es un camino que inauguraron el año pasado, lo que me hace pensar que no estaba hecho cuando pasó por aquí mi amigo Jokin. Me temo que por este camino llegaré a León, pero no me gustaría ir tanto hacia el interior. La señora se asombra de mi intención de querer ir andando hasta Bélgica y todavía más con las tres noches que llevo durmiendo playa, terraza de bar y cabaña. La señora llega a su casa y nos despedimos. Agarro su mano libre con cariño, la otra la lleva ocupada con su bolsa de pan.

Sin vino también canto.
Sigo camino y con el sol brillante me voy animando un poco más. Salen de mi boca acordes, mezcla de música inconcreta y marchosa. El canto se va volviendo más marcha: “Si me quieres escribir ya sabes mi paradero… En el frente de Gandesa, primera línea de fuego…” Marcha que no deja de ser militar, aunque lo fuera del tiempo de la República. Se ha vuelto a nublar. El cartel de Saint Girons, con el recuerdo de la anunciada playa nudista que, sin sol, no voy a poder disfrutar, me lleva a la canción: “Jerónimo, entzun zazu (ezazu)…” y luego, no sé por qué, a: “Hay Joxé, mi novio no me quiere. Hay Joxé, que le vamos a hacer. Hay Joxé, si bebes tanto vino. Hay Joxé, no quedarás en pie.” También me sale la otra versión sin novia que valga: “Hay Joxé cómo te gusta el vino. Hay Joxé, no tengas tanta sed. Hay Joxé si bebes tanto vino. Hay Joxé, no quedarás en pie.” La explicación que le doy es que llevo días comiendo con agua y a mi boca aflora, porque lo desea, el vino que le falta. Sólo hubo una excepción: el regalo de la pareja de los Templarios de Capbreton.

Maíz tardío.
Caen gotas de nuevo, intermitentes. Paso por un campo sembrado con cereal y otro con maíz muy bajito todavía y que me da la sensación de que ha sido sembrado un poco tarde. Al menos, otros años, en mi periplo peninsular, para estas fechas ya están las plantas de maíz muy altas. Llego al cruce de Messanges. En esta ocasión, como en Soustons, el trazado de la carretera me obliga a retroceder y no me apetece. Creo que puedo llegar a Moliets antes de que me cierren los restaurantes. Pero al poco de tomar esta decisión, arrecia la lluvia y me temo que voy a llegar calado. Vuelve a amainar. Orino en una encrucijada. Llego a un cruce que lleva a una ferme ecuestre, criadero de caballos para hacer paseos por estos parajes tan idóneos, y estornudo cuatro veces seguidas. Temo haberme enfriado con las sandalias mojadas por la lluvia. Estos estornudos me vienen bien para expulsar miasmas. En el último cruce, me desvío 600 metros y me meto en restaurante para comer.

Ti’Bou. Comida en Moliets.
Me recuerda el nombre de mi último jefe, Tiburcio, al que nos dirigíamos con el diminutivo cariñoso de “Tibu”. Hay menú a elegir del que se puede prescindir de primer plato, de segundo y de postre. Como una ensalada de lechuga, tomate, mahonesa y cinco trocitos de pechuga de pollo empanada y, de segundo, una brocheta de salmón con mejillones, una salsa algo picante y una especie de risotto marinado, algo tostado y con 3 o 4 calamares. Todo me sabe muy rico y eso que suelo ser poco amigo de salmón. Hoy, a pesar de la canción, tampoco pido vino. Me han puesto la garrafa de agua de rigor. Pero veo sacar un café gourmand para otro cliente y me llega el deseo de pedir otro también para mí. Lo pido descafeinado y lo que me llega es: un vasito de crema de fresa, otro blanco, ¿de nata, de queso?, y un tercero de grosella o arándano, un montón de nata fuera, una mini tarrina de crema catalana, un trozo de bizcocho de chocolate y el descafeinado con terrón de azúcar moreno. He completado la comida muy a gusto y pago con Visa 15 €. La Visa va, lentamente, pero va. Como hacia las dos ha entrado una pareja y no les faltan ganas de conversar, me viene muy bien para que yo me pueda concentrar y poner a punto mi diario. A las 15:45 horas voy al retrete, guardo mi diario y me voy a continuar el camino vespertino.

Camino hacia León.
Cuando llego al cruce, donde continúo la vía verde, encuentro a una pareja que alucina con mi viaje. No acaban de salir pero, como van en otra dirección, nos despedimos. Luego los veré volviendo de León. 
 
Lo mismo me ocurrirá con otra pareja más joven que va con dos niñas. A la pequeña la lleva el padre a la espalda en un sillín trasero. Me recuerda mis tiempos de padre joven. También me los volveré a encontrar saliendo de León. Caminando, ahora me viene a la mente otra canción: “Un hombre marchó, dejó su casa, dejó su ciudad…” Creo que no hay que buscar muchas explicaciones: Ese hombre es este caminante, una separación, una pérdida de hijas momentánea y dolorosa, todo surgido al ver al padre con niña en su mochila, y todo felizmente superado con el hombre feliz que disfruta caminando. Veo la primera lagartija y, a renglón seguido, un precioso lagarto verde brillante. Paso por una torre del agua que fotografío entre pinos. Finalmente llego a León. Encuentro la oficina de Turismo cerrada. Parece que estuvieran esperando a que llegara yo para cerrar en día extra, un día que correspondía tenerla abierta.














León. Correos. Sellos y carta telefónica.
Explico a la señorita que me atiende lo ocurrido en Biarritz y le propongo que primero me cobre y luego me de lo que le pido. No entiende y parece que tampoco quiere hacer por entender. Si luego la operación no se puede cerrar, yo me llamo andanas. Me dice que si la Visa no marcha bien no me puede hacer lo del teléfono, así que me da los 100 sellos (77 €) y luego, como la Visa va bien, la tarjeta telefónica y un sello de 60 céntimos para mi amigo Jokin de Hendaya (15,60 €).


En España la diferencia es mayor pues el sello para Europa es el doble que el nacional. Como veo que la compañera de la que me ha atendido es más simpática, le pido que me ponga en el diario el sello de correos. Me despido, salgo y entro en la iglesia. Como no me despierta ningún interés, salgo y la fotografío en su fachada exterior. Lo malo es que ha comenzado a llover. Entro en la Mairie (el ayuntamiento) y una chica me explica las razones por las que hoy está cerrada la Oficina de Turismo. Yo quería explicación para una vía verde que aparecía en mi mapa y que no he encontrado. Es por esa razón que he acabado en León. Yo ya conocía León, pues estuvimos varios amigos por la zona y alquilamos una casita para un fin de semana. También alquilamos bicis e hicimos algunos bonitos recorridos. El último día pescamos truchas en el estanque de León y nos las comimos tan ricamente. Tenía buen recuerdo de estos parajes.

Jon de León.
Mientras me protejo de la lluvia como puedo frente a la iglesia, llega Jon, un francés nativo del lugar pero que trabajó muchos años en Pamplona, hasta que se jubiló. Olvido decirle que soy de Alsasua. Me pregunta si sé euskera. Parece que él sabe algo parecido a lo poco que sé yo. Me habla de un bar que es también lugar de venta de tabaco y que regenta un matrimonio muy majo y que es probable que me den de cenar y me alquilen una habitación. Cuento a Jon algo de mi viaje. Él quiere hacer el Camino de Santiago por etapas, pero le daría miedo hacerlo como lo hago yo. Cuando nos despedimos, me dice que diga al matrimonio que me ha recomendado el hombre que trabajó en Pamplona y que suele estar en su establecimiento en su zona Wi-fi. También me marca un itinerario que luego seguiré parcialmente.

Carretera hacia Saint Girons.
Este Saint Girons tiene dos burgos en zona interior. Uno el del mismo nombre y otro de nombre Vielle. St.Girons plage pertenece al primero. Saint Girons burgo está a 4 km. Cuando llego, la tienda de Tabacos está cerrada. Pregunto en la panadería y me mandan a la farmacia. Allí nadie alquila habitaciones y me invitan a retroceder 5 kilómetros para ir a un hotel. ¡Ni por pienso! Estoy muy cansado y me voy hacia Saint Girons plage. 


Saco una foto de la torre del agua que corresponde a Vielle y Saint Girons. Nada más salir a la carretera que me llevará hacia la playa, se me rompe el remache de una de las sandalias y consigo sujetarme el talón como puedo, en la parte delantera con el velcro. Ya en la playa se me romperá el otro remache. Después de preguntar dónde lo podré arreglar, me dicen que pregunte en un pueblo más grande. El que me hace esta recomendación es un vendedor de artículos relativos a surfismo y similares. Me dice que él duerme en el entrepiso y, si quiero dormir a cubierto, me ofrece la entrada de su local. Pero no me lo recomienda porque está cerca de donde aparcan los coches y se espera que la noche será movidilla, con mucho trasiego de personal. Es él mismo que me orienta hacia el recinto ferial, por el que acabo de pasar. Le agradezco la información y me voy.

Saint Girons plage. Cena en Don Camillo.
Llego a la playa. Piso la arena. Me descalzo en la orilla pues, después de cuatro días sin bañarme, tengo los pies negros. Salvo a una aguja de morir asfixiada, tumbada en la arena tras haber sido empujada por una ola. Vuelvo la mirada hacia tierra y veo un precioso arco iris (arc en ciel) que preconiza que va a dejar de llover, pero que será engañoso, adelantando toda el agua que va a caer esta noche. 

Rodeado de un gris intenso y con doble arcada, fotografío este arco iris tan espectacular. La arena de la playa es finísima, pero corre un aire de mil demonios. Después de decidir que cenaré en el Don Camillo, en la entrada de la terraza me pongo el jersey. No me lo pondré muchos días pero hoy ha sido un acierto tenerlo a mano. Como ensalada de tomate y spaghetti boloñesa. Pago con Visa sin problemas, 16,50 €. La chica que me ha atendido hace ejercicios de español y lo que sabe lo pone en práctica conmigo. Antes trabajaba en Biscarrosse. Me dice que cuando llegue a Mimizan pregunte por la zona militar, que ella cree que está al Norte, entre Mimizan y Biscarrosse. Pero me recomienda que continúe por los lagos, que es por donde va la vía verde, porque el paisaje es muy bonito. Parece que coincide con lo que ya me dijo Jokin. Ya se verá lo que hago cuando llegue al lugar en que debo tomar la decisión. Mejor es no adelantar problemas. Escribo mi diario. Mientras, caen dos chaparrones que asustan al personal. Van acompañados de truenos y aparato eléctrico.

Noche lluviosa bajo tinglado ferial.
Dejo de escribir hacia las diez y regreso hacia el tinglado ferial que he visto antes, al volver de los burgos. Me ha gustado porque ofrece techo. Previamente he entrado en dos campings cuando venía, con intención de tener alternativas, pero en ninguno había nadie en recepción. Como he visto el recinto ferial, me he despreocupado ya del tema. Creo que este lugar, al estar por detrás de la zona de playa y algo más bajo, recibirá menos el azote del viento. Cuando el vendedor de objetos de surf, tras ofrecerme la entrada de su local, me ha propuesto el ferial, la decisión ya ha quedado confirmada. Sin embargo, cuando paso por la tienda de surf, vuelvo a inspeccionar el lugar ofrecido de la entrada. Me da la impresión de que el muchacho ya estará dormido en el entrepiso. Veo que hay espacios por los que, si llueve, puede entrar por allí la lluvia. Además, siguen llegando coches al aparcamiento. Orino por el camino. Decidido. Bajo al tinglado ferial. Se trata de una gran carpa de lona a rayas y elijo sitio bajo el primer pivote interior, el más próximo a la zona en que agita el viento que viene del mar. Hablo con Vera. Le digo dónde estoy y el lugar en que voy a dormir. Por Donostia todo está sin novedad. Desconecto el móvil. Quiero que mañana aguante la raya de carga que me queda para cargarlo en la hora del desayuno. Me meto vestido en el saco. Me hago una almohada más liviana. El saquito negro de la esterilla lo relleno con el jersey y la toalla. Hacia medianoche una gran borrasca me hace ver que el lugar elegido no es tan bueno como creía, pues empiezan a caer gotas sobre mi cabeza, la mochila y el saco (la mochilita está dentro de la mochila). Intuyo que el agua pasa entre la unión del pivote con la lona, así que me desplazo un poco hacia el oeste y sigo durmiendo. Me parece muy improbable que el agua haga surcos, ya que el suelo está algo más elevado en esta parte central. Como hoy he comido ensaladas y he bebido bastante agua, me tengo que levantar tres veces a orinar. Apenas me desplazo de mi sitio. Hay un grupo de luces cercanas, cuyo haz llega hasta el pabellón, pero estoy posicionado de forma que no me molesten. Cuarto día sin playa y hoy estoy en la primera nudista autorizada. ¡Ya es mala pata!

Balance de un día marcado por el mal tiempo.
Lo más destacado de este día lluvioso ha sido la despedida de la cabaña que me ha salvado de la lluvia nocturna. La buena atención de Pierre en el desayuno de l’Estandate. El paseito con la señora del pan. La buena comida en el Ti’Bou con el añadido del café gourmands, un premio que me he dado para compensar el mal tiempo.
Ha sido una pena que la recomendación de Jon en León, para dormir en habitación, no ha tenido el resultado deseado en Saint Girons. Bien atendido en Don Camillo y lástima que no haya hecho buen tiempo para aprovechar con baño la playa nudista del lugar de llegada. Si el recinto ferial no ha sido tan confortable como hubiera deseado, al menos, me ha salvado de la lluvia. Vendrán días mejores. Espero.

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